La divinidad de Cristo en los Padres de la Iglesia

Quien niega la divinidad de Cristo ignora dos cosas fundamentales. La primera es el concepto integral, o la revelación completa, que las Escrituras nos dan acerca del Hijo de Dios, pues quien solo interpreta textos aislados de la Biblia termina cayendo en el fundamentalismo fanático, o en la herejía. Recordemos que herejía significa tomar, o seleccionar, solo una parte aislándola del resto. Las Escrituras en su totalidad nos dicen claramente que Jesucristo es Dios: perfecto Dios antes de su encarnación, perfecto Dios durante su encarnación, perfecto Dios después de su resurrección, perfecto hombre desde su encarnación, perfecto hombre después de su resurrección; en todo participante de la naturaleza del Padre, en todo participante de nuestra naturaleza.

Lo segundo que ignora quien niega la divinidad de Cristo es la Historia de la Iglesia (patrística, evolución del dogma, historia del culto, concilios de la Iglesia, tradición) que brindan un marco apropiado para interpretar correctamente las Escrituras, lo que se define como: lo que toda la Iglesia ha creído siempre, en todo tiempo y en todo lugar. Ignorar la Historia es creerse autosuficiente en la interpretación bíblica, lo cual nos convierte en candidatos idóneos para caer en las antiguas herejías. La Patrística, la Tradición y la Historia del dogma nos dejan en claro una cosa: Jesucristo fue adorado como Dios mucho antes de que las definiciones conciliares lo dejaran asentado por escrito.

Ignacio de Antioquía. Siglo II

“Porque nuestro Dios, Jesús el Cristo, fue concebido en la matriz de María según una dispensación “de la simiente de David”… A partir de entonces toda hechicería y todo encanto quedó disuelto, la ignorancia de la maldad se desvaneció, el reino antiguo fue derribado cuando Dios apareció en la semejanza de hombre en novedad de vida eterna.» [Carta a los Efesios 18,19]

«Espera en Aquel que está por encima de toda estación, el Eterno, el Invisible, que se hizo visible por amor a nosotros, el Impalpable, el Impasible, que sufrió por amor a nosotros, que sufrió en todas formas por amor a nosotros.”    [Carta a Policarpo 3]

II Epístola de Clemente, es en realidad un sermón registrado por escrito, el sermón más antiguo que se conserva de la iglesia primitiva. S. II

“Hermanos, tendríamos que pensar en Jesucristo como Dios y como “juez de los vivos y los muertos.”     [2ª de Clemente a los Corintios. 1. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, Clie]

CLEMENTE, de Alejandría, S. II

“Por consiguiente el Verbo, Cristo, es causa no sólo de que nosotros existamos desde antiguo (porque Él estaba en Dios), y de que seamos felices. Ahora este mismo Verbo se ha manifestado a los hombres, el único que es a la vez Dios y hombre, y causa de todos nuestros bienes. Aprendiendo de Él a vivir virtuosamente, somos conducidos a la vida eterna”.  [PROTRÉPTICO (EXHORTACIÓN) A LOS GRIEGOS, I.7.1]

Carta a Diogneto, obra apologética considerada una joya de la antigüedad cristiana. S. II o III

“Sino que, verdaderamente, el Creador todopoderoso del universo, el Dios invisible mismo de los cielos plantó entre los hombres la verdad y la santa enseñanza que sobrepasa la imaginación de los hombres, y la fijó firmemente en sus corazones, no como alguien podría pensar, enviando a la humanidad a un subalterno, o a un ángel, o un gobernante, o uno de los que dirigen los asuntos de la tierra, o uno de aquellos a los que están confiadas las dispensaciones del cielo, sino al mismo Artífice y Creador del universo, por quien Él hizo los cielos… A éste les envió Dios. ¿Creerás, como supondrá todo hombre, que fue enviado para establecer su soberanía, para inspirar temor y terror? En modo alguno. Sino en mansedumbre y humildad fue enviado. Como un rey podría enviar a su hijo que es rey; Él le envió como enviando a Dios; le envió como hombre a los hombres; le envió como Salvador, usando persuasión, no fuerza; porque la violencia no es atributo de Dios. Le envió para llamar, no para castigar; le envió para amar, no para juzgar. Es cierto que le enviará un día en juicio, y ¿quién podrá resistir entonces su presencia?” [Carta a Diogneto 7. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, Clie]

Orígenes. Siglo III

«Así como en los últimos días, el Verbo de Dios revestido de la carne de María, entró en este mundo; y otro ciertamente era el que se veía en Él, otro el que se comprendía, porque la vista de la carne en Él se ofrecía a todos, pero a pocos y elegidos se les daba el conocimiento de la divinidad. Así también, cuando por los profetas y el legislador, el Verbo de Dios se manifestó ante los hombres, no se manifestó sin las vestimentas apropiadas. En efecto, así como allí esta cubierto por el velo de la carne, aquí por el de la letra (cf. 2 Co 3,14); de modo que la letra es vista como la carne, pero late en el interior el sentido espiritual que se percibe como la divinidad. Por tanto, esto es lo que ahora encontraremos leyendo el libro del Levítico, en el cual se describen los ritos de las sacrificios, la diversidad de los víctimas y los ministerios de los sacerdotes. Pero todo esto según la letra, que es como la carne del Verbo y revestimiento de su divinidad, que acaso dignos e indignos consideran y oyen.»   [Dieciséis homilías sobre el Levítico, Homilía I,1]

LACTANCIO, S. III-IV

«Y, teniendo naturaleza divina y naturaleza humana, pudiera llevar esta débil y frágil naturaleza nuestra, como de la mano, hasta la inmortalidad. Engendrado Hijo de Dios en el espíritu, hijo del hombre por su carne; esto es, Dios y hombre. El poder de Dios se manifiesta en él por las obras que hizo; la fragilidad del hombre por la pasión que sufrió.” [Instituciones divinas, 4,13. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC]

Eusebio, obispo de Cesárea: Confesión de fe en su Carta a su diócesis, del año 325
Puesto que Eusebio afirma que él fue bautizado según esta fórmula, es posible que su confesión de fe se remonte casi a mediados del siglo III. El Concilio de Nicea, al que Eusebio presentó su confesión de fe para que este concilio la confirmara, tomó de ella algunas cosas para su propia confesión de fe.

Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, el creador de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un solo Señor, Jesucristo,la Palabra de Dios, Dios de Dios, luz de luz, vida de vida, Hijo unigénito, primogénito de toda la creación, engendrado antes de todos los siglos por el Padre, por medio del cual todo fue hecho, se encarnó por nuestra salvación…

HILARlO, obispo de POITIERS, Siglo IV

El Hijo procede de aquel Padre que tiene el ser, es unigénito que procede del inengendrado, descendencia del Padre, viviente del viviente. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, también se le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo. Perfecto que procede del perfecto, porque es todo entero de aquel que es todo entero. No hay división o separación, porque cada uno está en el otro y en el Hijo habita la plenitud de la divinidad. Es el incomprensible que procede del incomprensible; nadie les conoce, sino ellos entre sí. Es el invisible que procede del invisible, porque es la imagen del Dios invisible (Col 1,15) y porque el que ve al Hijo, ve también al Padre (Gn 14,9). Uno procede del otro, porque son Padre e Hijo. Pero la naturaleza de la divinidad no es distinta en uno y otro, porque los dos son una misma cosa: Dios que procede de Dios. El Dios unigénito del único Dios inengendrado. No son dos dioses, sino uno que procede de uno. No dos inengendrados, porque el que ha nacido procede del que no ha nacido. En nada se diferencian el uno del otro, porque la vida del viviente está en el que vive. Estas cosas hemos alcanzado acerca de la naturaleza de la divinidad, sin entender lo más elevado, pero dándonos cuenta de que son incomprensibles las cosas de que hablamos. Podrás decir: De nada sirve la fe si nada puede ser comprendido. Al revés, el servicio que la fe proporciona es el de saber que aquello por lo que se pregunta es incomprensible para ella”   [La Trinidad, 2,11. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia BAC]

Atanasio, obispo de Alejandría, S. IV

“[…] el Logos no estaba en el cuerpo como uno cualquiera de los seres creados ni tampoco como una criatura dentro de otra, sino que era Dios en la carne, artífice y preparador en lo que ha sido preparado por Él.  Y los hombres están recubiertos de carne para existir y sostenerse, mientras que el Logos de Dios se ha hecho hombre para santificar la carne, y existió en la forma de siervo, aunque era Señor, pues toda la creación que ha sido creada y hecha por Él es sierva del Logos.”   [Discurso contra los arrianos, II, 10. Ed. Ciudad Nueva, p. 142]

«Para que se pueda conocer con más exactitud la impasibilidad de la naturaleza del Logos y aquellas debilidades que se le atribuyen en razón de la carne, es bueno escuchar al bienaventurado Pedro, pues él podría ser un testigo digno de crédito en lo que respecta al Salvador. Escribe en una carta, diciendo: Cristo, por tanto, sufrió por nosotros en la carne. Así pues, cuando se diga que tiene hambre y sed, que se cansaba, no sabía, dormía, lloraba, preguntaba, huía, era engendrado, pedía que se apartara el cáliz y en general todas aquellas cosas que son propias de la carne, habría que añadir lógicamente a cada una de ellas: «Cristo, por tanto, tuvo hambre y sed por nosotros en la carne»; «decía que no sabía, era apaleado y se cansaba por nosotros en la carne» ; «fue exaltado, engendrado, crecía, tenía miedo y se escondía en la carne»; «decía: Si es posible aparta de mí este cáliz, era golpeado y apresado por nosotros en la carne»; y en general todas las cosas semejantes que hizo por nosotros en la carne. No hay duda de que por esta razón el Apóstol mismo no dijo: «Cristo, por tanto, sufrió por nosotros en la divinidad», sino por nosotros en la carne, para que no se llegase a pensar que los padecimientos son propios del Logos mismo conforme a su naturaleza, sino propios de la carne por naturaleza. Por lo tanto, que nadie se escandalice a causa de los padecimientos humanos, sino más bien que sepa que el Logos mismo permanece impasible en lo que respecta a su naturaleza y que, no obstante, a causa de la carne de la que se revistió, se le atribuyen estas cosas, puesto que son propias de la carne y se trataba del cuerpo mismo del Salvador. Él permanece como es, impasible en lo que respecta a su naturaleza, sin ser dañado por ellas, sino más bien haciéndolas desaparecer y destruyéndolas.”   [Discurso contra los arrianos, III, 34. Ed. Ciudad Nueva, p. 306-307]

CIRILO DE ALEJANDRÍA, finales del siglo IV y principios del V, Patriarca de Alejandría

“El Unigénito, que era Dios y Señor de todas las cosas, según las Escrituras, se ha manifestado a nosotros; ha sido visto en la tierra, ha iluminado a los que estaban en tinieblas, haciéndose hombre … Él es el Verbo de Dios, viviente, subsistente y eterno con Dios Padre, tomando forma de esclavo. Como es completo en su divinidad, es completo en su humanidad; constituido en un solo Cristo, Señor e Hijo […]. En efecto, el Hijo, coeterno a aquel que lo había engendrado y anterior a todos los siglos, cuando tomó la naturaleza humana sin dejar su cualidad de Dios, sino integrando el elemento humano, pudo legítimamente ser concebido como nacido de la estirpe de David y teniendo un nacimiento humano reciente. Porque no hay sino un solo Hijo y un solo Señor Jesucristo, antes que asumiera la carne y después que se ha manifestado como hombre”  [Sobre la encarnación del Unigénito. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia BAC]

Epifanio, obispo de Salamina: Confesión de fe en su Ancoratus, en el año 374

«Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de cielo y tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, es decir, de la esencia del Padre, luz de luz, Dios verdadero de Dios Verdadero, engendrado no creado, de la misma esencia del Padre, por medio del cual todo fue hecho, las cosas en los cielos y las de la tierra…»

Credo Niceno (Primer gran Concilio de toda la cristiandad), 19 de junio del 325

«Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de todas las cosas visibles y de las invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no hecho, de una sola sustancia con el Padre (lo que en griego se llama homousion), por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra…»

Artículo y recopilación de fuentes patrísticas de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos Diarios de la Iglesia –  2020

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El Libre albedrío en los Padres de la Iglesia – Gregorio de Nisa

El libre albedrio

Gregorio de Nisa nació en Cesarea, en Capadocia, alrededor del año 335; hermano menor de Basilio Magno, que fue su guía, y su verdadero maestro. Gregorio se formó en la cultura de su tiempo asistiendo a buenas escuelas de retórica; pero, sobre todo, nutrió su mente con la sabiduría bíblica, que dada su particular capacidad especulativa, hizo de él uno de los mayores filósofos y teólogos del Oriente Cristiano. A la muerte del Emperador filoarriano Valente, volvió a su Sede como obispo de Nisa. Y desde aquel momento, de forma particular, tras la muerte de su hermano Basilio, su autoridad y fama crecieron de día en día. Desempeñó un papel importante, junto con Gregorio Nacianceno, en el Concilio de Constantinopla (381).

La Gran Catequesis tiene una originalidad propia: mientras que otras síntesis de este tipo estaban dirigidas en su mayoría a la enseñanza de los catecúmenos en las verdades fundamentales de la fe, la Gran Catequesis, en cambio, está dirigida a los «superiores eclesiásticos», a los maestros o «catequistas», que, en la Iglesia, tenían la misión de promover en los creyentes una adecuada formación relativa al patrimonio doctrinal de la tradición apostólica.

Leamos a continuación las enseñanzas de Gregorio, quien junto con su hermano Basilio y con Gregorio Nacianceno formaron lo que se conoce como los Padres Capadocios.

La Gran Catequesis

Introducción

«Los que se hallan al frente del misterio de la fe necesitan la doctrina catequética para que la Iglesia vaya multiplicándose con el aumento de las almas salvadas, haciendo llegar al oído de los infieles la auténtica doctrina»

El libre albedrío en la divinidad:

I.7. Por tanto, si el Verbo vive porque es la vida, también tiene en todo caso el libre albedrío, ya que ningún ser vivo carece de albedrío. Ahora bien, santo y bueno será considerar que lógicamente este libre albedrío es además poderoso, puesto que, de no reconocer el poder, habría que suponer necesariamente la impotencia. 8. Sin embargo, lo cierto es que nada hay más lejos del concepto de la divinidad que la impotencia. En efecto, respecto de la naturaleza divina no se admite la menor disonancia, sino que es absolutamente necesario convenir en que este poder del Verbo es tan grande como lo es su voluntad, y así evitar que en lo simple se considere cualquier mezcla y concurso de contrarios, pues en la misma voluntad se contemplarían la impotencia y el poder, si en unas cosas tuviera poder y en otras fuera impotente. Y como quiera que el libre albedrío del Verbo lo puede todo, no tiene en absoluto inclinación a mal alguno, puesto que la inclinación al mal es ajena a la naturaleza divina. Al contrario, quiere todo cuanto hay de bueno; y si lo quiere, lo puede absolutamente; y si lo puede, no se queda inactivo, sino que transforma en actos toda su voluntad de bien. 9. Ahora bien, el mundo es algo bueno, y todo cuanto hay en él está contemplado con sabiduría y con arte. Por consiguiente, todo es obra del Verbo; del Verbo que vive y subsiste, porque es el Verbo de Dios; y dotado de libre albedrío, porque vive: puede hacer todo lo que elige hacer, y elige todo lo que es absolutamente bueno y sabio, y cuanto lleve la marca de la excelencia.

El hombre creado a imagen de Dios

V.II. Así pues, este Verbo de Dios, esta Sabiduría, esta Potencia es, según nuestra lógica demostración, el Creador de la naturaleza humana. No que alguna necesidad le haya llevado a formar al hombre, sino que ha producido el nacimiento de tal criatura por sobreabundancia de amor. Efectivamente, era necesario que su luz no quedara invisible, ni su gloria sin testigos, ni su bondad sin provecho, ni inactivas todas las demás cualidades que contemplamos en la divinidad, de no haber existido quien participara de ellas y las disfrutara. 4. Por tanto, si el hombre nace para esto, para hacerse partícipe de los bienes divinos, necesariamente tiene que ser constituido de tal manera que pueda estar capacitado para participar de esos bienes. Efectivamente, lo mismo que el ojo participa de la luz gracias al brillo que le es propio por naturaleza, y gracias a ese poder innato atrae hacia sí lo que le es connatural, así también era necesario que en la naturaleza humana se mezclara algo emparentado con lo divino, de modo que, gracias a esa correspondencia, el deseo lo empujase hacia lo que le es familiar.

9. El que actualmente la vida humana esté desquiciada no es argumento bastante para defender que el hombre nunca poseyó esos bienes. Efectivamente, siendo el hombre como es obra de Dios, del mismo que por bondad hizo que este ser naciera, nadie en buena lógica podría ni sospechar que el mismo que tuvo por causa de su creación la bondad naciera entre males por culpa de su creador. Pero sí que hay otra causa de que ésta sea nuestra condición actual y de que estemos privados de bienes mejores. Efectivamente, quien creó al hombre para que participara de sus propios bienes e introdujo en la naturaleza del mismo los principios de todos sus atributos, para que gracias a ellos el hombre orientase su deseo al correspondiente atributo divino, en modo alguno le hubiera privado del mejor y más precioso de los bienes, quiero decir del favor de su independencia y de su libertad.
10. Porque, si alguna necesidad rigiese la vida del hombre, la imagen sería engañosa en esta parte, por haberla alterado la desemejanza respecto del modelo, pues, ¿cómo podría llamarse imagen de la naturaleza soberana la que está subyugada y esclavizada por ciertas necesidades? Pues bien, lo que en todo ha sido asemejado a la divinidad debía forzosamente ser también en su naturaleza libre e independiente, de modo que la participación de los bienes pudiera ser premio de la virtud. 11. Ninguna producción de mal tiene su principio en la voluntad de Dios, pues nada se le podría reprochar a la maldad si ella pudiera dar a Dios el título de creador y padre suyo. Sin embargo, de alguna manera el mal nace de dentro, producido por el libre albedrío, siempre que el alma se aparta del bien. 12. Por tanto, puesto que lo propio de la libertad es precisamente el escoger libremente lo deseado, Dios no es una causa de tus males, pues Él formó tu naturaleza independiente y sin trabas, sino tu imprudencia, que prefirió lo peor a lo mejor.

Dios no es el autor ni la cusa del mal

VII.3. […] toda maldad se caracteriza por la privación del bien, pues no existe por sí misma ni se la considera como substancia objetiva. Efectivamente, fuera del libre albedrío ningún mal existe en sí mismo, al contrario, si se llama así, es por la ausencia del bien. 4. Por consiguiente, Dios es ajeno a toda causalidad del mal, pues El es el Dios hacedor de lo que existe y no de lo que no existe: el que creó la vista y no la ceguera; el que inauguró la virtud y no la privación de la virtud; el que propuso a los que llevan vida virtuosa como premio de su buena elección el don de los bienes, sin someter a la naturaleza humana al yugo de su propia voluntad por vía de necesidad violenta, atrayéndola al bien aunque no lo quiera, como si fuera un objeto inanimado. Si cuando el sol resplandece límpido desde el claro cielo, cerramos voluntariamente los párpados y quedamos sin vista, no podemos culpar al sol de que no veamos.

VIII.3. Efectivamente, cuando por un libre movimiento de nuestro albedrío nos atrajimos la participación en el mal, mezclando el mal con nuestra naturaleza mediante cierto placer, como algo venenoso que sazona la miel, y por esta razón caímos de nuestra felicidad, que nosotros concebimos como ausencia de pasiones, nos vimos transformados en la maldad, esta es la razón de que el hombre, cual jarro de arcilla, y vuelva a disolverse en la tierra, para que, una vez separada la suciedad que en él se encierra ahora, sea remodelado mediante la resurrección en su forma del principio. 13. Porque realmente Dios conocía el futuro, y no impidió el impulso hacia lo hecho. Efectivamente, que el género humano se desviaría del bien, no lo ignoraba el que todo lo domina con su potencia cognoscitiva y ve por igual lo que viene y lo que pasó. 14. Sin embargo, lo mismo que contempló la desviación, así también observó su reanimación y vuelta al bien. Por tanto, ¿qué era mejor: no traer en absoluto nuestra naturaleza a la existencia, puesto que la futura creatura se desviaría del bien, o traerla y, ya enferma, reanimarla de nuevo por la penitencia y volverla a la gracia del principio?

