Agustín y la ¿Sola Scriptura?

Sola Scriptura - Agustin y la Sola Escritura

Agustín, obispo de Hipona, es muchas veces utilizado para refrendar una postura doctrinal en particular, pero lamentablemente se arrancan trozos aislados del vasto campo de su pensamiento; y esto como consecuencia de desinformación, o lo que es peor, con la intención de desinformar. Entre esos pensamientos agustinianos fundamentales, sin los cuales no se puede entender el resto de su obra, estaban los de la autoridad de la Tradición y la autoridad de los Concilios Ecuménicos o Universales.

Para Agustín, la revelación ya está toda contenida en las Sagradas Escrituras, por lo que la cuestión no gira sobre la revelación sino sobre quién tiene derecho a interpretar esa revelación. En su disputa con los Donatistas, surge la cuestión de si el bautismo que se realizaba en esa secta era válido, él sostenía que sí pero el gran Cipriano, obispo y mártir anterior por quien Agustín sentía veneración, sostenía que ese bautismo no tenía validez, y dicha postura se refrendó en un concilio local; sin embargo, fuera de esa región se practicaba lo contrario. Lo primero que hace Agustín es establecer la primacía de las Escrituras:

«Pero, ¿quién ignora que la santa Escritura canónica, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, está contenida en sus propios límites, y que debe ser antepuesta a todas las cartas posteriores de los obispos, de modo que a nadie le es permitido dudar o discutir sobre la verdad o rectitud de lo que consta está escrito en ella? En cambio, las cartas de los obispos, de ahora o de hace tiempo, pero cerrado ya el canon de la Escritura, pueden ser corregidas por la palabra quizá más sabia de alguien más perito en la materia, por una autoridad de más peso o la prudencia más avisada de otros obispos, o por un concilio, si en ellas se encuentra alguna desviación de la verdad. [Tratado sobre el Bautismo. Libro II.IV.5. Traductor: P. Santos Santamarta, OSA]

¿Y qué pasaba entonces con el concilio, donde se había dispuesto algo que no era universalmente aceptado? Agustín afirma que un concilio menor está sometido a uno mayor, y este a la autoridad universal de la Iglesia:

«Incluso los mismos concilios celebrados en una región o provincia deben ceder sin vacilaciones a la autoridad de los concilios plenarios reunidos de todo el orbe cristiano. Y estos concilios plenarios a veces son corregidos por otros concilios posteriores, cuando mediante algún descubrimiento se pone de manifiesto lo que estaba oculto o se llega al conocimiento de lo que estaba oscuro»  [Ibíd.]

“arrastraron primero a Agripino, luego al mismo Cipriano, después a los que estuvieron de acuerdo con ellos en África, y también a los que quizá hubo en tierras transmarinas y remotas, y que por tales razones llegaron al extremo de pensar que se debía practicar lo que no tenía la primitiva Iglesia y que luego rechazó con inquebrantable firmeza y unanimidad el orbe católico. De suerte que una verdad más poderosa de la unidad y una medicina universal procedentes de la salud curaba el mal que se había comenzado a infiltrar en algunas mentes por semejantes discusiones. Vean los donatistas con qué seguridad emprendo esta tarea. Si no pudiera refutar cumplidamente sus afirmaciones, tomadas del concilio de Cipriano o de sus cartas, es decir, que el bautismo de Cristo no puede ser dado por los herejes, permaneceré seguro en la Iglesia, en cuya comunión permaneció el mismo Cipriano junto con aquellos que no estaban de acuerdo con él. [Tratado sobre el Bautismo Libro III.II.2. Traductor: P. Santos Santamarta, OSA]

En el texto que acabamos de leer dice Agustín algo muy importante, que parafraseado sería así: «si yo no pudiera refutar algo, opto por lo más seguro, permanezco en la unidad y unanimidad antigua de la Iglesia porque allí estaré seguro»

Cuando Agustín no encuentra referencia en la Escritura sobre el bautismo de bebés se ampara en la Tradición:

“[…] que es unánime en todos el sentir de la Iglesia católica, y que se remonta a la fe transmitida desde los tiempos antiguos y sólidamente establecida con voz de algún modo clara, y que se revuelve muy enérgicamente contra ellos aquello que he afirmado: «ellos dicen que en los párvulos no hay pecado alguno que deba ser lavado por el baño del bautismo». Porque todos corren a la Iglesia con los párvulos, no por otro motivo sino para que el pecado original, contraído por la generación del primer nacimiento, sea purificado por la regeneración del segundo nacimiento.” [El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Segundo – Primera Respuesta a Juliano de Eclana, II.4]

«Y especialmente acusa a la Iglesia extendida por el mundo entero, donde todos los infantitos en el bautismo reciben en todas partes el rito de la insuflación no por otra razón sino para arrojar fuera de ellos al príncipe del mundo, bajo cuyo dominio necesariamente están los vasos de ira desde que nacen de Adán si no renacen en Cristo y son trasladados a su reino una vez que hayan sido hechos vasos de misericordia por la gracia. Al chocar contra esta verdad tan fundamental, para no dar la impresión de que ataca a la Iglesia universal de Cristo, en cierta manera me habla a mí solo…» [El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Segundo – Primera Respuesta a Juliano de Eclana, XVIII.33]

