En su obra Protréptico (Exhortación) a los Griegos, Clemente de Alejandría (150-215 d.C), erudito teólogo y director de una de las escuelas teológicas más famosas de la antigüedad, hace una invitación a todos los paganos a que abandonen los ídolos y vengan a Cristo. En esta obra apologética de la fe cristiana encontraremos algunas de las doctrinas fundamentales de los Padres de la Iglesia: Dios ama a todos los hombres (Omnibenevolencia), y a todos extiende la invitación a la salvación (Expiación Ilimitada y Gracia Preveniente); el hombre puede elegir entre rechazar la gracia divina y ser condenado o creer en Cristo y recibir la vida eterna (Gracia Resistible – Libre Albedrío – Elección Condicional). En esta obra podremos contemplar claramente el pensamiento sinergista que predominaba universalmente en la Iglesia primitiva.
Protréptico (Exhortación) a los Griegos
(extractos)
Capítulo I. 4.3. Por otra parte, [Jesús] también en otro lugar llamó “raza de víboras” (Mt 3,7; Lc 3,7) a algunos que escupían veneno y a los astutos hipócritas que ponían impedimentos a la justicia; no obstante, si una de estas víboras cambia voluntariamente y sigue al Verbo, se convierte en hombre de Dios. 6.1. ¿Qué desea el instrumento, el Verbo de Dios, el Señor y el canto nuevo? Abrir los ojos de los ciegos, destapar los oídos de los sordos, conducir hacia la justicia a los lisiados y a los extraviados, mostrar a Dios a los hombres insensatos, detener la corrupción, vencer a la muerte y reconciliar con el Padre a los hijos desobedientes. 6.2. El instrumento de Dios ama a los hombres: el Señor se apiada, educa, estimula, advierte, salva, protege y como recompensa añadida de nuestro aprendizaje promete el reino de los cielos, aprovechándose de nosotros únicamente en eso, en que seamos salvados. En efecto, el mal apacienta la corrupción de los hombres; pero lo mismo que la abeja no maltrata nada de lo existente, la verdad se felicita únicamente de la salvación de los hombres. 8.3. El Salvador es elocuente e ingenioso respecto a la salvación de los hombres: rechazando advierte, amonestando duramente convierte, lamentándose se compadece, salmodiando invita, habla por medio de la zarza (aquellos [hombres] tenían necesidad de señales y prodigios), y con el fuego asusta a los hombres, encendiendo la llama de una columna, ejemplo de gracia y temor a la vez: si obedeces, [tendrás] la luz, si desobedeces, el fuego. 8.4. Pero tú, en cambio, si no crees en los profetas y consideras una fábula tanto a esos hombres como al fuego, el mismo Señor te dirá que, “existiendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a la cual aferrarse, sino que se anonadó a sí mismo”, Él, que es Dios compasivo y desea ardientemente salvar al hombre. 9.1. ¿Acaso no es absurdo, amigos, que Dios nos estimule siempre a la virtud, y que nosotros evitemos la ayuda y aplacemos la salvación?
