¿Para qué sirve un Papa?

«Ahora bien, someterse al Romano Pontífice, lo declaramos, lo decimos, definimos y pronunciamos como de toda necesidad de salvación, para toda criatura humana» [Papa Bonifacio VIII, Bula Unam sanctam, 18 de noviembre de 1302»

Mat 16:18-19 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»[1]

Ya sea que interpretemos que la piedra es Cristo, Pedro, o la confesión de Pedro, lo cierto es que aquí las llaves del Reino de los Cielos es entregada al apóstol; y con esas llaves abrirá las puertas de salvación a los judíos con su predicación en el día de Pentecostés, y a los gentiles con su predicación en la casa de Cornelio. El Señor nada dice de que esas «llaves» pasarían luego a manos de algún sucesor de Pedro, y si así fuera ¿a cuál sucesor deberían serle entregadas?, ¿a uno por sobre el resto, o a todos? Los católicos romanos aseguran que esas llaves le corresponden al obispo de Roma, ¿por qué?, porque es el sucesor de Pedro, ¿con qué fundamento el obispo de Roma es el sucesor exclusivo de Pedro?, ninguno. Pedro ejerció su apostolado en Jerusalén, en Samaria, en Cesarea, en Jope, en Antioquía, etc., ¿por qué no podrían reclamar, los obispos establecidos en esos lugares por el mismo apóstol, ser sus auténticos sucesores también? Los apologetas romanistas no tienen respuesta a esto; ellos siempre tratarán de centrar la discusión en que si Pedro es la roca de Mateo 16:18. Bien, concedámosles ese punto, afirmemos que el apóstol es la piedra sobre la cual Cristo edificaría su Iglesia, esto estaría en conformidad con:

Efesios 2:20  «edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo»[2]

¿Y cuál es ese cimiento?

1Corintios 3:11 «Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo[3]

Sea cual sea la interpretación que pretendas darle ella siempre nos llevará a Cristo, por lo tanto no perderemos tiempo discutiendo obviedades, nos centraremos en aquello que los apologistas católicos romanos no pueden responder: ¿por qué el obispo de Roma, y no otro, es el sucesor de Pedro? Veamos qué opina de esto la Iglesia Ortodoxa:

«Esos versículos demasiado conocidos del Evangelio son de suma importancia dogmática, puesto que en ellos Roma, que se considera heredera apostólica de Pedro, fundamenta lo que considera su superioridad jurídica, la de Pedro sobre los demás apóstoles, la de ella sobre la Iglesia universal, así como la constitución monárquica de la Iglesia cristiana. ¿Qué dicen los ortodoxos? Los padres griegos, los teólogos bizantinos, la liturgia oriental subrayan el primado de Pedro entre los apóstoles; pero los bizantinos señalan que el poder de las llaves fue confiado a todos los apóstoles, que Juan, Santiago, pero especialmente Pablo, son también corifeos; para ellos el primado de Pedro no es un poder, sino la expresión de una fe y de una vocación comunes. […] Pero ¿qué? ¿El Papa no será el sucesor de Pedro? Lo es, pero como obispo. Pedro es apóstol y el corifeo de los apóstoles, pero el Papa no es ni apóstol (los apóstoles no han ordenado otros apóstoles), ni muchos menos corifeo de los apóstoles. Pedro es el instructor del universo; en cuanto al Papa, es el obispo de Roma. Pedro pudo ordenar un obispo en Antioquía, otro en Alejandría, otro en otra parte, pero el obispo de Roma no lo hace […] Pedro ordena al obispo de Roma, mientras que el Papa no nombra a su sucesor»   [Meyer, Jean. La Gran Controversia. Las Iglesias Católica y Ortodoxa de los orígenes hasta nuestros días. Editorial TusQuets Editores, p.81-82]

El apóstol Pedro no nombró a ningún sucesor especial, a ninguno a quien dejarle «el poder de las llaves». ¿Tienen los apologetas romanistas algún texto bíblico que demuestre lo contrario? Todos los obispos fueron sucesores de los apóstoles en igual grado; y posteriormente se le concedió relevancia a los cinco patriarcados: Roma, Constantinopla, Antioquía, Alejandría y Jerusalén. De entre esta pentarquía los dos obispos principales eran el romano y el constantinopolitano, ¿por qué?

«Los patriarcas se apoyan sobre la práctica inaugurada a la hora de la conversión de Constantino: el rango de los obispados en la jerarquía corresponde al rango civil de su ciudad; al cambiar el rango civil lo hace el rango eclesiástico; por esa razón Constantinopla, como capital del Imperio de Oriente, como nueva Roma, es también sede de patriarcado. El mismo razonamiento explica la importancia de Roma y su carácter histórico, es decir, no eterno.» [Meyer, Jean. La Gran Controversia. Las Iglesias Católica y Ortodoxa de los orígenes hasta nuestros días. Editorial TusQuets Editores, p.85]

Uno se preguntaría ¿por qué Constantinopla tiene mayor importancia que sedes apostólicas más antiguas como Jerusalén o Antioquía?, simplemente porque por influencia de Constantino la jerarquía del obispo se corresponde con la jerarquía de la ciudad; y como Roma y Constantinopla eran capitales del imperio sus obispos gozaban de un estatus preferencial (en cuanto a honor no en lo relativo a autoridad). Recordemos que anteriormente, con la destrucción de Jerusalén en el año 70 (y hasta la fundación de Constantinopla) la iglesia de Roma se levantó como columna en la cristiandad, como custodia de la doctrina y apoyo para las demás iglesias, y todos le reconocieron esa preeminencia en el amor. Por ello el obispo de Roma será considerado por los demás obispos como primo inter pares (primero entre iguales):

«El concepto de la Iglesia como ícono de la Trinidad tiene muchas otras aplicaciones. ‘La unidad en diversidad’ – así como cada persona de la Trinidad es autónoma, la Iglesia está compuesta de unas cuantas Iglesias autocéfalas; así como las tres personas de la Trinidad son iguales, en la Iglesia ningún obispo puede pretender al poder absoluto sobre los demás; no obstante, así como en la Trinidad el Padre goza de preeminencia como fuente y manantial de la divinidad, en la Iglesia el Papa es ‘primero entre iguales’.» [Kallistos, Ware (Obispo). La Iglesia Ortodoxa. Ed. Ángela, p. 217]

Pero lamentablemente los obispos romanos no se conformaron con ser primeros entre iguales, quisieron ser únicos sobre todos, y esa pretensión infundada ha sido la causa de los grandes cismas de la Iglesia:

«Para los romanos, el principio unificador de la Iglesia es el Papa, cuya jurisdicción se extiende sobre todo el cuerpo; en cambio los ortodoxos no creen que ningún obispo disponga de semejante jurisdicción universal. En tal caso, ¿qué es lo que une a la Iglesia? Los ortodoxos responden, que el acto de la comunión en los sacramentos. La teología ortodoxa de la Iglesia es ante todo una teología de la comunión. Cada Iglesia local, como ya lo dijo Ignacio de Antioquía, es constituida por la congregación de los fieles, reunidos alrededor de su obispo y celebrando la Eucaristía; la Iglesia universal está constituida por la comunión mutua de los que dirigen las Iglesias locales, es decir los obispos. La unidad no se mantiene desde fuera por un Sumo Pontífice, sino que se alienta desde dentro en la celebración de la Eucaristía. La Iglesia no es una institución de estructura monárquica, centrada en un solo jerarca; es colegial, compuesta por la comunión recíproca de los numerosos jerarcas, y de cada jerarca con los miembros de su rebaño. El acto de comunión, por lo tanto, es el criterio de asociación a la Iglesia.»  [Kallistos, Ware (Obispo). La Iglesia Ortodoxa. Ed. Ángela, p. 222]

Los católicos romanos consideran a la Iglesia como una estructura monárquica, y quien no esté sujeto al Papa (cabeza visible de esa estructura piramidal y jerárquica) está fuera de la Iglesia. Los católicos ortodoxos rechazan esa pretensión y se niegan a someterse al absolutismo papal. Mientras tanto, los católicos evangélicos y protestantes también nos negamos a reconocer ese fantasioso sistema de gobierno que no tiene ningún sustento bíblico o histórico. Si los apologetas romanistas creen que nosotros somos herejes porque rechazamos el absolutismo papal, que miren hacia la iglesia Ortodoxa (de raíces apostólicas) y vean cómo ellos también consideran absurda la pretensión del obispo de Roma. No somos nosotros el problema, queridos apologistas, son ustedes con su insistente papolatría.

¿Qué dice la Biblia?

Gálatas 2:1, 9 «Luego, al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito… y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos»

Este solo texto ya desbarata toda pretensión de supremacía petrina, pues no dice que Cefas (Pedro) sea el principal o el obispo de obispos; ni siquiera es nombrado en primer lugar, simplemente era una de las columnas de la Iglesia. Pero desde Roma nos siguen insistiendo en que si Pedro era la roca sobre la cual Cristo edificó la Iglesia, el Papa también lo es. Y es que el obispo de Roma, cuando habla ex cathedra, puede proclamar nuevos dogmas de creencia obligatoria para todos los fieles. Por ejemplo, hay mucha presión de parte de los marianistas para que se proclame el dogma de María Corredentora; hasta ahora ha habido reticencia de parte de los papas para proclamar este absurdo dogma que de ser oficializado significaría la mariolatría en su máxima expresión, y lo peor de todo, cerraría definitivamente la puerta a un mayor acercamiento con ortodoxos y evangélicos. La Iglesia es bimilenaria, entonces, ¿después de dos mil años de edificación pretenden los romanistas seguir poniendo cimientos o fundamentos? 

Los Patriarcas Ortodoxos, en el año 1848, enviaron una carta al Papa Pío IX donde le decían: «En nuestra comunidad, ni los Patriarcas ni los Concilios jamás podrían introducir nuevas enseñanzas, ya que el guardián de la religión es el mismo cuerpo de la Iglesia, es decir, el mismo pueblo.» Pero el obispo de Roma insiste en que después de casi dos mil años se puede seguir colocando cimientos a la Iglesia. En el Concilio Vaticano I (año 1870) se declararon dos nuevos dogmas papistas: el Primado del romano pontífice sobre la iglesia universal y la Infalibilidad papal.

Leamos lo que decretó el Vaticano I:

«A nadie a la verdad es dudoso, antes bien, a todos los siglos es notorio que el santo y beatísimo Pedro, príncipe y cabeza de los Apóstoles, columna de la fe y fundamento de la Iglesia católica, recibió las llaves del reino de manos de nuestro Señor Jesucristo, Salvador y Redentor del género humano; y, hasta el tiempo presente y siempre, «sigue viviendo» y preside y «ejerce el juicio» en sus sucesores, los obispos de la santa Sede Romana, por él fundada y por su sangre consagrada. De donde se sigue que quienquiera sucede a Pedro en esta cátedra, ese, según la institución de Cristo mismo, obtiene el primado de Pedro sobre la Iglesia universal.»   [Concilio Vaticano I. Cuarta sesión, 18 de julio de 1870: Primera Constitución dogmática “Pastor aeternus” sobre la Iglesia de Cristo. Cap. II. Dezinger Hünermann 3056-3057]

Verdaderamente es un disparate afirmar «de donde se sigue que quienquiera sucede a Pedro en esta cátedra, ese, según la institución de Cristo mismo, obtiene el primado de Pedro sobre la Iglesia universal». Es obsceno y perverso afirmar que Cristo instituyó la supremacía papal, cuando la realidad es que surgió de la desmedida ambición de los obispos romanos, más preocupados por imponer su autoridad que su ejemplo de vida; y que además fue un dogma muy resistido tanto por los ortodoxos como por los conciliaristas.  Y como si esto no les bastase, tuvieron el descaro de maldecir a los que no acepten dicho dogma:

«Si alguno, pues, dijere que no es de institución de Cristo mismo, es decir, de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en el primado sobre la Iglesia universal; o que el Romano Pontífice no es sucesor del bienaventurado Pedro en el mismo primado, sea anatema.»  [Concilio Vaticano I. Cuarta sesión, 18 de julio de 1870: Primera Constitución dogmática “Pastor aeternus” sobre la Iglesia de Cristo. Cap. II. Dezinger Hünermann 3058]

Que nos muestren los apologistas católicos romanos en qué textos bíblicos sustentan el dogma de la primacía del obispo de Roma sobre la iglesia universal. Que nos enseñen mediante las Escrituras dónde Pedro dejó como su sucesor al obispo romano. Si son doctrinas tan importantes algún fundamento escritural deben tener. Si según ellos Cristo mismo instituyó que los sucesores de Pedro gobernasen desde Roma a toda la Iglesia ¿por qué la iglesia Ortodoxa, que tiene iguales raíces apostólicas, considera una aberración esa doctrina y no reconoce la supremacía del Papa? ¿Por qué los otros patriarcados y los Padres de la Iglesia reconocieron siempre al obispo de Roma como primero entre iguales y no como obispo de obispos? Los apologistas católicos responderán que no hay ningún texto bíblico que afirme o insinúe que el obispo de Roma es el único sucesor de Pedro, pero que en la patrística hay suficiente evidencia. La realidad es que no la hay (por eso la iglesia Ortodoxa no cree en dicho dogma), solamente manipulando textos aislados de los Padres de la Iglesia pueden pretender convencernos. En otro capítulo ampliaremos este tema.

¿Para qué sirve un Papa en Roma?

Tengo en mis manos un libro que me acaba de llegar, es del sacerdote católico de la diócesis primada de Toledo, Gabriel Calvo Zarraute, quien es Licenciado en Estudios Eclesiásticos, Diplomado en Magisterio, Licenciado en Teología Fundamental, Licenciado en Historia de la Iglesia, Licenciado en Derecho Canónico, y tiene un Grado en Filosofía. Y resume perfectamente el estado del papado en la actualidad:

«Bergoglio desafía todas las reglas del sentido común, y con su reiterado desprecio hacia Nuestro Señor Jesucristo cada día parece más difícil no considerarlo un títere en manos de la masonería globalista de la agenda 2030. Solo resta preguntarse si su actitud se debe: a) a su profunda indigencia mental; b) a una severa psicopatía; c) a un programa previamente establecido. Aunque las tres no sean excluyentes. Sin embargo, esa no es la fe católica. Según el catolicismo, el papa y los obispos se encuentran al servicio de la fe: son siervos de los siervos de Dios, y no monarcas absolutos capaces de edulcorar o descafeinar la fe, mutándola al servicio de un nuevo orden mundial, de una religión mundialista, globalista y ecléctica sin nuestro Señor Jesucristo. Como pastores abusan de su autoridad y potestad sagradas utilizándolas para el fin contrario al que nuestro Señor Jesucristo otorgó al instituir la sagrada jerarquía en la Iglesia. Corruptio optimi pessima, sentenciaban los romanos: la corrupción de los mejores es la peor de todas. Shakespeare, más poético, lo glosaría en sus sonetos: Pues se agrían ellas solas las cosas de mayor dulzor / peor que la mala hierba huele el lirio que se marchitó.» [De Roma a Berlín. La protestantización de la Iglesia Católica. Volúmen I. Ed. Homo Legens, p. 30-31]

Los evangélicos no nos sometemos al Papa por las siguientes razones:

  • Su oficio no tiene base bíblica
  • Su pretensión de gobierno universal nunca fue aceptado por la Iglesia en su conjunto
  • El obispo de Roma siempre fue considerado primo inter pares
  • Su obsesión por el poder siempre ha sido causa de cismas
  • No aceptamos la imposición de nuevos dogmas basados en su infalibilidad
  • El papado vive su peor momento ocupando la cathedra de Pedro el heterodoxo Francisco
  • El papado no tiene ninguna utilidad más allá de las luchas internas por el poder

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos y Diarios de la Iglesia 2023

[1] Biblia de Jerusalén 1976

[2] Ídem

[3] Ídem

La Iglesia verdadera

Últimamente he estado escuchando a algunos apologetas católicos y quisiera, más que responderles a ellos, aclarar cualquier duda sembrada por ellos. Vamos a desarrollar un poco más este tema que ya toqué brevemente en el libro 10 Razones para No ser Evangélico Vs Diez Razones para No ser Católico, el cual pueden descargar gratuitamente en el link. 

Extra ecclesiam nulla salus Fuera de la Iglesia no hay salvación

Un poco de historia:                  

Orígenes de Alejandría († 253) afirmaba:

«Nadie se haga ilusión, nadie se engañe: fuera de esta casa, es decir, fuera de la Iglesia, nadie se salva. Aquí está el signo de la sangre, porque aquí está la purificación que se hace por la sangre» [ORÍGENES, Homilías sobre Josué, 3,9. Cit. La Predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC]

Por su parte san Cipriano de Cartago († 258) sostenía que:

«Y como el nacimiento de los cristianos está en el bautismo, y como la generación y santificación por el bautismo sólo está en la única esposa de Cristo, que es la que puede engendrar y dar a luz espiritualmente hijos para Dios, ¿dónde, de qué madre y para qué padre ha nacido el que no es hijo de la Iglesia? ¡Para tener a Dios por padre es preciso tener antes a la Iglesia por madre!»   [Carta 74, Cipriano a Pompeyo. Biblioteca Clásica Gredos 255, Cipriano de Cartago.]

¿Católica o Católica Romana?

El Señor Jesucristo fundó una sola Iglesia, y una cabeza no puede tener más de un cuerpo, así que todos estamos de acuerdo en que la iglesia como Cuerpo solo puede ser una. ¿Dónde fundó Cristo su Iglesia? Podemos afirmar que la Iglesia comienza a existir y a funcionar plenamente desde el día de Pentecostés en Jerusalén, cuando el apóstol Pedro usando las llaves del reino de los cielos abrió la puerta primeramente a los judíos.

¿Cómo denominamos a esa iglesia?

Hechos 2:5 Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo.[1]

Desde su inicio la iglesia manifiesta su universalidad (de todas las naciones que hay debajo del cielo), su catolicidad (que abarca o está conforme al todo) y su ecumenicidad (oikoumene = toda la tierra habitada). Una palabra griega que conforma la raíz del término katholikós es holos (todo), y podemos hacernos una idea mayor con otra palabra derivada de esta raíz: holograma, que es una vista tridimensional de un objeto que se puede contemplar de todos los ángulos. La Iglesia no se puede contemplar, abarcar o entender solo desde un punto de vista estático o plano; ni tomando una parte sino el todo, el conjunto con sus generalidades y particularidades.

El término Iglesia católica fue usado por primera vez por el obispo Ignacio de Antioquía († 107):

«Allí donde aparezca el obispo, debe estar la comunidad; tal como allí donde está Jesús, está la Iglesia católica.»   [Ignacio, de Antioquía. Carta a los Esmirnenses 8]

Los apologistas católicos suelen entrar en éxtasis cuando leen esto y comienzan a exclamar «¡¿Lo veis?, ¿lo veis?, allí estaba nuestra iglesia católica, y los Padres de la Iglesia son nuestros, nuestros!» Bien, queridos apologistas católicos, mientras os tomáis una infusión de tila os lo explico. Ignacio dice aquí algo maravilloso «allí donde está Jesús, está la Iglesia católica», es decir que en cualquier lugar de la oikoumene (tierra habitada) donde esté Jesús (Jesús está en donde dos o tres estén congregados en su nombre) allí está la Iglesia Católica, universal, el todo. No dice Ignacio que donde está la iglesia Católica Romana está Jesús (aunque ellos pretendan tener los derechos de imagen) sino que donde quiera que Jesús esté presente en medio de los que le invocan ellos forman parte de la Iglesia Católica. El apóstol Pablo lo expresa mejor:

1 Corintios 1:2  «a la Iglesia de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos»[2]

Pablo habla de la Iglesia de Dios que está en Corinto, pero no solo allí está la Iglesia sino en cualquier lugar donde invocan el nombre de Cristo, que no solo es Señor nuestro sino de ellos. Un católico romano no hubiera escrito lo mismo, hubiera dicho: «con cuantos en cualquier lugar se someten al Obispo de Roma, y si no hacen esto el Señor no es de ellos». Pero veamos ahora lo que el apóstol Pablo le escribe a la misma iglesia de Roma:

Romanos 1:5-6 «por quien recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles, entre los cuales os contáis también vosotros, llamados de Jesucristo»[3]

Nótese que el apóstol no dice que la iglesia de Roma está por sobre los cuales, es decir, los gentiles que han obedecido a la fe, sino entre los cuales. La iglesia de Roma es una parte y no el todo.

Vemos entonces que la Iglesia es católica, universal, porque Cristo está allí en cualquier lugar del mundo donde se le invoque; y donde está Cristo allí está la Iglesia que es su Cuerpo. Pero los apologetas católicos son muy hábiles manipulando las palabras, y donde los Padres de la Iglesia hablan de «católica» ellos hacen creer que se refieren a la «romana», pero lejos de los Padres tal idea.

Como dijimos al principio, podemos hablar del nacimiento de la Iglesia en el día de Pentecostés en Jerusalén, allí había judíos de toda la oikoumene:

Hechos 2:10 «Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos»[4]

No se sabe a ciencia cierta quién o quienes fundaron la iglesia en Roma, es muy probable que esos forasteros romanos que estaban allí se convirtieran con la predicación de Pedro, y luego regresaran a su tierra y establecieran la iglesia allí. Cuando los apóstoles van a Roma se encuentran con una iglesia que ya gozaba de cierto prestigio.

Los católicos romanos nos dicen «nuestra iglesia la fundó Cristo, la de ustedes los hombres», bien, hasta donde sé Jesucristo fundó su Iglesia en Jerusalén, no en Roma (que fue fundada por hombres que salieron de Jerusalén); y también hasta donde sé los evangélicos no salimos de un huevo kínder. La Iglesia se expandió desde Jerusalén hacia el mundo, y las iglesias (con minúsculas) que se fundaron forman parte del todo que es la Iglesia (con mayúscula) católica, universal. En los primeros siglos del cristianismo la Iglesia estaba liderada por una pentarquía, cinco grandes patriarcados que más de una vez peleaban entre sí por el predominio: Jerusalén, Antioquía, Roma, Constantinopla y Alejandría. Con el paso de los siglos solo quedaron dos grandes centros de poder: Roma y Constantinopla, cuyos obispos o patriarcas mantuvieron una lucha encarnizada, el primero para mantener el poder absoluto, el segundo para mantener la independencia.

« Total que ya estaba instalado el sistema que más tarde se designaría entre los ortodoxos con el nombre de la Pentarquía. Según ese sistema, a cinco de las principales sedes episcopales se les atribuiría un prestigio especial, y se establecería entre las cinco una orden fija de honor, empezando por Roma, pasando por Constantinopla, Alejandría y Antioquía, y acabando en Jerusalén. Las cinco tenían origen apostólico. Las primeras cuatro eran las ciudades más importantes del Imperio Romano; y la quinta fue añadida porque ahí era donde Cristo había sufrido en la Cruz y resucitado de los muertos. Al obispo de cada ciudad se le concedía el título de Patriarca. Los cinco Patriarcados dividieron entre sus cinco jurisdicciones el mundo entero conocido, los ortodoxos creen que, de los cinco Patriarcas, al Papa se le debe atribuir un prestigio particular. La Iglesia Ortodoxa se niega a aceptar la doctrina de autoridad papal propuesta en los decretos del Concilio Vaticano de 1870 y promulgada hoy en la Iglesia Católica Romana; al mismo tiempo, la Ortodoxia no pretende negarle a la Santa y Apostólica Sede de Roma la primacía de honor, junto con el derecho (en determinadas circunstancias) de recibir apelaciones de cualquier territorio de la cristiandad. Que conste que hemos empleado la palabra primacía y no supremacía. Los Ortodoxos consideran al Papa como el obispo “que preside en el amor”, adaptando una frase de las de San Ignacio: el error de Roma, según los ortodoxos, consiste en el haber convertido esta primacía o “presidencia de amor” en una supremacía de poder y de jurisdicción externos. […] Lo que se dijo antes de los Patriarcas también se debe decir del Papa: la primacía que se concede a Roma no perjudica la igualdad esencial de todos los obispos. El Papa es el primer obispo dentro de la Iglesia – pero es primero entre iguales (primus inter pares).»    [Kallistos, Ware. La Iglesia Ortodoxa. Editorial Angela, p. 24 ss]

Esta obstinación por el poder y la hegemonía condujo al gran cisma de oriente en el año 1054; y la que hasta entonces había sido una Iglesia quedaba ahora dividida en dos grandes bloques que se desconocerán mutuamente.

«En varias ocasiones, a partir de finales del siglo VI, hay patriarcas de Constantinopla que usan el título de «patriarca ecuménico», superior a los otros patriarcas orientales; cada vez Roma protesta, como lo habían hecho en su tiempo Pelagio II y Gregorio el Grande. Los patriarcas se apoyan sobre la práctica inaugurada a la hora de la conversión de Constantino: el rango de los obispados en la jerarquía corresponde al rango civil de su ciudad; al cambiar el rango civil lo hace el rango eclesiástico; por esa razón Constantinopla, como capital del Imperio de Oriente, como nueva Roma, es también sede de patriarcado. El mismo razonamiento explica la importancia de Roma y su carácter histórico, es decir, no eterno. En el Concilio de Calcedonia, el papa León I había rechazado expresamente y con éxito los cánones ahí presentados que afirman la igualdad de prerrogativas entre Constantinopla y Roma y la tesis según la cual la sede de la antigua Roma recibió el primado «de los padres», «en consideración de su rango de capital del Imperio». Se ve inmediatamente cuál es el envite: la posición de Roma no tiene nada que ver con el «Tú eres Pedro…» de Cristo, sino que lo debe todo a los hombres. Conclusión: eso puede cambiar… Retomada en el concilio «in trullo» de 692, la misma argumentación vuelve a ser rechazada por el papa Sergio, pero para esa fecha el contencioso ha crecido entre los dos mundos. A las tesis del Canon 28 les está destinado un largo porvenir y son válidas todavía en el siglo XXI, cuando se trata de rechazar el primado de derecho divino del obispo de Roma diciendo que éste, sea honorífico o jurisdiccional, sólo tiene origen eclesiástico, es decir: humano.»   [Meyer, Jean. La gran controversia. Las iglesias católica y ortodoxa de los orígenes a nuestros días. Ed. Tusquets, p.85]

Desde Constantinopla se argumentaba que el rango de la iglesia de Roma dependía de su condición política, y al haber dejado de ser capital del imperio (tras la caída del 476) ya no ostentaba dicho poder; es decir, no se trataba de un derecho divino sino eclesiástico, algo que los hombres podían concederlo o quitarlo según la condición política imperante.

La iglesia Católica Romana afirma que los orientales se separaron de ellos, sin embargo los orientales afirman que son los católicos romanos los que se apartaron de la verdadera Iglesia:

« “Rechazamos de nosotros a los latinos, por ninguna otra razón, sino justamente porque son los heréticos” (San Marcos de Éfeso). “Nuestra Iglesia Ortodoxa considera a los católicos romanos: los heréticos” (Venerable Starets Macario de Óptina). “La Iglesia de Roma hace mucho se desvió hacia las herejías e innovaciones… y, de ningún modo, pertenece a la Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia” (Venerable Starets Ambrosio de Óptina). “La herejía de los latinos es la peor de todas las herejías… porque ella lleva al hombre en lugar de a Cristo a otro hombre, le enseña que en lugar de Cristo crea en un hombre: en el Papa” (Hieromártir Andrónico Nikolski). La Epístola patriarcal y sinodal (del año 1895) dice directamente que, para alcanzar la salvación, los católicos romanos necesitan llegar a la Ortodoxia: “La Iglesia del Occidente, desde el siglo X hasta ahora ha incluido en sí misma, a través del papismo, varias enseñanzas e innovaciones ajenas y heréticas, y de esa manera se cortó y se alejó de la Iglesia Oriental Ortodoxa; para adquirir en Cristo la salvación tanto deseada, es muy necesario para ustedes que regresen y acepten las enseñanzas de la Iglesia, antiguas e invioladas” […] Con respecto a San Teófano el Recluso – él claramente enseñaba que sólo la Iglesia Ortodoxa es la Iglesia Verdadera, que fuera de Ella no hay Cristo, no hay verdad, no hay salvación: “No es necesario vaguear con la mirada acá y allá para que se vea dónde está la verdad… Fuera de la Iglesia Ortodoxa no hay verdad. Ella es el único guardián fiel de todo lo que el Señor mandó a través de los Santos Apóstoles, y por eso Ella es la verdadera Iglesia Apostólica.»   [Maximov, Jorge. Fuera de la Iglesia no hay salvación. Ed. Simeón]

Raramente escucharás hablar a los apologistas católicos sobre esta opinión que de ellos tienen los ortodoxos, para quienes los cismáticos que salieron de la verdadera Iglesia son los católicos romanos.

Después del cisma, la iglesia católica romana no aprendió la lección y siguió adjudicándose la suprema autoridad universal:

«Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni remisión de los pecados»  [Papa Bonifacio VIII, Unam sanctam, 18 de noviembre de 1302, ex cathedra]

Los apologetas romanistas te dirán que la única Iglesia es la de ellos, que fuera de «la católica» puede haber «asambleas eclesiásticas» pero no verdaderamente iglesias; y que tu salvación corre peligro si persistes en alejarte de Roma. Usan para ello la Constitución Dogmática sobre la Iglesia LUMEN GENTIUM:

«El sagrado Concilio fija su atención en primer lugar en los fieles católicos. Y enseña, fundado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación… Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella. A esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los Obispos…»   [Concilio Vaticano II. Lumen Gentium, 14]

Con respecto a lo expresado en primer lugar: la Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, le concedemos toda la razón; pues fuera de la Iglesia, que es Cuerpo de Cristo, no hay salvación. Afirmar lo contrario sería reconocer que Cristo no es el único camino al Padre, o que cualquier religión que se practique sinceramente puede conceder la salvación. Es en la Iglesia donde las almas nacen a la vida eterna por medio de la predicación del Evangelio, así lo instituyó Cristo y así lo proclamamos. El problema surge con el segundo enunciado: Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella.Aquí es donde se evidencia el astuto intercambio de significados y la manipulación del término «Iglesia».