XXI.1. […] el hombre está creado como imitación de la naturaleza divina y conserva esta semejanza con la divinidad mediante los demás bienes y el libre albedrío, aunque, por necesidad, es una naturaleza mudable. 

Los adversarios preguntan por qué no todos creen y son salvos

XXX.2. 2. Pero los adversarios, dejando de lado sus reproches al misterio acerca de este punto doctrinal, lo acusan de que la fe no haya llegado en su difusión a todos los hombres. ¿Por qué razón -dicen- la gracia no ha llegado a todos los hombres, sino que, junto a algunos que abrazaron la doctrina, queda una porción nada pequeña sin ella, bien porque Dios no quiso repartir a todos generosamente su beneficio, bien porque no pudo en absoluto? En ninguno de los dos casos está libre de reproche, pues ni es digno de Dios el no querer el bien, ni lo es el no poder hacerlo. Si, pues, la fe es un bien, ¿por qué-dicen- la gracia no llega a todos? 3. Pues bien, si en nuestra doctrina afirmásemos lo siguiente: que la voluntad divina distribuye por suertes la fe entre los hombres, y así unos son llamados, mientras otros no tienen parte en la llamada, entonces seria el momento oportuno para avanzar dicha acusación contra· el misterio. Pero, si la llamada se dirige por igual a todos, sin tener en cuenta la dignidad ni la edad ni las diferencias raciales (porque, si ya desde el comienzo de la predicación los servidores de la doctrina, por una inspiración divina hablaron a la vez las lenguas de todos los pueblos, fue para que nadie pudiera quedar sin participar de la enseñanza), ¿cómo, pues, podría alguien razonablemente acusar todavía a Dios de que su doctrina no se haya impuesto a todos? 

4. En realidad, el que tiene la libre disposición de todas las cosas, por un exceso de su aprecio por el hombre dejó también que algo estuviese bajo nuestra libre disposición, de lo cual únicamente es dueño cada uno. Es esto el libre albedrío, facultad exenta de esclavitud y libre, basada sobre la libertad de nuestra inteligencia. Por consiguiente, es más justo que la acusación de marras se traslade a los que no se dejaron conquistar por la fe, y no que recaiga sobre el que ha llamado para dar el asentimiento. 5. De hecho, cuando en los comienzos Pedro proclamó la doctrina delante de una numerosísima asamblea de judíos, y aceptaron la fe en la misma ocasión unos tres mil, los que no se habían dejado persuadir, aunque eran más que los que habían creído, no reprocharon al apóstol el no haberles convencido. No hubiera sido razonable, efectivamente, puesto que la gracia se había expuesto en común, que quien había desertado voluntariamente no se culpara a sí mismo, sino a otro, de su mala elección.

No existe una gracia irresistible

XXXI. 1. Pero ni siquiera frente a tales razones se quedan ellos sin replicar quisquillosamente. De hecho dicen que Dios, si lo quiere, puede arrastrar forzadamente a aceptar el mensaje divino incluso a los que se resisten. Pues bien, ¿dónde estaría en estos casos el libre albedrío? ¿Donde la virtud? ¿Dónde la alabanza de los que viven con rectitud? Porque sólo de los seres inanimados y de los irracionales es propio el dejarse llevar por el capricho de una voluntad ajena. La naturaleza racional e inteligente, por el contrario, si abdica de su libre albedrío, con él pierde también la gracia de la inteligencia, pues, ¿para qué se iba a servir de la mente, si el poder de elegir según el propio albedrío se halla en otro?

2. Ahora bien, si el libre albedrío quedase inactivo, la virtud desaparecería necesariamente, impedida por la inercia de la voluntad. Y si no hay virtud, la vida pierde su valor, se elimina la alabanza de los que viven rectamente, se peca impunemente y no se discierne lo que diferencia a las vidas. Porque, ¿quién podría todavía vituperar al libertino y alabar al virtuoso, como es de razón? La excusa que cada uno tiene a mano es ésta: ninguna decisión depende de nosotros, sino que un poder superior conduce a las voluntades humanas a lo que es capricho del amo.
Por tanto, no es culpa de la bondad divina el que la fe no nazca en todos, sino de la disposición de los que reciben el mensaje predicado.

El nuevo nacimiento no es por imposición

XXXIX. l. Efectivamente, los demás seres nacidos deben su existencia al impulso de sus progenitores, mientras que el nacimiento espiritual depende del libre albedrío del que nace. Pues bien, como quiera que en este último caso el peligro consiste en errar sobre lo que conviene, pues la elección es libre para todos, bueno sería, digo, que el que se lanza a realizar su propio nacimiento conozca de antemano, por la reflexión, a quién le será provechoso tener por padre, y de quién le será mejor constituir la naturaleza, pues se dice que en esta clase de nacimiento se escoge libremente a los padres. 2. Ahora bien, siendo así que los seres se dividen en dos partes, el elemento creado y el increado, y puesto que la naturaleza increada posee en sí misma la inmutabilidad y la estabilidad, mientras la creación está sujeta a alteración y a mudanza, el que reflexionando elige lo que es provechoso, ¿de quién preferirá ser hijo: de la naturaleza que contemplamos sujeta a mudanza, o del que posee una naturaleza inmutable, firme en el bien y siempre la misma?

3. Que aquí la mente del oyente se mantenga sobria y no se haga ella misma hija de una naturaleza inconsistente, puesto que le es posible hacer de la naturaleza inmutable y estable el principio de su propia vida.

Conclusión

XL. 8.  Por tanto, puesto que éstas son las realidades que se ofrecen a nuestra esperanza de la vida futura, las cuales son en la vida el resultado correspondiente al libre albedrío de cada uno en conformidad con el justo juicio de Dios, deber de hombres prudentes es mirar, no al presente, sino al futuro, echar en esta breve pasajera vida los cimientos de la dicha inefable, y y mediante la buena elección del albedrío, mantenerse ajenos a la experiencia del mal ahora, en esta vida, y después de esta vida, en la recompensa eterna.

Recopilación de textos– Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos 2020

Padres de la iglesia, predestinación y libre albedrío: Ireneo de Lyon -Segunda Parte

Ireneo, el gran obispo de Lyon, nació aproximadamente en el 130 d.C. Y como nos dice el historiador Justo L. Gonzalez, su pensamiento teológico tenía un lazo muy estrecho con la doctrina apostólica y sus sucesores:

Hacia mediados del siglo segundo y principios del tercero existían en la iglesia cristiana tres corrientes principales de pensamiento teológico. El principal proponente del tipo A era Tertuliano, en Cartago, mientras su contraparte para el tipo B era Orígenes, en Alejandría. El tipo C, cuyas raíces eran mucho más antiguas y provenían de Palestina, Siria y Asia Menor, se manifiesta en los escritos de Ireneo. […] Ireneo podía reclamar lazos con la tradición subapostólica mucho más estrechos que los otros dos. En Esmirna, donde transcurrieron sus años mozos, fue discípulo de Policarpo, quien a su vez fue discípulo de «Juan» en Efeso.»   [GONZALEZ, Justo L. Retorno a la Historia del Pensamiento Cristiano. Ed. Kairos, p. 42,45]

En el capítulo anterior vimos solo algunos textos de Ireneo para no hacer tan extenso el post, en esta segunda parte completamos los textos pendientes (si te perdiste el capítulo anterior, al final te dejamos el link para que lo leas)

En los textos siguientes (todos de Ireneo) se expresa claramente cual era la postura de la llamada escuela de Antioquía (Palestina, Siria y Asia menor) con relación al libre albedrío y la predeterminación divina:

“37,1. Esta frase: «¡Cuántas veces quise recoger a tus hijos, pero tú no quisiste!», bien descubrió la antigua ley de la libertad humana; pues Dios hizo libre al hombre, el cual, así como desde el principio tuvo alma, también gozó de libertad, a fin de que libremente pudiese acoger la Palabra de Dios, sin que éste lo forzase. Dios, en efecto, jamás se impone a la fuerza, pues en él siempre está presente el buen consejo. Por eso concede el buen consejo a todos. Tanto a los seres humanos como a los ángeles otorgó el poder de elegir -pues también los ángeles usan su razón-, a fin de que quienes le obedecen conserven para siempre este bien como un don de Dios que ellos custodian. En cambio no se hallará ese bien en quienes le desobedecen, y por ello recibirán el justo castigo; porque Dios ciertamente les ofreció benignamente este bien, mas ellos ni se preocuparon por conservarlo ni lo tuvieron por valioso, sino que despreciaron la bondad suprema. Así pues, al abandonar este bien y hasta cierto punto rechazarlo, con razón serán reos del justo juicio de Dios, de lo que el Apóstol Pablo da testimonio en su Carta a los Romanos: «¿Acaso desprecias las riquezas de su bondad, paciencia y generosidad, ignorando que la bondad de Dios te impulsa a arrepentirte? Por la dureza e impenitencia de tu corazón amontonas tú mismo la ira para el día de la cólera, cuando se revelará el justo juicio de Dios». En cambio, dice: «Gloria y honor para quien obra el bien». 37,2. Si, en efecto, unos seres humanos fueran malos por naturaleza y otros por naturaleza buenos, ni éstos serían dignos de alabanza por ser buenos, ni aquéllos condenables, porque así habrían sido hechos. Pero, como todos son de la misma naturaleza, capaces de conservar y hacer el bien, y también capaces para perderlo y no obrarlo, con justicia los seres sensatos (¡cuánto más Dios!) alaban a los segundos y dan testimonio de que han decidido de manera justa y han perseverado en el bien; en cambio reprueban a los primeros y los condenan rectamente por haber rechazado el bien y la justicia.

37,3. […] Todos los textos semejantes a éstos, que nos muestran al ser humano como libre y capaz de tomar decisiones, nos enseñan cómo Dios nos aconseja exhortándonos a obedecerle y apartarnos de la infidelidad, pero sin imponerse por la fuerza. 37,4. Incluso el Evangelio: si alguien no quiere seguirlo, le es posible, aunque no le conviene; porque desobedecer a Dios y perder el bien está en nuestras manos, pero hacerlo lesiona al ser humano y le causa serio daño. Por eso dice Pablo: «Todo es posible hacer, pero no todo conviene». Por una parte muestra la libertad del ser humano, por la cual éste puede hacer lo que quiera, pues ni Dios lo fuerza a lo contrario; pero añade «no todo conviene», a fin de que no abusemos de la libertad para enmascarar la malicia: eso no  es conveniente. […] Mas si no estuviese bajo nuestro arbitrio hacer estas cosas o evitarlas, ¿qué motivo habría tenido el Apóstol, y antes el mismo Señor, de aconsejar hacer unas cosas y abstenerse de otras? Pero, como desde el principio el ser humano fue dotado del libre arbitrio, Dios, a cuya imagen fue hecho, siempre le ha dado el consejo de perseverar en el bien, que se perfecciona por la obediencia a Dios. 37,5. Y no sólo en cuanto a las obras, sino también en cuanto a la fe, el Señor ha respetado la libertad y el libre arbitrio del hombre, cuando dijo: «Que se haga conforme a tu fe». Esto muestra que el ser humano tiene su propia fe, porque también tiene su libre arbitrio. Y también: «Todo es posible al que cree». Y: «Vete, que te suceda según tu fe». Todos los textos semejantes prueban que el ser humano tiene libertad para creer. Por eso «el que cree tiene la vida eterna, mas el que no cree en el Hijo no tiene la vida eterna, sino que la cólera de Dios permanece en él». Por este motivo el Señor mostró que el ser humano tiene su bien propio, que es su arbitrio y su libertad, como dijo a Jerusalén: «¡Cuántas veces quise recoger a tus hijos como la gallina bajo sus alas, pero no quisiste! He aquí que tu casa quedará desierta».    [Ireneo de Lyon.  Contra las Herejías IV,37,1-5]

“26.2 […] Pues él mismo [Satanás] no se atreve a blasfemar abiertamente contra su Señor, sino que desde el principio sedujo al hombre por medio de la serpiente, escondiéndose del Señor. Bien escribió Justino que antes de la venida del Señor, Satanás nunca se había atrevido a blasfemar contra Dios, pues ignoraba sobre su condenación, ya que los profetas habían hablado de él en parábolas y alegorías. En cambio, una vez que vino el Señor, por las palabras de Cristo y de los Apóstoles supo claramente que, por haberse separado de Dios por su propia voluntad, ha sido preparado para él el fuego eterno (Mt 25,41), así como para todos los que sin arrepentirse perseveran en la apostasía. Por medio de estos hombres blasfema contra el Señor su juez, como un condenado, e imputa a su Creador el pecado de su apostasía, y no a su decisión propia. Se parece a los que delinquen contra la ley y por eso reciben un castigo: se quejan de los jueces y no de su propia culpa. De modo semejante éstos, inspirados por el espíritu del diablo, acusan de muchas maneras a nuestro Creador que nos dio el Espíritu de vida y una ley para el bien de todos, y pretenden que el juicio de Dios no es justo. Por ese motivo inventan otro Padre que ni se preocupa de nosotros ni es providente en cuanto necesitamos, el cual incluso aprobaría todos los pecados.”    [IRENEO, de Lyon. Adv. Haer. Contra los herejes V,3,3]

“27.1. […] El Verbo vino para ruina y resurrección de muchos (Lc 2,34): para ruina de quienes no creen en él, los cuales en el juicio sufrirán una condena mayor que Sodoma y Gomorra (Lc 10,12); y para resurrección de quienes creen en él y cumplen la voluntad de su Padre que está en los cielos (Mt 7,21). Por consiguiente, si la venida del Hijo será igual para todos, a fin de juzgar y discernir por parejo a fieles e incrédulos -pues según su propia doctrina los fieles hacen su voluntad, y según su propia palabra los indóciles, confiados en su propia gnosis, no se acercan a su enseñanza-, es evidente que su Padre ha creado a todos por igual, ha dado a cada uno su propia capacidad de pensar y decidir libremente, ve todas las cosas y provee en favor de todos, «haciendo salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45).

27,2. A todos aquellos que guardan su amor, les ofrece su comunión. Y la comunión con Dios es vida, luz y goce de todos sus bienes. En cambio, según su misma palabra, a todos aquellos que se separan de él, los condena a la separación que ellos mismos han elegido. La separación de Dios es muerte, renuncia a la luz, tinieblas. La separación de Dios es pérdida de todos los bienes divinos. Por eso, quienes por la apostasía han perdido esas cosas, malogrados todos los bienes, viven en el castigo. No que Dios por sí mismo haya planeado castigarlos, sino que a ellos se les echa encima el sufrimiento de haberse separado por sí mismos de todos los bienes. Mas los bienes divinos son eternos y no tienen fin, por eso también es sin fin su pérdida. Es como la luz, que no tiene fin; pero a quienes se ciegan a sí mismos o a quienes otros privan definitivamente de la luz, para siempre les falta el gozo de la luz: no es que la luz los castigue con la ceguera, sino que su misma ceguera les produce el sufrimiento. Por eso decía el Señor: «Quien cree en mí no será juzgado»; es decir, no será separado de Dios, pues está unido a él por la fe. «Mas quien no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios», pues de este modo él mismo se ha separado de Dios, por decisión propia. «Este es el juicio: que la luz vino a este mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Todo el que hace el mal odia la luz y no se acerca a ella, para que no se vean sus obras. Quien obra la verdad viene a la luz, para que se manifiesten sus obras, que él ha hecho en Dios» (Jn 3,18-21).

28,1. En este mundo unos se acercan a la luz y se unen a Dios por la fe. Otros, en cambio, se apartan de la luz y se alejan de Dios. Por eso vino el Verbo de Dios para asignar a cada cual su propia morada: a quienes están en la luz, para que gocen de ella y de todos los bienes; a quienes viven en las tinieblas, para que les toque el sufrimiento que brota de ellas. Es el motivo por el cual a los que están a su derecha los declara llamados a poseer el Reino del Padre; en cambio a los de su izquierda les dice que irán al fuego eterno (Mt 25,34.41); pues cada uno de éstos se ha privado de todos los bienes.

28,2. Por este motivo dice el Apóstol: «Como no acogieron el amor de Dios para salvarse, por eso Dios les envió un Poder del error, a fin de que sean juzgados cuantos no creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad» (2 Tes 2,10-12)… Dios, por su parte, según su presciencia sabe de antemano todas las cosas, y a su debido tiempo enviará a quien debe cumplir estas cosas «para que crean en la falsedad y se condenen todos aquellos que no creyeron en la verdad, sino que se entregaron a la maldad»   [IRENEO, de Lyon. Adv. Haer. Contra los herejes, V, 3,3]

 

Recopilación de textos: Gabriel Edgardo Llugdar. Para ver la primera parte de esta serie, clic aquí: https://diariosdelaiglesia.wordpress.com/2018/07/24/la-presciencia-y-la-predestinacion-en-los-padres-de-la-iglesia-ireneo-de-lyon/

La formación del canon bíblico según judíos, católicos y protestantes

Por Jean-Louis Ska, profesor de Antiguo Testamento en el Instituto Bíblico de Roma. Estudioso de la historia de la redacción del Pentateuco, es uno de los más reconocidos especialistas francófonos en el análisis narrativo de los relatos bíblicos.

«Lamentablemente, existe una cierta confusión en los debates sobre el canon bíblico. La palabra «canon» puede tener, en efecto, al menos dos significados diferentes:
   1) «Canon» significa «regla», «principio», «ley», «cuerpo de leyes» promulgado por una autoridad competente y aceptado como vinculante.
   2) En un segundo sentido, «canon» designa una lista oficial de libros reconocidos como autoridad fundamental para definir la identidad de la comunidad que los utiliza. Esta lista cerrada y definitiva constituye la Biblia auténtica para toda comunidad que reconoce en ella una autoridad vinculante en materia de doctrina y de comportamiento.

Cuando hablo del «canon» de la Biblia, uso el término en esta segunda acepción. El número de los libros que forman parte de la Biblia es fijo, como en todo canon literario. Además, este canon no es susceptible de cambio, porque se ha fijado de una vez para siempre. Alguien podría pensar que esta fue la situación del canon bíblico desde el comienzo, o casi, pero no es en modo alguno así. En el mundo cristiano, especialmente en el católico romano, el canon definitivo de la Escritura se fijó solamente en el Concilio de Trento (año 1546). Si bien es cierto que La primera lista oficial y completa de los libros que forman parte del canon que ha llegado hasta nosotros es la del Concilio de Cartago del año 397.

1. Los diversos cánones

Cada comunidad tiene su canon. El canon hebreo contiene, obviamente, solo aquello que para los cristianos se llama «Antiguo Testamento» y que los judíos llaman Tanak, un acrónimo formado por las primeras tres sílabas de tres palabras hebreas que designan las tres partes de la Biblia: Torá («Ley), Nebî’îm («Profetas») y Ketūbîm («Escritos»), 39 libros, todos escritos en hebreo o parcialmente en arameo.

El canon de los protestantes es más breve que el canon católico, porque contiene solamente treinta y nueve libros. En un empeño típico del Renacimiento, los protestantes quisieron regresar a la veritas hebraica, y, por esta razón, excluyeron del canon algunos libros del Antiguo Testamento que existen solamente en versión griega. En este aspecto, el Antiguo Testamento de los protestantes es idéntico al de los judíos. Solo divergen en el orden de los libros.

Los siete libros excluidos por los judíos y los protestantes son llamados deuterocanónicos [Palabra griega que significa «pertenecientes a un segundo canon»] por los católicos y apócrifos [«Apócrifo» significa en griego: «oculto», «secreto». Posteriormente, la palabra llegó a significar «inauténtico», «espurio», «falso»] por los protestantes. Se trata de los siguientes libros: Tobías, Judit, Sabiduría, Sirácida (Eclesiástico o Sirac), Baruc (más la Carta de Jeremías), 1 y 2 Macabeos, y las partes de Ester y de Daniel escritas en griego y presentes en la traducción griega de la Biblia llamada Setenta (LXX – Septuaginta) [El nombre «Setenta» procede de la llamada Carta de Aristeas. Esta carta contiene un relato legendario sobre el origen de la traducción griega de la Biblia en Alejandría, Egipto. El rey Tolomeo pidió traducir la Biblia para su biblioteca. Setenta traductores tradujeron toda la Biblia en setenta días, cada uno independientemente, pero, al acabar el trabajo, para asombro general, las setenta traducciones coincidían hasta en los detalles más pequeños].

