La Iglesia verdadera

Últimamente he estado escuchando a algunos apologetas católicos y quisiera, más que responderles a ellos, aclarar cualquier duda sembrada por ellos. Vamos a desarrollar un poco más este tema que ya toqué brevemente en el libro 10 Razones para No ser Evangélico Vs Diez Razones para No ser Católico, el cual pueden descargar gratuitamente en el link. 

Extra ecclesiam nulla salus Fuera de la Iglesia no hay salvación

Un poco de historia:                  

Orígenes de Alejandría († 253) afirmaba:

«Nadie se haga ilusión, nadie se engañe: fuera de esta casa, es decir, fuera de la Iglesia, nadie se salva. Aquí está el signo de la sangre, porque aquí está la purificación que se hace por la sangre» [ORÍGENES, Homilías sobre Josué, 3,9. Cit. La Predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC]

Por su parte san Cipriano de Cartago († 258) sostenía que:

«Y como el nacimiento de los cristianos está en el bautismo, y como la generación y santificación por el bautismo sólo está en la única esposa de Cristo, que es la que puede engendrar y dar a luz espiritualmente hijos para Dios, ¿dónde, de qué madre y para qué padre ha nacido el que no es hijo de la Iglesia? ¡Para tener a Dios por padre es preciso tener antes a la Iglesia por madre!»   [Carta 74, Cipriano a Pompeyo. Biblioteca Clásica Gredos 255, Cipriano de Cartago.]

¿Católica o Católica Romana?

El Señor Jesucristo fundó una sola Iglesia, y una cabeza no puede tener más de un cuerpo, así que todos estamos de acuerdo en que la iglesia como Cuerpo solo puede ser una. ¿Dónde fundó Cristo su Iglesia? Podemos afirmar que la Iglesia comienza a existir y a funcionar plenamente desde el día de Pentecostés en Jerusalén, cuando el apóstol Pedro usando las llaves del reino de los cielos abrió la puerta primeramente a los judíos.

¿Cómo denominamos a esa iglesia?

Hechos 2:5 Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo.[1]

Desde su inicio la iglesia manifiesta su universalidad (de todas las naciones que hay debajo del cielo), su catolicidad (que abarca o está conforme al todo) y su ecumenicidad (oikoumene = toda la tierra habitada). Una palabra griega que conforma la raíz del término katholikós es holos (todo), y podemos hacernos una idea mayor con otra palabra derivada de esta raíz: holograma, que es una vista tridimensional de un objeto que se puede contemplar de todos los ángulos. La Iglesia no se puede contemplar, abarcar o entender solo desde un punto de vista estático o plano; ni tomando una parte sino el todo, el conjunto con sus generalidades y particularidades.

El término Iglesia católica fue usado por primera vez por el obispo Ignacio de Antioquía († 107):

«Allí donde aparezca el obispo, debe estar la comunidad; tal como allí donde está Jesús, está la Iglesia católica.»   [Ignacio, de Antioquía. Carta a los Esmirnenses 8]

Los apologistas católicos suelen entrar en éxtasis cuando leen esto y comienzan a exclamar «¡¿Lo veis?, ¿lo veis?, allí estaba nuestra iglesia católica, y los Padres de la Iglesia son nuestros, nuestros!» Bien, queridos apologistas católicos, mientras os tomáis una infusión de tila os lo explico. Ignacio dice aquí algo maravilloso «allí donde está Jesús, está la Iglesia católica», es decir que en cualquier lugar de la oikoumene (tierra habitada) donde esté Jesús (Jesús está en donde dos o tres estén congregados en su nombre) allí está la Iglesia Católica, universal, el todo. No dice Ignacio que donde está la iglesia Católica Romana está Jesús (aunque ellos pretendan tener los derechos de imagen) sino que donde quiera que Jesús esté presente en medio de los que le invocan ellos forman parte de la Iglesia Católica. El apóstol Pablo lo expresa mejor:

1 Corintios 1:2  «a la Iglesia de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos»[2]

Pablo habla de la Iglesia de Dios que está en Corinto, pero no solo allí está la Iglesia sino en cualquier lugar donde invocan el nombre de Cristo, que no solo es Señor nuestro sino de ellos. Un católico romano no hubiera escrito lo mismo, hubiera dicho: «con cuantos en cualquier lugar se someten al Obispo de Roma, y si no hacen esto el Señor no es de ellos». Pero veamos ahora lo que el apóstol Pablo le escribe a la misma iglesia de Roma:

Romanos 1:5-6 «por quien recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles, entre los cuales os contáis también vosotros, llamados de Jesucristo»[3]

Nótese que el apóstol no dice que la iglesia de Roma está por sobre los cuales, es decir, los gentiles que han obedecido a la fe, sino entre los cuales. La iglesia de Roma es una parte y no el todo.

Vemos entonces que la Iglesia es católica, universal, porque Cristo está allí en cualquier lugar del mundo donde se le invoque; y donde está Cristo allí está la Iglesia que es su Cuerpo. Pero los apologetas católicos son muy hábiles manipulando las palabras, y donde los Padres de la Iglesia hablan de «católica» ellos hacen creer que se refieren a la «romana», pero lejos de los Padres tal idea.

Como dijimos al principio, podemos hablar del nacimiento de la Iglesia en el día de Pentecostés en Jerusalén, allí había judíos de toda la oikoumene:

Hechos 2:10 «Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos»[4]

No se sabe a ciencia cierta quién o quienes fundaron la iglesia en Roma, es muy probable que esos forasteros romanos que estaban allí se convirtieran con la predicación de Pedro, y luego regresaran a su tierra y establecieran la iglesia allí. Cuando los apóstoles van a Roma se encuentran con una iglesia que ya gozaba de cierto prestigio.

Los católicos romanos nos dicen «nuestra iglesia la fundó Cristo, la de ustedes los hombres», bien, hasta donde sé Jesucristo fundó su Iglesia en Jerusalén, no en Roma (que fue fundada por hombres que salieron de Jerusalén); y también hasta donde sé los evangélicos no salimos de un huevo kínder. La Iglesia se expandió desde Jerusalén hacia el mundo, y las iglesias (con minúsculas) que se fundaron forman parte del todo que es la Iglesia (con mayúscula) católica, universal. En los primeros siglos del cristianismo la Iglesia estaba liderada por una pentarquía, cinco grandes patriarcados que más de una vez peleaban entre sí por el predominio: Jerusalén, Antioquía, Roma, Constantinopla y Alejandría. Con el paso de los siglos solo quedaron dos grandes centros de poder: Roma y Constantinopla, cuyos obispos o patriarcas mantuvieron una lucha encarnizada, el primero para mantener el poder absoluto, el segundo para mantener la independencia.

« Total que ya estaba instalado el sistema que más tarde se designaría entre los ortodoxos con el nombre de la Pentarquía. Según ese sistema, a cinco de las principales sedes episcopales se les atribuiría un prestigio especial, y se establecería entre las cinco una orden fija de honor, empezando por Roma, pasando por Constantinopla, Alejandría y Antioquía, y acabando en Jerusalén. Las cinco tenían origen apostólico. Las primeras cuatro eran las ciudades más importantes del Imperio Romano; y la quinta fue añadida porque ahí era donde Cristo había sufrido en la Cruz y resucitado de los muertos. Al obispo de cada ciudad se le concedía el título de Patriarca. Los cinco Patriarcados dividieron entre sus cinco jurisdicciones el mundo entero conocido, los ortodoxos creen que, de los cinco Patriarcas, al Papa se le debe atribuir un prestigio particular. La Iglesia Ortodoxa se niega a aceptar la doctrina de autoridad papal propuesta en los decretos del Concilio Vaticano de 1870 y promulgada hoy en la Iglesia Católica Romana; al mismo tiempo, la Ortodoxia no pretende negarle a la Santa y Apostólica Sede de Roma la primacía de honor, junto con el derecho (en determinadas circunstancias) de recibir apelaciones de cualquier territorio de la cristiandad. Que conste que hemos empleado la palabra primacía y no supremacía. Los Ortodoxos consideran al Papa como el obispo “que preside en el amor”, adaptando una frase de las de San Ignacio: el error de Roma, según los ortodoxos, consiste en el haber convertido esta primacía o “presidencia de amor” en una supremacía de poder y de jurisdicción externos. […] Lo que se dijo antes de los Patriarcas también se debe decir del Papa: la primacía que se concede a Roma no perjudica la igualdad esencial de todos los obispos. El Papa es el primer obispo dentro de la Iglesia – pero es primero entre iguales (primus inter pares).»    [Kallistos, Ware. La Iglesia Ortodoxa. Editorial Angela, p. 24 ss]

Esta obstinación por el poder y la hegemonía condujo al gran cisma de oriente en el año 1054; y la que hasta entonces había sido una Iglesia quedaba ahora dividida en dos grandes bloques que se desconocerán mutuamente.

«En varias ocasiones, a partir de finales del siglo VI, hay patriarcas de Constantinopla que usan el título de «patriarca ecuménico», superior a los otros patriarcas orientales; cada vez Roma protesta, como lo habían hecho en su tiempo Pelagio II y Gregorio el Grande. Los patriarcas se apoyan sobre la práctica inaugurada a la hora de la conversión de Constantino: el rango de los obispados en la jerarquía corresponde al rango civil de su ciudad; al cambiar el rango civil lo hace el rango eclesiástico; por esa razón Constantinopla, como capital del Imperio de Oriente, como nueva Roma, es también sede de patriarcado. El mismo razonamiento explica la importancia de Roma y su carácter histórico, es decir, no eterno. En el Concilio de Calcedonia, el papa León I había rechazado expresamente y con éxito los cánones ahí presentados que afirman la igualdad de prerrogativas entre Constantinopla y Roma y la tesis según la cual la sede de la antigua Roma recibió el primado «de los padres», «en consideración de su rango de capital del Imperio». Se ve inmediatamente cuál es el envite: la posición de Roma no tiene nada que ver con el «Tú eres Pedro…» de Cristo, sino que lo debe todo a los hombres. Conclusión: eso puede cambiar… Retomada en el concilio «in trullo» de 692, la misma argumentación vuelve a ser rechazada por el papa Sergio, pero para esa fecha el contencioso ha crecido entre los dos mundos. A las tesis del Canon 28 les está destinado un largo porvenir y son válidas todavía en el siglo XXI, cuando se trata de rechazar el primado de derecho divino del obispo de Roma diciendo que éste, sea honorífico o jurisdiccional, sólo tiene origen eclesiástico, es decir: humano.»   [Meyer, Jean. La gran controversia. Las iglesias católica y ortodoxa de los orígenes a nuestros días. Ed. Tusquets, p.85]

Desde Constantinopla se argumentaba que el rango de la iglesia de Roma dependía de su condición política, y al haber dejado de ser capital del imperio (tras la caída del 476) ya no ostentaba dicho poder; es decir, no se trataba de un derecho divino sino eclesiástico, algo que los hombres podían concederlo o quitarlo según la condición política imperante.

La iglesia Católica Romana afirma que los orientales se separaron de ellos, sin embargo los orientales afirman que son los católicos romanos los que se apartaron de la verdadera Iglesia:

« “Rechazamos de nosotros a los latinos, por ninguna otra razón, sino justamente porque son los heréticos” (San Marcos de Éfeso). “Nuestra Iglesia Ortodoxa considera a los católicos romanos: los heréticos” (Venerable Starets Macario de Óptina). “La Iglesia de Roma hace mucho se desvió hacia las herejías e innovaciones… y, de ningún modo, pertenece a la Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia” (Venerable Starets Ambrosio de Óptina). “La herejía de los latinos es la peor de todas las herejías… porque ella lleva al hombre en lugar de a Cristo a otro hombre, le enseña que en lugar de Cristo crea en un hombre: en el Papa” (Hieromártir Andrónico Nikolski). La Epístola patriarcal y sinodal (del año 1895) dice directamente que, para alcanzar la salvación, los católicos romanos necesitan llegar a la Ortodoxia: “La Iglesia del Occidente, desde el siglo X hasta ahora ha incluido en sí misma, a través del papismo, varias enseñanzas e innovaciones ajenas y heréticas, y de esa manera se cortó y se alejó de la Iglesia Oriental Ortodoxa; para adquirir en Cristo la salvación tanto deseada, es muy necesario para ustedes que regresen y acepten las enseñanzas de la Iglesia, antiguas e invioladas” […] Con respecto a San Teófano el Recluso – él claramente enseñaba que sólo la Iglesia Ortodoxa es la Iglesia Verdadera, que fuera de Ella no hay Cristo, no hay verdad, no hay salvación: “No es necesario vaguear con la mirada acá y allá para que se vea dónde está la verdad… Fuera de la Iglesia Ortodoxa no hay verdad. Ella es el único guardián fiel de todo lo que el Señor mandó a través de los Santos Apóstoles, y por eso Ella es la verdadera Iglesia Apostólica.»   [Maximov, Jorge. Fuera de la Iglesia no hay salvación. Ed. Simeón]

Raramente escucharás hablar a los apologistas católicos sobre esta opinión que de ellos tienen los ortodoxos, para quienes los cismáticos que salieron de la verdadera Iglesia son los católicos romanos.

Después del cisma, la iglesia católica romana no aprendió la lección y siguió adjudicándose la suprema autoridad universal:

«Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni remisión de los pecados»  [Papa Bonifacio VIII, Unam sanctam, 18 de noviembre de 1302, ex cathedra]

Los apologetas romanistas te dirán que la única Iglesia es la de ellos, que fuera de «la católica» puede haber «asambleas eclesiásticas» pero no verdaderamente iglesias; y que tu salvación corre peligro si persistes en alejarte de Roma. Usan para ello la Constitución Dogmática sobre la Iglesia LUMEN GENTIUM:

«El sagrado Concilio fija su atención en primer lugar en los fieles católicos. Y enseña, fundado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación… Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella. A esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los Obispos…»   [Concilio Vaticano II. Lumen Gentium, 14]

Con respecto a lo expresado en primer lugar: la Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, le concedemos toda la razón; pues fuera de la Iglesia, que es Cuerpo de Cristo, no hay salvación. Afirmar lo contrario sería reconocer que Cristo no es el único camino al Padre, o que cualquier religión que se practique sinceramente puede conceder la salvación. Es en la Iglesia donde las almas nacen a la vida eterna por medio de la predicación del Evangelio, así lo instituyó Cristo y así lo proclamamos. El problema surge con el segundo enunciado: Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella.Aquí es donde se evidencia el astuto intercambio de significados y la manipulación del término «Iglesia».

El catolicismo romano primeramente utiliza los pasajes de los Padres de la Iglesia, en donde se habla de «Iglesia Católica», para afirmar que esos textos se refieren a ellos. Ya hemos visto que esto es mera manipulación, pues los Padres no se referían al romanismo (iglesia latina u occidental) sino a la Iglesia universal (tanto de occidente como oriente, que hasta el cisma del 1054 estaban unidas). Una vez que han logrado imponer la idea de que Roma era el centro de la cristiandad (haciendo desaparecer del mapa a los demás patriarcados) pasan al siguiente paso, hacer creer que quien se niega a entrar en la iglesia Católica Romana no puede salvarse, y allí no le daremos la razón.

Es perverso el manipular de esta manera los términos «Iglesia Católica» e «Iglesia Católica Romana» haciéndolos parecer sinónimos, cuando esta última es solo una parte y no el todo. Ya hemos visto que las iglesias ortodoxas (al igual que otras orientales) consideran herética a la iglesia romana. Por ello debemos usar la terminología correcta, cuando nos referimos a la iglesia sujeta al papado debemos llamarla iglesia católica romana, y no solamente iglesia católica pues este último término se refiere a toda la Iglesia, y es así como se denomina en la patrística a la Iglesia unida de Occidente y Oriente antes del cisma.

Para concluir este capítulo diremos en primer lugar que no aceptamos las calificaciones despectivas de los apologistas católicos, como si los evangélicos no fuésemos parte de la única Iglesia de Cristo y meramente nos califiquen como «asambleas eclesiásticas» o «hermanos separados» cuya salvación corre peligro si no nos sometemos al Papa. Y en segundo lugar confesamos que:

  1. La Iglesia es Católica, universal, y abarca el todo del Cuerpo de Cristo, y fuera de esa Iglesia no hay salvación pues las demás religiones no conducen al Padre.
  2. Cuando los Padres de la Iglesia hablan de la Iglesia Católica no se refieren a Roma sino a todo el cristianismo (iglesias de occidente y de oriente)
  3. La Iglesia Católica Romana es una parte del todo, no el todo.
  4. Las iglesias ortodoxas y orientales son tan antiguas y apostólicas como la de Roma, y sus obispos pueden reclamar lo mismo que reclaman los obispos romanistas.
  5. La iglesia Católica Romana no tiene el monopolio de la salvación, podrá amedrentar a sus fieles amenazándolos con caer en la condenación si salen de ella, pero no puede amenazarnos a nosotros por negarnos a entrar.

Los ortodoxos afirman que fuera de la iglesia Ortodoxa no hay salvación, los romanistas afirman que fuera de la iglesia Católica Romana no hay salvación, pero los evangélicos confesamos que fuera de la Iglesia no hay salvación. Y a esa «Iglesia» no le adosamos «nuestra denominación» para apropiarnos en exclusiva del todo, pues reconocemos que somos una parte; y en cada parte, allí donde nos congregamos en el nombre de Cristo, está el todo: la Iglesia, Católica, Universal, Apostólica, y que resplandece en toda la oikoumene.

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar


[1] Biblia de Jerusalén 1976

[2] Biblia de Jerusalén 1976

[3] Ídem

[4] Ídem

El sermón que todo calvinista prefiere ignorar

Juan Crisóstomo (344-407). Nació y creció en Antioquía. En el 398 fue proclamado obispo de Constantinopla, fue conocido posteriormente como Crisóstomo “boca de oro” por su fama de extraordinario predicador. Fue un gran teólogo, de los más influyentes en la iglesia de habla griega, por su celo reformador sufrió persecución, murió camino al exilio. Después de su muerte su fama creció en todo el mundo cristiano, siendo uno de los Padres de la Iglesia más admirado por su ortodoxia. Sus sermones son fuente de doctrina segura y consuelo pastoral para todo creyente.

Sermones sobre el Evangelio de san Juan, Sermón X

Juan 1:11  A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.

«Hermanos queridísimos: siendo Dios generoso y benéfico, hace todo y recurre a cualquier medio para que en nosotros brille la virtud. Y, aunque desea que entremos a formar parte de la jerarquía de los elegidos, a nadie constriñe por fuerza, sino que mediante la persuasión y los beneficios, invita y atrae hasta sí a todos voluntariamente. Por esta razón, cuando habitó entre nosotros, algunos lo acogieron y lo rechazaron otros.

Él no quiso tener servidores a su pesar o movidos por la necesidad. Quiere que cada cual acuda a Él libremente y por una libre elección y que le esté agradecido y reconocido por el honor de estar a su servicio. Cuando los hombres tienen necesidad de servirse de sus esclavos, les obligan, contra su voluntad, a someterse a la dura ley de la esclavitud. Dios, sin embargo, no teniendo necesidad de nadie por no estar sometido a ninguna de las necesidades a las que se ven los hombres expuestos, todo lo obra atendiendo exclusivamente a nuestra salvación, si bien quiere que ésta, en último término, dependa de nuestra libre voluntad. Por eso no ejerce violencia o presión contra quienes lo rechazan. Su única mira es favorecernos. Y Él no considera que nos beneficie ser forzados a hacer lo que no queremos.

Entonces -dirá tal vez alguno-, ¿por qué castiga a quienes no quieren servirlo y amenaza con el infierno a los que no cumplen sus mandamientos? Porque, siendo bueno como es, constantemente se preocupa de nosotros, aun de quienes no lo obedecen. Por más que le rechacemos o huyamos de Él, Él nunca se aparta de nosotros. Y cuando no queremos seguir el primer camino que nos traza, el del bien, y nos resistimos a su persuasión y a sus beneficios, pone ante nuestros ojos el camino del tormento y los suplicios, camino ciertamente durísimo, pero necesario. A quien desprecia aquel primer camino, se le hace considerar este segundo.

Permaneced atentos ahora: Vino a su casa, no movido por alguna necesidad, pues Dios, como ya he dicho, nada necesita, sino para derramar sobre nosotros sus beneficios. Mas ni aun así, a pesar de que fue a su casa para ventaja de la misma, quisieron los suyos acogerlo, sino que lo rechazaron de malas maneras. Y no bastándoles con ello, llegaron hasta arrastrarlo fuera de la viña y a asesinarlo. Y, sin embargo, aun habiendo padecido todo eso, a quienes cometieron tan enorme delito -con tal de que estuvieran dispuestos-, les dio la posibilidad de arrepentirse y de purificar su pecado mediante la fe en El, dejando que se equipararan a quienes no habían cometido ningún pecado parecido y ofreciéndoles, además, la posibilidad de llegar a ser amigos suyos. En verdad, los pecados de quienes se habían hecho culpables eran lo suficientemente graves como para no merecer perdón.

Pero no fue ése el único daño que éstos se acarrearon, sino también el de no conseguir las ventajas que, por el contrario, alcanzaron quienes lo recibieron. ¿Cuáles fueron esas ventajas? Escuchad: A quienes lo recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.

Fueran esclavos o libres, griegos, bárbaros o escitas, sabios o ignorantes, hombres o mujeres, muchachos o ancianos, nobles o de humilde cuna, ricos o pobres, príncipes o ciudadanos privados, todos por igual, se dice, llegaron a ser dignos del mismo honor. La fe y la gracia del Espíritu borran cualquier diferencia entre las diversas condiciones humanas, reducen a todos a una misma forma y sobre todos imprimen el mismo sello real.

Y ¿por qué el evangelista no dice: «les hizo hijos de Dios», sino: les dio poder de llegar a ser hijos de Dios? Habla así para prevenirnos de que debemos aplicarnos con gran diligencia para conservar siempre inmaculada e íntegra en nosotros la imagen de la adopción recibida en el bautismo. Y para subrayar, al mismo tiempo, que ese poder nadie nos lo podrá quitar, si nosotros mismos no nos privamos de él. Mas, a la par, quiere recordarnos que la gracia del Señor a nadie se concede por casualidad, sino sólo a quienes poseen firmeza de propósitos y sienten un vivo deseo de ella. Sólo esos alcanzan el poder de llegar a ser hijos de Dios. El don de la gracia no desciende ni obra su efecto sobre quienes desde un primer momento se desentienden por completo de Él.

En todo caso, dejando de lado cualquier forma de violencia, nos enseña que dependemos de nuestra libertad y de nuestras propias decisiones. De eso precisamente está hablando también ahora. En la vida sobrenatural depende de Dios dar la gracia, pero está en nuestras manos el acogerla con fe viva. Y es, además, menester una gran diligencia. Para custodiar la pureza del alma no basta con bautizarse y creer, sino que, si queremos gozar siempre de la alegría que proviene de la inocencia, es necesario que, por nuestra parte, nos esforcemos en vivir de manera digna del don que hemos recibido. Merced al bautismo se produce en nosotros un místico renacimiento y el perdón de todos los pecados previamente cometidos. Pero desde entonces en adelante, queda en nuestras manos y encomendado a nuestra diligencia el permanecer puros y evitar mancharnos con otras culpas.

Si manchamos tan bello manto, debemos sentir temor no pequeño a que, por nuestra pereza espiritual y por nuestros pecados, seamos también nosotros expulsados fuera de la sala del banquete nupcial, como les sucedió a las cinco vírgenes necias, como ocurrió también con aquel que no llevaba el traje de boda. Este debía sentarse entre los comensales: había recibido la invitación, pero, como después de haber recibido esa invitación, ofendió a quien lo había invitado, escuchad cómo fue castigado y con qué severo y terrible castigo. Habiendo sido admitido a participar en un banquete tan suntuosamente dispuesto, no es que fuera sólo expulsado de la sala del convite, sino que, además, atado de pies y manos, fue expulsado a las tinieblas exteriores, donde hay un perpetuo llanto y rechinar de dientes.

Hermanos queridísimos: no creamos que la sola fe basta para nuestra salvación. Si no llevamos una vida intachable y nos presentamos con vestidos indecorosos a una invitación tan prometedora y alegre, no podremos escapar a la misma pena que padeció aquel desgraciado. Qué absurdo es que mientras quien es Dios y rey no se avergüenza de invitar a hombres ineptos y despreciables, sino que los hace venir desde las encrucijadas de los caminos para hacerles participar de su banquete, nosotros seamos tan perezosos que nada hagamos para mejorar después de haber recibido el honor de esa invitación.

Si no queremos hacernos dignos de esa invitación, no debemos culpar a quien nos ha honrado tanto, sino a nosotros mismos. No es Él quien nos expulsa de la admirable congregación de los convidados: nosotros mismos somos quienes nos excluimos de ella. El, por su parte, ha hecho cuanto debía hacer: ha dispuesto las nupcias, ha preparado el banquete, ha mandado a sus siervos a llamar a los invitados, ha recibido a quienes se han presentado, haciendo a todos los honores de la casa. Y nosotros, ofendiéndole a Él y a los invitados y a las nupcias con nuestros sucios vestidos, o sea, con nuestras malas acciones, hemos merecido de sobra que, a la postre, acaben por echarnos fuera. Quiera Dios que nadie, ni de nosotros ni de los demás, tenga que probar el desdén de quien le invitó al banquete.

Quiera el cielo que a todos nosotros nos cumpla esa felicidad, por la gracia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual y con el cual sean dados gloria, honor y victoria al Padre, junto con el Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.»

Juan Crisóstomo, Sermones sobre el Evangelio de san Juan, Biblioteca Patrística, Editorial Ciudad Nueva

La predestinación calvinista, condenada por la Iglesia

Según la predestinación calvinista no todos los hombres son creados para el mismo fin:

«Dios predestina a algunos para destrucción desde que son creados» [Calvino, De la Predestinación, capítulo 5].

«Llamamos predestinación al decreto eterno de Dios por el cual determinó lo que quiere hacer de cada uno de los hombres. Porque Él no los crea con la misma condición, sino antes ordena a unos para la vida eterna, y a otros para la condenación perpetua. Por lo tanto, según el fin para el cual el hombre es creado, decimos que está predestinado a la vida o a la muerte.»  [CALVINO. Institución de la Religión Cristiana. Tomo 2. São Paulo: Unesp, 2009, p. 380]

Según el predeterminismo calvinista el pecado y la caída de Adán no solo fue permitido por Dios, sino ordenado [planificado y llevado a cabo] por Dios:

“Dios previó la Caída de Adán, e indudablemente permitirle caer no fue algo contrario a Su voluntad, sino conforme a ella. […] Y también que, puesto que todos están perdidos en Adán, los que perecen, perecen por el justo juicio de Dios; pero al mismo tiempo testifico como mi solemne confesión que lo que le sucedió, o le sobrevino, a Adán, estaba ordenado por Dios.” [CALVINO, Juan. De la Predestinación y la Providencia de Dios. Capítulo 6]

Agustín dice acerca de su propia autoridad: «Yo desearía que cada uno aceptara mis opiniones de tal modo que me siguiese únicamente en aquello de lo que le consta que yo no me he equivocado. Pues yo escribo libros en los que me encargo de refundir mis propias obras, para mostrar que ni siquiera yo me he seguido a mí mismo en todas las cosas». Lamentablemente, a lo largo de la historia del dogma algunos tomaron las especulaciones filosóficas-teológicas de Agustín sobre la “predestinación” y las convirtieron en “dogmas de fe”, sin tener en cuenta las advertencias del mismo Agustín. Mucho antes de la Reforma Protestante la Iglesia se encargó de condenar repetidamente la herejía del predestinacionismo, hasta llegar al siglo XVII con el obispo Cornelio Jansenio y el jansenismo (la versión católica de Calvino y el calvinismo).