El catolicismo romano primeramente utiliza los pasajes de los Padres de la Iglesia, en donde se habla de «Iglesia Católica», para afirmar que esos textos se refieren a ellos. Ya hemos visto que esto es mera manipulación, pues los Padres no se referían al romanismo (iglesia latina u occidental) sino a la Iglesia universal (tanto de occidente como oriente, que hasta el cisma del 1054 estaban unidas). Una vez que han logrado imponer la idea de que Roma era el centro de la cristiandad (haciendo desaparecer del mapa a los demás patriarcados) pasan al siguiente paso, hacer creer que quien se niega a entrar en la iglesia Católica Romana no puede salvarse, y allí no le daremos la razón.

Es perverso el manipular de esta manera los términos «Iglesia Católica» e «Iglesia Católica Romana» haciéndolos parecer sinónimos, cuando esta última es solo una parte y no el todo. Ya hemos visto que las iglesias ortodoxas (al igual que otras orientales) consideran herética a la iglesia romana. Por ello debemos usar la terminología correcta, cuando nos referimos a la iglesia sujeta al papado debemos llamarla iglesia católica romana, y no solamente iglesia católica pues este último término se refiere a toda la Iglesia, y es así como se denomina en la patrística a la Iglesia unida de Occidente y Oriente antes del cisma.

Para concluir este capítulo diremos en primer lugar que no aceptamos las calificaciones despectivas de los apologistas católicos, como si los evangélicos no fuésemos parte de la única Iglesia de Cristo y meramente nos califiquen como «asambleas eclesiásticas» o «hermanos separados» cuya salvación corre peligro si no nos sometemos al Papa. Y en segundo lugar confesamos que:

  1. La Iglesia es Católica, universal, y abarca el todo del Cuerpo de Cristo, y fuera de esa Iglesia no hay salvación pues las demás religiones no conducen al Padre.
  2. Cuando los Padres de la Iglesia hablan de la Iglesia Católica no se refieren a Roma sino a todo el cristianismo (iglesias de occidente y de oriente)
  3. La Iglesia Católica Romana es una parte del todo, no el todo.
  4. Las iglesias ortodoxas y orientales son tan antiguas y apostólicas como la de Roma, y sus obispos pueden reclamar lo mismo que reclaman los obispos romanistas.
  5. La iglesia Católica Romana no tiene el monopolio de la salvación, podrá amedrentar a sus fieles amenazándolos con caer en la condenación si salen de ella, pero no puede amenazarnos a nosotros por negarnos a entrar.

Los ortodoxos afirman que fuera de la iglesia Ortodoxa no hay salvación, los romanistas afirman que fuera de la iglesia Católica Romana no hay salvación, pero los evangélicos confesamos que fuera de la Iglesia no hay salvación. Y a esa «Iglesia» no le adosamos «nuestra denominación» para apropiarnos en exclusiva del todo, pues reconocemos que somos una parte; y en cada parte, allí donde nos congregamos en el nombre de Cristo, está el todo: la Iglesia, Católica, Universal, Apostólica, y que resplandece en toda la oikoumene.

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar


[1] Biblia de Jerusalén 1976

[2] Biblia de Jerusalén 1976

[3] Ídem

[4] Ídem

La locura anabaptista de Münster

«En la víspera de la Epifanía de 1534 aparecieron en la ciudad de Münster dos de los apóstoles ordenados por el anabaptista Juan Mathijs. Lo primero que hicieron fue rebautizar a Rothmann. En un lapso de sólo ocho días, Rothmann y sus ayudantes bautizaron a su vez a mil cuatrocientos ciudadanos, no en las iglesias, sino en casas particulares. De los Países Bajos siguieron llegando más anabaptistas, entre ellos el propio Juan Mathijs, estaban furiosos por la persecución de que eran objeto sus seguidores en todas las provincias de los Países Bajos, y los dos comenzaban a hablar del derecho de los auténticos creyentes a destruir a quienes se negaban a aceptar el mensaje de renacimiento y restitución. Mathijs le hizo saber a Rothmann que había sonado la hora de romper por completo con el viejo orden. Sin hacer mucho ruido, católicos y luteranos comenzaron a abandonar la ciudad que no estaba ya gobernada por su ayuntamiento, sino por Juan Mathijs. No contento con expulsar a los burgueses conservadores, Mathijs anunció el 25 de febrero de 1534 su intención de dar muerte a todos los «sin Dios», o sea a todos cuantos se negaran a abrazar la alianza del re-bautismo. Cuando se cumplió el plazo de amenaza, ya todos los luteranos y católicos habían salido de Münster. Un herrero, Huberto Ruescher, que tuvo la osadía de llamar embustero a Mathijs, fue muerto en el acto por la mano del propio profeta. La expulsión de los no anabaptistas hizo que el obispo intensificara sus preparativos para poner sitio a la ciudad y pidiera ayuda de Hesse, Colonia y Cleves. El 25 de febrero los münsteritas comenzaron a actuar para impedir el cerco que los amenazaba, y destruyeron algunas construcciones exteriores que hubieran podido servir a un ejército sitiador, pero tres días después los soldados del príncipe-obispo habían comenzado ya a levantar terraplenes alrededor de la ciudad, dejándola incomunicada. Los habitantes se dedicaron valerosamente a robustecer las construcciones defensivas de la ciudad, que estaba ya bien fortificada. Todos, hasta las mujeres, pusieron manos a la obra. Los hombres de edad militar quedaron divididos en dos cuerpos de ejército, y a los muchachos se les enseñó a manejar las armas de fuego.

Aunque Mathijs no tuvo en sus manos el gobierno de Münster sino durante seis semanas, pudo llevar a cabo muchas cosas, entre ellas la introducción del comunismo. Los monasterios ya habían sido saqueados. Para impedir que ocurriera lo mismo en las casas de los fugitivos, anunció la confiscación de sus bienes y prohibió toda posesión personal de monedas, ordenando que se colectase todo el dinero. Los víveres fueron declarados propiedad pública, si bien las casas particulares no se dividieron ni se consolidaron. Los bienes raíces fueron declarados asimismo propiedad común, aunque a los moradores se les permitió seguir sirviéndose de lo que había sido suyo. Una prueba del cambio fue la orden que se dio de mantener abiertas día y noche las puertas de las casas; lo único que se permitió fue un pequeño enrejado para encerrar los cerdos y las aves de corral. En el comunismo de Münster, políticamente supervisado, puede verse una consecuencia de las exigencias militares, pero también hay que decir que vino a satisfacer el deseo -inherente al anabaptismo en todas partes- de restaurar la vida comunal de la iglesia primitiva, documentada en los Hechos de los Apóstoles.

Haciendo ostentación de su arrojo, los hombres de la ciudad salieron varias veces de las murallas para trabar pequeños combates con los sitiadores. En una de esas salidas, el domingo de Pascua, 4 de abril de 1534, Juan Mathijs perdió la vida. Parece haber alguna indicación de que creyó que Dios lo ayudaría a derrotar, casi sin apoyo, a las tropas episcopales, y también parece que Juan Beukels lo alentó en tan fatua pretensión.

Inmediatamente después de la muerte de Mathijs tomó Juan Beukels en sus manos las riendas del gobierno. Lo primero que hizo fue disolver el ayuntamiento constituido en febrero, argumentando que había sido elegido por hombres. Él, como la voz del Señor, escogió a doce hombres a quienes llamó los Ancianos o Jueces de las Tribus de Israel, para que se hicieran cargo de todos los asuntos, públicos y privados, terrenales y espirituales. Los doce publicaron un nuevo código de moral, que imponía un comunismo aún más estricto de los bienes, exigía a ciertos trabajadores manuales, empleados anteriormente mediante salario, continuar en sus oficios sin paga alguna como servidores de la comunidad, y dictaba normas para una organización militar estricta. A diferencia de los anabaptistas de Suiza y de la Alemania del Sur, para los cuales fue necesaria la separación entre la iglesia y el estado, los münsteritas vieron ahora en la iglesia, el estado y la comunidad conceptos absolutamente intercambiables. Como en la iglesia regenerada no podían tener cabida más que los justos, los doce jueces nombrados por Beukels consideraron con enorme severidad cualquier pecado cometido después del (re)bautismo. Esto significaba que todos los ciudadanos tenían que someterse a leyes sumamente estrictas.

Oponerse a Juan Beukels significaba oponerse al orden divino. Entre los pecados que podían castigarse con pena de muerte se contaban la blasfemia, el lenguaje sedicioso, el levantarles la voz a los padres, el desobedecer las órdenes del amo en una casa, el adulterio, la conducta licenciosa, la murmuración, el difundir el escándalo y hasta el proferir quejas (!). Se trataba, evidentemente, de un código de ley marcial para el ejército del Señor asediado por el enemigo, donde la menor quiebra de la disciplina podía originar el desastre. A los ciudadanos de la Alianza se les llama en esta alianza se les llamaba «los Israelitas». Juan Beukels publicó asimismo una confesión de fe que fue enviada a Felipe de Hesse. También se llevó a cabo por todas partes una activa propaganda anabaptista. Los escritos de Rothmann y de otros eran arrojados desde las murallas o disparados, dentro de cilindros, hasta el campamento enemigo.

La innovación más controvertida de los münsteritas fue la poligamia. La poligamia se introdujo en parte por el deseo de emular a los patriarcas del Antiguo Testamento, y en parte a causa de las mermas continuas que sufría la población masculina. Según parece, Juan Beukels es el único responsable de haber instituido semejante práctica. Eligió un momento psicológico adecuado para esta decisión radical. Fue inmediatamente después de que un intento en gran escala para apoderarse de la ciudad había sido rechazado, con fuertes pérdidas para los atacantes (25 de mayo de 1534), y cuando los sentimientos de triunfo y la seguridad de ser el pueblo elegido de Dios se hallaban en su punto más alto. Casi todos los predicadores de Münster estaban en contra de la poligamia, pero Juan la estableció por su propia autoridad, y anunció que todos cuantos se resistieran a ella serían considerados réprobos (y se expondrían, en consecuencia, a ser ejecutados). Rothmann, persuadido de esa manera, predicó sobre la poligamia durante tres días en la plaza del mercado, tratando de demostrar que el matrimonio plural había sido dispuesto por Dios para el Nuevo Israel que él mismo había restaurado en Münster. A todas las personas núbiles se les impuso la obligación de contraer matrimonio, y a las mujeres solteras, la de aceptar por marido al primer hombre que lo solicitara. Se originó un desorden tremendo, pues muchos compitieron para ganar a los demás en número de mujeres, y el reglamento acabó por moderarse, permitiendo a las damas rechazar a solicitantes indeseables. La institución de la poligamia provocó una intensa resistencia, caso único entre todas las medidas tomadas por Beukels. Viendo que las quejas de nada servían, un grupo de ciudadanos, encabezado por Enrique Mollenhecke, sorprendió y encarceló a Juan el 29 de julio, para forzarlo a renunciar a su idea. Juan se negó. Ellos, entonces, declararon melancólicamente que su Nuevo Israel había caído en cautiverio, y empezaron a hacer planes para devolver la ciudad al obispo. Mientras deliberaban, la gente del pueblo, fiel a su caudillo, acudió a liberarlo y echó mano de sus captores. Mollenhecke y otros cuarenta y ocho hombres fueron muertos con gran crueldad. Hubo, después de ésta, algunas ejecuciones más, de suerte que muy pronto no quedó quien se atreviera a llevarle la contra a Juan en este punto ni en ningún otro. Bernardo Rothmann siguió el ejemplo poligámico de Juan, y llegó a hacerse de nueve mujeres.

Fortalecido por su nueva victoria, Juan Beukels decidió a comienzos de septiembre hacerse ungir y coronar como «rey de justicia sobre todos» por Juan Dusentschuer, llamado «el profeta cojo». Lo primero que se hizo fue pedirles a los doce ancianos nombrados por Juan la espada que antes habían recibido como insignia de autoridad. Una vez devuelta la espada a Juan, éste fue ungido por Dusentschuer con las siguientes palabras: «Por decreto del Padre, yo te unjo para que seas Rey del pueblo de Dios en el Nuevo Templo, y en presencia de todo el pueblo te proclamo caudillo de la nueva Sión». El antiguo sastre de Leiden hizo que le transformaran en vestiduras regias algunos ornamentos sacerdotales y se sentó en un trono llevando en la mano una manzana de oro, símbolo de imperio universal. El rey Juan se dejaba ver tres veces por semana en la plaza del mercado ante cortesanos y súbditos que se inclinaban y se postraban a su paso.

En esos lamentables momentos del frenético reinado de Juan, «rey de los anabaptistas de Münster», Bernardo Rothmann terminaba de escribir su Restitución, publicada en octubre de 1534. En ella Rothmann defendió la poligamia como una más de las restituciones sancionadas por la ley de Dios. Como la única finalidad legítima del matrimonio era fructificar y multiplicarse y henchir la tierra, ningún marido podía verse impedido de fructificar por la esterilidad o la preñez o la indisposición de una mujer. Además, cuando un hombre depende sexualmente de una sola mujer, ésta lo lleva de un lado a otro «como oso tirado de una cuerda». Ya era tiempo de que las mujeres, «que en todas partes han estado llevando la ventaja», se sometieran a los hombres tal como el hombre está sometido a Cristo, y Cristo a Dios. La institución de la pluralidad de mujeres, que consta en el Viejo Testamento, nunca había sido abolida ni suspendida por Dios. El hecho mismo de que los apóstoles aconsejaran que el obispo fuera marido de una sola mujer (I Timoteo, 3:2) era prueba de que en la iglesia primitiva lo general para el resto de los cristianos, era la práctica de la poligamia (!).

Los münsteritas creían que el vidente anabaptista Melchor Hofmann no era otro sino Elías, que había regresado a la tierra.

En cuanto a la seguridad de Rothmann de que Münster era el lugar en que se llevaría a cabo la Restauración, se basaba también en argumentos: por una parte, en Münster se había recuperado plenamente el significado de la Escritura; por otra parte, el Imperio Romano, bajo el dominio de Carlos V, era ciertamente la última etapa del cuarto Imperio universal, y el barro de que estaban hechos en parte los pies de la tambaleante estatua (Daniel, cap. 2) eran las temporalidades espirituales, cuyo ejemplo se veía de manera patente en el obispado principesco de Münster, mientras que la cuarta de las bestias, la de los tres cuernos (Daniel, cap. 7), era el Papado con su tiara de tres coronas y a la vez el Wittenberg insuficientemente reformado, donde Lutero, después de unos comienzos prometedores, «se ha quedado echado en su cama de orgullo e inmundicia».

Dentro de la ciudad asediada, Juan, para evitar sorpresas y defecciones, instituyó en mayo doce «duques» encargados de guardar las puertas, y. para que no hubiera reyertas entre ellos después del resultado victorioso de la batalla, tuvo el cuidado de asignarles el futuro territorio de sus ducados, una vez que el reino se ensanchara. Juan mantuvo la disciplina recurriendo a las medidas más severas. Con su mezcla de indecisión y de crueldad, de fanatismo religioso y de maldad maniática, dio a sus súbditos, así como a sus esposas, una existencia miserable. Una de ellas, la más enérgica, fue decapitada por él en la plaza del mercado por haber criticado abiertamente su gobierno, y pisoteó su cadáver mientras las demás mujeres del harem contemplaban el espectáculo. El rey se esforzó en mantener la moral de su pueblo mediante bailes y espectáculos. Pero ninguno de estos recursos sirvió de nada. El hambre se sentía de manera cada vez más cruel, por lo cual mandó Juan fuera de la ciudad, en junio de 1535, a las mujeres, los niños y los ancianos. Muchos de estos fugitivos sufrieron la muerte a manos de los sitiadores, entre grandes atrocidades. Y a pesar de todo lo que hizo Juan, el sitio implacable y el hambre acabaron por socavar la moral. Entre los sitiadores estaba cundiendo también poco a poco el desaliento a causa de la terquedad de los sitiados, y melancólicamente se estaban preparando para una larga espera, cuando un acontecimiento insospechado vino a resolver todo el problema. Dos hombres, Juan Eck y Enrique Gresbeck,(865) desertaron y abrieron traicioneramente una de las puertas de la ciudad a los hombres del obispo. Tras una batalla espantosa, la ciudad fue tomada el 25 de junio, y casi todos sus pobladores pasados a cuchillo.

Bernardo Rothmann, según parece, murió durante la batalla; el rey Juan Beukels, Bernardo Knipperdolling y Bernardo Krechting, hermano del canciller, fueron capturados y exhibidos por todas las regiones de la Alemania septentrional. Knipperdolling y Krechter se mantuvieron leales a sus creencias anabaptistas, mientras que Juan Beukels pronunció una abjuración parcial antes de ser ejecutado, e incluso llegó a ofrecerse, si se le perdonaba la vida, a persuadir a los anabaptistas supervivientes de la necesidad de renunciar a todas las ideas de violencia y ser fieles al nuevo gobierno. Los tres caudillos presos fueron sentenciados y torturados con tenazas calentadas al rojo vivo el 22 de enero de 1536 en Münster, sobre un estrado, para que todo el mundo presenciara el suplicio. Sus cadáveres, chamuscados, fueron puestos en jaulas de hierro y colgados de la torre de la iglesia de San Lamberto.

La bibliocracia anabaptista de Münster fue aplastada en junio de 1535, y el rey de la “Nueva Jerusalén” Juan Beukels fue ejecutado en enero de 1536.»

Todos los textos anteriores han sido extraídos del libro La Reforma Radical de George H Williams

La predestinación calvinista, condenada por la Iglesia

Según la predestinación calvinista no todos los hombres son creados para el mismo fin:

«Dios predestina a algunos para destrucción desde que son creados» [Calvino, De la Predestinación, capítulo 5].

«Llamamos predestinación al decreto eterno de Dios por el cual determinó lo que quiere hacer de cada uno de los hombres. Porque Él no los crea con la misma condición, sino antes ordena a unos para la vida eterna, y a otros para la condenación perpetua. Por lo tanto, según el fin para el cual el hombre es creado, decimos que está predestinado a la vida o a la muerte.»  [CALVINO. Institución de la Religión Cristiana. Tomo 2. São Paulo: Unesp, 2009, p. 380]

Según el predeterminismo calvinista el pecado y la caída de Adán no solo fue permitido por Dios, sino ordenado [planificado y llevado a cabo] por Dios:

“Dios previó la Caída de Adán, e indudablemente permitirle caer no fue algo contrario a Su voluntad, sino conforme a ella. […] Y también que, puesto que todos están perdidos en Adán, los que perecen, perecen por el justo juicio de Dios; pero al mismo tiempo testifico como mi solemne confesión que lo que le sucedió, o le sobrevino, a Adán, estaba ordenado por Dios.” [CALVINO, Juan. De la Predestinación y la Providencia de Dios. Capítulo 6]

Agustín dice acerca de su propia autoridad: «Yo desearía que cada uno aceptara mis opiniones de tal modo que me siguiese únicamente en aquello de lo que le consta que yo no me he equivocado. Pues yo escribo libros en los que me encargo de refundir mis propias obras, para mostrar que ni siquiera yo me he seguido a mí mismo en todas las cosas». Lamentablemente, a lo largo de la historia del dogma algunos tomaron las especulaciones filosóficas-teológicas de Agustín sobre la “predestinación” y las convirtieron en “dogmas de fe”, sin tener en cuenta las advertencias del mismo Agustín. Mucho antes de la Reforma Protestante la Iglesia se encargó de condenar repetidamente la herejía del predestinacionismo, hasta llegar al siglo XVII con el obispo Cornelio Jansenio y el jansenismo (la versión católica de Calvino y el calvinismo).

«La confrontación con la herejía pelagiana resulta larga y agotadora y, al caer toda esperanza de hacer entrar en razón al adversario, asume tonos cada vez más duros y ásperos, sobre todo en la polémica contra el discípulo de Pelagio, Juliano de Eclana; en este caso Agustín llega casi a rozar la exasperación polémica, la cual, si no la situamos en el contexto más amplio del debate, podría hacer caer sobre él la acusación de predestinacionismo.»   [OROZ RETA, J. y GALINDO RODRIGO, J. A. El Pensamiento de San Agustín para el hombre de hoy Tomo I, La Filosofía Agustiniana. Ed. EDICEP, p. 119]

«Las tesis agustiniana sobre la relación entre libertad y gracia, maduradas en el contexto de una polémica encendida con los pelagianos, están en el centro de las disputas que dan trabajo a la teología moderna, mientras con la Reforma protestante se asiste a la formación de un verdadero y propio agustinismo heterodoxo. Un grave malentendido se producirá con Bayo y Jansenio; en el primero viene a perderse el carácter de gratuidad radical de la gracia, con resultado más pelagiano que agustiniano, mientras en el segundo la gracia viene a transformarse en fuerza invasora e invencible de la que poquísimos elegidos podrían beneficiarse. Luteranismo y jansenismo, aun apelando ambos a la doctrina agustiniana, en realidad «son un malentendido radical de ella». Agustín efectivamente no sólo no opone gracia y libertad, sino que ve en la primera la elevación y el perfeccionamiento de la segunda.» [OROZ RETA, J. y GALINDO RODRIGO, J. A. El Pensamiento de San Agustín para el hombre de hoy Tomo I, La Filosofía Agustiniana. Ed. EDICEP, p. 171]

A continuación demostraré por medio de los cánones y capítulos de los sínodos y concilios cómo la Iglesia (en todo lugar y en todo tiempo) condenó la predestinación tal como la enseña actualmente el calvinismo.

Controversia en la teología medieval:

Sínodo de Arlés, año 473: Carta de sumisión del presbítero Lúcido. Sobre la doctrina de la predestinación del presbítero Lúcido trataron dos sínodos: el Sínodo de Arlés del año 473 y poco después el Sínodo de Lyon. La refutación escrita fue redactada por el obispo Fausto de Reji y enviada a los treinta obispos sinodales de la Galia. Lúcido tuvo que suscribirla.

«Vuestra corrección es pública salvación y vuestra sentencia medicina. De ahí que también yo tengo por sumo remedio, excusar los pasados errores acusándolos, y por saludable confesión purificarme. Por tanto, de acuerdo con los recientes decretos del Concilio venerable, condeno juntamente con vosotros aquella sentencia

  • que dice que no ha de juntarse a la gracia divina el trabajo de la obediencia humana; que dice que después de la caída del primer hombre, quedó totalmente extinguido el albedrío de la voluntad;
  • que dice que Cristo Señor y Salvador nuestro no sufrió la muerte por la salvación de todos;
  • que dice que la presciencia de Dios empuja violentamente al hombre a la muerte, o que por voluntad de Dios perecen los que perecen;
  • que dice que después de recibido legítimamente el bautismo, muere en Adán cualquiera que peca;
  • que dice que unos están destinados a la muerte y otros predestinados a la vida;
  • que dice que desde Adán hasta Cristo nadie de entre los gentiles se salvó con miras al advenimiento de Cristo por medio de la gracia de Dios, es decir, por la ley de la naturaleza, y que perdieron el libre albedrío en el primer padre;
  • que dice que los patriarcas y profetas y los más grandes santos, vivieron dentro del paraíso aun antes del tiempo de la redención;
  • que dice que no hay fuego ni infierno.

Todo esto lo condeno como impío y lleno de sacrilegios. De tal modo, empero, afirmo la gracia de Dios que siempre añado a la gracia el esfuerzo y empeño del hombre, y proclamo que la libertad de la voluntad humana no está extinguida, sino atenuada y debilitada, que está en peligro quien se ha salvado, y que el que se ha perdido, hubiera podido salvarse.

También Cristo, Dios y Salvador, por lo que toca a las riquezas de su bondad, ofreció por todos el precio de su muerte y no quiere que nadie se pierda, Él, que es salvador de todos, sobre todos de los fieles, rico para con todos los que le invocan [Rom 10, 12], Y dado que sobre realidades tan importantes se debe dar satisfacción a la conciencia, recuerdo haber dicho antes que Cristo vino sólo para aquellos de los cuales tenia presciencia que habrían creído [apelando a Mt 20,28; 26,28; Heb 9,27]. Ahora, empero, por la autoridad de los sagrados testimonios que copiosamente se hallan en las divinas Escrituras, por la doctrina de los antiguos, puesta de manifiesto por la razón, de buena gana confieso que Cristo vino también por los hombres perdidos que contra la voluntad de Él se han perdido. No es lícito, en efecto, limitar las riquezas de su bondad inmensa y los beneficios divinos a solos aquellos que al parecer se han salvado. Porque si decimos que Cristo sólo trajo remedios para los que han sido redimidos, parecerá que absolvemos a los no redimidos, los que consta han de ser castigados por haber despreciado la redención.

Afirmo también que se han salvado, según la razón y el orden de los siglos, unos por la ley de la gracia, otros por la ley de Moisés, otros por la ley de la naturaleza, que Dios escribió en los corazones de todos [cf. Rom 2, 15], en la esperanza del advenimiento de Cristo; sin embargo, desde el principio del mundo no se vieron libres de la atadura original, sino por intercesión de la sagrada sangre.

Profeso también que los fuegos eternos y las llamas infernales están preparadas para las acciones capitales, porque con razón sigue la divina sentencia a las culpas humanas persistentes; sentencia en que incurren quienes no creyeren de todo corazón estas cosas. ¡Orad por mí, señores santos y padres apostólicos! – Yo. Lúcido, presbítero, firmé por mi propia mano esta mi carta, y lo que en ella se afirma, lo afirmo, y lo que se condena, condeno.»  

Sínodo II de ORANGE, comenzado el 3 de julio del 529. Conclusión, redactada por el obispo Cesáreo de Arlés

«Según la fe católica también creemos que, después de recibida por el bautismo la gracia, todos los bautizados pueden y deben, con el auxilio y cooperación de Cristo, con tal que quieran fielmente trabajar, cumplir lo que pertenece a la salud del alma. Que algunos, empero, hayan sido predestinados por el poder divino para el mal, no sólo no lo creemos, sino que si hubiere quienes tamaño mal se atreven a creer, con toda detestación pronunciamos anatema contra ellos.”

Sobre la predestinación y diversos abusos de los españoles [De la Carta Institutio universalis, a los obispos de España, del año 785 por el obispo Adriano I]

«Acerca de lo que algunos de ellos dicen que la predestinación a la vida o a la muerte está en el poder de Dios y no en el nuestro, éstos replican: «¿A qué esforzarnos en vivir, si ello está en el poder de Dios?; y los otros, a su vez: «¿Por qué rogar a Dios que no seamos vencidos en la tentación, si ello está en nuestro poder, como por la libertad del albedrío?». Porque, en realidad, ninguna razón son capaces de dar ni de recibir, ignorando la sentencia del bienaventurado Fulgencio al presbítero Eugipio contra las opiniones de un pelagiano…: «Luego Dios preparó las obras de misericordia y de justicia en la eternidad de su inconmutabilidad… preparó, pues los merecimientos para los hombres que habían de ser justificados; preparó también los premios para la glorificación de los mismos; pero a los malos, no les preparó voluntades malas u obras malas, sino que les preparó justos y eternos suplicios. Esta es la eterna predestinación de las futuras obras de Dios y como sabemos que nos fue siempre inculcada por la doctrina apostólica, así también confiadamente la predicamos…».

Reaparece la controversia predestinacionista en el S. IX

“La controversia predestinacionista tuvo su origen en una lectura descontextualizada de ciertos pasajes de San Agustín. Este, en polémica con los pelagianos, había predicado con gran energía la voluntad salvífica universal de Dios, pero, al mismo tiempo, y quizá llevado por la pasión de la polémica, parecía haber afirmado, en concreto, que los que se salvan, se salvan porque Dios los predestinó a la salvación, mientras que los que se condenan, se condenan porque Dios los abandonó a su suerte. San Agustín estaría viendo el problema desde la perspectiva —siempre compleja— de las relaciones entre la libertad y la gracia. En tal perspectiva, previstas las respuestas que el hombre habría de dar en el futuro y las gracias que Dios habría de concederle, a unos los predestina a la salvación y a otros parece abandonarlos a su condenación eterna. El análisis agustiniano es muy complejo y difícil, y por esta razón puede haber sido la causa de que el problema quedase momentáneamente acallado, pero no resuelto, y volviese a brotar con gran virulencia a mediados del siglo IX. El protagonista de la controversia predestinacionista fue el benedictino Gothescalco, en alemán Gottschalk. Este monje, acercándose a la lectura de los textos agustinianos, concluyó, hacia el año 848, que había dos predestinaciones similiter omnino, absolutamente equivalentes. Una predestinación de los buenos a la vida eterna, y otra de los malos a la muerte eterna. Negó, por tanto, la voluntad salvífíca universal de Dios e incluso la misma libertad humana en respuesta a la gracia. Su obispo, que era Rábano Mauro, al comprobar que Gothescalco era de origen francés, lo remitió a su diócesis de origen, que era Reims, donde presidía Hincmaro. Este, a la vista de las doctrinas sostenidas por Gothescalco, convocó un sínodo en la ciudad de Quierzy-sur-Oise, que tuvo lugar el año 849. Posteriormente se celebró otro sínodo en la misma ciudad de Quierzy, en el año 853. Ambos condenaron la doble predestinación sostenida por Gothescalco y afirmaron una única predestinación: Dios destina de antemano —es decir: predestina— a todos los hombres a la salvación eterna, aunque unos acogen la gracia de Dios y se salvan, y otros la rechazan y se condenan.”  [HISTORIA DE LA TEOLOGÍA, SAPIENTIA FIDEI, Serie de Manuales de Teología. Biblioteca de Autores Cristianos, p. 11-12]

Sínodo de QUIERCY, mayo del 853

«El sínodo se celebró bajo la presidencia del arzobispo Hincmaro dc Reims, en Quiercy (Oise). Va dirigido contra la doctrina dc Godescalco (Gottschalk), monje dc Orbais, que enseñaba la doble predestinación. Godescalco había sidocondenado ya en el año 848 por un Sínodo de Maguncia y en el año 849 en Quiercy.