El canon católico es más largo, con cuarenta y seis libros. El canon ortodoxo plantea un problema particular, porque ha fluctuado durante mucho tiempo. Después de la Reforma protestante, se produjo una tendencia a adoptar el canon breve del Antiguo Testamento, que es el de la Biblia hebrea. Por otra parte, los ortodoxos han seguido usando en su liturgia algunos libros excluidos del canon católico, como, por ejemplo, 2 Esdras o 3 Macabeos, a menudo llamados pseudoepigráficos. Aunque el hecho parezca curioso, las Iglesias ortodoxas no han tomado aún formalmente una decisión definitiva al respecto

2. El canon del Antiguo Testamento

Continúa siendo algo muy difícil determinar cuáles son los libros o los escritos más antiguos de la Biblia hebrea. Los especialistas debaten mucho sobre la datación porque no existen criterios seguros al respecto. En general, se recurre a criterios lingüísticos, al tipo de argumento tratado, a las ideas particulares y típicas de ciertas épocas a indicaciones internas como referencias a acontecimientos contemporáneos. Por cuanto concierne a este último criterio, se cita a menudo un texto del profeta Amós que menciona un «terremoto» (Am 1,1). Las profecías de Amós habrían sido pronunciadas «dos años antes del terremoto», que se produjo, según los especialistas, en torno al 760 a.C. (cf. Am 9,1; Zac 14,5). Por otra parte, el problema de la datación se complica mucho para la gran mayoría de los libros bíblicos porque fueron reelaborados varias veces en diversas épocas. Raramente tenemos a disposición el texto original y con mayor frecuencia poseemos sucesivas ediciones revisadas en las que se han combinado diversas fuentes y a menudo se encuentran interpoladas adiciones más tardías. Actualmente se piensa que las partes más antiguas de la Biblia hebrea difícilmente puedan remontarse a una época anterior al siglo VIII a.C. o, quizá, a la segunda parte del siglo IX. Solo en esta época existían en Israel las condiciones económicas y culturales necesarias para desarrollar una cultura de la escritura. No tenemos testimonios seguros de la existencia de una clase de escribas en las cortes reales de épocas anteriores ni contamos con materiales epigráficos.

El Segundo libro de los Macabeos (2 Mac 2,13), escrito hacia el 160 a.C., dice: «Además de estas cosas, en los documentos y en las memorias de Nehemías se narraba también cómo él, fundada una biblioteca, reunió los libros relativos a los reyes y los profetas, los escritos de David y las cartas de los reyes con respecto a las oblaciones votivas». Según este texto, Nehemías, que reconstruyó las murallas de Jerusalén después del exilio, hacia el 445 a.C., habría fundado también una biblioteca que contenía dos tipos de libros: crónicas sobre los reyes y los profetas, y textos legislativos de los reyes sobre el culto, en particular sobre ciertos tipos de oblaciones que había que ofrecer en el templo. Extrañamente, no se menciona de forma explícita la Ley de Moisés.

La Biblia hebrea existía antes de los manuscritos de Qumrán, redactados como mucho entre el 150 a.C., fecha de la fundación de la comunidad, y el 68 d.C., año de su destrucción. En Qumrán se han encontrado fragmentos más o menos importantes, en algunos casos rollos prácticamente enteros, de casi todos los libros del canon hebreo de la Biblia, excepto Ester. Este libro, en su versión hebrea más breve, es una obra completamente profana que no cita nunca el nombre de Dios. Además, el libro sirve, en la tradición judía, para legitimar una fiesta llamada en hebreo Purîm, que se corresponde con nuestro carnaval (cf. Est 9,20-32). Es probable que la rigurosa secta de los esenios no estuviera muy interesada en esta celebración. Por último, la biblioteca de Qumrán contenía copias de un cierto número de libros no canónicos, como los de los Jubileos y Henoc, como también diversos escritos de la misma secta. No hay indicios que permitan decir que los esenios de Qumrán hicieran diferencias esenciales entre estos escritos. Regía ciertamente un principio de selección, pero no puede hablarse de un canon cerrado en el sentido estricto de la palabra.

Las alusiones a la Escritura en los evangelios y en el resto del Nuevo Testamento son numerosas, pero remiten casi siempre a las primeras dos partes de la Biblia, es decir, a la ley y los profetas. En un solo texto del evangelio encontramos una expresión que alude a una posible división tripartita de la Biblia. Se trata de Lucas 24,44, donde Cristo resucitado explica a los discípulos reunidos «todo aquello que está escrito [sobre él] en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos».

El Nuevo Testamento, por tanto, conoce ciertamente una «Biblia» que contiene la Ley de Moisés (el Pentateuco) y una serie de libros proféticos, pero también el libro de los Salmos y otros diversos libros, una parte importante de los Escritos. No se sabe, sin embargo, con exactitud qué libros pertenecen a estas tres categorías. El Nuevo Testamento cita numerosos libros «canónicos» del futuro canon hebreo, pero también libros deuterocanónicos como Sirácida (Eclesiástico o Sirac), Sabiduría, 1-2 Macabeos, Tobías, e incluso escritos no canónicos, escritos probablemente populares en aquel tiempo y considerados como «autorizados» o «clásicos», como los Salmos de Salomón, 1-2 Esdras, 4 Macabeos, la Asunción de Moisés y Henoc. Es evidente que el canon de las Escrituras no se había fijado aún en la época de la redacción del Nuevo Testamento. Existen una serie de libros conocidos, cuya autoridad no se discute, pero las fronteras entre libros «canónicos» y libros «no canónicos» son todavía flexibles.

En los tratados del comentario jurídico de la Biblia hecho por los judíos en Babilonia y en Israel en el siglo IV d.C., (el Talmud) hay algunas menciones de los «Escritos». Otros tratados critican el libro del profeta Ezequiel, porque contiene instrucciones no conformes con las leyes del Pentateuco. Ya en esta época, por tanto, los rabinos confrontaban las diversas partes de la Biblia de las que disponían, en particular la ley y los profetas, dando precedencia a la ley.
Sin embargo, el canon no estaba aún establecido. El orden de los libros era todavía flexible y seguía discutiéndose la oportunidad de integrar algunos libros, como Proverbios, Eclesiastés, Ester y el Cantar de los Cantares. Ester y el Cantar no hablan casi nunca de Dios. El Cantar contiene cantos de amor profano y el libro de Eclesiastés es una larga meditación sobre la vanidad de las cosas que parece de vez en cuando impío e insolente. Los especialistas distinguen, sin embargo, entre las discusiones «doctas», que se desarrollan en los círculos restringidos de las escuelas rabínicas, y la recepción de los libros bíblicos en las comunidades de los fieles. Los debates atestiguan, según ellos, que los libros estaban en realidad ampliamente difundidos y aceptados en el mundo judío. De no ser así, los rabinos no habrían discutido sobre su «canonicidad», o, para ser más precisos, su carácter «sagrado» o «inspirado».

Los judíos hablan largo y tendido sobre los libros que deben admitirse en el canon, pero durante mucho tiempo no dicen nada, o casi nada, sobre los libros que deberían excluirse. De ahí que los especialistas afirmen que el canon no estaba aún totalmente cerrado en la época del Nuevo Testamento y que hay que esperar a comienzos del siglo III d.C. para llegar a decisiones claras al respecto. Tenemos una confirmación de este hecho en el Talmud, redactado a partir del siglo IV d.C. El cristianismo, por consiguiente, no recibió del judaísmo un «canon» ya fijado.

4. Canon breve y canon largo

Hemos visto hasta ahora que las discusiones sobre el canon se prolongan por mucho tiempo dentro del judaísmo, al menos hasta el siglo III, y tal vez incluso hasta el IV. Lo mismo cabe decir con respecto al cristianismo. En efecto, algunos personajes autoritativos preferían el canon breve (hebreo) al más largo que encontramos en los manuscritos de la traducción griega de los LXX. Entre los partidarios del canon breve (hebreo) encontramos algunos nombres famosos, como Melitón de Sardes, Orígenes, Cirilo de Jerusalén, Atanasio, Gregorio Nazianceno, Gregorio de Nisa, Epifanio, Rufino de Aquilea, Jerónimo, Gregorio Magno, Juan Damasceno, etc.

5. La formación del canon hebreo «breve»

Cuando se habla de la formación del canon hebreo de la Biblia es inevitable hablar de la academia de Yamnia o incluso del denominado «concilio de Yamnia». Las teorías al respecto son, no obstante, bastante divergentes. ¿De qué se trata? Yamnia es una pequeña localidad costera cercana al actual Tel Aviv, donde el famoso rabino Yohanan ben Zakkai decidió fundar una academia después de la destrucción de Jerusalén por el ejército romano en el 70 d.C. En aquel momento, Israel perdió por segunda vez el templo, uno de los símbolos más importantes de su identidad religiosa y nacional. Jerusalén misma había sido también destruida una segunda vez. Los judíos decidieron entonces que el único modo de sobrevivir a las crueles vicisitudes de la historia era la fidelidad a la Torá (Ley). El «libro» asumió, por consiguiente, el lugar del templo.

Yohanan ben Zakkai era un fariseo, y, por tanto, aceptaba entre los libros inspirados no solo la Torá, sino también los profetas anteriores y posteriores, y una serie de «escritos». Los fariseos, en contra de lo que se piensa, eran «progresistas» que procedían, en general, de las clases menos acomodadas de la población. Estaban más volcados hacia el futuro que hacia el pasado; eran también más abiertos que otros grupos, como el de los saduceos, miembros de las grandes familias sacerdotales de Jerusalén, a pesar de que la imagen un tanto caricaturesca que trazan los evangelios dé a menudo una impresión diversa. Por cuanto concierne al «canon», los fariseos afirmaban la existencia de una «ley oral» junto a la «Ley escrita», ley oral que se remontaba al mismo Moisés y que permitía adaptar la ley escrita a las circunstancias nuevas. Con toda probabilidad, ubicaban el origen de esta tradición oral en los libros proféticos y en los Escritos, y, por esta razón, los consideraban «inspirados». Además, el interés por cumplir la ley que, para los fariseos, era más importante que el culto, estaba confirmado por varios textos proféticos y por algunos textos sapienciales (cf., por ejemplo, Sal 1 y 119). 

La academia de Yamnia, por regresar a nuestro tema, se preocupó mucho del futuro de la comunidad judía. A menudo se habla al respecto de un «concilio de Yamnia», que tuvo lugar, quizá, hacia el 90 d.C. Las noticias sobre este supuesto «concilio», sin embargo, son escasas. Sería incluso mejor evitar hablar de un «concilio», porque las decisiones tomadas no tuvieron, en modo alguno, la fuerza de los decretos de un concilio similar a los organizados por las Iglesias cristianas.
La academia se estableció a continuación en Galilea, primero en Séforis, cerca de Nazaret, y luego en Tiberíades, después de la segunda revuelta de los judíos en el 131-135 d.C. y la segunda captura de Jerusalén por los romanos durante el reinado del emperador Adriano. Los judíos, en este período dramático, insisten mucho en la importancia de la ley y tienden a omitir un gran número de libros apocalípticos porque se habían convertido en peligrosos, especialmente después de las fallidas revueltas del 66-70 y del 131-135 d.C. Por otro lado, puede observarse una tendencia a no tomar en consideración los libros escritos después de Esdras o tras la reforma atribuida a él. Muchos de los escritos aceptados por los cristianos son, en cambio, posteriores a la presunta reforma de Esdras (entre el 450 y el 400 a.C.). No obstante, la fecha exacta importa poco. Resulta bastante claro que los judíos ven en los libros de Esdras y Nehemías una anticipación y una legitimación de su propia actividad.

El único libro posterior a Esdras que entró en el canon hebreo fue el de Daniel. Se escribió, probablemente, en arameo en una composición breve y posteriormente fue completado con una introducción y algunos capítulos conclusivos en hebreo. La razón de su inclusión no es totalmente clara. No obstante, parece que el libro, que describe sobre todo las condiciones de los judíos durante el exilio, fue considerado como una obra perteneciente a este período. Además, el libro contiene muchos relatos que no podían sino alentar a los judíos a permanecer fieles a la fe de sus antepasados, como, por ejemplo, el famoso episodio de los tres jóvenes arrojados al horno porque se oponían a adorar la escultura de oro de una divinidad pagana y que fueron salvados milagrosamente (Dn 3). Se trata, por consiguiente, de un libro particularmente adecuado para la situación de los judíos dispersados tras la caída de Jerusalén en el 70 d.C.

Debemos añadir, no obstante, que es necesario ser cautos en cuanto concierne a la formación del canon hebreo. Las comunidades judías y sus responsables incluían libros y excluían otros, por lo que carecemos de elementos seguros para poder decir que el canon breve de la Biblia hebrea hubiera sido fijado antes del siglo IV d.C.

7. Origen del canon largo de los cristianos

Una de las razones principales por las que los cristianos eligieron el canon más largo debe buscarse en la voluntad de mostrar el vínculo estrecho entre lo que rápidamente se convirtió para ellos en el Antiguo Testamento y los escritos del Nuevo Testamento. El vínculo estrecho entre Antiguo y Nuevo Testamento se traduce, en parte, en la voluntad de prolongar la historia de Israel hasta el nacimiento del cristianismo. Este motivo permite explicar, por ejemplo, la presencia, en el canon cristiano (de la iglesia primitiva) de libros como Tobías, Judit, 1-2 Macabeos, que crean un «puente» narrativo entre la reconstrucción del templo y la reforma de Esdras, por una parte, y el nacimiento de Jesucristo, por otra. Los libros sapienciales, como los del Sirácida ( Sirac) o de la Sabiduría, son de composición reciente. Integrarlos en el canon equivalía a afirmar que la inspiración no se había detenido con la reforma de Esdras, como aseveraban los judíos. Finalmente, debe recordarse que la Biblia usada por los cristianos fue, en la mayoría de las comunidades de la diáspora, la versión griega de los LXX (que contenía los deuterocanónicos). En las discusiones sobre el mesianismo y sobre el cumplimiento de las Escrituras en la persona y en la misión de Jesucristo, los cristianos partían del Antiguo Testamento a su disposición. Los judíos, en cambio, argumentaban a partir del texto hebreo y afirmaban vehementemente el valor superior de este sobre la traducción griega. Aceptar en el canon libros escritos en griego habría parecido una traición a la fe de los antepasados hebreos y una apertura indebida al mundo helenístico y pagano, aun cuando los judíos de aquella época no hablaran ya en hebreo, sino en arameo. Las polémicas entre judíos y cristianos durante los dos primeros siglos podrían explicar bastante bien algunas elecciones «tácticas» por una parte y por otra con respecto al canon. Dicho brevemente, los judíos preferían un canon no abierto hacia una futuro «cristiano», sino centrado en la fidelidad a un ideal de práctica de la ley que se remontaba a la reforma de Esdras.

8. El canon «breve» de las Iglesias protestantes

El canon más breve de las Iglesias protestantes se corresponde, por cuanto concierne a los libros del Antiguo Testamento, con el canon «breve» de la Biblia hebrea. Por consiguiente, se excluyen los libros deuterocanónicos, llamados «apócrifos» por los protestantes, libros escritos en griego o transmitido solo en la versión griega. Los motivos de esta exclusión son varios. Uno de ellos, no obstante, está claramente vinculado al espíritu del tiempo, es decir, al espíritu del Renacimiento. El humanismo renacentista quería ser, en gran medida, un retorno a los «orígenes», y, sobre todo, a la Antigüedad, previa a la Edad Media. Por esta razón, los humanistas quisieron encontrar la Biblia en su texto original y no más en las traducciones latinas, en particular la llamada Vulgata, obra de san Jerónimo, y excluyeron de su canon los libros no «originales», porque no estaban escritos en hebreo, sino en griego.
La razón de la exclusión es, por consiguiente, de tipo «literario» más bien que «doctrinal». Para los protestantes se trataba de recuperar la «Biblia auténtica» y «original», y abandonar la latina favorecida por toda la «tradición» medieval. De este modo, el lema de las Iglesias protestantes sola scriptura llegó a significar, por cuanto concierne al Antiguo Testamento, sola scriptura hebraica. En pocos casos añadieron los protestantes otros argumentos para justificar su elección. Por ejemplo, los libros de Judit y el Segundo libro de los Macabeos fueron criticados porque no eran «históricos». Actualmente se admite que muchos otros libros del canon no son «históricos», en el sentido actual de la palabra. Además, los católicos se apoyaban en 2 Mac 12,44-45 para justificar su doctrina del purgatorio. Hoy día se reconoce la dificultad de encontrar una justificación bíblica convincente de esta doctrina.

Diferencias entre la Tanak hebrea y el A.T. católico y protestante

 

9. De un Testamento al otro

Las Biblias cristianas eligieron organizar los libros en un orden diverso del de las Biblias hebreas.

La Biblia cristiana trata de resaltar, en lo posible, el vínculo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. También el modo de organizar los libros históricos, especialmente en la Biblias católicas, tiene como finalidad unir Antiguo y Nuevo Testamento en una historia en la que el Nuevo Testamento es el «cumplimiento» de lo que fue prometido y prefigurado en el Antiguo.

El canon más breve de las Iglesias protestantes podría tener como motivo adicional hacer más clara la separación entre Antiguo y Nuevo Testamento, porque el primero contiene ante todo la «Ley», mientras que el segundo proclama el evangelio que libera de esta Ley. La voluntad de oposición predomina sobre la idea de continuidad.

La versión griega de los LXX se distingue de las ediciones comunes de la Biblia porque coloca al final del Antiguo Testamento los doce profetas menores y después los cuatro mayores, es decir, Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. El último de los profetas es Daniel, con toda probabilidad porque contiene la famosa profecía del Hijo del hombre (Dn 7), aplicada a Jesucristo en el Nuevo Testamento.

Resumiendo. La organización y el orden de los libros en las diversas Biblias tienen un significado bien claro. En el mundo judío, la Biblia (Tanak) se centra en la Torá (Ley) y en el retorno a la ciudad de Jerusalén. En el mundo cristiano, en cambio, el Antiguo Testamento es más bien considerado como preparación de un evento, el que será descrito y explicado en el Nuevo.

Todos los textos anteriores han sido extraídos del libro:

Juan Crisóstomo: La Gracia y la Responsabilidad del Hombre

Juan de Antioquía (344-407), fue obispo de Constantinopla y recibió el sobrenombre de Crisóstomo (Boca de Oro) por su gran elocuencia. Es considerado uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia de Oriente. Los siguientes textos son extraídos de sus enseñanzas (catequesis) para los nuevos bautizados.

4. Di, pues, continuamente: “Renuncio a ti, Satanás” [1]: nada más seguro que esta palabra, si la demostramos por medio de las obras. 5. Esta palabra la considero digna de que la aprendáis también vosotros, los que estáis a punto de ser iniciados en los misterios, porque esta palabra es un pacto con el Señor. Y de igual modo que nosotros, al comprar esclavos, antes que nada preguntamos a los mismos que nos son vendidos si quieren ser esclavos nuestros, así también procede Cristo: cuando va a tomarte a su servicio, primero pregunta si quieres abandonar a aquel amo inhumano y cruel, y te acepta el pacto: su señorío, en efecto, no es forzado.

Y mira la bondad de Dios: nosotros, antes de pagar el precio, preguntamos a los que son vendidos y, cuando ya nos hemos informado de que sí quieren, entonces abonamos el precio; Cristo en cambio no obra así, al contrario, pagó ya el precio por nosotros: su preciosa sangre: Por precio fuisteis comprados, dice efectivamente. Y sin embargo, ni aun así fuerza a los que no quieren servirle, antes bien, dice: “Si no te sientes agradecido ni quieres tampoco por tu propia iniciativa y voluntariamente inscribirte en mi dominio, yo no te obligaré ni te forzaré”.

Por otra parte, nosotros no elegiríamos comprar esclavos malos, y si alguna vez lo elegimos, los compramos por una mala elección y pagamos el precio correspondiente. Cristo en cambio, a pesar de comprar unos siervos ingratos e inicuos, pagó el precio de un esclavo de primera calidad, más aún, un precio mucho mayor, tan mayor que ni la palabra ni el pensamiento pueden mostrar su grandeza, pues, en efecto, Él no nos compró dando el cielo, la tierra y el mar, sino pagando de lo que es más precioso que todas estas cosas: su propia sangre. Y después de todo esto, no nos exige testigos ni documento escrito, sino que se da por contento con sólo tu voz, e incluso si dices mentalmente: “Renuncio a ti, Satanás”, y a tu pompa”, todo lo acepta. Digamos, pues, esto: “Renuncio a ti, Satanás”, como quienes han de dar aquel día razón y cuenta de esta palabra, y guardémosla para que entonces podamos devolver sano y salvo este depósito. [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Primera Catequesis 4-5]   [1]. “¡Renuncio a ti, Satanás, y a tu pompa y a tu culto, y me adhiero a ti, oh Cristo!” Fórmula confesional del catecúmeno en el bautismo de la Iglesia Primitiva.

