Una crítica a la gracia Irresistible

Por Steve W. Lemke

Los antecedentes del asunto

La doctrina de la gracia irresistible se abordó en el Sínodo de Dort, lo que ofreció una respuesta a las preocupaciones expresadas por los remonstrantes, quienes eran calvinistas reformados holandeses (posteriormente llamados arminianos). Esta diferencia de opinión se repite en la historia de los bautistas en la distinción entre los «bautistas generales» (quienes, en general, convinieron con los remonstrantes en estos puntos) y los «bautistas particulares» (quienes, en general, convinieron con el Sínodo de Dort en estos puntos). Aunque tanto los remonstrantes como los de Dort estuvieron de acuerdo que los seres humanos son depravados e incapaces de salvarse a sí mismos aparte de la gracia de Dios, ellos, ante todo, discutieron si la gracia de Dios es resistible. En los artículos III y IV de su «remonstrancia» (protesta o expresión de oposición), los remonstrantes expresaron su convicción de que algunos de sus compañeros calvinistas se habían vuelto tan extremos en sus creencias que se habían apartado de las enseñanzas bíblicas. En particular mientras afirmaban que la salvación viene solo por la gracia de Dios, los remonstrantes estaban preocupados sobre la enseñanza de que Dios fuerza su gracia en los pecadores de manera irresistible. Los remonstrantes sostenían:

  • La gracia de Dios es el principio, la continuación y el cumplimiento de todo lo bueno, hasta tal punto, que el hombre regenerado, por sí mismo, sin la prevención o la asistencia, el despertar, seguimiento y la gracia cooperativa, no puede pensar, desear, ni hacer el bien, ni resistir cualquier tentación al mal; de modo que todas las buenas acciones o movimientos que pueden ser concebidos, sean atribuidos a la gracia de Dios en Cristo. Pero, respecto al modo de operación de esta gracia, no es irresistible, puesto que está escrito acerca de muchos, que ellos resistieron al Espíritu Santo. Hechos 7 y en otros muchos sitios. [1]

En otras palabras, los remonstrantes (arminianos) enseñaban que la única forma de salvarse es por la gracia de Dios que viene antes, durante y después de la justificación porque incluso el ser humano mejor intencionado no puede «pensar, desear ni hacer el bien» aparte de la gracia de Dios [2]. Ellos incluso fueron más allá cuando sostenían que todo lo bueno «[es atribuido] a la gracia de Dios en Cristo».[3]. Pero la pregunta es, «¿por qué no todas las personas se apropian o experimentan la gracia salvífica de Dios? ¿Dios ha fracasado en alguna forma? ¿Dios no ama de verdad a todas las personas? ¿Dios no desea la salvación de todas las personas? No. Los remonstrantes rehusaron culpar de este fracaso a Dios, sino que de manera correcta le asignaron este fracaso a la rebelión y resistencia de los seres humanos caídos. Dios creó a los seres humanos con el libre albedrio, ya sea para cooperar con Dios y recibir Su gracia o para rechazar en definitiva el precioso don de Dios. De nuevo, los seres humanos no tendrían ninguna salvación en absoluto aparte de la gracia de Dios; pero Dios se niega a hacer realidad esa salvación en la vida de alguien que continuamente se resiste a la gracia de Dios, se niega a recibirla con humildad y, finalmente, la rechaza. El Sínodo de Dort, sin embargo, objetó la negación de la gracia irresistible de los remonstrantes:

  • Que enseñan: que Dios no usa en la regeneración o nuevo nacimiento del hombre tales poderes de Su omnipotencia que dobleguen eficaz y poderosamente la voluntad de aquél a la fe y a la conversión; si no que, aun cumplidas todas las operaciones de la gracia que Dios usa para convertirle, el hombre, sin embargo, de tal manera puede resistir a Dios y al Espíritu Santo y, de hecho, también resiste con frecuencia cuando Él se propone su regeneración y le quiere hacer renacer, que impide el renacimiento de sí mismo; y que sobre este asunto queda en su propio poder el ser renacido o no. [4]