Cap. 1, Dios omnipotente creó recto al hombre, sin pecado con libre albedrío y lo puso en el paraíso, y quiso que permaneciera en la santidad de la justicia. El hombre, usando mal de su libre albedrío, pecó y cayó, y se convirtió en «masa de perdición» de todo el género humano. Pero Dios, bueno y justo, eligió, según su presciencia, de la misma masa de perdición a los que por su gracia predestinó a la vida [Rom 8,29s; Ef 1,11] y predestinó para ellos la vida eterna, a los demás, empero, que por juicio de justicia dejó en la masa de perdición, supo por su presciencia que habían de perecer, pero no los predestinó a que perecieran; pero, por ser justo, les predestinó una pena eterna. Y por eso decimos que sólo hay una predestinación de Dios, que pertenece o al don de la gracia o a la retribución de la justicia.

Cap. 2. La libertad del albedrío, la perdimos en el primer hombre, y la recuperamos por Cristo Señor nuestro; y tenemos libre albedrío para el bien, prevenido y ayudado de la gracia; y tenemos libre albedrío para el mal, abandonado de la gracia. Pero tenemos libre albedrío, porque fue liberado por la gracia, y por la gracia fue sanado de la corrupción.

Cap. 3. Dios omnipotente quiere que «todos los hombres» sin excepción «se salven» [1 Tim 2,4], aunque no todos se salvan. Ahora bien, que algunos se salven, es don del que salva; pero que algunos se pierdan, es merecimiento de los que se pierden.

Cap. 4. Como no hay, hubo o habrá hombre alguno cuya naturaleza no fuera asumida en él; así no hay, hubo o habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo Jesús Señor nuestro, aunque no todos sean redimidos por el misterio de su pasión. Ahora bien, que no todos sean redimidos por el misterio de su pasión, no mira a la magnitud y copiosidad del precio, sino a la parte de los infieles y de los que no creen con aquella fe «que obra por la caridad» [Gal 5,6] porque la bebida de la humana salud, que está compuesta de nuestra flaqueza y de la virtud divina, tiene, ciertamente, en sí misma, virtud para aprovechar a todos, pero si no se bebe, no cura.»  

Sínodo de VALENCE, 8 de enero del 855 

«La ocasión para este concilio la dieron las controversias acerca de la doctrina de la predestinación. La predestinación únicamente para la vida bienaventurada la defendieron los Padres sinodales del Sínodo de Quiercy bajo el liderazgo de Hincmaro (621-624). La doble predestinación en el sentido de un Agustinismo rígido, la propugnaban, entre otros, Floro de Lyon, Prudencio de Troyes y el obispo Remigio de Lyon. Prudencio de Troyes reprobaba, sí, la concepción errónea de Juan Escoto Erigena (cf. su obra De praedestinatione, escrita en el año 851), pero contrapuso a los capítulos del Sínodo de Quiercy sus propios “anti-capítulos”. El obispo Remigio de Lyon ocupó la presidencia del Sínodo de Valence que combatió de manera parecida al Sínodo de Quiercy. Después de disiparse las diferencias con respecto a la terminología, y de quedar eliminado el error de los adversarios de Hincmaro acerca de la terminología empleada por éste, los participantes en el Sínodo de Valence, reunidos posteriormente en el Sínodo de Langres (año 859) suprimieron del canon 4 de Valence aquellas palabras [*entre corchetes] que iban dirigidas contra el Sínodo de Quiercy. Luego las dos facciones se reconciliaron en el año 860 en el Sínodo de Toul y aceptaron la carta sinodal de Hincmaro y los capítulos tanto de Quiercy como de Valence.

Can. 1 …evitamos con todo empeño las novedades de las palabras y las presuntuosas charlatanerías por las que más bien puede fomentarse entre los hermanos las contiendas y los escándalos que no crecer edificación alguna de temor de Dios. En cambio, sin vacilación alguna prestamos reverentemente oído y sometemos obedientemente nuestro entendimiento a los doctores que piadosa y rectamente trataron las palabras de la piedad y que juntamente fueron expositores luminosísimos de la Sagrada Escritura, esto es, a Cipriano, Hilario, Ambrosio, Jerónimo, Agustín y a los demás que descansan en la piedad católica, y abrazamos según nuestras fuerzas lo que para nuestra salvación escribieron. Porque sobre la presciencia de Dios y sobre la predestinación y las otras cuestiones que se ve han escandalizado no poco los espíritus de los hermanos, creemos que sólo ha de tenerse con toda firmeza lo que nos gozamos de haber sacado de las maternas entrañas de la Iglesia.

Can. 2. Fielmente mantenemos que «Dios sabe de antemano y eternamente supo tanto los bienes que los buenos habían de hacer como los males que los malos habían de cometer», pues tenemos la palabra de la Escritura que dice: Dios eterno, que eres conocedor de lo escondido y todo lo sabes antes de que suceda [Dan. 13,42]; y nos place mantener que «supo absolutamente de antemano que los buenos habían de ser buenos por su gracia y que por la misma gracia habían de recibir los premios eternos; y previó que los malos habían de ser malos por su propia malicia y había de condenarlos con eterno castigo por su justicia», como según el Salmista: Porque de Dios es el poder y del Señor la misericordia para dar a cada uno según sus obras [Sal 61,12 s], y como enseña la doctrina del Apóstol: Vida eterna a aquellos que según la paciencia de la buena obra, buscan la gloria, el honor y la incorrupción; ira e indignación a los que son, empero, de espíritu de contienda y no aceptan la verdad, sino que creen la iniquidad; tribulación y angustia sobre toda alma de hombre que obra el mal [Rom. 2,7 ss].

Y en el mismo sentido en otro lugar: En la revelación de nuestro Señor Jesucristo desde el cielo con los ángeles de su poder, en el fuego de llama que tomará venganza de los que no conocen a Dios ni obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que sufrirán penas eternas para su ruina… cuando viniere a ser glorificado en sus santos y mostrarse admirable en todos los que creyeron [2 Tes. 1,7 ss].

Ni ha de creerse que la presciencia de Dios impusiera en absoluto a ningún malo la necesidad de que no pudiera ser otra cosa, sino que él había de ser por su propia voluntad lo que Dios, que lo sabe todo antes de que suceda, previó por su omnipotente e inconmutable majestad. «Y no creemos que nadie sea condenado por juicio previo, sino por merecimiento de su propia iniquidad», «ni que los mismos malos se perdieron porque no pudieron ser buenos, sino porque no quisieron ser buenos y por su culpa permanecieron en la masa de condenación por la culpa original o también por la actual» (Floro de Lyon, Sermo de praedestinatione).

Can 3. Mas también sobre la predestinación de Dios plugo y fielmente place, según la autoridad apostólica que dice: ¿Es que no tiene poder el alfarero del barro para hacer de la misma masa un vaso para honor y otro para ignominia? [Rom. 9, 21], pasaje en que añade inmediatamente: Y si queriendo Dios manifestar su ira y dar a conocer su poder soportó con mucha paciencia los vasos de ira adaptados o preparados para la ruina, para manifestar las riquezas de su gracia sobre los vasos de misericordia que preparó para la gloria [Rom. 9, 22 s]: confiadamente confesamos la predestinación de los elegidos para la vida, y la predestinación de los impíos para la muerte; sin embargo, en la elección de los que han de salvarse, la misericordia de Dios precede al buen merecimiento; en la condenación, empero, de los que han de perecer, el merecimiento malo precede al justo juicio de Dios. «Mas por la predestinación, Dios sólo estableció lo que El mismo había de hacer o por gratuita misericordia o por justo juicio» (Floro de Lyon, Sermo de praedestinatione) según la Escritura que dice: El que hizo cuanto había de ser [Is. 45,11; versión de los LXX]; en los malos, empero, supo de antemano su malicia, porque de ellos viene, pero no la predestinó, porque no viene de Él. La pena que sigue al mal merecimiento, como Dios que todo lo prevé, ésa sí la supo y predestinó, porque justo es Aquel en quien, como dice San Agustín ( cf. Agustin, De praedestinatione  sanctorum 17,34 (PL 44,986), tan fija está la sentencia sobre todas las cosas, como cierta su presciencia. Aquí viene bien ciertamente el dicho del sabio: Preparados están para los petulantes los juicios y los martillos que golpean a los cuerpos de los necios [Prov. 19,29]. Sobre esta inmovilidad de la presciencia de la predestinación de Dios, por la que en Él lo futuro ya es un hecho, también se entiende bien lo que se dice en el Eclesiastés: Conocí que todas las obras que hizo Dios perseveran para siempre. No podemos añadir ni quitar a lo que hizo Dios para ser temido [Eclo. 3,14]. «Pero que hayan sido algunos predestinados al mal por el poder divino», es decir, como si no pudieran ser otra cosa, «no sólo no lo creemos, sino que si hay algunos que quieran creer tamaño mal, contra ellos», como el Sínodo de Orange, «decimos anatema con toda detestación».

Can. 4. [En este canon se pone de manifiesto la interpretación errónea que hicieron del capítulo 4 del Sínodo de Quiercy, sobre la expiación ilimitada en relación a los impíos que murieron antes de la venida de Cristo; posteriormente en el Sínodo de Toul se entendieron las partes y se convalidó lo proclamado en el Sínodo de Quiercy] Igualmente sobre la redención por la sangre de Cristo, en razón del excesivo error que acerca de esta materia ha surgido, hasta el punto de que algunos, como sus escritos lo indican, definen haber sido derramada aun por aquellos impíos que desde el principio del mundo hasta la pasión del Señor han muerto en su impiedad y han sido castigados con condenación eterna, contra el dicho del profeta: Seré muerte tuya, oh muerte; tu mordedura seré, oh infierno [Os. 13, 14]; nos place que debe sencilla y fielmente mantenerse y enseñarse, según la verdad evangélica y apostólica, que por aquéllos fue dado este precio, de quienes nuestro Señor mismo dice: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es menester que sea levantado el Hijo del Hombre, a fin de que todo el que crea en El, no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito, a fin de que todo el que crea en Él, no perezca, sino que tenga vida eterna» [Juan 3,14-16]; y el Apóstol: «Cristo se ha ofrecido una sola vez para cargar con los pecados de muchos» [Hebr. 9, 28]. Ahora bien, los capítulos [cuatro, que un Concilio de hermanos nuestros aceptó con menos consideración, por su inutilidad, o, más bien, perjudicialidad, o por su error contrario a la verdad, y otros también] concluidos muy ineptamente por diecinueve silogismos y que, por más que se jacten, no brillan por ciencia secular alguna, en los que se ve más bien una invención del diablo que no argumento alguno de la fe, los rechazamos completamente del piadoso oído de los fieles y con autoridad del Espíritu Santo mandamos que se eviten de todo punto tales y semejantes doctrinas; también determinamos que los introductores de novedades, han de ser amonestados, a fin de que no sean heridos con más rigor.

Can. 5 Igualmente creemos ha de mantenerse firmísimamente que toda la muchedumbre de los fieles, «regenerada por el agua y el Espíritu Santo» [Juan 3, 5] y por esto incorporada verdaderamente a la Iglesia y, conforme a la doctrina evangélica, bautizada en la muerte de Cristo [Rom. 6, 3], fue lavada de sus pecados en la sangre del mismo; porque tampoco en ellos hubiera podido haber verdadera regeneración, si no hubiera también verdadera redención, como quiera que en los sacramentos de la Iglesia, no hay nada vano, nada que sea cosa de juego, sino que todo es absolutamente verdadero y estriba en su misma verdad y sinceridad. Mas de la misma muchedumbre de los fieles y redimidos, unos se salvan con eterna salvación, pues por la gracia de Dios permanecen fielmente en su redención, llevando en el corazón la palabra de su Señor mismo: «El que perseverara hasta el fin, ése se salvará» [Mt. 10,22; 24,13]; otros, por no querer permanecer en la salud de la fe que al principio recibieron, y preferir anular por su mala doctrina o vida la gracia de la redención que no guardarla, no llegan en modo alguno a la plenitud de la salud y a la percepción de la bienaventuranza eterna. A la verdad, en uno y otro punto tenemos la doctrina del piadoso Doctor: «Cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, en su muerte hemos sido bautizados» [Rom. 6, 3]; y: «Todos los que en Cristo habéis sido bautizados, de Cristo os vestisteis» [Gal. 3, 27]; y otra vez: «Acerquémonos con corazón verdadero en plenitud de fe, lavados por aspersión nuestros corazones de toda conciencia mala y bañado nuestro cuerpo con agua limpia, mantengamos indeclinable la confesión de nuestra esperanza» [Hebr. 10, 22 s]; y otra vez: «Si, voluntariamente… pecamos después de recibida noticia de la verdad, ya no nos queda víctima por nuestros pecados» [Hebr. 10, 26]; y otra vez: «El que hace nula la ley de Moisés, sin compasión ninguna muere ante la deposición de dos o tres testigos. ¿Cuánto más pensáis merece peores suplicios el que conculcare al Hijo de Dios y profanara la sangre del Testamento, en que fue santificado, e hiciere injuria al Espíritu de la gracia?» [Hebr. 10, 28 s].

Can. 6. Igualmente sobre la gracia, por la que se salvan los creyentes y sin la cual la criatura racional jamás vivió bienaventuradamente; y sobre el libre albedrío, debilitado por el pecado en el primer hombre, pero reintegrado y sanado por la gracia del Señor Jesús en sus fieles, confesamos con toda constancia y fe plena lo mismo que, para que lo mantuviéramos, nos dejaron los Santísimos Padres por autoridad de las Sagradas Escrituras, lo que profesaron el Sínodo africano [Sínodo de Cartago, año 418] y el de Orange [año 529], lo mismo que con fe católica mantuvieron los beatísimos pontífices de la Sede Apostólica [Capítulos pseudo-celestinos o Indículus]; y tampoco presumimos inclinarnos a otro lado en las cuestiones sobre la naturaleza y la gracia.

En cambio, de todo en todo rechazamos las ineptas cuestioncillas y los cuentos poco menos que de viejas [1 Tim. 4, 7] y los guisados de los discípulos de Escoto que causan náuseas a la pureza de la fe, todo lo cual ha venido a ser el colmo de nuestros trabajos en unos tiempos peligrosísimos y gravísimos, creciendo tan miserable como lamentablemente hasta la escisión de la caridad; y las rechazamos plenamente a fin de que no, se corrompan por ahí las almas cristianas y caigan de la sencillez y pureza de la fe que es en Cristo Jesús [2 Cor. 11, 3]; y por amor de Cristo Señor avisamos que la caridad de los hermanos castigue su oído evitando tales doctrinas. Recuerde la fraternidad que se ve agobiada por los males gravísimos del mundo, que está durísimamente sofocada por la excesiva cosecha de inicuos y por la paja de los hombres ligeros. Ejerza su fervor en vencer estas cosas, trabaje en corregirlas y no cargue con otras superfluas la congregación de los que piadosamente lloran y gimen; antes bien, con cierta y verdadera fe, abrace lo que acerca de estas y semejantes cuestiones ha sido suficientemente tratado por los Santos Padres…

León IX, obispo de Roma, Carta Congratulamur vehementer, a Pedro, patriarca de Antioquía, del 13 de abril de 1053. Pedro de Antioquía había pedido a León IX una confesión de fe, al mismo tiempo que le enviaba la suya propia. Una colección semejante de artículos de fe se conserva en los Statuta Ecclesiae Antiqua que eran interrogaciones que solían hacerse a los obispos que habían de ser consagrados.

«Creo también que el Dios y Señor omnipotente es el único autor del Nuevo y del Antiguo Testamento, de la Ley y de los Profetas y de los Apóstoles; que Dios predestinó solo los bienes, aunque previó los bienes y los males; creo y profeso que la gracia de Dios previene y sigue al hombre, de tal modo, sin embargo, que no niego el libre albedrío a la criatura racional.»

Alejandro II, obispo de Roma, carta “Licet ex” al príncipe Landulfo de Benevento, año 1065

«Nuestro Señor Jesucristo, en efecto, como se lee, no forzó a nadie a servirle, sino que, dejada a cada cual la libertad del propio albedrío, todos los que ha predestinado a la vida eterna no los ha llamado del error juzgándolos, sino derramando su propia sangre.»

Jan Hus, que hizo suyas muchas de las enseñanzas de John Wyclif, hizo resurgir el predestinacionismo, que ya había sido condenado universalmente por la Iglesia, y que influyó posteriormente en la Reforma Protestante. A continuación algunas de las enseñanzas de Hus:

 –  Única es la santa Iglesia universal, que es la totalidad de los predestinados. Y después prosigue: la santa Iglesia universal es única como sólo uno es el número de todos los predestinados.

 –   Pablo no fue nunca miembro del diablo, aunque realizó algunos actos semejantes a la Iglesia de los malignos.

–   Los reprobados no forman parte de la Iglesia, como quiera que, al final, ninguna parte suya ha de caer de ella, pues la caridad de predestinación que la liga, nunca caerá.

–   El reprobado, aun cuando alguna vez esté en gracia según la presente justicia, nunca, sin embargo, es parte de la Santa Iglesia, y el predestinado siempre permanece miembro de la Iglesia, aun cuando alguna vez caiga de la gracia adventicia, pero no de la gracia de predestinación.

–  Tomando a la Iglesia por la congregación de los predestinados, estuvieren o no en gracia, según la presente justicia, de este modo la Iglesia es artículo de fe.

–  La gracia de la predestinación es el vínculo con que el cuerpo de la Iglesia y cualquiera de sus miembros se une indisolublemente con Cristo, su cabeza.

Las enseñanzas de Jan Hus fueron condenadas en el Concilio de Constanza (1414-1418).

Cuando en el Concilio de Trento (1545-1563) La Iglesia Católica Romana afirma en el canon 17 (cánones sobre la Justificación) lo siguiente:

«Si alguno dijere que la gracia de la justificación no se da sino en los predestinados a la vida, y todos los demás que son llamados, son ciertamente llamados, pero no reciben la gracia, como predestinados que están al mal por el poder divino: sea anatema.»

en realidad no es un invento de la Iglesia de Roma, sino que es una enseñanza que toda la Iglesia creyó en todo lugar y en todo tiempo, y si alguna vez se levantaron voces predestinacionistas, o predeterministas, fueron condenadas desde la ortodoxia y la sana enseñanza. Recordemos también que todos los sínodos y concilios que acabamos de leer pertenecieron a la Iglesia latina; ya que en la Iglesia griega jamás aceptaron algo parecido al predestinacionismo. Es por lo tanto el calvinismo el último intento del predestinacionismo por resurgir dentro de la Iglesia, pero como hemos visto en los decretos de los distintos sínodos y concilios de la Iglesia a través de los siglos, se debe rechazar como lo que es: una herejía anatemizada unánimemente.

Los textos de los concilios han sido extraídos del ENCHIRIDION SYMBOLORUM – El Magisterio de la Iglesia, de DEZINGER y HÜNEMANN. Editorial Herder.

Redacción y recopilación de textos Gabriel Edgardo Llugdar, para Diarios de la Iglesia, 2022

Cuidado con los judaizantes

Anterior al gnosticismo, al arrianismo y a las demás peligrosas herejías con las cuales tuvo que lidiar el cristianismo, existió una falsa enseñanza que amenazó con romper la unidad de la naciente Iglesia; fue tan fuerte la sacudida que provocó, que incluso importantes líderes se vieron arrastrados por esta perversa enseñanza:

«Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.  Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.»  [Gálatas 2:11-13]

«JUDAIZANTES: Sustantivo que no aparece en las Escrituras, pero sí el verbo «judaizar» (Gálatas 2:14  Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?). Por judaizantes se entiende a los conversos al cristianismo de procedencia judía que querían imponer la circuncisión y la observancia de la Ley de Moisés a los conversos de procedencia gentil, con el argumento de que era necesaria para la salvación. Esta tendencia, tan arraigada como natural en el contexto judío, puso en peligro la novedad y universalidad de la naciente Iglesia cristiana. Tuvo que ser examinada a fondo y combatida, especialmente por el apóstol Pablo. El Concilio de Jerusalén ofreció una declaración terminante respecto a la libertad cristiana (Hch. 15). Pablo, por su parte, presenta una poderosa refutación de la línea judaizante, que quería esclavizar a los cristianos bajo el yugo de la Ley de Moisés, de la que habían quedado libertados, al estar bajo la gracia por la obra redentora de Cristo (Gal. 6:15 Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación.; Col. 3:11 donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos.).» [ROPERO, Alfonso. Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia: Judaizantes]

«Los de Jerusalén subrayaban la vigencia de las promesas de Dios, la alianza (la ley) y la validez del carácter étnico del pueblo receptor de la alianza. Solo es pueblo elegido el pueblo judío porque Dios no ha fallado ni se ha echado atrás (cf. Rom 9,6.14; 11,1) de modo que el pagano solo puede ser heredero de esas promesa incorporándose (mediante la circuncisión) al pueblo elegido; lo mismo se aplica a cualquier creyente en Cristo; su condición de creyente no le exime del cumplimiento de la ley, porque Cristo no iguala a judíos y paganos, sino que exige a los creyentes en Él una mayor radicalidad, ser el verdadero Israel; Cristo, por tanto, no anula la ley y el bautismo no sustituye la circuncisión. Por su parte, los de Antioquía, más que discutir las razones teológicas esgrimidas por los de Jerusalén, parece que apelaron a los resultados de su misión a los paganos (cf. Hch 15,7-12). Así, mostraron que Dios no hace favoritismos con los judíos puesto que suscita la fe mediante el anuncio del evangelio (cf. Rom 10,14-17); que la fuerza de este anuncio provoca la fe en Cristo independientemente de la condición étnica o legal del creyente; que el Espíritu de Dios demuestra actuar con libertad más allá de sus propias expectativas (cf. Hch 10,44-48); que el mismo Cristo es un ejemplo de que la ley ya no tiene plena vigencia puesto que declara maldito (cf.Dt 21,22-23; Gal 3,13) al mismo Crucificado, luego ha sido ya superada por el acontecimiento de la cruz que es una llamada universal.» [AGUIRRE, Rafael. Así empezó el cristianismo, ed. Verbo Divino, p. 150]

“Después de las vivas discusiones que debieron tener lugar, Jacobo dio la decisión final y definitiva de parte de Dios, de que los creyentes procedentes de la gentilidad quedaban exentos totalmente de la Ley. Solamente debían guardar aquellos preceptos referidos a la idolatría, a la ingesta de sangre y a la fornicación (Hch. 15:20, 28). Fuera de estas cosas «necesarias», los creyentes de la gentilidad quedaban libres de todas las cargas en la libertad de Cristo.” [ROPERO, Alfonso. Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia: Concilio de Jerusalén]

Si bien el llamado “Concilio de Jerusalén” asestó un duro golpe a las aspiraciones de los judaizantes no supuso la extinción total de esta herejía; durante los siglos posteriores, de forma intermitente, siguió perturbando la paz de la Iglesia. Pablo nos asegura que después de la asamblea, o concilio de Jerusalén, tuvo un duro cruce con Pedro y Bernabé por este tema (leer el capítulo 2 de Gálatas).  

Veamos ahora qué opinaban los Padres de la Iglesia (grandes pastores, obispos, teólogos y apologistas de la joven Iglesia) acerca de los cristianos gentiles que miraban hacia el judaísmo y la Ley:

 «Como veo, muy excelente Diogneto, que tienes gran interés en comprender la religión de los cristianos, y que tus preguntas respecto a los mismos son hechas de modo preciso y cuidadoso, sobre el Dios en quien confían y cómo le adoran, y que no tienen en consideración el mundo y desprecian la muerte, y no hacen el menor caso de los que son tenidos por dioses por los griegos, ni observan la superstición de los judíos…». [Carta a Diogneto 1. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

“Pero, además, sus escrúpulos con respecto a las carnes, y su superstición con referencia al sábado y la vanidad de su circuncisión y el disimulo de sus ayunos y lunas nuevas, yo [no] creo que sea necesario que tú aprendas a través de mí que son ridículas e indignas de consideración alguna. Porque, ¿no es impío el aceptar algunas de las cosas creadas por Dios para el uso del hombre como bien creadas, pero rehusar otras como inútiles y superfluas? Y, además, el mentir contra Dios, como si Él nos prohibiera hacer ningún bien en el día de sábado, ¿no es esto blasfemo? Además, el alabarse de la mutilación de la carne como una muestra de elección, como si por esta razón fueran particularmente amados por Dios, ¿no es esto ridículo? Y en cuanto a observar las estrellas y la luna, y guardar la observancia de meses y de días, y distinguir la ordenación de Dios y los cambios de las estaciones según sus propios impulsos, haciendo algunas festivas y otras períodos de luto y lamentación, ¿quién podría considerar esto como una exhibición de piedad y no mucho más de necedad? El que los cristianos tengan razón, por tanto, manteniéndose al margen de la insensatez y error común de los judíos, y de su excesiva meticulosidad y orgullo, considero que es algo en que ya estás suficientemente instruido; pero, en lo que respecta al misterio de su propia religión, no espero que puedas ser instruido por ningún hombre.”     [Carta a Diogneto 4. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

«Mas como venimos diciendo que nuestra religión está cimentada sobre los antiquísimos documentos escritos de los judíos, cuando es generalmente sabido, y nosotros mismos lo reconocemos, es casi nueva, pues que data del tiempo de Tiberio. Quizá se quiera por ese motivo discutir su situación, y se dirá que cómo a la sombra de religión tan insigne, y ciertamente autorizada por la ley, nuestra religión rescata ideas nuevas, a ella propias, y sobre todo que, independientemente de la edad, no estamos conformes con los judíos en cuanto a la abstinencia de ciertos alimentos, ni en cuanto a los días festivos, ni en cuanto al signo físico que los distingue [la circuncisión], ni en cuanto a la comunicación del nombre, lo que convendría ciertamente si fuésemos servidores del mismo Dios. Pero el vulgo mismo conoce a Cristo, ciertamente como a un hombre ordinario, tal cual los judíos le juzgaron, con lo que se nos tomará más fácilmente por adoradores de un simple hombre. Mas no por eso nos avergonzamos de Cristo, teniendo por honra el llevar su nombre y ser condenados por causa de Él, sin que por eso tengamos de Dios distinto concepto que los judíos.» [TERTULIANO, Apología contra los gentiles 21.1-3 (Apologeticum). Ropero, Alfonso. Lo Mejor de Tertuliano, ed. Clie]

«¿No ven que los elementos jamás descansan ni guardan el sábado? Permanecen tal como nacieron. Porque si antes de Abrahán no había necesidad de la circuncisión, ni antes de Moisés del sábado, de las fiestas ni de las ofrendas, tampoco la hay ahora después de la venida de Jesucristo, Hijo de Dios, nacido según la voluntad de Dios de María, la Virgen del linaje de Abrahán. Porque, en efecto, el mismo Abrahán, estando todavía incircunciso, fue justificado y bendecido por su fe en Dios, como lo significa la Escritura; la circuncisión, empero, la recibió como un signo, no como justificación, según la misma Escritura y la realidad de las cosas nos obligan a confesar. […] Las naciones, en cambio, que han creído en Él y se han arrepentido de los pecados que han cometido, heredarán con los patriarcas, los profetas y con todos los justos todos de la descendencia de Jacob; y aun cuando no observen el sábado ni se circunciden ni guarden las fiestas, absolutamente heredarán la herencia santa de Dios.» [JUSTINO, Mártir.  Diálogo con el judío Trifón 23, 26. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de Justino, ed. Clie]

«No os dejéis seducir por doctrinas extrañas ni por fábulas anticuadas que son sin provecho. Porque si incluso en el día de hoy vivimos según la manera del judaísmo, confesamos que no hemos recibido la gracia; porque los profetas divinos vivían según Cristo Jesús… Así pues, si los que habían andado en prácticas antiguas alcanzaron una nueva esperanza, sin observar ya los sábados, sino moldeando sus vidas según el día del Señor, en el cual nuestra vida ha brotado por medio de Él y por medio de su muerte que algunos niegan –un misterio por el cual nosotros obtuvimos la fe, y por esta causa resistimos con paciencia, para que podamos ser hallados discípulos de Jesucristo, nuestro solo maestro–» [IGNACIO de Antioquía, Carta a los Magnesios. 8, 9. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

«Por esto, siendo así que hemos pasado a ser sus discípulos, aprendamos a vivir como conviene al cristianismo. Porque todo el que es llamado según un nombre diferente de éste, no es de Dios. Poned pues a un lado la levadura vieja que se había corrompido y agriado, y echad mano de la nueva levadura, que es Jesucristo. Sed salados en Él, que ninguno de vosotros se pudra, puesto que seréis probados en vuestro sabor. ES ABSURDO HABLAR DE JESUCRISTO Y AL MISMO TIEMPO PRACTICAR EL JUDAÍSMO. Porque el cristianismo no creyó en el judaísmo, sino el judaísmo en el cristianismo, en el cual toda lengua que creyó fue reunida a Dios.»    [IGNACIO de Antioquía, Carta a los Magnesios 10. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

«Pero si alguno propone el judaísmo entre vosotros no le escuchéis, porque es mejor escuchar el cristianismo de uno que es circuncidado que escuchar el judaísmo de uno que es incircunciso. Pero si tanto el uno como el otro no os hablan de Jesucristo, yo los tengo como lápidas de cementerio y tumbas de muertos, en las cuales están escritos sólo los nombres de los hombres.  Evitad, pues, las artes malvadas y las intrigas del príncipe de este mundo, no suceda que seáis destruidos con sus ardides y os debilitéis en vuestro amor. Sino congregaos en asamblea con un corazón indiviso.» [IGNACIO de Antioquía, Carta a los Filadelfios 6. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

En las últimas décadas, la expansión de la escatología dispensacionalista ha abierto un poco la puerta al resurgir de los judaizantes. Afirmar que Israel (el Estado o nación de Israel) es el “pueblo elegido”, o que Israel es “el reloj profético de Dios” ayuda a aumentar la confusión sobre el tema.