“Acuérdate, pues, de estas palabras: “Renuncio a ti, Satanás; me adhiero a ti, Cristo”: ellas son los pactos hechos con el esposo. Efectivamente, lo mismo que en las bodas es necesario cumplimentar los documentos referentes a los regalos nupciales y a la dote, así también ocurre ahora antes de las nupcias. Te encontró desnuda, pobre y fea, y no pasó de largo: únicamente necesita de tu consentimiento. Así, pues, tú, en vez de la dote, ofrece estas palabras, que Cristo las tendrá por riqueza inmensa, con tal que tú las cumplas en todo: su riqueza es, efectivamente, la salvación de nuestras almas. Escucha cómo lo dice Pablo: Porque rico es para con todos los que le invocan.”    [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Cuarta Catequesis 6]

“Efectivamente, la fealdad natural del cuerpo nunca podría cambiarse en belleza, pues el Señor dispuso que lo natural fuese inamovible e inmutable. En cambio, por lo que hace al alma, esa mutación es factible, incluso muy fácil. ¿Cómo y por qué? Porque en todo depende de la libre elección, y no de la naturaleza, y por eso es posible que incluso el alma más disforme y sumamente fea, si con todas sus fuerzas quiere cambiar, vuelva a alcanzar la cima de la belleza y ser de nuevo hermosa y bella, lo mismo que, si se abandona, puede hundirse otra vez en la fealdad más extrema”.   [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Quinta Catequesis 10]

“14. Por consiguiente, si en el campo de las realidades sensibles el matrimonio es un misterio, y un gran misterio, ¿qué podría decirse que fuera digno de este matrimonio espiritual? Por lo demás, mira exactamente como, por ser todo esto de índole espiritual, los hechos ocurren al revés que en las realidades sensibles. Efectivamente, en el matrimonio carnal, a nadie se le ocurriría aceptar el tomar una mujer sin antes haberse afanado en indagar sobre su belleza y la lozanía de su cuerpo, y no sólo eso, sino también, y antes que nada, sobre el buen estado de su fortuna. 15. Aquí, en cambio, nada de eso. ¿Por qué? Porque lo que se realiza es de índole espiritual, y nuestro esposo se apresura a salvar nuestras almas empujado por su bondad. Efectivamente, aunque uno sea disforme y horriblemente feo, aunque sea pobre de solemnidad y de bajo nacimiento, aunque sea un esclavo, un desecho y un tarado corporal, y aunque uno ande abrumado con fardos de pecados, Él no se detiene en sutilezas, ni indaga, ni pide cuentas. Es un don gratuito, es generosidad, es gracia soberana, y de nosotros solamente pide una cosa: el olvido del pasado y la buena disposición en lo por venir.”    [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Quinta Catequesis 14-15]

“…así sabréis que no hay pecado tan grande que pueda vencer a la generosidad del Señor. Al contrario, ya puede uno ser un lujurioso, un adúltero, un afeminado, un invertido, un prostituido, un ladrón, un avaro, un borracho o un idólatra: el poder del don y la bondad del Señor son tan grandes, que pueden hacer desaparecer todo eso y volver más resplandeciente que los rayos del sol al que muestra un mínimo de buena voluntad.”    [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Quinta Catequesis 25]

27. ¿Visteis mayor sobreabundancia de bondad? ¿Veis la generosidad de la llamada? Acercaos a mí -dice- todos los que estáis cansados y abrumados: ¡Amorosa la llamada! ¡Inefable la bondad! Acercaos a mí todos: no solamente los que mandan, sino también los mandados; no solamente los libres sino también los esclavos; no solamente los hombres, sino también las mujeres; no solamente los jóvenes, sino también los ancianos; no solamente los de cuerpo sano, sino también los lisiados y tullidos, todos -dice- acercaos. Tales son, efectivamente, los dones del Señor: no conoce diferencia entre esclavo y libre, ni entre rico y pobre, sino que toda esta desigualdad está desechada: Acercaos -dice- todos los que estáis cansados y abrumados. 28. Mira a quienes llama: a los que se han agotado por completo en las iniquidades, a los que están abrumados por los pecados, a los que ni siquiera pueden ya levantar la cabeza, a los que están muertos de vergüenza, a los que más privados están de confianza para hablar. ¿Y por qué los llama? No para pedirles cuentas, ni para establecer un tribunal. Entonces, ¿para qué? Para hacerles descansar de su fatiga, para quitarles su pesada carga. Y es que, ¿podría darse algo más pesado que el pecado? Éste, efectivamente, por más que tantas veces nosotros no lo sintamos o queramos ocultarlo al común de las gentes, es el que despierta contra nosotros al juez incorruptible que es nuestra conciencia, y ella, en perenne alerta, va haciendo que nuestro dolor sea continuo, como un verdugo que desgarra y ahoga a la mente, mostrando así la enormidad del pecado. “A los que están, pues, abrumados por el pecado -dice- y como doblegados por una carga, a éstos los aliviaré agraciándoles con el perdón de sus pecados. Únicamente, ¡acercaos a mí!”. ¿Quién será tan de piedra, quién tan empecinado que no obedezca a una llamada tan bondadosa?” [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Quinta Catequesis 26-28]

7.“También Pablo, el maestro del universo, que primero perseguía a la Iglesia y, circulando por todas partes, arrastraba a hombres y mujeres, y todo lo confundía y perturbaba con las muestras de su inmenso furor, en cuanto gustó de la bondad del Señor y, deslumbrado por la luz inteligible, se desprendió de las tinieblas del error y fue conducido de la mano a la verdad y por medio del bautismo se lavó de todos sus pecados cometidos anteriormente, al instante y sin dejarlo al azar, el que antes todo lo hacía en favor de los judíos y asolaba a la Iglesia, se puso a confundir a los judíos que habitaban en Damasco, proclamando que el crucificado es el Hijo de Dios en persona 8. ¿Has visto alma mejor dispuesta? ¿Ves cómo por medio de los hechos mismos nos muestra que también anteriormente había obrado por ignorancia? ¿Ves cómo por la experiencia misma de los hechos nos enseña a todos nosotros que con toda justicia se le consideró digno de la bondad de lo alto y se le introdujo de la mano en el camino de la verdad? Cuando Dios en su bondad ve, efectivamente, al alma bien dispuesta, pero extraviada por causa de la ignorancia, no la desprecia, ni la deja mucho tiempo sin su ayuda providente, al contrario, da pruebas de que aporta todo cuanto de Él depende, sin descuidar nada de cuanto pueda contribuir a nuestra salvación, con una sola condición: que nosotros mismos nos hagamos dignos de atraer con abundancia la gracia de lo alto, como hizo este bienaventurado Apóstol. 9. Efectivamente, como quiera que todo lo que hacía anteriormente lo hacía por ignorancia y, pensando que con su celo no hacía más que defender la Ley, se convertía en causa de perturbación y desorden para todos, en cuanto aprendió del mismo legislador que iba por camino contrario y que sin darse cuenta se estaba precipitando en los abismos, no lo retardó, no lo difirió, sino que inmediatamente, nada más iluminarle la luz inteligible, se constituyó en heraldo de la verdad, y los primeros que quiso conducir al camino de la piedad fueron aquellos mismos para quienes llevaba las cartas de parte de los sumos sacerdotes […] 10. […] ¿Ves qué cambio, querido? ¿Ves qué transformación la suya? ¿Ves cómo en cuanto gustó la generosidad de lo alto, él contribuyó largamente con cuanto estaba en su mano, a saber: el celo, el fervor, la fe, el valor, la paciencia, la nobleza de alma, la voluntad impávida? Por esta razón fue también considerado digno de mayor apoyo de arriba, y de ahí que, escribiendo, dijera: Yo he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo. 11. […] Efectivamente, si a pesar de no haber hecho todavía ni una sola obra buena, antes bien, estando cargados con tantos pecados, él, imitando su propia bondad, os consideró dignos de tan grandes dones -pues no solamente os libró de los pecados y os justificó con su gracia, sino que también os hizo santos y os dio la adopción filial-, pues se anticipó regalándoos tantos dones, con tal que vosotros os apresuréis, después de tantos dones, a contribuir con cuanto esté en vuestra mano, y junto con la guarda de lo ya recibido, demostréis rigor en la conducta, ¿cómo no vais a ser considerados dignos otra vez de mayor generosidad?”   [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Octava Catequesis 7-11]

“Efectivamente, si por medio de la práctica de las buenas obras nos esforzamos por hacer más resplandeciente la luz que hay en nosotros, quiero decir, la gracia del Espíritu, de modo que nunca la dejemos extinguirse, gozaremos de ese nombre a lo largo de todo el tiempo. Porque, lo mismo que es posible que el que ayuna, vela y demuestra una conducta digna sea perpetuamente un “nuevo iluminado”, así también, a su vez, es posible volverse indigno de este nombre con un solo día de negligencia. 21. Así el bienaventurado Pablo, puesto que por la gracia subsiguiente se atrajo un mayor apoyo de lo alto, permanecía constantemente en este resplandor y volvía más refulgente en él la luz de la virtud. En cambio, el Simón Mago aquel, después que, arrepentido, corrió hacia el don del bautismo y gozó de la gracia y de la generosidad del Señor, pero no contribuyó con una disposición digna, sino que demostró una gran negligencia, de repente se quedó privado de gracia tan grande, hasta el punto de recibir del primero de los apóstoles un consejo: curar por el arrepentimiento la enormidad de la falta; le dice, efectivamente: Arrepiéntete, pues, de esta maldad tuya, por si te es perdonado este pensamiento de tu corazón.”   [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Novena Catequesis 20-21]

24.Conscientes, pues, de que, después de la gracia de Dios, todo depende de nosotros y de nuestra diligencia, respondamos generosamente de lo que ya se nos ha dado, para hacernos dignos de dones aún mayores. Por eso os exhorto: vosotros, los que habéis sido recientemente considerados dignos del don divino, demostrad una gran circunspección, y conservad puro y sin mancha el vestido espiritual que se os ha entregado; nosotros, los que recibimos hace tiempo este don, demostremos un buen cambio de vida. Porque hay, sí, hay un regreso, si queremos, y es posible volver de nuevo a la antigua belleza y al prístino esplendor, con tal, únicamente, que nosotros contribuyamos con nuestra parte. 25. Efectivamente, en lo que atañe a la belleza corporal, es imposible que vuelva de nuevo a su mejor momento el semblante que, una vez por todas, se ha afeado, y que, por vejez, por enfermedad o por cualquier otra circunstancia corporal, ha perdido su antigua belleza. Es, en efecto, un accidente de la naturaleza, y por esta razón es imposible regresar al esplendor de la belleza primera. En cambio, respecto del alma, si nosotros queremos, sí que es posible, gracias a la inefable bondad de Dios, y así el alma que una vez se manchó y por la muchedumbre de los pecados se afeó y envileció, puede rápidamente regresar a su primera belleza, con tal que nosotros demostremos una intensa y rigurosa conversión.”    [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Novena Catequesis 24-25]

22. “Por otra parte, la mayor prueba de su sabiduría y de su inefable bondad es ésta: que el cuidado de lo más grande que hay en nosotros -del alma, quiero decir- nos lo encargó a nosotros, y así, con los hechos mismos, nos enseñó que nos ha creado libres y que ha dejado en poder nuestro y en nuestra voluntad el elegir la virtud y el fugarnos hacia el mal; en cambio, de todos los bienes corporales prometió que Él mismo proveería. Con esto quería también hacer cambiar a la naturaleza humana, con el fin de que ésta no confíe en su propia fuerza, ni crea que puede contribuir en algo al sostenimiento de la vida presente. […] 23. […] como si dijese: “Si me preocupo de los pájaros, aunque son irracionales, y tanto que les procuro todo, sin sembradura ni laboreo, con mucha más razón me preocuparé de vosotros, los racionales, si al elegir preferís los bienes espirituales a los carnales.”   [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Duodécima Catequesis 22-23]

Recopilación de textos Gabriel Edgardo LLugdar para Diarios de Avivamientos 2020

 

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Atanasio y la Expiación Ilimitada

“Atanasio de Alejandría (295-373), llamado también «el grande», es la gran figura de la Iglesia del siglo IV. Por su defensa de la fe de Nicea, en la divinidad del Verbo encarnado, se le ha llamado el «Padre de la ortodoxia» y la «columna de la Iglesia». Su influencia en la historia de la teología y en la vida de la Iglesia fue decisiva. Constituye el honor más preclaro de la sede patriarcal de Alejandría. Fue el tipo del verdadero «hombre de Iglesia», sin más intereses que los de Jesucristo y los de su plan de salvación sobre los hombres.» [ATANASIO, La Encarnación del Verbo. Ed. Ciudad Nueva, Introducción, p. 5]

 

Extractos de la obra de Atanasio La Encarnación del Verbo 

 

I. 7. Puesto que es el Verbo del Padre y está por encima de todos, consecuentemente solo él era capaz de recrear el universo y sólo él era apropiado para padecer por todos y ser mensajero de todos ante el Padre.

II. 8. Por esta razón el incorpóreo e incorruptible e inmaterial Verbo de Dios aparece en nuestra tierra; no es que antes hubiera estado alejado, pues ninguna parte de la creación estaba vacía de él, ya que él llena todos los seres operando en todos en unión con su Padre. Pero en su benevolencia hacia nosotros condescendió en venir y hacerse manifiesto. Pues vio el género racional destruido y que la muerte reinaba entre ellos con su corrupción; y vio también que la amenaza de la transgresión hacía prevalecer la corrupción sobre nosotros y que era absurdo abrogar la ley antes de cumplirla; y vio también qué impropio era lo que había ocurrido, porque lo que él mismo había creado, era lo que perecía; y vio también la excesiva maldad de los hombres, porque ellos poco a poco la habían acrecentado contra sí hasta hacerla intolerable; y vio también la dependencia de todos los hombres ante la muerte, se compadeció de nuestra raza y lamentó nuestra debilidad y, sometiéndose a nuestra corrupción, no toleró el dominio de la muerte, sino que, para que lo creado no se destruyera ni la obra del Padre entre los hombres resultara en vano, tomó para sí un cuerpo y éste no diferente del nuestro.

Y así, tomando un cuerpo semejante a los nuestros, puesto que todos estamos sujetos a la corrupción de la muerte, lo entregó por todos a la muerte, lo ofreció al Padre, y lo hizo de una manera benevolente, para que muriendo todos en él se aboliera la ley humana que hace referencia a la corrupción (porque se centraría su poder en el cuerpo del Señor y ya no tendría lugar en el cuerpo semejante de los hombres), para que, como los hombres habían vuelto de nuevo a la corrupción, él los retornara a la incorruptibilidad y pudiera darles vida en vez de muerte, por la apropiación de su cuerpo, haciendo desaparecer la muerte de ellos, como una caña en el fuego, por la gracia de la resurrección.

9. Convenciéndose, pues, el Verbo de que la corrupción de los hombres no se suprimiría de otra manera que con una muerte universal, y dado que no era posible que el Verbo muriera, siendo inmortal e Hijo del Padre, tomó por esta razón para sí un cuerpo que pudiera morir, para que éste, participando del Verbo que está sobre todos, llegara a ser apropiado para morir por todos y permaneciera incorruptible gracias a que el Verbo lo habitaba, y así se apartase la corrupción de todos los hombres por la gracia de la resurrección. En consecuencia, como ofrenda y sacrificio libre de toda impureza, condujo a la muerte el cuerpo que había tomado para sí, e inmediatamente desapareció de todos los semejantes la muerte por la ofrenda de uno semejante. Puesto que el Verbo de Dios está sobre todos, consecuentemente, ofreciendo su propio templo y el instrumento corporal como sustituto por todos, pagaba la deuda con su muerte; y como el incorruptible Hijo de Dios estaba unido a todos los hombres a través de un cuerpo semejante a los de todos, revistió en consecuencia a todos los hombres de incorruptibilidad por la promesa referente a su resurrección. 

10.  En verdad, era especialmente conveniente a la bondad de Dios esta gran obra. Pues si un rey ha construido una casa o una ciudad y los ladrones la atacan por la negligencia de sus habitantes, él no la abandona en absoluto, sino que como obra propia la defiende y la salva, no preocupándose de la negligencia de sus habitantes, sino de su propio honor. Con mucha más razón Dios, el Verbo del Padre absolutamente bueno, no descuidó la estirpe de los hombres que él había creado y que se encaminaba a la corrupción, sino que con la ofrenda de su propio cuerpo borró la muerte que les había afectado y corrigió su negligencia con su enseñanza y reformó toda la condición humana con su poder. Pueden ratificar esto también los teólogos que hablan del propio Salvador, si se leen sus escritos donde dicen: Pues el amor de Cristo nos fuerza, cuando juzgamos esto, a pensar que si uno murió por todos, entonces todos murieron; y murió por todos, para que nosotros ya no vivamos por nosotros mismos, sino por él, que murió y resucitó por nosotros de entre los muertos, nuestro Señor Jesucristo [2 Cor 5:14-15]. Y de nuevo: Vemos al que fue hecho un poco inferior a los ángeles, Jesús, coronado de honor y gloria por la pasión de su muerte, para que, por la gracia de Dios, degustara la muerte por todos [Heb 2:9].  

11. Dios, que posee el dominio sobre todas las cosas, cuando creó la estirpe de los hombres a través de su propio Verbo, observó la debilidad de su naturaleza, que no era capaz de conocer por sí misma a su creador ni de hacerse en absoluto una idea de Dios. De hecho Dios es increado, mientras que las cosas han sido creadas de la nada, y es incorpóreo, mientras que los hombres han sido modelados aquí abajo en un cuerpo; así pues vio que era total el abandono de las criaturas hacia la compresión y el conocimiento del hacedor. Se compadeció de nuevo del género humano, porque era bueno, y no los dejó vacíos de su conocimiento, para que no tuvieran una existencia inútil. Pues, ¿qué provecho habría para las criaturas, si ellas no conocían a su propio creador? ¿Cómo serían racionales, si no conocían al Verbo del Padre, en el que además habían nacido? Pues nada podría distinguirlos de los animales irracionales, si no conocían nada más que las cosas terrenales. Y además, ¿por qué Dios los había creado, si no quería ser reconocido por ellos?

13. Dado que los hombres se comportaban de una manera tan irracional y que el error demoníaco arrojaba por todas partes su sombra y ocultaba el conocimiento del verdadero Dios, ¿qué debía hacer Dios?; ¿callar ante cosas tales y abandonar a los hombres, para que fueran engañados por los demonios no conocieran a Dios? Pero entonces, ¿qué necesidad habría habido de que el hombre naciera desde un principio a imagen de Dios? O bien debía haber nacido simplemente como un ser irracional, o una vez nacido racional, no vivir la vida de los seres irracionales. ¿Qué necesidad había en absoluto de que él alcanzara el conocimiento de Dios desde un principio? Pues si ahora no es digno de alcanzarlo, no era preciso que se le hubiera dado en el principio.

15. Los hombres volvieron la espalda a la contemplación de Dios y, como hundidos en un abismo, tenían sus ojos dirigidos hacia abajo, buscaban a Dios en la creación y en las cosas sensibles, colocando a hombres mortales y a demonios como dioses para sí. A causa de esto, el benevolente y común Salvador de todos, el Verbo de Dios, tomó para sí un cuerpo, vivió como un hombre entre los hombres y sometió los sentidos de todos los hombres, para que los que piensan que Dios está en las cosas corporales, comprendan la verdad mediante las obras que el Señor realiza a través de las acciones de su cuerpo, y a través del él tomen conocimiento del Padre.

16. Pues el Verbo se despliega en todas partes, arriba y abajo, en la profundidad y en la superficie; arriba, en la creación; abajo, en la encarnación; en la profundidad, en el infierno; en la superficie, en el mundo. Todo está lleno del conocimiento de Dios; por esta razón no realizó, inmediatamente después de su venida el sacrificio por todos entregando su cuerpo a la muerte, y haciéndolo resucitar para hacerse por ello invisible, sino que se hizo visible a través de éste, permaneciendo en él y realizando tales obras y dando tales señales que lo hacían conocer ya no como hombre, sino como el propio Dios Verbo.