Y por si quedaba alguna duda de la importancia de la Tradición para Agustín:

La costumbre de la madre Iglesia de bautizar a los niñitos jamás debe ser reprobada. De ningún modo debe ser juzgada superflua. Y debe sostenerse y creerse como tradición apostólica”. [Del Génesis a la Letra X.XXIII.39 Traducción: Lope Cilleruelo, OSA]

Tiene problemas Agustín para demostrar que el pecado original tenga suficiente respaldo bíblico, por eso recurre a la Tradición y a su Antigüedad:

«Yo no he inventado el pecado original que la fe católica confiesa desde antiguo» [El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Segundo – Primera Respuesta a Juliano de Eclana, XII.25]

“Con la brevedad y transparencia posibles, probaré, en tercer lugar, una doctrina que no es mía, sino de mis antecesores, que han defendido la ortodoxia de la fe católica contra tus falaces argucias y tus sofisticados argumentos. Por último, de no enmendarte, es inevitable un enfrentamiento con los grandes doctores de la Iglesia ante tu pretensión de que ni siquiera ellos en este punto defienden la verdad católica. Con la ayuda del cielo, yo defenderé su doctrina, que es la mía.”  [Réplica a Juliano – Libro I.I.3.]

Cada vez que Agustín tiene problemas para demostrar algo con la Escritura recurre a la autoridad de la Tradición:

«Y en este terreno vuestra impía novedad queda asfixiada por la verdad católica, con pátina de antigua tradición”. [Réplica a Juliano. Libro V.XII.48.]

“Si en serio tomas tus discusiones, debías darte cuenta de que todos tus razonamientos no impresionan ni pueden impresionar a un pueblo cuyas creencias se fundan en la verdad y en la antigüedad de la fe católica”. [Réplica a Juliano. Libro VI.XI.34.]

Claramente enseña Agustín que ante una doctrina que cause división debe aceptarse la postura que haya sido siempre enseñada, en todas partes, y por toda la Iglesia (Unanimis Consensus Patrum – El Conceso Unánime de los Padres)

«sería necesario considerar verdadero lo que desde toda la antigüedad cree y predica la verdadera fe católica en toda la Iglesia”. [Réplica a Juliano. Libro VI.V.11.]

Famosas son las palabras de Agustín sobre quién tiene la autoridad final, pues es la Iglesia la que determina el canon:

Yo, en verdad, no creería en el Evangelio si no me impulsase a ello la autoridad de la Iglesia católica. Por tanto, si obedecí a los que me decían que creyese al Evangelio, ¿por qué no he de obedecer a los que me dicen: «No creas a los maniqueos»? Elige lo que quieras. Si dices: «Cree a los católicos», ellos me amonestan a que no os otorgue la más mínima fe; por tanto, creyéndoles a ellos, no puedo creerte a ti; si dices: «No creas a los católicos», no obrarás rectamente al obligarme a creer a Manés en virtud del Evangelio, porque he creído en él por la predicación de la Católica. […]  yo me agarraré a aquellos por cuyo mandato creí al Evangelio, y por cuya orden en ningún modo te creeré a ti. Porque si, casualmente, pudieras hallar algo claro en el Evangelio sobre la condición de apóstol de Manes, tendrás que quitar peso ante mí a la autoridad de los católicos que me ordenan que no te crea; pero disminuida esa autoridad ya no podré creer ni en el Evangelio, puesto que había creído en él amparándome en la autoridad de ellos. […]  En los Hechos de los Apóstoles leemos quién ocupó el lugar del que entregó a Cristo. Si creo en el Evangelio, necesariamente he de creer en ese libro porque la autoridad católica me encarece igualmente uno y otro escrito.”. [Réplica a la carta de Manés 5.]

Es en la unidad del consenso donde está la firmeza de la doctrina, sostiene Agustín, quién continuamente repite en sus escritos «quien no ama la unidad no ama la verdad«

«Porque las cosas que dicen no son suyas, sino de Dios, el cual ha colocado la doctrina de la verdad en la cátedra de la unidad”. [Carta 105.16. Traducción: Lope Cilleruelo, OSA]

Agustín, entonces, cree en la Primacía de las Escrituras pero dentro del marco de la Tradición y no fuera de ella. Las Escrituras no pueden ser interpretadas por cualquiera, pues es la unidad de la totalidad lo que cuenta, son los Concilios Universales quienes tienen la máxima autoridad en materia de fe. Y por si quedaba alguna duda de que Agustín tenía a la Tradición como compañera inseparable de la Escritura, o mejor dicho, a la Escritura dentro del marco de la Tradición,  leamos esta sorprendente declaración suya:

“Ante todo, quiero que retengas lo que es principal en este debate, a saber: que Nuestro Señor Jesucristo, como El mismo dice en su Evangelio, nos ha sometido a su yugo suave y a su carga ligera. Reunió la sociedad del nuevo pueblo con sacramentos, pocos en número, fáciles de observar, ricos en significación; así el bautismo consagrado en el nombre de la Trinidad, así la comunión de su cuerpo y sangre y cualquiera otro que se contenga en las Escrituras canónicas.