¿Quién es el pueblo elegido: Israel o la Iglesia? ¿Tiene Cristo dos pueblos, o dos novias? ¿Somos elegidos por nuestra sangre (nacer judíos o descendiente de judíos) o por la sangre de Cristo?  Si yo afirmo que el judío, o el Estado de Israel es el pueblo elegido, estoy afirmando que son especiales por sobre el resto; eso me llevaría a pensar que los palestinos y los israelitas no son iguales ante los ojos de Dios; por lo tanto en un enfrentamiento armado entre ellos Dios debería de estar a favor de los judíos y en contra de los palestinos. Es suficiente asomarse a alguna página pro-judía para ver cómo multitud de evangélicos alaban al ejército militar de Israel, ¡cómo se emocionan cuando presentan algún armamento o tecnología de guerra de avanzada! (como si Dios bendijese a los tanques, las balas y las bombas que destruyen las vidas que Él creó y que desea que se arrepientan y sean salvos). “¡Dios bendice al ejército de Israel!” gritan emocionados muchos evangélicos. Al parecer Dios lucha con el ejército israelita mientras miles de cristianos mueren como mártires, o son perseguidos ferozmente, y Dios no hace nada. ¿De verdad esto es así? Respóndanme esto: si un soldado judío muere en combate, ¿a dónde va?, ¿se va al cielo por el solo hecho de ser judío, aunque haya vivido sin creer en Cristo? Les anticipo la respuesta, y es no. La realidad es que el soldado judío que muere en combate va al mismo lugar que el soldado palestino que muere también; pues nadie se salva por ser judío o se pierde por el hecho de no serlo; si no creen en Cristo ambos tendrán el mismo final.

«Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?  Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.» [Lucas 13:2-5]

Nadie se salva sin arrepentimiento, no importa si su sangre es judía o árabe; si no está lavado por la sangre de Cristo no es un elegido. Más allá de que afirmar que Dios hoy bendice al ejército del Israel, o que lucha con Israel (el Estado de Israel), o que bendice sus armas (o las de cualquier ejército), no es solo una ignorancia teológica, sino una perversidad impropia de seguidores de Cristo que aún no han comprendido las palabras “de tal manera amó Dios al mundo” (Juan 3:16-17)

Sin fe en Cristo no hay salvación:

Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado”. [Gálatas 2:15-16]

¿Qué está afirmando aquí el apóstol Pablo? Que los judíos de nacimiento para ser justificados deben creer en Cristo; nadie forma parte del pueblo elegido, o pueblo de Dios, si no es mediante la fe en Cristo. El pueblo elegido es el pueblo de los justificados, no un pueblo incrédulo.

 «pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa [Gálatas 3:26-29]

Si alguien enseña que Dios hace diferencia entre un judío y un gentil que también enseñe que Dios hace acepción de personas entre hombre y mujer; pero el texto bíblico que acabamos de leer niega ambas cosas. ¿Pero, entonces los judíos no son el pueblo elegido? Dios eligió formar al pueblo de Israel para que por medio de ellos viniese el Mesías y todas las demás naciones fuesen bendecidas igualmente.

«Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones.»  [Gálatas 3:8]

«A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.  Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.»  [Juan 1:11-12]

¿Qué beneficio tiene el judío?

«¿Qué ventaja tiene, pues, el judío?, ¿o de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios.»  [Romanos 3:1-2]

«Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas;  de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.»  [Romanos 9:1-5]

Pablo menciona los beneficios que tiene el judío, pero todo eso hasta la venida en carne de Cristo. ¿Y ahora?

«Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús… ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles.  Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión.»   [Rom 3:21-24,27-30]

Hoy, el judío no tiene más beneficio que el gentil, lo dice Pablo, no puede haber jactancia porque el Dios de los judíos y el de los gentiles es el mismo, es uno; y uno su pueblo elegido. No puede haber dos pueblos elegidos porque no hay dos formas de ser justificados; no existe una justificación especial para los judíos y otra para los gentiles. La única forma de ser justificados es mediante la fe en Cristo, tanto para uno como otro.

«Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.» [Romanos 10:12-13]

¿Y qué pasa con los israelitas?

«Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín… ¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos.»  [Romanos 11:1,7]

¿Quiénes son los escogidos de Israel? Los que creen. ¿Y quiénes los rechazados? Los que se niegan a creer. Lo aclara Pablo más adelante

«Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.  Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar.»  [Romanos 11:19-23]

No hay dos pueblos elegidos porque solo hay un olivo, en ese único olivo coexisten simultáneamente ramas naturales (los judíos que creen en Cristo) y ramas injertadas (los gentiles que creen en Cristo).

  «Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti.»   [Romanos 11:17-18]

Dios no ha olvidado su misericordia para con los israelitas, en nuestras congregaciones hay muchos descendientes de judíos que se confiesan cristianos y lo son verdaderamente; y así ha sido a través de los siglos, la Iglesia (el único pueblo elegido) es ese olivo que tiene raíces, tronco y ramas naturales (judíos elegidos mediante la fe en Cristo) y ramas injertadas (gentiles elegidos mediante la fe en Cristo) y ambos conviviendo en armonía.

 «Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz,  y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca;porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.»   [Efesios 2:11-22]

Hay un solo pueblo, un solo cuerpo, un solo Espíritu, un solo fundamento, una sola piedra principal, un solo edificio, un solo templo. El apóstol Pablo es muy claro, no hay dos pueblos elegidos; la Iglesia es el único cuerpo de Cristo y la única Novia. Y es también la Iglesia el único “reloj de Dios”.

«Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles.»  [Romanos 11:25] 

Por más de 35 años he escuchado a los judaizantes afirmar que el Estado de Israel es el reloj de Dios, el que marca los tiempos de Dios; y ante cada conflicto que la nación de Israel ha tenido con sus vecinos han aprovechado la ocasión para anunciar la inminente venida de Cristo, del anticristo, de la gran tribulación, etc. Claro que luego han ido cambiando el libreto cuando todo se calmaba y se retornaba a la tranquilidad. Los judaizantes son vendedores de humo en conferencias y congresos, donde cada luna de sangre es una señal inminente del rapto; eso sí, aunque el rapto sea inminente no se olvidan de vender sus libros y de cobrar en dólares sus disertaciones. Pero Pablo nos dice que lo que realmente marca los tiempos es que «haya entrado la plenitud de los gentiles», luego Dios se ocupará de Israel «y luego todo Israel será salvo» [Romanos 11:26]

Hay mucha variedad dentro de los grupos judaizantes, y no todos enseñan lo mismo. En muchas de nuestras congregaciones vemos un aumento de la simbología judía: banderas del Estado de Israel, danzas hebreas, shofares, mantos hebreos, etc., algunos inofensivos, otros fuera de lugar; porque al fin y al cabo nosotros somos creyentes de entre los gentiles y no tenemos por qué adoptar costumbres ajenas; pero estas cosas no son propiamente “judaizar” aunque bien haríamos en no sumarnos a estas modas que nada tienen que ver con la esencia de la Iglesia.  No olvidemos que son los judíos los que deben convertirse en parte de la Iglesia, y no la Iglesia convertirse al judaísmo. 

Los judaizantes se infiltran sutilmente al principio, comienzan rechazando toda terminología grecolatina, prohibiendo usar términos como Jesús, Cristo, iglesia, Dios, etc., por considerarlos corruptos o paganos. Si no dices en tu oración Yeshúa,  Elohim, Masiaj, Ruaj HaKodesh, Baruj Adonai… no pienses en ser escuchado por el Altísimo; básicamente, si no pronuncias correctamente el nombre del Señor Él no se da por enterado de que le estás hablando. Cuando hayan logrado hacerte hablar en esa mezcla ridícula de hebreo y español, y te hagan creer que eres más espiritual por ello, irán a por más. A continuación te dirán que el dogma de la Trinidad es un invento católico (no todos los judaizantes son anti-trinitarios, dentro del pentecostalismo hay judaizantes trinitarios). Otros irán más lejos aún, te obligarán a guardar el Sabbat, te hablarán de la Torá, de la Ley, de guardar las costumbres judías y las fiestas del Antiguo testamento; luego te prohibirán comer  alimentos “impuros”, y finalmente te convencerán de que si te circuncidas serás un verdadero israelita heredero de la bendición de Abraham. ¿Crees que estoy exagerando? Muchos ya han sido atrapados por estos sectarios judaizantes, no te olvides que Pablo luchó ferozmente contra ellos porque sabía el peligro que acarreaban; ni siquiera los llamó “hermanos”:

«y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros.»  [Gálatas 2:4-5]

En teoría el judaizante no niega que la justificación es por la fe en Cristo, pero en la práctica busca justificarse por el cumplimiento de la Ley; una Ley que fue dada temporalmente

«Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa»  [Gálatas 3:19]

«Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas»  [Romanos 3:21] 

«De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo»  [Gálatas 3:24-25] 

La Ley mosaica fue un tutor, un siervo, un pedagogo, un instructor que condujo hasta Cristo, pero una vez en Cristo ya no estamos guiados por ella. Lo absurdo del judaizante es que prefiere al tutor y no a Cristo, se queda con lo caduco, con lo que ya cumplió su función y no tiene más utilidad.

«Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia»   [Romanos 6:14] 

«Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.»   [Romanos 7:6] 

«Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.»  [Hebreos 8:13] 

Los que estamos en Cristo no estamos bajo la Ley de Moisés, pero tampoco estamos sin ley porque estamos bajo la Ley de Cristo.

«Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley.»  [1Co 9:20] 

El judaizante pretende resucitar la Ley porque (en la práctica) le parece insuficiente la resurrección de Cristo; quiere subir al Sinaí para cumplir la Ley dada allí porque le parece poco la Ley dada en el Sermón del Monte, claro, en el Sermón de Mateo 5-7 no hay lugar para el mérito propio; y después de todo es más fácil no comer cerdo que poner la otra mejilla y amar a los enemigos.  El judaizante no puede comprender que el fin, la meta, el cumplimiento, la culminación de la Ley es Cristo

«Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree.»    [Romanos 10:1-4] 

Cristo es el cumplimiento de la Ley, por lo tanto, el que permanece en Cristo ha cumplido cabalmente la Ley. No estamos en Cristo porque cumplimos la Ley, sino que cumplimos la Ley al estar en Cristo.

«Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.  He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído.»  [Gálatas 5:1-4]

El judaizante es un apóstata que ha caído de la Gracia; es un sepulcro cuya hermosa lápida son las tablas de la Ley, pero debajo de ella hay huesos secos, arrogancia y autojustificación. Es un falso maestro que te dirá que la Iglesia en general está equivocada, pero él tiene la verdad; te dirá que tu Biblia está mal traducida, pero él sabe la verdadera traducción. Te dirá que él conoce el verdadero nombre de Elohim mientras que tú invocas un nombre errado. Te empezará hablando del Mesías pero terminará en Moisés (cuando el camino correcto es al revés); te sacará de los pies de la Cruz y te llevará al Sinaí. Te hará creer que eres más espiritual porque guardas los días y las fiestas, y porque no comes esto o aquello; te hará creer que la vida no está en comer la carne y la sangre de Cristo en la Santa Cena o Eucaristía, sino que la vida está en no comer cerdo o ciertos peces y mariscos. Habiendo comenzado por el Espíritu terminarás por la carne, te desligarás de Cristo para atarte a la Ley, y abandonarás al Amo para irte con el sirviente. Ten en cuenta que si emprendes ese camino será muy difícil que luego vuelvas atrás, pues pasar de la Ley a Cristo trae vida, pero pasar de Cristo a la Ley significa muerte.

 «ES ABSURDO HABLAR DE JESUCRISTO Y AL MISMO TIEMPO PRACTICAR EL JUDAÍSMO» Ignacio, obispo de Antioquía y mártir.

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de la Iglesia – Diarios de Avivamientos – 2022, con la colaboración de Consensus Patrum en la recopilación de textos patrísticos.

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La Trinidad, ¿un invento católico?

¿Que la palabra Trinidad no figure en la Biblia es un argumento válido de refutación?  Pensemos en el término «Biblia», que tampoco aparece en la Biblia como dogma definido, es decir, no existe dentro de las Escrituras un listado hecho por el señor Jesús, o sus apóstoles, donde determine qué libros deben ser considerados como escritura divina, o qué libros deben componer lo que llamamos Biblia. No fueron el señor Jesús ni los apóstoles los que nos dejaron una definición exacta de «Biblia»; fue la Iglesia la que determinó qué libros debían considerarse inspirados y cuáles no, y este proceso duró un largo tiempo. Encontramos expresiones como «toda la Escritura es inspirada por Dios», pero no se nos dice concretamente qué abarca esa «toda la Escritura». Para la Iglesia primitiva los deuterocanónicos eran Escritura (se encontraban en la versión de los Setenta y fueron conocidos y usados por los apóstoles y discípulos de Cristo), sin embargo, después de Lutero dejaron de considerarse «Escritura», y hoy la mayoría de los evangélicos ni siquiera los han leído.

Lo que para Agustín (y para la Iglesia de su época) significaba Biblia, no tiene el mismo significado para muchos hoy en día: 

“El canon completo de las Sagradas Escrituras, sobre el que ha de versar nuestra consideración, se contiene en los libros siguientes: Los cinco de Moisés… los libros de Job, de Tobías, de Ester y de Judit y los dos libros de los Macabeos, y los dos de Esdras… Siguen los profetas, entre los cuales se encuentra un libro de Salmos de David; tres de Salomón: los Proverbios, el Cantar de los cantares y el Eclesiastés; los otros dos libros, de los cuales uno es la Sabiduría y el otro el Eclesiástico, se dicen de Salomón por cierta semejanza, pero comúnmente se asegura que los escribió Jesús hijo de Sirach, y como merecieron ser recibidos en la autoridad canónica, deben contarse entre los proféticos.[Agustín. De la Doctrina Cristiana. Libro II.VIII.13]

  Otro ejemplo, en lo que llamamos «evangelio según san Mateo» no encontramos una referencia «bíblica» de que verdaderamente lo escribió el apóstol Mateo. Fue la tradición de la Iglesia y no la Biblia misma la que afirmó que ese escrito pertenece a Mateo, y que debe ser parte de la Biblia; y todos lo aceptamos como válido ¿o hay alguno que se atreva a afirmar que la Biblia es un invento católico? Porque la Iglesia, como cuerpo vivo de Cristo y bajo la guía e iluminación del Espíritu Santo, ha ido desarrollando, definiendo y validando los dogmas de fe ortodoxos y ha ido extirpando (a veces tras largas luchas) las herejías o dogmas heterodoxos. Más allá de la palabra misma Trinidad, que es fruto de la Tradición y no de la Biblia, el concepto cristiano de Trinidad se desarrolló desde el comienzo mismo de la Iglesia, y fue clarificándose con el tiempo; fue puesto a prueba y combatido, y prevaleció; primeramente, hasta ser parte del unanimis consensus patrum (el consenso de los llamados Padres de la Iglesia), y, finalmente, del consenso unánime de la Iglesia (lo que toda la iglesia creyó, en todo lugar y en todo tiempo). 

“En los autores que precedieron a Ireneo encontramos alusiones bien a un testamento, bien a otro; bien a una carta de Pablo, bien a la primera carta de Pedro. En Ireneo de Lyon, sin embargo, hallamos al primer maestro cristiano que toma como referencia un Nuevo Testamento muy parecido al que conocemos nosotros. Él es también el primer autor cristiano que nos explica por qué aceptar determinados libros y otros no. Y es, por último, el primer Padre que, cuando habla de la «Escritura», al menos la mitad de las veces está aludiendo a los libros tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Los nombres de los autores de cada uno de los evangelios no aparecen incluidos en el texto original. Es Ireneo quien identifica los cuatro evangelios legítimos y nos dice quiénes los escribieron: «Mateo, (que predicó) a los Hebreos en su propia lengua, también puso por escrito el Evangelio, cuando Pedro y Pablo evangelizaban y fundaban la Iglesia. Una vez que estos murieron, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, también nos transmitió por escrito la predicación de Pedro. Igualmente Lucas, seguidor de Pablo, consignó en un libro «el Evangelio que este predicaba». Por fin Juan, el discípulo del Señor que se había recostado sobre su pecho, redactó el Evangelio cuando residía en Éfeso» (IRENEO, Contra los herejes III, 1.1.)”. [D’AMBROSIO, Marcellino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres. Ediciones Palabra, p. 61-62]

 “La Trinidad como palabra o como dogma en sí no aparece en la Biblia ni en el magisterio universal de la Iglesia cristiana. Pero en el centro de la Biblia y de la misma Iglesia se encuentra el Padre Dios, el Hijo Jesús y el Espíritu Santo, en su unión y diferencias. Ellos constituyen lo que, con palabra imperfecta, pero quizá imprescindible, llamamos Trinidad, para confesar por ella que el Dios de los hombres es dinamismo de vida y comunión de amor. […] Jesús no predicó la Trinidad, pero abrió el camino que conduce al Padre y nos legó su Espíritu. Tampoco argumentaron sobre ella los cristianos más antiguos (ni Pedro, ni Pablo, ni los evangelios, ni siquiera los llamados Padres apostólicos), pero todos hablaron sin cesar del Padre, del Hijo-Jesús y del Espíritu. Sólo a finales del siglo II y a principios del III algunos teólogos audaces empezaron a hablar de una Trinidad o Tríada divina y descubrieron que ese nombre era cómodo para referirse al mismo tiempo al Padre, a Jesús y al Espíritu, de manera que  empezaron a emplearlo con cierta generosidad. Pero los grandes credos no lo utilizaron, ni el llamado símbolo apostólico, ni el de Nicea-Constantinopla, que siguen siendo oficiales en la Iglesia; todos ellos hablan solo del Padre-Dios, del Hijo-Jesús y del Espíritu Santo.” [PIKAZA, Xavier. Enquiridion Trinitatis, textos básicos sobre el Dios de los cristianos, p. 9-10]

Otro argumento usado por los que niegan la Trinidad es el de la semejanza de este dogma con algunas creencias que se encuentran en religiones paganas o en leyendas mitológicas. Pero recordemos que también usan este argumento los que descalifican al cristianismo tachándolo de un cóctel de creencias egipcias, mesopotámicas, grecolatinas, etc. Relatos de creación, ángeles, querubines, paraíso, diluvio, hijo de dios, resurrección, milagros, profecías, etc., también se encuentran en religiones anteriores o contemporáneas al cristianismo primitivo; ¿y acaso eso será motivo para dejar de creer en todos estos dogmas cristianos? Dios se reveló al hombre en el Edén, pero cuando el hombre se apartó de Dios y fue expulsado del paraíso no perdió por completo esa revelación, simplemente la desfiguró. Así como la imagen de Dios en el hombre fue desfigurada por el pecado, también la revelación de Dios se desfiguró en mitos, leyendas, y cientos de religiones que se expandieron por toda la tierra; pero así como todos los hombres se remontan a Adán y Eva, así también todas las religiones se remontan a la revelación inicial. Tanto la imagen divina del hombre como su percepción espiritual son deformadas por el pecado, y en casi nada se parecen al original, pero siempre habrá detrás de una copia, o de una deformación, un original válido. ¿Los querubines de la Biblia son una copia de la mitología asiria y babilónica, o la mitología mesopotámica es una deformación de aquella revelación que el hombre recibió en el Edén, donde, por cierto, Dios colocó querubines para impedir que el hombre caído comiera del árbol de la vida? ¿La Trinidad es una copia católica de las mitologías paganas, o las mitologías son una deformación de la verdadera Trinidad?

“Dentro de un politeísmo naturalista, donde la hierofanía o revelación básica de lo divino es el despliegue sagrado de la vida, ha surgido en muy diversos lugares una especie de Trinidad o tríada familiar, formada por el Dios Padre del cielo, la Diosa Madre de la tierra y el Dios Hijo, que nace de los dos y expresa en general la victoria de la vida sobre la muerte. Quizá donde más fuerza ha tomado este modelo es el oriente mediterráneo, con la tríada cananea (Ilu-Alá, Ashera, Baal) y la egipcia (Osiris, Isis, Horus), que tanto influjo ha tenido en las formulaciones filosóficas del platonismo y de la misma teología cristiana. Es evidente que estos dioses no son de verdad trascendentes ni son personas, en el sentido estricto del término, pero pueden ayudarnos a situar el tema trinitario. Podemos aludir también a un triadismo funcional intradivino, representado de manera ejemplar por la Trimurti de algunas tradiciones hindúes. Así suele hablarse de Brahma, entendido como espíritu universal o fondo divino de toda realidad, especialmente de aquello que define la existencia humana, al que se añaden dos grandes signos divinos o dioses, que reciben ya una forma más personalizada: Vishnú es la fuerza del amor y de la vida creadora; Shiva es el misterio de la muerte donde todo se disuelve para renacer de nuevo. Esos tres (Brahma, Vishnú y Shiva) son formas del ser divino, pero estrictamente hablando no se pueden llamar personas… […] Algunos estudiosos han hablado también de una Trinidad filosófica expresada de múltiples maneras en las tradiciones de occidente. La más conocida es la del neoplatonismo que tiene diversas variantes. Algunos se refieren al Dios-Artífice como causa activa, a la Materia-Preexistente como causa receptiva y al Mundo divino (o las ideas) que brotan de la unión de los momentos anteriores. Otros hablan del Uno como Dios fundante, de la Sophia o Logos, que expresa el sentido más profundo de ese Dios en perspectiva de idea creadora, y del Alma sagrada del mundo. En el fondo de este esquema hallamos la certeza de que la realidad es originalmente un proceso donde todo se encuentra sustentado y vinculado, como vida que se expresa y despliega a sí misma en tres momentos. Hay ciertamente un esquema triádico, no existe Trinidad de personas. […] Esos modelos son significativos, pero no están directamente en el principio de la confesión cristiana, que se identifica con la revelación de Dios en Jesús y con la experiencia del Espíritu Santo. […] Esta experiencia trinitaria de la Iglesia, aunque preparada y dispuesta desde siempre, constituye una verdadera novedad. No ha sido un cambio que se va realizando poco a poco, ni es una pequeña variación en el esquema anterior del judaísmo. Ella es como una verdadera mutación. En un momento dado, iluminados por el recuerdo del Jesús histórico y por la presencia de su Espíritu, los cristianos se han descubierto inmersos dentro de un universo simbólico propio y, sin quererlo expresamente, sin fundarse en esquemas conceptuales preconcebidos, han sentido la necesidad  y el gozo de expresar su más honda experiencia de una forma trinitaria. Por eso, la Trinidad de la que queremos hablar en este libro no es una tríada sacral, más o menos conocida en diversas religiones. Tampoco es un esquema o modelo ternario de tipo filosófico, que de formas distintas se ha venido extendiendo en la cultura occidental desde Platón basto Hegel, por citar dos nombres clave de la metafísica. La Trinidad de la que hablamos constituye un «misterio de fe», es objeto y tema de una experiencia creyente, que se ha manifestado de un modo especial entre los cristianos.” [PIKAZA, Xavier. Enquiridion Trinitatis, textos básicos sobre el Dios de los cristianos, p. 21-24]

Otro de los argumentos esgrimidos por los que niegan el dogma de la  Trinidad es que el pasaje de Mateo 28,18-19 fue adulterado por la Iglesia Católica, y que la iglesia primitiva bautizaba en el nombre de Jesús solo. Veamos si esto es verdad.

La Trinidad en la fórmula bautismal de la Iglesia primitiva:

“La Didaché es un manual de la iglesia del cristianismo primero, también llamada Doctrina de los apóstoles o Doctrina del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles. […] La fecha de composición va de alrededor del año 70 a los años 96-98, siempre anterior al siglo II.” [ROPERO, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos. Editorial Clie, p. 29,30]

Veamos que dice este extraordinario y muy antiguo documento:

“1. Con respecto al bautismo, bautizaréis de esta manera. Habiendo primero repetido todas estas cosas, os bautizaréis en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo en agua viva (corriente). 2. Pero si no tienes agua corriente, entonces bautízate en otra agua; y si no puedes en agua fría, entonces hazlo en agua caliente. 3. Pero si no tienes ni una ni otra, entonces derrama agua sobre la cabeza tres veces en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”  [Didaché 7.1-3]

Leamos ahora a otro de los más antiguos escritores apologistas, a Justino mártir (100-165 d.C.), que nos describe cómo se bautizaba en la Iglesia:

“3. Luego los conducimos al sitio donde hay agua, y por el mismo modo de regeneración con que nosotros fuimos también regenerados, son regenerados ellos, pues en el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo, toman entonces un baño en esa agua. 10. […] para obtener el perdón de nuestros anteriores pecados, se pronuncia en el agua sobre el que ha elegido regenerarse, y se arrepiente de sus pecados, el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y este solo nombre se invoca por aquellos que conducen al baño a quien ha de ser lavado. 11. Porque nadie es capaz de poner nombre al Dios inefable; y si alguno se atreviera a decir que ese nombre existe, sufriría la más incurable locura. 12. Este baño se llama iluminación para dar a entender que son iluminados los que aprenden estas cosas. 13. El que es iluminado es lavado también en el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo, que por los profetas nos anunció de antemano todo lo referente a Jesús.” [JUSTINO, Mártir. Apología I.61.3,10-13. Traducción Abadía los Toldos, Obras de los Padres de la Iglesia, 13]

Aquí tenemos otros testimonios antiguos

«Que baje al agua y el que le bautiza le imponga la mano sobre la cabeza diciendo: ‘¿Crees en Dios Padre todopoderoso?’. Y el que es bautizado responda: ‘Creo’. Que le bautice entonces una vez teniendo la mano puesta sobre la cabeza. Que después de esto diga: ‘¿Crees en Jesucristo, el Hijo de Dios, que nació por el Espíritu Santo de la Virgen María, que fue crucificado en los días de Poncio Pilato, murió y fue sepultado, resucitó al tercer día vivo de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos?’. Y cuando él haya dicho: ‘Creo’, que le bautice por segunda vez. Que diga otra vez: ‘¿Crees en el Espíritu Santo y en la santa Iglesia y en la resurrección de la carne?’. Que el que es bautizado diga: ‘Creo’. Y que le bautice por tercera vez. Después de esto cuando sube del agua, que sea ungido por un presbítero con el óleo que ha sido santificado, diciendo: ‘Yo te unjo con el óleo santo en el nombre de Jesucristo’. Y luego cada cual se seca con una toalla y se ponen sus vestidos, y, hecho esto, que entren en la iglesia»” [Hipólito Romano, Traditio Apostostolica, 10. (redactada 215 d.C) Cit. RAMOS-LISSON, D. Patrología, p.206-207]

“Y lo mismo acontece también en tu carne, pues el bautismo se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y por esta razón Juan decía, al enseñarnos que no nos bautiza un hombre, sino Dios: Detrás de mí llega el que es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia: Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Y también por la misma razón el sacerdote, al bautizar, no dice: “Yo bautizo a Fulano”, sino: Fulano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, dando así a entender que no es él quien bautiza, sino el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, cuyos nombres se invocan.”   [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Cuarta Catequesis 3]

Queda claro por el testimonio de los primeros cristianos que el bautismo en nombre de las tres Personas divinas no es un invento ni del catolicismo romano ni de Constantino, sino la práctica más antigua de la Iglesia.

Veamos ahora el concepto de Trinidad en los Padres de la Iglesia, obispos, predicadores, apologetas y teólogos de la iglesia primitiva.