V.20.  Pero quedaba todavía por pagar la deuda de todos, pues, como he dicho anteriormente, todos debían morir y ésa fue la causa principal de su venida entre nosotros. Después de haber mostrado su divinidad con sus obras, le faltaba ofrecer el sacrificio por todos entregando a la muerte el templo de su cuerpo, a fin de hacer a todos independientes y libres de la antigua transgresión; allí se revelaría superior a la muerte, mostrando en su propio cuerpo incorruptible las primicias de la resurrección universal. […] La muerte era necesaria y debía ocurrir por todos, para pagar la deuda de todos. Por esto, como he dicho ya, dado que el Verbo no podía morir (pues era inmortal), tomó para sí un cuerpo que pudiera morir, a fin de ofrecerlo por todos como su bien propio y, sufriendo por todos los hombres en este cuerpo en el que había venido, reducir a la nada al que detenta el poder de la muerte, es decir, al diablo y librar así a los que, por temor a la muerte, estaban durante toda su vida sometidos la esclavitud [Heb 2:14-15]. 

21. Por esta razón murió por la redención de todos, pero no conoció la corrupción», pues resucitó intacto, porque el cuerpo no era de ningún otro, sino de la vida misma.

22. El Señor se cuidaba especialmente de la resurrección que iba a operar en su cuerpo; mostrarla a todos era el trofeo de su victoria sobre la muerte y era obra suya convencer a todos de que la corrupción había cesado y de que se había reconquistado la incorruptibilidad de los cuerpos, de la cual ofrecía a todos, como prueba y muestra de que la futura resurrección sería universal, la incorruptibilidad de su propio cuerpo.

25. Además, si la muerte del Señor es una redención para todos y esta muerte abate el muro de separación y llama a los gentiles, ¿cómo nos habría llamado, si no hubiera sido crucificado? Pues únicamente es en la cruz donde se muere con las manos extendidas. Era, además, conveniente que el Señor sufriese esa muerte y extendiese las manos: con una atraería al pueblo antiguo, con la otra a los gentiles y reuniría a ambos en sí. El mismo lo ha dicho al indicar qué muerte utilizaría para redimir a los hombres: Cuando sea elevado, atraeré a todos hacia mí [Jn 12:32]… Pues el Verbo mismo no tenía necesidad de que se le abriesen las puertas, puesto que es el Señor de todo; ninguna de las criaturas estaba cerrada a su creador; pero éramos nosotros quienes teníamos necesidad de él y él nos ha elevado por medio de su propio cuerpo. Para todos lo ha ofrecido a la muerte y por él nos ha franqueado el camino que sube a los cielos.

VI.32. Por tanto, puesto que los demonios lo reconocen y sus obras dan testimonio de él cada día, debería ser evidente (y nadie debería resistir impúdicamente a la verdad) que el Salvador ha resucitado su propio cuerpo y que es el verdadero Hijo de Dios, del cual procede como el propio Verbo nacido del Padre, su Sabiduría y su Poder, quien en estos últimos tiempos ha tomado un cuerpo para la salvación de todos, ha enseñado a toda la tierra el conocimiento de su Padre, ha reducido la muerte a la nada, ha otorgado a todos la gracia de la inmortalidad por la promesa de la resurrección, resucitando su cuerpo como primicia de ésta y mostrando en el signo de la cruz el trofeo de su victoria sobre la muerte y sobre su corrupción.

VII.36. ¿Cuál es, pues, aquel de entre los santos profetas o los antiguos patriarcas que ha muerto en la cruz para la salvación de todos? ¿Quién ha sido herido y llevado a la muerte para la curación de todos?

37. ¿Quién entre aquellos de los que da testimonio la Escritura ha tenido las manos y los pies clavados, ha sido colgado del madero y ha muerto en la cruz para salvación de todos?… Pero aquel del que las Escrituras anuncian que sufre por todos, no es simplemente un hombre, sino que se dice que es la vida de todos, aunque sea por naturaleza semejante a los hombres… No se encuentra en las Escrituras ningún otro más que el común Salvador de todos, el Dios Verbo, nuestro Señor Jesucristo… Su muerte ha ofrecido la salvación a todos y la creación entera ha sido redimida. El es la vida de todos y él es quien, igual que una oveja, entregó su cuerpo a la muerte, como víctima por la salvación de todos, aunque los judíos no quieran creerlo.

40. Pero si, como vemos, no tienen ya ni rey, ni profeta, ni Jerusalén, ni sacrificio, ni visión, sino que toda la tierra está llena del conocimiento de Dios, y los gentiles abandonan su impiedad para creer en el Dios de Abraham mediante el Verbo, nuestro Señor Jesucristo, debería ser evidente, incluso para los más impúdicos, que Cristo ha venido, que ha iluminado absolutamente a todos los hombres con su luz y que ha impartido la verdadera y divina enseñanza acerca de su Padre.

VIII. 43.¿ Qué hay, pues, de extraño para nosotros en decir que, vagando la humanidad a la deriva, ha venido el Verbo a asentarse en ella y ha aparecido como un hombre, para salvarla de la tempestad con su guía y su bondad?

Recopilación de textos y publicación: Gabriel Edgardo Llugdar, para Diarios de Avivamientos 2019

La influencia de los Deuterocanónicos en los apóstoles e iglesia primitiva

El tema de los libros deuterocanónicos (deutero = segundo ⇒ segundo canon) es bastante curioso en algunos casos. Se encontraban dentro del canon de la Septuaginta, versión en griego (de los Setenta) que conocieron y utilizaron (muy pocos eruditos hoy niegan esto) los apóstoles y escritores del Nuevo Testamento. No fueron aceptados posteriormente por los líderes religiosos judíos (fariseos que sobrevivieron a la destrucción de Jerusalén en el 70 d.C.) para ser parte del canon hebreo, por la sencilla razón de que estos libros fueron escritos originalmente en griego, y no en hebreo  que se consideraba como la «lengua sagrada».

Un ejemplo de ese curioso destino que tuvieron algunos de estos libros es el caso del libro «Eclesiástico». Este libro fue escrito por Ben Sirá, aproximadamente entre los años 180 o 190 a.C. La cuestión es que a pesar de ser un escrito valorado por los judíos (aparece citado frecuentemente en los escritos rabínicos)  fue rechazado por los fariseos por considerarlo un escrito griego. Lo curioso del caso es que no se escribió en griego sino en hebreo, y hay muchas pruebas documentales de ello; pero los rabinos que decidieron sobre qué libro era o no inspirado por Dios se guiaron más por su aversión a todo lo greco-latino que por una seria investigación. Lo que ellos habían leído era una traducción al griego que hizo el nieto de Ben Sirá en el 132 a.C., pero perdieron de vista el detalle que la obra original sí fue escrita en hebreo. Por esta confusión el libro de Eclesiástico ( o Sirac, como también se le conoce) no pasó a formar parte del canon hebreo. 

La iglesia primitiva lo consideró como parte de la Escritura, y en la iglesia occidental o latina (siguiendo el consejo de Agustín de Hipona) se le consideró canónico junto con los demás libros que hoy llamamos «deuterocanónicos». Leamos lo que afirma san Agustín al respecto:

«El canon completo de las Sagradas Escrituras, sobre el que ha de versar nuestra consideración, se contiene en los libros siguientes: Los cinco de Moisés … los libros de Job, de Tobías, de Ester y de Judit y los dos libros de los Macabeos, y los dos de Esdras … los Proverbios, el Cantar de los cantares y el Eclesiastés; los otros dos libros, de los cuales uno es la Sabiduría y el otro el Eclesiástico, se dicen de Salomón por cierta semejanza, pero comúnmente se asegura que los escribió Jesús hijo de Sirach, y como merecieron ser recibidos en la autoridad canónica, deben contarse entre los proféticos … En estos cuarenta y cuatro libros, se encierra la autoridad del Viejo Testamento  [Agustín. De la Doctrina Cristiana. Libro II.VIII.13. Traducción: Balbino Martín Pérez, de la Orden de San Agustín]

Otra curiosidad de Agustín es que de los pocos textos bíblicos que encuentra para avalar la doctrina del «pecado original», dos son citas deuterocanónicas:

Eclesiástico (Sirac) 40.1b    «pesado yugo grava sobre los hijos de Adán, desde el día en que salen del seno materno, hasta el día de su regreso a la madre de todos«.

Sabiduría 12:10   «castigándolos poco a poco les diste ocasión de arrepentirse, a sabiendas de que eran de mala ralea, de malicia innata, y de que su mentalidad no cambiaría nunca, 11 pues era una raza maldita desde su origen.» 

Sobre este último texto comenta Agustín: “Y no se trata ahora de la naturaleza del hombre, sino de su vicio. En efecto, la naturaleza tiene a Dios por autor, mientras que por este vicio es contraído el pecado original … ¿para qué está escrito en el libro de la Sabiduría: No ignorando que era el suyo un origen perverso, y que era ingénita su maldad, y que jamás se mudaría su pensamiento, porque era semilla maldita desde su origen?  … ¿Qué quiere decir la malicia natural (innata) del hombre y la semilla maldita desde su origen, y naturalmente nacidos para la esclavitud y la muerte, y naturalmente hijos de ira? ¿Es que esta naturaleza fue creada así en Adán? De ninguna manera, sino que, por haber sido viciados en él, se propagó y propaga ya naturalmente a todos»  [Agustín, El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Segundo – Primera Respuesta a Juliano de Eclana, VIII.20]

Por un lado los católicos siguen defendiendo el uso y pertenencia a la Biblia de estos libros deuterocanónicos (como lo hizo Agustín), por otro lado los protestantes los han ignorado y quitado de las traducciones bíblicas sin más. Pero lo cierto es que en época de Jesús y de los apóstoles se conocían estos libros, y el Nuevo Testamento recibió algo de su influencia.

Cuando el Señor decía la parábola del hombre rico y avaricioso …Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate.  Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?… seguramente sus oyentes se habrán recordado de aquella enseñanza del Eclesiástico que decía …Hay quien se hace rico a fuerza de trabajar y ahorrar, y ésta es la parte de su recompensa: cuando dice: ‘Ahora ya puedo descansar, y disfrutar de todos mis bienes’, no sabe cuánto tiempo pasará, hasta que muera y tenga que dejarlo todo a otros [Eclesiástico (Sirac)  11:18-19]

O estas otras palabras del Señor: «Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas«, que no serían tan extrañas para judíos que conocían el libro de Sirac: «Perdona la ofensa a tu prójimo, y, cuando ores, tus pecados te serán perdonados«. [Eclesiástico (Sirac) 28:2]

Consideren este texto, de otro libro deuterocanónico conocido como Libro de la Sabiduría…

Sabiduría 13:1 Son necios por naturaleza todos los hombres que han desconocido a Dios y no fueron capaces de conocer al que es a partir de los bienes visibles, ni de reconocer al Artífice, atendiendo a sus obras; 2 sino que tuvieron por dioses, señores del mundo, al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a los astros del cielo. 3 Si, cautivados por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja su Señor, pues los creó el autor de la belleza. 4 Y si admiraron su poder y energía, deduzcan de ahí cuánto más poderoso es quien los hizo; 5 pues por la grandeza y hermosura de las criaturas se descubre, por analogía, a su Creador. 6 Sin embargo, éstos merecen menor reproche, pues tal vez andan extraviados buscando a Dios y queriendo encontrarlo. 7 Dan vueltas a sus obras, las investigan y se dejan seducir por su apariencia, pues es hermoso lo que ven. 8 Pero, con todo, ni siquiera éstos son excusables; 9 porque, si fueron capaces de saber tanto, que pudieron escudriñar el universo, ¿cómo no encontraron antes a su Señor? 10 Son, pues, unos desgraciados, con la esperanza puesta en cosas muertas, quienes llamaron dioses a las obras de manos humanas: oro y plata labrados con arte, a copias de animales o a una piedra inútil, esculpida por manos antiguas.«

… y compárenlo lo que han leído con este texto posterior de san Pablo:

Romanos 1:20 Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. 21 Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. 22 Profesando ser sabios, se hicieron necios, 23 y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. 24 Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, 25 ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.

Hay varios textos más del deuterocanónico Sabiduría que nos recuerdan el vocabulario de Pablo:

Sabiduría 11:23 Pero te compadeces de todos porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan.

Sabiduría 12:12 Pues ¿quién podría decirte: «¿Qué has hecho?» ¿Quién se opondría a tu sentencia? ¿Quién te citaría a juicio por destruir naciones creadas por ti? ¿Quién se enfrentaría a ti como defensor de hombres injustos?

Sabiduría 15:7 Un alfarero amasa laboriosamente la tierra blanda y modela diversas vasijas para nuestro uso. De la misma arcilla vuelve a modelar indistintamente vasijas destinadas a usos honrosos y deshonrosos: el alfarero es quien decide la distinta utilidad de cada una.

Sabemos que en la Biblia no falta nada indispensable aunque falten los deuterocanónicos, es decir, tenemos todo lo indispensable para conocer el plan de salvación que Dios nos ha mandado a proclamar a las naciones. Pero la lectura de estos libros «no inspirados» es útil para conocer la mentalidad, costumbres y expectativas de los judíos post-exilio. No sabemos cómo habría sido la historia si Lutero y otros reformadores no hubiesen dicho nada en contra de los deuterocanónicos, eso nunca lo sabremos. Tal vez a alguno de los reformadores deterministas no les gustó mucho estos textos (que Agustín consideraba canónicos):

«Al principio el Señor creó al hombre, y lo dejó a su propio albedrío. Si quieres, guardarás los mandamientos, y permanecerás fiel a su voluntad. Él te ha puesto delante fuego y agua, extiende tu mano a lo que quieras. Ante los hombres está la vida y la muerte, a cada uno se le dará lo que prefiera… A nadie obligó a ser impío, a nadie dio permiso para pecar«.  [Eclesiástico (Sirac) 15:14-17]

Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si algo odiases, no lo habrías creado.¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras?  ¿Cómo se conservaría, si no lo hubieras llamado?  Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida.   [Sabiduría 11:24]

Aunque los evangélicos no consideramos a estos libros como inspirados al nivel del resto de la Escritura, su lectura es recomendable, así como la de la literatura llamada apócrifa y apocalíptica intertestamentaria, todo esto, como ya dijimos, a fin de ampliar nuestro conocimiento sobre la mentalidad judía que reinaba en épocas del Señor y los apóstoles. 

Artículo y recopilación de textos patrísticos: Gabriel Edgardo LLugdar – Diarios de Avivamientos – 2019

Dios ama a la humanidad y ofrece su salvación a todos – Clemente de Alejandría

En su obra Protréptico (Exhortación) a los Griegos, Clemente de Alejandría (150-215 d.C), erudito teólogo y director de una de las escuelas teológicas más famosas de la antigüedad, hace una invitación a todos los paganos a que abandonen los ídolos y vengan a Cristo. En esta obra apologética de la fe cristiana encontraremos algunas de las doctrinas fundamentales de los Padres de la Iglesia: Dios ama a todos los hombres (Omnibenevolencia), y a todos extiende la invitación a la salvación (Expiación Ilimitada y Gracia Preveniente); el hombre puede elegir entre rechazar la gracia divina y ser condenado o creer en Cristo y recibir la vida eterna (Gracia Resistible – Libre Albedrío – Elección Condicional). En esta obra podremos contemplar claramente el pensamiento sinergista que predominaba universalmente en la Iglesia primitiva.

Protréptico (Exhortación) a los Griegos

(extractos)

Capítulo I. 4.3. Por otra parte, [Jesús] también en otro lugar llamó “raza de víboras” (Mt 3,7; Lc 3,7) a algunos que escupían veneno y a los astutos hipócritas que ponían impedimentos a la justicia; no obstante, si una de estas víboras cambia voluntariamente y sigue al Verbo, se convierte en hombre de Dios. 6.1. ¿Qué desea el instrumento, el Verbo de Dios, el Señor y el canto nuevo? Abrir los ojos de los ciegos, destapar los oídos de los sordos, conducir hacia la justicia a los lisiados y a los extraviados, mostrar a Dios a los hombres insensatos, detener la corrupción, vencer a la muerte y reconciliar con el Padre a los hijos desobedientes. 6.2. El instrumento de Dios ama a los hombres: el Señor se apiada, educa, estimula, advierte, salva, protege y como recompensa añadida de nuestro aprendizaje promete el reino de los cielos, aprovechándose de nosotros únicamente en eso, en que seamos salvados. En efecto, el mal apacienta la corrupción de los hombres; pero lo mismo que la abeja no maltrata nada de lo existente, la verdad se felicita únicamente de la salvación de los hombres8.3. El Salvador es elocuente e ingenioso respecto a la salvación de los hombres: rechazando advierte, amonestando duramente convierte, lamentándose se compadece, salmodiando invita, habla por medio de la zarza (aquellos [hombres] tenían necesidad de señales y prodigios), y con el fuego asusta a los hombres, encendiendo la llama de una columna, ejemplo de gracia y temor a la vez: si obedeces, [tendrás] la luz, si desobedeces, el fuego. 8.4. Pero tú, en cambio, si no crees en los profetas y consideras una fábula tanto a esos hombres como al fuego, el mismo Señor te dirá que, “existiendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a la cual aferrarse, sino que se anonadó a sí mismo”, Él, que es Dios compasivo y desea ardientemente salvar al hombre. 9.1. ¿Acaso no es absurdo, amigos, que Dios nos estimule siempre a la virtud, y que nosotros evitemos la ayuda y aplacemos la salvación?

Capítulo VIII.77.1. […] Las divinas Escrituras, además de un género de vida prudente, son caminos cortos de salvación; desnudas de adorno, sonido agradable, originalidad y de adulación, levantan al hombre vencido por la maldad y refuerzan lo resbaladizo que hay en la vida; con una única y la misma palabra ofrecen muchos servicios: nos apartan del error funesto y nos empujan con claridad hacia la salvación manifiesta. 77.3. Comparando mediante gran inspiración divina el error con la tiniebla, el conocimiento de Dios con el sol y la luz, y cotejando ambas cosas con sensatez, nos enseña [cuál debe ser] la elección. Ciertamente, el engaño no se disipa por comparación con la verdad; se destierra forzándolo con la práctica de la verdad. 80.2. “¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño?” (Proverbios 6,9). “Si fueras diligente, te llegaría tu cosecha como una fuente” (Proverbios 6,11), que es el Verbo del Padre, la buena lámpara, el Señor que trae la luz, la fe y la salvación para todos. 80.3. “El Señor que hizo la tierra con su poder -como dice Jeremías-, cimentó el universo con su sabiduría” (Jr 10,12). En verdad, habiendo caído nosotros en los ídolos, la Sabiduría, que es su Verbo, nos encamina hacia la verdad. 81.1. Ahora el Señor, compadeciéndose, nos entrega el canto salvador, semejante a un paso de marcha: “Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo serán ultrajadores? ¿Por qué aman la vanidad y buscan el engaño?” (Sal 4,3). ¿Cuál es la vanidad y cuál el engaño? 81.2. El santo Apóstol del Señor, acusando a los griegos, te lo explicará: “Porque conociendo a Dios no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que fueron insensatos en sus razonamientos (Rm 1,21), y cambiaron la gloria de Dios en la representación de una imagen del hombre corruptible (Rm 1,23), y sirvieron a la criatura en lugar del Creador” (Rm 1,25). 81.3. Ciertamente Dios es el mismo, el que al principio hizo el cielo y la tierra (Gn 1,1); pero tú no piensas en Dios, sino que adoras el cielo, y ¿cómo no vas a ser impío?