Y aquí remata Agustín:

Todo lo que observamos por tradición, aunque no se halle escrito; todo lo que observa la Iglesia en todo el orbe, se sobreentiende que se guarda por recomendación o precepto de los apóstoles o de los concilios plenarios, cuya autoridad es indiscutible en la Iglesia. [Carta 54.1,2. Traducción: López Cilleruelo, OSA]

Lo que toda la Iglesia desde toda la antigüedad ha sostenido es lo que determina la validez de una doctrina. Las novedades, que no tienen el consenso unánime de los Padres o de los Concilios deben ser desechadas. Es precisamente a esos Padres a los que Agustín se dirige con las siguientes palabras:

  • «una asamblea de santos Padres digna de toda veneración y respeto» [Réplica a Juliano – Libro I.IV.12. ]
  • «¿Te parece irrelevante la autoridad de todos los obispos orientales, centrada en San Gregorio?… jamás los orientales hubieran sentido tanta estima y reverencia por él si no reconociesen en su doctrina la archiconocida regla de la verdad» [Réplica a Juliano – Libro I.V.15,16 ]
  • «Te atreves a oponer estas palabras del santo obispo Juan Crisóstomo a las de tantos y tan insignes colegas suyos y presentarlo como adversario y como miembro disidente de su compañía en la que reina la más perfecta armonía, ¡Dios no lo permita!» [Réplica a Juliano – Libro I.VI.21,22] 
  • • «¿No queda esto bien probado por el testimonio de todos los santos y sabios doctores ya citados? … Padres tan ilustres de la Iglesia». [Réplica a Juliano – Libro I.VII.29]
  • “Todos [los Padres que ha ido mencionando] han brillado en el cielo de la Iglesia por sus escritos, repletos de sana doctrina. Todos, vestidos con coraza espiritual, lucharon aguerridos contra la herejíaAdemás, la asamblea de los santos en la que te he introducido no es una muchedumbre del pueblo, sino de hijos y Padres de la Iglesia. Son del número de aquellos de quienes se dice: En lugar de padres, tendrás hijos; los harás príncipes sobre todo la tierra. Son todos hijos de la Iglesia, de la que aprendieron estas verdades; y se hicieron Padres para enseñarlas.» [Réplica a Juliano – Libro I.VII.30,31 Escritos Antipelagianos 3. BAC]

Agustín afirma la regla que él usaba con los Padres de la Iglesia, y a la que a su vez él se sometía; pues como le gustaba recordar a sus lectores, estaba dispuesto a corregir sus opiniones a la luz de otros más ilustres:

 “Entra, pues, Juan [se refiere al gran Juan Crisóstomo], por favor; toma asiento entre tus hermanos, de los que ningún argumento ni tentación te puede separar. Necesito conocer tu opinión, porque este joven —Juliano— pretende encontrar en tus escritos motivos para vaciar e invalidar la doctrina de tantos y tan insignes colegas en el episcopado. Y, si fuera verdad que ha encontrado en tus discursos algo de lo que pretende haber leído y fuese evidente que participaras de su sentir, permite te diga que jamás puedo anteponer el testimonio de uno solo al de tantos insignes doctores en una cuestión en que la fe cristiana y la fe de la Iglesia jamás han variado. Mas no permita Dios hayas albergado sentimientos contrarios a los de la Iglesia, en la que ocupas sitial preeminente. Haznos oír tu palabra». [Réplica a Juliano – Libro I.VI.23,28

En el estudio de la doctrina nunca se debe anteponer el testimonio de un solo Padre o Doctor al Consenso unánime de toda la Iglesia desde toda la antigüedad.

“Con la ayuda de Dios, confío, ¡oh Juliano!, destruir tus ardides mediante testimonios tomados de los escritos de egregios obispos que con gran competencia han comentado las Sagradas Escrituras. […] Demostraré, pues, que, con perversa intención de perjudicar, acusas de herejes ante los indoctos a los que con gran celo han defendido la doctrina y la fe de la Iglesia católica contra los heterodoxos. Mi objetivo actual es refutar con palabras de estos santos doctores todos los argumentos que aducís… Y no dudo que el pueblo cristiano prefiera adherirse al sentir de estos eximios varones y no a vuestras profanas novedades.” [Réplica a Juliano – Libro II.I.1]

Hemos visto en este estudio que Agustín no era hombre de Sola Scriptura, inseparablemente de ella abrazaba, y se sometía, al consenso unánime de los Padres y Concilios.  Esta autoritativa Tradición la definía como una «ciudadela fortificada», y afirmaba que: «Es una estupenda disciplina esa de recoger con cuidado a los débiles dentro de la ciudadela de la fe».  [Carta 118.32.]

Todos los textos han sido extraídos de sus fuentes primarias, en sus respectivas traducciones al españolArtículo y recopilación de textos: Gabriel Edgardo LLugdarDiarios de Avivamientos – 2018.

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