«La confrontación con la herejía pelagiana resulta larga y agotadora y, al caer toda esperanza de hacer entrar en razón al adversario, asume tonos cada vez más duros y ásperos, sobre todo en la polémica contra el discípulo de Pelagio, Juliano de Eclana; en este caso Agustín llega casi a rozar la exasperación polémica, la cual, si no la situamos en el contexto más amplio del debate, podría hacer caer sobre él la acusación de predestinacionismo.»   [OROZ RETA, J. y GALINDO RODRIGO, J. A. El Pensamiento de San Agustín para el hombre de hoy Tomo I, La Filosofía Agustiniana. Ed. EDICEP, p. 119]

«Las tesis agustiniana sobre la relación entre libertad y gracia, maduradas en el contexto de una polémica encendida con los pelagianos, están en el centro de las disputas que dan trabajo a la teología moderna, mientras con la Reforma protestante se asiste a la formación de un verdadero y propio agustinismo heterodoxo. Un grave malentendido se producirá con Bayo y Jansenio; en el primero viene a perderse el carácter de gratuidad radical de la gracia, con resultado más pelagiano que agustiniano, mientras en el segundo la gracia viene a transformarse en fuerza invasora e invencible de la que poquísimos elegidos podrían beneficiarse. Luteranismo y jansenismo, aun apelando ambos a la doctrina agustiniana, en realidad «son un malentendido radical de ella». Agustín efectivamente no sólo no opone gracia y libertad, sino que ve en la primera la elevación y el perfeccionamiento de la segunda.» [OROZ RETA, J. y GALINDO RODRIGO, J. A. El Pensamiento de San Agustín para el hombre de hoy Tomo I, La Filosofía Agustiniana. Ed. EDICEP, p. 171]

A continuación demostraré por medio de los cánones y capítulos de los sínodos y concilios cómo la Iglesia (en todo lugar y en todo tiempo) condenó la predestinación tal como la enseña actualmente el calvinismo.

Controversia en la teología medieval:

Sínodo de Arlés, año 473: Carta de sumisión del presbítero Lúcido. Sobre la doctrina de la predestinación del presbítero Lúcido trataron dos sínodos: el Sínodo de Arlés del año 473 y poco después el Sínodo de Lyon. La refutación escrita fue redactada por el obispo Fausto de Reji y enviada a los treinta obispos sinodales de la Galia. Lúcido tuvo que suscribirla.

«Vuestra corrección es pública salvación y vuestra sentencia medicina. De ahí que también yo tengo por sumo remedio, excusar los pasados errores acusándolos, y por saludable confesión purificarme. Por tanto, de acuerdo con los recientes decretos del Concilio venerable, condeno juntamente con vosotros aquella sentencia

  • que dice que no ha de juntarse a la gracia divina el trabajo de la obediencia humana; que dice que después de la caída del primer hombre, quedó totalmente extinguido el albedrío de la voluntad;
  • que dice que Cristo Señor y Salvador nuestro no sufrió la muerte por la salvación de todos;
  • que dice que la presciencia de Dios empuja violentamente al hombre a la muerte, o que por voluntad de Dios perecen los que perecen;
  • que dice que después de recibido legítimamente el bautismo, muere en Adán cualquiera que peca;
  • que dice que unos están destinados a la muerte y otros predestinados a la vida;
  • que dice que desde Adán hasta Cristo nadie de entre los gentiles se salvó con miras al advenimiento de Cristo por medio de la gracia de Dios, es decir, por la ley de la naturaleza, y que perdieron el libre albedrío en el primer padre;
  • que dice que los patriarcas y profetas y los más grandes santos, vivieron dentro del paraíso aun antes del tiempo de la redención;
  • que dice que no hay fuego ni infierno.

Todo esto lo condeno como impío y lleno de sacrilegios. De tal modo, empero, afirmo la gracia de Dios que siempre añado a la gracia el esfuerzo y empeño del hombre, y proclamo que la libertad de la voluntad humana no está extinguida, sino atenuada y debilitada, que está en peligro quien se ha salvado, y que el que se ha perdido, hubiera podido salvarse.

También Cristo, Dios y Salvador, por lo que toca a las riquezas de su bondad, ofreció por todos el precio de su muerte y no quiere que nadie se pierda, Él, que es salvador de todos, sobre todos de los fieles, rico para con todos los que le invocan [Rom 10, 12], Y dado que sobre realidades tan importantes se debe dar satisfacción a la conciencia, recuerdo haber dicho antes que Cristo vino sólo para aquellos de los cuales tenia presciencia que habrían creído [apelando a Mt 20,28; 26,28; Heb 9,27]. Ahora, empero, por la autoridad de los sagrados testimonios que copiosamente se hallan en las divinas Escrituras, por la doctrina de los antiguos, puesta de manifiesto por la razón, de buena gana confieso que Cristo vino también por los hombres perdidos que contra la voluntad de Él se han perdido. No es lícito, en efecto, limitar las riquezas de su bondad inmensa y los beneficios divinos a solos aquellos que al parecer se han salvado. Porque si decimos que Cristo sólo trajo remedios para los que han sido redimidos, parecerá que absolvemos a los no redimidos, los que consta han de ser castigados por haber despreciado la redención.

Afirmo también que se han salvado, según la razón y el orden de los siglos, unos por la ley de la gracia, otros por la ley de Moisés, otros por la ley de la naturaleza, que Dios escribió en los corazones de todos [cf. Rom 2, 15], en la esperanza del advenimiento de Cristo; sin embargo, desde el principio del mundo no se vieron libres de la atadura original, sino por intercesión de la sagrada sangre.

Profeso también que los fuegos eternos y las llamas infernales están preparadas para las acciones capitales, porque con razón sigue la divina sentencia a las culpas humanas persistentes; sentencia en que incurren quienes no creyeren de todo corazón estas cosas. ¡Orad por mí, señores santos y padres apostólicos! – Yo. Lúcido, presbítero, firmé por mi propia mano esta mi carta, y lo que en ella se afirma, lo afirmo, y lo que se condena, condeno.»  

Sínodo II de ORANGE, comenzado el 3 de julio del 529. Conclusión, redactada por el obispo Cesáreo de Arlés

«Según la fe católica también creemos que, después de recibida por el bautismo la gracia, todos los bautizados pueden y deben, con el auxilio y cooperación de Cristo, con tal que quieran fielmente trabajar, cumplir lo que pertenece a la salud del alma. Que algunos, empero, hayan sido predestinados por el poder divino para el mal, no sólo no lo creemos, sino que si hubiere quienes tamaño mal se atreven a creer, con toda detestación pronunciamos anatema contra ellos.”

Sobre la predestinación y diversos abusos de los españoles [De la Carta Institutio universalis, a los obispos de España, del año 785 por el obispo Adriano I]

«Acerca de lo que algunos de ellos dicen que la predestinación a la vida o a la muerte está en el poder de Dios y no en el nuestro, éstos replican: «¿A qué esforzarnos en vivir, si ello está en el poder de Dios?; y los otros, a su vez: «¿Por qué rogar a Dios que no seamos vencidos en la tentación, si ello está en nuestro poder, como por la libertad del albedrío?». Porque, en realidad, ninguna razón son capaces de dar ni de recibir, ignorando la sentencia del bienaventurado Fulgencio al presbítero Eugipio contra las opiniones de un pelagiano…: «Luego Dios preparó las obras de misericordia y de justicia en la eternidad de su inconmutabilidad… preparó, pues los merecimientos para los hombres que habían de ser justificados; preparó también los premios para la glorificación de los mismos; pero a los malos, no les preparó voluntades malas u obras malas, sino que les preparó justos y eternos suplicios. Esta es la eterna predestinación de las futuras obras de Dios y como sabemos que nos fue siempre inculcada por la doctrina apostólica, así también confiadamente la predicamos…».

Reaparece la controversia predestinacionista en el S. IX

“La controversia predestinacionista tuvo su origen en una lectura descontextualizada de ciertos pasajes de San Agustín. Este, en polémica con los pelagianos, había predicado con gran energía la voluntad salvífica universal de Dios, pero, al mismo tiempo, y quizá llevado por la pasión de la polémica, parecía haber afirmado, en concreto, que los que se salvan, se salvan porque Dios los predestinó a la salvación, mientras que los que se condenan, se condenan porque Dios los abandonó a su suerte. San Agustín estaría viendo el problema desde la perspectiva —siempre compleja— de las relaciones entre la libertad y la gracia. En tal perspectiva, previstas las respuestas que el hombre habría de dar en el futuro y las gracias que Dios habría de concederle, a unos los predestina a la salvación y a otros parece abandonarlos a su condenación eterna. El análisis agustiniano es muy complejo y difícil, y por esta razón puede haber sido la causa de que el problema quedase momentáneamente acallado, pero no resuelto, y volviese a brotar con gran virulencia a mediados del siglo IX. El protagonista de la controversia predestinacionista fue el benedictino Gothescalco, en alemán Gottschalk. Este monje, acercándose a la lectura de los textos agustinianos, concluyó, hacia el año 848, que había dos predestinaciones similiter omnino, absolutamente equivalentes. Una predestinación de los buenos a la vida eterna, y otra de los malos a la muerte eterna. Negó, por tanto, la voluntad salvífíca universal de Dios e incluso la misma libertad humana en respuesta a la gracia. Su obispo, que era Rábano Mauro, al comprobar que Gothescalco era de origen francés, lo remitió a su diócesis de origen, que era Reims, donde presidía Hincmaro. Este, a la vista de las doctrinas sostenidas por Gothescalco, convocó un sínodo en la ciudad de Quierzy-sur-Oise, que tuvo lugar el año 849. Posteriormente se celebró otro sínodo en la misma ciudad de Quierzy, en el año 853. Ambos condenaron la doble predestinación sostenida por Gothescalco y afirmaron una única predestinación: Dios destina de antemano —es decir: predestina— a todos los hombres a la salvación eterna, aunque unos acogen la gracia de Dios y se salvan, y otros la rechazan y se condenan.”  [HISTORIA DE LA TEOLOGÍA, SAPIENTIA FIDEI, Serie de Manuales de Teología. Biblioteca de Autores Cristianos, p. 11-12]

Sínodo de QUIERCY, mayo del 853

«El sínodo se celebró bajo la presidencia del arzobispo Hincmaro dc Reims, en Quiercy (Oise). Va dirigido contra la doctrina dc Godescalco (Gottschalk), monje dc Orbais, que enseñaba la doble predestinación. Godescalco había sidocondenado ya en el año 848 por un Sínodo de Maguncia y en el año 849 en Quiercy.

Cap. 1, Dios omnipotente creó recto al hombre, sin pecado con libre albedrío y lo puso en el paraíso, y quiso que permaneciera en la santidad de la justicia. El hombre, usando mal de su libre albedrío, pecó y cayó, y se convirtió en «masa de perdición» de todo el género humano. Pero Dios, bueno y justo, eligió, según su presciencia, de la misma masa de perdición a los que por su gracia predestinó a la vida [Rom 8,29s; Ef 1,11] y predestinó para ellos la vida eterna, a los demás, empero, que por juicio de justicia dejó en la masa de perdición, supo por su presciencia que habían de perecer, pero no los predestinó a que perecieran; pero, por ser justo, les predestinó una pena eterna. Y por eso decimos que sólo hay una predestinación de Dios, que pertenece o al don de la gracia o a la retribución de la justicia.

Cap. 2. La libertad del albedrío, la perdimos en el primer hombre, y la recuperamos por Cristo Señor nuestro; y tenemos libre albedrío para el bien, prevenido y ayudado de la gracia; y tenemos libre albedrío para el mal, abandonado de la gracia. Pero tenemos libre albedrío, porque fue liberado por la gracia, y por la gracia fue sanado de la corrupción.

Cap. 3. Dios omnipotente quiere que «todos los hombres» sin excepción «se salven» [1 Tim 2,4], aunque no todos se salvan. Ahora bien, que algunos se salven, es don del que salva; pero que algunos se pierdan, es merecimiento de los que se pierden.

Cap. 4. Como no hay, hubo o habrá hombre alguno cuya naturaleza no fuera asumida en él; así no hay, hubo o habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo Jesús Señor nuestro, aunque no todos sean redimidos por el misterio de su pasión. Ahora bien, que no todos sean redimidos por el misterio de su pasión, no mira a la magnitud y copiosidad del precio, sino a la parte de los infieles y de los que no creen con aquella fe «que obra por la caridad» [Gal 5,6] porque la bebida de la humana salud, que está compuesta de nuestra flaqueza y de la virtud divina, tiene, ciertamente, en sí misma, virtud para aprovechar a todos, pero si no se bebe, no cura.»  

Sínodo de VALENCE, 8 de enero del 855 

«La ocasión para este concilio la dieron las controversias acerca de la doctrina de la predestinación. La predestinación únicamente para la vida bienaventurada la defendieron los Padres sinodales del Sínodo de Quiercy bajo el liderazgo de Hincmaro (621-624). La doble predestinación en el sentido de un Agustinismo rígido, la propugnaban, entre otros, Floro de Lyon, Prudencio de Troyes y el obispo Remigio de Lyon. Prudencio de Troyes reprobaba, sí, la concepción errónea de Juan Escoto Erigena (cf. su obra De praedestinatione, escrita en el año 851), pero contrapuso a los capítulos del Sínodo de Quiercy sus propios “anti-capítulos”. El obispo Remigio de Lyon ocupó la presidencia del Sínodo de Valence que combatió de manera parecida al Sínodo de Quiercy. Después de disiparse las diferencias con respecto a la terminología, y de quedar eliminado el error de los adversarios de Hincmaro acerca de la terminología empleada por éste, los participantes en el Sínodo de Valence, reunidos posteriormente en el Sínodo de Langres (año 859) suprimieron del canon 4 de Valence aquellas palabras [*entre corchetes] que iban dirigidas contra el Sínodo de Quiercy. Luego las dos facciones se reconciliaron en el año 860 en el Sínodo de Toul y aceptaron la carta sinodal de Hincmaro y los capítulos tanto de Quiercy como de Valence.

Can. 1 …evitamos con todo empeño las novedades de las palabras y las presuntuosas charlatanerías por las que más bien puede fomentarse entre los hermanos las contiendas y los escándalos que no crecer edificación alguna de temor de Dios. En cambio, sin vacilación alguna prestamos reverentemente oído y sometemos obedientemente nuestro entendimiento a los doctores que piadosa y rectamente trataron las palabras de la piedad y que juntamente fueron expositores luminosísimos de la Sagrada Escritura, esto es, a Cipriano, Hilario, Ambrosio, Jerónimo, Agustín y a los demás que descansan en la piedad católica, y abrazamos según nuestras fuerzas lo que para nuestra salvación escribieron. Porque sobre la presciencia de Dios y sobre la predestinación y las otras cuestiones que se ve han escandalizado no poco los espíritus de los hermanos, creemos que sólo ha de tenerse con toda firmeza lo que nos gozamos de haber sacado de las maternas entrañas de la Iglesia.

Can. 2. Fielmente mantenemos que «Dios sabe de antemano y eternamente supo tanto los bienes que los buenos habían de hacer como los males que los malos habían de cometer», pues tenemos la palabra de la Escritura que dice: Dios eterno, que eres conocedor de lo escondido y todo lo sabes antes de que suceda [Dan. 13,42]; y nos place mantener que «supo absolutamente de antemano que los buenos habían de ser buenos por su gracia y que por la misma gracia habían de recibir los premios eternos; y previó que los malos habían de ser malos por su propia malicia y había de condenarlos con eterno castigo por su justicia», como según el Salmista: Porque de Dios es el poder y del Señor la misericordia para dar a cada uno según sus obras [Sal 61,12 s], y como enseña la doctrina del Apóstol: Vida eterna a aquellos que según la paciencia de la buena obra, buscan la gloria, el honor y la incorrupción; ira e indignación a los que son, empero, de espíritu de contienda y no aceptan la verdad, sino que creen la iniquidad; tribulación y angustia sobre toda alma de hombre que obra el mal [Rom. 2,7 ss].

Y en el mismo sentido en otro lugar: En la revelación de nuestro Señor Jesucristo desde el cielo con los ángeles de su poder, en el fuego de llama que tomará venganza de los que no conocen a Dios ni obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que sufrirán penas eternas para su ruina… cuando viniere a ser glorificado en sus santos y mostrarse admirable en todos los que creyeron [2 Tes. 1,7 ss].

Ni ha de creerse que la presciencia de Dios impusiera en absoluto a ningún malo la necesidad de que no pudiera ser otra cosa, sino que él había de ser por su propia voluntad lo que Dios, que lo sabe todo antes de que suceda, previó por su omnipotente e inconmutable majestad. «Y no creemos que nadie sea condenado por juicio previo, sino por merecimiento de su propia iniquidad», «ni que los mismos malos se perdieron porque no pudieron ser buenos, sino porque no quisieron ser buenos y por su culpa permanecieron en la masa de condenación por la culpa original o también por la actual» (Floro de Lyon, Sermo de praedestinatione).

Can 3. Mas también sobre la predestinación de Dios plugo y fielmente place, según la autoridad apostólica que dice: ¿Es que no tiene poder el alfarero del barro para hacer de la misma masa un vaso para honor y otro para ignominia? [Rom. 9, 21], pasaje en que añade inmediatamente: Y si queriendo Dios manifestar su ira y dar a conocer su poder soportó con mucha paciencia los vasos de ira adaptados o preparados para la ruina, para manifestar las riquezas de su gracia sobre los vasos de misericordia que preparó para la gloria [Rom. 9, 22 s]: confiadamente confesamos la predestinación de los elegidos para la vida, y la predestinación de los impíos para la muerte; sin embargo, en la elección de los que han de salvarse, la misericordia de Dios precede al buen merecimiento; en la condenación, empero, de los que han de perecer, el merecimiento malo precede al justo juicio de Dios. «Mas por la predestinación, Dios sólo estableció lo que El mismo había de hacer o por gratuita misericordia o por justo juicio» (Floro de Lyon, Sermo de praedestinatione) según la Escritura que dice: El que hizo cuanto había de ser [Is. 45,11; versión de los LXX]; en los malos, empero, supo de antemano su malicia, porque de ellos viene, pero no la predestinó, porque no viene de Él. La pena que sigue al mal merecimiento, como Dios que todo lo prevé, ésa sí la supo y predestinó, porque justo es Aquel en quien, como dice San Agustín ( cf. Agustin, De praedestinatione  sanctorum 17,34 (PL 44,986), tan fija está la sentencia sobre todas las cosas, como cierta su presciencia. Aquí viene bien ciertamente el dicho del sabio: Preparados están para los petulantes los juicios y los martillos que golpean a los cuerpos de los necios [Prov. 19,29]. Sobre esta inmovilidad de la presciencia de la predestinación de Dios, por la que en Él lo futuro ya es un hecho, también se entiende bien lo que se dice en el Eclesiastés: Conocí que todas las obras que hizo Dios perseveran para siempre. No podemos añadir ni quitar a lo que hizo Dios para ser temido [Eclo. 3,14]. «Pero que hayan sido algunos predestinados al mal por el poder divino», es decir, como si no pudieran ser otra cosa, «no sólo no lo creemos, sino que si hay algunos que quieran creer tamaño mal, contra ellos», como el Sínodo de Orange, «decimos anatema con toda detestación».

Can. 4. [En este canon se pone de manifiesto la interpretación errónea que hicieron del capítulo 4 del Sínodo de Quiercy, sobre la expiación ilimitada en relación a los impíos que murieron antes de la venida de Cristo; posteriormente en el Sínodo de Toul se entendieron las partes y se convalidó lo proclamado en el Sínodo de Quiercy] Igualmente sobre la redención por la sangre de Cristo, en razón del excesivo error que acerca de esta materia ha surgido, hasta el punto de que algunos, como sus escritos lo indican, definen haber sido derramada aun por aquellos impíos que desde el principio del mundo hasta la pasión del Señor han muerto en su impiedad y han sido castigados con condenación eterna, contra el dicho del profeta: Seré muerte tuya, oh muerte; tu mordedura seré, oh infierno [Os. 13, 14]; nos place que debe sencilla y fielmente mantenerse y enseñarse, según la verdad evangélica y apostólica, que por aquéllos fue dado este precio, de quienes nuestro Señor mismo dice: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es menester que sea levantado el Hijo del Hombre, a fin de que todo el que crea en El, no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito, a fin de que todo el que crea en Él, no perezca, sino que tenga vida eterna» [Juan 3,14-16]; y el Apóstol: «Cristo se ha ofrecido una sola vez para cargar con los pecados de muchos» [Hebr. 9, 28]. Ahora bien, los capítulos [cuatro, que un Concilio de hermanos nuestros aceptó con menos consideración, por su inutilidad, o, más bien, perjudicialidad, o por su error contrario a la verdad, y otros también] concluidos muy ineptamente por diecinueve silogismos y que, por más que se jacten, no brillan por ciencia secular alguna, en los que se ve más bien una invención del diablo que no argumento alguno de la fe, los rechazamos completamente del piadoso oído de los fieles y con autoridad del Espíritu Santo mandamos que se eviten de todo punto tales y semejantes doctrinas; también determinamos que los introductores de novedades, han de ser amonestados, a fin de que no sean heridos con más rigor.

Can. 5 Igualmente creemos ha de mantenerse firmísimamente que toda la muchedumbre de los fieles, «regenerada por el agua y el Espíritu Santo» [Juan 3, 5] y por esto incorporada verdaderamente a la Iglesia y, conforme a la doctrina evangélica, bautizada en la muerte de Cristo [Rom. 6, 3], fue lavada de sus pecados en la sangre del mismo; porque tampoco en ellos hubiera podido haber verdadera regeneración, si no hubiera también verdadera redención, como quiera que en los sacramentos de la Iglesia, no hay nada vano, nada que sea cosa de juego, sino que todo es absolutamente verdadero y estriba en su misma verdad y sinceridad. Mas de la misma muchedumbre de los fieles y redimidos, unos se salvan con eterna salvación, pues por la gracia de Dios permanecen fielmente en su redención, llevando en el corazón la palabra de su Señor mismo: «El que perseverara hasta el fin, ése se salvará» [Mt. 10,22; 24,13]; otros, por no querer permanecer en la salud de la fe que al principio recibieron, y preferir anular por su mala doctrina o vida la gracia de la redención que no guardarla, no llegan en modo alguno a la plenitud de la salud y a la percepción de la bienaventuranza eterna. A la verdad, en uno y otro punto tenemos la doctrina del piadoso Doctor: «Cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, en su muerte hemos sido bautizados» [Rom. 6, 3]; y: «Todos los que en Cristo habéis sido bautizados, de Cristo os vestisteis» [Gal. 3, 27]; y otra vez: «Acerquémonos con corazón verdadero en plenitud de fe, lavados por aspersión nuestros corazones de toda conciencia mala y bañado nuestro cuerpo con agua limpia, mantengamos indeclinable la confesión de nuestra esperanza» [Hebr. 10, 22 s]; y otra vez: «Si, voluntariamente… pecamos después de recibida noticia de la verdad, ya no nos queda víctima por nuestros pecados» [Hebr. 10, 26]; y otra vez: «El que hace nula la ley de Moisés, sin compasión ninguna muere ante la deposición de dos o tres testigos. ¿Cuánto más pensáis merece peores suplicios el que conculcare al Hijo de Dios y profanara la sangre del Testamento, en que fue santificado, e hiciere injuria al Espíritu de la gracia?» [Hebr. 10, 28 s].

Can. 6. Igualmente sobre la gracia, por la que se salvan los creyentes y sin la cual la criatura racional jamás vivió bienaventuradamente; y sobre el libre albedrío, debilitado por el pecado en el primer hombre, pero reintegrado y sanado por la gracia del Señor Jesús en sus fieles, confesamos con toda constancia y fe plena lo mismo que, para que lo mantuviéramos, nos dejaron los Santísimos Padres por autoridad de las Sagradas Escrituras, lo que profesaron el Sínodo africano [Sínodo de Cartago, año 418] y el de Orange [año 529], lo mismo que con fe católica mantuvieron los beatísimos pontífices de la Sede Apostólica [Capítulos pseudo-celestinos o Indículus]; y tampoco presumimos inclinarnos a otro lado en las cuestiones sobre la naturaleza y la gracia.

En cambio, de todo en todo rechazamos las ineptas cuestioncillas y los cuentos poco menos que de viejas [1 Tim. 4, 7] y los guisados de los discípulos de Escoto que causan náuseas a la pureza de la fe, todo lo cual ha venido a ser el colmo de nuestros trabajos en unos tiempos peligrosísimos y gravísimos, creciendo tan miserable como lamentablemente hasta la escisión de la caridad; y las rechazamos plenamente a fin de que no, se corrompan por ahí las almas cristianas y caigan de la sencillez y pureza de la fe que es en Cristo Jesús [2 Cor. 11, 3]; y por amor de Cristo Señor avisamos que la caridad de los hermanos castigue su oído evitando tales doctrinas. Recuerde la fraternidad que se ve agobiada por los males gravísimos del mundo, que está durísimamente sofocada por la excesiva cosecha de inicuos y por la paja de los hombres ligeros. Ejerza su fervor en vencer estas cosas, trabaje en corregirlas y no cargue con otras superfluas la congregación de los que piadosamente lloran y gimen; antes bien, con cierta y verdadera fe, abrace lo que acerca de estas y semejantes cuestiones ha sido suficientemente tratado por los Santos Padres…

León IX, obispo de Roma, Carta Congratulamur vehementer, a Pedro, patriarca de Antioquía, del 13 de abril de 1053. Pedro de Antioquía había pedido a León IX una confesión de fe, al mismo tiempo que le enviaba la suya propia. Una colección semejante de artículos de fe se conserva en los Statuta Ecclesiae Antiqua que eran interrogaciones que solían hacerse a los obispos que habían de ser consagrados.