Capítulo IX.82.1. También podría citarte innumerables textos de los que ni siquiera pasará un solo trazo, que no llegue a cumplirse. Porque la boca del Señor -el Espíritu Santo- lo ha dicho. “Por tanto, hijo mío, no desdeñes -dice [la Escritura]- las lecciones del Señor, ni te enfades al ser corregido por Él” (Proverbios 3,11). 82.2. ¡Cuan grande es el amor [que tiene] a los hombres! No se comporta como el maestro con los alumnos, ni como el señor con los siervos, ni como un dios con los hombres, sino como un tierno padre que amonesta a los hijos. 82.3. Así, Moisés reconoce que estaba aterrorizado y  temblando (Hb 12,1), al oír hablar sobre el Verbo; en cambio, tú ¿no temes cuando oyes hablar del Verbo de Dios? ¿No te turbas? ¿No tomas precauciones a la vez y te apresuras en conocer, es decir, te apresuras hacia la salvación, temiendo la cólera, deseando la gracia y buscando con ardor la esperanza, para evitar el juicio? 82.4. Vengan, vengan, mi grupo de jóvenes: “Porque si no se hacen de nuevo como niños y vuelven a nacer” (Mt 18,3), según dice la Escritura, no recibirán al que es en realidad Padre, ni tampoco entrarán nunca en el reino de los cielos (Mt 18,3). ¿Cómo, en verdad, va a permitir entrar a uno extraño? 82.5. Sin embargo, cuando sea inscrito, nombrado ciudadano y reciba al Padre, entonces me parece que estará en las cosas del Padre (Lc 2,49), entonces será considerado digno de heredar y entonces participará con el Hijo legítimo, el amado, del reino paterno. 83.1. No obstante, ahora hay algunos tanto más ateos cuanto más amigo de los hombres es Dios; ciertamente Él quiere que de esclavos nosotros lleguemos a ser hijos, pero ellos incluso han despreciado con orgullo llegar a ser hijos. ¡Qué gran necedad! ¡Se avergüenzan del Señor! 83.2. Él anuncia la libertad, pero ustedes huyen hacia la esclavitud. Regala la salvación, pero ustedes se rebajan a la mera condición humana. Les concede eternidad, pero ustedes esperan pacientemente el castigo, y toman precauciones contra el fuego que el Señor preparó para el diablo y sus ángeles (Mt 25,41). 84.1. Cuando un testimonio como ese demuestra la necedad de los hombres y proclama a Dios, ¿qué otra cosa falta a los incrédulos, si no juicio y castigo? Ahora bien, el Señor no se cansa de aconsejar, amedrentar, incitar, fomentar y recordar; ciertamente despierta y levanta de la tiniebla misma a los extraviados. 84.2. “Despierta -dice- tú que duermes, álzate de entre los muertos, y Cristo, el Señor, te iluminará” (Ef 5,14); es el sol de la resurrección, el engendrado antes de la aurora (Sal 110 [109],3), el que regaló la vida con sus propios rayos luminosos. 84.3. Así entonces, que nadie desprecie al Verbo, para que no se sorprenda aniquilándose a sí mismo. En efecto, la Escritura dice en alguna parte: “Si hoy escuchan su voz, no endurezcan su corazón como sucedió en la rebelión, el día de la tentación en el desierto, cuando sus padres me pusieron a prueba”. 84.5. Miren la amenaza; miren la exhortación; miren el castigo; además, ¿por qué vamos a cambiar también la gracia en cólera y por qué no recibimos al Verbo con los oídos abiertos y no aceptamos a Dios como huésped en nuestras almas puras? En efecto, grande es la gracia de su promesa, si escuchamos hoy su voz; pero el hoy se extiende a cada día, mientras pueda nombrarse el hoy. 85.1. Con razón entonces la gracia es sobreabundante para los que han creído y han obedecido (cf. 1 Tm 1,14), pero para los que han desobedecido y han sido engañados en su corazón, ni han conocido los caminos del Señor, a los que Juan [Bautista] ordenó hacer rectos los caminos y prepararse, con ésos, en verdad, se enojó Dios y les amenaza.
85.2. También los antiguos hebreos errantes recibieron de manera simbólica el cumplimiento de la amenaza; en efecto, se dice que por la incredulidad no entraron en el descanso, antes de conocer ellos mismos que debían someterse al sucesor de Moisés, y de haber aprendido por experiencia, aunque tarde, que no podrían salvarse de otro modo, si no creyendo como afirmó Jesús. 85.3. Pero amando el Señor a todos los hombres, a quienes envía al Paráclito, les invita al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,4). ¿Cuál es ese conocimiento? La piedad. “La piedad es útil para todo, según Pablo, porque tiene promesa de la vida presente y de la futura” (1 Tm 4,8). 85.4. Confiesen de alguna manera, hombres, si se vendiese una salvación eterna, ¿por cuánto la adquirirían? Aunque uno vendiera todo el Pactolo, el mítico río de oro, no pagaría un precio equivalente a la salvación. 86.1. Por consiguiente, no se desanimen; si quieren, tienen la posibilidad de comprar la salvación más cara con un tesoro conveniente, la caridad y la fe, que son un digno precio de la vida. Dios recibe con agrado ese precio. “Porque tenemos puesta la esperanza en Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, sobre todo de los que creen” (1 Tm 4,10). 86.2. En cambio, los otros, apegados al mundo como determinadas algas a las rocas del mar, estiman poco la inmortalidad y, como el anciano de Itaca (cf. Homero, Odisea, I,57-59), no están deseosos de la verdad ni de la patria del cielo, ni tampoco de la única luz verdadera, sino del humo. 87.3. Si nadie debe rechazar las exhortaciones de los demás santos [de las Escrituras], tampoco al mismo Señor que ama a los hombres, puesto que [Cristo] sólo se ocupa de que el hombre se salve. Él mismo, apremiándonos a la salvación, grita: “El reino de los cielos se acerca” (Mt 4,17); convierte a los hombres que se acercan a Él, infundiéndoles el temor. 87.4. Por eso también el Apóstol del Señor, advirtiendo a los macedonios, se hace intérprete de la divina voz, diciendo: “El Señor se ha acercado (Flp 4,5); cuídense de no ser sorprendidos con las manos vacías” (cf. Mt 25,28-29; Lc 19,24-26; 1 Co 15,58). Pero ustedes están tan sin temor; mejor, son tan incrédulos que no obedecen ni al Señor mismo ni a Pablo, que también soporta eso en nombre de Cristo (cf. Flp 1,7). 88.1. “Gusten y vean qué bueno es el Señor” (Sal 34 [33],9). La fe los conducirá, la experiencia les enseñará, la Escritura los educará, al decir: “Vengan, hijos, escúchenme, les enseñaré el temor del Señor” (Sal 34 [33],12). A continuación añade brevemente a los que han creído: “¿Quién es el hombre que desea vida, que anhela los días para ver el bien?” (Sal 34 [33],12). Somos nosotros, diremos, los que adoramos el Bien, los que estamos ansiosos de las cosas buenas. 88.2. Escuchen, entonces, los que están lejos, escuchen los que están cerca (Is 57,19; Ef 2,17). El Verbo no se oculta a nadie, es una luz común, brilla para todos los hombres. No existe ningún cimerio (cf. Homero, Odisea, XI,13-19) en el Verbo; corramos hacia la salvación, hacia la regeneración; apresurémonos la mayoría para reunirnos en el único amor conforme a la unidad de la única sustancia. 

Capítulo X.89.3. Esto es precisamente lo más hermoso de lo que se argumenta: mostrarles cómo la religión ha sido odiada por demencia y por esa desgraciadísima costumbre. En efecto, no hubiera sido odiada nunca o no se hubiera prohibido tan gran bien –el mejor de cuantos han sido concedidos por Dios al género humano-, si no hubieran estado cautivos por la costumbre, porque sin duda han taponado los oídos ante nosotros, como caballos rebeldes que se sublevan; mordiendo los frenos, han rechazado los discursos, deseando derribarnos a nosotros, los aurigas de la vida de ustedes, y llevados por la locura a los precipicios de la perdición, piensan que es execrable el sagrado Verbo de Dios. 90.1. Por lo tanto, consecuentemente tienen el premio de su elección, según [dice] Sófocles: “Una mente disipada, oídos inútiles, preocupaciones frivolas” (Sófocles, Fragmentos, 863), y no saben lo más verdadero de todo: los buenos y piadosos se beneficiarán de la buena recompensa por haber honrado lo que es bueno, pero los que por el contrario son malvados tendrán el castigo correspondiente, y una sanción está prevista para el príncipe del mal. 90.2. El profeta Zacarías le amenaza: “Que te reprenda el que eligió a Jerusalén. Mira, ¿no es éste un tizón sacado del fuego?” (Za 3,3). ¿Qué antojo de muerte voluntaria persigue aún a los hombres? ¿Por qué se precipitan con ese tizón mortal, con el que han de consumirse, pudiendo vivir bien según Dios y no según la costumbre? 90.3. Dios regala la vida, pero una costumbre malvada, tras la partida de aquí abajo, junto con un castigo inflige un arrepentimiento inútil; también al sufrir el necio aprende (Hesíodo, Opera et dies, 218) que la superstición mata y la piedad salva. 91.3. Ciertamente Dios, por su gran amor al hombre, se detiene ante el hombre, al igual que la madre de un polluelo sobrevuela por encima del recién nacido que se ha caído del nido (cf. Mt 23,37); y también cuando una serpiente está dispuesta a comer al recién nacido, “la madre revolotea alrededor, deplorando a los amados hijos” (Homero, Ilíada, II,315). También Dios Padre busca a su criatura, cura a la caída, persigue a la serpiente y recoge de nuevo al recién nacido, animándole a volar hasta el nido. 92.2. Deseo preguntarles si no les parece absurdo que ustedes los hombres, siendo criaturas de Dios, recibiendo de Él el alma y siendo totalmente de Dios, sirvan a otro dueño y además honren al tirano en vez de al Rey, al malvado a cambio del Bueno. 92.3. Así, en aras de la verdad, ¿qué hombre sensato se une al mal, abandonando el bien? ¿Quién hay que huyendo de Dios conviva con los demonios? ¿Quién, pudiendo ser hijo de Dios, se complace en ser esclavo? ¿O quién, pudiendo ser ciudadano del cielo, desea el infierno, pudiendo habitar el paraíso (cf. Gn 2,15), recorrer el cielo, participar de la fuente vivificadora y pura, caminando por el aire sobre aquella huella de la nube resplandeciente, como Elías, contemplando la continua lluvia salvadora? (cf. 1 R 18,44-45). 93.1. Arrepintámonos, entonces, y pasemos de la ignorancia a la ciencia, de la demencia a la prudencia, de la incontinencia a la templanza, de la injusticia a la justicia, de la impiedad a Dios. 93.2. Es hermoso el riesgo de pasarse a Dios. De muchos otros bienes pueden también disfrutar los que aman la justicia, los que perseguimos la salvación eterna. 94.1. La alianza eterna de Dios pone en nuestras manos esa herencia, que provee el regalo eterno. Este Padre nuestro es cariñoso, verdaderamente Padre; no cesa de exhortar, amonestar, educar y amar. En efecto, no cesa de salvar y aconseja lo mejor: “Sean justos, dice el Señor; los que tienen sed vengan a las aguas, y los que no tienen dinero acérquense, compren y beban sin dinero” (Is 54,17–55,1). 94.2. Exhorta al bautismo (baño), a la salvación, a la iluminación casi gritando y diciendo: “Te entrego, hijo, tierra, mar y cielo, y te regalo todos los animales que hay en ellos; únicamente ten sed de tu Padre, hijo, y Dios se te mostrará gratuitamente”. La verdad no es negociable; te concede también las aves, los peces y lo que hay sobre la tierra (cf. Gn 1,28); estas cosas las ha creado el Padre para tus agradables deleites. 94.3. El hijo ilegítimo las comprará con dinero, porque es hijo de perdición (cf. Jn 17,12; 2 Ts 2,3), porque ha preferido servir a las riquezas. 95.1. Ustedes, hombres, tienen la divina promesa de la gracia; también han oído la otra amenaza del castigo; por ambas cosas salva el Señor, ya que educa al hombre con temor y gracia. ¿Por dónde empezar? ¿Por qué no evitamos el castigo? ¿Por qué no admitimos el regalo? ¿Por qué no elegimos lo mejor, a Dios en lugar del malvado, y preferimos sabiduría en vez de idolatría, recibiendo vida a cambio de muerte? 95.2. Dice [el Señor]: “Mira, he puesto delante de ustedes la muerte y la vida” (Dt 30,15). El Señor intenta que tú escojas la vida (cf. Dt 30,19), te aconseja como Padre a obedecer a Dios. Dice: “Si me escuchan y quieren, comerán lo mejor de la tierra” (Is 1,19; cf. 33,11); es la gracia de la obediencia. “Pero, si no me escuchan ni quieren, espada y fuego los devorarán” (Is 1,20); es el juicio de la desobediencia. “En efecto, ha hablado la boca del Señor?” (Is 1,20); ley de verdad es el Verbo del Señor. 99.3. Acepten, por tanto, el agua racional, lávense los que se han manchado, rocíense a ustedes mismos según la costumbre con gotas auténticas; conviene subir limpios a los cielos. Si eres hombre, que es lo más universal, busca al que te creó; si eres hijo, que es lo más particular, reconoce al Padre. 99.4. Pero, ¿todavía permaneces en los pecados, consumido en placeres? ¿A quién va a decir el Señor: “De ustedes es el reino de los de los cielos” (Mt 5,3. 10; Lc 6,20). Si quieren, es de ustedes, de todos los que hayan hecho la elección por Dios; de ustedes, si únicamente han preferido tener fe y siguen el camino breve de la predicación, por la que los ninivitas, al obedecerla con un noble arrepentimiento, recibieron la auténtica salvación en vez de la temida destrucción (Jon 3,3-10). 104.3. En efecto, no creen en Dios ni reconocen su poder. Pero [Dios] tiene un amor indecible al hombre y es ilimitado su odio a la maldad. Su cólera alimenta el castigo por el pecado, pero su amor al hombre obra lo bueno para el arrepentimiento. Lo peor es estar privado del auxilio de Dios. 105.1. Ustedes, estando mutilados respecto a la verdad, ciegos de inteligencia y embotados mentalmente, no sufren ni se indignan, no desean ver el cielo ni al Autor del mismo, no procuran escuchar ni conocer al Creador y Padre de todo, uniendo su voluntad a la salvación. 106.4. Hombre, ten fe en el que es hombre y Dios; cree, hombre, en el que sufrió y ahora es adorado; los que son esclavos crean en el Dios muerto que vive. 106.5. Hombres todos, tengan fe en el único Dios de todos los hombres; crean y recibirán como recompensa la salvación. “Busquen a Dios y vivirá su alma” (Sal 68 [69],33). El que busca a Dios prepara su propia salvación; si encontraste a Dios, posees la vida. 107.1. Por consiguiente, busquemos para que también vivamos. La recompensa de la búsqueda es la vida junto a Dios. “Que se regocijen y se alegren en ti los que te buscan y digan sin cesar que Dios es grande” (Sal 69 [70],5). 110.1. Ciertamente, con una rapidez insuperable y con una benevolencia accesible, el poder divino llenó el universo de una semilla salvadora, iluminando la tierra. En verdad, el Señor no hubiera terminado así en tan poco tiempo una obra tan grande sin una solicitud divina, porque fue despreciado por su apariencia y adorado por su obra; Él es el Purificador, el Salvador, el Pacificador, el Verbo divino, el que ha aparecido como Dios verdadero, el que es semejante al Dueño del universo, porque era su Hijo y el Verbo estaba en Dios (Jn 1,1). 110.2. El que fue creído cuando fue preanunciado por primera vez, cuando tomó rostro humano y se revistió de carne para cumplir el drama salvador de la humanidad, pero no fue reconocido. 110.3. En efecto, era auténtico competidor y defensor del hombre; entregándose rápidamente a todos los hombres más deprisa que el sol, y saliendo de la misma voluntad del Padre, nos iluminó con toda facilidad; y así nos enseñó y nos mostró a Dios, de donde procedía y era Él mismo, poniéndose a nuestra disposición como el heraldo de la paz, el conciliador, nuestro Verbo salvador, fuente que trae la vida, fuente pacificadora que se difunde por toda la faz de la tierra; gracias a Él, por así decir, todo ha llegado a ser ya un mar de bienes.

Capítulo XI.116.1. Dios está siempre dispuesto a salvar a la multitud de los hombres (cf. Jn 10,11; Sal 22 [23],1; Is 40,11). Por eso también el buen Dios envió al buen Pastor; y el Verbo, al desplegar la verdad, mostró a los hombres la cima de la salvación, para que, una vez arrepentidos, se salvaran o para que fueran juzgados, si no obedecían. Esta predicación de la justicia es una buena noticia para los que obedecen y un tribunal para los que desoyen. 117.2. El amor realmente celestial y divino se une así a los hombres, cuando la verdadera belleza puede brillar alguna vez en el alma misma, una vez purificada por el Verbo divino; y lo mejor es que junto al auténtico querer camina la salvación, porque están bajo el mismo yugo, por así decir, la libre elección y la vida. 117.3. Por eso, esta única exhortación de la verdad es comparada a los más fieles amigos, porque permanece hasta el último suspiro, y es una buena escolta para los que van al cielo en el último y definitivo aliento del alma. ¿A qué te exhorto? Te apremio para que seas salvado. Esto es lo que quiere Cristo: te regala la vida con una única palabra. 117.4. ¿Y cuál es esa palabra? Apréndela brevemente: Verbo de la verdad, Verbo de incorruptibilidad, el que regenera al hombre, porque lo eleva a la verdad; el aguijón de la salvación, el que expulsa la corrupción, el que expulsa la muerte; el que ha construido un templo en los hombres, para establecer a Dios en los hombres.

Capítulo XII.123.2. Me parece que ya basta de palabras; si incluso he ido más lejos por amor al hombre, al exponer la participación que he recibido de Dios, ha sido para exhortar a ir hacia el mejor de los bienes, la salvación. Respecto de la vida que nunca tiene fin, ni las palabras pueden dejar alguna vez de explicar los misterios sagrados. A ustedes les queda todavía el conquistar finalmente lo más provechoso: el juicio o la gracia. Al menos yo pienso que no es legítimo dudar sobre cuál de esas cosas es mejor; ni tampoco es lícito comparar la vida con la perdición.

∼∗∼

Recopilación de textos y edición: Gabriel Edgardo LLugdar – Diarios de Avivamientos 2019 – Textos extraídos de primera fuente. Traducción perteneciente a la colección del Monasterio Benedictino de los Toldos.

 

Las Doctrinas Arminianas en los Padres de la Iglesia

Veamos a continuación, sólo a título de muestra, algunas declaraciones de los Padres de la Iglesia pre-Agustín y contemporáneos de él, sobre la realidad del Libre Albedrío, la Expiación Ilimitada, la Resistividad de la Gracia y la Elección Condicional. Los extractos seleccionados aquí no siguen un orden por asunto, sino sólo un orden cronológico. Aquí están:

Sobre Gracia Resistible

“Ahora, pues, como es cierto que todo es por Él visto y oído, temamos y abandonemos los execrables deseos de malas obras, a fin de ser protegidos por su misericordia en los juicios venideros. Porque ¿para dónde alguno de nosotros podrá huir de su poderosa mano? ¿Qué mundo acogerá a los que desertan de Dios?» (Clemente de Roma [35-97 d.C.], 1ª Corintios, XXVIII, 1 y 2).

Sobre Expiación Ilimitada

«Miremos fielmente a la sangre de Cristo y veamos cuán preciosa esa sangre es para Dios, que, habiendo sido derramado por nuestra salvación, conquistó para todo el mundo la gracia del arrepentimiento» (Clemente de Roma, 1 Corintios, VII).

Sobre Gracia Resistible

«Vigilad sobre vuestra vida; no dejen que vuestras lámparas se apaguen, ni se aflojen vuestros cinturones. Al contrario, estén preparados porque no sabéis la hora en que vendrá el Señor. Reuníos frecuentemente, buscando lo que conviene a vuestras almas; porque de nada os beneficiará todo el tiempo de vuestra fe si no fuereis perfeccionados en la último hora» (Didaché [primer siglo], XVI, 1 y 2).

Elección por Presciencia

“He aquí, pues, hemos sido creados de nuevo, como Él dijo otra vez en otro profeta: “He aquí, dice el Señor, quitaré de ellos”, esto es, de aquellos a quienes había previsto el Espíritu del Señor, “sus corazones de piedra, y les pondré corazones de carne”; porque Él mismo había de ser manifestado en la carne y habitar entre nosotros. En efecto, hermanos míos, el recinto de nuestro corazón es un templo santo al Señor”. (Epístola de Bernabé [segundo siglo], VI).

“Y él me dijo: “Es para que tú puedas ver la abundante compasión del Señor, cuán grande es y gloriosa, y Él ha dado su Espíritu a los que eran dignos de arrepentimiento”. “¿Por qué, pues, Señor”, le pregunté, “no se arrepintieron todos?” “A aquellos cuyo corazón Él vio que estaba a punto de volverse puro y de servirle a Él de todo corazón, Él les dio arrepentimiento; pero a aquellos en los que vio astucia y maldad, que intentaban arrepentirse en hipocresía, a éstos no les dio arrepentimiento, para que no profanaran de nuevo su nombre”. (El Pastor de Hermas [segundo siglo], Libro III, 8, VI).