Capítulo VIII.77.1. […] Las divinas Escrituras, además de un género de vida prudente, son caminos cortos de salvación; desnudas de adorno, sonido agradable, originalidad y de adulación, levantan al hombre vencido por la maldad y refuerzan lo resbaladizo que hay en la vida; con una única y la misma palabra ofrecen muchos servicios: nos apartan del error funesto y nos empujan con claridad hacia la salvación manifiesta. 77.3. Comparando mediante gran inspiración divina el error con la tiniebla, el conocimiento de Dios con el sol y la luz, y cotejando ambas cosas con sensatez, nos enseña [cuál debe ser] la elección. Ciertamente, el engaño no se disipa por comparación con la verdad; se destierra forzándolo con la práctica de la verdad. 80.2. “¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño?” (Proverbios 6,9). “Si fueras diligente, te llegaría tu cosecha como una fuente” (Proverbios 6,11), que es el Verbo del Padre, la buena lámpara, el Señor que trae la luz, la fe y la salvación para todos. 80.3. “El Señor que hizo la tierra con su poder -como dice Jeremías-, cimentó el universo con su sabiduría” (Jr 10,12). En verdad, habiendo caído nosotros en los ídolos, la Sabiduría, que es su Verbo, nos encamina hacia la verdad. 81.1. Ahora el Señor, compadeciéndose, nos entrega el canto salvador, semejante a un paso de marcha: “Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo serán ultrajadores? ¿Por qué aman la vanidad y buscan el engaño?” (Sal 4,3). ¿Cuál es la vanidad y cuál el engaño? 81.2. El santo Apóstol del Señor, acusando a los griegos, te lo explicará: “Porque conociendo a Dios no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que fueron insensatos en sus razonamientos (Rm 1,21), y cambiaron la gloria de Dios en la representación de una imagen del hombre corruptible (Rm 1,23), y sirvieron a la criatura en lugar del Creador” (Rm 1,25). 81.3. Ciertamente Dios es el mismo, el que al principio hizo el cielo y la tierra (Gn 1,1); pero tú no piensas en Dios, sino que adoras el cielo, y ¿cómo no vas a ser impío?
Capítulo IX.82.1. También podría citarte innumerables textos de los que ni siquiera pasará un solo trazo, que no llegue a cumplirse. Porque la boca del Señor -el Espíritu Santo- lo ha dicho. “Por tanto, hijo mío, no desdeñes -dice [la Escritura]- las lecciones del Señor, ni te enfades al ser corregido por Él” (Proverbios 3,11). 82.2. ¡Cuan grande es el amor [que tiene] a los hombres! No se comporta como el maestro con los alumnos, ni como el señor con los siervos, ni como un dios con los hombres, sino como un tierno padre que amonesta a los hijos. 82.3. Así, Moisés reconoce que estaba aterrorizado y temblando (Hb 12,1), al oír hablar sobre el Verbo; en cambio, tú ¿no temes cuando oyes hablar del Verbo de Dios? ¿No te turbas? ¿No tomas precauciones a la vez y te apresuras en conocer, es decir, te apresuras hacia la salvación, temiendo la cólera, deseando la gracia y buscando con ardor la esperanza, para evitar el juicio? 82.4. Vengan, vengan, mi grupo de jóvenes: “Porque si no se hacen de nuevo como niños y vuelven a nacer” (Mt 18,3), según dice la Escritura, no recibirán al que es en realidad Padre, ni tampoco entrarán nunca en el reino de los cielos (Mt 18,3). ¿Cómo, en verdad, va a permitir entrar a uno extraño? 82.5. Sin embargo, cuando sea inscrito, nombrado ciudadano y reciba al Padre, entonces me parece que estará en las cosas del Padre (Lc 2,49), entonces será considerado digno de heredar y entonces participará con el Hijo legítimo, el amado, del reino paterno. 83.1. No obstante, ahora hay algunos tanto más ateos cuanto más amigo de los hombres es Dios; ciertamente Él quiere que de esclavos nosotros lleguemos a ser hijos, pero ellos incluso han despreciado con orgullo llegar a ser hijos. ¡Qué gran necedad! ¡Se avergüenzan del Señor! 83.2. Él anuncia la libertad, pero ustedes huyen hacia la esclavitud. Regala la salvación, pero ustedes se rebajan a la mera condición humana. Les concede eternidad, pero ustedes esperan pacientemente el castigo, y toman precauciones contra el fuego que el Señor preparó para el diablo y sus ángeles (Mt 25,41). 84.1. Cuando un testimonio como ese demuestra la necedad de los hombres y proclama a Dios, ¿qué otra cosa falta a los incrédulos, si no juicio y castigo? Ahora bien, el Señor no se cansa de aconsejar, amedrentar, incitar, fomentar y recordar; ciertamente despierta y levanta de la tiniebla misma a los extraviados. 84.2. “Despierta -dice- tú que duermes, álzate de entre los muertos, y Cristo, el Señor, te iluminará” (Ef 5,14); es el sol de la resurrección, el engendrado antes de la aurora (Sal 110 [109],3), el que regaló la vida con sus propios rayos luminosos. 84.3. Así entonces, que nadie desprecie al Verbo, para que no se sorprenda aniquilándose a sí mismo. En efecto, la Escritura dice en alguna parte: “Si hoy escuchan su voz, no endurezcan su corazón como sucedió en la rebelión, el día de la tentación en el desierto, cuando sus padres me pusieron a prueba”. 84.5. Miren la amenaza; miren la exhortación; miren el castigo; además, ¿por qué vamos a cambiar también la gracia en cólera y por qué no recibimos al Verbo con los oídos abiertos y no aceptamos a Dios como huésped en nuestras almas puras? En efecto, grande es la gracia de su promesa, si escuchamos hoy su voz; pero el hoy se extiende a cada día, mientras pueda nombrarse el hoy. 85.1. Con razón entonces la gracia es sobreabundante para los que han creído y han obedecido (cf. 1 Tm 1,14), pero para los que han desobedecido y han sido engañados en su corazón, ni han conocido los caminos del Señor, a los que Juan [Bautista] ordenó hacer rectos los caminos y prepararse, con ésos, en verdad, se enojó Dios y les amenaza.