«Creo también que el Dios y Señor omnipotente es el único autor del Nuevo y del Antiguo Testamento, de la Ley y de los Profetas y de los Apóstoles; que Dios predestinó solo los bienes, aunque previó los bienes y los males; creo y profeso que la gracia de Dios previene y sigue al hombre, de tal modo, sin embargo, que no niego el libre albedrío a la criatura racional.»

Alejandro II, obispo de Roma, carta “Licet ex” al príncipe Landulfo de Benevento, año 1065

«Nuestro Señor Jesucristo, en efecto, como se lee, no forzó a nadie a servirle, sino que, dejada a cada cual la libertad del propio albedrío, todos los que ha predestinado a la vida eterna no los ha llamado del error juzgándolos, sino derramando su propia sangre.»

Jan Hus, que hizo suyas muchas de las enseñanzas de John Wyclif, hizo resurgir el predestinacionismo, que ya había sido condenado universalmente por la Iglesia, y que influyó posteriormente en la Reforma Protestante. A continuación algunas de las enseñanzas de Hus:

 –  Única es la santa Iglesia universal, que es la totalidad de los predestinados. Y después prosigue: la santa Iglesia universal es única como sólo uno es el número de todos los predestinados.

 –   Pablo no fue nunca miembro del diablo, aunque realizó algunos actos semejantes a la Iglesia de los malignos.

–   Los reprobados no forman parte de la Iglesia, como quiera que, al final, ninguna parte suya ha de caer de ella, pues la caridad de predestinación que la liga, nunca caerá.

–   El reprobado, aun cuando alguna vez esté en gracia según la presente justicia, nunca, sin embargo, es parte de la Santa Iglesia, y el predestinado siempre permanece miembro de la Iglesia, aun cuando alguna vez caiga de la gracia adventicia, pero no de la gracia de predestinación.

–  Tomando a la Iglesia por la congregación de los predestinados, estuvieren o no en gracia, según la presente justicia, de este modo la Iglesia es artículo de fe.

–  La gracia de la predestinación es el vínculo con que el cuerpo de la Iglesia y cualquiera de sus miembros se une indisolublemente con Cristo, su cabeza.

Las enseñanzas de Jan Hus fueron condenadas en el Concilio de Constanza (1414-1418).

Cuando en el Concilio de Trento (1545-1563) La Iglesia Católica Romana afirma en el canon 17 (cánones sobre la Justificación) lo siguiente:

«Si alguno dijere que la gracia de la justificación no se da sino en los predestinados a la vida, y todos los demás que son llamados, son ciertamente llamados, pero no reciben la gracia, como predestinados que están al mal por el poder divino: sea anatema.»

en realidad no es un invento de la Iglesia de Roma, sino que es una enseñanza que toda la Iglesia creyó en todo lugar y en todo tiempo, y si alguna vez se levantaron voces predestinacionistas, o predeterministas, fueron condenadas desde la ortodoxia y la sana enseñanza. Recordemos también que todos los sínodos y concilios que acabamos de leer pertenecieron a la Iglesia latina; ya que en la Iglesia griega jamás aceptaron algo parecido al predestinacionismo. Es por lo tanto el calvinismo el último intento del predestinacionismo por resurgir dentro de la Iglesia, pero como hemos visto en los decretos de los distintos sínodos y concilios de la Iglesia a través de los siglos, se debe rechazar como lo que es: una herejía anatemizada unánimemente.

Los textos de los concilios han sido extraídos del ENCHIRIDION SYMBOLORUM – El Magisterio de la Iglesia, de DEZINGER y HÜNEMANN. Editorial Herder.

Redacción y recopilación de textos Gabriel Edgardo Llugdar, para Diarios de la Iglesia, 2022

La Trinidad, ¿un invento católico?

¿Que la palabra Trinidad no figure en la Biblia es un argumento válido de refutación?  Pensemos en el término «Biblia», que tampoco aparece en la Biblia como dogma definido, es decir, no existe dentro de las Escrituras un listado hecho por el señor Jesús, o sus apóstoles, donde determine qué libros deben ser considerados como escritura divina, o qué libros deben componer lo que llamamos Biblia. No fueron el señor Jesús ni los apóstoles los que nos dejaron una definición exacta de «Biblia»; fue la Iglesia la que determinó qué libros debían considerarse inspirados y cuáles no, y este proceso duró un largo tiempo. Encontramos expresiones como «toda la Escritura es inspirada por Dios», pero no se nos dice concretamente qué abarca esa «toda la Escritura». Para la Iglesia primitiva los deuterocanónicos eran Escritura (se encontraban en la versión de los Setenta y fueron conocidos y usados por los apóstoles y discípulos de Cristo), sin embargo, después de Lutero dejaron de considerarse «Escritura», y hoy la mayoría de los evangélicos ni siquiera los han leído.

Lo que para Agustín (y para la Iglesia de su época) significaba Biblia, no tiene el mismo significado para muchos hoy en día: 

“El canon completo de las Sagradas Escrituras, sobre el que ha de versar nuestra consideración, se contiene en los libros siguientes: Los cinco de Moisés… los libros de Job, de Tobías, de Ester y de Judit y los dos libros de los Macabeos, y los dos de Esdras… Siguen los profetas, entre los cuales se encuentra un libro de Salmos de David; tres de Salomón: los Proverbios, el Cantar de los cantares y el Eclesiastés; los otros dos libros, de los cuales uno es la Sabiduría y el otro el Eclesiástico, se dicen de Salomón por cierta semejanza, pero comúnmente se asegura que los escribió Jesús hijo de Sirach, y como merecieron ser recibidos en la autoridad canónica, deben contarse entre los proféticos.[Agustín. De la Doctrina Cristiana. Libro II.VIII.13]

  Otro ejemplo, en lo que llamamos «evangelio según san Mateo» no encontramos una referencia «bíblica» de que verdaderamente lo escribió el apóstol Mateo. Fue la tradición de la Iglesia y no la Biblia misma la que afirmó que ese escrito pertenece a Mateo, y que debe ser parte de la Biblia; y todos lo aceptamos como válido ¿o hay alguno que se atreva a afirmar que la Biblia es un invento católico? Porque la Iglesia, como cuerpo vivo de Cristo y bajo la guía e iluminación del Espíritu Santo, ha ido desarrollando, definiendo y validando los dogmas de fe ortodoxos y ha ido extirpando (a veces tras largas luchas) las herejías o dogmas heterodoxos. Más allá de la palabra misma Trinidad, que es fruto de la Tradición y no de la Biblia, el concepto cristiano de Trinidad se desarrolló desde el comienzo mismo de la Iglesia, y fue clarificándose con el tiempo; fue puesto a prueba y combatido, y prevaleció; primeramente, hasta ser parte del unanimis consensus patrum (el consenso de los llamados Padres de la Iglesia), y, finalmente, del consenso unánime de la Iglesia (lo que toda la iglesia creyó, en todo lugar y en todo tiempo). 

“En los autores que precedieron a Ireneo encontramos alusiones bien a un testamento, bien a otro; bien a una carta de Pablo, bien a la primera carta de Pedro. En Ireneo de Lyon, sin embargo, hallamos al primer maestro cristiano que toma como referencia un Nuevo Testamento muy parecido al que conocemos nosotros. Él es también el primer autor cristiano que nos explica por qué aceptar determinados libros y otros no. Y es, por último, el primer Padre que, cuando habla de la «Escritura», al menos la mitad de las veces está aludiendo a los libros tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Los nombres de los autores de cada uno de los evangelios no aparecen incluidos en el texto original. Es Ireneo quien identifica los cuatro evangelios legítimos y nos dice quiénes los escribieron: «Mateo, (que predicó) a los Hebreos en su propia lengua, también puso por escrito el Evangelio, cuando Pedro y Pablo evangelizaban y fundaban la Iglesia. Una vez que estos murieron, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, también nos transmitió por escrito la predicación de Pedro. Igualmente Lucas, seguidor de Pablo, consignó en un libro «el Evangelio que este predicaba». Por fin Juan, el discípulo del Señor que se había recostado sobre su pecho, redactó el Evangelio cuando residía en Éfeso» (IRENEO, Contra los herejes III, 1.1.)”. [D’AMBROSIO, Marcellino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres. Ediciones Palabra, p. 61-62]

 “La Trinidad como palabra o como dogma en sí no aparece en la Biblia ni en el magisterio universal de la Iglesia cristiana. Pero en el centro de la Biblia y de la misma Iglesia se encuentra el Padre Dios, el Hijo Jesús y el Espíritu Santo, en su unión y diferencias. Ellos constituyen lo que, con palabra imperfecta, pero quizá imprescindible, llamamos Trinidad, para confesar por ella que el Dios de los hombres es dinamismo de vida y comunión de amor. […] Jesús no predicó la Trinidad, pero abrió el camino que conduce al Padre y nos legó su Espíritu. Tampoco argumentaron sobre ella los cristianos más antiguos (ni Pedro, ni Pablo, ni los evangelios, ni siquiera los llamados Padres apostólicos), pero todos hablaron sin cesar del Padre, del Hijo-Jesús y del Espíritu. Sólo a finales del siglo II y a principios del III algunos teólogos audaces empezaron a hablar de una Trinidad o Tríada divina y descubrieron que ese nombre era cómodo para referirse al mismo tiempo al Padre, a Jesús y al Espíritu, de manera que  empezaron a emplearlo con cierta generosidad. Pero los grandes credos no lo utilizaron, ni el llamado símbolo apostólico, ni el de Nicea-Constantinopla, que siguen siendo oficiales en la Iglesia; todos ellos hablan solo del Padre-Dios, del Hijo-Jesús y del Espíritu Santo.” [PIKAZA, Xavier. Enquiridion Trinitatis, textos básicos sobre el Dios de los cristianos, p. 9-10]

Otro argumento usado por los que niegan la Trinidad es el de la semejanza de este dogma con algunas creencias que se encuentran en religiones paganas o en leyendas mitológicas. Pero recordemos que también usan este argumento los que descalifican al cristianismo tachándolo de un cóctel de creencias egipcias, mesopotámicas, grecolatinas, etc. Relatos de creación, ángeles, querubines, paraíso, diluvio, hijo de dios, resurrección, milagros, profecías, etc., también se encuentran en religiones anteriores o contemporáneas al cristianismo primitivo; ¿y acaso eso será motivo para dejar de creer en todos estos dogmas cristianos? Dios se reveló al hombre en el Edén, pero cuando el hombre se apartó de Dios y fue expulsado del paraíso no perdió por completo esa revelación, simplemente la desfiguró. Así como la imagen de Dios en el hombre fue desfigurada por el pecado, también la revelación de Dios se desfiguró en mitos, leyendas, y cientos de religiones que se expandieron por toda la tierra; pero así como todos los hombres se remontan a Adán y Eva, así también todas las religiones se remontan a la revelación inicial. Tanto la imagen divina del hombre como su percepción espiritual son deformadas por el pecado, y en casi nada se parecen al original, pero siempre habrá detrás de una copia, o de una deformación, un original válido. ¿Los querubines de la Biblia son una copia de la mitología asiria y babilónica, o la mitología mesopotámica es una deformación de aquella revelación que el hombre recibió en el Edén, donde, por cierto, Dios colocó querubines para impedir que el hombre caído comiera del árbol de la vida? ¿La Trinidad es una copia católica de las mitologías paganas, o las mitologías son una deformación de la verdadera Trinidad?

“Dentro de un politeísmo naturalista, donde la hierofanía o revelación básica de lo divino es el despliegue sagrado de la vida, ha surgido en muy diversos lugares una especie de Trinidad o tríada familiar, formada por el Dios Padre del cielo, la Diosa Madre de la tierra y el Dios Hijo, que nace de los dos y expresa en general la victoria de la vida sobre la muerte. Quizá donde más fuerza ha tomado este modelo es el oriente mediterráneo, con la tríada cananea (Ilu-Alá, Ashera, Baal) y la egipcia (Osiris, Isis, Horus), que tanto influjo ha tenido en las formulaciones filosóficas del platonismo y de la misma teología cristiana. Es evidente que estos dioses no son de verdad trascendentes ni son personas, en el sentido estricto del término, pero pueden ayudarnos a situar el tema trinitario. Podemos aludir también a un triadismo funcional intradivino, representado de manera ejemplar por la Trimurti de algunas tradiciones hindúes. Así suele hablarse de Brahma, entendido como espíritu universal o fondo divino de toda realidad, especialmente de aquello que define la existencia humana, al que se añaden dos grandes signos divinos o dioses, que reciben ya una forma más personalizada: Vishnú es la fuerza del amor y de la vida creadora; Shiva es el misterio de la muerte donde todo se disuelve para renacer de nuevo. Esos tres (Brahma, Vishnú y Shiva) son formas del ser divino, pero estrictamente hablando no se pueden llamar personas… […] Algunos estudiosos han hablado también de una Trinidad filosófica expresada de múltiples maneras en las tradiciones de occidente. La más conocida es la del neoplatonismo que tiene diversas variantes. Algunos se refieren al Dios-Artífice como causa activa, a la Materia-Preexistente como causa receptiva y al Mundo divino (o las ideas) que brotan de la unión de los momentos anteriores. Otros hablan del Uno como Dios fundante, de la Sophia o Logos, que expresa el sentido más profundo de ese Dios en perspectiva de idea creadora, y del Alma sagrada del mundo. En el fondo de este esquema hallamos la certeza de que la realidad es originalmente un proceso donde todo se encuentra sustentado y vinculado, como vida que se expresa y despliega a sí misma en tres momentos. Hay ciertamente un esquema triádico, no existe Trinidad de personas. […] Esos modelos son significativos, pero no están directamente en el principio de la confesión cristiana, que se identifica con la revelación de Dios en Jesús y con la experiencia del Espíritu Santo. […] Esta experiencia trinitaria de la Iglesia, aunque preparada y dispuesta desde siempre, constituye una verdadera novedad. No ha sido un cambio que se va realizando poco a poco, ni es una pequeña variación en el esquema anterior del judaísmo. Ella es como una verdadera mutación. En un momento dado, iluminados por el recuerdo del Jesús histórico y por la presencia de su Espíritu, los cristianos se han descubierto inmersos dentro de un universo simbólico propio y, sin quererlo expresamente, sin fundarse en esquemas conceptuales preconcebidos, han sentido la necesidad  y el gozo de expresar su más honda experiencia de una forma trinitaria. Por eso, la Trinidad de la que queremos hablar en este libro no es una tríada sacral, más o menos conocida en diversas religiones. Tampoco es un esquema o modelo ternario de tipo filosófico, que de formas distintas se ha venido extendiendo en la cultura occidental desde Platón basto Hegel, por citar dos nombres clave de la metafísica. La Trinidad de la que hablamos constituye un «misterio de fe», es objeto y tema de una experiencia creyente, que se ha manifestado de un modo especial entre los cristianos.” [PIKAZA, Xavier. Enquiridion Trinitatis, textos básicos sobre el Dios de los cristianos, p. 21-24]

Otro de los argumentos esgrimidos por los que niegan el dogma de la  Trinidad es que el pasaje de Mateo 28,18-19 fue adulterado por la Iglesia Católica, y que la iglesia primitiva bautizaba en el nombre de Jesús solo. Veamos si esto es verdad.

La Trinidad en la fórmula bautismal de la Iglesia primitiva:

“La Didaché es un manual de la iglesia del cristianismo primero, también llamada Doctrina de los apóstoles o Doctrina del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles. […] La fecha de composición va de alrededor del año 70 a los años 96-98, siempre anterior al siglo II.” [ROPERO, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos. Editorial Clie, p. 29,30]

Veamos que dice este extraordinario y muy antiguo documento:

“1. Con respecto al bautismo, bautizaréis de esta manera. Habiendo primero repetido todas estas cosas, os bautizaréis en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo en agua viva (corriente). 2. Pero si no tienes agua corriente, entonces bautízate en otra agua; y si no puedes en agua fría, entonces hazlo en agua caliente. 3. Pero si no tienes ni una ni otra, entonces derrama agua sobre la cabeza tres veces en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”  [Didaché 7.1-3]

Leamos ahora a otro de los más antiguos escritores apologistas, a Justino mártir (100-165 d.C.), que nos describe cómo se bautizaba en la Iglesia:

“3. Luego los conducimos al sitio donde hay agua, y por el mismo modo de regeneración con que nosotros fuimos también regenerados, son regenerados ellos, pues en el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo, toman entonces un baño en esa agua. 10. […] para obtener el perdón de nuestros anteriores pecados, se pronuncia en el agua sobre el que ha elegido regenerarse, y se arrepiente de sus pecados, el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y este solo nombre se invoca por aquellos que conducen al baño a quien ha de ser lavado. 11. Porque nadie es capaz de poner nombre al Dios inefable; y si alguno se atreviera a decir que ese nombre existe, sufriría la más incurable locura. 12. Este baño se llama iluminación para dar a entender que son iluminados los que aprenden estas cosas. 13. El que es iluminado es lavado también en el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo, que por los profetas nos anunció de antemano todo lo referente a Jesús.” [JUSTINO, Mártir. Apología I.61.3,10-13. Traducción Abadía los Toldos, Obras de los Padres de la Iglesia, 13]

Aquí tenemos otros testimonios antiguos

«Que baje al agua y el que le bautiza le imponga la mano sobre la cabeza diciendo: ‘¿Crees en Dios Padre todopoderoso?’. Y el que es bautizado responda: ‘Creo’. Que le bautice entonces una vez teniendo la mano puesta sobre la cabeza. Que después de esto diga: ‘¿Crees en Jesucristo, el Hijo de Dios, que nació por el Espíritu Santo de la Virgen María, que fue crucificado en los días de Poncio Pilato, murió y fue sepultado, resucitó al tercer día vivo de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos?’. Y cuando él haya dicho: ‘Creo’, que le bautice por segunda vez. Que diga otra vez: ‘¿Crees en el Espíritu Santo y en la santa Iglesia y en la resurrección de la carne?’. Que el que es bautizado diga: ‘Creo’. Y que le bautice por tercera vez. Después de esto cuando sube del agua, que sea ungido por un presbítero con el óleo que ha sido santificado, diciendo: ‘Yo te unjo con el óleo santo en el nombre de Jesucristo’. Y luego cada cual se seca con una toalla y se ponen sus vestidos, y, hecho esto, que entren en la iglesia»” [Hipólito Romano, Traditio Apostostolica, 10. (redactada 215 d.C) Cit. RAMOS-LISSON, D. Patrología, p.206-207]

“Y lo mismo acontece también en tu carne, pues el bautismo se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y por esta razón Juan decía, al enseñarnos que no nos bautiza un hombre, sino Dios: Detrás de mí llega el que es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia: Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Y también por la misma razón el sacerdote, al bautizar, no dice: “Yo bautizo a Fulano”, sino: Fulano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, dando así a entender que no es él quien bautiza, sino el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, cuyos nombres se invocan.”   [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Cuarta Catequesis 3]

Queda claro por el testimonio de los primeros cristianos que el bautismo en nombre de las tres Personas divinas no es un invento ni del catolicismo romano ni de Constantino, sino la práctica más antigua de la Iglesia.

Veamos ahora el concepto de Trinidad en los Padres de la Iglesia, obispos, predicadores, apologetas y teólogos de la iglesia primitiva.

Teófilo de Antioquía, fue el sexto obispo de Antioquía de Siria (Segunda mitad del S. II). Es el primero en escribir sobre la “tríada” en relación a Dios. Teófilo usa continuamente el término «monarquía» pero no, como pretenden los unicitarios, para afirmar que Dios es una sola persona. Los tres libros Ad Autolycum constituyen una apología de la fe cristiana fundada en un único Dios frente a la pluralidad de dioses paganos. El destinatario de esta apología: Autólico, es un idólatra que tiene dudas acerca del Dios cristiano, y Teófilo le escribe haciéndole notar la diferencia que existe entre la ridícula multitud de dioses griegos (que se contradicen y pelean entre sí por el poder) y el único Dios verdadero (único soberano, rey, monarca absoluto): “Nosotros también confesamos a Dios, pero uno, el creador, hacedor y artífice de este mundo, sabemos que todo se gobierna por providencia, pero de la suya sólo” [Ad Autolycum III.9.1]

A cntinuación Teófilo de Atioquía menciona por primera vez el término tríada

“Igualmente, los tres días que preceden a la producción de las luminarias (que surgen el cuarto día de la creación, en Gen 1] son símbolo de la tríada de Dios y su Verbo y su Sabiduría. En cuarto lugar está el hombre, que necesita de la luz, de modo que hay Dios, Verbo, Sabiduría, Hombre. Por eso las luminarias fueron creadas el cuarto día.” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.15.4]

“Además, se encuentra Dios como si necesitara de ayuda al decir «hagamos» al hombre a imagen y semejanza. Pero a ningún otro dijo «hagamos» sino a su propio Verbo y a su propia Sabiduría.” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.18.2]

Comparemos este texto de Teófilo, que acabamos de leer, con un texto del gran Ireneo de Lyon, donde se expone esa noción primigenia de tres actuando al unísono:

“Porque Dios no tenía necesidad de ningún otro, para hacer todo lo que Él había decidido que fuese hecho, como si El mismo no tuviese sus manos. Pues siempre le están presentes el Verbo y la Sabiduría, el Hijo y el Espíritu, por medio de los cuales y en los cuales libre y espontáneamente hace todas las cosas, a los cuales habla diciendo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gén 1,26): toma de sí mismo la substancia de las creaturas, el modelo de las cosas hechas y la forma del ornamento del mundo.” [IRENEO, de Lyon. Adversus Haeresis. IV.20,1]

“Pues [el Padre] se ha servido, para realizar todas las cosas, de los que son su progenie y su imagen, o sea el Hijo y el Espíritu Santo, el Verbo y la Sabiduría, a quienes sirven y están sujetos todos los ángeles.”  [IRENEO, de Lyon. Adversus Haeresis. IV.7,4]

Teófilo distingue claramente al Padre del Hijo:

“Ahora, pues, me dirás: ‘Tú dices que no se debe circunscribir a Dios en un lugar, y ¿cómo entonces dices que él caminaba en el jardín?’, escucha mi respuesta. 2. En efecto, el Dios y Padre de todas las cosas es inabarcable y no se encuentra en ningún lugar. Pues no hay lugar de su descanso (Is. 66,1). Pero su Verbo, por el que hizo todas las cosas, que es potencia y sabiduría suya, tomando el rostro del Padre y Señor del universo, fue Él que se presentó en el jardín en rostro de Dios y conversa con Adán. 3. Así pues la misma escritura divina nos enseña que Adán dijo haber oído la voz. ¿Qué otra voz es esta sino el Verbo de Dios, que es también su Hijo? Y no como dicen los poetas y mitógrafos, que nacen hijos de un dios por copulación, sino como la verdad explica que el Verbo está siempre inmanente en el corazón de Dios. Pues antes de que algo se creara, a Éste tenía por consejero, como mente y pensamiento suyo que era. 4. Y cuando Dios quiso hacer cuanto había deliberado, engendró a este Verbo proferido, primogénito de toda creación, no vaciándose de su Verbo sino engendrando el Verbo, y conversando siempre con el Verbo. 5. De aquí que nos enseñan las sagradas escrituras y todos los inspirados por el Espíritu, de entre los cuales Juan dice: ‘En el principio era el Verbo y el Verbo era ante Dios’, mostrando que en los comienzos era Dios solo y en Él el Verbo. 6. Dice después: “Dios era el Verbo: todas las cosas fueron hechas por él y sin él nada se hizo’. Siendo entonces el Verbo Dios y nacido de Dios, cuando el Padre de todas las cosas quiere lo envía a algún lugar, Él se hace presente, es escuchado y visto.” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.22.1-6]

“Teniendo, pues, Dios a su propio Verbo inmanente en sus entrañas, lo engendró con su propia sabiduría, emitiéndolo antes de todas las cosas. 3. A este Verbo tuvo por ministro para lo que fuera hecho por él, y a través de él fueron creadas todas las cosas. 4. Éste se llama principio, porque gobierna y señorea sobre todas las cosas fabricadas a través de él. 5. Éste, entonces, que es espíritu de Dios, principio y sabiduría y fuerza del altísimo, descendió sobre los profetas y habló por medio de ellos lo referente a la creación del mundo y a todas las demás cosas. 6. Porque no existían los profetas cuando el mundo se hacía, pero sí la Sabiduría de Dios que en él estaba y su santo Verbo que siempre le asistía. De ahí que diga Él por medio del profeta Salomón: ‘Cuando preparó los cielos yo le asistía y cuando afirmaba la tierra yo estaba a su lado disponiéndolos’ (Pr 8,27a. 29-30).” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.10.2-6]

Leamos ahora al apologista Atenágoras de Atenas, en su Legación (súplica) en favor de los cristianos (aquellos estaban siendo perseguidos por los emperadores romanos). Segunda mitad del S. II

“X.1. Así, pues, queda suficientemente demostrado que no somos ateos, pues admitimos a un solo Dios, increado, eterno, invisible, impasible, incomprensible e inmenso, sólo por la inteligencia y la razón comprensible, rodeado de luz, de una belleza, de un espíritu y potencia inenarrables, que ha creado el universo, lo ha ordenado y lo gobierna por medio del Verbo que de Él procede. 2. Reconocemos también un Hijo de Dios. Y que nadie tenga por ridículo que Dios tenga un Hijo. Porque nosotros no pensamos sobre Dios y también Padre, y sobre su Hijo, a la manera como fantasean sus poetas, que en sus fábulas nos muestran dioses que en nada son mejores que los hombres; sino que el Hijo de Dios es el Verbo del Padre en idea y energía, porque por su operación y por su intermedio fue todo hecho, siendo uno solo el Padre y el Hijo. Y estando el Hijo en el Padre y el Padre en el Hijo, en unidad y potencia espirituales; el Hijo de Dios es inteligencia y verbo del Padre. 3. Y si por la grandísima inteligencia de ustedes se les ocurre preguntar qué quiere decir “hijo de Dios”, lo explicaré brevemente: es el primer retoño del Padre (cf. Pr. 8,22. Col 1,15. Rm 8,29), no porque haya nacido, puesto que desde el principio, Dios, que es inteligencia eterna, tenía en sí su Verbo, siendo eternamente racional, sino como procediendo de Dios… […]    5.¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre y a un Dios Hijo y un Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción en el orden? […] XXIV.2. Si proclamamos la existencia de Dios y del Hijo, Verbo suyo, y del Espíritu Santo, iguales en poder, pero distintos según el orden: Padre, Hijo y Espíritu; el Hijo es inteligencia, Verbo y Sabiduría del Padre, y el Espíritu, la luz que emana del fuego…” [ATENÁGORAS, Legatio. Traducción Abadía los Toldos]

Vayamos ahora a Orígenes, quien nació probablemente en Alejandría de Egipto hacia el año 185