Sobre la Gracia Resistible 

“A éste les envió Dios. ¿Creerás, como supondrá todo hombre, que fue enviado para establecer su soberanía, para inspirar temor y terror? En modo alguno. Sino en mansedumbre y humildad fue enviado. Como un rey podría enviar a su hijo que es rey; Él le envió como enviando a Dios; le envió como hombre a los hombres; le envió como Salvador, usando persuasión, no fuerza; porque la violencia no es atributo de Dios.” (Epístola a Diogneto [120 d.C.], Exordio, VII).

“[…] porque habéis creído en Aquel “que levantó a nuestro Señor Jesucristo de los muertos” y le dio gloria y un trono a su diestra; al cual fueron sometidas todas las cosas en el cielo y en la tierra; al cual toda criatura que tiene aliento sirve; que viene como juez de los vivos y los muertos; cuya sangre Dios requerirá de todos los que le son desobedientes. Ahora bien, “el que le levantó a Él de los muertos nos levantará también a nosotros”; si hacemos su voluntad y andamos en sus mandamientos y amamos las cosas que Él amó, absteniéndonos de toda injusticia.” (Policarpo [70- 155 d.C.], Carta a los Filipenses, II).

Sobre Elección Condicional

«Dios, en el deseo de que hombres y ángeles siguieran su voluntad, resolvió crearlos libres para practicar la rectitud. Si la Palabra de Dios predice que algunos ángeles y hombres ciertamente serán castigados, eso es porque sabía de antemano que ellos eran inmutablemente impíos, pero no porque Dios los creó así. De modo que quien quisiera, arrepintiéndose, puede obtener misericordia» (Justino Mártir [100-165], Diálogos, CXLI).

«Pero ahora Él nos persuade y nos conduce a la fe para que sigamos lo que le es grato por libre elección, a través de las potencias racionales con las que Él mismo nos regaló» (Justino Mártir, Apología Primera, XI, 4).

Sobre Gracia Resistible y libre albedrío

«De lo que dijimos anteriormente, nadie debe sacar la conclusión de que afirmamos que todo lo que sucede, sucede por necesidad del destino, por el hecho de que afirmamos que los acontecimientos fueron conocidos de antemano. Por eso, resolveremos también esta dificultad. Nosotros aprendemos de los profetas y afirmamos que ésta es la verdad: los castigos y los tormentos, así como las buenas recompensas, se dan a cada uno según sus obras. Si no fuera así, si todo sucediera por destino, no habría absolutamente libre albedrío. En efecto, si ya está determinado que uno sea bueno y el otro malo, ni aquel merece elogio, ni este vituperio. Si el género humano no tiene poder de huir, por libre determinación, de lo que es vergonzoso y escoger lo bello, no es responsable de ninguna acción que haga. Pero que el hombre es virtuoso y peca por libre elección, podemos demostrar por el siguiente argumento: vemos que el mismo sujeto pasa de un contrario a otro. Ahora bien, si estuviese determinado a ser malo o bueno, no sería capaz de cosas contrarias, ni mudaría con tanta frecuencia. En realidad, ni se podría decir que unos son buenos y otros malos, desde el momento que afirmamos que el destino es la causa de buenos y malos, y que realiza cosas contrarias a sí mismo, o que se debería tomar como verdad lo que ya antes insinuamos, es decir, que la virtud y la maldad son puras palabras, y que sólo por creencia se tiene algo como bueno o malo. Esto, como demuestra la verdadera razón, es el cúmulo de la impiedad y la iniquidad. Afirmamos ser destino ineludible que aquellos que escogieron el bien tendrán digna recompensa y los que escogieron lo contrario, tendrán igualmente digno castigo. En efecto, Dios no hizo al hombre como las demás criaturas. Por ejemplo: árboles o cuadrúpedos, que nada pueden hacer por libre determinación. En ese caso, no sería digno de recompensa y elogio, pues no habría escogido el bien por sí mismo, por haber nacido ya bueno; ni, por haber sido malo, sería castigado justamente, pues no lo sería libremente, sino por no haber podido ser algo diferente de lo que fue” (Justino Mártir, Apología Primera, XLIII).

Sobre Presciencia divina y Elección condicional

Aquellos que fueron conocidos de antemano [por Dios] que serían injustos, sean hombres o ángeles, no son hechos malos por culpa de Dios, sino cada uno por su propia culpa” (Justino Mártir, Diálogo con Trifón, CXL).

Elección condicional y libre albedrío.

«Vive para Dios y, aprehendiéndolo, coloca a un lado tu vieja naturaleza. No fuimos creados para morir, pero morimos por nuestra propia falla. Nuestro libre albedrío nos destruyó, nosotros que fuimos libres nos volvemos esclavos; fuimos vendidos por el pecado. Nada de mal fue creado por Dios; nosotros mismos manifestamos impiedad; pero nosotros, que la hemos manifestado, somos capaces de rechazarla nuevamente» (Taciano, el Sirio [120-180], Cartas, XI).

«Dios hizo al hombre libre, y ese poder sobre sí mismo […] Dios le concede como un don por filantropía y compasión, cuando el hombre le obedece. Porque como el hombre, desobedeciendo, atrae la muerte sobre sí mismo, así, obedeciendo a la voluntad de Dios, el que desea es capaz de obtener para sí mismo la vida eterna» (Teófilo de Antioquia [120?-186], Libro a Autólico, I, 27).

«La expresión: ‘Cuantas veces quise reunir a tus hijos […] pero ustedes no quisieron’ ilustra bien la antigua ley de la libertad del hombre, porque Dios lo hizo libre desde el principio, con voluntad y alma para consentir en los deseos de Dios sin ser coaccionado por Él. Dios no hace violencia, y el buen consejo lo asiste siempre, por eso da el buen consejo a todos, pero también da al hombre el poder de elección, como lo había dado a los ángeles, que son seres racionales, para que los que obedecen reciban justamente el bien, dado por Dios y guardado para ellos. […] Si no dependiera de nosotros el hacer y el no hacer, ¿por qué motivo el apóstol, y mucho antes de él el Señor, nos aconsejaría hacer cosas y abstenerse de otras? Siendo, por lo tanto, el hombre libre en su voluntad, desde el principio, y libre es Dios, a semejanza del cual fue hecho, se le ha dado desde siempre el consejo de atenerse al bien, lo que se realiza por la obediencia a Dios». (Ireneo de Lyon [130-202], contra las herejías, IV, 37, 1 y 4).

«Justamente como hombres que tienen libertad de elección así como virtud y defecto (porque tú no honrarías tanto lo bueno y castigarías lo malo, a menos que el defecto y la virtud estuvieran en su propio poder, y algunos son diligentes en los asuntos confiados a ellos, y otros son infieles), así son los ángeles»   (Atenágoras de Atenas [133-190], Llamamiento en favor de los cristianos, XXIV).

Sobre Eleccción Condicional y Gracia Resistible

«Si eso es así, la fe no sería resultado de una libre determinación, sino de un privilegio de la naturaleza; así tampoco sería responsable el que no cree, ni merecería un castigo justo; lo mismo que el creyente tampoco sería responsable. De esta manera, cuanto hay de personal y diferente realmente en nosotros por la fe o la incredulidad, no estará sometido ni a alabanza ni a reproche para quien bien razona, ya que todo se encuentra predeterminado por la necesidad natural, surgida del que tiene poder universal. Y si nosotros estamos gobernados por una fuerza natural, como por cuerdas, igual que los objetos inanimados, lo voluntario y lo involuntario resultan ser nociones superfluas, al igual que el impulso que los dirige. En cuanto a mí, no puedo concebir un ser viviente cuya capacidad impulsiva es resultado de una necesidad, instado por una causa externa. Entonces, ¿dónde estaría la conversión del incrédulo, por la que se obtiene el perdón de los pecados? Así, tampoco sería ya razonable el bautismo, ni el sello bendito, ni el Hijo, ni el Padre; sino que para ellos Dios viene a ser, me parece a mí, la distribución de las naturalezas, sin el fundamento de la salvación que es la fe voluntaria. Pero nosotros que hemos recibido del Señor, mediante las Escrituras, que a los hombres se les ha dado la facultad de elegir y de rechazar libremente, apoyándose en la fe, como criterio inmutable (o: infalible); demostramos que “el espíritu está pronto”, porque hemos elegido la vida y hemos creído a Dios mediante su voz.(Clemente de Alexandria [150-215 d.C.], Stromata, II, 3, 4).

Sobre Expiación Ilimitada

«Por medio de esta pequeña -y alegórica- semilla, (Dios) dispensa copiosamente a toda la humanidad la salvación».    (Clemente de Alejandría, Pedagogo, XI).

Elección condicional, albedrío y Gracia Resistible

«¿Cómo es que Dios no nos hizo de modo que no pecásemos y no incurriésemos en la condenación? Si el ser humano fuese hacho así, no habría pertenecido a sí mismo, sino que sería instrumento de aquel que lo movió. […] ¿Y cómo, en ese caso, diferiría de un arpa, sobre la cual otro toca; o de un barco, que otra persona dirige, donde la alabanza y la culpa residen en la mano del músico o del piloto, […] siendo ellos solamente instrumentos hechos para uso de aquel en quien está la habilidad? Pero Dios, en su misericordia, eligió hacer así al ser humano; por la libertad él lo exaltó por encima de muchas de sus criaturas»  (Bardesano, el Sirio [154-222 d.C.], Fragmentos)

«Creo, entonces, que el ser humano fue hecho libre por Dios, señor de su propia voluntad y poder, indicando la presencia de la imagen de Dios y la semejanza con Él […] Tú verás que cuando Él coloca ante el ser humano el bien y el mal, la vida y la muerte, el curso total de la disciplina está dispuesto en preceptos por los cuales Dios llama al ser humano del pecado, amenaza y lo exhorta; y eso en ninguna otra base, sino por el hecho de que el ser humano es libre, con voluntad o para la obediencia o para la resistencia […] Por lo tanto, tanto la bondad cuanto el propósito de Dios son revelados en el don de la libertad dado al ser humano por Su voluntad»   (Tertuliano [160-220 d.C.] contra Marción, II, 5).

«Ahora bien, debe ser conocido que los santos apóstoles, en la predicación de la fe de Cristo, se pronunciaron con la mayor claridad sobre ciertos puntos que ellos creían ser necesarios para todo el mundo. […] Esto también está claramente definido en la enseñanza de la Iglesia de que cada alma racional está dotada de libre albedrío y volición»   (Orígenes de Alejandría [185-253 d.C.], Sobre los Principios, Prefacio).

«Cuando Dios se comprometió al principio a crear el mundo, como nada que vino a ser lo es sin una causa, cada una de las cosas que habrían de existir fueron presentadas en Su mente. Él vio en lo que resultaría cuando cada una de esas cosas fuesen producidas; y cuando el resultado fuese completado, y lo que seguiría; y que más resultarían de esas cosas cuando fuesen a suceder; y así sucesivamente hasta la conclusión de la secuencia de eventos. Él sabía lo que sería, sin ser totalmente la causa de lo que viene a ser de cada una de las cosas que Él sabía que acontecerían«. (Orígenes de Alejandría, Comentarios sobre Génesis, Libro III, 6).

“Hay, de hecho, innumerables pasajes en las Escrituras que establecen con extrema claridad la existencia de la libertad de la voluntad”   (Orígenes de Alexandria, Sobre los Princípios, III, 1).

«El hombre posee la capacidad de autodeterminación, en la medida en que él es capaz de querer y no querer, y está dotado con el poder de hacer las dos cosas» (Hipólito de Portus [tercer siglo], Refutación de todas las herejías, X, 29).

“Ahora bien, aquellos que deciden que el ser humano no tiene libre albedrío y afirman que es gobernado por las necesidades inevitables del destino […] son culpables de impiedad para con el mismo Dios, haciéndolo ser la causa y el autor de los males humanos”.   (Metodio de Olimpos [250-311d.C.], El banquete de las diez vírgenes, XVI. Cabe recordar que Metodio escribió una obra entera en defensa del libre albedrío del hombre, titulada Concerniente al Libre-Arbitrio).

“Más aún, mi oponente dice que si Dios es poderoso, misericordioso, deseando salvarnos, que cambie nuestras disposiciones y nos fuerce a confiar en sus promesas. Esto, entonces, es violencia, no es amabilidad ni generosidad del Dios supremo, sino una lucha vana y pueril en la búsqueda de la obtención del dominio. ¿Porque qué sería tan injusto como forzar a hombres que son reacios e indignos,  a revertir sus inclinaciones, imprimir forzosamente en sus mentes lo que ellos no están deseando recibir, y tienen horror de recibir?” (Arnobio de Sica [250?-330 d.C.], contra los paganos, Libro II, 65).

“El conocimiento previo de los acontecimientos no es la causa de que hayan ocurrido. Las cosas no ocurren porque Dios lo sabe, cuando las cosas están por ocurrir, Dios lo sabe.”    (Eusebio de Cesarea [265-339 d.C.], Preparación para el Evangelio, VI, 11).

“Era necesario que el Cordero de Dios fuera ofrecido por los otros corderos cuya naturaleza Él asumió y por toda raza humana”   (Eusebio de Cesarea, Demostración del Evangelio, Prefacio, X)

Sobre la Expiación Ilimitada

“Todos los hombres estaban sujetos a la corrupción de la muerte. Sustituyendo a todos nosotros, el Verbo tomó un cuerpo semejante al nuestro, entregándose a sí mismo a la muerte por todos nosotros como un sacrificio a su Padre […] De esta manera, muriendo todos en Él, puede ser abolida la ley universal de la mortalidad humana. La exigencia de la muerte fue satisfecha en el cuerpo del Señor y, de ahora en adelante, deja de alcanzar a los hombres hechos semejantes a Cristo. A los hombres que se habían entregado a la corrupción fue restituida la incorrupción y, mediante la apropiación del cuerpo de Cristo y de su resurrección, los hombres son revividos de la muerte”.     (Atanasio de Alejandría [296-373 d.C.], De la encarnación, VIII).

“El Hijo de Dios vino al mundo […] redimir a todos los hombres […] sufriendo en su cuerpo en favor de todos los hombres.”    (Atanasio de Alejandría, Sermón contra los Arrianos)

“Por lo tanto, deseando ayudar a los hombres, Él, el Verbo, habitó con los hombres tomando forma de hombre, tomando para sí mismo un cuerpo semejante al de los otros hombres. A través de las cosas sensoriales, es decir, mediante las acciones de su cuerpo, Él les enseñó que los que estaban privados de reconocerlo, mediante su orientación y providencia universal, pueden por medio de las acciones de su cuerpo reconocer la Palabra de Dios encarnada y a través de Él venir al conocimiento del Padre.”   (Atanasio de Alejandría, De la encarnación, XIV).

“No hay un tipo de alma pecando por naturaleza y otro practicando justicia por naturaleza; ambas actúan por elección, la sustancia del alma es de una especie solamente e igual en todos” (Cirilo de Jerusalén [313-386 d.C.], Lecturas, IV).

Sobre el libre albedrío y la Gracia irresistible

“El alma es autogobernada: y aunque el Demonio pueda sugerir, no tiene el poder de obligar la voluntad. Él te pinta el pensamiento de la fornicación, pero tú puedes rechazarlo, si lo deseas. Pues si tú fueras fornicador por necesidad, ¿por qué Dios preparó el infierno? Si tú fueras practicante de la justicia por naturaleza, y no por la voluntad, ¿por qué preparó a Dios coronas de gloria inefable? La oveja es afable, pero nunca ha sido coronada por su afabilidad; porque su calidad de ser afable le pertenece por naturaleza, no por elección”    (Cirilo de Jerusalén, Lecturas, IV).

“Sois hechos partícipes de una vid santa: si permaneces en la vid, crecerás como un racimo fructífero; pero si no permaneces, serás consumido por el fuego. Así pues, produzcamos fruto dignamente. Que no nos suceda lo mismo que la vid infructuosa; no ocurra que, al venir Jesús, la maldiga por su esterilidad”. Que todos puedan, por el contrario, pronunciar estas palabras: ‘Yo, como un olivo verde en la casa de Dios, confío en el amor de Dios para siempre jamás’. No se trata de un olivo sensible, sino inteligible, portador de la luz. Lo que es propio de Él es plantar y regar; a ti, sin embargo, cabe fructificar. Por eso, no desprecies la gracia de Dios: guardadla piadosamente cuando la recibáis”.      (Cirilo de Jerusalén, Catequesis, I, 4).

Sobre Expiación Ilimitada

“No maravilla que todo el mundo fuese rescatado, porque Él no fue sólo un hombre, sino el Unigénito Hijo de Dios”    (Cirilo de Jerusalén, Catequesis, XIII, 2).

Sobre la Gracia Resistible

“Ellos entonces, que fueron sellados por el Espíritu hasta el día de la redención y preservaron puros e intactos los primeros frutos que recibieron del Espíritu, oirán las palabras: ‘¡Muy bien, buenos siervos! Como habéis sido fieles en lo mínimo, tomad el gobierno de muchas cosas’. De la misma forma, los que ofendieron al Espíritu Santo por la maldad de sus caminos, o no forjaron para sí lo que Él les dio, serán privados de lo que recibieron y su gracia será dada a otros; o, según uno de los evangelistas, serán totalmente cortados en pedazos, cuyo significado es ser separado del Espíritu”   (Basilio Magno [329-379], Sobre el Espíritu Santo, XVI, 40).

“Pero una cosa fue encontrada que era equivalente a todos los hombres, […] la santa y preciosa sangre de Nuestro Señor Jesucristo, la cual fue derramada por nosotros todos.”   (Basilio Magno, Sobre Salmos 49, VII, 8, sección 4).

“… los detractores de todo lo que es loable, entenebrecedores de la luz, inculturados en relación a la sabiduría, por quienes Cristo murió en vano”  (Gregorio de Nazianzo [329-389 d.C.], Sermón 45, Segundo Sermón de Pascua, XXVI)

“El sacrificio de Cristo es una expiación imperecedera por el mundo entero.” (Gregrorio de Nazianzo, Sermón 2 para Pascua).

Sobre el Libre Albedrío

“Siendo a la imagen y semejanza […] del Poder que gobierna todas las cosas, el ser humano mantuvo también en la cuestión del libre albedrío esta semejanza a Él cuya voluntad domina todo”  (Gregorio de Nisa [330-395], Sobre la Virginidad , XII).

“Entonces, hablando del Padre, Él añadió ‘Para quien estuviere preparado’, para mostrar que el Padre tampoco está acostumbrado a dar atención solamente a los pedidos, sino a los méritos; porque Dios no hace acepción de personas (Hechos 10.34). Por eso también el apóstol dice: ‘Los que antes conoció, también los predestinó’ (Romanos 8.29). Él no los predestinó antes de conocerlos, mas Él predestinó a la recompensa a aquellos cuyos méritos de antemano Él conoció”   (Ambrosio de Milán [337-397], sobre la fe, Libro V, 6, 82).

“A pesar de Cristo haber padecido por todos, Él padeció especialmente por nosotros” (Ambrosio de Milán, Exposición del Evangelio de Lucas, VI, 7).

Este místico Sol de la Justicia fue levantado por todos, vino para todos; Cristo padeció por todos y resucitó por todos. Pero si alguien no cree en Cristo, está privándose a sí mismo de ese beneficio universal, […] el beneficio común del perdón divino y de la remisión de los pecados [el cual] no pertenece […] a los ángeles caídos. […] Cristo vino para la salvación de todos, Él emprendió la redención para todos, en la medida en que Él trajo un remedio por el cual todos pudiesen escapar, a pesar de haber algunos […] que no desean ser curados”    (Ambrosio de Milán, Sobre Salmos 118, Sermón VIII).

Sobre Elección por presciencia divina

“Esos que son llamados de acuerdo con la promesa son aquellos que Dios sabía que serían verdaderos creyentes en el futuro, pues ellos antes de creer ya eran conocidos [por Dios]. […] De la misma manera, [Dios] condenó a Faraón por su pre-conocimiento, pues sabía que éste no se compondría, y escogió al apóstol Pablo cuando él todavía estaba persiguiendo a la Iglesia, pues sabía que él no dejaría de ser bueno más tarde” (Ambrosiaster [370 d.C.], Comentario a las Trece Epístolas de San Pablo, fragmentos en que comenta los pasajes de Romanos 8.28 y 9.14)

“Para responder a todos los que insisten en preguntar ‘¿Cómo podemos ser salvos sin contribuir con nada en esa salvación?’, Pablo nos muestra que, de hecho, tenemos una gran dosis de contribución en ella: ¡entramos con nuestra fe!”  (Juan Crisóstomo [347-407 d.C.], Homilía en Efesios).