85.2. También los antiguos hebreos errantes recibieron de manera simbólica el cumplimiento de la amenaza; en efecto, se dice que por la incredulidad no entraron en el descanso, antes de conocer ellos mismos que debían someterse al sucesor de Moisés, y de haber aprendido por experiencia, aunque tarde, que no podrían salvarse de otro modo, si no creyendo como afirmó Jesús. 85.3. Pero amando el Señor a todos los hombres, a quienes envía al Paráclito, les invita al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,4). ¿Cuál es ese conocimiento? La piedad. “La piedad es útil para todo, según Pablo, porque tiene promesa de la vida presente y de la futura” (1 Tm 4,8). 85.4. Confiesen de alguna manera, hombres, si se vendiese una salvación eterna, ¿por cuánto la adquirirían? Aunque uno vendiera todo el Pactolo, el mítico río de oro, no pagaría un precio equivalente a la salvación. 86.1. Por consiguiente, no se desanimen; si quieren, tienen la posibilidad de comprar la salvación más cara con un tesoro conveniente, la caridad y la fe, que son un digno precio de la vida. Dios recibe con agrado ese precio. “Porque tenemos puesta la esperanza en Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, sobre todo de los que creen” (1 Tm 4,10). 86.2. En cambio, los otros, apegados al mundo como determinadas algas a las rocas del mar, estiman poco la inmortalidad y, como el anciano de Itaca (cf. Homero, Odisea, I,57-59), no están deseosos de la verdad ni de la patria del cielo, ni tampoco de la única luz verdadera, sino del humo. 87.3. Si nadie debe rechazar las exhortaciones de los demás santos [de las Escrituras], tampoco al mismo Señor que ama a los hombres, puesto que [Cristo] sólo se ocupa de que el hombre se salve. Él mismo, apremiándonos a la salvación, grita: “El reino de los cielos se acerca” (Mt 4,17); convierte a los hombres que se acercan a Él, infundiéndoles el temor. 87.4. Por eso también el Apóstol del Señor, advirtiendo a los macedonios, se hace intérprete de la divina voz, diciendo: “El Señor se ha acercado (Flp 4,5); cuídense de no ser sorprendidos con las manos vacías” (cf. Mt 25,28-29; Lc 19,24-26; 1 Co 15,58). Pero ustedes están tan sin temor; mejor, son tan incrédulos que no obedecen ni al Señor mismo ni a Pablo, que también soporta eso en nombre de Cristo (cf. Flp 1,7). 88.1. “Gusten y vean qué bueno es el Señor” (Sal 34 [33],9). La fe los conducirá, la experiencia les enseñará, la Escritura los educará, al decir: “Vengan, hijos, escúchenme, les enseñaré el temor del Señor” (Sal 34 [33],12). A continuación añade brevemente a los que han creído: “¿Quién es el hombre que desea vida, que anhela los días para ver el bien?” (Sal 34 [33],12). Somos nosotros, diremos, los que adoramos el Bien, los que estamos ansiosos de las cosas buenas. 88.2. Escuchen, entonces, los que están lejos, escuchen los que están cerca (Is 57,19; Ef 2,17). El Verbo no se oculta a nadie, es una luz común, brilla para todos los hombres. No existe ningún cimerio (cf. Homero, Odisea, XI,13-19) en el Verbo; corramos hacia la salvación, hacia la regeneración; apresurémonos la mayoría para reunirnos en el único amor conforme a la unidad de la única sustancia.