“la teología en cuanto exposición científica y sistemática de toda la doctrina cristiana, explicada de forma lógica como un todo coherente, comenzó con Orígenes. Su libro De principiis (Sobre los principios) es la primera tentativa formal de reunir todo ello en una obra de teología sistemática. Pese a su originalidad, conviene tener muy presente que la humildad de Orígenes prevalecía por encima de todo. Como otros Padres de la Iglesia antes que él, se sometía plenamente a la tradición apostólica.”  [D’AMBROSIO, Marcellino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres. Ediciones Palabra, p.73-74]

Espíritu Santo:

“el Espíritu Santo es una existencia (subsistentia) intelectual, y subsiste y existe de por sí.” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.1.3. Editorial Clie, p. 65]

“De todo esto aprendemos que la persona del Espíritu Santo era de tal autoridad y dignidad, que el bautismo salvífico no era completo excepto por la autoridad de lo más excelente de la Trinidad, esto es, por el nombre del Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo; uniendo al Dios inengendrado, el Padre, y a Su Hijo unigénito, también el nombre del Espíritu Santo. ¿Quién, entonces, no se queda asombrado ante la suprema majestad del Espíritu Santo, cuando oye que quien hable una palabra contra el Hijo del Hombre puede tener la esperanza de perdón; ¡pero quien es culpable de blasfemia contra el Espíritu Santo no tiene perdón en este mundo presente ni en el venidero! (cf. Mt. 12:32; Lc. 12:10).”  [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.2. Editorial Clie, p. 90]

“No debemos suponer, sin embargo, que el Espíritu deriva su conocimiento de la revelación del Hijo. Ya que si el Espíritu Santo conoce al Padre por la revelación del Hijo, pasa de un estado de ignorancia a uno de conocimiento; pero es tan impío como absurdo confesar al Espíritu Santo, y aun así, atribuirle ignorancia. Porque aunque existiera algo más antes del Espíritu Santo, no fue por avance progresivo que llegó a ser Espíritu Santo, como si alguno se aventurara a decir que en el tiempo en que todavía no era el Espíritu Santo, ignoraba al Padre, y que después de haber recibido el conocimiento fue hecho Espíritu Santo. Ya que si este fuera el caso, el Espíritu Santo no debería contarse nunca en la Unidad de la Trinidad, a saber, en línea con el Padre y el Hijo inmutables, a no ser que no haya sido siempre el Espíritu Santo.” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.4. Editorial Clie, p. 93]

“Sin embargo, parece apropiado preguntarse por qué cuando un hombre viene a renacer para la salvación que viene de Dios hay necesidad de invocar al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, de suerte que no quedaría asegurada su salvación sin la cooperación de toda la Trinidad; y por qué es imposible participar del Padre o del Hijo sin el Espíritu Santo. Para contestar esto será necesario, sin duda, definir las particulares operaciones del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. En mi opinión, las operaciones del Padre y del Hijo se extienden no sólo a los santos, sino también a los pecadores, y no sólo a los hombres racionales, sino también a los animales y a las cosas inanimadas; es decir, a todo lo que tiene existencia. Pero la operación del Espíritu Santo de ninguna manera alcanza a las cosas inanimadas, ni a los animales que no tienen habla; ni siquiera puede discernirse en los que, aunque dotados de razón, se entregan a la maldad y no están orientados hacia las cosas mejores. En suma, la acción del Espíritu Santo está limitada a los que se van orientando hacia las cosas mejores y andan en los caminos de Cristo Jesús, a saber, los que se ocupan de las buenas obras y permanecen en Dios.”  [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.5. Editorial Clie, p. 93-94]

“Hay también otra gracia del Espíritu Santo, que es concedida en merecimiento, por el ministerio de Cristo y la obra del Padre, en proporción a los méritos de quienes son considerados capaces de recibirla. Esto es claramente indicado por el apóstol Pablo, cuando demostrando que el poder de la Trinidad es uno y el mismo, dice: “Hay diversidad de dones; mas el mismo Espíritu es. Y hay repartimiento de ministerios; mas el mismo Señor es. Y hay repartimiento de operaciones; mas el mismo Dios es el que obra todas las cosas en todos. Pero a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho” (1ª Co.12:4-7). De lo que se deduce claramente que no hay ninguna diferencia en la Trinidad, sino que lo que es llamado don del Espíritu es dado a conocer por medio del Hijo, y operado por Dios Padre. “Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere” (1ª Co. 12:11).” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.7. Editorial Clie, p. 97]

El Hijo

“Es cosa blasfema e inadmisible pensar que la manera como Dios Padre engendra al Hijo y le da el ser es igual a la manera como engendra un hombre o cualquier otro ser viviente. Al contrario, se trata necesariamente de algo muy particular y digno de Dios, con el cual nada absolutamente se puede comparar. No hay pensamiento ni imaginación humana que permita llegar a comprender cómo el Dios inengendrado viene a ser Padre del Hijo unigénito. Porque se trata, en efecto, de una generación desde siempre y eterna, a la manera como el resplandor procede de la luz. El Hijo no queda constituido como tal de una manera extrínseca, por adopción, sino que es verdaderamente Hijo por naturaleza.”    [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.2.5. Editorial Clie, p. 77]

“Por consiguiente, no decimos, como creen los herejes, que una parte de la sustancia de Dios se ha convertido en la sustancia del Hijo, ni que el Hijo ha sido creado por el Padre de la nada, esto es, fuera de su propia sustancia, de suerte que hubo un tiempo en que no existió. […] Sin embargo, esto mismo que decimos (que nunca hubo tiempo cuando no existió), debe oírse con perdón de la expresión, porque los términos “nunca” y “cuando” tienen de por sí sentido temporal, y todo lo que se dice del Padre, como del Hijo, y del Espíritu Santo debe entenderse como estando sobre todo tiempo y sobre todos los siglos y sobre la eternidad. Porque sólo esta Trinidad excede a todo sentido de inteligencia no sólo temporal, sino también eterna, mientras que todo lo demás que existe fuera de la Trinidad puede medirse por siglos y tiempos.” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes IV.2.28. Editorial Clie, p. 336,337]

Vayamos ahora a TERTULIANO (Nacido en Cartago alrededor del año 155). Los unicitarios (modalistas o sabelianos) llaman a Tertuliano “el inventor de la doctrina trinitaria”. En realidad Tertuliano influyó en la terminología pero no inventó ninguna doctrina, el núcleo del dogma que Tertuliano llamaría “Trinidad” ya existía, se discutía y se desarrollaba en la Iglesia tanto griega como latina.

“Tampoco el Nuevo Testamento ofrece una explicación clara de cómo Dios puede ser uno y trino a la vez, por lo que algunos Padres de la Iglesia primitiva intentaron dar respuesta a la pregunta. Como hemos visto, el primer teólogo sistemático, Orígenes, realizó una importante contribución en ese sentido. En vida de Tertuliano hubo un maestro de Asia Menor que creyó dar con una aportación original. Para insistir en la unidad de Dios, Práxeas enseñaba que el Padre descendió como Verbo al vientre de María y ascendió de regreso al cielo antes de volver como Espíritu Santo; de modo que Padre, Hijo y Espíritu eran solamente tres papeles desempeñados por un único Dios, tres máscaras empleadas en momentos distintos de la historia de la salvación. Algunos pusieron a esta doctrina el nombre de modalismo, ya que el Padre, el Hijo y el Espíritu no eran más que los tres «modos» distintos en que Dios se manifiesta ante nosotros. Otros se mofaban de ella llamándola «patripasianismo» al atreverse a insinuar que el Padre padeció en la cruz. Entonces Tertuliano volvió a pasar a la acción. Esta herejía, hacia la que no mostraba ninguna tolerancia, le sirvió de acicate para realizar una de sus principales contribuciones a la teología cristiana. Intentando explicar el modo adecuado de conciliar en Dios las nociones de uno y trino, acuñó el término latino trinitas o trinidad, e introdujo el término clave de persona. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres Personas, pero una sola sustancia, una sola naturaleza y un solo poder divinos. Las tres Personas son distintas sin estar divididas: por eso existe un solo Dios y no tres. Es cierto que, en relación con la Trinidad, Tertuliano incurrió en graves errores condenados más tarde por la Iglesia, pero su nueva terminología pasó a ser clásica y acabó incorporándose –como algunos de los términos introducidos por Orígenes– a posteriores declaraciones oficiales de la fe de la Iglesia.” [D’AMBROSIO, Marcellino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres. Ediciones Palabra, p.85]

“Aquí todavía la figura precede a la realidad, al igual que Juan fue el precursor del Señor preparando sus caminos, igualmente el ángel que preside en el bautismo traza los caminos para la venida del Espíritu Santo, borrando los pecados por la fe sellada en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque si toda palabra de Dios se apoya en tres testigos, con mucha mayor razón su don. En virtud de la bendición bautismal tenemos como testigos de la fe a los mismos que son garantes de la salvación. Y esta trilogía de nombres divinos es más que suficiente para fundar nuestra esperanza. Y puesto que el testimonio de la fe y la garantía de la salvación tienen como fundamento las Tres Personas, necesariamente la mención de la Iglesia se encuentra incluía. Porque allí donde están los Tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, allí se encuentra la Iglesia que es el cuerpo de los Tres.” [TERTULIANO. Tratado sobre el Bautismo. Selección de textos, Abadía de los Toldos: Iniciación a la lectura de los Padres de la Iglesia, 23]

“Tú (Praxeas) no quieres admitir que la Palabra es realmente substantiva por la propiedad de la sustancia de modo que pueda parecer una cosa y una cierta persona y que, constituida segunda a partir de Dios, hace en realidad que Dios y la Palabra sean dos, Padre e Hijo. Tú dices: ¿Qué es la palabra sino una voz vacía, inconsistente e incorporal? Pero yo sostengo que nada inconsistente y vacío pudo salir de Dios. ¿Cómo podrá ser vacío de sustancia lo que ha emanado de la sustancia de Dios? Por eso, de cualquier tipo que haya sido la sustancia de la Palabra (que brota de Dios) yo digo que ella es una persona y reivindico para ella el nombre de Hijo y, reconociéndola como Hijo, sostengo que es segunda a partir del Padre.” [TERTULIANO: Adversus Praxeas 7]

“Donde hay un segundo, hay dos y, donde hay un tercero, hay tres. En efecto, el Espíritu es el tercero a partir de Dios y del Hijo, así como tercero a partir de la raíz es el fruto que sale de la rama, y tercero partir de la fuente es el arroyo que sale del río y tercero a partir del sol es el ápice que sale del rayo. Pero ninguno de ellos se aparta de la matriz de donde cada uno saca lo que los constituye en su propiedad. Así la Trinidad que fluye del Padre por grados entretejidos y conexos no daña a la Monarquía y protege el estatuto de la Economía. El Hijo es otro que el Padre por la distribución, no por lo diversidad, por la distinción, no por la división.”  [TERTULIANO. Adversus Praxeas 8-9).

Un poco de historia

“El monarquianismo modalista no negaba la divinidad plena de Jesucristo, sino que sencillamente la identificaba con el Padre. Debido a esta identificación, que daba a entender que el Padre había sufrido en Cristo, se le llama en ocasiones «patripasianismo». Sus más antiguos maestros de que tenemos noticias son Noeto de Esmirna y Práxeas, personaje oscuro que algunos han identificado con el Papa Calixto. Aunque desde muy temprano los escritores eclesiásticos atacaron y refutaron este tipo de monarquianismo, no lograron destruirlo, sino que continuó desarrollándose hasta llegar a su culminación a principios del siglo tercero en la persona de Sabelio. Sabelio difundió y perfeccionó las doctrinas modalistas a tal punto que desde entonces el modalismo recibe el nombre de «sabelianismo». Según él, Dios es uno solo, sin distinción alguna. Dios es «hijo-padre», de tal modo que las llamadas «personas» no son más que fases de la revelación de Dios.”  [GONZALEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Tomo I, p. 142]

“Es poco lo que sabemos acerca de Práxeas. Al parecer, era oriundo de Asia Menor, donde había conocido tanto el monarquianismo como el montanismo, y había rechazado éste y aceptado aquél. Al llegar a Roma, se le recibió con gran honra, y Práxeas contribuyó a combatir el montanismo y a propagar el monarquianismo en esa ciudad. Es por ello que Tertuliano afirma que Práxeas «sirvió al Diablo en Roma de dos modos: echando la profecía e introduciendo la herejía; echando al Paracleto y crucificando al Padre» (Adv. Prax. I). Práxeas -como todos los monarquianos modalistas- pretendía defender la unidad divina subrayando la identidad entre el Padre y el Hijo, y de este modo ponía en peligro la distinción entre ambos. De aquí que los de su partido recibiesen el nombre de «patripasianos», pues su posición parecía implicar que el Padre fue crucificado. Es contra esta posición de Práxeas que Tertuliano escribió la obra que estamos discutiendo, y cuyas expresiones son tan felices que en más de una ocasión parecen adelantarse a su época en más de dos siglos. En efecto, en esta obra se encuentran fórmulas que se anticipan a las soluciones que más tarde se daría a las controversias trinitarias y cristológicas. […] Al continuar leyendo a Tertuliano, resulta cada vez más claro que nuestro escritor tiende a subrayar la distinción entre las personas de la Trinidad, y esto en perjuicio de su unidad esencial. En efecto, en el capítulo nueve de Contra Práxeas encontramos que «el Padre es toda la substancia, y el Hijo es una derivación y porción del todo». Y en Contra Hermógenes se afirma que hubo un tiempo cuando el Hijo no existió. Ambas aserciones establecen entre el Padre y el Hijo una distinción que más tarde será declarada heterodoxa. Esto es lo que se ha dado en llamar el «subordinacionismo» de Tertuliano. Y es cierto que hay en Tertuliano cierta tendencia subordinacionista. Pero es necesario recordar que el propósito mismo de la obra Contra Práxeas lleva a Tertuliano a subrayar la distinción entre el Padre y el Hijo más que su unidad. Además, sería injusto esperar de Tertuliano una precisión que no aparece en la historia del pensamiento cristiano sino tras largas controversias. Por estas razones, sus innegables tendencias subordinacionistas no han de eclipsar el genio de Tertuliano, que creó y aplicó el vocabulario y la fórmula básica que el occidente habría de emplear por muchos siglos para expresar el carácter trino de Dios” [GONZALEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Tomo I, p. 175-176,178]

IRENEO DE LYON

“Al parecer, nació en Asia Menor -probablemente en Esmirna- alrededor del año 135. Allí escuchó a Policarpo de Esmima, aunque debe haber sido aún bastante joven cuando el anciano obispo coronó su vida con el martirio. Más tarde -probablemente alrededor del año 170 -pasó a las Galias y se estableció en la ciudad de Lyón, donde existía una comunidad cristiana compuesta en parte al menos por inmigrantes del Asia Menor. Allí era presbítero en el año 177, cuando fue enviado a Roma a llevar una carta al obispo de esa ciudad. Al regresar de su misión, descubrió que el obispo de Lyón, Potino, había sufrido el martirio, y que él debía ser su sucesor. Como obispo de Lyón, Ireneo se dedicó, no sólo a dirigir la vida de la iglesia en esa ciudad, sino también a evangelizar a los celtas que habitaban la comarca, a defender el rebaño cristiano contra los embates de las herejías, y a mantener la paz de la iglesia… Pero fue su interés en combatir las herejías de su tiempo y en fortalecer la fe de los cristianos lo que le llevó a escribir las dos obras que le han valido un sitial entre los más grandes teólogos de todos los tiempos. En cuanto a su muerte, se afirma que murió como mártir, aunque nada sabemos en cuanto a los detalles de su martirio. Lo más probable es que haya muerto en el año 202, cuando hubo una matanza de cristianos en Lyón.” [GONZALEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Tomo I, p. 155-156]

Ireneo, obispo de Lyon, fue un gran defensor de la ortodoxia cristiana y un celoso guardián de la tradición que se remontaba a los apóstoles. Leamos cómo se bautizaba a los creyentes según la enseñanza que él había aprendido y que se remontaba a los apóstoles mismos:

“Ahora bien, puesto que la fe sostiene nuestra salvación, es necesario prestarle mucha atención para lograr una auténtica inteligencia de la realidad. La fe es la que nos procura todo eso como nos han transmitido los presbíteros, discípulos de los apóstoles. En primer lugar la fe nos invita insistentemente a rememorar que hemos recibido el bautismo para el perdón de los pecados en el nombre de Dios Padre y en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado, y en el Espíritu Santo de Dios.” [IRENEO. Demostración de la Predicación Apostólica 3]

Afirmar, pues, como lo hacen los unicitarios, que el bautismo en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo consiste en  un invento católico es ignorar, o manipular voluntariamente, los testimonios más antiguos de la Iglesia cristiana.

“6. He aquí la Regla de nuestra fe, el fundamento del edificio y la base de nuestra conducta: Dios Padre, increado, ilimitado, invisible, único Dios, creador del universo. Éste es el primer y principal artículo. El segundo es: el Verbo de Dios, Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, que se ha aparecido a los profetas según el designio de su profecía y según la economía dispuesta por el Padre; por medio de Él ha sido creado el universo. Además al fin de los tiempos para recapitular todas las cosas se hizo hombre entre los hombres, visible y tangible, para destruir la muerte, para manifestar la vida y restablecer la comunión entre Dios y el hombre. Y como tercer artículo: el Espíritu Santo por cuyo poder los profetas han profetizado y los padres han sido instruidos en lo que concierne a Dios, y los justos han sido guiados por el camino de la justicia, y que al fin de los tiempos ha sido difundido de un modo nuevo sobre la humanidad, por toda la tierra, renovando al hombre para Dios. 7 . Por eso el bautismo, nuestro nuevo nacimiento, tiene lugar por estos tres artículos, y nos concede renacer a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, esto es, al Hijo, que es quien los acoge y los presenta al Padre, y el Padre les regala la incorruptibilidad. Sin el Espíritu Santo es pues imposible ver el Verbo de Dios y sin el Hijo nadie puede acercarse al Padre, porque el Hijo es el conocimiento del Padre y el conocimiento del Hijo se obtiene por medio del Espíritu Santo. Pero el Hijo, según la bondad del Padre, dispensa como ministro al Espíritu Santo a quien quiere y como el Padre quiere.” [IRENEO. Demostración de la Predicación Apostólica 6 y 7]

“El Padre sostiene al mismo tiempo toda su creación y a su Verbo; y el Verbo que el Padre sostiene, concede a todos el Espíritu, según la voluntad del Padre: a unos en la creación misma les da el (espíritu) de la creación, que es creado; a otros el de adopción, esto es, el que proviene del Padre, que es obra de su generación. Así se revela como único el Dios y Padre, que está sobre todo, a través de todas y en todas las cosas. El Padre está sobre todos los seres, y es la cabeza de Cristo (1 Cor 11,3); por medio de todas las cosas obra el Verbo, que es Cabeza de la Iglesia; y en todas las cosas, porque el Espíritu está en nosotros, el cual es el agua viva (Jn 7,38-39) que Dios otorga a quienes creen rectamente en él y lo aman, y saben que «uno sólo es el Padre, que está sobre todas las cosas, por todas y en todas» (Ef 4,6). De estas cosas da testimonio Juan, el discípulo del Señor, cuando dice en el Evangelio: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba ante Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio ante Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada ha sido hecho» (Jn 1,1-2). Y luego dice acerca del Verbo: «En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, pero el mundo no lo conoció. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios, que son los que creen en su nombre» (Jn 1,10-11). Y adelante, hablando de la Economía según su humanidad, dice: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Y añade: «Y hemos visto su gloria, gloria del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). Abiertamente muestra a quienes quieran escuchar, esto es, a quienes tengan oídos, que uno es Dios Padre que está sobre todo, y uno su Verbo que actúa por medio de todas las cosas, pues todas las cosas por él fueron hechas; y que el mundo es suyo porque él lo hizo según la voluntad del Padre.” [Ireneo de Lyon. Contra los Herejes V.18.2,3]

Otros testimonios patrísticos:

Novaciano (210-258)

“No obstante la precisa afirmación de que las tres personas, por tener una misma naturaleza constituían un solo Dios, a muchos espíritus menos lúcidos y más temerosos el fantasma del triteísmo les originaba una inquietud invencible. Surgió así muy pronto el modalismo que resolvió el dilema trinidad-unidad suprimiendo simplemente el primer término detrás de la frágil pantalla de apariencias mudables intermitentes de la única persona. Era una burda racionalización del misterio, un rechazo categórico de innumerables afirmaciones de Jesús y un golpe al corazón de la fe cristiana. La reacción fue, por consiguiente, vigorosísima. Novaciano, en el De Trinitate, hacia el 250, desmanteló estas desfiguraciones con un estilo claro, seguro, incisivo. El párrafo que sigue (cap. 27, 1-5) es un comentario agudo y sutil de un pasaje evangélico que los sabelianos utilizaban en defensa de sus tesis. La refutación evidencia seguridad de ideas y desenvoltura dialéctica:

«Pero porque a menudo nos hieren con aquel pasaje famoso en que está dicho: «El Padre y yo somos una sola cosa», también en esto les venceremos con la misma facilidad. Si de hecho, como creen los herejes, Cristo hubiese sido » el Padre, habría sido necesario decir: «Yo, el Padre, soy uno solo.» Pero cuando dice «yo» y luego introduce «el Padre» diciendo «yo y el Padre», separa y distingue la individualidad de su persona, esto es, del Hijo, de la esencia generadora del Padre, y no solamente tomando en consideración la pronunciación del nombre, sino también teniendo en cuenta el modo como coloca los grandes personajes que anteceden, porque podría haber dicho «yo el Padre», si hubiera tenido la idea de decir que era el Padre. Y puesto que dijo «una sola cosa», los herejes perciben que no dijo «uno solo». De hecho, «una sola cosa», en neutro, indica la concordia de la conexión, no la unidad de la persona. Se dice realmente que es «una sola cosa» y no «uno solo», porque no viene referido al número sino que se anuncia en relación a la conexión con el otro. Por último añade la palabra «somos», no «soy», para mostrar mediante el hecho de que dijo «somos» y «Padre», que las personas son dos. Decir luego «una sola cosa» concierne a la concordia y a la identidad de parecer y se refiere justamente a la conexión que da el amor, de modo que, mediante la concordia, el amor y el afecto, el Padre y el Hijo resultan con plena razón una sola cosa. Y porque procede del Padre, sea lo que fuere lo que esta expresión quiera decir, es Hijo, salvando con todo la distinción por la que el Padre no es el Hijo, porque tampoco el Hijo es lo mismo que el Padre. Y no habría añadido «somos», si hubiera pensado ser desde el origen un Padre-Hijo único y solo.» (NOVACIANO: De Trinitate 27:1-5)  [TRISOGLIO, Francesco. Cristo en los Padres de la Iglesia. Editorial Herder, p. 67-68]

Hilario de Poitiers (315-368) Obispo y Doctor de la Iglesia:

«El Hijo procede de aquel Padre que tiene el ser, es unigénito que procede del inengendrado, descendencia del Padre, viviente del viviente. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, también se le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo. Perfecto que procede del perfecto, porque es todo entero de aquel que es todo entero. No hay división o separación, porque cada uno está en el otro y en el Hijo habita la plenitud de la divinidad. Es el incomprensible que procede del incomprensible; nadie les conoce, sino ellos entre sí. Es el invisible que procede del invisible, porque es la imagen del Dios invisible (Col 1,15) y porque el que ve al Hijo, ve también al Padre (Jn 14,9). Uno procede del otro, porque son Padre e Hijo. Pero la naturaleza de la divinidad no es distinta en uno y otro, porque los dos son una misma cosa: Dios que procede de Dios. El Dios unigénito del único Dios inengendrado. No son dos dioses, sino uno que procede de uno. No dos inengendrados, porque el que ha nacido procede del que no ha nacido. En nada se diferencian el uno del otro, porque la vida del viviente está en el que vive. Estas cosas hemos alcanzado acerca de la naturaleza de la divinidad, sin entender lo más elevado, pero dándonos cuenta de que son incomprensibles las cosas de que hablamos. Podrás decir: De nada sirve la fe si nada puede ser comprendido. Al revés, el servicio que la fe proporciona es el de saber que aquello por lo que se pregunta es incomprensible para ella.”  [HILARIO DE POITIERS, La Trinidad, 2,11. Cit. en La Predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC, p. 24]

Si bien el modalismo (o sabelianismo) es completamente distinto al arrianismo, en las refutaciones a este último podemos encontrar conceptos válidos para nuestro estudio:

Gregorio de Elvira

“Gregorio de Elvira es el mejor escritor hispano del siglo IV por la amplitud y contenido de sus obras… Con Gregorio de Elvira estuvo presente la Iglesia de España en la controversia arriana. De esta obra, con tanta precisión teológica, tomamos los textos siguientes. Gregorio de Elvira muere después del 392. Es autor de una riquísima espiritualidad.