Teófilo de Antioquía, fue el sexto obispo de Antioquía de Siria (Segunda mitad del S. II). Es el primero en escribir sobre la “tríada” en relación a Dios. Teófilo usa continuamente el término «monarquía» pero no, como pretenden los unicitarios, para afirmar que Dios es una sola persona. Los tres libros Ad Autolycum constituyen una apología de la fe cristiana fundada en un único Dios frente a la pluralidad de dioses paganos. El destinatario de esta apología: Autólico, es un idólatra que tiene dudas acerca del Dios cristiano, y Teófilo le escribe haciéndole notar la diferencia que existe entre la ridícula multitud de dioses griegos (que se contradicen y pelean entre sí por el poder) y el único Dios verdadero (único soberano, rey, monarca absoluto): “Nosotros también confesamos a Dios, pero uno, el creador, hacedor y artífice de este mundo, sabemos que todo se gobierna por providencia, pero de la suya sólo” [Ad Autolycum III.9.1]

A cntinuación Teófilo de Atioquía menciona por primera vez el término tríada

“Igualmente, los tres días que preceden a la producción de las luminarias (que surgen el cuarto día de la creación, en Gen 1] son símbolo de la tríada de Dios y su Verbo y su Sabiduría. En cuarto lugar está el hombre, que necesita de la luz, de modo que hay Dios, Verbo, Sabiduría, Hombre. Por eso las luminarias fueron creadas el cuarto día.” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.15.4]

“Además, se encuentra Dios como si necesitara de ayuda al decir «hagamos» al hombre a imagen y semejanza. Pero a ningún otro dijo «hagamos» sino a su propio Verbo y a su propia Sabiduría.” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.18.2]

Comparemos este texto de Teófilo, que acabamos de leer, con un texto del gran Ireneo de Lyon, donde se expone esa noción primigenia de tres actuando al unísono:

“Porque Dios no tenía necesidad de ningún otro, para hacer todo lo que Él había decidido que fuese hecho, como si El mismo no tuviese sus manos. Pues siempre le están presentes el Verbo y la Sabiduría, el Hijo y el Espíritu, por medio de los cuales y en los cuales libre y espontáneamente hace todas las cosas, a los cuales habla diciendo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gén 1,26): toma de sí mismo la substancia de las creaturas, el modelo de las cosas hechas y la forma del ornamento del mundo.” [IRENEO, de Lyon. Adversus Haeresis. IV.20,1]

“Pues [el Padre] se ha servido, para realizar todas las cosas, de los que son su progenie y su imagen, o sea el Hijo y el Espíritu Santo, el Verbo y la Sabiduría, a quienes sirven y están sujetos todos los ángeles.”  [IRENEO, de Lyon. Adversus Haeresis. IV.7,4]

Teófilo distingue claramente al Padre del Hijo:

“Ahora, pues, me dirás: ‘Tú dices que no se debe circunscribir a Dios en un lugar, y ¿cómo entonces dices que él caminaba en el jardín?’, escucha mi respuesta. 2. En efecto, el Dios y Padre de todas las cosas es inabarcable y no se encuentra en ningún lugar. Pues no hay lugar de su descanso (Is. 66,1). Pero su Verbo, por el que hizo todas las cosas, que es potencia y sabiduría suya, tomando el rostro del Padre y Señor del universo, fue Él que se presentó en el jardín en rostro de Dios y conversa con Adán. 3. Así pues la misma escritura divina nos enseña que Adán dijo haber oído la voz. ¿Qué otra voz es esta sino el Verbo de Dios, que es también su Hijo? Y no como dicen los poetas y mitógrafos, que nacen hijos de un dios por copulación, sino como la verdad explica que el Verbo está siempre inmanente en el corazón de Dios. Pues antes de que algo se creara, a Éste tenía por consejero, como mente y pensamiento suyo que era. 4. Y cuando Dios quiso hacer cuanto había deliberado, engendró a este Verbo proferido, primogénito de toda creación, no vaciándose de su Verbo sino engendrando el Verbo, y conversando siempre con el Verbo. 5. De aquí que nos enseñan las sagradas escrituras y todos los inspirados por el Espíritu, de entre los cuales Juan dice: ‘En el principio era el Verbo y el Verbo era ante Dios’, mostrando que en los comienzos era Dios solo y en Él el Verbo. 6. Dice después: “Dios era el Verbo: todas las cosas fueron hechas por él y sin él nada se hizo’. Siendo entonces el Verbo Dios y nacido de Dios, cuando el Padre de todas las cosas quiere lo envía a algún lugar, Él se hace presente, es escuchado y visto.” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.22.1-6]

“Teniendo, pues, Dios a su propio Verbo inmanente en sus entrañas, lo engendró con su propia sabiduría, emitiéndolo antes de todas las cosas. 3. A este Verbo tuvo por ministro para lo que fuera hecho por él, y a través de él fueron creadas todas las cosas. 4. Éste se llama principio, porque gobierna y señorea sobre todas las cosas fabricadas a través de él. 5. Éste, entonces, que es espíritu de Dios, principio y sabiduría y fuerza del altísimo, descendió sobre los profetas y habló por medio de ellos lo referente a la creación del mundo y a todas las demás cosas. 6. Porque no existían los profetas cuando el mundo se hacía, pero sí la Sabiduría de Dios que en él estaba y su santo Verbo que siempre le asistía. De ahí que diga Él por medio del profeta Salomón: ‘Cuando preparó los cielos yo le asistía y cuando afirmaba la tierra yo estaba a su lado disponiéndolos’ (Pr 8,27a. 29-30).” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.10.2-6]

Leamos ahora al apologista Atenágoras de Atenas, en su Legación (súplica) en favor de los cristianos (aquellos estaban siendo perseguidos por los emperadores romanos). Segunda mitad del S. II

“X.1. Así, pues, queda suficientemente demostrado que no somos ateos, pues admitimos a un solo Dios, increado, eterno, invisible, impasible, incomprensible e inmenso, sólo por la inteligencia y la razón comprensible, rodeado de luz, de una belleza, de un espíritu y potencia inenarrables, que ha creado el universo, lo ha ordenado y lo gobierna por medio del Verbo que de Él procede. 2. Reconocemos también un Hijo de Dios. Y que nadie tenga por ridículo que Dios tenga un Hijo. Porque nosotros no pensamos sobre Dios y también Padre, y sobre su Hijo, a la manera como fantasean sus poetas, que en sus fábulas nos muestran dioses que en nada son mejores que los hombres; sino que el Hijo de Dios es el Verbo del Padre en idea y energía, porque por su operación y por su intermedio fue todo hecho, siendo uno solo el Padre y el Hijo. Y estando el Hijo en el Padre y el Padre en el Hijo, en unidad y potencia espirituales; el Hijo de Dios es inteligencia y verbo del Padre. 3. Y si por la grandísima inteligencia de ustedes se les ocurre preguntar qué quiere decir “hijo de Dios”, lo explicaré brevemente: es el primer retoño del Padre (cf. Pr. 8,22. Col 1,15. Rm 8,29), no porque haya nacido, puesto que desde el principio, Dios, que es inteligencia eterna, tenía en sí su Verbo, siendo eternamente racional, sino como procediendo de Dios… […]    5.¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre y a un Dios Hijo y un Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción en el orden? […] XXIV.2. Si proclamamos la existencia de Dios y del Hijo, Verbo suyo, y del Espíritu Santo, iguales en poder, pero distintos según el orden: Padre, Hijo y Espíritu; el Hijo es inteligencia, Verbo y Sabiduría del Padre, y el Espíritu, la luz que emana del fuego…” [ATENÁGORAS, Legatio. Traducción Abadía los Toldos]

Vayamos ahora a Orígenes, quien nació probablemente en Alejandría de Egipto hacia el año 185

“la teología en cuanto exposición científica y sistemática de toda la doctrina cristiana, explicada de forma lógica como un todo coherente, comenzó con Orígenes. Su libro De principiis (Sobre los principios) es la primera tentativa formal de reunir todo ello en una obra de teología sistemática. Pese a su originalidad, conviene tener muy presente que la humildad de Orígenes prevalecía por encima de todo. Como otros Padres de la Iglesia antes que él, se sometía plenamente a la tradición apostólica.”  [D’AMBROSIO, Marcellino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres. Ediciones Palabra, p.73-74]

Espíritu Santo:

“el Espíritu Santo es una existencia (subsistentia) intelectual, y subsiste y existe de por sí.” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.1.3. Editorial Clie, p. 65]

“De todo esto aprendemos que la persona del Espíritu Santo era de tal autoridad y dignidad, que el bautismo salvífico no era completo excepto por la autoridad de lo más excelente de la Trinidad, esto es, por el nombre del Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo; uniendo al Dios inengendrado, el Padre, y a Su Hijo unigénito, también el nombre del Espíritu Santo. ¿Quién, entonces, no se queda asombrado ante la suprema majestad del Espíritu Santo, cuando oye que quien hable una palabra contra el Hijo del Hombre puede tener la esperanza de perdón; ¡pero quien es culpable de blasfemia contra el Espíritu Santo no tiene perdón en este mundo presente ni en el venidero! (cf. Mt. 12:32; Lc. 12:10).”  [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.2. Editorial Clie, p. 90]

“No debemos suponer, sin embargo, que el Espíritu deriva su conocimiento de la revelación del Hijo. Ya que si el Espíritu Santo conoce al Padre por la revelación del Hijo, pasa de un estado de ignorancia a uno de conocimiento; pero es tan impío como absurdo confesar al Espíritu Santo, y aun así, atribuirle ignorancia. Porque aunque existiera algo más antes del Espíritu Santo, no fue por avance progresivo que llegó a ser Espíritu Santo, como si alguno se aventurara a decir que en el tiempo en que todavía no era el Espíritu Santo, ignoraba al Padre, y que después de haber recibido el conocimiento fue hecho Espíritu Santo. Ya que si este fuera el caso, el Espíritu Santo no debería contarse nunca en la Unidad de la Trinidad, a saber, en línea con el Padre y el Hijo inmutables, a no ser que no haya sido siempre el Espíritu Santo.” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.4. Editorial Clie, p. 93]

“Sin embargo, parece apropiado preguntarse por qué cuando un hombre viene a renacer para la salvación que viene de Dios hay necesidad de invocar al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, de suerte que no quedaría asegurada su salvación sin la cooperación de toda la Trinidad; y por qué es imposible participar del Padre o del Hijo sin el Espíritu Santo. Para contestar esto será necesario, sin duda, definir las particulares operaciones del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. En mi opinión, las operaciones del Padre y del Hijo se extienden no sólo a los santos, sino también a los pecadores, y no sólo a los hombres racionales, sino también a los animales y a las cosas inanimadas; es decir, a todo lo que tiene existencia. Pero la operación del Espíritu Santo de ninguna manera alcanza a las cosas inanimadas, ni a los animales que no tienen habla; ni siquiera puede discernirse en los que, aunque dotados de razón, se entregan a la maldad y no están orientados hacia las cosas mejores. En suma, la acción del Espíritu Santo está limitada a los que se van orientando hacia las cosas mejores y andan en los caminos de Cristo Jesús, a saber, los que se ocupan de las buenas obras y permanecen en Dios.”  [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.5. Editorial Clie, p. 93-94]

“Hay también otra gracia del Espíritu Santo, que es concedida en merecimiento, por el ministerio de Cristo y la obra del Padre, en proporción a los méritos de quienes son considerados capaces de recibirla. Esto es claramente indicado por el apóstol Pablo, cuando demostrando que el poder de la Trinidad es uno y el mismo, dice: “Hay diversidad de dones; mas el mismo Espíritu es. Y hay repartimiento de ministerios; mas el mismo Señor es. Y hay repartimiento de operaciones; mas el mismo Dios es el que obra todas las cosas en todos. Pero a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho” (1ª Co.12:4-7). De lo que se deduce claramente que no hay ninguna diferencia en la Trinidad, sino que lo que es llamado don del Espíritu es dado a conocer por medio del Hijo, y operado por Dios Padre. “Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere” (1ª Co. 12:11).” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.7. Editorial Clie, p. 97]

El Hijo

“Es cosa blasfema e inadmisible pensar que la manera como Dios Padre engendra al Hijo y le da el ser es igual a la manera como engendra un hombre o cualquier otro ser viviente. Al contrario, se trata necesariamente de algo muy particular y digno de Dios, con el cual nada absolutamente se puede comparar. No hay pensamiento ni imaginación humana que permita llegar a comprender cómo el Dios inengendrado viene a ser Padre del Hijo unigénito. Porque se trata, en efecto, de una generación desde siempre y eterna, a la manera como el resplandor procede de la luz. El Hijo no queda constituido como tal de una manera extrínseca, por adopción, sino que es verdaderamente Hijo por naturaleza.”    [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.2.5. Editorial Clie, p. 77]

“Por consiguiente, no decimos, como creen los herejes, que una parte de la sustancia de Dios se ha convertido en la sustancia del Hijo, ni que el Hijo ha sido creado por el Padre de la nada, esto es, fuera de su propia sustancia, de suerte que hubo un tiempo en que no existió. […] Sin embargo, esto mismo que decimos (que nunca hubo tiempo cuando no existió), debe oírse con perdón de la expresión, porque los términos “nunca” y “cuando” tienen de por sí sentido temporal, y todo lo que se dice del Padre, como del Hijo, y del Espíritu Santo debe entenderse como estando sobre todo tiempo y sobre todos los siglos y sobre la eternidad. Porque sólo esta Trinidad excede a todo sentido de inteligencia no sólo temporal, sino también eterna, mientras que todo lo demás que existe fuera de la Trinidad puede medirse por siglos y tiempos.” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes IV.2.28. Editorial Clie, p. 336,337]

Vayamos ahora a TERTULIANO (Nacido en Cartago alrededor del año 155). Los unicitarios (modalistas o sabelianos) llaman a Tertuliano “el inventor de la doctrina trinitaria”. En realidad Tertuliano influyó en la terminología pero no inventó ninguna doctrina, el núcleo del dogma que Tertuliano llamaría “Trinidad” ya existía, se discutía y se desarrollaba en la Iglesia tanto griega como latina.

“Tampoco el Nuevo Testamento ofrece una explicación clara de cómo Dios puede ser uno y trino a la vez, por lo que algunos Padres de la Iglesia primitiva intentaron dar respuesta a la pregunta. Como hemos visto, el primer teólogo sistemático, Orígenes, realizó una importante contribución en ese sentido. En vida de Tertuliano hubo un maestro de Asia Menor que creyó dar con una aportación original. Para insistir en la unidad de Dios, Práxeas enseñaba que el Padre descendió como Verbo al vientre de María y ascendió de regreso al cielo antes de volver como Espíritu Santo; de modo que Padre, Hijo y Espíritu eran solamente tres papeles desempeñados por un único Dios, tres máscaras empleadas en momentos distintos de la historia de la salvación. Algunos pusieron a esta doctrina el nombre de modalismo, ya que el Padre, el Hijo y el Espíritu no eran más que los tres «modos» distintos en que Dios se manifiesta ante nosotros. Otros se mofaban de ella llamándola «patripasianismo» al atreverse a insinuar que el Padre padeció en la cruz. Entonces Tertuliano volvió a pasar a la acción. Esta herejía, hacia la que no mostraba ninguna tolerancia, le sirvió de acicate para realizar una de sus principales contribuciones a la teología cristiana. Intentando explicar el modo adecuado de conciliar en Dios las nociones de uno y trino, acuñó el término latino trinitas o trinidad, e introdujo el término clave de persona. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres Personas, pero una sola sustancia, una sola naturaleza y un solo poder divinos. Las tres Personas son distintas sin estar divididas: por eso existe un solo Dios y no tres. Es cierto que, en relación con la Trinidad, Tertuliano incurrió en graves errores condenados más tarde por la Iglesia, pero su nueva terminología pasó a ser clásica y acabó incorporándose –como algunos de los términos introducidos por Orígenes– a posteriores declaraciones oficiales de la fe de la Iglesia.” [D’AMBROSIO, Marcellino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres. Ediciones Palabra, p.85]

“Aquí todavía la figura precede a la realidad, al igual que Juan fue el precursor del Señor preparando sus caminos, igualmente el ángel que preside en el bautismo traza los caminos para la venida del Espíritu Santo, borrando los pecados por la fe sellada en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque si toda palabra de Dios se apoya en tres testigos, con mucha mayor razón su don. En virtud de la bendición bautismal tenemos como testigos de la fe a los mismos que son garantes de la salvación. Y esta trilogía de nombres divinos es más que suficiente para fundar nuestra esperanza. Y puesto que el testimonio de la fe y la garantía de la salvación tienen como fundamento las Tres Personas, necesariamente la mención de la Iglesia se encuentra incluía. Porque allí donde están los Tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, allí se encuentra la Iglesia que es el cuerpo de los Tres.” [TERTULIANO. Tratado sobre el Bautismo. Selección de textos, Abadía de los Toldos: Iniciación a la lectura de los Padres de la Iglesia, 23]

“Tú (Praxeas) no quieres admitir que la Palabra es realmente substantiva por la propiedad de la sustancia de modo que pueda parecer una cosa y una cierta persona y que, constituida segunda a partir de Dios, hace en realidad que Dios y la Palabra sean dos, Padre e Hijo. Tú dices: ¿Qué es la palabra sino una voz vacía, inconsistente e incorporal? Pero yo sostengo que nada inconsistente y vacío pudo salir de Dios. ¿Cómo podrá ser vacío de sustancia lo que ha emanado de la sustancia de Dios? Por eso, de cualquier tipo que haya sido la sustancia de la Palabra (que brota de Dios) yo digo que ella es una persona y reivindico para ella el nombre de Hijo y, reconociéndola como Hijo, sostengo que es segunda a partir del Padre.” [TERTULIANO: Adversus Praxeas 7]

“Donde hay un segundo, hay dos y, donde hay un tercero, hay tres. En efecto, el Espíritu es el tercero a partir de Dios y del Hijo, así como tercero a partir de la raíz es el fruto que sale de la rama, y tercero partir de la fuente es el arroyo que sale del río y tercero a partir del sol es el ápice que sale del rayo. Pero ninguno de ellos se aparta de la matriz de donde cada uno saca lo que los constituye en su propiedad. Así la Trinidad que fluye del Padre por grados entretejidos y conexos no daña a la Monarquía y protege el estatuto de la Economía. El Hijo es otro que el Padre por la distribución, no por lo diversidad, por la distinción, no por la división.”  [TERTULIANO. Adversus Praxeas 8-9).

Un poco de historia

“El monarquianismo modalista no negaba la divinidad plena de Jesucristo, sino que sencillamente la identificaba con el Padre. Debido a esta identificación, que daba a entender que el Padre había sufrido en Cristo, se le llama en ocasiones «patripasianismo». Sus más antiguos maestros de que tenemos noticias son Noeto de Esmirna y Práxeas, personaje oscuro que algunos han identificado con el Papa Calixto. Aunque desde muy temprano los escritores eclesiásticos atacaron y refutaron este tipo de monarquianismo, no lograron destruirlo, sino que continuó desarrollándose hasta llegar a su culminación a principios del siglo tercero en la persona de Sabelio. Sabelio difundió y perfeccionó las doctrinas modalistas a tal punto que desde entonces el modalismo recibe el nombre de «sabelianismo». Según él, Dios es uno solo, sin distinción alguna. Dios es «hijo-padre», de tal modo que las llamadas «personas» no son más que fases de la revelación de Dios.”  [GONZALEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Tomo I, p. 142]

“Es poco lo que sabemos acerca de Práxeas. Al parecer, era oriundo de Asia Menor, donde había conocido tanto el monarquianismo como el montanismo, y había rechazado éste y aceptado aquél. Al llegar a Roma, se le recibió con gran honra, y Práxeas contribuyó a combatir el montanismo y a propagar el monarquianismo en esa ciudad. Es por ello que Tertuliano afirma que Práxeas «sirvió al Diablo en Roma de dos modos: echando la profecía e introduciendo la herejía; echando al Paracleto y crucificando al Padre» (Adv. Prax. I). Práxeas -como todos los monarquianos modalistas- pretendía defender la unidad divina subrayando la identidad entre el Padre y el Hijo, y de este modo ponía en peligro la distinción entre ambos. De aquí que los de su partido recibiesen el nombre de «patripasianos», pues su posición parecía implicar que el Padre fue crucificado. Es contra esta posición de Práxeas que Tertuliano escribió la obra que estamos discutiendo, y cuyas expresiones son tan felices que en más de una ocasión parecen adelantarse a su época en más de dos siglos. En efecto, en esta obra se encuentran fórmulas que se anticipan a las soluciones que más tarde se daría a las controversias trinitarias y cristológicas. […] Al continuar leyendo a Tertuliano, resulta cada vez más claro que nuestro escritor tiende a subrayar la distinción entre las personas de la Trinidad, y esto en perjuicio de su unidad esencial. En efecto, en el capítulo nueve de Contra Práxeas encontramos que «el Padre es toda la substancia, y el Hijo es una derivación y porción del todo». Y en Contra Hermógenes se afirma que hubo un tiempo cuando el Hijo no existió. Ambas aserciones establecen entre el Padre y el Hijo una distinción que más tarde será declarada heterodoxa. Esto es lo que se ha dado en llamar el «subordinacionismo» de Tertuliano. Y es cierto que hay en Tertuliano cierta tendencia subordinacionista. Pero es necesario recordar que el propósito mismo de la obra Contra Práxeas lleva a Tertuliano a subrayar la distinción entre el Padre y el Hijo más que su unidad. Además, sería injusto esperar de Tertuliano una precisión que no aparece en la historia del pensamiento cristiano sino tras largas controversias. Por estas razones, sus innegables tendencias subordinacionistas no han de eclipsar el genio de Tertuliano, que creó y aplicó el vocabulario y la fórmula básica que el occidente habría de emplear por muchos siglos para expresar el carácter trino de Dios” [GONZALEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Tomo I, p. 175-176,178]

IRENEO DE LYON

“Al parecer, nació en Asia Menor -probablemente en Esmirna- alrededor del año 135. Allí escuchó a Policarpo de Esmima, aunque debe haber sido aún bastante joven cuando el anciano obispo coronó su vida con el martirio. Más tarde -probablemente alrededor del año 170 -pasó a las Galias y se estableció en la ciudad de Lyón, donde existía una comunidad cristiana compuesta en parte al menos por inmigrantes del Asia Menor. Allí era presbítero en el año 177, cuando fue enviado a Roma a llevar una carta al obispo de esa ciudad. Al regresar de su misión, descubrió que el obispo de Lyón, Potino, había sufrido el martirio, y que él debía ser su sucesor. Como obispo de Lyón, Ireneo se dedicó, no sólo a dirigir la vida de la iglesia en esa ciudad, sino también a evangelizar a los celtas que habitaban la comarca, a defender el rebaño cristiano contra los embates de las herejías, y a mantener la paz de la iglesia… Pero fue su interés en combatir las herejías de su tiempo y en fortalecer la fe de los cristianos lo que le llevó a escribir las dos obras que le han valido un sitial entre los más grandes teólogos de todos los tiempos. En cuanto a su muerte, se afirma que murió como mártir, aunque nada sabemos en cuanto a los detalles de su martirio. Lo más probable es que haya muerto en el año 202, cuando hubo una matanza de cristianos en Lyón.” [GONZALEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Tomo I, p. 155-156]

Ireneo, obispo de Lyon, fue un gran defensor de la ortodoxia cristiana y un celoso guardián de la tradición que se remontaba a los apóstoles. Leamos cómo se bautizaba a los creyentes según la enseñanza que él había aprendido y que se remontaba a los apóstoles mismos:

“Ahora bien, puesto que la fe sostiene nuestra salvación, es necesario prestarle mucha atención para lograr una auténtica inteligencia de la realidad. La fe es la que nos procura todo eso como nos han transmitido los presbíteros, discípulos de los apóstoles. En primer lugar la fe nos invita insistentemente a rememorar que hemos recibido el bautismo para el perdón de los pecados en el nombre de Dios Padre y en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado, y en el Espíritu Santo de Dios.” [IRENEO. Demostración de la Predicación Apostólica 3]

Afirmar, pues, como lo hacen los unicitarios, que el bautismo en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo consiste en  un invento católico es ignorar, o manipular voluntariamente, los testimonios más antiguos de la Iglesia cristiana.

“6. He aquí la Regla de nuestra fe, el fundamento del edificio y la base de nuestra conducta: Dios Padre, increado, ilimitado, invisible, único Dios, creador del universo. Éste es el primer y principal artículo. El segundo es: el Verbo de Dios, Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, que se ha aparecido a los profetas según el designio de su profecía y según la economía dispuesta por el Padre; por medio de Él ha sido creado el universo. Además al fin de los tiempos para recapitular todas las cosas se hizo hombre entre los hombres, visible y tangible, para destruir la muerte, para manifestar la vida y restablecer la comunión entre Dios y el hombre. Y como tercer artículo: el Espíritu Santo por cuyo poder los profetas han profetizado y los padres han sido instruidos en lo que concierne a Dios, y los justos han sido guiados por el camino de la justicia, y que al fin de los tiempos ha sido difundido de un modo nuevo sobre la humanidad, por toda la tierra, renovando al hombre para Dios. 7 . Por eso el bautismo, nuestro nuevo nacimiento, tiene lugar por estos tres artículos, y nos concede renacer a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, esto es, al Hijo, que es quien los acoge y los presenta al Padre, y el Padre les regala la incorruptibilidad. Sin el Espíritu Santo es pues imposible ver el Verbo de Dios y sin el Hijo nadie puede acercarse al Padre, porque el Hijo es el conocimiento del Padre y el conocimiento del Hijo se obtiene por medio del Espíritu Santo. Pero el Hijo, según la bondad del Padre, dispensa como ministro al Espíritu Santo a quien quiere y como el Padre quiere.” [IRENEO. Demostración de la Predicación Apostólica 6 y 7]

“El Padre sostiene al mismo tiempo toda su creación y a su Verbo; y el Verbo que el Padre sostiene, concede a todos el Espíritu, según la voluntad del Padre: a unos en la creación misma les da el (espíritu) de la creación, que es creado; a otros el de adopción, esto es, el que proviene del Padre, que es obra de su generación. Así se revela como único el Dios y Padre, que está sobre todo, a través de todas y en todas las cosas. El Padre está sobre todos los seres, y es la cabeza de Cristo (1 Cor 11,3); por medio de todas las cosas obra el Verbo, que es Cabeza de la Iglesia; y en todas las cosas, porque el Espíritu está en nosotros, el cual es el agua viva (Jn 7,38-39) que Dios otorga a quienes creen rectamente en él y lo aman, y saben que «uno sólo es el Padre, que está sobre todas las cosas, por todas y en todas» (Ef 4,6). De estas cosas da testimonio Juan, el discípulo del Señor, cuando dice en el Evangelio: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba ante Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio ante Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada ha sido hecho» (Jn 1,1-2). Y luego dice acerca del Verbo: «En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, pero el mundo no lo conoció. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios, que son los que creen en su nombre» (Jn 1,10-11). Y adelante, hablando de la Economía según su humanidad, dice: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Y añade: «Y hemos visto su gloria, gloria del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). Abiertamente muestra a quienes quieran escuchar, esto es, a quienes tengan oídos, que uno es Dios Padre que está sobre todo, y uno su Verbo que actúa por medio de todas las cosas, pues todas las cosas por él fueron hechas; y que el mundo es suyo porque él lo hizo según la voluntad del Padre.” [Ireneo de Lyon. Contra los Herejes V.18.2,3]

Otros testimonios patrísticos:

Novaciano (210-258)

“No obstante la precisa afirmación de que las tres personas, por tener una misma naturaleza constituían un solo Dios, a muchos espíritus menos lúcidos y más temerosos el fantasma del triteísmo les originaba una inquietud invencible. Surgió así muy pronto el modalismo que resolvió el dilema trinidad-unidad suprimiendo simplemente el primer término detrás de la frágil pantalla de apariencias mudables intermitentes de la única persona. Era una burda racionalización del misterio, un rechazo categórico de innumerables afirmaciones de Jesús y un golpe al corazón de la fe cristiana. La reacción fue, por consiguiente, vigorosísima. Novaciano, en el De Trinitate, hacia el 250, desmanteló estas desfiguraciones con un estilo claro, seguro, incisivo. El párrafo que sigue (cap. 27, 1-5) es un comentario agudo y sutil de un pasaje evangélico que los sabelianos utilizaban en defensa de sus tesis. La refutación evidencia seguridad de ideas y desenvoltura dialéctica:

«Pero porque a menudo nos hieren con aquel pasaje famoso en que está dicho: «El Padre y yo somos una sola cosa», también en esto les venceremos con la misma facilidad. Si de hecho, como creen los herejes, Cristo hubiese sido » el Padre, habría sido necesario decir: «Yo, el Padre, soy uno solo.» Pero cuando dice «yo» y luego introduce «el Padre» diciendo «yo y el Padre», separa y distingue la individualidad de su persona, esto es, del Hijo, de la esencia generadora del Padre, y no solamente tomando en consideración la pronunciación del nombre, sino también teniendo en cuenta el modo como coloca los grandes personajes que anteceden, porque podría haber dicho «yo el Padre», si hubiera tenido la idea de decir que era el Padre. Y puesto que dijo «una sola cosa», los herejes perciben que no dijo «uno solo». De hecho, «una sola cosa», en neutro, indica la concordia de la conexión, no la unidad de la persona. Se dice realmente que es «una sola cosa» y no «uno solo», porque no viene referido al número sino que se anuncia en relación a la conexión con el otro. Por último añade la palabra «somos», no «soy», para mostrar mediante el hecho de que dijo «somos» y «Padre», que las personas son dos. Decir luego «una sola cosa» concierne a la concordia y a la identidad de parecer y se refiere justamente a la conexión que da el amor, de modo que, mediante la concordia, el amor y el afecto, el Padre y el Hijo resultan con plena razón una sola cosa. Y porque procede del Padre, sea lo que fuere lo que esta expresión quiera decir, es Hijo, salvando con todo la distinción por la que el Padre no es el Hijo, porque tampoco el Hijo es lo mismo que el Padre. Y no habría añadido «somos», si hubiera pensado ser desde el origen un Padre-Hijo único y solo.» (NOVACIANO: De Trinitate 27:1-5)  [TRISOGLIO, Francesco. Cristo en los Padres de la Iglesia. Editorial Herder, p. 67-68]

Hilario de Poitiers (315-368) Obispo y Doctor de la Iglesia:

«El Hijo procede de aquel Padre que tiene el ser, es unigénito que procede del inengendrado, descendencia del Padre, viviente del viviente. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, también se le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo. Perfecto que procede del perfecto, porque es todo entero de aquel que es todo entero. No hay división o separación, porque cada uno está en el otro y en el Hijo habita la plenitud de la divinidad. Es el incomprensible que procede del incomprensible; nadie les conoce, sino ellos entre sí. Es el invisible que procede del invisible, porque es la imagen del Dios invisible (Col 1,15) y porque el que ve al Hijo, ve también al Padre (Jn 14,9). Uno procede del otro, porque son Padre e Hijo. Pero la naturaleza de la divinidad no es distinta en uno y otro, porque los dos son una misma cosa: Dios que procede de Dios. El Dios unigénito del único Dios inengendrado. No son dos dioses, sino uno que procede de uno. No dos inengendrados, porque el que ha nacido procede del que no ha nacido. En nada se diferencian el uno del otro, porque la vida del viviente está en el que vive. Estas cosas hemos alcanzado acerca de la naturaleza de la divinidad, sin entender lo más elevado, pero dándonos cuenta de que son incomprensibles las cosas de que hablamos. Podrás decir: De nada sirve la fe si nada puede ser comprendido. Al revés, el servicio que la fe proporciona es el de saber que aquello por lo que se pregunta es incomprensible para ella.”  [HILARIO DE POITIERS, La Trinidad, 2,11. Cit. en La Predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC, p. 24]

Si bien el modalismo (o sabelianismo) es completamente distinto al arrianismo, en las refutaciones a este último podemos encontrar conceptos válidos para nuestro estudio:

Gregorio de Elvira

“Gregorio de Elvira es el mejor escritor hispano del siglo IV por la amplitud y contenido de sus obras… Con Gregorio de Elvira estuvo presente la Iglesia de España en la controversia arriana. De esta obra, con tanta precisión teológica, tomamos los textos siguientes. Gregorio de Elvira muere después del 392. Es autor de una riquísima espiritualidad.