Capítulo X.89.3. Esto es precisamente lo más hermoso de lo que se argumenta: mostrarles cómo la religión ha sido odiada por demencia y por esa desgraciadísima costumbre. En efecto, no hubiera sido odiada nunca o no se hubiera prohibido tan gran bien –el mejor de cuantos han sido concedidos por Dios al género humano-, si no hubieran estado cautivos por la costumbre, porque sin duda han taponado los oídos ante nosotros, como caballos rebeldes que se sublevan; mordiendo los frenos, han rechazado los discursos, deseando derribarnos a nosotros, los aurigas de la vida de ustedes, y llevados por la locura a los precipicios de la perdición, piensan que es execrable el sagrado Verbo de Dios. 90.1. Por lo tanto, consecuentemente tienen el premio de su elección, según [dice] Sófocles: “Una mente disipada, oídos inútiles, preocupaciones frivolas” (Sófocles, Fragmentos, 863), y no saben lo más verdadero de todo: los buenos y piadosos se beneficiarán de la buena recompensa por haber honrado lo que es bueno, pero los que por el contrario son malvados tendrán el castigo correspondiente, y una sanción está prevista para el príncipe del mal. 90.2. El profeta Zacarías le amenaza: “Que te reprenda el que eligió a Jerusalén. Mira, ¿no es éste un tizón sacado del fuego?” (Za 3,3). ¿Qué antojo de muerte voluntaria persigue aún a los hombres? ¿Por qué se precipitan con ese tizón mortal, con el que han de consumirse, pudiendo vivir bien según Dios y no según la costumbre? 90.3. Dios regala la vida, pero una costumbre malvada, tras la partida de aquí abajo, junto con un castigo inflige un arrepentimiento inútil; también al sufrir el necio aprende (Hesíodo, Opera et dies, 218) que la superstición mata y la piedad salva. 91.3. Ciertamente Dios, por su gran amor al hombre, se detiene ante el hombre, al igual que la madre de un polluelo sobrevuela por encima del recién nacido que se ha caído del nido (cf. Mt 23,37); y también cuando una serpiente está dispuesta a comer al recién nacido, “la madre revolotea alrededor, deplorando a los amados hijos” (Homero, Ilíada, II,315). También Dios Padre busca a su criatura, cura a la caída, persigue a la serpiente y recoge de nuevo al recién nacido, animándole a volar hasta el nido. 92.2. Deseo preguntarles si no les parece absurdo que ustedes los hombres, siendo criaturas de Dios, recibiendo de Él el alma y siendo totalmente de Dios, sirvan a otro dueño y además honren al tirano en vez de al Rey, al malvado a cambio del Bueno. 92.3. Así, en aras de la verdad, ¿qué hombre sensato se une al mal, abandonando el bien? ¿Quién hay que huyendo de Dios conviva con los demonios? ¿Quién, pudiendo ser hijo de Dios, se complace en ser esclavo? ¿O quién, pudiendo ser ciudadano del cielo, desea el infierno, pudiendo habitar el paraíso (cf. Gn 2,15), recorrer el cielo, participar de la fuente vivificadora y pura, caminando por el aire sobre aquella huella de la nube resplandeciente, como Elías, contemplando la continua lluvia salvadora? (cf. 1 R 18,44-45). 93.1. Arrepintámonos, entonces, y pasemos de la ignorancia a la ciencia, de la demencia a la prudencia, de la incontinencia a la templanza, de la injusticia a la justicia, de la impiedad a Dios. 93.2. Es hermoso el riesgo de pasarse a Dios. De muchos otros bienes pueden también disfrutar los que aman la justicia, los que perseguimos la salvación eterna. 94.1. La alianza eterna de Dios pone en nuestras manos esa herencia, que provee el regalo eterno. Este Padre nuestro es cariñoso, verdaderamente Padre; no cesa de exhortar, amonestar, educar y amar. En efecto, no cesa de salvar y aconseja lo mejor: “Sean justos, dice el Señor; los que tienen sed vengan a las aguas, y los que no tienen dinero acérquense, compren y beban sin dinero” (Is 54,17–55,1). 