«Creemos en un Dios, padre omnipotente, hacedor de todo lo visible e invisible, y en un Señor nuestro Jesucristo, Hijo de Dios, único nacido del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no hecho, de una sustancia con el Padre, que es lo que los griegos dicen «omoousion» por el cual fueron hechas todas las cosas tanto del cielo como de la cierra, que descendió por nosotros y por nuestra salvación, se encarnó y se hizo hombre, padeció, resucitó al tercer día, subió a los cielos y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y en el Espíritu Santo. La Iglesia católica y apostólica anatematiza a aquellos que dicen que «era cuando no era», y «que antes de nacer no era», y que afirman, además, que el Hijo de Dios es mudable y transformable. Amén.» (Gregorio de Elvira. De la fe ortodoxa contra los arrianos, 1)

«¿Quién de los católicos desconoce que el Padre es verdaderamente Padre, el Hijo verdaderamente Hijo, y el Espíritu Santo verdaderamente el Espíritu Santo? Es lo que dijo el mismo Señor a sus apóstoles: Id y bautizad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo  (Mt 28, 19). Esta es la perfecta Trinidad que consiste en la unidad y que confesamos ser de única sustancia. Nosotros no establecemos en Dios una división según la condición de los cuerpos, sino según el poder de la naturaleza divina, en la que no hay materia; creemos asimismo que consta verdaderamente de personas y testificamos la unidad de la divinidad. No decimos que el Hijo de Dios sea la extensión de alguna parte del Padre, como algunos han pensado, ni tomamos al Verbo como un sonido de voz sin contenido, sino que creemos que los tres nombres y las tres personas son de una única esencia, de una única majestad y poder. Por eso confesamos un solo Dios, porque la unidad de majestad nos prohíbe hablar de varios dioses. Por fin, llamamos católicamente al Padre y al Hijo, pero no podemos ni debemos decir dos dioses, ni tampoco podemos admitir que el Hijo de Dios no sea Dios; no, es verdadero Dios de Dios verdadero, porque no conocemos al Hijo de Dios de ninguna otra parte más que del mismo único Padre, por eso decimos un solo Dios. Esto es lo que nos han enseñado los profetas, los apóstoles, y esto fue lo que enseñó el mismo Señor, cuando dice: Yo y el Padre somos una sola cosa (Jn 10,30). El apóstol también dice: no hay más que un Dios Padre, de quien todo procede y para quien somos nosotros, y un solo Señor Jesucristo para quien son todas las cosas y nosotros también. Pero no todos saben esto (I Cor 8, 6-7).» (Gregorio de Elvira. De la fe ortodoxa contra los arrianos, 10-12) [Citado en DOMÍNGUEZ del VAL, Ursicino. Leandro de Sevilla y la lucha contra el arrianismo, Editora Nacional Madrid, p. 325-328]

Martín de Braga (515 – 580)

“El sumergir tres veces al bautizando en el nombre de la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, es una tradición antigua y apostólica” [Carta del obispo Martín al obispo Bonifacio. Citado en DOMÍNGUEZ del VAL, Ursicino. Leandro de Sevilla y la lucha contra el arrianismo, Editora Nacional Madrid, p. 353]

Sobre el Concilio III de Toledo, 589

“… que confesemos que el Padre es quien engendró de su sustancia al Hijo, igual a Sí y coeterno y no que Él sea a un mismo tiempo nacido y engendrador, sino que una es la persona del Padre que engendró, otra la del Hijo que fue engendrado, y que sin embargo uno y otro subsisten por la divinidad de una sola sustancia. El Padre, del que procede el Hijo, pero Él mismo no procede de ningún otro. El Hijo es el que procede del Padre, pero sin principio y sin disminución subsiste en aquella Divinidad, en que es igual y coeterno al Padre. Del mismo modo debemos confesar y predicar que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, y con el Padre y el Hijo es de una misma sustancia; que hay en la Trinidad una tercera persona, que es el Espíritu Santo, la cual, sin embargo, tiene una común esencia divina con el Padre y el Hijo. Esta santa Trinidad, es un solo Dios: Padre, e Hijo y Espíritu Santo… Pero del mismo modo, como es señal de la verdadera salvación creer que la Trinidad está en la Unidad, y la Unidad en la Trinidad, así se dará una prueba de verdadera justicia si confesamos una misma fe dentro de la universal Iglesia, y guardamos los preceptos apostólicos, apoyados en también apostólico fundamento. […]

  • II. Cualquiera que negare que el Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, ha sido engendrado sin principio de la sustancia del Padre y que no es igual al Padre y consustancial, sea anatema.
  • III. Cualquiera que no crea en el Espíritu Santo, y no creyere que procede del Padre y del Hijo, y no le confesare como coeterno y coesencial al Padre y al Hijo, sea anatema.
  • IV. Cualquiera que no distinga en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo las personas, y no reconozca la sustancia de una sola divinidad, sea anatema.”  [Citado en DOMÍNGUEZ del VAL, Ursicino. Leandro de Sevilla y la lucha contra el arrianismo, Editora Nacional Madrid, p. 372, 386]

Como el tema y los testimonios patrísticos son muy extensos, continuaremos con este estudio en un próximo capítulo.

Redacción y recopilación de textos: Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de la Iglesia, Diarios de Avivamientos y Consensus Patrum – 2022

Si puedes, te pedimos tu ayuda para actualizar nuestro equipamiento de edición, traducción y difusión de materiales bíblicos de textos y vídeos. Muchas gracias.

Botón Donar

La divinidad de Cristo en los Padres de la Iglesia

Quien niega la divinidad de Cristo ignora dos cosas fundamentales. La primera es el concepto integral, o la revelación completa, que las Escrituras nos dan acerca del Hijo de Dios, pues quien solo interpreta textos aislados de la Biblia termina cayendo en el fundamentalismo fanático, o en la herejía. Recordemos que herejía significa tomar, o seleccionar, solo una parte aislándola del resto. Las Escrituras en su totalidad nos dicen claramente que Jesucristo es Dios: perfecto Dios antes de su encarnación, perfecto Dios durante su encarnación, perfecto Dios después de su resurrección, perfecto hombre desde su encarnación, perfecto hombre después de su resurrección; en todo participante de la naturaleza del Padre, en todo participante de nuestra naturaleza.

Lo segundo que ignora quien niega la divinidad de Cristo es la Historia de la Iglesia (patrística, evolución del dogma, historia del culto, concilios de la Iglesia, tradición) que brindan un marco apropiado para interpretar correctamente las Escrituras, lo que se define como: lo que toda la Iglesia ha creído siempre, en todo tiempo y en todo lugar. Ignorar la Historia es creerse autosuficiente en la interpretación bíblica, lo cual nos convierte en candidatos idóneos para caer en las antiguas herejías. La Patrística, la Tradición y la Historia del dogma nos dejan en claro una cosa: Jesucristo fue adorado como Dios mucho antes de que las definiciones conciliares lo dejaran asentado por escrito.

Ignacio de Antioquía. Siglo II

“Porque nuestro Dios, Jesús el Cristo, fue concebido en la matriz de María según una dispensación “de la simiente de David”… A partir de entonces toda hechicería y todo encanto quedó disuelto, la ignorancia de la maldad se desvaneció, el reino antiguo fue derribado cuando Dios apareció en la semejanza de hombre en novedad de vida eterna.» [Carta a los Efesios 18,19]

«Espera en Aquel que está por encima de toda estación, el Eterno, el Invisible, que se hizo visible por amor a nosotros, el Impalpable, el Impasible, que sufrió por amor a nosotros, que sufrió en todas formas por amor a nosotros.”    [Carta a Policarpo 3]

II Epístola de Clemente, es en realidad un sermón registrado por escrito, el sermón más antiguo que se conserva de la iglesia primitiva. S. II

“Hermanos, tendríamos que pensar en Jesucristo como Dios y como “juez de los vivos y los muertos.”     [2ª de Clemente a los Corintios. 1. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, Clie]

CLEMENTE, de Alejandría, S. II

“Por consiguiente el Verbo, Cristo, es causa no sólo de que nosotros existamos desde antiguo (porque Él estaba en Dios), y de que seamos felices. Ahora este mismo Verbo se ha manifestado a los hombres, el único que es a la vez Dios y hombre, y causa de todos nuestros bienes. Aprendiendo de Él a vivir virtuosamente, somos conducidos a la vida eterna”.  [PROTRÉPTICO (EXHORTACIÓN) A LOS GRIEGOS, I.7.1]

Carta a Diogneto, obra apologética considerada una joya de la antigüedad cristiana. S. II o III

“Sino que, verdaderamente, el Creador todopoderoso del universo, el Dios invisible mismo de los cielos plantó entre los hombres la verdad y la santa enseñanza que sobrepasa la imaginación de los hombres, y la fijó firmemente en sus corazones, no como alguien podría pensar, enviando a la humanidad a un subalterno, o a un ángel, o un gobernante, o uno de los que dirigen los asuntos de la tierra, o uno de aquellos a los que están confiadas las dispensaciones del cielo, sino al mismo Artífice y Creador del universo, por quien Él hizo los cielos… A éste les envió Dios. ¿Creerás, como supondrá todo hombre, que fue enviado para establecer su soberanía, para inspirar temor y terror? En modo alguno. Sino en mansedumbre y humildad fue enviado. Como un rey podría enviar a su hijo que es rey; Él le envió como enviando a Dios; le envió como hombre a los hombres; le envió como Salvador, usando persuasión, no fuerza; porque la violencia no es atributo de Dios. Le envió para llamar, no para castigar; le envió para amar, no para juzgar. Es cierto que le enviará un día en juicio, y ¿quién podrá resistir entonces su presencia?” [Carta a Diogneto 7. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, Clie]

Orígenes. Siglo III

«Así como en los últimos días, el Verbo de Dios revestido de la carne de María, entró en este mundo; y otro ciertamente era el que se veía en Él, otro el que se comprendía, porque la vista de la carne en Él se ofrecía a todos, pero a pocos y elegidos se les daba el conocimiento de la divinidad. Así también, cuando por los profetas y el legislador, el Verbo de Dios se manifestó ante los hombres, no se manifestó sin las vestimentas apropiadas. En efecto, así como allí esta cubierto por el velo de la carne, aquí por el de la letra (cf. 2 Co 3,14); de modo que la letra es vista como la carne, pero late en el interior el sentido espiritual que se percibe como la divinidad. Por tanto, esto es lo que ahora encontraremos leyendo el libro del Levítico, en el cual se describen los ritos de las sacrificios, la diversidad de los víctimas y los ministerios de los sacerdotes. Pero todo esto según la letra, que es como la carne del Verbo y revestimiento de su divinidad, que acaso dignos e indignos consideran y oyen.»   [Dieciséis homilías sobre el Levítico, Homilía I,1]

LACTANCIO, S. III-IV

«Y, teniendo naturaleza divina y naturaleza humana, pudiera llevar esta débil y frágil naturaleza nuestra, como de la mano, hasta la inmortalidad. Engendrado Hijo de Dios en el espíritu, hijo del hombre por su carne; esto es, Dios y hombre. El poder de Dios se manifiesta en él por las obras que hizo; la fragilidad del hombre por la pasión que sufrió.” [Instituciones divinas, 4,13. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC]

Eusebio, obispo de Cesárea: Confesión de fe en su Carta a su diócesis, del año 325
Puesto que Eusebio afirma que él fue bautizado según esta fórmula, es posible que su confesión de fe se remonte casi a mediados del siglo III. El Concilio de Nicea, al que Eusebio presentó su confesión de fe para que este concilio la confirmara, tomó de ella algunas cosas para su propia confesión de fe.

Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, el creador de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un solo Señor, Jesucristo,la Palabra de Dios, Dios de Dios, luz de luz, vida de vida, Hijo unigénito, primogénito de toda la creación, engendrado antes de todos los siglos por el Padre, por medio del cual todo fue hecho, se encarnó por nuestra salvación…

HILARlO, obispo de POITIERS, Siglo IV

El Hijo procede de aquel Padre que tiene el ser, es unigénito que procede del inengendrado, descendencia del Padre, viviente del viviente. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, también se le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo. Perfecto que procede del perfecto, porque es todo entero de aquel que es todo entero. No hay división o separación, porque cada uno está en el otro y en el Hijo habita la plenitud de la divinidad. Es el incomprensible que procede del incomprensible; nadie les conoce, sino ellos entre sí. Es el invisible que procede del invisible, porque es la imagen del Dios invisible (Col 1,15) y porque el que ve al Hijo, ve también al Padre (Gn 14,9). Uno procede del otro, porque son Padre e Hijo. Pero la naturaleza de la divinidad no es distinta en uno y otro, porque los dos son una misma cosa: Dios que procede de Dios. El Dios unigénito del único Dios inengendrado. No son dos dioses, sino uno que procede de uno. No dos inengendrados, porque el que ha nacido procede del que no ha nacido. En nada se diferencian el uno del otro, porque la vida del viviente está en el que vive. Estas cosas hemos alcanzado acerca de la naturaleza de la divinidad, sin entender lo más elevado, pero dándonos cuenta de que son incomprensibles las cosas de que hablamos. Podrás decir: De nada sirve la fe si nada puede ser comprendido. Al revés, el servicio que la fe proporciona es el de saber que aquello por lo que se pregunta es incomprensible para ella”   [La Trinidad, 2,11. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia BAC]

Atanasio, obispo de Alejandría, S. IV

“[…] el Logos no estaba en el cuerpo como uno cualquiera de los seres creados ni tampoco como una criatura dentro de otra, sino que era Dios en la carne, artífice y preparador en lo que ha sido preparado por Él.  Y los hombres están recubiertos de carne para existir y sostenerse, mientras que el Logos de Dios se ha hecho hombre para santificar la carne, y existió en la forma de siervo, aunque era Señor, pues toda la creación que ha sido creada y hecha por Él es sierva del Logos.”   [Discurso contra los arrianos, II, 10. Ed. Ciudad Nueva, p. 142]

«Para que se pueda conocer con más exactitud la impasibilidad de la naturaleza del Logos y aquellas debilidades que se le atribuyen en razón de la carne, es bueno escuchar al bienaventurado Pedro, pues él podría ser un testigo digno de crédito en lo que respecta al Salvador. Escribe en una carta, diciendo: Cristo, por tanto, sufrió por nosotros en la carne. Así pues, cuando se diga que tiene hambre y sed, que se cansaba, no sabía, dormía, lloraba, preguntaba, huía, era engendrado, pedía que se apartara el cáliz y en general todas aquellas cosas que son propias de la carne, habría que añadir lógicamente a cada una de ellas: «Cristo, por tanto, tuvo hambre y sed por nosotros en la carne»; «decía que no sabía, era apaleado y se cansaba por nosotros en la carne» ; «fue exaltado, engendrado, crecía, tenía miedo y se escondía en la carne»; «decía: Si es posible aparta de mí este cáliz, era golpeado y apresado por nosotros en la carne»; y en general todas las cosas semejantes que hizo por nosotros en la carne. No hay duda de que por esta razón el Apóstol mismo no dijo: «Cristo, por tanto, sufrió por nosotros en la divinidad», sino por nosotros en la carne, para que no se llegase a pensar que los padecimientos son propios del Logos mismo conforme a su naturaleza, sino propios de la carne por naturaleza. Por lo tanto, que nadie se escandalice a causa de los padecimientos humanos, sino más bien que sepa que el Logos mismo permanece impasible en lo que respecta a su naturaleza y que, no obstante, a causa de la carne de la que se revistió, se le atribuyen estas cosas, puesto que son propias de la carne y se trataba del cuerpo mismo del Salvador. Él permanece como es, impasible en lo que respecta a su naturaleza, sin ser dañado por ellas, sino más bien haciéndolas desaparecer y destruyéndolas.”   [Discurso contra los arrianos, III, 34. Ed. Ciudad Nueva, p. 306-307]

CIRILO DE ALEJANDRÍA, finales del siglo IV y principios del V, Patriarca de Alejandría

“El Unigénito, que era Dios y Señor de todas las cosas, según las Escrituras, se ha manifestado a nosotros; ha sido visto en la tierra, ha iluminado a los que estaban en tinieblas, haciéndose hombre … Él es el Verbo de Dios, viviente, subsistente y eterno con Dios Padre, tomando forma de esclavo. Como es completo en su divinidad, es completo en su humanidad; constituido en un solo Cristo, Señor e Hijo […]. En efecto, el Hijo, coeterno a aquel que lo había engendrado y anterior a todos los siglos, cuando tomó la naturaleza humana sin dejar su cualidad de Dios, sino integrando el elemento humano, pudo legítimamente ser concebido como nacido de la estirpe de David y teniendo un nacimiento humano reciente. Porque no hay sino un solo Hijo y un solo Señor Jesucristo, antes que asumiera la carne y después que se ha manifestado como hombre”  [Sobre la encarnación del Unigénito. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia BAC]

Epifanio, obispo de Salamina: Confesión de fe en su Ancoratus, en el año 374

«Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de cielo y tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, es decir, de la esencia del Padre, luz de luz, Dios verdadero de Dios Verdadero, engendrado no creado, de la misma esencia del Padre, por medio del cual todo fue hecho, las cosas en los cielos y las de la tierra…»

Credo Niceno (Primer gran Concilio de toda la cristiandad), 19 de junio del 325

«Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de todas las cosas visibles y de las invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no hecho, de una sola sustancia con el Padre (lo que en griego se llama homousion), por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra…»

Artículo y recopilación de fuentes patrísticas de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos Diarios de la Iglesia –  2020

Si puedes, te pedimos tu ayuda para actualizar nuestro equipamiento de edición, traducción y difusión de materiales bíblicos de textos y vídeos. Muchas gracias.

btn_donate_lg-1

La Predestinación, en los Concilios de la Iglesia

«Pelagio, monje de origen irlandés, vivía en Roma desde comienzos del siglo V. Su severo ascetismo y sus rígidas predicaciones contra la disolución de costumbres en la capital de un imperio decadente, le dieron gran prestigio entre sus discípulos. Al entrar en Roma las tropas de Alarico (410 d.C.), huyó a Sicilia y después a Cartago, juntamente con el abogado Celestio; continuó predicando con fuego las exigencias morales más estrictas, basándose en las exigencias de la naturaleza y el valor del esfuerzo humano por conseguir la virtud. Poco o casi nada se dejaba a la acción de Dios en orden a conseguir la salvación… Adán, lo mismo que sus descendientes, podían salvarse con el mero esfuerzo de su voluntad, sin que para Adán (ni para sus descendientes) fuera necesaria la gracia, ni para los niños sea necesario el bautismo. San Agustín (354-430) se dio pronto cuenta de la gravedad de tales afirmaciones y con toda rapidez fueron condenadas en un sínodo reunido en Cartago (411)… Pero el asunto no terminó. Celestio se trasladó a Roma y logró, mediante una tergiversación de la doctrina pelagiana que el sucesor de Inocencio, Zósimo absolviera a Pelagio. Los obispos africanos insisten… En mayo del 418 se reunieron más de 200 obispos. Sus decisiones más importantes sobre el pecado original y la gracia fueron confirmadas por Zósimo (obispo de Roma), e integradas veinte años más tarde en una colección  conocida con el nombre de «lndiculus», y aceptada por la Iglesia como expresión de la tradición de la Iglesia.

El Indiculus, en su Capítulo I dice así:

Por la prevaricación de Adán, todos los hombres han perdido su ‘natural posibilidad’ e inocencia, y nadie hubiera podido por medio de su libre albedrío levantarse del abismo de aquella ruina, si la gracia de Dios misericordioso no lo hubiera levantado, como lo declara el papa Inocencio, de feliz memoria, en su carta al concilio de Cartago: «Víctima un día de su libre albedrío, al usar inconsideradamente de sus propios bienes, el hombre cayó en las profundidades de su prevaricación y no encontró medio alguno para salir de allí. Y engañado para siempre por su libertad, yacería oprimido por esta ruina, si no lo hubiera levantado por su gracia la venida de Cristo, quien mediante la purificación de un nuevo nacimiento, lavó con el baño del bautismo todo delito pasado».

Si bien el pelagianismo, como tendencia a negar el mundo sobrenatural de la gracia, sigue perviviendo en muchos espíritus, sin embargo, como problema dogmático, quedó definitivamente zanjado en los concilios africanos del siglo V, recibidos por la Iglesia universal. El pelagianismo propiamente dicho parece acabado ya en el siglo V. Otra cosa hay que decir de lo que se llamaría el «semipelagianismo». Este término es relativamente moderno [comenzó a usarse en el S. XVI] y de hecho fue una reacción excesiva contra ciertas ideas de San Agustín en la manera de concebir la distribución de la gracia y el papel de la voluntad libre del hombre y la acción de Dios en el orden salvífico. San Agustín defendió siempre la soberanía de la gracia: 1) todos los actos que conducen a la salvación, se hacen con ayuda de la gracia; 2) la salvación es un don gratuito de Dios. Y, sin embargo, 3) Dios quiere la salvación de todos; 4) la libertad del hombre queda intacta bajo el influjo de la gracia. Cuatro verdades que ya en vida de San Agustín parecieron a muchos difíciles de conciliar. La resistencia más seria a estas doctrinas provino de los monjes del sur de Francia: Juan Casiano y Vicente de Lerins [ambos venerados -al igual que Agustín- en la Iglesia Católica y en la Ortodoxa]. Agustín decía: Dios predestina gratuitamente a los que quiere. Sus opositores decían: para la primera gracia se requieren y bastan los méritos propios; Dios da de ordinario su gracia salvífica a aquellos que con su propia libertad se han hecho acreedores de ella. De lo contrario, ni hay igualdad de condiciones para todos, ni se salvaría la libertad humana.

Próspero de Aquitania e Hilario, oriundo de Africa, dos seglares instruidos, avisaron a Agustín y movieron al papa Celestino l a que escribiera una carta a los obispos franceses en defensa de San Agustín cuando este ya había muerto. En ella defiende el papa la autoridad de Agustín, pero sin tomar partido a favor de todas sus posiciones. No parece exagerado decir que esta aprobación de Celestino traza el camino que hay que seguir y que seguirá siempre el magisterio, reconociendo, por una parte, la gran competencia y seguridad doctrinal de Agustín y evitando, por otra, el canonizar todas y cada una de las formulaciones del santo… la Santa Sede ha rechazado, como ya lo hizo Celestino, el canonizar una opinión por el solo hecho de ser de san Agustín. Baste recordar las 30 proposiciones jansenistas [ultra-agustinos] condenadas por decreto del Santo Oficio el 7 de diciembre de 1690. La proposición 30 decía así: «Donde se encuentre una doctrina claramente fundada en Agustín, puede mantenerse y enseñarse absolutamente, sin necesidad de tener en cuenta ninguna bula pontificia». San Agustín mismo era mucho más modesto en valorar su doctrina que los mismos jansenistas; y en esto mostraba un espíritu mucho mas católico.»   [COLLANTES, Justo. LA FE DE LA IGLESIA CATÓLICA Las ideas y los hombres en los documentos doctrinales del Magisterio. Biblioteca de Autores Cristianos, p. 181-182; 553]

«Poco después de su muerte, Agustín se convirtió ya en una de las mayores autoridades de la Iglesia. Pero difícilmente la autoridad de un doctor de la Iglesia habrá sido objeto de usos tan indebidos como lo fue la autoridad de Agustín ( cf. la 30ª proposición jansenista condenada). Agustín dice acerca de su propia autoridad: «Yo desearía que cada uno aceptara mis opiniones de tal modo que me siguiese únicamente en aquello de lo que le consta que yo no me he equivocado. Pues yo escribo libros en los que me encargo de refundir mis propias obras, para mostrar que ni siquiera yo me he seguido a mí mismo en todas las cosas» (De dono perseverantiae 21).»  [DEZINGER. Enchiridion. 237]

El Indiculus, que ya en el siglo V consiguió reconocimiento universal, concluye así:

«En conclusión, por estas reglas de la iglesia, y por los documentos tomados de la divina autoridad, de tal modo con la ayuda del Señor hemos sido confirmados, que confesamos a Dios por autor de todos los buenos efectos y obras y de todos los esfuerzos y virtudes por los que desde el inicio de la fe se tiende a Dios, y no dudamos que todos los merecimientos del hombre son prevenidos por la gracia de Aquel, por quien sucede que empecemos tanto a querer como a hacer algún bien [cf. Filipenses 2,13]. Ahora bien, por este auxilio y don de Dios, no se quita el libre albedrío, sino que se libera, a fin de que de tenebroso se convierta en lúcido, de torcido en recto, de enfermo en sano, de imprudente en próvido. Porque es tanta la bondad de Dios para con todos los hombres, que quiere que sean méritos nuestros lo que son dones suyos, y por lo mismo que Él nos ha dado, nos añadirá recompensas eternas. Obra, efectivamente, en nosotros que lo que Él quiere, nosotros lo queramos y hagamos, y no consiente que esté ocioso en nosotros lo que nos dio para ser ejercitado, no para ser descuidado, de suerte que seamos también nosotros cooperadores de la gracia de Dios.»   [Indiculus, Capítulo 9. DEZINGER. Enchiridion. 248]

Concilio II de Orange – (3 julio 529)

«La doctrina agustiniana corría peligro de ser falseada, exagerando el influjo de la gracia, con detrimento de las obras y de la libertad humana, y subrayando de tal manera el don de la predestinación, que se viera comprometida la voluntad salvífica universal. Es posible que Lúcido, sacerdote de Riez, exagerara las tesis de San Agustín… Las exageraciones de Lúcido quedaron bien pronto cortadas; propusieron, primero el obispo, después un sínodo en Arlés (hacia el año 473), y poco después otro sínodo en Lyón, una serie de proposiciones contra ciertas desviaciones fundamentales. Lúcido las firmó y el asunto quedó resuelto.» [COLLANTES, Justo. LA FE DE LA IGLESIA CATÓLICA Las ideas y los hombres en los documentos doctrinales del Magisterio. Biblioteca de Autores Cristianos, p. 561]

Concilio de Arlés (473)
Fórmula de sumisión del presbítero Lúcido

«Sobre la doctrina de la predestinación del presbítero Lúcido trataron dos sínodos: el Sínodo de Arles del año 473 y poco después el Sínodo de Lyón. La refutación escrita fue redactada por el obispo Fausto de Reji y enviada a los treinta obispos sinodales de la Galia. Lúcido tuvo que suscribirla.

«Vuestra corrección es pública salvación y vuestra sentencia medicina. De ahí que también yo tengo por sumo remedio, excusar los pasados errores acusándolos, y por saludable confesión purificarme. Portante, de acuerdo con los recientes decretos del Concilio venerable, condeno juntamente con vosotros aquella sentencia
– que dice que no ha de juntarse a la gracia divina el trabajo de la obediencia humana;
– que dice que después de la caída del primer hombre, quedó totalmente extinguido el albedrío de la voluntad;
– que dice que Cristo Señor y Salvador nuestro no sufrió la muerte por la salvación de todos;
– que dice que la presciencia de Dios empuja violentamente al hombre a la muerte, o que por voluntad de Dios perecen los que perecen;
– que dice que unos están destinados a la muerte y otros predestinados a la vida;
– que dice que desde Adán hasta Cristo nadie de entre los gentiles se salvó con miras al advenimiento de Cristo por medio de la gracia de Dios, es decir, por la ley de la naturaleza, y que perdieron el libre albedrío en el primer padre.

Todo esto lo condeno como impío y lleno de sacrilegios. De tal modo, empero, afirmo la gracia de Dios que siempre añado a la gracia el esfuerzo y empeño del hombre, y proclamo que la libertad de la voluntad humana no está extinguida, sino atenuada y debilitada, que está en peligro quien se ha salvado, y que el que se ha perdido, hubiera podido salvarse. 
También Cristo, Dios y Salvador, por lo que toca a las riquezas de su bondad, ofreció por lodos el precio de su muerte y no quiere que nadie se pierda. Él, que es salvador de todos, sobre todo de los fieles, rico para con todos los que le invocan [Rom 10,12]. Y dado que sobre realidades tan importantes se debe dar satisfacción a la conciencia, recuerdo haber dicho antes que Cristo vino sólo para aquellos de los cuales tenia presciencia que habrían creído. Ahora, empero, por la autoridad de los sagrados testimonios que copiosamente se hallan en las divinas Escrituras, por la doctrina de los antiguos, puesta de manifestó por la razón, de buena gana confieso que Cristo vino también por los hombres perdidos que contra la voluntad de Él se han perdido. No es lícito, en efecto, limitar las riquezas de su bondad inmensa y los beneficios divinos a solo aquellos que al parecer se han salvado. Porque si decimos que Cristo sólo trajo remedios para los que han sido redimidos, parecerá que absolvemos a los no redimidos, los que consta han de ser castigados por haber despreciado la redención.