«Creemos en un Dios, padre omnipotente, hacedor de todo lo visible e invisible, y en un Señor nuestro Jesucristo, Hijo de Dios, único nacido del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no hecho, de una sustancia con el Padre, que es lo que los griegos dicen «omoousion» por el cual fueron hechas todas las cosas tanto del cielo como de la cierra, que descendió por nosotros y por nuestra salvación, se encarnó y se hizo hombre, padeció, resucitó al tercer día, subió a los cielos y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y en el Espíritu Santo. La Iglesia católica y apostólica anatematiza a aquellos que dicen que «era cuando no era», y «que antes de nacer no era», y que afirman, además, que el Hijo de Dios es mudable y transformable. Amén.» (Gregorio de Elvira. De la fe ortodoxa contra los arrianos, 1)

«¿Quién de los católicos desconoce que el Padre es verdaderamente Padre, el Hijo verdaderamente Hijo, y el Espíritu Santo verdaderamente el Espíritu Santo? Es lo que dijo el mismo Señor a sus apóstoles: Id y bautizad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo  (Mt 28, 19). Esta es la perfecta Trinidad que consiste en la unidad y que confesamos ser de única sustancia. Nosotros no establecemos en Dios una división según la condición de los cuerpos, sino según el poder de la naturaleza divina, en la que no hay materia; creemos asimismo que consta verdaderamente de personas y testificamos la unidad de la divinidad. No decimos que el Hijo de Dios sea la extensión de alguna parte del Padre, como algunos han pensado, ni tomamos al Verbo como un sonido de voz sin contenido, sino que creemos que los tres nombres y las tres personas son de una única esencia, de una única majestad y poder. Por eso confesamos un solo Dios, porque la unidad de majestad nos prohíbe hablar de varios dioses. Por fin, llamamos católicamente al Padre y al Hijo, pero no podemos ni debemos decir dos dioses, ni tampoco podemos admitir que el Hijo de Dios no sea Dios; no, es verdadero Dios de Dios verdadero, porque no conocemos al Hijo de Dios de ninguna otra parte más que del mismo único Padre, por eso decimos un solo Dios. Esto es lo que nos han enseñado los profetas, los apóstoles, y esto fue lo que enseñó el mismo Señor, cuando dice: Yo y el Padre somos una sola cosa (Jn 10,30). El apóstol también dice: no hay más que un Dios Padre, de quien todo procede y para quien somos nosotros, y un solo Señor Jesucristo para quien son todas las cosas y nosotros también. Pero no todos saben esto (I Cor 8, 6-7).» (Gregorio de Elvira. De la fe ortodoxa contra los arrianos, 10-12) [Citado en DOMÍNGUEZ del VAL, Ursicino. Leandro de Sevilla y la lucha contra el arrianismo, Editora Nacional Madrid, p. 325-328]

Martín de Braga (515 – 580)

“El sumergir tres veces al bautizando en el nombre de la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, es una tradición antigua y apostólica” [Carta del obispo Martín al obispo Bonifacio. Citado en DOMÍNGUEZ del VAL, Ursicino. Leandro de Sevilla y la lucha contra el arrianismo, Editora Nacional Madrid, p. 353]

Sobre el Concilio III de Toledo, 589

“… que confesemos que el Padre es quien engendró de su sustancia al Hijo, igual a Sí y coeterno y no que Él sea a un mismo tiempo nacido y engendrador, sino que una es la persona del Padre que engendró, otra la del Hijo que fue engendrado, y que sin embargo uno y otro subsisten por la divinidad de una sola sustancia. El Padre, del que procede el Hijo, pero Él mismo no procede de ningún otro. El Hijo es el que procede del Padre, pero sin principio y sin disminución subsiste en aquella Divinidad, en que es igual y coeterno al Padre. Del mismo modo debemos confesar y predicar que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, y con el Padre y el Hijo es de una misma sustancia; que hay en la Trinidad una tercera persona, que es el Espíritu Santo, la cual, sin embargo, tiene una común esencia divina con el Padre y el Hijo. Esta santa Trinidad, es un solo Dios: Padre, e Hijo y Espíritu Santo… Pero del mismo modo, como es señal de la verdadera salvación creer que la Trinidad está en la Unidad, y la Unidad en la Trinidad, así se dará una prueba de verdadera justicia si confesamos una misma fe dentro de la universal Iglesia, y guardamos los preceptos apostólicos, apoyados en también apostólico fundamento. […]

  • II. Cualquiera que negare que el Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, ha sido engendrado sin principio de la sustancia del Padre y que no es igual al Padre y consustancial, sea anatema.
  • III. Cualquiera que no crea en el Espíritu Santo, y no creyere que procede del Padre y del Hijo, y no le confesare como coeterno y coesencial al Padre y al Hijo, sea anatema.
  • IV. Cualquiera que no distinga en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo las personas, y no reconozca la sustancia de una sola divinidad, sea anatema.”  [Citado en DOMÍNGUEZ del VAL, Ursicino. Leandro de Sevilla y la lucha contra el arrianismo, Editora Nacional Madrid, p. 372, 386]

Como el tema y los testimonios patrísticos son muy extensos, continuaremos con este estudio en un próximo capítulo.

Redacción y recopilación de textos: Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de la Iglesia, Diarios de Avivamientos y Consensus Patrum – 2022

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La divinidad de Cristo en los Padres de la Iglesia

Quien niega la divinidad de Cristo ignora dos cosas fundamentales. La primera es el concepto integral, o la revelación completa, que las Escrituras nos dan acerca del Hijo de Dios, pues quien solo interpreta textos aislados de la Biblia termina cayendo en el fundamentalismo fanático, o en la herejía. Recordemos que herejía significa tomar, o seleccionar, solo una parte aislándola del resto. Las Escrituras en su totalidad nos dicen claramente que Jesucristo es Dios: perfecto Dios antes de su encarnación, perfecto Dios durante su encarnación, perfecto Dios después de su resurrección, perfecto hombre desde su encarnación, perfecto hombre después de su resurrección; en todo participante de la naturaleza del Padre, en todo participante de nuestra naturaleza.

Lo segundo que ignora quien niega la divinidad de Cristo es la Historia de la Iglesia (patrística, evolución del dogma, historia del culto, concilios de la Iglesia, tradición) que brindan un marco apropiado para interpretar correctamente las Escrituras, lo que se define como: lo que toda la Iglesia ha creído siempre, en todo tiempo y en todo lugar. Ignorar la Historia es creerse autosuficiente en la interpretación bíblica, lo cual nos convierte en candidatos idóneos para caer en las antiguas herejías. La Patrística, la Tradición y la Historia del dogma nos dejan en claro una cosa: Jesucristo fue adorado como Dios mucho antes de que las definiciones conciliares lo dejaran asentado por escrito.

Ignacio de Antioquía. Siglo II

“Porque nuestro Dios, Jesús el Cristo, fue concebido en la matriz de María según una dispensación “de la simiente de David”… A partir de entonces toda hechicería y todo encanto quedó disuelto, la ignorancia de la maldad se desvaneció, el reino antiguo fue derribado cuando Dios apareció en la semejanza de hombre en novedad de vida eterna.» [Carta a los Efesios 18,19]

«Espera en Aquel que está por encima de toda estación, el Eterno, el Invisible, que se hizo visible por amor a nosotros, el Impalpable, el Impasible, que sufrió por amor a nosotros, que sufrió en todas formas por amor a nosotros.”    [Carta a Policarpo 3]

II Epístola de Clemente, es en realidad un sermón registrado por escrito, el sermón más antiguo que se conserva de la iglesia primitiva. S. II

“Hermanos, tendríamos que pensar en Jesucristo como Dios y como “juez de los vivos y los muertos.”     [2ª de Clemente a los Corintios. 1. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, Clie]

CLEMENTE, de Alejandría, S. II

“Por consiguiente el Verbo, Cristo, es causa no sólo de que nosotros existamos desde antiguo (porque Él estaba en Dios), y de que seamos felices. Ahora este mismo Verbo se ha manifestado a los hombres, el único que es a la vez Dios y hombre, y causa de todos nuestros bienes. Aprendiendo de Él a vivir virtuosamente, somos conducidos a la vida eterna”.  [PROTRÉPTICO (EXHORTACIÓN) A LOS GRIEGOS, I.7.1]

Carta a Diogneto, obra apologética considerada una joya de la antigüedad cristiana. S. II o III

“Sino que, verdaderamente, el Creador todopoderoso del universo, el Dios invisible mismo de los cielos plantó entre los hombres la verdad y la santa enseñanza que sobrepasa la imaginación de los hombres, y la fijó firmemente en sus corazones, no como alguien podría pensar, enviando a la humanidad a un subalterno, o a un ángel, o un gobernante, o uno de los que dirigen los asuntos de la tierra, o uno de aquellos a los que están confiadas las dispensaciones del cielo, sino al mismo Artífice y Creador del universo, por quien Él hizo los cielos… A éste les envió Dios. ¿Creerás, como supondrá todo hombre, que fue enviado para establecer su soberanía, para inspirar temor y terror? En modo alguno. Sino en mansedumbre y humildad fue enviado. Como un rey podría enviar a su hijo que es rey; Él le envió como enviando a Dios; le envió como hombre a los hombres; le envió como Salvador, usando persuasión, no fuerza; porque la violencia no es atributo de Dios. Le envió para llamar, no para castigar; le envió para amar, no para juzgar. Es cierto que le enviará un día en juicio, y ¿quién podrá resistir entonces su presencia?” [Carta a Diogneto 7. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, Clie]

Orígenes. Siglo III

«Así como en los últimos días, el Verbo de Dios revestido de la carne de María, entró en este mundo; y otro ciertamente era el que se veía en Él, otro el que se comprendía, porque la vista de la carne en Él se ofrecía a todos, pero a pocos y elegidos se les daba el conocimiento de la divinidad. Así también, cuando por los profetas y el legislador, el Verbo de Dios se manifestó ante los hombres, no se manifestó sin las vestimentas apropiadas. En efecto, así como allí esta cubierto por el velo de la carne, aquí por el de la letra (cf. 2 Co 3,14); de modo que la letra es vista como la carne, pero late en el interior el sentido espiritual que se percibe como la divinidad. Por tanto, esto es lo que ahora encontraremos leyendo el libro del Levítico, en el cual se describen los ritos de las sacrificios, la diversidad de los víctimas y los ministerios de los sacerdotes. Pero todo esto según la letra, que es como la carne del Verbo y revestimiento de su divinidad, que acaso dignos e indignos consideran y oyen.»   [Dieciséis homilías sobre el Levítico, Homilía I,1]

LACTANCIO, S. III-IV

«Y, teniendo naturaleza divina y naturaleza humana, pudiera llevar esta débil y frágil naturaleza nuestra, como de la mano, hasta la inmortalidad. Engendrado Hijo de Dios en el espíritu, hijo del hombre por su carne; esto es, Dios y hombre. El poder de Dios se manifiesta en él por las obras que hizo; la fragilidad del hombre por la pasión que sufrió.” [Instituciones divinas, 4,13. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC]

Eusebio, obispo de Cesárea: Confesión de fe en su Carta a su diócesis, del año 325
Puesto que Eusebio afirma que él fue bautizado según esta fórmula, es posible que su confesión de fe se remonte casi a mediados del siglo III. El Concilio de Nicea, al que Eusebio presentó su confesión de fe para que este concilio la confirmara, tomó de ella algunas cosas para su propia confesión de fe.

Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, el creador de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un solo Señor, Jesucristo,la Palabra de Dios, Dios de Dios, luz de luz, vida de vida, Hijo unigénito, primogénito de toda la creación, engendrado antes de todos los siglos por el Padre, por medio del cual todo fue hecho, se encarnó por nuestra salvación…

HILARlO, obispo de POITIERS, Siglo IV

El Hijo procede de aquel Padre que tiene el ser, es unigénito que procede del inengendrado, descendencia del Padre, viviente del viviente. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, también se le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo. Perfecto que procede del perfecto, porque es todo entero de aquel que es todo entero. No hay división o separación, porque cada uno está en el otro y en el Hijo habita la plenitud de la divinidad. Es el incomprensible que procede del incomprensible; nadie les conoce, sino ellos entre sí. Es el invisible que procede del invisible, porque es la imagen del Dios invisible (Col 1,15) y porque el que ve al Hijo, ve también al Padre (Gn 14,9). Uno procede del otro, porque son Padre e Hijo. Pero la naturaleza de la divinidad no es distinta en uno y otro, porque los dos son una misma cosa: Dios que procede de Dios. El Dios unigénito del único Dios inengendrado. No son dos dioses, sino uno que procede de uno. No dos inengendrados, porque el que ha nacido procede del que no ha nacido. En nada se diferencian el uno del otro, porque la vida del viviente está en el que vive. Estas cosas hemos alcanzado acerca de la naturaleza de la divinidad, sin entender lo más elevado, pero dándonos cuenta de que son incomprensibles las cosas de que hablamos. Podrás decir: De nada sirve la fe si nada puede ser comprendido. Al revés, el servicio que la fe proporciona es el de saber que aquello por lo que se pregunta es incomprensible para ella”   [La Trinidad, 2,11. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia BAC]

Atanasio, obispo de Alejandría, S. IV

“[…] el Logos no estaba en el cuerpo como uno cualquiera de los seres creados ni tampoco como una criatura dentro de otra, sino que era Dios en la carne, artífice y preparador en lo que ha sido preparado por Él.  Y los hombres están recubiertos de carne para existir y sostenerse, mientras que el Logos de Dios se ha hecho hombre para santificar la carne, y existió en la forma de siervo, aunque era Señor, pues toda la creación que ha sido creada y hecha por Él es sierva del Logos.”   [Discurso contra los arrianos, II, 10. Ed. Ciudad Nueva, p. 142]

«Para que se pueda conocer con más exactitud la impasibilidad de la naturaleza del Logos y aquellas debilidades que se le atribuyen en razón de la carne, es bueno escuchar al bienaventurado Pedro, pues él podría ser un testigo digno de crédito en lo que respecta al Salvador. Escribe en una carta, diciendo: Cristo, por tanto, sufrió por nosotros en la carne. Así pues, cuando se diga que tiene hambre y sed, que se cansaba, no sabía, dormía, lloraba, preguntaba, huía, era engendrado, pedía que se apartara el cáliz y en general todas aquellas cosas que son propias de la carne, habría que añadir lógicamente a cada una de ellas: «Cristo, por tanto, tuvo hambre y sed por nosotros en la carne»; «decía que no sabía, era apaleado y se cansaba por nosotros en la carne» ; «fue exaltado, engendrado, crecía, tenía miedo y se escondía en la carne»; «decía: Si es posible aparta de mí este cáliz, era golpeado y apresado por nosotros en la carne»; y en general todas las cosas semejantes que hizo por nosotros en la carne. No hay duda de que por esta razón el Apóstol mismo no dijo: «Cristo, por tanto, sufrió por nosotros en la divinidad», sino por nosotros en la carne, para que no se llegase a pensar que los padecimientos son propios del Logos mismo conforme a su naturaleza, sino propios de la carne por naturaleza. Por lo tanto, que nadie se escandalice a causa de los padecimientos humanos, sino más bien que sepa que el Logos mismo permanece impasible en lo que respecta a su naturaleza y que, no obstante, a causa de la carne de la que se revistió, se le atribuyen estas cosas, puesto que son propias de la carne y se trataba del cuerpo mismo del Salvador. Él permanece como es, impasible en lo que respecta a su naturaleza, sin ser dañado por ellas, sino más bien haciéndolas desaparecer y destruyéndolas.”   [Discurso contra los arrianos, III, 34. Ed. Ciudad Nueva, p. 306-307]

CIRILO DE ALEJANDRÍA, finales del siglo IV y principios del V, Patriarca de Alejandría

“El Unigénito, que era Dios y Señor de todas las cosas, según las Escrituras, se ha manifestado a nosotros; ha sido visto en la tierra, ha iluminado a los que estaban en tinieblas, haciéndose hombre … Él es el Verbo de Dios, viviente, subsistente y eterno con Dios Padre, tomando forma de esclavo. Como es completo en su divinidad, es completo en su humanidad; constituido en un solo Cristo, Señor e Hijo […]. En efecto, el Hijo, coeterno a aquel que lo había engendrado y anterior a todos los siglos, cuando tomó la naturaleza humana sin dejar su cualidad de Dios, sino integrando el elemento humano, pudo legítimamente ser concebido como nacido de la estirpe de David y teniendo un nacimiento humano reciente. Porque no hay sino un solo Hijo y un solo Señor Jesucristo, antes que asumiera la carne y después que se ha manifestado como hombre”  [Sobre la encarnación del Unigénito. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia BAC]

Epifanio, obispo de Salamina: Confesión de fe en su Ancoratus, en el año 374

«Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de cielo y tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, es decir, de la esencia del Padre, luz de luz, Dios verdadero de Dios Verdadero, engendrado no creado, de la misma esencia del Padre, por medio del cual todo fue hecho, las cosas en los cielos y las de la tierra…»

Credo Niceno (Primer gran Concilio de toda la cristiandad), 19 de junio del 325

«Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de todas las cosas visibles y de las invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no hecho, de una sola sustancia con el Padre (lo que en griego se llama homousion), por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra…»

Artículo y recopilación de fuentes patrísticas de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos Diarios de la Iglesia –  2020

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El Libre albedrío en los Padres de la Iglesia – Gregorio de Nisa

El libre albedrio

Gregorio de Nisa nació en Cesarea, en Capadocia, alrededor del año 335; hermano menor de Basilio Magno, que fue su guía, y su verdadero maestro. Gregorio se formó en la cultura de su tiempo asistiendo a buenas escuelas de retórica; pero, sobre todo, nutrió su mente con la sabiduría bíblica, que dada su particular capacidad especulativa, hizo de él uno de los mayores filósofos y teólogos del Oriente Cristiano. A la muerte del Emperador filoarriano Valente, volvió a su Sede como obispo de Nisa. Y desde aquel momento, de forma particular, tras la muerte de su hermano Basilio, su autoridad y fama crecieron de día en día. Desempeñó un papel importante, junto con Gregorio Nacianceno, en el Concilio de Constantinopla (381).

La Gran Catequesis tiene una originalidad propia: mientras que otras síntesis de este tipo estaban dirigidas en su mayoría a la enseñanza de los catecúmenos en las verdades fundamentales de la fe, la Gran Catequesis, en cambio, está dirigida a los «superiores eclesiásticos», a los maestros o «catequistas», que, en la Iglesia, tenían la misión de promover en los creyentes una adecuada formación relativa al patrimonio doctrinal de la tradición apostólica.

Leamos a continuación las enseñanzas de Gregorio, quien junto con su hermano Basilio y con Gregorio Nacianceno formaron lo que se conoce como los Padres Capadocios.

La Gran Catequesis

Introducción

«Los que se hallan al frente del misterio de la fe necesitan la doctrina catequética para que la Iglesia vaya multiplicándose con el aumento de las almas salvadas, haciendo llegar al oído de los infieles la auténtica doctrina»

El libre albedrío en la divinidad:

I.7. Por tanto, si el Verbo vive porque es la vida, también tiene en todo caso el libre albedrío, ya que ningún ser vivo carece de albedrío. Ahora bien, santo y bueno será considerar que lógicamente este libre albedrío es además poderoso, puesto que, de no reconocer el poder, habría que suponer necesariamente la impotencia. 8. Sin embargo, lo cierto es que nada hay más lejos del concepto de la divinidad que la impotencia. En efecto, respecto de la naturaleza divina no se admite la menor disonancia, sino que es absolutamente necesario convenir en que este poder del Verbo es tan grande como lo es su voluntad, y así evitar que en lo simple se considere cualquier mezcla y concurso de contrarios, pues en la misma voluntad se contemplarían la impotencia y el poder, si en unas cosas tuviera poder y en otras fuera impotente. Y como quiera que el libre albedrío del Verbo lo puede todo, no tiene en absoluto inclinación a mal alguno, puesto que la inclinación al mal es ajena a la naturaleza divina. Al contrario, quiere todo cuanto hay de bueno; y si lo quiere, lo puede absolutamente; y si lo puede, no se queda inactivo, sino que transforma en actos toda su voluntad de bien. 9. Ahora bien, el mundo es algo bueno, y todo cuanto hay en él está contemplado con sabiduría y con arte. Por consiguiente, todo es obra del Verbo; del Verbo que vive y subsiste, porque es el Verbo de Dios; y dotado de libre albedrío, porque vive: puede hacer todo lo que elige hacer, y elige todo lo que es absolutamente bueno y sabio, y cuanto lleve la marca de la excelencia.

El hombre creado a imagen de Dios

V.II. Así pues, este Verbo de Dios, esta Sabiduría, esta Potencia es, según nuestra lógica demostración, el Creador de la naturaleza humana. No que alguna necesidad le haya llevado a formar al hombre, sino que ha producido el nacimiento de tal criatura por sobreabundancia de amor. Efectivamente, era necesario que su luz no quedara invisible, ni su gloria sin testigos, ni su bondad sin provecho, ni inactivas todas las demás cualidades que contemplamos en la divinidad, de no haber existido quien participara de ellas y las disfrutara. 4. Por tanto, si el hombre nace para esto, para hacerse partícipe de los bienes divinos, necesariamente tiene que ser constituido de tal manera que pueda estar capacitado para participar de esos bienes. Efectivamente, lo mismo que el ojo participa de la luz gracias al brillo que le es propio por naturaleza, y gracias a ese poder innato atrae hacia sí lo que le es connatural, así también era necesario que en la naturaleza humana se mezclara algo emparentado con lo divino, de modo que, gracias a esa correspondencia, el deseo lo empujase hacia lo que le es familiar.

9. El que actualmente la vida humana esté desquiciada no es argumento bastante para defender que el hombre nunca poseyó esos bienes. Efectivamente, siendo el hombre como es obra de Dios, del mismo que por bondad hizo que este ser naciera, nadie en buena lógica podría ni sospechar que el mismo que tuvo por causa de su creación la bondad naciera entre males por culpa de su creador. Pero sí que hay otra causa de que ésta sea nuestra condición actual y de que estemos privados de bienes mejores. Efectivamente, quien creó al hombre para que participara de sus propios bienes e introdujo en la naturaleza del mismo los principios de todos sus atributos, para que gracias a ellos el hombre orientase su deseo al correspondiente atributo divino, en modo alguno le hubiera privado del mejor y más precioso de los bienes, quiero decir del favor de su independencia y de su libertad.
10. Porque, si alguna necesidad rigiese la vida del hombre, la imagen sería engañosa en esta parte, por haberla alterado la desemejanza respecto del modelo, pues, ¿cómo podría llamarse imagen de la naturaleza soberana la que está subyugada y esclavizada por ciertas necesidades? Pues bien, lo que en todo ha sido asemejado a la divinidad debía forzosamente ser también en su naturaleza libre e independiente, de modo que la participación de los bienes pudiera ser premio de la virtud. 11. Ninguna producción de mal tiene su principio en la voluntad de Dios, pues nada se le podría reprochar a la maldad si ella pudiera dar a Dios el título de creador y padre suyo. Sin embargo, de alguna manera el mal nace de dentro, producido por el libre albedrío, siempre que el alma se aparta del bien. 12. Por tanto, puesto que lo propio de la libertad es precisamente el escoger libremente lo deseado, Dios no es una causa de tus males, pues Él formó tu naturaleza independiente y sin trabas, sino tu imprudencia, que prefirió lo peor a lo mejor.

Dios no es el autor ni la cusa del mal

VII.3. […] toda maldad se caracteriza por la privación del bien, pues no existe por sí misma ni se la considera como substancia objetiva. Efectivamente, fuera del libre albedrío ningún mal existe en sí mismo, al contrario, si se llama así, es por la ausencia del bien. 4. Por consiguiente, Dios es ajeno a toda causalidad del mal, pues El es el Dios hacedor de lo que existe y no de lo que no existe: el que creó la vista y no la ceguera; el que inauguró la virtud y no la privación de la virtud; el que propuso a los que llevan vida virtuosa como premio de su buena elección el don de los bienes, sin someter a la naturaleza humana al yugo de su propia voluntad por vía de necesidad violenta, atrayéndola al bien aunque no lo quiera, como si fuera un objeto inanimado. Si cuando el sol resplandece límpido desde el claro cielo, cerramos voluntariamente los párpados y quedamos sin vista, no podemos culpar al sol de que no veamos.

VIII.3. Efectivamente, cuando por un libre movimiento de nuestro albedrío nos atrajimos la participación en el mal, mezclando el mal con nuestra naturaleza mediante cierto placer, como algo venenoso que sazona la miel, y por esta razón caímos de nuestra felicidad, que nosotros concebimos como ausencia de pasiones, nos vimos transformados en la maldad, esta es la razón de que el hombre, cual jarro de arcilla, y vuelva a disolverse en la tierra, para que, una vez separada la suciedad que en él se encierra ahora, sea remodelado mediante la resurrección en su forma del principio. 13. Porque realmente Dios conocía el futuro, y no impidió el impulso hacia lo hecho. Efectivamente, que el género humano se desviaría del bien, no lo ignoraba el que todo lo domina con su potencia cognoscitiva y ve por igual lo que viene y lo que pasó. 14. Sin embargo, lo mismo que contempló la desviación, así también observó su reanimación y vuelta al bien. Por tanto, ¿qué era mejor: no traer en absoluto nuestra naturaleza a la existencia, puesto que la futura creatura se desviaría del bien, o traerla y, ya enferma, reanimarla de nuevo por la penitencia y volverla a la gracia del principio?

XXI.1. […] el hombre está creado como imitación de la naturaleza divina y conserva esta semejanza con la divinidad mediante los demás bienes y el libre albedrío, aunque, por necesidad, es una naturaleza mudable. 

Los adversarios preguntan por qué no todos creen y son salvos

XXX.2. 2. Pero los adversarios, dejando de lado sus reproches al misterio acerca de este punto doctrinal, lo acusan de que la fe no haya llegado en su difusión a todos los hombres. ¿Por qué razón -dicen- la gracia no ha llegado a todos los hombres, sino que, junto a algunos que abrazaron la doctrina, queda una porción nada pequeña sin ella, bien porque Dios no quiso repartir a todos generosamente su beneficio, bien porque no pudo en absoluto? En ninguno de los dos casos está libre de reproche, pues ni es digno de Dios el no querer el bien, ni lo es el no poder hacerlo. Si, pues, la fe es un bien, ¿por qué-dicen- la gracia no llega a todos? 3. Pues bien, si en nuestra doctrina afirmásemos lo siguiente: que la voluntad divina distribuye por suertes la fe entre los hombres, y así unos son llamados, mientras otros no tienen parte en la llamada, entonces seria el momento oportuno para avanzar dicha acusación contra· el misterio. Pero, si la llamada se dirige por igual a todos, sin tener en cuenta la dignidad ni la edad ni las diferencias raciales (porque, si ya desde el comienzo de la predicación los servidores de la doctrina, por una inspiración divina hablaron a la vez las lenguas de todos los pueblos, fue para que nadie pudiera quedar sin participar de la enseñanza), ¿cómo, pues, podría alguien razonablemente acusar todavía a Dios de que su doctrina no se haya impuesto a todos? 

4. En realidad, el que tiene la libre disposición de todas las cosas, por un exceso de su aprecio por el hombre dejó también que algo estuviese bajo nuestra libre disposición, de lo cual únicamente es dueño cada uno. Es esto el libre albedrío, facultad exenta de esclavitud y libre, basada sobre la libertad de nuestra inteligencia. Por consiguiente, es más justo que la acusación de marras se traslade a los que no se dejaron conquistar por la fe, y no que recaiga sobre el que ha llamado para dar el asentimiento. 5. De hecho, cuando en los comienzos Pedro proclamó la doctrina delante de una numerosísima asamblea de judíos, y aceptaron la fe en la misma ocasión unos tres mil, los que no se habían dejado persuadir, aunque eran más que los que habían creído, no reprocharon al apóstol el no haberles convencido. No hubiera sido razonable, efectivamente, puesto que la gracia se había expuesto en común, que quien había desertado voluntariamente no se culpara a sí mismo, sino a otro, de su mala elección.