94.2. Exhorta al bautismo (baño), a la salvación, a la iluminación casi gritando y diciendo: “Te entrego, hijo, tierra, mar y cielo, y te regalo todos los animales que hay en ellos; únicamente ten sed de tu Padre, hijo, y Dios se te mostrará gratuitamente”. La verdad no es negociable; te concede también las aves, los peces y lo que hay sobre la tierra (cf. Gn 1,28); estas cosas las ha creado el Padre para tus agradables deleites. 94.3. El hijo ilegítimo las comprará con dinero, porque es hijo de perdición (cf. Jn 17,12; 2 Ts 2,3), porque ha preferido servir a las riquezas. 95.1. Ustedes, hombres, tienen la divina promesa de la gracia; también han oído la otra amenaza del castigo; por ambas cosas salva el Señor, ya que educa al hombre con temor y gracia. ¿Por dónde empezar? ¿Por qué no evitamos el castigo? ¿Por qué no admitimos el regalo? ¿Por qué no elegimos lo mejor, a Dios en lugar del malvado, y preferimos sabiduría en vez de idolatría, recibiendo vida a cambio de muerte? 95.2. Dice [el Señor]: “Mira, he puesto delante de ustedes la muerte y la vida” (Dt 30,15). El Señor intenta que tú escojas la vida (cf. Dt 30,19), te aconseja como Padre a obedecer a Dios. Dice: “Si me escuchan y quieren, comerán lo mejor de la tierra” (Is 1,19; cf. 33,11); es la gracia de la obediencia. “Pero, si no me escuchan ni quieren, espada y fuego los devorarán” (Is 1,20); es el juicio de la desobediencia. “En efecto, ha hablado la boca del Señor?” (Is 1,20); ley de verdad es el Verbo del Señor. 99.3. Acepten, por tanto, el agua racional, lávense los que se han manchado, rocíense a ustedes mismos según la costumbre con gotas auténticas; conviene subir limpios a los cielos. Si eres hombre, que es lo más universal, busca al que te creó; si eres hijo, que es lo más particular, reconoce al Padre. 99.4. Pero, ¿todavía permaneces en los pecados, consumido en placeres? ¿A quién va a decir el Señor: “De ustedes es el reino de los de los cielos” (Mt 5,3. 10; Lc 6,20). Si quieren, es de ustedes, de todos los que hayan hecho la elección por Dios; de ustedes, si únicamente han preferido tener fe y siguen el camino breve de la predicación, por la que los ninivitas, al obedecerla con un noble arrepentimiento, recibieron la auténtica salvación en vez de la temida destrucción (Jon 3,3-10). 104.3. En efecto, no creen en Dios ni reconocen su poder. Pero [Dios] tiene un amor indecible al hombre y es ilimitado su odio a la maldad. Su cólera alimenta el castigo por el pecado, pero su amor al hombre obra lo bueno para el arrepentimiento. Lo peor es estar privado del auxilio de Dios. 105.1. Ustedes, estando mutilados respecto a la verdad, ciegos de inteligencia y embotados mentalmente, no sufren ni se indignan, no desean ver el cielo ni al Autor del mismo, no procuran escuchar ni conocer al Creador y Padre de todo, uniendo su voluntad a la salvación. 106.4. Hombre, ten fe en el que es hombre y Dios; cree, hombre, en el que sufrió y ahora es adorado; los que son esclavos crean en el Dios muerto que vive. 106.5. Hombres todos, tengan fe en el único Dios de todos los hombres; crean y recibirán como recompensa la salvación. “Busquen a Dios y vivirá su alma” (Sal 68 [69],33). El que busca a Dios prepara su propia salvación; si encontraste a Dios, posees la vida. 107.1. Por consiguiente, busquemos para que también vivamos. La recompensa de la búsqueda es la vida junto a Dios. “Que se regocijen y se alegren en ti los que te buscan y digan sin cesar que Dios es grande” (Sal 69 [70],5). 