Orad por mí, señores santos y Padres apostólicos! – Yo. Lúcido, presbítero, firmé por mi propia mano esta mi carta, y lo que en ella se afirma, lo afirmo, y lo que se condena, condeno.»   [DEZINGER. Enchiridion. 330-342]

Es curioso que esta carta, sobre la ortodoxia de la doctrina cristiana, no podría ser hoy firmada por la mayoría de los calvinistas, aquellos que tanto gustan de decir «la Iglesia condenó el semipelagianismo». Pero como acabamos de ver,  junto con el semipelagianismo también se condenó lo que siglos más tarde se llamaría TULIP.

II Concilio o Sínodo de Orange

Proemio:

Nos ha llegado que hay algunos que sobre la gracia y el libre albedrío por simplicidad quieren juzgar con menor cautela y no según la regla de la fe católica. Por lo cual nos ha perecido justo y razonable, según la admonición y la autoridad de la Sede Apostólica, que debíamos presentar para que sea por todos observados, y de nuestras manos firmar unos pocos capítulos que nos han sido trasmitidos por la Sede Apostólica, que fueron recogidos por los santos Padres de los libros de las sagradas Escrituras para esta causa principalmente, a fin de enseñar a aquéllos que sienten de modo distinto a como deben…

Canon 1:

Si alguno dice que por el pecado de prevaricación de Adán no «fue mudado» todo el hombre, es decir, según el cuerpo y el alma «en peor»,* sino que cree que quedando ilesa la libertad del alma, sólo el cuerpo está sujeto a la corrupción, engañado por el error de Pelagio, se opone a la Escritura, que dice: «¿No sabéis que si os entregáis a uno por esclavos para obedecerle, esclavos sois de aquél a quien os sujetáis?» [Rom 6, 16].

Canon 3:

Si alguno dice que la gracia de Dios puede conferirse por invocación humana, y no que la misma gracia hace que sea invocado por nosotros, contradice al profeta Isaías o al Apóstol, que dice lo mismo: «Me sido encontrado por los que no me buscaban; manifiestamente aparecí a quienes por mi no preguntaban»

Canon 4:

Si alguno sostiene que Dios espera nuestra voluntad para limpiarnos del pecado, y no confiesa que aun el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación sobre nosotros del Espíritu Santo, resiste al mismo Espíritu Santo… y al Apóstol que saludablemente predica: «Dios es el que obra en nosotros el querer y el acabar, según su beneplácito» [cf Fil 2,13].

Canon 5:

Si alguno dice que está naturalmente en nosotros lo mismo el aumento que el inicio de la fe y hasta el afecto de credulidad por el que creemos en Aquél que justifica al impío y que llegamos a la regeneración del sagrado bautismo, no por don de la gracia -es decir, por inspiración del Espíritu Santo, que corrige nuestra voluntad de la infidelidad a la fe, de la impiedad a la piedad-, se muestra enemigo de los dogmas apostólicos…

Canon 7:

Si alguno afirma que por la fuerza de la naturaleza se puede pensar, como convienen, o elegir algún bien que toca a la salud de la vida eterna, o consentir a la saludable, es decir, evangélica predicación, sin la iluminación o inspiración del Espíritu Santo, que da a todos suavidad en el consentir y creer en la verdad, es engañado de espíritu herético, por no entender la voz de Dios que dice en el Evangelio: «Sin mí nada podéis hacer»…

Canon 8:

Si alguno sostiene que pueden venir a la gracia del bautismo unos por misericordia, otros en cambio por el libre albedrío que consta estar viciado en todos los que han nacido de la prevaricación del primer hombre, se muestra ajeno a la recta fe. Porque ése no afirma que el libre albedrío de todos quedó debilitado por el pecado del primer hombre o, ciertamente, piensa que quedó herido de modo que algunos, no obstante, pueden sin la revelación de Dios conquistar por sí mismos el misterio de la eterna salvación. Cuán contrario sea ello, el Señor mismo lo prueba, al atestiguar que no algunos, sino ninguno puede venir a Él, sino «aquél a quien el Padre atrajere»

Canon 12:

Tales nos ama Dios cuales hemos de ser por don suyo, no cuales somos por merecimiento nuestro.

Canon 14:

Ningún miserable se ve libre de miseria alguna, sino el que es prevenido de la misericordia de Dios, como dice el salmista: «Prontamente se nos anticipe, Señor, tu misericordia» [Sal 79.8]; y aquello: «Dios mío, su misericordia me prevendrá» [Sal 59,11 (10)].

Canon 17:

 La fortaleza de los gentiles la hace la mundana codicia; mas la fortaleza de los cristianos viene de la caridad de Dios, que “se ha derramado en nuestros corazones”, no por el albedrío de la voluntad, que es nuestro, sino “por el Espíritu Santo que nos ha sigo dado” [Rom 5,5]

Canon 18:

«Por ningún merecimiento se previene a la gracia. Se debe recompensa a las buenas obras, si se hacen; pero la gracia, que no se debe, precede para que se hagan.

Canon 23:

Los hombres hacen su voluntad y no la de Dios, cuando hacen lo que a Dios desagrada; mas cuando hacen lo que quieren para servir a la divina voluntad, aun cuando voluntariamente hagan lo que hacen; la voluntad, sin embargo, es de Aquél por quien se prepara y se manda lo que quieren.

Conclusión:

Y así, conforme a las sentencias de las santas Escrituras arriba escritas o a las definiciones de los antiguos Padres, debemos por bondad de Dios predicar y creer que por el pecado del primer hombre, de tal manera quedó inclinado y debilitado el libre albedrío que, en adelante, nadie puede amar a Dios, como se debe, o creer en Dios u obrar por Dios lo que es bueno, sino aquél a quien previniere la gracia de la divina misericordia… Esta misma gracia, aun después del advenimiento del Señor, a todos los que desean bautizarse sabemos y creemos juntamente que no se les confiere por su libre albedrío, sino por la largueza de Cristo, conforme a lo que muchas veces hemos dicho ya y lo predica el Apóstol Pablo: «A vosotros se os ha dado, por Cristo, no sólo que creáis en El, sino también que padezcáis por Él» [Filipenses 1,29]

Según la fe católica también creemos que, después de recibida por el bautismo la gracia, todos los bautizados pueden y deben, con el auxilio y cooperación de Cristo, con tal que quieren fielmente trabajar, cumplir lo que pertenece a la salud del alma.

Que algunos, empero, hayan sido predestinados por el poder divino para el mal, no sólo no lo creemos, sino que si hubiere quienes tamaño mal se atreven a creer, con toda detestación pronunciamos anatema contra ellos.»  [Cánones del Concilio de Orange. DEZINGER. Enchiridion. 370-397]

En estos concilios, o sínodos antipelagianos, podemos notar dos cosas: una fuerte condena al predeterminismo (el tipo de predeterminismo, o predestinación, que hoy enseña el calvinismo); y el notable uso del concepto de la gracia preveniente. Recordemos que lo de la gracia preveniente no es un invento arminiano, es un término que lo hizo popular Agustín, y que en los concilios posteriores a su muerte se utiliza para referirse a la gracia que libera el albedrío del hombre, para que este pueda responder al Evangelio y obedecer a los mandamientos de Dios ( tal cual lo enseña el arminianismo).

Cualquier arminiano podría suscribir las declaraciones de estos concilios, porque condenamos el semipelagianismo (el cual enseña que la voluntad del hombre es anterior a la gracia) y condenamos el determinismo (el cual afirma que los que se salvan no podrían perderse y los que se pierden no podrían salvarse, puesto que han sido predestinados unos a la salvación y otros a la condenación sin tener en consideración para nada la voluntad humana).

Las verdades bíblicas no fueron descubiertas en el siglo XVI, ni por Lutero, ni por Calvino u otro reformador. Siempre estuvieron allí, aunque muchos las ignoraron, pero en los Concilios de la Iglesia quedaron registradas para ser recordadas. Por ello es una incongruencia condenar el semipelagianismo y no condenar la predeterminación o predestinación rígida (tal cual la enseña el calvinismo) ¡porque ambas fueron condenadas juntas en los mismos concilios! 

  • Artículo y recopilación de textos de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos – Diarios de la Iglesia – 2020

Si puedes, te pedimos tu ayuda para actualizar nuestro equipamiento de edición, traducción y difusión de materiales bíblicos de textos y vídeos. Muchas gracias.

btn_donate_lg-1

El Libre albedrío en los Padres de la Iglesia – Gregorio de Nisa

El libre albedrio

Gregorio de Nisa nació en Cesarea, en Capadocia, alrededor del año 335; hermano menor de Basilio Magno, que fue su guía, y su verdadero maestro. Gregorio se formó en la cultura de su tiempo asistiendo a buenas escuelas de retórica; pero, sobre todo, nutrió su mente con la sabiduría bíblica, que dada su particular capacidad especulativa, hizo de él uno de los mayores filósofos y teólogos del Oriente Cristiano. A la muerte del Emperador filoarriano Valente, volvió a su Sede como obispo de Nisa. Y desde aquel momento, de forma particular, tras la muerte de su hermano Basilio, su autoridad y fama crecieron de día en día. Desempeñó un papel importante, junto con Gregorio Nacianceno, en el Concilio de Constantinopla (381).

La Gran Catequesis tiene una originalidad propia: mientras que otras síntesis de este tipo estaban dirigidas en su mayoría a la enseñanza de los catecúmenos en las verdades fundamentales de la fe, la Gran Catequesis, en cambio, está dirigida a los «superiores eclesiásticos», a los maestros o «catequistas», que, en la Iglesia, tenían la misión de promover en los creyentes una adecuada formación relativa al patrimonio doctrinal de la tradición apostólica.

Leamos a continuación las enseñanzas de Gregorio, quien junto con su hermano Basilio y con Gregorio Nacianceno formaron lo que se conoce como los Padres Capadocios.

La Gran Catequesis

Introducción

«Los que se hallan al frente del misterio de la fe necesitan la doctrina catequética para que la Iglesia vaya multiplicándose con el aumento de las almas salvadas, haciendo llegar al oído de los infieles la auténtica doctrina»

El libre albedrío en la divinidad:

I.7. Por tanto, si el Verbo vive porque es la vida, también tiene en todo caso el libre albedrío, ya que ningún ser vivo carece de albedrío. Ahora bien, santo y bueno será considerar que lógicamente este libre albedrío es además poderoso, puesto que, de no reconocer el poder, habría que suponer necesariamente la impotencia. 8. Sin embargo, lo cierto es que nada hay más lejos del concepto de la divinidad que la impotencia. En efecto, respecto de la naturaleza divina no se admite la menor disonancia, sino que es absolutamente necesario convenir en que este poder del Verbo es tan grande como lo es su voluntad, y así evitar que en lo simple se considere cualquier mezcla y concurso de contrarios, pues en la misma voluntad se contemplarían la impotencia y el poder, si en unas cosas tuviera poder y en otras fuera impotente. Y como quiera que el libre albedrío del Verbo lo puede todo, no tiene en absoluto inclinación a mal alguno, puesto que la inclinación al mal es ajena a la naturaleza divina. Al contrario, quiere todo cuanto hay de bueno; y si lo quiere, lo puede absolutamente; y si lo puede, no se queda inactivo, sino que transforma en actos toda su voluntad de bien. 9. Ahora bien, el mundo es algo bueno, y todo cuanto hay en él está contemplado con sabiduría y con arte. Por consiguiente, todo es obra del Verbo; del Verbo que vive y subsiste, porque es el Verbo de Dios; y dotado de libre albedrío, porque vive: puede hacer todo lo que elige hacer, y elige todo lo que es absolutamente bueno y sabio, y cuanto lleve la marca de la excelencia.

El hombre creado a imagen de Dios

V.II. Así pues, este Verbo de Dios, esta Sabiduría, esta Potencia es, según nuestra lógica demostración, el Creador de la naturaleza humana. No que alguna necesidad le haya llevado a formar al hombre, sino que ha producido el nacimiento de tal criatura por sobreabundancia de amor. Efectivamente, era necesario que su luz no quedara invisible, ni su gloria sin testigos, ni su bondad sin provecho, ni inactivas todas las demás cualidades que contemplamos en la divinidad, de no haber existido quien participara de ellas y las disfrutara. 4. Por tanto, si el hombre nace para esto, para hacerse partícipe de los bienes divinos, necesariamente tiene que ser constituido de tal manera que pueda estar capacitado para participar de esos bienes. Efectivamente, lo mismo que el ojo participa de la luz gracias al brillo que le es propio por naturaleza, y gracias a ese poder innato atrae hacia sí lo que le es connatural, así también era necesario que en la naturaleza humana se mezclara algo emparentado con lo divino, de modo que, gracias a esa correspondencia, el deseo lo empujase hacia lo que le es familiar.

9. El que actualmente la vida humana esté desquiciada no es argumento bastante para defender que el hombre nunca poseyó esos bienes. Efectivamente, siendo el hombre como es obra de Dios, del mismo que por bondad hizo que este ser naciera, nadie en buena lógica podría ni sospechar que el mismo que tuvo por causa de su creación la bondad naciera entre males por culpa de su creador. Pero sí que hay otra causa de que ésta sea nuestra condición actual y de que estemos privados de bienes mejores. Efectivamente, quien creó al hombre para que participara de sus propios bienes e introdujo en la naturaleza del mismo los principios de todos sus atributos, para que gracias a ellos el hombre orientase su deseo al correspondiente atributo divino, en modo alguno le hubiera privado del mejor y más precioso de los bienes, quiero decir del favor de su independencia y de su libertad.
10. Porque, si alguna necesidad rigiese la vida del hombre, la imagen sería engañosa en esta parte, por haberla alterado la desemejanza respecto del modelo, pues, ¿cómo podría llamarse imagen de la naturaleza soberana la que está subyugada y esclavizada por ciertas necesidades? Pues bien, lo que en todo ha sido asemejado a la divinidad debía forzosamente ser también en su naturaleza libre e independiente, de modo que la participación de los bienes pudiera ser premio de la virtud. 11. Ninguna producción de mal tiene su principio en la voluntad de Dios, pues nada se le podría reprochar a la maldad si ella pudiera dar a Dios el título de creador y padre suyo. Sin embargo, de alguna manera el mal nace de dentro, producido por el libre albedrío, siempre que el alma se aparta del bien. 12. Por tanto, puesto que lo propio de la libertad es precisamente el escoger libremente lo deseado, Dios no es una causa de tus males, pues Él formó tu naturaleza independiente y sin trabas, sino tu imprudencia, que prefirió lo peor a lo mejor.

Dios no es el autor ni la cusa del mal

VII.3. […] toda maldad se caracteriza por la privación del bien, pues no existe por sí misma ni se la considera como substancia objetiva. Efectivamente, fuera del libre albedrío ningún mal existe en sí mismo, al contrario, si se llama así, es por la ausencia del bien. 4. Por consiguiente, Dios es ajeno a toda causalidad del mal, pues El es el Dios hacedor de lo que existe y no de lo que no existe: el que creó la vista y no la ceguera; el que inauguró la virtud y no la privación de la virtud; el que propuso a los que llevan vida virtuosa como premio de su buena elección el don de los bienes, sin someter a la naturaleza humana al yugo de su propia voluntad por vía de necesidad violenta, atrayéndola al bien aunque no lo quiera, como si fuera un objeto inanimado. Si cuando el sol resplandece límpido desde el claro cielo, cerramos voluntariamente los párpados y quedamos sin vista, no podemos culpar al sol de que no veamos.

VIII.3. Efectivamente, cuando por un libre movimiento de nuestro albedrío nos atrajimos la participación en el mal, mezclando el mal con nuestra naturaleza mediante cierto placer, como algo venenoso que sazona la miel, y por esta razón caímos de nuestra felicidad, que nosotros concebimos como ausencia de pasiones, nos vimos transformados en la maldad, esta es la razón de que el hombre, cual jarro de arcilla, y vuelva a disolverse en la tierra, para que, una vez separada la suciedad que en él se encierra ahora, sea remodelado mediante la resurrección en su forma del principio. 13. Porque realmente Dios conocía el futuro, y no impidió el impulso hacia lo hecho. Efectivamente, que el género humano se desviaría del bien, no lo ignoraba el que todo lo domina con su potencia cognoscitiva y ve por igual lo que viene y lo que pasó. 14. Sin embargo, lo mismo que contempló la desviación, así también observó su reanimación y vuelta al bien. Por tanto, ¿qué era mejor: no traer en absoluto nuestra naturaleza a la existencia, puesto que la futura creatura se desviaría del bien, o traerla y, ya enferma, reanimarla de nuevo por la penitencia y volverla a la gracia del principio?

XXI.1. […] el hombre está creado como imitación de la naturaleza divina y conserva esta semejanza con la divinidad mediante los demás bienes y el libre albedrío, aunque, por necesidad, es una naturaleza mudable. 

Los adversarios preguntan por qué no todos creen y son salvos

XXX.2. 2. Pero los adversarios, dejando de lado sus reproches al misterio acerca de este punto doctrinal, lo acusan de que la fe no haya llegado en su difusión a todos los hombres. ¿Por qué razón -dicen- la gracia no ha llegado a todos los hombres, sino que, junto a algunos que abrazaron la doctrina, queda una porción nada pequeña sin ella, bien porque Dios no quiso repartir a todos generosamente su beneficio, bien porque no pudo en absoluto? En ninguno de los dos casos está libre de reproche, pues ni es digno de Dios el no querer el bien, ni lo es el no poder hacerlo. Si, pues, la fe es un bien, ¿por qué-dicen- la gracia no llega a todos? 3. Pues bien, si en nuestra doctrina afirmásemos lo siguiente: que la voluntad divina distribuye por suertes la fe entre los hombres, y así unos son llamados, mientras otros no tienen parte en la llamada, entonces seria el momento oportuno para avanzar dicha acusación contra· el misterio. Pero, si la llamada se dirige por igual a todos, sin tener en cuenta la dignidad ni la edad ni las diferencias raciales (porque, si ya desde el comienzo de la predicación los servidores de la doctrina, por una inspiración divina hablaron a la vez las lenguas de todos los pueblos, fue para que nadie pudiera quedar sin participar de la enseñanza), ¿cómo, pues, podría alguien razonablemente acusar todavía a Dios de que su doctrina no se haya impuesto a todos? 

4. En realidad, el que tiene la libre disposición de todas las cosas, por un exceso de su aprecio por el hombre dejó también que algo estuviese bajo nuestra libre disposición, de lo cual únicamente es dueño cada uno. Es esto el libre albedrío, facultad exenta de esclavitud y libre, basada sobre la libertad de nuestra inteligencia. Por consiguiente, es más justo que la acusación de marras se traslade a los que no se dejaron conquistar por la fe, y no que recaiga sobre el que ha llamado para dar el asentimiento. 5. De hecho, cuando en los comienzos Pedro proclamó la doctrina delante de una numerosísima asamblea de judíos, y aceptaron la fe en la misma ocasión unos tres mil, los que no se habían dejado persuadir, aunque eran más que los que habían creído, no reprocharon al apóstol el no haberles convencido. No hubiera sido razonable, efectivamente, puesto que la gracia se había expuesto en común, que quien había desertado voluntariamente no se culpara a sí mismo, sino a otro, de su mala elección.

No existe una gracia irresistible

XXXI. 1. Pero ni siquiera frente a tales razones se quedan ellos sin replicar quisquillosamente. De hecho dicen que Dios, si lo quiere, puede arrastrar forzadamente a aceptar el mensaje divino incluso a los que se resisten. Pues bien, ¿dónde estaría en estos casos el libre albedrío? ¿Donde la virtud? ¿Dónde la alabanza de los que viven con rectitud? Porque sólo de los seres inanimados y de los irracionales es propio el dejarse llevar por el capricho de una voluntad ajena. La naturaleza racional e inteligente, por el contrario, si abdica de su libre albedrío, con él pierde también la gracia de la inteligencia, pues, ¿para qué se iba a servir de la mente, si el poder de elegir según el propio albedrío se halla en otro?

2. Ahora bien, si el libre albedrío quedase inactivo, la virtud desaparecería necesariamente, impedida por la inercia de la voluntad. Y si no hay virtud, la vida pierde su valor, se elimina la alabanza de los que viven rectamente, se peca impunemente y no se discierne lo que diferencia a las vidas. Porque, ¿quién podría todavía vituperar al libertino y alabar al virtuoso, como es de razón? La excusa que cada uno tiene a mano es ésta: ninguna decisión depende de nosotros, sino que un poder superior conduce a las voluntades humanas a lo que es capricho del amo.
Por tanto, no es culpa de la bondad divina el que la fe no nazca en todos, sino de la disposición de los que reciben el mensaje predicado.

El nuevo nacimiento no es por imposición

XXXIX. l. Efectivamente, los demás seres nacidos deben su existencia al impulso de sus progenitores, mientras que el nacimiento espiritual depende del libre albedrío del que nace. Pues bien, como quiera que en este último caso el peligro consiste en errar sobre lo que conviene, pues la elección es libre para todos, bueno sería, digo, que el que se lanza a realizar su propio nacimiento conozca de antemano, por la reflexión, a quién le será provechoso tener por padre, y de quién le será mejor constituir la naturaleza, pues se dice que en esta clase de nacimiento se escoge libremente a los padres. 2. Ahora bien, siendo así que los seres se dividen en dos partes, el elemento creado y el increado, y puesto que la naturaleza increada posee en sí misma la inmutabilidad y la estabilidad, mientras la creación está sujeta a alteración y a mudanza, el que reflexionando elige lo que es provechoso, ¿de quién preferirá ser hijo: de la naturaleza que contemplamos sujeta a mudanza, o del que posee una naturaleza inmutable, firme en el bien y siempre la misma?

3. Que aquí la mente del oyente se mantenga sobria y no se haga ella misma hija de una naturaleza inconsistente, puesto que le es posible hacer de la naturaleza inmutable y estable el principio de su propia vida.

Conclusión

XL. 8.  Por tanto, puesto que éstas son las realidades que se ofrecen a nuestra esperanza de la vida futura, las cuales son en la vida el resultado correspondiente al libre albedrío de cada uno en conformidad con el justo juicio de Dios, deber de hombres prudentes es mirar, no al presente, sino al futuro, echar en esta breve pasajera vida los cimientos de la dicha inefable, y y mediante la buena elección del albedrío, mantenerse ajenos a la experiencia del mal ahora, en esta vida, y después de esta vida, en la recompensa eterna.

Recopilación de textos– Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos 2020

Padres de la iglesia, predestinación y libre albedrío: Ireneo de Lyon -Segunda Parte

Ireneo, el gran obispo de Lyon, nació aproximadamente en el 130 d.C. Y como nos dice el historiador Justo L. Gonzalez, su pensamiento teológico tenía un lazo muy estrecho con la doctrina apostólica y sus sucesores:

Hacia mediados del siglo segundo y principios del tercero existían en la iglesia cristiana tres corrientes principales de pensamiento teológico. El principal proponente del tipo A era Tertuliano, en Cartago, mientras su contraparte para el tipo B era Orígenes, en Alejandría. El tipo C, cuyas raíces eran mucho más antiguas y provenían de Palestina, Siria y Asia Menor, se manifiesta en los escritos de Ireneo. […] Ireneo podía reclamar lazos con la tradición subapostólica mucho más estrechos que los otros dos. En Esmirna, donde transcurrieron sus años mozos, fue discípulo de Policarpo, quien a su vez fue discípulo de «Juan» en Efeso.»   [GONZALEZ, Justo L. Retorno a la Historia del Pensamiento Cristiano. Ed. Kairos, p. 42,45]

En el capítulo anterior vimos solo algunos textos de Ireneo para no hacer tan extenso el post, en esta segunda parte completamos los textos pendientes (si te perdiste el capítulo anterior, al final te dejamos el link para que lo leas)

En los textos siguientes (todos de Ireneo) se expresa claramente cual era la postura de la llamada escuela de Antioquía (Palestina, Siria y Asia menor) con relación al libre albedrío y la predeterminación divina:

“37,1. Esta frase: «¡Cuántas veces quise recoger a tus hijos, pero tú no quisiste!», bien descubrió la antigua ley de la libertad humana; pues Dios hizo libre al hombre, el cual, así como desde el principio tuvo alma, también gozó de libertad, a fin de que libremente pudiese acoger la Palabra de Dios, sin que éste lo forzase. Dios, en efecto, jamás se impone a la fuerza, pues en él siempre está presente el buen consejo. Por eso concede el buen consejo a todos. Tanto a los seres humanos como a los ángeles otorgó el poder de elegir -pues también los ángeles usan su razón-, a fin de que quienes le obedecen conserven para siempre este bien como un don de Dios que ellos custodian. En cambio no se hallará ese bien en quienes le desobedecen, y por ello recibirán el justo castigo; porque Dios ciertamente les ofreció benignamente este bien, mas ellos ni se preocuparon por conservarlo ni lo tuvieron por valioso, sino que despreciaron la bondad suprema. Así pues, al abandonar este bien y hasta cierto punto rechazarlo, con razón serán reos del justo juicio de Dios, de lo que el Apóstol Pablo da testimonio en su Carta a los Romanos: «¿Acaso desprecias las riquezas de su bondad, paciencia y generosidad, ignorando que la bondad de Dios te impulsa a arrepentirte? Por la dureza e impenitencia de tu corazón amontonas tú mismo la ira para el día de la cólera, cuando se revelará el justo juicio de Dios». En cambio, dice: «Gloria y honor para quien obra el bien». 37,2. Si, en efecto, unos seres humanos fueran malos por naturaleza y otros por naturaleza buenos, ni éstos serían dignos de alabanza por ser buenos, ni aquéllos condenables, porque así habrían sido hechos. Pero, como todos son de la misma naturaleza, capaces de conservar y hacer el bien, y también capaces para perderlo y no obrarlo, con justicia los seres sensatos (¡cuánto más Dios!) alaban a los segundos y dan testimonio de que han decidido de manera justa y han perseverado en el bien; en cambio reprueban a los primeros y los condenan rectamente por haber rechazado el bien y la justicia.