Sobre libre albedrío, Elección Condicional y Gracia Resistible

“Por cuanto Dios ha puesto en nuestro poder el bien y el mal, nos ha dado el libre albedrío de la elección, y cuando no queremos no nos fuerza; cuando, sin embargo, queremos, nos abraza”    (Juan Crisóstomo, Homilía sobre la Traición de Judas, I, 3).

“Dijo alguien: ‘¿Entonces es suficiente creer en el Hijo para ganarse la vida eterna?’ De ninguna manera. Escucha esta declaración de Cristo mismo, diciendo: ‘No todo el que me dice: Señor, Señor entrará en el reino de los cielos’; y la blasfemia contra el Espíritu es suficiente para lanzar a un hombre en el infierno”.   (Juan Crisóstomo, Homilía sobre el Evangelio de Juan, XXXI, 1).

“Esto es lo que Marción pregunta, y todo el grupo de herejes que mutilan el Antiguo Testamento, con la mayor parte de su argumento girando alrededor de algo como esto: o Dios sabía que el hombre colocado en el Paraíso transgrediría Su orden, o Él no lo sabía. Si Él sabía, el hombre no tiene culpa, pues no pudo evitar la presciencia de Dios, pues Aquel que lo creó lo hizo de tal manera que él no podía escapar del conocimiento de Dios. Y si él no lo sabía, estarás privándolo de su presciencia, entonces también estarás quitando su divinidad. Mediante esa misma argumentación, Dios será merecedor de culpa por elegir a Saúl, que se probaría como uno de los peores de los reyes. Y el Salvador debe ser condenado por ignorancia o por injusticia, en la medida en que Él dijo en el Evangelio: ‘¿No os elegí a vosotros los doce, y uno de vosotros es un diablo?’. ¿Pregunta a Él por qué eligió a Judas, un traidor? ¿Por qué Él le confió la bolsa, cuando él sabía que era un ladrón? ¿Debo decirte la razón? Dios juzga el presente, no el futuro. Él no hace uso de su presciencia para condenar a un hombre que Él sabe que va más adelante a desagradarlo; pero esa es su bondad y misericordia indescriptible, que Él escoge a un hombre que, Él sabe, va sin embargo a ser bueno y, quién sabe, va a terminar mal, dándole así la oportunidad de ser convertido y de arrepentirse. Este es el significado de las palabras del apóstol, cuando dice: ‘¿No sabes que la bondad de Dios te lleva al arrepentimiento? Pero, con la dureza e impenitencia de tu corazón, acumulas ira para ti en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, que retribuirá a cada uno según sus obras’. Adán no pecó porque Dios sabía que él haría así, pero Dios, justamente por el hecho de ser Dios, sabía de antemano lo que Adán haría por su libre elección.”       (Jerónimo [347-420 d.C.] Contra los Pelagianos, Libro III, 6).

“‘Quizá’, dice Él, ‘ellos oigan y se conviertan’ (Jeremías 26.3). La incertidumbre de la palabra ‘quizá’ no puede pertenecer a la majestad del Señor, sino que se habla por nuestra condición, para que el libre albedrío del hombre pueda ser preservado, para que no supongan que, en vista de Su presciencia, existe, por así decir, una especie de necesidad, bien de hacer algo o de no hacerlo”.    (Jerónimo, Comentarios sobre Jeremías, V, 35,5).

“Tal como una pluma utilizada para escribir, o una flecha que necesita un agente que de ella haga uso, también la gracia de Dios tiene la necesidad de corazones creyentes” (Cirilo de Alejandría [375-444 d.C.], Lecturas Catequéticas, I, 1).

Sobre la Expiación Ilimitada

“La muerte de una carne es suficiente para el rescate de toda la raza humana, porque aquella perteneció al Logos, el Unigénito de Dios Padre”  (Cirilo de Alejandría, Sermón sobre ‘la Recta Fide’, II, 7).

Gracia Resistible y Elección Condicional y Predestinación por presciencia

“La parte de Dios es derramar gracia, pero la vuestra es aceptarla y guardarla” (Cirilo de Alejandría, Lecturas Catequéticas, I, 1).

“Aquellos cuya intención Dios previó, Él predestinó desde el principio. Aquellos que predestinó, Él llamó y justificó por el bautismo. Los que fueron justificados, Él glorificó, llamándolos hijos. (…) Que nadie diga que la presciencia de Dios fue la causa unilateral de esas cosas. No fue su presciencia que justificó a las personas, pero Dios sabía qué acontecería, porque Él es Dios”.  (Teodoreto de Cirro [393-466 d.C.], Interpretación de Romanos, trecho donde comenta Romanos 8.30).

“Cuando la cabeza de la raza [Adán] fue condenada, toda la raza fue condenada con él; y entonces, cuando el Salvador destruyó la maldición, la naturaleza humana ganó libertad”. (Teodoreto de Cirro, Diálogos, III).

Son muchos los textos de los Padres de la Iglesia pre-Agustín y contemporáneos de él que podrían todavía ser citados en este capítulo comprobando la posición sinergista de todos ellos en ese período, pero no me detendré aquí en esa tarea, pues ya la considero razonablemente realizada. Pasaré ahora, ya que esta obra se enfoca en el arminianismo, a resaltar algunos Padres de la Iglesia pre-Agustín que eran arminianos en su entendimiento de la mecánica de la Salvación, puesto que eran sinergistas que creían en la precedencia de la gracia [gracia previniente]. Continuará en la próxima publicación…

Traducción al español por Gabriel Edgardo LLugdar del libro La Mecánica de la Salvación del autor Silas Daniel. Capítulo 1.  Diarios de Avivamientos 2019

Agustín y la ¿Sola Scriptura?

Sola Scriptura - Agustin y la Sola Escritura

Agustín, obispo de Hipona, es muchas veces utilizado para refrendar una postura doctrinal en particular, pero lamentablemente se arrancan trozos aislados del vasto campo de su pensamiento; y esto como consecuencia de desinformación, o lo que es peor, con la intención de desinformar. Entre esos pensamientos agustinianos fundamentales, sin los cuales no se puede entender el resto de su obra, estaban los de la autoridad de la Tradición y la autoridad de los Concilios Ecuménicos o Universales.

Para Agustín, la revelación ya está toda contenida en las Sagradas Escrituras, por lo que la cuestión no gira sobre la revelación sino sobre quién tiene derecho a interpretar esa revelación. En su disputa con los Donatistas, surge la cuestión de si el bautismo que se realizaba en esa secta era válido, él sostenía que sí pero el gran Cipriano, obispo y mártir anterior por quien Agustín sentía veneración, sostenía que ese bautismo no tenía validez, y dicha postura se refrendó en un concilio local; sin embargo, fuera de esa región se practicaba lo contrario. Lo primero que hace Agustín es establecer la primacía de las Escrituras:

«Pero, ¿quién ignora que la santa Escritura canónica, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, está contenida en sus propios límites, y que debe ser antepuesta a todas las cartas posteriores de los obispos, de modo que a nadie le es permitido dudar o discutir sobre la verdad o rectitud de lo que consta está escrito en ella? En cambio, las cartas de los obispos, de ahora o de hace tiempo, pero cerrado ya el canon de la Escritura, pueden ser corregidas por la palabra quizá más sabia de alguien más perito en la materia, por una autoridad de más peso o la prudencia más avisada de otros obispos, o por un concilio, si en ellas se encuentra alguna desviación de la verdad. [Tratado sobre el Bautismo. Libro II.IV.5. Traductor: P. Santos Santamarta, OSA]

¿Y qué pasaba entonces con el concilio, donde se había dispuesto algo que no era universalmente aceptado? Agustín afirma que un concilio menor está sometido a uno mayor, y este a la autoridad universal de la Iglesia:

«Incluso los mismos concilios celebrados en una región o provincia deben ceder sin vacilaciones a la autoridad de los concilios plenarios reunidos de todo el orbe cristiano. Y estos concilios plenarios a veces son corregidos por otros concilios posteriores, cuando mediante algún descubrimiento se pone de manifiesto lo que estaba oculto o se llega al conocimiento de lo que estaba oscuro»  [Ibíd.]

“arrastraron primero a Agripino, luego al mismo Cipriano, después a los que estuvieron de acuerdo con ellos en África, y también a los que quizá hubo en tierras transmarinas y remotas, y que por tales razones llegaron al extremo de pensar que se debía practicar lo que no tenía la primitiva Iglesia y que luego rechazó con inquebrantable firmeza y unanimidad el orbe católico. De suerte que una verdad más poderosa de la unidad y una medicina universal procedentes de la salud curaba el mal que se había comenzado a infiltrar en algunas mentes por semejantes discusiones. Vean los donatistas con qué seguridad emprendo esta tarea. Si no pudiera refutar cumplidamente sus afirmaciones, tomadas del concilio de Cipriano o de sus cartas, es decir, que el bautismo de Cristo no puede ser dado por los herejes, permaneceré seguro en la Iglesia, en cuya comunión permaneció el mismo Cipriano junto con aquellos que no estaban de acuerdo con él. [Tratado sobre el Bautismo Libro III.II.2. Traductor: P. Santos Santamarta, OSA]

En el texto que acabamos de leer dice Agustín algo muy importante, que parafraseado sería así: «si yo no pudiera refutar algo, opto por lo más seguro, permanezco en la unidad y unanimidad antigua de la Iglesia porque allí estaré seguro»

Cuando Agustín no encuentra referencia en la Escritura sobre el bautismo de bebés se ampara en la Tradición:

“[…] que es unánime en todos el sentir de la Iglesia católica, y que se remonta a la fe transmitida desde los tiempos antiguos y sólidamente establecida con voz de algún modo clara, y que se revuelve muy enérgicamente contra ellos aquello que he afirmado: «ellos dicen que en los párvulos no hay pecado alguno que deba ser lavado por el baño del bautismo». Porque todos corren a la Iglesia con los párvulos, no por otro motivo sino para que el pecado original, contraído por la generación del primer nacimiento, sea purificado por la regeneración del segundo nacimiento.” [El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Segundo – Primera Respuesta a Juliano de Eclana, II.4]

«Y especialmente acusa a la Iglesia extendida por el mundo entero, donde todos los infantitos en el bautismo reciben en todas partes el rito de la insuflación no por otra razón sino para arrojar fuera de ellos al príncipe del mundo, bajo cuyo dominio necesariamente están los vasos de ira desde que nacen de Adán si no renacen en Cristo y son trasladados a su reino una vez que hayan sido hechos vasos de misericordia por la gracia. Al chocar contra esta verdad tan fundamental, para no dar la impresión de que ataca a la Iglesia universal de Cristo, en cierta manera me habla a mí solo…» [El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Segundo – Primera Respuesta a Juliano de Eclana, XVIII.33]

Y por si quedaba alguna duda de la importancia de la Tradición para Agustín:

La costumbre de la madre Iglesia de bautizar a los niñitos jamás debe ser reprobada. De ningún modo debe ser juzgada superflua. Y debe sostenerse y creerse como tradición apostólica”. [Del Génesis a la Letra X.XXIII.39 Traducción: Lope Cilleruelo, OSA]

Tiene problemas Agustín para demostrar que el pecado original tenga suficiente respaldo bíblico, por eso recurre a la Tradición y a su Antigüedad:

«Yo no he inventado el pecado original que la fe católica confiesa desde antiguo» [El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Segundo – Primera Respuesta a Juliano de Eclana, XII.25]

“Con la brevedad y transparencia posibles, probaré, en tercer lugar, una doctrina que no es mía, sino de mis antecesores, que han defendido la ortodoxia de la fe católica contra tus falaces argucias y tus sofisticados argumentos. Por último, de no enmendarte, es inevitable un enfrentamiento con los grandes doctores de la Iglesia ante tu pretensión de que ni siquiera ellos en este punto defienden la verdad católica. Con la ayuda del cielo, yo defenderé su doctrina, que es la mía.”  [Réplica a Juliano – Libro I.I.3.]

Cada vez que Agustín tiene problemas para demostrar algo con la Escritura recurre a la autoridad de la Tradición:

«Y en este terreno vuestra impía novedad queda asfixiada por la verdad católica, con pátina de antigua tradición”. [Réplica a Juliano. Libro V.XII.48.]

“Si en serio tomas tus discusiones, debías darte cuenta de que todos tus razonamientos no impresionan ni pueden impresionar a un pueblo cuyas creencias se fundan en la verdad y en la antigüedad de la fe católica”. [Réplica a Juliano. Libro VI.XI.34.]

Claramente enseña Agustín que ante una doctrina que cause división debe aceptarse la postura que haya sido siempre enseñada, en todas partes, y por toda la Iglesia (Unanimis Consensus Patrum – El Conceso Unánime de los Padres)

«sería necesario considerar verdadero lo que desde toda la antigüedad cree y predica la verdadera fe católica en toda la Iglesia”. [Réplica a Juliano. Libro VI.V.11.]

Famosas son las palabras de Agustín sobre quién tiene la autoridad final, pues es la Iglesia la que determina el canon:

Yo, en verdad, no creería en el Evangelio si no me impulsase a ello la autoridad de la Iglesia católica. Por tanto, si obedecí a los que me decían que creyese al Evangelio, ¿por qué no he de obedecer a los que me dicen: «No creas a los maniqueos»? Elige lo que quieras. Si dices: «Cree a los católicos», ellos me amonestan a que no os otorgue la más mínima fe; por tanto, creyéndoles a ellos, no puedo creerte a ti; si dices: «No creas a los católicos», no obrarás rectamente al obligarme a creer a Manés en virtud del Evangelio, porque he creído en él por la predicación de la Católica. […]  yo me agarraré a aquellos por cuyo mandato creí al Evangelio, y por cuya orden en ningún modo te creeré a ti. Porque si, casualmente, pudieras hallar algo claro en el Evangelio sobre la condición de apóstol de Manes, tendrás que quitar peso ante mí a la autoridad de los católicos que me ordenan que no te crea; pero disminuida esa autoridad ya no podré creer ni en el Evangelio, puesto que había creído en él amparándome en la autoridad de ellos. […]  En los Hechos de los Apóstoles leemos quién ocupó el lugar del que entregó a Cristo. Si creo en el Evangelio, necesariamente he de creer en ese libro porque la autoridad católica me encarece igualmente uno y otro escrito.”. [Réplica a la carta de Manés 5.]

Es en la unidad del consenso donde está la firmeza de la doctrina, sostiene Agustín, quién continuamente repite en sus escritos «quien no ama la unidad no ama la verdad«

«Porque las cosas que dicen no son suyas, sino de Dios, el cual ha colocado la doctrina de la verdad en la cátedra de la unidad”. [Carta 105.16. Traducción: Lope Cilleruelo, OSA]

Agustín, entonces, cree en la Primacía de las Escrituras pero dentro del marco de la Tradición y no fuera de ella. Las Escrituras no pueden ser interpretadas por cualquiera, pues es la unidad de la totalidad lo que cuenta, son los Concilios Universales quienes tienen la máxima autoridad en materia de fe. Y por si quedaba alguna duda de que Agustín tenía a la Tradición como compañera inseparable de la Escritura, o mejor dicho, a la Escritura dentro del marco de la Tradición,  leamos esta sorprendente declaración suya:

“Ante todo, quiero que retengas lo que es principal en este debate, a saber: que Nuestro Señor Jesucristo, como El mismo dice en su Evangelio, nos ha sometido a su yugo suave y a su carga ligera. Reunió la sociedad del nuevo pueblo con sacramentos, pocos en número, fáciles de observar, ricos en significación; así el bautismo consagrado en el nombre de la Trinidad, así la comunión de su cuerpo y sangre y cualquiera otro que se contenga en las Escrituras canónicas.

Y aquí remata Agustín:

Todo lo que observamos por tradición, aunque no se halle escrito; todo lo que observa la Iglesia en todo el orbe, se sobreentiende que se guarda por recomendación o precepto de los apóstoles o de los concilios plenarios, cuya autoridad es indiscutible en la Iglesia. [Carta 54.1,2. Traducción: López Cilleruelo, OSA]

Lo que toda la Iglesia desde toda la antigüedad ha sostenido es lo que determina la validez de una doctrina. Las novedades, que no tienen el consenso unánime de los Padres o de los Concilios deben ser desechadas. Es precisamente a esos Padres a los que Agustín se dirige con las siguientes palabras:

  • «una asamblea de santos Padres digna de toda veneración y respeto» [Réplica a Juliano – Libro I.IV.12. ]
  • «¿Te parece irrelevante la autoridad de todos los obispos orientales, centrada en San Gregorio?… jamás los orientales hubieran sentido tanta estima y reverencia por él si no reconociesen en su doctrina la archiconocida regla de la verdad» [Réplica a Juliano – Libro I.V.15,16 ]
  • «Te atreves a oponer estas palabras del santo obispo Juan Crisóstomo a las de tantos y tan insignes colegas suyos y presentarlo como adversario y como miembro disidente de su compañía en la que reina la más perfecta armonía, ¡Dios no lo permita!» [Réplica a Juliano – Libro I.VI.21,22] 
  • • «¿No queda esto bien probado por el testimonio de todos los santos y sabios doctores ya citados? … Padres tan ilustres de la Iglesia». [Réplica a Juliano – Libro I.VII.29]
  • “Todos [los Padres que ha ido mencionando] han brillado en el cielo de la Iglesia por sus escritos, repletos de sana doctrina. Todos, vestidos con coraza espiritual, lucharon aguerridos contra la herejíaAdemás, la asamblea de los santos en la que te he introducido no es una muchedumbre del pueblo, sino de hijos y Padres de la Iglesia. Son del número de aquellos de quienes se dice: En lugar de padres, tendrás hijos; los harás príncipes sobre todo la tierra. Son todos hijos de la Iglesia, de la que aprendieron estas verdades; y se hicieron Padres para enseñarlas.» [Réplica a Juliano – Libro I.VII.30,31 Escritos Antipelagianos 3. BAC]

Agustín afirma la regla que él usaba con los Padres de la Iglesia, y a la que a su vez él se sometía; pues como le gustaba recordar a sus lectores, estaba dispuesto a corregir sus opiniones a la luz de otros más ilustres:

 “Entra, pues, Juan [se refiere al gran Juan Crisóstomo], por favor; toma asiento entre tus hermanos, de los que ningún argumento ni tentación te puede separar. Necesito conocer tu opinión, porque este joven —Juliano— pretende encontrar en tus escritos motivos para vaciar e invalidar la doctrina de tantos y tan insignes colegas en el episcopado. Y, si fuera verdad que ha encontrado en tus discursos algo de lo que pretende haber leído y fuese evidente que participaras de su sentir, permite te diga que jamás puedo anteponer el testimonio de uno solo al de tantos insignes doctores en una cuestión en que la fe cristiana y la fe de la Iglesia jamás han variado. Mas no permita Dios hayas albergado sentimientos contrarios a los de la Iglesia, en la que ocupas sitial preeminente. Haznos oír tu palabra». [Réplica a Juliano – Libro I.VI.23,28

En el estudio de la doctrina nunca se debe anteponer el testimonio de un solo Padre o Doctor al Consenso unánime de toda la Iglesia desde toda la antigüedad.

“Con la ayuda de Dios, confío, ¡oh Juliano!, destruir tus ardides mediante testimonios tomados de los escritos de egregios obispos que con gran competencia han comentado las Sagradas Escrituras. […] Demostraré, pues, que, con perversa intención de perjudicar, acusas de herejes ante los indoctos a los que con gran celo han defendido la doctrina y la fe de la Iglesia católica contra los heterodoxos. Mi objetivo actual es refutar con palabras de estos santos doctores todos los argumentos que aducís… Y no dudo que el pueblo cristiano prefiera adherirse al sentir de estos eximios varones y no a vuestras profanas novedades.” [Réplica a Juliano – Libro II.I.1]

Hemos visto en este estudio que Agustín no era hombre de Sola Scriptura, inseparablemente de ella abrazaba, y se sometía, al consenso unánime de los Padres y Concilios.  Esta autoritativa Tradición la definía como una «ciudadela fortificada», y afirmaba que: «Es una estupenda disciplina esa de recoger con cuidado a los débiles dentro de la ciudadela de la fe».  [Carta 118.32.]

Todos los textos han sido extraídos de sus fuentes primarias, en sus respectivas traducciones al españolArtículo y recopilación de textos: Gabriel Edgardo LLugdarDiarios de Avivamientos – 2018.