110.1. Ciertamente, con una rapidez insuperable y con una benevolencia accesible, el poder divino llenó el universo de una semilla salvadora, iluminando la tierra. En verdad, el Señor no hubiera terminado así en tan poco tiempo una obra tan grande sin una solicitud divina, porque fue despreciado por su apariencia y adorado por su obra; Él es el Purificador, el Salvador, el Pacificador, el Verbo divino, el que ha aparecido como Dios verdadero, el que es semejante al Dueño del universo, porque era su Hijo y el Verbo estaba en Dios (Jn 1,1). 110.2. El que fue creído cuando fue preanunciado por primera vez, cuando tomó rostro humano y se revistió de carne para cumplir el drama salvador de la humanidad, pero no fue reconocido. 110.3. En efecto, era auténtico competidor y defensor del hombre; entregándose rápidamente a todos los hombres más deprisa que el sol, y saliendo de la misma voluntad del Padre, nos iluminó con toda facilidad; y así nos enseñó y nos mostró a Dios, de donde procedía y era Él mismo, poniéndose a nuestra disposición como el heraldo de la paz, el conciliador, nuestro Verbo salvador, fuente que trae la vida, fuente pacificadora que se difunde por toda la faz de la tierra; gracias a Él, por así decir, todo ha llegado a ser ya un mar de bienes.
Capítulo XI.116.1. Dios está siempre dispuesto a salvar a la multitud de los hombres (cf. Jn 10,11; Sal 22 [23],1; Is 40,11). Por eso también el buen Dios envió al buen Pastor; y el Verbo, al desplegar la verdad, mostró a los hombres la cima de la salvación, para que, una vez arrepentidos, se salvaran o para que fueran juzgados, si no obedecían. Esta predicación de la justicia es una buena noticia para los que obedecen y un tribunal para los que desoyen. 117.2. El amor realmente celestial y divino se une así a los hombres, cuando la verdadera belleza puede brillar alguna vez en el alma misma, una vez purificada por el Verbo divino; y lo mejor es que junto al auténtico querer camina la salvación, porque están bajo el mismo yugo, por así decir, la libre elección y la vida. 117.3. Por eso, esta única exhortación de la verdad es comparada a los más fieles amigos, porque permanece hasta el último suspiro, y es una buena escolta para los que van al cielo en el último y definitivo aliento del alma. ¿A qué te exhorto? Te apremio para que seas salvado. Esto es lo que quiere Cristo: te regala la vida con una única palabra. 117.4. ¿Y cuál es esa palabra? Apréndela brevemente: Verbo de la verdad, Verbo de incorruptibilidad, el que regenera al hombre, porque lo eleva a la verdad; el aguijón de la salvación, el que expulsa la corrupción, el que expulsa la muerte; el que ha construido un templo en los hombres, para establecer a Dios en los hombres.
Capítulo XII.123.2. Me parece que ya basta de palabras; si incluso he ido más lejos por amor al hombre, al exponer la participación que he recibido de Dios, ha sido para exhortar a ir hacia el mejor de los bienes, la salvación. Respecto de la vida que nunca tiene fin, ni las palabras pueden dejar alguna vez de explicar los misterios sagrados. A ustedes les queda todavía el conquistar finalmente lo más provechoso: el juicio o la gracia. Al menos yo pienso que no es legítimo dudar sobre cuál de esas cosas es mejor; ni tampoco es lícito comparar la vida con la perdición.
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Recopilación de textos y edición: Gabriel Edgardo LLugdar – Diarios de Avivamientos 2019 – Textos extraídos de primera fuente. Traducción perteneciente a la colección del Monasterio Benedictino de los Toldos.