37,3. […] Todos los textos semejantes a éstos, que nos muestran al ser humano como libre y capaz de tomar decisiones, nos enseñan cómo Dios nos aconseja exhortándonos a obedecerle y apartarnos de la infidelidad, pero sin imponerse por la fuerza. 37,4. Incluso el Evangelio: si alguien no quiere seguirlo, le es posible, aunque no le conviene; porque desobedecer a Dios y perder el bien está en nuestras manos, pero hacerlo lesiona al ser humano y le causa serio daño. Por eso dice Pablo: «Todo es posible hacer, pero no todo conviene». Por una parte muestra la libertad del ser humano, por la cual éste puede hacer lo que quiera, pues ni Dios lo fuerza a lo contrario; pero añade «no todo conviene», a fin de que no abusemos de la libertad para enmascarar la malicia: eso no  es conveniente. […] Mas si no estuviese bajo nuestro arbitrio hacer estas cosas o evitarlas, ¿qué motivo habría tenido el Apóstol, y antes el mismo Señor, de aconsejar hacer unas cosas y abstenerse de otras? Pero, como desde el principio el ser humano fue dotado del libre arbitrio, Dios, a cuya imagen fue hecho, siempre le ha dado el consejo de perseverar en el bien, que se perfecciona por la obediencia a Dios. 37,5. Y no sólo en cuanto a las obras, sino también en cuanto a la fe, el Señor ha respetado la libertad y el libre arbitrio del hombre, cuando dijo: «Que se haga conforme a tu fe». Esto muestra que el ser humano tiene su propia fe, porque también tiene su libre arbitrio. Y también: «Todo es posible al que cree». Y: «Vete, que te suceda según tu fe». Todos los textos semejantes prueban que el ser humano tiene libertad para creer. Por eso «el que cree tiene la vida eterna, mas el que no cree en el Hijo no tiene la vida eterna, sino que la cólera de Dios permanece en él». Por este motivo el Señor mostró que el ser humano tiene su bien propio, que es su arbitrio y su libertad, como dijo a Jerusalén: «¡Cuántas veces quise recoger a tus hijos como la gallina bajo sus alas, pero no quisiste! He aquí que tu casa quedará desierta».    [Ireneo de Lyon.  Contra las Herejías IV,37,1-5]

“26.2 […] Pues él mismo [Satanás] no se atreve a blasfemar abiertamente contra su Señor, sino que desde el principio sedujo al hombre por medio de la serpiente, escondiéndose del Señor. Bien escribió Justino que antes de la venida del Señor, Satanás nunca se había atrevido a blasfemar contra Dios, pues ignoraba sobre su condenación, ya que los profetas habían hablado de él en parábolas y alegorías. En cambio, una vez que vino el Señor, por las palabras de Cristo y de los Apóstoles supo claramente que, por haberse separado de Dios por su propia voluntad, ha sido preparado para él el fuego eterno (Mt 25,41), así como para todos los que sin arrepentirse perseveran en la apostasía. Por medio de estos hombres blasfema contra el Señor su juez, como un condenado, e imputa a su Creador el pecado de su apostasía, y no a su decisión propia. Se parece a los que delinquen contra la ley y por eso reciben un castigo: se quejan de los jueces y no de su propia culpa. De modo semejante éstos, inspirados por el espíritu del diablo, acusan de muchas maneras a nuestro Creador que nos dio el Espíritu de vida y una ley para el bien de todos, y pretenden que el juicio de Dios no es justo. Por ese motivo inventan otro Padre que ni se preocupa de nosotros ni es providente en cuanto necesitamos, el cual incluso aprobaría todos los pecados.”    [IRENEO, de Lyon. Adv. Haer. Contra los herejes V,3,3]

“27.1. […] El Verbo vino para ruina y resurrección de muchos (Lc 2,34): para ruina de quienes no creen en él, los cuales en el juicio sufrirán una condena mayor que Sodoma y Gomorra (Lc 10,12); y para resurrección de quienes creen en él y cumplen la voluntad de su Padre que está en los cielos (Mt 7,21). Por consiguiente, si la venida del Hijo será igual para todos, a fin de juzgar y discernir por parejo a fieles e incrédulos -pues según su propia doctrina los fieles hacen su voluntad, y según su propia palabra los indóciles, confiados en su propia gnosis, no se acercan a su enseñanza-, es evidente que su Padre ha creado a todos por igual, ha dado a cada uno su propia capacidad de pensar y decidir libremente, ve todas las cosas y provee en favor de todos, «haciendo salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45).

27,2. A todos aquellos que guardan su amor, les ofrece su comunión. Y la comunión con Dios es vida, luz y goce de todos sus bienes. En cambio, según su misma palabra, a todos aquellos que se separan de él, los condena a la separación que ellos mismos han elegido. La separación de Dios es muerte, renuncia a la luz, tinieblas. La separación de Dios es pérdida de todos los bienes divinos. Por eso, quienes por la apostasía han perdido esas cosas, malogrados todos los bienes, viven en el castigo. No que Dios por sí mismo haya planeado castigarlos, sino que a ellos se les echa encima el sufrimiento de haberse separado por sí mismos de todos los bienes. Mas los bienes divinos son eternos y no tienen fin, por eso también es sin fin su pérdida. Es como la luz, que no tiene fin; pero a quienes se ciegan a sí mismos o a quienes otros privan definitivamente de la luz, para siempre les falta el gozo de la luz: no es que la luz los castigue con la ceguera, sino que su misma ceguera les produce el sufrimiento. Por eso decía el Señor: «Quien cree en mí no será juzgado»; es decir, no será separado de Dios, pues está unido a él por la fe. «Mas quien no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios», pues de este modo él mismo se ha separado de Dios, por decisión propia. «Este es el juicio: que la luz vino a este mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Todo el que hace el mal odia la luz y no se acerca a ella, para que no se vean sus obras. Quien obra la verdad viene a la luz, para que se manifiesten sus obras, que él ha hecho en Dios» (Jn 3,18-21).

28,1. En este mundo unos se acercan a la luz y se unen a Dios por la fe. Otros, en cambio, se apartan de la luz y se alejan de Dios. Por eso vino el Verbo de Dios para asignar a cada cual su propia morada: a quienes están en la luz, para que gocen de ella y de todos los bienes; a quienes viven en las tinieblas, para que les toque el sufrimiento que brota de ellas. Es el motivo por el cual a los que están a su derecha los declara llamados a poseer el Reino del Padre; en cambio a los de su izquierda les dice que irán al fuego eterno (Mt 25,34.41); pues cada uno de éstos se ha privado de todos los bienes.

28,2. Por este motivo dice el Apóstol: «Como no acogieron el amor de Dios para salvarse, por eso Dios les envió un Poder del error, a fin de que sean juzgados cuantos no creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad» (2 Tes 2,10-12)… Dios, por su parte, según su presciencia sabe de antemano todas las cosas, y a su debido tiempo enviará a quien debe cumplir estas cosas «para que crean en la falsedad y se condenen todos aquellos que no creyeron en la verdad, sino que se entregaron a la maldad»   [IRENEO, de Lyon. Adv. Haer. Contra los herejes, V, 3,3]

 

Recopilación de textos: Gabriel Edgardo Llugdar. Para ver la primera parte de esta serie, clic aquí: https://diariosdelaiglesia.wordpress.com/2018/07/24/la-presciencia-y-la-predestinacion-en-los-padres-de-la-iglesia-ireneo-de-lyon/

Gnosticismo: la salvación por medio del conocimiento – Herejías de la Historia

¿Qué es el gnosticismo?

Los gnosticismos son doctrinas de intelectuales, deficientemente convertidos, que aparecen en gran número hacia el 120-130 d. C. Lejos de acoger la fe, según la tradición de los apóstoles y de la Iglesia, la utilizan y la explotan en el sentido de sus filosofías y de sus sistemas. Su legítimo deseo de conocimiento se convierte en violación y no acogida del misterio. A mediados del siglo II la literatura gnóstica es más abundante y más activa que la ortodoxa.    [Adalbert G. Hamman Para leer LOS PADRES DE LA IGLESIA – Nueva edición revisada y aumentada por Guillaume Bady]

Es muy posible que la gnosis occidental se haya podido generar en suelo judío a partir de preocupaciones vitales y religiosas no respondidas adecuadamente por la religión tradicional, a partir del influjo de la filosofía platónica y de otras concepciones dualistas sobre la perenne lucha del Bien y del Mal, y a partir de otras nociones esotéricas que existían en el mundo grecorromano.
Es muy posible, además, que el germen de la gnosis sea anterior a la era cristiana, y que al crecer afectara directamente tanto al judaismo como al paganismo más esotérico (el hermetismo), y sobre todo al cristianismo de los siglos II y III. Cuando la atmósfera de ideas gnósticas («gnosis») se transforma en un sistema sólido de nociones religiosas dentro del cristianismo, se denomina «gnosticismo». Y es este sistema el que afectó y sacudió violentamente, con sus novedosas y heterodoxas concepciones, a la teología del grupo mayoritario cristiano, sobre todo a partir de mediados del siglo II.

Para los gnósticos [de la palabra griega gnosis, que significa conocimiento] la divinidad no es simple, sino compleja. Su magna paz y soledad no es incompatible con que esta deidad suprema esté de algún modo acompañada de un ser que es como una proyección de sí mismo. Este «ser» («eón») se puede denominar su «Pensamiento», también llamado «Silencio». Este Pensamiento es como la proyección de sí mismo, pero a la vez actúa como si fuera su «Pareja». Los gnósticos sostienen que el Uno, gracias a su unión con su Pensamiento/Silencio, emana un «Dios hacia fuera» o Hijo, que puede proyectarse tanto hacia lo inteligible —el ámbito divino— como hacia lo sensible —lo que después será el universo material.
Es digno de señalar cómo de una u otra manera aparece en los sistemas gnósticos la figura de la Madre o Deidad femenina (el Silencio es femenino en griego: Sigé). Los expertos en historia de las religiones interpretan este hecho como un resto de antiguo politeísmo (divinidad masculina/femenina), luego purificado e intelectualizado. En unos sistemas gnósticos es el Silencio (vocablo que recalca la trascendencia de ese Uno) el que aparece como la compañera del Uno; en otros se le llama Espíritu (que en hebreo también es femenino).

El Espíritu Santo como «mujer»

Notemos como es en el gnosticismo que surge la herejía de considerar al Espíritu en femenino, dentro del cristianismo:

“Otros más cuentan la prodigiosa narración de que en la potencia del Abismo hubo una Luz primera, dichosa, incorruptible e infinita, que fue el Padre de todas las cosas, al que llaman el Primer Hombre. De él nació el Pensamiento como hijo suyo: éste es el Hijo del Hombre, es decir el Segundo Hombre. Sobre éstos está el Espíritu Santo… Y dicen que el Espíritu vuela sobre éstos, al que llaman Primera Mujer. En seguida, según dicen, el Primer Hombre se regocijó con su Hijo al ver la hermosura del Espíritu, es decir de la Mujer, y habiéndola iluminado, de ella engendró la Luz incorruptible, y al Tercer Hombre, al que llaman Cristo, hijo del Primero y del Segundo Hombre, unidos al Espíritu Santo que es la Primera Mujer.” [Ireneo de Lyon – Contra los Herejes – Libro I. 30, 1]

 

El Demiurgo, el dios ‘inferior’ o ‘malo’ que creó el universo

Según el gnosticismo, el Dios supremo e inefable (El Padre) no es el creador del universo, aunque todo en última instancia procede de él. El creador es un ser inferior: el Demiurgo.

Este personaje, el Demiurgo, es descrito de diversas maneras por los gnósticos. Pero en todos los sistemas es un ser divino, un dios inferior que ignora que por encima de él se halla el verdadero y trascendente Dios, el Uno… A pesar de ser el Creador, en unos grupos gnósticos el Demiurgo es un ser malo y perverso; en otros, simplemente necio por no saber que hay un Dios superior a él, el Uno o Padre trascendente; en todos los grupos gnósticos, este Demiurgo es Yahvé [Jehová], el dios del Antiguo Testamento, a quien los judíos creen equivocadamente dios supremo, por haber creado el universo.

El Uno (Padre trascendente)

Pleroma (Plenitud o conjunto total de la divinidad, formada por las emanaciones del UNO (esas emanaciones se llaman ‘eones’ )

La Sabiduría o Sofía (uno de esos eones o entes divinos) se rebela  (lapso o caída) y es expulsada del Pleroma

ese «pecado» o lapso de la Sabiduría significará el principio de la materia, del universo todo

La sabiduría se arrepiente y es rescatada por el Pleroma, de ese arrepentimiento surgirá el Demiurgo

El Demiurgo crea el universo con la materia que surgió de la caída de la Sabiduría

El Uno o Padre es supertrascendente: no puede implicarse de modo directo en crear el universo. Queda así exonerado de algún modo de la creación de algo material, y por tanto imperfecto y malo. Tenemos, pues, aquí un mito cosmogónico. Con él la gnosis consigue explicar varias cosas: el Universo es creado en último término por Dios, pero por una especie de «error» de uno de sus modos o «eones». Además, no lo crea la divinidad directamente, sino sus intermediarios. Esto supone que la gnosis niega la fe del Antiguo Testamento en la creación. Pero así se salva la absoluta trascendencia divina y se explica la dualidad insalvable entre Dios y la materia. Esta es el último escalón, lo más degradado del ser y, en el fondo, es irreconciliable con la divinidad.

En esta creación hay tres tipos de sustancias: 1) la sustancia espiritual o divina: «pneumática», es una chispa divina procedente del Pleroma que pasará al «espíritu», o parte superior de algunos seres humanos (muy importante en la soteriología gnóstica, como veremos más adelante). 2) la sustancia «psíquica»; esta será engendrada por el Demiurgo. La sustancia «psíquica» es propia de algunos ámbitos de la materia, por ejemplo, el principio vital, o alma del hombre, lo que le permite moverse. 3) En tercer lugar tenemos la sustancia puramente «material», representada por la materia toda del cosmos, los animales y el cuerpo del hombre, creados todos por el Demiurgo.

 

La creación del ser humano

Esta creación es efectuada por el Demiurgo asistido por una serie de ángeles ayudantes, creados previamente por él y que se hallan a cargo del sistema de los planetas. Todos juntos, ángeles y Demiurgo, para completar el universo material, forman al primer ser humano, Adán, a imagen del Dios supremo, y a semejanza del dios secundario, o Demiurgo. Este hombre creado fue dotado con la sustancia «psíquica» que le permitía moverse, pero no tenía la sustancia espiritual o divina: «pneumática», ante esta situación la Sabiduría se apiada, y mediante un engaño logra que el Demiurgo transmita al hombre esa sustancia (aunque al transmitírsela se quede vacío de ella).

El Demiurgo y sus ángeles quedan envidiosos del hombre porque, aunque ha sido creado a través suyo, existe a «imagen» del Dios supremo y posee una parte del espíritu divino que ellos no tienen. Ellos solo le dieron la «semejanza». Por este motivo, el Demiurgo será enemigo acérrimo de todo hombre que tenga «espíritu», y hará todo lo posible porque su salvación no prospere. El Demiurgo intenta hacer que ese espíritu, «chispa» o «centella» divina —que tiene el ser humano— no les toque en herencia a todos los seres humanos futuros, o bien que se vaya difuminando entre muchos poseedores y quede definitivamente encerrado en la materia y, en consecuencia, que no aspire a volver al cielo junto al Padre trascendente. Para lograr este propósito, el Demiurgo crea a Eva  y con ella el deseo sexual y la procreación. La humanidad se irá multiplicando, y la mayoría de los humanos se irá olvidando, adormecidos por la materia que los rodea, de que portan en sí esa «chispa divina», el «espíritu». 

 

Los elegidos que se han de salvar sí o sí

Pero la humanidad no es toda exactamente igual: entre los hombres que se van creando por generación carnal se producen tres clases, o tres «razas», que corresponden a las tres sustancias que explicamos anteriormente.

Así lo explica el obispo Ireneo de Lyon:

“Son tres, pues, los tipos de hombre: el primero es material (hylico), que por necesidad perece, el cual es incapaz de recibir ningún soplo de incorrupción. El animado (psychico), que queda entre el material y el espiritual, que se inclinará hacia el lado que lo arrastre su propensión. Y el espiritual (pneumático)… Este elemento espiritual, dicen ellos, es «la sal» y «la luz del mundo»… Ellos pretenden ser estos hombres. También hay enseñanzas psíquicas, que son las que han recibido los hombres animados (psychicos), es decir aquellos que, mediante la fe sencilla y las obras han sido confirmados, pero no tienen la gnosis perfecta: éstos somos los hombres que, según ellos, formamos la Iglesia. Por eso nos hace falta una buena conducta, pues de otra manera no podremos salvarnos. En cambio enseñan que ellos no se salvan por las obras, sino que, por el hecho de ser de naturaleza espiritual, automáticamente se salvan. Porque, así como lo que nace del lodo es incapaz de acoger la salvación -por no tener potencia de recibirla-; de igual manera lo que por naturaleza es espiritual -y de esta clase pretenden ser ellos- es incapaz de corromperse, sean cuales fueren sus actos. Sucedería como con el oro, que aun cuando caiga en el lodo no pierde su belleza; sino que conserva su naturaleza, pues el lodo es incapaz de dañar al oro. De igual manera, dicen, ellos no pueden sufrir ningún daño ni perder su sustancia espiritual, aunque se hundan en cualesquiera obras materiales. Por eso los que entre ellos ya son «perfectos», sin vergüenza alguna hacen lo que quieren, aun todas las acciones prohibidas, de las cuales la Escritura afirma: «Quienes tales cosas hacen no heredarán el Reino de Dios»… Mientras hacen muchas otras acciones vergonzosas e impías, se ríen de nosotros, que por temor de Dios nos abstenemos de pecar incluso en nuestros pensamientos y palabras, teniéndonos por ignorantes e idiotas. En cambio presumen de ser los perfectos y la semilla de elección… Por ello nosotros, a quienes llaman psíquicos y, según ellos, pertenecemos a este mundo, tenemos que observar por fuerza la continencia y realizar buenas obras para que podamos llegar al Lugar Intermedio. En cambio ellos, que a sí mismos se llaman espirituales y perfectos, de ningún modo lo necesitan; porque no son las obras lo que lleva al Pléroma, sino la semilla sembrada de lo alto que, aunque es pequeña, acá abajo llega a hacerse perfecta.”    [Ireneo de Lyon – Contra los Herejes – Libro I. 6,1 – 6,4]

La división de la humanidad en estas tres clases tendrá su importancia a la hora de la venida del Salvador, quien únicamente vendrá salvar a los espirituales (pneumáticos), los que nacieron con esa chispa de divinidad.

«Según los gnósticos, Jesús sabía que la mayoría de la gente era incapaz de asimilar su verdadera enseñanza, de modo que se la confió en secreto a unos pocos elegidos (y apelaban a la primera carta a los corintios 2, 6: «Enseñamos sabiduría entre los perfectos»). Estos elegidos transmitían su tradición secreta de generación en generación a los pocos merecedores de ello.”    [D’AMBROSIO, Marcelino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres, p. 51-53]

Del siglo II es también Taciano, un apologista cristiano, quien nos da a entender que la Iglesia no creía en la existencia de diversos tipos de seres humanos (unos que se salvarían si o sí y otros que por el destino se perderían irremediablemente) 

«Ahora bien, el Verbo, antes de crear a los hombres, fue artífice de los ángeles, y una y otra especie de criaturas fue hecha libre, sin tener en sí la naturaleza del bien, que sólo Dios posee, sino que se cumple por los hombres gracias a su libre elección. De este modo, el malo es con justicia castigado, pues por su culpa se hizo malo; y el bueno merecidamente es alabado por sus buenas obras, pues, ejerciendo su libre albedrío, no traspasó la voluntad de Dios. Tal es nuestra doctrina sobre los ángeles y los hombres.
Pero como el poder del Verbo tenía en sí la presciencia de lo por venir, no por la fatalidad del destino, sino por la libre determinación de los que eligen, predijo los acontecimientos futuros, y por sus prohibiciones puso freno a la maldad, y alabó a los que perseveran en el bien.»  [Taciano, Discurso a los griegos, 7]

El Salvador, Redentor o Revelador descenderá desde el Pleroma, atravesará las distintas esferas de los cielos que circundan la tierra engañando a los ángeles del Demiurgo que las gobiernan, y llegará a ella con la misión de recordar a los hombres espirituales que tienen dentro de sí una centella divina, que deben sacudirse el letargo producido por la materia y sus afanes, y hacer todo lo posible para retornar al lugar de donde esa chispa espiritual procede. El modo de sacudir su adormecimiento es la revelación de la gnosis, o conocimiento verdadero. Lo que el Salvador hace con su revelación es sacudir al alma de modo que el ser humano empiece a formularse las preguntas sustanciales que indicamos al principio: ¿De dónde vengo? ¿Por qué tengo espíritu? ¿Qué debo hacer para rescatarlo de la materia? La revelación del Salvador da también a los espirituales los medios para responder a esas preguntas: la salvación por medio del conocimiento.

 

Final del gnostisismo

El gnosticismo duró floreciente unos dos siglos. Su final, como presencia inquietante dentro de la Gran Iglesia, es un misterio. Da la impresión como si los gnósticos se hubiesen ido desvaneciendo poco a poco tras los ataques recibidos de varios frentes. Una de las razones de su derrota fue que el gnosticismo no encajaba en absoluto dentro de una atmósfera religiosa, la de la era pos-constantiniana, que creía en una religión universal y única para todo el Imperio. El gnosticismo aparecía como una religión solo para unos pocos, una élite aristocrática en lo espiritual; no era una religión para todo el pueblo.  En la edad media el gnosticismo reaparecería con fuerza entre los cátaros, aunque siempre han estado latentes sus ideas e influencia en ciertos grupos cristianos a través de la historia.

 

Principales diferencias entre el gnosticismo y la ortodoxia de la Iglesia:

Comparativa tomada del libro: Los Cristianismos derrotados, ¿Cuál fue el pensamiento de los primeros cristianos heréticos y heterodoxos? de PIÑERO, Antonio. 

Gnosticismo:

Hay dos dioses: el Trascendente absoluto, extraño al mundo, el Uno o Bien absoluto, y Yahvé, el Dios creador, la divinidad del Antiguo Testamento, mala, necia y perversa. Los cristianos deben creer solo en el Dios Trascendente.

Ortodoxia:

Solo hay un Dios, que es a la vez el Creador del universo. No hay «dos poderes en el cielo». Yahvé, Dios del Antiguo Testamento, y el Dios de Jesús y los cristianos es el mismo.

Gnosticismo:

Dios no ha creado el universo directamente, sino a través del Demiurgo, hijo del eón Sabiduría, que surgió después de la caída y arrepentimiento de esta.

Ortodoxia

El Demiurgo no existe. El Uno, Trascendente y el Creador son el mismo. Dios no comete error o pecado alguno al crear el universo.

Gnosticismo:

La creación del ser humano, en cuanto a su cuerpo y su alma, es obra del Demiurgo. El espíritu es una insuflación de elemento divino que solo reciben algunos seres humanos.

Ortodoxia:

El ser humano completo, incluida el alma/espíritu es obra del Dios Trascendente. No interviene en ella ningún Demiurgo.

Gnosticismo:

Hay tres clases de hombres: espirituales, psíquicos y materiales. La plena salvación solo es conseguida por los primeros, Los materiales no tienen capacidad alguna de salvarse.

Ortodoxia:

No existen clases o divisiones entre los seres humanos.Todos, sin excepción, pueden conseguir la salvación.

Gnosticismo:

La salvación solo se consigue por el conocimiento (gnosis) impartido por un Salvador/Revelador, que desciende del cielo, revela y asciende de nuevo.

Ortodoxia:

La salvación se consigue por la aceptación desde la fe del valor redentor de la muerte en cruz de Jesucristo, que es un sacrificio vicario por todos los hombres.

Gnosticismo:

No se salvan todos, sino los que tengan dentro de sí la centella divina o espíritu, que es consustancial con la divinidad.

Ortodoxia:

Se pueden salvar todos los hombres, si se arrepienten de sus pecados y creen en Jesús. No son necesarias revelaciones especiales además de las contenidas en las Escrituras.

Gnosticismo:

La materia y el espíritu, el mundo de arriba y abajo son inconciliables. El que recibe la revelación y pretende salvarse debe rechazar todo lo material y corporal por medio de la ascesis.

Ortodoxia:

No todo lo material es rechazable. El universo material también ha sido creado por Dios.

Gnosticismo:

Al estar ya salvados por la aceptación del conocimiento revelado, se puede hacer lo que se quiera con el cuerpo: «La carne para la carne y el espíritu para el espíritu».

Ortodoxia:

No está permitido el libertinaje de ningún tipo, ni hay para él ninguna justificación religiosa.

Gnosticismo:

Los fieles cristianos tienen su propia Sagrada Escritura: un Evangelio, el de Lucas, y un apóstol, Pablo, y sus diez cartas.

Ortodoxia:

La Sagrada Escritura de los cristianos contiene muchos más escritos. Además de Lucas y de Pablo hay otros escritos sagrados cristianos.

 

Recopilación de textos, Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos 2020

Fuentes:

PIÑERO, Antonio. Los Cristianismos derrotados, ¿Cuál fue el pensamiento de los primeros cristianos heréticos y heterodoxos? EDAF

D’AMBROSIO, Marcelino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres

Taciano, Discurso a los griegos. Colección patrística, traducida por Monasterio Benedictino Santa María de los Toldos.

Adalbert G. Hamman. Para leer LOS PADRES DE LA IGLESIA – Nueva edición revisada y aumentada por Guillaume Bady

Ireneo de Lyon – Ad haeresis – Contra los herejes (Refutación a los gnósticos)

Milenarismo o Amilenarismo – Por qué la iglesia cambió de opinión

Tanto en la literatura apocalíptica judía (apócrifos del A. T.) como en la mentalidad judía al comienzo de la era cristiana, se encontraba la idea o esperanza de un reino terrenal del Mesías; donde la paz, la justicia y la prosperidad reinasen desde Jerusalén sobre todas las naciones.