No existe una gracia irresistible

XXXI. 1. Pero ni siquiera frente a tales razones se quedan ellos sin replicar quisquillosamente. De hecho dicen que Dios, si lo quiere, puede arrastrar forzadamente a aceptar el mensaje divino incluso a los que se resisten. Pues bien, ¿dónde estaría en estos casos el libre albedrío? ¿Donde la virtud? ¿Dónde la alabanza de los que viven con rectitud? Porque sólo de los seres inanimados y de los irracionales es propio el dejarse llevar por el capricho de una voluntad ajena. La naturaleza racional e inteligente, por el contrario, si abdica de su libre albedrío, con él pierde también la gracia de la inteligencia, pues, ¿para qué se iba a servir de la mente, si el poder de elegir según el propio albedrío se halla en otro?

2. Ahora bien, si el libre albedrío quedase inactivo, la virtud desaparecería necesariamente, impedida por la inercia de la voluntad. Y si no hay virtud, la vida pierde su valor, se elimina la alabanza de los que viven rectamente, se peca impunemente y no se discierne lo que diferencia a las vidas. Porque, ¿quién podría todavía vituperar al libertino y alabar al virtuoso, como es de razón? La excusa que cada uno tiene a mano es ésta: ninguna decisión depende de nosotros, sino que un poder superior conduce a las voluntades humanas a lo que es capricho del amo.
Por tanto, no es culpa de la bondad divina el que la fe no nazca en todos, sino de la disposición de los que reciben el mensaje predicado.

El nuevo nacimiento no es por imposición

XXXIX. l. Efectivamente, los demás seres nacidos deben su existencia al impulso de sus progenitores, mientras que el nacimiento espiritual depende del libre albedrío del que nace. Pues bien, como quiera que en este último caso el peligro consiste en errar sobre lo que conviene, pues la elección es libre para todos, bueno sería, digo, que el que se lanza a realizar su propio nacimiento conozca de antemano, por la reflexión, a quién le será provechoso tener por padre, y de quién le será mejor constituir la naturaleza, pues se dice que en esta clase de nacimiento se escoge libremente a los padres. 2. Ahora bien, siendo así que los seres se dividen en dos partes, el elemento creado y el increado, y puesto que la naturaleza increada posee en sí misma la inmutabilidad y la estabilidad, mientras la creación está sujeta a alteración y a mudanza, el que reflexionando elige lo que es provechoso, ¿de quién preferirá ser hijo: de la naturaleza que contemplamos sujeta a mudanza, o del que posee una naturaleza inmutable, firme en el bien y siempre la misma?

3. Que aquí la mente del oyente se mantenga sobria y no se haga ella misma hija de una naturaleza inconsistente, puesto que le es posible hacer de la naturaleza inmutable y estable el principio de su propia vida.

Conclusión

XL. 8.  Por tanto, puesto que éstas son las realidades que se ofrecen a nuestra esperanza de la vida futura, las cuales son en la vida el resultado correspondiente al libre albedrío de cada uno en conformidad con el justo juicio de Dios, deber de hombres prudentes es mirar, no al presente, sino al futuro, echar en esta breve pasajera vida los cimientos de la dicha inefable, y y mediante la buena elección del albedrío, mantenerse ajenos a la experiencia del mal ahora, en esta vida, y después de esta vida, en la recompensa eterna.

Recopilación de textos– Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos 2020

El Papa Alejandro VI – sexo, dinero y poder en la Iglesia del Renacimiento

Historia del papado - Diarios de Avivamientos

«El Renacimiento supone el rechazo a lo divino en nombre de lo humano, una reacción contra el misticismo medieval, una vuelta al paganismo; es el período durante el cual la humanidad, debido a una súbita inspiración, consigue su perfección que dura un instante y ya no volverá»[1]Aunque lo justo sería reconocer que el Renacimiento no fue una ruptura con el Medioevo, sino una continuidad que dio lugar a diversidades: la diversidad dentro de la continuidad. En la Edad Media hay un fuerte empuje hacia la fuga del mundo, la renuncia a los valores terrenos. Existe en ella «la tendencia a subordinar directa o indirectamente a la religión todas las actividades humanas como si éstas no tuviesen otro fin inmediato que el de favorecer la difusión y el desarrollo del cristianismo. Historia, arte, filosofía, política… aparecen normalmente concebidas y apoyadas sólo en función de la Iglesia… Y aun así, también en el Medievo se dieron algunas posturas equilibradas que trataron, y hasta lo consiguieron, equilibrar lo humano y lo divino. Por ejemplo, santo Tomás reconoce la bondad intrínseca de todo ser, la verdadera causalidad propia de cada ente, la absoluta dignidad de la persona humana… El Renacimiento reacciona contra las dos primeras tendencias: la fuga del mundo y la subordinación directa de todo a la religión; se afirma en la tercera posición reconociendo la necesidad de una autonomía real de las actividades humanas con su racionalidad específica intrínseca, pero termina por extremar esta autonomía y tiende a convertirla en independencia y separación… tiende, a la vez, a desechar cualquier elemento sobrenatural, cualquier causa trascendente»[2].

Por otra parte, en el Renacimiento, «El Estado no sólo ratifica su propia soberanía independientemente de cualquier investidura pontificia, sino que se siente libre de cualquier norma moral trascendente, es «obra de arte», es decir, creación exclusivamente humana, inspirada en normas humanas, dirigida a objetivos terrenales (cf. Maquiavelo, El Principe[3]. Y el hombre, a su vez, quiere afirmar su personalidad, desea emanciparse de todo lo que le condicione exteriormente, ya no se guiará exclusivamente por lo que es o no pecado. «Al igual que Dios, quiere el hombre estar en todas partes, mide el cielo y la tierra y escruta la sombría profundidad del Tártaro. No le parece demasiado alto el cielo ni harto profundo el centro de la tierra…, no hay límite que le parezca suficiente» (Marsilio Ficino).

«En resumidas cuentas, que tanto el Renacimiento como su aspecto literario (Humanismo) no pueden ser considerados como intrínsecamente paganos, naturalistas, inmanentistas, como se ha dicho a menudo… No se elimina lo sobrenatural, pero sí que pasa a segundo plano; no se niega la autoridad de la Iglesia, pero la acentuación del espíritu crítico empuja a la desconfianza hacia ella; la polémica antieclesiástica contra la Curia, el clero secular y regular, disminuye el prestigio de la Iglesia. En este sentido y dentro de estos límites, el espíritu del Renacimiento, le prepara el terreno, por lo menos en Italia, y le facilita el camino a la Reforma Protestante»[4].

 

La Iglesia y el Renacimiento.

La Iglesia no siempre logra mantener el equilibrio entre involucrarse entre los intereses comunes de la sociedad pero sin ser arrastrada por ellos. «En la Edad Media desarrolla la Iglesia una función moderadora, defiende la paz mediante diversas instituciones, trata de encauzar hacia fines honestos la tendencia entonces tan corriente hacia la violencia; pero la Iglesia se implica, a la vez, en el sistema feudal y acaba por claudicar ante los intereses temporales. En el Renacimiento pretende el papado, y con éxito, convertirse en guía del floreciente movimiento artístico, atraer al servicio de la religión la pasión por la belleza que constituye el ideal de la época. Pero tampoco en esta ocasión consigue la jerarquía mantener el equilibrio, no se opone a los aspectos negativos del Humanismo y del Renacimiento, tolera dentro de la misma Curia abusos peligrosos y, absorbida por las preocupaciones artísticas y literarias, olvida la reformatio in capite et in membris (reforma en la cabeza y en los miembros) tan ardientemente reclamada por los fieles por lo menos a partir del concilio de Constanza. Y lo que es peor, la misma moralidad de la Curia romana deja a menudo mucho que desear. Por eso la época del Renacimiento, al menos después de la muerte de Pablo II en 1471, y a pesar de sus apariencias espléndidas, constituye uno de los períodos más oscuros del papado: al brillo cultural y civil se contrapone la falta de un auténtico espíritu religioso en el vértice de la jerarquía eclesiástica»[5].

Mientras tanto la Curia vivía en medio de un lujo fastuoso: cada cardenal tenía su corte suntuosa con villas y palacios dentro y fuera de Roma. Este tenor de vida exigía fuertes gastos que se pagaban recurriendo a soluciones diversas: acumulación de beneficios (los cardenales ostentaban el gobierno a veces de varias diócesis, de las que habitualmente estaban ausentes); venta de cargos, que llegó al colmo en tiempos de Inocencio VIII; aumento de tasas; concesión de indulgencias con ánimo de lucro.  En Roma se decía sarcásticamente: «El Señor no quiere la muerte del pecador, sino que viva y pague».

Inocencio VIII: «Fue el primero entre los papas en lucir en público sus hijos e hijas, el primero en concertar sus bodas, el primero en celebrar domésticos himeneos. Y ¡ojalá que, así como no había tenido en ello predecesores, no hubiese tenido tampoco imitadores»[6].

«El nepotismo no sólo rebajó el prestigio religioso del Papa, sino que dañó incluso políticamente su autoridad al serles confiados a hombres incapaces cargos de primordial importancia y al posponer los intereses del Estado a los de una familia. Suele aducirse como atenuante la necesidad en que se encontraban los pontífices de rodearse de personas de fidelidad probada, cosa que sólo encontraban entre sus parientes más cercanos, ya que no existía en el Estado pontificio una tradición dinástica y con frecuencia desconocían el ambiente que les rodeaba, del que la mayoría de las veces habían permanecido ajenos. Se aduce también la edad avanzada de muchos de los papas, el fuerte poder de los cardenales y de los curiales, las luchas entre las poderosas familias romanas. Todo esto podría ser un atenuante, pero nunca una justificación del sistema, ni siquiera desde un punto de vista meramente histórico: en pocas palabras, el nepotismo tal y como fue cultivado no aumentó, sino que debilitó la autoridad de los papas»[7].

Papa Alejando VI

«Alejandro vende llaves, altares, y a Cristo;

Es su derecho vender lo que ha comprado antes»

 

«Elegante en sus comportamientos, versado en el derecho, y hábil en los negocios políticos y en la administración de la curia, fue víctima de una gran sensualidad y del excesivo amor por los hijos que tuvo de diferentes mujeres. En los años 1462-1471 nacieron Pedro Luis (nombrado duque de Gandía por Fernando el Católico), Jerónima e Isabel de madre desconocida. De Vannozza de Catanci tuvo los cuatro más célebres: César, Juan, Jofre y Lucrecia; siendo papa tuvo a Juan Borja, duque de Camerino, y a Rodrigo, de madre desconocida. Durante algunos años de su pontificado mantuvo relaciones con Julia Farnese, aunque no tuvieron hijos. Sin embargo, no se debe olvidar que sus contemporáneos daban escasa importancia a los comportamientos inmorales de los altos eclesiásticos y al hecho de que tuvieran hijos.[8]»

«El 11 de agosto de 1492 Rodrigo Borgia [o Borja] obtuvo finalmente la tiara papal. Eso sí, tras previo pago de los más de 80.000 ducados que tuvo que desembolsar para comprar los votos que le otorgarían el poder absoluto. Tomó el nombre de Alejandro VI, en recuerdo a su admirado Alejandro Magno. Al día siguiente a su coronación celebró una lujosa ceremonia digna del más poderoso emperador romano, y aquello era simplemente una muestra de lo que era capaz de realizar.»[9]

«La elección de 1492 fue con toda probabilidad simoníaca, como lo prueban numerosos informes diplomáticos y la ley promulgada por el sucesor de Alejandro, Julio II, que invalidaba tal género de elecciones. Una vez más la falta de certeza absoluta sobre este punto no varía el juicio sobre la venalidad que por aquel entonces reinaba en la Curia y en el colegio cardenalicio»[10].

«Se discute y se discutirá todavía en torno a este singular pontífice. Quede bien claro, no obstante, que las polémicas versan sobre aspectos marginales de su personalidad, ya que cuanto se sabe con certeza es más que suficiente para poder pronunciar sobre él el más severo juicio negativo y para echar una sombra dolorosa sobre el colegio cardenalicio que le eligió en agosto de 1492, los mismos días en que Colón zarpaba del puerto de Palos… Es cosa cierta que Rodrigo Borja, sacerdote y cardenal, tuvo de Vannozza de Cattaneis cuatro hijos (César, llamado más tarde el Valenciano; Juan, duque de Gandía; Jofré y Lucrecia) y otros tres de mujeres ignoradas. Después de ser Papa tuvo otros dos hijos, Juan y Rodrigo, el último de los cuales nació en los postreros días de su vida o, incluso, después de su muerte. La paternidad borgiana de los nueve está atestiguada por documentos contemporáneos indiscutibles, bien conocidos y citados por los especialistas[11]. El Papa, lejos de ocultar sus hazañas, les dio amplia notoriedad favoreciendo a su familia con un nepotismo desenfrenado. Su hijo César fue nombrado cardenal ¡a los dieciséis años! En la Curia se respiraba una atmósfera completamente mundana entre fiestas, bailes y banquetes, que degeneraban a veces  en verdaderas orgías[12]. En el Vaticano se denominaba a los hijos del Papa con un expresivo circunloquio: “sobrinos de un hermano del Papa”»[13].

«Los historiadores poseen una inmejorable fuente de información sobre éste y la vida de la época gracias al diario que, entre 1483 y 1508, escribió Juan Burchard, maestro de ceremonias de la casa del pontífice. Gracias a sus páginas se ha hecho célebre un episodio que ha ayudado en buena medida a alimentar la nefasta leyenda de Alejandro VI y los Borgia en general. En el diario de Burchard se lee que, durante la noche del 31 de octubre de 1501, se celebró una impresionante orgía en la que participaron el Papa, sus hijos Lucrecia y Cesar, y otros familiares. Imagínese el lector la increíble escena: cincuenta prostitutas, procedentes de los mejores burdeles romanos, bailaban desnudas para regocijo de todos los presentes. Se celebraron «concursos» que premiaban la potencia sexual de los participantes, que competían por ver quién lograba satisfacer a más meretrices. Estas también competían, según el relato de Burchard, en una singular pugna que consistía en coger castañas del suelo sin usar las manos ni la boca y estando, por supuesto, totalmente desnudas»[14].

Siendo Pontífice, Alejandro tuvo una famosa amante, Julia Farnese «la bella», a la que algunos no dudaron en llamar sarcásticamente la “esposa de Cristo”. Un hermano de la amante, Alejandro Farnese, fue premiado por el Papa con el cargo de cardenal, y posteriormente llegaría a ser Papa con el nombre de Pablo III.

«En la noche del 14 al 15 de junio de 1497, Juan Borja duque de Gandía y capitán general de la Iglesia, probablemente el hijo predilecto de Alejando VI, fue asesinado y arrojado al Tíber. El papa quedó conmocionado y pareció por un momento que estaba dispuesto a cambiar de vida. En el consistorio del día 19, ante cardenales y embajadores, Alejandro expresó su dolor de forma patética, señalando que era consciente de haber irritado al cielo por su mala reputación y la de su familia, y declaró que quería pedir perdón y corregir su conducta procediendo a la reforma de la Iglesia. Esto mismo anunció a los príncipes de la cristiandad: iba a reformar con prontitud y sinceridad la Iglesia y el Vaticano. La comisión de reforma, compuesta por seis cardenales y presidida por el papa, después de consultar los proyectos de reforma de los papas precedentes elaboró una bula que reorganizaba la liturgia, reprimía la simonía y la alienación de los bienes eclesiásticos y reglamentaba la colación de los obispados. Ningún cardenal debería poseer más de un obispado, ni beneficios que reportasen más de 6.000 ducados. Se les prohibía participar en las diversiones mundanas, tales como el teatro, los torneos y los juegos del carnaval. No debían emplear a muchachos jóvenes ni adolescentes como ayudas de cámara. Debían residir en la Curia y ser austeros en sus gastos, incluidos los propios de la sepultura. No mantendrían concubinas. La bula señalaba que se reprimirían con severidad los abusos más comunes, muchos de los cuales se describen. Por desgracia, esta bula no vio la luz del día, y Alejandro volvió al poco tiempo a su modo de vida habitual. Su sensualidad, hedonismo y frivolidad se impusieron al convencimiento de que no actuaba de acuerdo a las exigencias de su cargo. ¿Influyó en este cambio la duda, o la certidumbre, de que su otro hijo César estaba detrás de la muerte de Juan?»[15].

«El papa acosado por el dolor, por la reflexión y por las invectivas de Savonarola (1452-1498) contra los desórdenes del pontificado romano, planeó una reforma de la Iglesia que de haberse puesto en práctica hubiera podido impedir peligros futuros a la Iglesia. Pero la bula de reforma no llegó a publicarse»[16].

«Estos escandalosos favoritismos no escaparon a la crítica. En 1494, el cardenal Giuliano della Rovere tuvo que pedir asilo y ayuda en la corte de Carlos VIII, rey de Francia, tras haber encabezado una oposición contra Alejandro VI por este motivo. Aquel fue el comienzo de una alianza entre Della Rovere, Ludovico Sforza -regente de Milán- y el monarca francés en un intento de derrocar al papa Borgia. Sus intenciones pasaban, además, por atacar Nápoles y recuperar así el trono perdido por los Anjou. El monarca francés, que según todas las crónicas no contaba con muchas luces, accedió encantado. Pero no contaban con la inteligencia de Alejandro VI. Viéndose en peligro y tras comprobar que ninguna monarquía cristiana pensaba acudir en su ayuda, el Papa pidió ayuda al sultán Bayaceto, quien irónicamente era su enemigo. Parecía una idea descabellada, pero el Borgia contaba con una baza importante: todavía custodiaba a Djem, el hermano de Bayaceto prisionero de varios papas a cambio de dinero, y que suponía un peligro para el poder del sultán. Así que Alejandro tramó una enorme -pero efectiva- mentira. Explicó al sultán que el ejército dirigido por el rey francés tenía como objetivo final liberar a Djem y alzarlo en el trono. El Papa le pidió que convocara a las tropas de sus amigos venecianos y, de paso, que le enviara los 40.000 ducados que le debía. Pero Alejandro no esperaba la respuesta que le llegó a través del emisario del sultán: le pagaría 300.000 ducados -y no 40.000-, pero era más cómodo matar a Djem y dejarse de guerras inútiles. La tragedia parecía inevitable, mientras las tropas francesas avanzaban hacia la Ciudad Eterna. Finalmente las tropas enemigas entraron en Roma el último día del año 1494. El papa se refugió en la fortaleza de Sant’ Angelo -ya habitual en este tipo de situaciones-, llevándose con él a Djem. Y dieron comienzo las negociaciones… Aunque parezca increíble, Alejandro VI salió bien parado. Carlos se conformó con exigir un puesto de cardenal para uno de sus colaboradores, la custodia de Djem y la entrega de César Borgia como muestra de buena voluntad. Al final el papa Borgia tuvo tanta suerte que el rey francés tuvo que contentarse con llevarse a César. Bueno, en realidad ni siquiera eso… Cuando acababa de salir de Roma, el hijo del Papa se escapó y no pudieron atraparle. En cuanto a Djem, el pobre perdió la vida en extrañas circunstancias. Según el maestro de ceremonias papal, John Burchard, “de algo que comió a pesar suyo”»[17].

Jerónimo Savonarola

«El dominico Savonarola, fraile que con sus palabras de fuego era capaz de enardecer a las masas florentinas, atacó repetidamente la vida y la figura de Inocencio VIII y, después, del papa Borgia. Pretendía este fraile, prior del convento de San Marcos, purificar las costumbres y la experiencia religiosa de los creyentes, y juzgaba que la Curia Romana en su conjunto constituía la fuente de todos los males que sufría la Iglesia. Alejandro no sólo rechazaba con desdén los ataques personales de Savonarola, sino que consideraba que su exaltación del rey francés Carlos VIII, al que el dominico consideraba el nuevo Ciro capaz de regenerar Florencia y a la misma iglesia, representaba el mayor obstáculo para su política contra el rey francés, por lo que le prohibió predicar. Savonarola obedeció en un principio, pero subió de nuevo al púlpito y lanzó violentas soflamas contra los vicios de «Babilonia», es decir, Roma. El despotismo de Piero de Medici había alienado a los ciudadanos de Florencia, y ahora las incendiarias prédicas del dominico habían sumido al pueblo de Florencia en un clamor de reforma. «Señor, ¿por qué duermes? Levántate y ven a librar a la Iglesia de las manos de los diablos, de las manos de los tiranos, de las manos de los malos prelados», gemía el dominico… El papa lo excomulgó, pero el fraile no lo tuvo en cuenta, argumentando que había que obedecer antes a Dios que a una excomunión inválida, fundada en motivos falsos. Alejandro exigió a la Señoría la prisión de Savonarola, amenazando con el interdicto si no lo hacía. Fray Jerónimo pidió a las naciones católicas la convocatoria de un concilio en el que se debería deponer al pontífice simoníaco, hereje e infiel, pero tras un periodo de gloria y fervor popular, Savonarola fue abandonado por los poderosos y por el pueblo que tanto le había admirado. En el proceso contra el dominico, fruto también de sus peligrosas incursiones políticas, pero que fue conducido con métodos escandalosos, tomaron parte en el último momento dos comisarios papales, quienes pretendieron no sólo condenarle a muerte, sino también privarle de la vida eterna. «De la militante solamente. La otra no es de tu jurisdicción», le corrigió Savonarola con dulzura. Condenado a muerte, el fraile fue degradado, colgado y quemado. La historia ha confrontado con frecuencia el estilo de vida y la experiencia cristiana de ambos adversarios, con innegable simpatía por el dominico»[18].

«El papa Borja hubo de afrontar un duro conflicto para doblegar la resistencia de Jerónimo Savonarola, que desde el pulpito de San Marcos, de Florencia, lanzaba sus invectivas contra el pontífice y apelaba a un concilio. La lucha terminó con la excomunión de Savonarola, su proceso, ejecución y cremación de su cadáver en la hoguera. El dominico, aunque distinguía entre la persona de Alejandro y su dignidad, obró sin el menor equilibrio, tanto en su facilidad para pronunciar profecías de origen muy dudoso, o en su sentido rigorista al promover la reforma en Florencia, animando a los hijos para que denunciasen a sus padres, o por haber confundida religión y política, terminando por imponer en la ciudad un régimen teocrático parecido al que más tarde instauraría Calvino en Ginebra. Fueron precisamente estos excesos los que debilitaron la eficacia de su acción reformadora, comprometida, por otra parte, por la abierta desobediencia al Papa, que contribuyó a desacreditar aún más a la sede de Roma»[19].

 

El Pontificado de Alejando VI, política y arte.

Alejandro VI – El Papa Borgia

 

«La actividad religiosa del Papa fue realmente tenue y los problemas de la Reforma fueron examinados alguna vez que otra, pero quedó todo en el papel. Los comienzos de la expansión misionera en América hay que atribuirlos más al celo de los Reyes Católicos que a la iniciativa del Papa, que intervino en este asunto más que nada para dividir los nuevos descubrimientos entre España y Portugal (tratado de Tordesillas de 1494, de cuyo fundamento jurídico se discute todavía). El jubileo de 1500 tuvo fines no exclusivamente espirituales, y la creación de cardenales fue objeto de vergonzosos tratos económicos… Al mismo tiempo, el hijo del Papa, César, emprendía una lucha despiadada contra los pocos feudatarios que aún quedaban, deshaciéndose de sus enemigos con frecuentes asesinatos políticos. Iba a nacer así en el centro de la península un fuerte Estado centralizado, pero ¿se trataba de un Estado de la Iglesia o de un Estado de los Borja? En otras palabras, ¿se servía Alejandro VI de la habilidad y de la crueldad de su hijo para impulsar aquel proceso político, típico del comienzo de la Edad Moderna, al que antes hemos aludido, reforzando la estructura del Estado de la Iglesia, o entregaba a su familia no ya ciudades o pequeños feudos, como Sixto IV e Inocencio VIII, sino casi todo el Estado, poniendo a sus sucesores ante el dilema de ser súbditos de los Borja o de combatir contra ellos hasta aniquilarlos para poder ser dueños de su propia casa? La segunda hipótesis parece más verosímil. En cualquier caso, César, que por lo demás dependía sustancialmente del Rey de Francia, vio hundirse súbitamente todos sus afanes a la muerte de su padre, ocurrida antes de que él consiguiese consolidar sus conquistas. Tras haber vuelto a España, murió cinco años después en una escaramuza en Navarra»[20].

«Tampoco le temblaba la mano al pontífice a la hora de encarcelar, torturar e incluso asesinar a cualquier cardenal o noble que se interpusiese en su camino y que, sobre todo, tuviera algo que él quisiese poseer. Como es lógico, no tardó en surgir un sentimiento de odio y desprecio hacia toda la familia, y se produjeron levantamientos populares en su contra. Incluso los Orsini y los Colonna, dos clanes de la nobleza romana que habían sido tradicionalmente enemigos, pactaron con el fin de acabar con el poder de la terrible familia. Como forma de protección, el papa Borgia decidió que lo mejor era fortalecer el poder de la familia emparentando a sus hijos. Así, invalidó el matrimonio de Lucrecia con Sforza y la casó de nuevo con un hijo del rey de Nápoles, Alfonso II. También hizo que su hijo César renunciase a su puesto cardenalicio para casarse con Carlota de Albret, hermana del rey de Navarra. De este modo se ganó también el apoyo de la monarquía francesa. Llenas las arcas pontificias con las indulgencias vendidas a los peregrinos que acudieron en masa al jubileo romano de 1500, y con la venta de los puestos cardenalicios, César -convertido en gonfalonero, capitán general de las tropas pontificias- y su padre organizaron un poderoso ejército. Paralelamente, el vástago aventajado de los Borgia asesinó al marido de su hermana Lucrecia, dejándole el camino libre para casarse de nuevo. Con ayuda de las tropas francesas, el ejército comandado por Alejandro VI y su hijo César derrotó a los hombres de la familia Colonna. Más tarde la hija del Papa se casaría con Alfonso d’Este, enojando a la otra familia en conflicto con los Borgia, el clan de los Orsini, quienes comenzaron a urdir una nueva trama para acabar con Alejandro VI. Sin embargo nada de esto sirvió. El papa Borgia encarceló al cardenal Orsini, se quedó con todas sus posesiones y ordenó que le ejecutaran»[21].

«De las obras realizadas en Roma por encargo suyo recordamos las estancias Borgia, que él eligió como su habitación en el Vaticano y que Pinturicchio, su pintor favorito, decoró entre 1492 y 1495 con espléndidos artesonados y pinturas que representan episodios de la vida de Cristo, de la Virgen y de los santos. En todas partes está representado el toro, escudo de los Borja, y los miembros de su familia. En los frescos, varios santos y mártires y diversas figuras históricas aparecen con los rostros de distintos miembros de la familia Borja: Lucrecia, en el cuerpo de una rubia y esbelta santa Catalina; César, como un emperador sobre trueno dorado; y Jofre como un querubín. En otras salas Pinturicchio pintó un sereno retrato de la Virgen, la figura favorita de Alejandro, usando a Julia Farnese (su amante) como modelo. En el Salón de la Fe, de mil metros cuadrados de superficie, los techos abovedados albergaban magníficos frescos de los evangelistas con el rostro de Alejandro, de César, de Juan y de Jofre. En la basílica liberiana mandó construir el magnífico artesonado, dorado con el primer oro llegado de América»[22].

 

El final de Alejandro VI

El Papa Alejandro VI «Murió el 18 de agosto de 1503. Sepultado provisionalmente en Santa María delle Febri, junto al Vaticano, no llegó a tener el mausoleo que Paulo III [Alejandro Farnese –el hermano de la amante del Papa] deseaba se le erigiese en Roma. En 1610 sus restos y los de su tío Calixto III fueron trasladados a Santa María de Montserrat, iglesia de la corona de Aragón en Roma, pero sólo en 1889 se les erigió una tumba en ella»[23]

«La historia oficial de la Iglesia asegura que el Sumo Pontífice, Alejandro VI, murió el 18 de agosto de 1503 a consecuencia de unas fortísimas fiebres producidas por la malaria. Sin embargo, son muchas las fuentes que, por el contrario, defienden que su muerte se produjo por envenenamiento. El hecho de que su hijo César enfermara al mismo tiempo y el estado que presentaba el cadáver poco después de su muerte parecen dar la razón a los que defienden la teoría del asesinato. Si fue así, Borgia podría haber muerto víctima de la caníarella, el célebre veneno que su familia y él mismo pusieron de moda»[24].

«Cuando José Joaquín Puig de la Bellacasa, probablemente el mejor embajador español ante la Santa Sede en la época contemporánea, presentó las cartas credenciales al papa Juan Pablo II, le comentó que era el primer papa extranjero después de dos papas relacionados con España: Adriano VI y Alejandro VI. Al citarle a este último, Juan Pablo II le comentó: “No fue muy edificante”… No fue edificante, en verdad, este papa, aunque todavía hoy resulte difícil distinguir entre los datos objetivos y la feroz leyenda negra que le persiguió a él y a sus hijos, pero no cabe duda de que ha quedado en la historia no sólo por sus deslices morales, sino también porque representa como pocos los vicios, la falta de valores y las características del Renacimiento»[25].