10.17 Entonces serán humildes todos los justos, vivirán hasta engendrar a mil hijos y cumplirán en paz todos los días de su mocedad y vejez. 18 En esos días, toda la tierra será labrada con justicia; toda ella quedará cuajada de árboles y será llena de bendición. 19. Plantarán en ella toda clase de árboles amenos y vides, y la parra que se plante en ella dará fruto en abundancia. De cuanta semilla sea plantada en ella una medida producirá mil, y cada medida de aceitunas producirá diez tinajas de aceite.  20. Purifica tú la tierra de toda injusticia, de toda iniquidad, pecado, impiedad y de toda impureza que se comete sobre ella: extírpalos de ella; 21 que sean todos los hijos de los hombres justos, y que todos los pueblos me adoren y bendigan, prosternándose ante mí. 22. Sea pura la tierra de toda corrupción y pecado, de toda plaga y dolor, y yo no volveré a enviar contra ella un diluvio por todas las generaciones hasta la eternidad. 11.1. En esos días abriré los tesoros de bendiciones que hay en el cielo para hacerlos descender a la tierra sobre las obras y el esfuerzo de los hijos de los hombres. siempre, en todas las generaciones.»   [1 Henoch (S. II a. C.) . Apócrifos del A. T. Volúmen IV. Diez Macho. Ed. Cristiandad]

«La esperanza del judaísmo popular se centraba en un reino terreno, en el que el Mesías, hijo de David, tenía un papel preponderante; así aparece en diversos escritos… la esperanza mesiánica terrena pesaba mucho en la conciencia del judaísmo y no era posible prescindir totalmente de ella. Por eso los apocalípticos se vieron forzados a señalar en «este mundo» un lugar al reino terreno del Mesías. Y así, algunos escritores apocalípticos adoptaron la siguiente secuencia de los eventos: mundo presente – reino temporal del Mesías – resurrección de los muertos y juicio – mundo futuro o asiento definitivo del reino celeste de Dios sobre la entera creación: ángeles, hombres y cosmos.»     [Apócrifos del A. T. Volúmen I. Diez Macho. Ed. Cristiandad, p. 377]

«La tierra dará también su fruto, diez mil por uno: en una vid habrá mil pámpanos, un pámpano producirá mil racimos, un racimo dará mil uvas y una uva producirá una medida de vino. Los que desfallecían se regocijarán y también verán prodigios todos los días. Desde mi presencia saldrán vientos que traerán cada mañana un aroma de frutos deliciosos, y al final del día nubes que destilarán un rocío saludable. En aquel tiempo ocurrirá que descenderá de nuevo desde el cielo el tesoro del maná y comerán de él durante esos años, pues ellos son los que llegaron al final de los tiempos. Tras esto sucederá que se cumplirá el tiempo de la llegada del Mesías, que volverá gloriosamente. Entonces, todos los que durmieron con la esperanza resucitarán. En aquel tiempo sucederá que se abrirán los depósitos en los que se guardaba la multitud de las almas de los justos, y saldrán: podrá contemplarse la multitud de las almas unida en una asamblea unánime; las primeras se alegrarán y las últimas no se entristecerán. Sabrán, pues, que ha llegado el momento del cual se dijo que sería el fin de los tiempos. Mucho se consumirán las almas de los malvados al ver todo esto. Sabrán que ha llegado su suplicio y que su perdición ha venido.»     [Primer Apocalipsis de Baruc (siríaco, escrito judío-fariseo del S. I). 45 textos apocalípticos. Antonio Piñero. Ed. Edaf, p. 115]

«Muy relacionado con la teología judía mesiánica florece en los siglos II y III el pensamiento milenarista, también denominado técnicamente quiliasmo (del griego quilioi «mil»). El milenarismo es la doctrina que enseña que la vida en el mundo tendrá como fin el reinado de los justos con Cristo el Mesías, un reinado que durará mil años; luego vendrá el juicio final y el cielo definitivo. […] Esta concepción tan esplendorosa del fin del mundo tiene raigambre judía y sus primeros trazos comienzan con el profeta Ezequiel 37. En estos capítulos, tras la guerra final del pueblo elegido contra los reyes míticos Gog y Magog, que capitanean a todos los malvados de la tierra, sigue el reino mesiánico, lleno de todos los bienes imaginables: la tierra produce frutos innumerables; los seres humanos viven largos años y hay una fiesta y banquete perpetuos en la tierra de Israel. El milenarismo no es más que la expresión concreta de las ideas judías acerca del reino piadoso del Mesías sobre la tierra, junto con la promesa de que esta tierra será fructífera y producirá «ríos de leche y miel». Buena parte de los cristianos del siglo II —tanto los mayoritarios como los más tarde declarados heterodoxos, por ejemplo los montanistas con Tertuliano albergaban esperanzas milenaristas. Son testimonio de ello, por ejemplo, el autor de la Epístola de Bernabé, escrito que a punto estuvo de entrar en el canon de Escrituras, y el venerable Papías de Hierápolis.»    [Piñero, Antonio. Los cristianismo derrotados, ¿cual fue el pensamiento de los primeros cristianos heréticos y heterodoxos? Ed. Edaf. Cap. 3]

«Observad, hijos, lo que significa esto: Terminó en seis días. Quiere decir esto, que en seis mil años el Señor dará fin a todas las cosas; porque para Él un día significa mil años; y de esto Él mismo da testimonio, diciendo: “He aquí el día del Señor será como mil años” (Sal. 90:4; 2ª P. 2:8). Por tanto, hijos, en seis días, esto es, dentro de seis mil años, todo tendrá fin. Y reposó el séptimo día. Esto significa: cuando su Hijo venga, y ponga fin al período del Inicuo, y juzgue a los impíos, y cambie el sol y la luna y las estrellas, entonces Él reposará verdaderamente el séptimo día.»   [Epístola de Bernabé 15 (Siglo I). Lo Mejor de los Padres Apostólicos. Alfonso Ropero. Ed. Clie]

Otro de los Padres Apostólicos, Justino Mártir, también creía en el milenio literal, lo encontramos en su Diálogo con Trifón:

80. [1] Trifón replicó: -Ya te he dicho, amigo, que te esfuerzas por ser persuasivo, permaneciendo adherido a las Escrituras; pero dime ahora: ¿Realmente confiesan ustedes que ha de restablecerse ese lugar de Jerusalén? ¿Y esperan que allí ha de reunirse su pueblo y alegrarse en compañía de Cristo, con los patriarcas, los profetas y los de nuestra raza, los que se hicieron prosélitos antes de la venida de su Cristo? [2] A lo que yo dije: – Ya antes te he declarado que yo y otros muchos compartimos estos puntos de vista, de suerte que sabemos perfectamente que así ha de suceder; pero también te he indicado (cf. 35,1-6) que hay muchos cristianos de doctrina pura y piadosa, que no admiten esas ideas. [5] Yo, por mi parte, como todos los cristianos perfectamente ortodoxos, no sólo admitimos la futura resurrección de la carne, sino también mil años en Jerusalén reconstruida, adornada y engrandecida como lo prometen Ezequiel, Isaías y los otros profetas. 81. [4] Además hubo entre nosotros un varón por nombre Juan, uno de los Apóstoles de Cristo, el cual, en el “Apocalipsis” que le fue hecho, profetizó que los que hubieren creído a nuestro Señor, pasarían mil años en Jerusalén (cf. Ap 20,5-6); y que después de esto vendría la resurrección universal y, para decirlo brevemente, eterna (cf. Hb 6,2), unánime, de todo el conjunto de los hombres, así como también el juicio. [Justino Mártir, Diálogo con el judío Trifón. Obras escogidas, Alfonso Ropero. Clie]

El gran Tertuliano también lo creía así…

“«Confesamos que nos ha sido prometido un reino aquí abajo aun antes de ir al cielo, pero en otra condición de cosas. Este reino no vendrá sino después de la resurrección, y durará mil años en la ciudad de Jerusalén que ha de ser construida por Dios. Afirmamos que Dios la destina a recibir a los santos después de la resurrección, para darles un descanso con abundancia de todos los bienes espirituales, en compensación de los bienes que hayamos menospreciado o perdido aquí abajo. Porque realmente es digno de Él, y conforme a su justicia, que sus servidores encuentren la misma felicidad en los mismos lugares en los que sufrieron antes por su nombre. He aquí el proceso del reino celestial: después de mil años, durante los cuales se terminará la resurrección de los santos, que tendrá lugar con mayor o menor rapidez según hayan sido pocos o muchos sus méritos, seguirá la destrucción del mundo y la conflagración de todas las cosas. Entonces vendrá el juicio, y cambiados en un abrir y cerrar de ojos en sustancia angélica, es decir, revistiéndonos de un manto de incorruptibilidad, seremos transportados al reino celestial»”.     [Tertuliano. Adv. Marc., 3, 24 (Adversus Marcionem). Cit. RAMOS-LISSON, D. Patrología, p. 190. Ed. EUNSA]

“Papías, discípulo de Juan, fue obispo de Hierápolis, en Asia. Escribió solamente cinco volúmenes que tituló «Amplificación de los discursos del Señor.» En la introducción afirma que no prestará su confianza a las diversas opiniones, sino que se ajustará a las palabras de los Apóstoles y las seguirá… el cual habría recuperado la tradición judía relativa a los mil años. Ireneo, Apolinar y los que dicen que el Señor reinará con los santos, con su cuerpo, lo han seguido. También Tertuliano en su libro «Sobre la Esperanza de los Fieles» lo ha seguido, juntamente con Petabion y Lactancio.”      [San Jerónimo, De Viris Illustribus (Sobre los Hombres ilustres) 18 – Edit. Apostolado Mariano]

Otro gran campeón de la ortodoxia, Ireneo de Lyon, sostenía la doctrina del milenio literal:

«En la antigüedad, Papías fue un escritor bastante discutido debido a su milenarismo. Para atacar esa doctrina le cita casi siempre el historiador Eusebio, que no siente por él simpatía alguna, mientras que Ireneo apela a él en defensa de la misma doctrina.»     [González, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano I, p. 82]

«Conviene mencionar aquí un elemento de la teología de Ireneo que contribuyó a su descrédito en tiempos posteriores. Se trata en concreto de su milenarismo, es decir, de su convicción de que, como parte del proceso de salvación, habría un reino de Dios sobre la tierra, «que es el comienzo de la incorrupción, pues mediante ese reino los que son merecedores se acostumbrarán gradualmente a participar de la naturaleza divina.» Parte de ese adiestramiento es un cambio radical en el orden de poderes presente, «de modo que en la creación en que sufrieron esclavitud, en ella reinen. … Conviene por tanto que la creación misma, tras su restauración a su condición original, esté completamente bajo el dominio de los justos.» Estas ideas eran compartidas por muchos en el Asia Menor, entre ellos el autor del Apocalipsis. Como veremos más adelante, fue posteriormente, después de Constantino, que esas ideas sufrieron descrédito.»   [González Justo L. Retorno a la Historia del Pensamiento Cristiano. Ed. Kairos, p. 90]

Leamos cómo Eusebio critica a los milenaristas…

«7 Ahora bien, Papías, de quien estamos hablando, confiesa que las palabras de los apóstoles las ha recibido de los discípulos de éstos, mientras que de Aristión y de Juan el Presbítero dice haber sido él mismo oyente directo. Efectivamente, los menciona por su nombre muchas veces en sus escritos y recoge sus tradiciones. […] 11 El mismo Papías cuenta además otras cosas como llegadas hasta él por tradición no escrita, algunas extrañas parábolas del Salvador y de su doctrina, y algunas otras cosas todavía más fabulosas. 12 Entre ellas dice que, después de la resurrección de entre los muertos, habrá un milenio, y que el reino de Cristo se establecerá corporalmente sobre esta tierra. Yo creo que Papías supone todo esto por haber tergiversado las explicaciones de los apóstoles, no percatándose de que éstos lo habían dicho figuradamente y de modo simbólico. 13 Y es que aparece como hombre de muy escasa inteligencia, según puede conjeturarse por sus libros. Sin embargo, él ha sido el culpable de que tantos escritores eclesiásticos después de él hayan abrazado la misma opinión que él, apoyándose en la antigüedad de tal varón, como efectivamente lo hace Ireneo y cualquier otro que manifieste profesar ideas parecidas.»    [Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl., III.39.  Biblioteca de Autores Cristianos] 

Leamos ahora las enseñanzas del mismo Ireneo de Lyon…

«33,3. […] en el tiempo del Reino, cuando reinarán los justos que resucitarán de entre los muertos, el día en que toda la creación renovada y liberada producirá todo tipo de manjares, el rocío del cielo y la fertilidad de la tierra.
Esto es lo que recuerdan haber oído de Juan, el discípulo de Jesús, los presbíteros que lo conocieron, acerca de cómo el Señor les había instruido sobre aquellos tiempos: «Llegarán días en los cuales cada viña tendrá diez mil cepas, cada cepa diez mil ramas, cada rama diez mil racimos, cada racimo diez mil uvas, y cada uva exprimida producirá 25 medidas de vino. Y cuando uno de los santos corte un racimo, otro racimo le gritará: ¡Yo soy mejor racimo, cómeme y bendice por mí al Señor! De igual modo un grano de trigo producirá diez mil espigas, cada espiga a su vez diez mil granos y cada grano cinco libras de harina pura. Lo mismo sucederá con cada fruto, hierba y semilla, guardando cada uno la misma proporción. Y todos los animales que coman los alimentos de esta tierra, se harán mansos y vivirán en paz entre sí, enteramente sujetos al hombre».
33,4. El anciano Papías, que también escuchó a Juan como compañero de Policarpo, ofrece el testimonio siguiente en el cuarto de sus cinco libros, añadiendo: «Cuantos tienen fe aceptarán lo anterior. Y como Judas el traidor no creyese y le preguntase: ¿Cómo podrá el Señor producir tales frutos?, el Señor le respondió: Lo verán quienes irán a esa tierra».
Esto es lo que profetizó Isaías: «Pacerán juntos el lobo y el cordero, la pantera jugará con el cabrito, el becerro y el toro pacerán con el león y un niño pequeño los conducirá. El buey y el oso pacerán juntos, sus crías andarán juntas y el león comerá paja con el buey. El niño meterá la mano en el agujero de la serpiente y en el nido de sus vástagos, y no le harán daño ni se podrá perder ninguno en mi monte santo» (Is 11,6-9). Y más adelante lo resume: «Entonces el lobo y el cordero pacerán juntos, tanto el buey como el león se alimentarán de paja, el pan de la serpiente será el polvo, y ninguno de ellos causará algún mal ni harán daño en mi monte santo. Palabra del Señor» (Is 65,25).
No se me escapa que algunos tratan de aplicar estas cosas a los hombres salvajes de diversos pueblos que se han convertido a la fe y viven en paz con los justos. Mas, aunque esto sucede a muchos seres humanos que de varias naciones paganas se acercan a la única fe, sin embargo esto tendrá cumplimiento en todos los seres vivientes después de la resurrección de los justos, como hemos expuesto. Porque Dios es rico en todas las cosas, y es necesario que, una vez restaurada la creación según el plan original, todos los animales estén sujetos al hombre, que vuelvan a comer el alimento que el Señor les dio al principio, como cuando, antes de la desobediencia, estaban sujetos a Adán (Gén 1,26-28) y comían los frutos de la tierra (Gén 1,30). 34,4. Construirán casas y ellos mismos habitarán en ellas; plantarán viñas y ellos mismos comerán sus frutos y beberán su vino. No construirán para que otros habiten, ni plantarán para que otros coman. La vida de mi pueblo se prolongará como la de un árbol, y durarán hasta envejecer las obras de sus manos» (Is 65,18-22). 35,1. Si algunos pretenden entender estas frases sólo en alegoría, no podrán siquiera ponerse de acuerdo entre sí. […]  Todo esto se refiere sin duda a la resurrección de los justos, la cual acaecerá después de la venida del Anticristo. […] Aquellos a quienes el Señor, al venir de los cielos, encuentre esperándolo en la carne tras haber sufrido la tribulación y haber escapado de las manos del impío, son aquéllos de los cuales dijo el profeta: «Y los que queden se multiplicarán sobre la tierra» (Is 6,12). Quienes queden en la tierra para multiplicarse son aquellos de entre los gentiles, a quienes el Señor hubiere preparado. Vivirán bajo el reinado de los santos y servirán en Jerusalén.»     [Ireneo de Lyon, Contra los herejes Libro V. 33-35]

En el excelente libro ‘Retorno a la Historia del Pensamiento Cristiano‘, el profesor González nos da la pauta de po rqué el milenarismo fue rechazado por la iglesia a partir del siglo IV:

«A principios del siglo cuarto, tuvo lugar un gran cambio en la vida de la iglesia. Casi inmediatamente después de la más cruenta de las persecuciones, el emperador Constantino comenzó a darles a los cristianos muestras de su favor. Esas señales del favor imperial continuaron hasta tal punto que cincuenta años más tarde el cristianismo fue declarado la religión oficial del Imperio Romano, y se tomaban medidas para erradicar las viejas religiones del Imperio. Desde la perspectiva de los cristianos a quienes tocó vivir en aquella época, esos acontecimientos eran totalmente inesperados, y muchos vieron en ellos una intervención de lo Alto. […]  Pero desde sus perspectivas sociales y económicas los poderosos buscaban una versión del evangelio que fuese compatible con sus privilegios y con su poder. Aun entre quienes no eran poderosos hubo una fuerte tendencia a regocijarse porque el Imperio estaba ahora dispuesto a aceptar lo que hasta poco antes había sido la fe de una minoría débil y perseguida —aun cuando esa aceptación requiriese cierta reinterpretación y adaptación de la fe cristiana.
Un ejemplo claro de tal actitud es Eusebio de Cesárea. Frecuentemente se ha acusado a este gran historiador —comúnmente llamado «padre de la historia eclesiástica»— de ser poco más que un adulador de Constantino. Pero su propia biografía muestra que la realidad es mucho más compleja. […]  Eusebio parece haber sido sincero en su admiración hacia Constantino, y en ello parece haber reflejado la actitud de los muchos cristianos que, tras siglos de amenaza de persecución, se veían ahora por fin libres de tal amenaza, y para quienes por lo tanto la conversión de Constantino no era menos que un milagro de la Providencia divina. Luego, parte de la importancia de Eusebio está precisamente en que es un fiel reflejo del ambiente que dominaba en las iglesias de su tiempo.
En sus posturas teológicas y filosóficas, Eusebio era seguidor de Orígenes. Por lo tanto Eusebio, origenista convencido, creía que el cristianismo era una serie de verdades eternas e inmutables reveladas en Jesucristo, pero perfectamente compatibles con lo que los filósofos habían descubierto antes. Comentando sobre esto, se ha dicho que Eusebio era un historiador que no creía en la historia —o al menos, no en la historia como un proceso continuo [como sí lo creía Ireneo]. No veía ni aceptaba la posibilidad de que la doctrina cristiana hubiese pasado por un proceso de desarrollo. Parte de su propósito era mostrar que los cristianos de su tiempo creían exactamente lo mismo que los de épocas anteriores. Hoy sabemos que esto es errado; pero el hecho de que Eusebio, con tales presuposiciones, es la principal fuente para nuestro conocimiento de buena parte del cristianismo antiguo complica la tarea de los historiadores.
En su gran Historia eclesiástica, así como en todos sus escritos, Eusebio se propuso demostrar, entre otras cosas, que el Imperio Romano era parte del plan de Dios para la propagación del Evangelio, y que era por tanto perfectamente compatible con la fe cristiana. […] El origenismo de Eusebio, junto a su postura política, le llevaron a devaluar la teología de Ireneo, particularmente en lo que a la escatología se refiere. Puesto que el Apocalipsis era una de las principales fuentes de la expectativa escatológica, Eusebio trató de minar su autoridad [Eusebio ponía en duda la inspiración del Apocalipsis]. A Papías lo trata bastante mal, citándolo únicamente para probar que Juan, el maestro de Policarpo y de Papías, no fue el apóstol, sino otro. Luego comenta sobre la visión del Reino según Papías y dice que era persona «de escaso entendimiento». Aunque no podía desentenderse por completo de Ireneo, Eusebio descuenta su escatología, y dice bien poco acerca del resto de su teología. Todo esto podría achacársele al origenismo de Eusebio, con su desinterés hacia y menosprecio de la realidad física. Pero es interesante notar que Eusebio no muestra el mismo desinterés y menosprecio cuando alaba las riquezas con las que Constantino ha adornado a las iglesias. Una vez más, las perspectivas e intereses políticos y sociales se revisten de posturas teológicas y filosóficas. Eusebio sencillamente se ha vuelto parte de una larga tradición que ha interpretado la fe cristiana desde la perspectiva de los poderosos, o al menos de modo que les sea de agrado y de provecho. Constantino y sus sucesores le ofrecieron a la fe cristiana el poder y prestigio del estado, y a cambio de ello buena parte de la iglesia suavizó su mensaje para que no les resultase demasiado ofensivo a los poderosos.»  [González Justo L. Retorno a la Historia del Pensamiento Cristiano. Ed. Kairos, p. 132-138]

¿Qué es lo que nos está diciendo J. L. González? Que para Eusebio, el Imperio Romano era parte visible del Reino de Dios; no hacía falta un Milenio con un gobierno de paz y de justicia, ¡eso ya lo tenían con Constantino! ¿Cómo decirle a un emperador y a sus poderosos que pronto vendría Cristo y destruiría a todos los imperios, quitaría a todos los poderosos, y gobernaría Él  sobre toda la tierra?, esa era una doctrina peligrosa, que bien la podría predicar Ireneo porque no tenía compromisos con los poderosos; pero para Eusebio y la iglesia oficializada de su tiempo era una enseñanza que convenía callar.

Es verdad también, que personajes como Cerinto (hereje gnóstico) predicaban un milenarismo donde el disfrute de la carne no tendría limites, o al menos eso es lo que afirma Eusebio; que como ya hemos visto no se caracterizaba por ser imparcial sobre el tema:

«2. «Sin embargo, también Cerinto, por medio de revelaciones que dice estar escritas por un gran apóstol, introduce milagrerías con el engaño de que le han sido mostradas por ministerio de los ángeles, y dice que, después de la resurrección, el reino de Cristo será terrestre y que de nuevo la carne, que habitará en Jerusalén, será esclava de pasiones y placeres. Como enemigo de las Escrituras de Dios y queriendo hacer errar, dice que habrá un número de mil años de fiesta nupcial». 3 Y además Dionisio, que en nuestro tiempo obtuvo el episcopado de la iglesia de Alejandría, al decir en el libro II de sus Promesas algunas cosas acerca del Apocalipsis de Juan como recibidas de una antigua tradición, hace mención del mismo Cerinto con estas palabras: 4 «Y Cerinto, el mismo que instituyó la herejía que de él toma nombre, la cerintiana, y que quiso acreditar su propia invención con un nombre digno de fe. Este es, efectivamente, el tema de la doctrina que enseña: que el reino de Cristo será terreno. 5 »Y como él era un amador de su cuerpo y enteramente carnal, soñaba que consistiría en lo mismo que él deseaba: hartazgos del vientre y de lo que está debajo del vientre, es decir: en comidas, en bebidas, en uniones carnales y en todo aquello con que le parecía que se procuraría estas cosas de una manera más biensonante: fiestas, sacrificios e inmolación de víctimas sagradas».» [Eusebio, «Hist. Eccl.», III, 28 – Biblioteca de Autores Cristianos]

También en el siglo IV, aparecería un personaje muy influyente en occidente, que inclinaría la balanza definitivamente hacia el amilenarismo, estamos hablando de Agustín:

«Agustín había tenido dificultades en aceptar la doctrina cristiana de Dios hasta que el neoplatonicismo le hizo posible concebir una substancia incorpórea. Por ello, buena parte de su doctrina de Dios es tomada, no de las Escrituras o de la tradición cristiana, sino de sus lecturas de los platónicos. Según él, Dios no es en sentido estricto una substancia, sino únicamente una esencia. Dios es absolutamente inefable. En Dios no hay tiempo ni espacio, sino que el pasado y el futuro son tan reales como el presente. Por ello, aunque se ha hablado y escrito mucho sobre la visión agustiniana de la historia, especialmente tal como se ve en La ciudad de Dios, lo cierto es que Agustín no estaba interesado en el curso histórico de los acontecimientos, sino únicamente en la vida de la ciudad espiritual de Dios, cuya verdad, dada de una vez por todas, se encuentra allende la historia, y cuya meta trasciende la historia. En última instancia, todo el proceso histórico ha de quedar en nada, y Agustín rechaza toda perspectiva escatológica que de algún modo incluya la historia presente del mundo, o le dé importancia eterna al curso de los acontecimientos históricos.»  [González Justo L. Retorno a la Historia del Pensamiento Cristiano. Ed. Kairos, p. 142]

Agustín, en un principio, creyó también en el milenarismo; pero como le pasó con otras doctrinas importantes, su neoplatonismo (y duro ascetismo) le obligó a reinterpretarlo todo a la luz de Platón y Plotino; de tal manera que terminó creyendo en un milenio figurativo y no literal. Le era difícil aceptar a Agustín que las relaciones sexuales (a las cuales consideraba pecado aún dentro del matrimonio) seguirían vigentes en un reinado literal de Cristo. Y es que aunque Agustín mencione a los santos resucitados, en realidad los ortodoxos no enseñaban esto, se referían sí a los que todavía tendrían un cuerpo de carne y se reproducirían en el milenio; pero está claro que a un asceta como Agustín el tema del sexo y la comida le traía mal pesar. Leamos a continuación al mismo Agustín… 

«Ante estas palabras ha habido quienes han sospechado que la primera resurrección será corporal. Pero, sobre todo, han quedado impresionados por el número de los mil años, como si los santos debieran tener, según eso, una especie de descanso sabático de tamaña duración, o sea, un santo reposo después de trabajar durante seis mil años, desde la creación del hombre, su expulsión de la felicidad del Paraíso y la caída en las calamidades de esta vida mortal en castigo de aquel gran pecado. De suerte que -según aquel pasaje: Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día pasados seis mil años como si fueran seis días, seguirá como día séptimo el sábado, significado en los últimos mil años: y para celebrar, en fin, este sábado resucitarán los santos. Esta opinión sería de algún modo tolerable si admitiera que los santos durante ese tal sábado disfrutan, por la presencia del Señor, de unas ciertas delicias espirituales. Incluso hubo un tiempo en que nosotros fuimos de la misma opinión. Pero desde el momento en que afirman que los santos resucitados en ese período se entregarán a los más inmoderados festines de la carne, con tal abundancia de manjares y bebidas, que, lejos de toda moderación, sobrepasarán la medida de lo increíble, una tal hipótesis sólo puede ser sostenida por hombres totalmente dominados por los bajos instintos. Sin embargo, hay algunos, guiados por el espíritu, que sostienen esta misma creencia y se les denomina con el término griego quiliasta, nombre que podríamos traducirlo por «milenaristas».

Los mil años pueden ser interpretados, según mi modo de ver, de dos maneras: o bien que todo esto está teniendo lugar en los últimos mil años, a saber, en el milenio sexto, como si fuera el día sexto, cuyos últimos períodos están transcurriendo ahora; vendría luego un sábado sin atardecer, el descanso de los santos, que no tendrá fin. Pero su intención al hablar de mil años habría sido la de nuestro modo de hablar cuando designamos el todo por la parte, y este milenio sería como la parte última del día que restaba hasta la terminación del mundo. […] La otra modalidad -la más probable- de interpretar los mil años sería el tomar esta cifra por los años totales de este mundo, citando con un número perfecto la plenitud del tiempo.»  [Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios. Libro XX. 8]

Dos son los factores, que en el S. IV, contribuyeron a dejar la doctrina del milenio literal en el olvido. El primero fue la visión Iglesia-Poder-Estado, de Eusebio de Cesarea; la visión de un estado-teocrático que en el S. XVI se repetiría en los Reformadores protestantes. El segundo factor fue la influencia neoplatónica sobre el pensamiento de Agustín, de la cual nunca pudo (ni quiso) librarse totalmente.

La literatura sobre el tema es abundantísima, tanto en la apocalíptica judía, en la patrística, en los libros de Historia eclesiástica, como en aquellos sobre la Evolución de los dogmas. Lamentablemente el espacio no permite extenderse mucho, y tampoco es mi intención agobiar a los lectores.  En las citas que he usado podrán encontrar las fuentes, y los títulos de los libros en los cuales he investigado, para aquellos que deseen indagar más. Deseando que hayan disfrutado del estudio, me despido hasta la próxima, bendiciones.

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar, para Diarios de Avivamientos 2020.©