Recopilación: Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos 2020

[1] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 74

[2] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 75-77

[3] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 77

[4] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 78-79

[5] Ídem, p. 80

[6] Gil de Viterbo, de su obra Historia viginti saeculorum

[7] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 83-84

[8] PAREDES, Javier. Diccionario de los Papas y Concilios.  Autorizado por la Conferencia Episcopal Española con la firma de Antonio María Rouco Várela, Cardenal-arzobispo de Madrid, 25 de marzo de 1998. Edit. Ariel

[9] GARCÍA BLANCO, Javier. Historia oculta de los papas. Edit. Akal Clásico

[10] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 88-89

[11] Se trata de bulas pontificias con las que se legitima a Rodrigo, Juan y otros hijos o que se refieren a ellos en cuestiones de herencia: en ellas aparecen expresiones como éstas: de Romano Pontífice genitus et soluta.

No parece conforme a la sana crítica poner en duda la autenticidad o el valor de estas bulas incluso preguntándose (¿en serio o por prejuicios?) en qué testimonios pudiera fundarse León X para afirmar la paternidad borgiana de Rodrigo (BAC, III, p. 429). El epígrafe sepulcral de Vannozza de Cattaneis se conserva en el pórtico de la basílica de San Marcos, en Roma.

[12] Burckard (Joannis Burckardi, Líber Notarum, editado por E. Celani, Rerum Italicarum Scriptores, XXXII (Cittá di Castello 1906-1942, II, p. 303; cf. también p. 304) describe con detalles y frialdad deliberada una de estas cincuenta orgías que tuvo lugar en el Vaticano el 31-10-1501 en presencia de unas cortesanas que aquella misma noche fueron premiadas por el Papa por su comportamiento para con los participantes en la fiesta al margen de cualquier freno moral. Esta narración es digna de crédito según muchos historiadores. El que ocurriesen episodios parecidos a éste en otras cortes del Renacimiento no resta gravedad en absoluto al hecho.

[13] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 85-87

[14] GARCÍA BLANCO, Javier. Historia oculta de los papas. Edit. Akal Clásico

[15] LABOA-GALLEGO, Juan María. Historia de los Papas. Entre el reino de Dios y las pasiones terrenales. Edit. La Esfera de los Libros.

[16] PAREDES, Javier. Diccionario de los Papas y Concilios.  Autorizado por la Conferencia Episcopal Española con la firma de Antonio María Rouco Várela, Cardenal-arzobispo de Madrid, 25 de marzo de 1998. Edit. Ariel

[17] GARCÍA BLANCO, Javier. Historia oculta de los papas. Edit. Akal Clásico

[18] LABOA-GALLEGO, Juan María. Historia de los Papas. Entre el reino de Dios y las pasiones terrenales. Edit. La Esfera de los Libros.

[19] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 90-91.

 

[20] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 89-90.

[21] GARCÍA BLANCO, Javier. Historia oculta de los papas. Edit. Akal Clásico

[22] LABOA-GALLEGO, Juan María. Historia de los Papas. Entre el reino de Dios y las pasiones terrenales. Edit. La Esfera de los Libros.

[23] PAREDES, Javier. Diccionario de los Papas y Concilios.  Autorizado por la Conferencia Episcopal Española con la firma de Antonio María Rouco Várela, Cardenal-arzobispo de Madrid, 25 de marzo de 1998. Edit. Ariel

[24] GARCÍA BLANCO, Javier. Historia oculta de los papas. Edit. Akal Clásico

[25] LABOA-GALLEGO, Juan María. Historia de los Papas. Entre el reino de Dios y las pasiones terrenales. Edit. La Esfera de los Libros.

Introducción a la Teología Arminio-Wesleyana

Autor: Vinicius Couto, es pastor de la Iglesia del Nazareno en MG. Egresado de la Facultad Nazarena del Brasil. Maestría en Ciencias de la Religión, Seminario Nazareno de las Américas de Costa Rica.

Traducido por Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos 2020 – Sin fines comerciales

Teología Arminio-Wesleyana  – Capítulo 1

La salvación es un tema que siempre ha generado, y continúa generando, curiosidades y anhelos en el centro del alma humana. Un joven rico vino a Jesús y le preguntó: ‘Buen Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?’ (Mc 10.17). En otra ocasión, uno de los doctores de la Ley, queriendo experimentar a Cristo, preguntó: ‘Maestro, ¿qué haré para heredar la vida eterna?’ (Lc 10,25).

Algunos sistemas de creencias dicen que la salvación se produce a través de buenas obras, atribuyendo méritos al ser humano e invalidando el sacrificio de Cristo a través de la auto-salvación. Otros sistemas predican una esperanza basada en reencarnaciones constantes, en las que el esfuerzo humano les proporcionará mejores condiciones en sus vidas posteriores.

También existe el sistema universalista, que prefiere engañar a la conciencia del hombre bajo el falso entendimiento de que al final de cuentas todos serán salvos, independientemente de la Obra Vicaria de Cristo y su efectividad hacia aquellos que lo recibieron (Juan; 1.12). Todas estas posiciones son contrarias a la perspectiva de la Palabra de Dios (cf. Efesios 2:8,9; Hebreos 9,27; Juan 3:16).

En este trabajo podremos observar los dos sistemas principales que discuten la salvación del hombre dentro del protestantismo. El primero se basa en la predestinación divina, cuya acción es solo monergística; y el segundo, en la sinergia entre Dios y el hombre, cuya acción ocurre a través de la gracia preveniente y el libre albedrío humano.

1.1   Antecedentes históricos

Estos dos conceptos paradójicos se remontan a los días de Agustín, quien argumentó que el hombre está predestinado por Dios y, por lo tanto, no tiene capacidad para elegir a Cristo y su obra salvadora. Para que el hombre sea salvo, es necesario que Dios actúe con su gracia irresistible y lo regenere.

Las doctrinas soteriológicas de Agustín se formaron antes y durante el choque de la controversia pelagiana. Pelagio fue un monje austero y un maestro popular en Roma. Su austeridad era puramente moralista, hasta el punto de que no podía concebir la idea de que el hombre no podía evitar pecar. Pelagio estaba más interesado en la conducta cristiana, y quería mejorar las condiciones morales de su comunidad. Su énfasis particular estaba en la pureza personal, y la abstinencia de la corrupción y de la frivolidad en el mundo; deslizándose en el ascetismo.

Él negaba el énfasis de Tertuliano en el pecado original, con el argumento de que el pecado es meramente voluntario e individual, y no puede transmitirse ni heredarse. Para él, creer en el pecado original era socavar la responsabilidad personal del hombre. No concibió la idea de que el pecado de Adán había afectado las almas y los cuerpos de sus descendientes. Al igual que Adán, cada hombre, según el pensamiento de Pelagio, es el creador de su propio carácter y determinante de su propio destino.

En la comprensión pelagiana, el hombre no tiene una tendencia intrínseca hacia el mal, ni hereda esta propensión de Adán, pudiendo, si lo desea, observar los mandamientos divinos sin pecar. Sintió que era injusto por parte de Dios que la humanidad heredara la culpa de los demás, y por eso negó la doctrina del pecado original. De esta manera, Pelagio comenzó a enseñar una doctrina exageradamente antropocéntrica y se centró en el libre albedrío, enseñando que al crear al hombre, Dios no lo sometió como lo hizo con otras criaturas, sino que ‘le dio el privilegio único de poder cumplir la voluntad divina por su propia elección’.

Cuando Pelagio basó sus teorías en un enfoque moralista, entendió que la desobediencia del hombre provenía del ejemplo y las costumbres observadas a su alrededor, pudiendo por su propia fuerza alcanzar la perfección a través de un gran esfuerzo de su propia voluntad. Por otro lado, Agustín sostuvo que Adán fue creado en un estado original de rectitud y perfección, y estaría, en su estado original, libre de males físicos, dotado de una alta intelectualidad, así como en un estado de justificación, iluminación y dicha sin paralelo; además de tener la inclinación de su voluntad hacia la virtud.

La gravedad del pecado de Adán fue tal que la consecuencia fue una tragedia para la humanidad, la cual se convirtió en una masa de pecado (massa damnata – masa condenada), es decir, un antro pecaminoso y propagador de pecadores. Las bases agustinianas para la doctrina del pecado original se encontraron en pasajes como Salmos 51; Efesios 2,3; Romanos 5.12 [la traducción que usaba Agustín de este versículo era incorrecta, no existe como tal en ninguna traducción posterior] y Job 3:3-5.

Como el hombre se había rendido al pecado, la naturaleza humana se vio oscuramente afectada por sus consecuencias, volviéndose desordenada y propensa al mal. Por lo tanto, ‘sin Tu ayuda, por nuestra libre voluntad no podemos superar las tentaciones de esta vida[1]. Esta ayuda divina para elegir lo correcto, o regresar a Dios, es Su gracia, que Agustín define como ‘un poder interno y secreto, admirable e inefable[2] operado por Dios en los corazones de los hombres.

Para Agustín, la gracia divina anticipa y provoca todo impulso en la voluntad del hombre. Esta gracia es una expresión de la soberanía de Dios y no se puede resistir. Para explicar el antagonismo de la irresistibilidad frente al libre albedrío, el obispo de Hipona dice que la libertad del hombre se basa en motivaciones. Dado que las decisiones del hombre son, por lo tanto, fruto del medio ambiente, el hombre no regenerado que vive en una atmósfera de concupiscencia elegirá el mal. La gracia divina, sin embargo, cura al hombre y restaura su libre albedrío, reemplazando su sistema de elecciones[3].

 

1.1   Otras referencias históricas

 

La cuestión del libre albedrío es un tema que siempre ha tenido su lugar en la teología, ya sea en la antigüedad clásica, en la era patrística o en los tiempos contemporáneos. Por lo general, en el choque de predestinación vs. libre albedrío, el nombre más recordado es el del citado eminente teólogo, Agustín, cuya notoriedad contra la controversia de Pelagio es bien conocida; sin embargo, también vale la pena considerar otros nombres.

Justino Mártir (100-165) dijo que, aunque no hemos tenido ninguna otra opción al nacer, en virtud de los poderes racionales que Dios nos dio, podemos elegir vivir, o no, de manera aceptable para Él; sin excusas cuando actuamos mal. También dijo, basándose en el conocimiento previo divino (presciencia divina), que Dios no predetermina las acciones de los hombres, sino que prevé cómo actuarán por su propia voluntad, e incluso pudiendo anunciar estos actos por adelantado[4]. Estuvieron de acuerdo con la libre elección del hombre, los apologistas Atenágoras (133-190), Teófilo (-186) y Taciano (120-180). Vale la pena comentar la opinión de Tertuliano (160-220). Él creía que el hombre es como una rama cortada del tronco original de Adán y plantada como un árbol independiente. Así, el hombre heredó a través de la transgresión de Adán la tendencia al pecado. Como resultado del pecado de Adán, llevamos manchas e impurezas. A pesar de esto, el hombre tiene libre albedrío y es responsable de sus propios actos[5].

Muchas controversias en torno al libre albedrío se debieron a errores exegéticos. Clemente de Alejandría (150-215), negó el pecado original, basado por ejemplo en Job 1:21. Según él, la declaración de que Job había salido desnudo del vientre de su madre implicaba que los niños entraran al mundo sin pecado. Esta interpretación errónea y este énfasis exagerado en el libre albedrío lo llevaron a profesar que ‘Dios quiere que seamos salvos por nuestros propios esfuerzos[6].

Otros esfuerzos en defensa del libre albedrío también se dieron en las disputas contra los maniqueos. Estos cuestionaron la benevolencia de Dios y le dieron la autoría del pecado. Si el hombre hereda de Adán la culpa y el pecado, no tenemos poder de elección. Por lo tanto, razonaron, Dios es el autor del mal. Contra estos argumentos, surgieron hombres como Cirilo de Jerusalén (313-386), Gregorio de Nisa (330-395), Gregorio de Nacianceno (329-389) y Juan Crisóstomo (347-407). Ellos no enseñaron sobre el pecado original, básicamente lo negaron al afirmar que los niños recién nacidos están exentos del pecado, aunque creían que la raza humana se vio afectada por el pecado de Adán[7].

La comprensión del libre albedrío ha ido madurando. En el siglo V, por ejemplo, tenemos en la expresión de Teodoreto (393-466), el pensamiento de que, aunque el hombre necesita la gracia divina, y sin ella es imposible dar un solo paso en el ‘camino que conduce a la virtud, la voluntad humana debe colaborar con tal gracia’, ya que existe una necesidad de sinergia ‘tanto en nuestros esfuerzos como en la asistencia divina. La gracia del Espíritu no está asegurada para aquellos que no hacen ningún esfuerzo’, al mismo tiempo que ‘sin esta gracia es imposible que nuestros esfuerzos reciban la recompensa de la virtud[8].

Al igual que Teodoreto, Teodoro de Mopsuestia (350-428) dijo que el libre albedrío pertenece a los seres racionales. En su opinión, todos los hombres tienen conocimiento del bien todo el tiempo, así como la capacidad de elegir entre lo correcto y lo incorrecto. No negó los efectos de la caída en la humanidad, y dijo que los hombres tienen una clara propensión al pecado; y que si el hombre debe pasar de este estado caído a la vida bendita reservada por Dios, es necesaria la operación de gracia del don divino en el hombre.

Saltando ocho siglos, llegamos a otra persona que hizo su enorme contribución a la doctrina del libre albedrío: Tomás de Aquino (1225-1274). Dijo que ‘en cualquier ser con entendimiento hay voluntad[9]. Su concepto de la voluntad es que es un poder para atraer o alejar lo que es comprendido por el intelecto[10]. Aunque Dios mueve la voluntad, ya que mueve toda clase de cosas según la naturaleza de la cosa movida… también mueve la voluntad según su condición, como indeterminadamente dispuesta a varias cosas, no de manera necesaria[11].

Feser explica la posición de Aquino haciendo la siguiente analogía: cuando elegimos tomar café en lugar de té, podríamos hacerlo de manera diferente. La cafetera, a su vez, no puede cambiar su función por sí sola. Esto es así porque nuestra voluntad fue la causa de beber café, mientras que algo fuera de la cafetera (los ajustes de las instrucciones, la corriente eléctrica que fluye hacia ella desde el enchufe de la pared, las leyes de la física, etc.) fue la causa de su comportamiento. Dios causa ambos eventos de una manera consistente con todo esto, es decir, mientras causa su libre elección causa algo que opera independientemente de lo que sucede en el mundo que lo rodea. Él concluye diciendo que, aunque Dios es la causa última de la voluntad y del orden causal natural, no socava la libertad del hombre, sino que la hace posible en el sentido de que, al igual que en las causas naturales, si las elecciones libres no fueran causadas por Dios, ni siquiera podrían existir[12].

1.3 La influencia calvinista

En la Edad Media, la gente a menudo buscaba una solución eterna basada en un documento firmado por el Pontífice de la Iglesia Romana. Estas indulgencias prometían hacer un pago más completo de la deuda que el pecador tiene con Dios, y aliviar futuras demandas en un supuesto purgatorio.

En estas condiciones decadentes de la teología romana medieval, surgió la Reforma Protestante y doctrinas como Sola Fide, Sola Scriptura, Solus Christus, Sola Gratia y Soli Deo Gloria fueron clamadas a viva voz. El propósito de este libro es entender mejor lo que conocemos como Arminianismo. Sin embargo, no hay posibilidad de hablar de Arminio sin comentar a Calvino.

Cuando Lutero fijó las 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, Calvino tenía ocho años. Natural de Picardía, Francia, Calvino nació en 1509 y murió en 1564 y fue sin duda un prominente teólogo protestante y líder eclesiástico, dueño de una mente brillante. Recibió una maestría en teología a principios de 1528, pero a petición de su padre comenzó a estudiar Derecho en Orleáns. Con la muerte de su padre en 1531, Calvino pudo volver a sus preferencias teológicas y se dedicó al estudio de las lenguas bíblicas y el latín. Viendo la dificultad de que hubiese una Reforma en París, Calvino se mudó a Basilea, Suiza. Allí, escribió y publicó sus Institutos en el año 1536. En sus comentarios sobre los salmos, relató haber pasado por lo que él mismo llamó «conversión súbita«, diciendo que una vez «se mantuvo obstinadamente apegado a las supersticiones del papado«, y que no era posible deshacerse de este profundo fango, pero que Dios había sometido su corazón de la obstinación de su época, a la docilidad y el conocimiento de la verdadera piedad a través de su secreta providencia[13]. Otros reformadores han desarrollado pensamientos que, junto con los de Calvino, han formado una tradición que se hoy se llama Reformada. Entre estos teólogos, podemos mencionar a Martin Bucer, Heinrich Bullinger y Ulrico Zwinglio. Esta escuela de pensamiento también se llama Calvinismo.

1.2   Jacobo Arminio

Arminio fue un teólogo holandés, nacido en Oudewater (1560 -1609). Estudió entre los años 1576 y 1582 en la Universidad de Leiden en los Países Bajos, donde más tarde enseñó desde 1603 hasta su muerte. Johann Kolmann, uno de sus profesores de teología en ese momento, creía y enseñaba que el alto calvinismo hacía de Dios un tirano y verdugo, lo que ciertamente influyó en las ideas de Arminio. En 1582, Arminio comenzó a estudiar en Ginebra, y tuvo como uno de sus maestros al reformador Teodoro Beza, sucesor de Calvino. En 1588 fue ordenado y pastoreó una iglesia en Ámsterdam.

Según el Nuevo Diccionario Internacional de la Iglesia Cristiana, cuando Calvino murió, ‘toda la responsabilidad… recayó en Beza. Beza fue jefe de la Academia [de Ginebra] y profesor, presidente del Consejo de Pastores, una poderosa influencia en los magistrados de Ginebra y un portavoz y defensor de la posición protestante reformada[14].

Lo que sabemos es que Arminio no estaba de acuerdo con las doctrinas de Calvino, basándose en dos argumentos: 1) la predestinación, según el entendimiento calvinista, tiende a hacer de Dios el autor del pecado, por haber elegido, en la pasada eternidad, quién se salvaría o no, y 2) el libre albedrío del ser humano es negado en la enseñanza de una gracia coercitivamente irresistible[15].

La teología arminiana, tal como la conocemos, no fue totalmente sistematizada durante la vida de Arminio. Después de su muerte, sus discípulos (poco más de cuarenta predicadores) cristalizaron sus ideas en un tratado, que contenía brevemente cinco puntos que rechazaban el calvinismo rígido, titulado Remonstrancia (Protesta), publicándolo el 19 de octubre de 1609, exponiendo así la posición arminiana.

1.3   El Sínodo de Dort

Esta protesta (remonstrancia), obtuvo el apoyo de estadistas y líderes políticos holandeses que habían ayudado a liberar a los Países Bajos de España. Los opositores del movimiento de protesta los acusaron de apoyar secretamente a los jesuitas y a la teología católica romana, y de simpatizar con España, aunque no existía ninguna evidencia de culpabilidad de tales acusaciones políticas.

Desde entonces, hubo mucha confusión en varias ciudades holandesas: se predicaron sermones contra los remonstrantes (arminianos), se difundieron panfletos para calumniarlos de herejes y traidores; se detuvo a personas por pensar en contra del alto calvinismo, y se celebró un sínodo nacional de teólogos y predicadores para regular tales controversias entre las ideas paradójicas del calvinismo y arminianismo.

La primera reunión del Sínodo se celebró el 13 de noviembre de 1618 y la última el 9 de mayo de 1619, a la que asistieron más de cien delegados, incluidos algunos de Inglaterra, Escocia, Francia y Suiza. El nombre «Dort» se utiliza según el idioma inglés, como si se tradujera el nombre de la ciudad holandesa de Dordrecht. 

Al finalizar el sínodo, los remonstrantes fueron condenados como herejes. Al menos doscientos de ellos fueron expulsados de los cargos que ocupaban en el liderazgo de la iglesia, y del Estado; y unos ochenta fueron exiliados o arrestados. Uno de ellos, el presbítero, estadista y filósofo Hugo Grotius (1583-1645), fue confinado en un calabozo del que luego escapó. Otro estadista (anciano y enfermo) fue decapitado públicamente. [Para más información sobre el Sínodo de Dort clic aquí.]

En este Sínodo calvinista, las ideas arminianas fueron por lo tanto rechazadas, y la doctrina calvinista establecida en sus cinco puntos, que en inglés luego formarían el acróstico TULIP: a saber: 1) depravación total, (Total depravity).  2) elección incondicional, (Unconditional election).  3) expiación limitada, (Limited atonement). 4) gracia irresistible (Irresistible grace). Y 5) perseverancia de los santos (Perseverance of the saints).

Los puntos de los remonstrantes (arminianos) van en contra de los puntos calvinistas: 1) depravación total, 2) elección condicional, 3) expiación ilimitada, 4) gracia resistible y 5) perseverancia condicional.

1.4   Mitos sobre el arminianismo

Como podemos ver, las ideas arminianas tienen una considerable disparidad con el sistema calvinista. Sobre esto, Wyncoop afirma que la línea divisoria entre estas dos tradiciones cristianas se basa en teorías opuestas sobre la predestinación. Es la encrucijada entre la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre, el pecado y la gracia, la justificación y la santificación, la fe humana y la obra del Espíritu Santo[16].

Uno de los principales mitos sobre el arminianismo es que ha sido erróneamente acusado de ser una doctrina semipelagiana, por algunos conocidos teólogos calvinistas. El semipelagianismo es una antigua herejía proveniente de las enseñanzas de los massilianos, dirigidos principalmente por Juan Casiano (433 d.C.), quien trató de encontrar un punto medio entre los extremismos de Pelagio y los de Agustín, que defendía la elección incondicional sobre la base de que todos los hombres nacen espiritualmente muertos y son culpables del pecado de Adán. Casiano creía que la gente es capaz de volverse a Dios incluso sin ninguna infusión de gracia sobrenatural, esto fue condenado por el Segundo Consilio de Orange en el año 529[17].

El teólogo nazareno H. Orton Wiley, muestra que el sistema semipelagiano sostenía erróneamente que ‘quedaba suficiente poder en la voluntad depravada para dar el primer paso hacia la salvación, pero no lo suficiente para completarla’. Él concluye mostrando que este pensamiento es erróneo, y que el hombre por sí solo no está en condiciones de acercarse a Dios, sino que ‘esto debe ser hecho por la gracia divina’[18].

Esta es la gracia previniente que precede, prepara y capacita al hombre ‘para convertirse del pecado a la justicia, para creer en Jesucristo para el perdón y la purificación de los pecados, y para practicar obras agradables y aceptables[19]; porque los seres humanos, a través de la caída de Adán ‘se han tornado depravados, de modo que ahora son incapaces de volverse y rehabilitarse por sus propias fuerzas y obras, y, de esta manera, renovar la fe y la comunión con Dios[20].

Uno de los principales eruditos arminianos de hoy en día, el Dr. Roger Olson, en una defensa de la centralidad de la doctrina arminiana en Dios, y no en el hombre como dicen ciertos calvinistas; comenta que estos críticos suelen basarse en tres argumentos: 1) que el arminianismo se centra demasiado en la bondad y capacidad humanas, especialmente en el campo de la redención, 2) que limita a Dios al sugerir que la voluntad de Dios puede ser frustrada por las decisiones y acciones humanas, y 3) que pone demasiado énfasis en la realización y la felicidad humana al descuidar el propósito de Dios que es glorificarse a sí mismo en todas las cosas.

Olson argumenta su defensa con bastante fuerza en este artículo, y comenta que ‘muy raramente los críticos mencionan a algún teólogo arminiano, o citan al propio Arminio para apoyar estas acusaciones’ y que la mayoría de estos críticos desconocen el arminianismo clásico; y por lo tanto tienen una comprensión preconcebida, y consecuentemente superficial del tema[21]. En contrapartida, el pensamiento calvinista es concebido por los arminianos como un sistema que, en última instancia, hace del decreto divino la causa primaria de la salvación, mientras que la muerte de Cristo se convertiría así en una causa secundaria y subsidiaria, no absolutamente esencial para la salvación, sino un eslabón en una cadena predeterminada de acontecimientos[22].

1.5   Consideraciones finales

Nuestra percepción no es diferente: muchos son los que aún no han entendido, y no han conocido la doctrina de la salvación desde el punto de vista arminiano; y lamentablemente, algunos hermanos no han logrado abrir la cabeza para disfrutar de la verdadera unidad en la diversidad[23].

A pesar de las diferencias, ambas posiciones tienen verdades esenciales que pueden, y deben, unirnos en Cristo. Nos identificamos con una cierta línea teológica y la defendemos, pero esto no puede crear partidismo, hasta el punto de decir: ‘Yo soy de Pablo; o yo de Apolo; o yo soy de Cefas; (o yo de Arminio; o yo de Calvino;) o yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo? ¿Pablo fue crucificado por tu causa? ¿O fuiste bautizado en el nombre de Pablo?’ (1Co. 1:12,13 – paráfrasis mía).

John Wesley dijo que: ‘¿No es deber de todo predicador arminiano, no utilizar nunca, en público o en privado, la palabra calvinista en términos de reproche, teniendo en cuenta que esto equivaldría a poner apodos o calificativos? Tal práctica no es compatible con el cristianismo ni con el buen criterio o los buenos modales[24]. Para él, la norma de un metodista no era distinguir a los cristianos de los cristianos, sino distinguirse los cristianos de los incrédulos: ‘¿Es recto tu corazón así como el mío es recto con el tuyo? No hago más preguntas. Si lo es, dame tu mano. No destruyamos la obra de Dios por opiniones o palabras. ¿Amas tú a Dios y le sirves? Es suficiente. Te doy la mano derecha de la fraternidad[25].

El Dr. Augustus Nicodemus, un famoso teólogo brasileño de pensamiento calvinista, confirma que tenemos puntos en común diciendo que ‘los arminianos y los calvinistas están de acuerdo en que Dios tiene un plan, que Él controla la historia, que no hay casualidades, y que Él conoce el futuro. Ambos aceptan la Biblia como la Palabra de Dios y quieren ser guiados por ella[26].

Que podamos, como Iglesia, cumplir la misión que se nos ha ordenado, después de todo, todos hemos sido ‘elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo’ [1 Pedro 1:2].

[1] Agustín, Enarrationes in Psalmos 89.4.

[2] Agustín,  De gratía Christi et Peccatum Originale 1.25

[3] Agustín,  De gratia et libero arbítrio  31.  De Spiritu et Littera 52.

[4] KELLY, J. N. D. Patrística: Origem e desenvolvimento das doutrinas centrais da fé cristã. Vida Nova, 1994, p. 125

[5] Ibid, p. 131.

[6] Ibid, p. 134.

[7] [N.T.] Cabe destacar que la doctrina del pecado original se desarrolló verdaderamente a partir de Agustín, e influyó grandemente a la Iglesia latina. Por el contrario, los Padres Griegos (obispos y teólogos de la Iglesia oriental) no enseñaron nunca sobre el pecado original, es tan así que la Iglesia Ortodoxa Griega no creyó nunca en la doctrina del pecado original sino en la del pecado ancestral.

[8] KELLY, J. N. D. Patrística: Origem e desenvolvimento das doutrinas centrais da fé cristã. Vida Nova, 1994, p. 283.

[9] AQUINO, Tomás de. Suma Teológica 1.19.1.

[10] AQUINO, Tomás de. Suma Contra Gentios IV. 19.

[11] AQUINO, Tomás de. Questões disputadas sobre o mal 6

[12] FESER, Edward. Aquinas, a Begginefs Guide. One World, 2009, pp. 150-1 51

[13] CALVINO, João. Comentário de Salmos. Volume I. Fiel, 2009, p. 32.

[14] SCHNUCKER, Robert. Theodore Beza, in: The new intemational dictionary of the Christianchurch. Grand Rapids, Zondervan, 1974, p. 126.

[15] HORTON, Stanley (Org.). Teologia Sistemática: uma perspectiva pentecostal. CPAD, 1996, pp. 54-55.

[16] WYNKOOP, Mildred Bangs. Fundamentos da Teologia Arminio Wesleyana. Casa Nazarena, 2004, p. 17.

[17] [N.T.] Es preciso destacar que Juan Casiano nunca fue condenado por la Iglesia, por el contrario, tanto la iglesia Católica como la Ortodoxa lo consideran santo, y padre de la Iglesia. En realidad Casiano era anti-pelagiano, pero no simpatizaba con el pre-determinismo fatalista de Agustín. El Concilio de Orange terminó condenando tanto al semi-pelagianismo como al pre-determinismo.

[18] WILEY, H. Orton. Christian Theology. Beacon Hili Press, 1941. p. 103.

[19] Manual da Igreja do Nazareno, p. 29

[20] Ibid. p. 28

[21] OLSON, Roger. Arminianism is God-centered theology. Disponível em: <http:// http://www.patheos.com/blogs/rogereolson/2010/ll/arminianism-is-god-centered-theology/>. Acesso em 05/04/2013.

[22] WYNKOOP, Mildred Bangs. Op. Cit., p. 33

[23] Para un estudio más profundo de la doctrina arminiana, ver el trabajo recientemente traducido de Olson, en el que intenta desmitificar al menos diez suposiciones erróneas sobre el pensamiento de Arminio: OLSON, Roger. Teología arminiana: mitos y realidades.

[24] Obras de John Wesley, Tomo VIII, Tratados Teológicos, ¿Qué es un arminiano? Wesley Heritage    Foundation

[25] Obras de John Wesley, Tomo V, El carácter de un metodista. Wesley Heritage Foundation

[26] NICODEMUS, Augustus. Paganismo versus Cristianismo Acaso ou Desígnio Divino? Revista Defesa da Fé. Ano 12, n° 89 – Janeiro/Fevereiro de 2011, p.55.