El problema de definir la gracia irresistible

El término «gracia irresistible», entonces, se usó de manera inicial como un punto de vista que negaban los remonstrantes y defendían los calvinistas de Dort. El Sínodo de Dort rechazó la noción de que la gracia de Dios estaba limitada a ejercer su poderosa persuasión moral en los pecadores por el Espíritu Santo para guiarlos a la salvación. Ellos además rechazaron la noción que una persona puede «resistir a Dios y al Espíritu Santo… cuando Él se propone su regeneración».[5]. En cambio, la declaración de Dort afirmaba que Dios usa «tales poderes de Su omnipotencia para que dobleguen eficaz y poderosamente la voluntad del hombre a la fe y a la conversión».[6]. Para entender cómo los calvinistas expresaron que Dios lleva a cabo la gracia irresistible, uno debe entender la importante distinción que ellos deducen entre lo que indistintamente es conocido como el llamamiento «general» o «externo» del llamamiento «especial», «interno», «eficaz» o «serio». Steele, Thomas y Quinn prácticamente equiparan el «llamamiento eficaz» con la gracia irresistible, basados en la distinción entre estos dos propuestos diferentes llamamientos de Dios:

  • La invitación del evangelio extiende un llamamiento para la salvación para todo el que escucha su mensaje… Pero este llamamiento general externo, extendido tanto a electos como a no electos, no traerá los pecadores a Cristo… Por lo tanto, el Espíritu Santo, para traer los electos de Dios a la salvación, les extiende un llamamiento especial interno, además del llamamiento externo contenido en el mensaje del evangelio. A través de este llamamiento especial, el Espíritu Santo opera una obra de gracia dentro del pecador que, de manera inevitable, lo trae a la fe en Cristo… Aunque el llamamiento general externo del evangelio puede ser, y con frecuencia es, rechazado, el llamamiento especial del Espíritu nunca deja de resultar en la conversión de aquellos a quienes se les hace. Este llamamiento especial no se da a todos los pecadores, sino ¡solo a los electos! El Espíritu no depende, de ninguna manera, de su ayuda o cooperación para que Su obra de traerlos a Cristo sea exitosa. Por eso, los calvinistas consideran el llamamiento del Espíritu y la gracia de Dios en salvar a los pecadores como «eficaz», «invencible» o «irresistible». ¡Pues la gracia que el Espíritu Santo extiende a los electos no puede ser frustrada o negada, nunca deja de traerlos a la verdadera fe en Cristo! [7]

Como lo indica esta declaración, algunos calvinistas contemporáneos parecen estar un poco avergonzados con el término «gracia irresistible» y han buscado suavizarlo o sustituirlo con un término como «llamamiento eficaz». Ellos además objetan cuando otros critican que «gracia irresistible» sugiere que Dios obliga a las personas a hacer cosas contra su voluntad. Más bien, ellos insisten, que Dios solo atrae y persuade. Así, los calvinistas, algunas veces, suenan falaces en afirmar un punto de vista fuerte sobre la gracia irresistible mientras, al mismo tiempo, suavizan el lenguaje sobre esta para hacerla más digerible. Por ejemplo, John Piper y el personal de la Bethlehem Baptist Church afirman que gracia irresistible «significa que el Espíritu Santo puede vencer toda resistencia y hacer su influencia irresistible… La doctrina de la gracia irresistible significa que Dios es soberano y puede vencer toda resistencia cuando quiere» [8]. No obstante, unos pocos párrafos más adelante, ellos sostienen que «gracia irresistible nunca implica que Dios nos obliga a creer contra nuestra voluntad… Por el contrario, la gracia irresistible es compatible con la predicación y el dar testimonio que tratan de persuadir a las personas a hacer lo que es razonable y concuerde con lo que más les convenga»[9]. Ningún intento es hecho en el artículo para reconciliar estas dos declaraciones al parecer contradictorias. De la misma manera, R. C. Sproul argumenta largo y tendido que Juan 6:44 («Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me envió…») no se refiere solo a la necesidad de que Dios «atraiga o induzca a los hombres a Cristo», y que los seres humanos puedan «resistir esta atracción» y «rechazar la incitación»[10] . En lenguaje filosófico, Sproul expresa que, esta atracción es una condición necesaria pero no suficiente para la salvación «porque la atracción no garantiza, en realidad, que nosotros vendremos a Cristo»[11]. Sproul establece que esta interpretación es «incorrecta» y que «atenta contra el texto de la Escritura»[12] . Más bien, Sproul insiste, que el término «traer» (arrastrar) es «un concepto mucho más contundente que atraer» y significa «obligar por superioridad irresistible»[13] .

Sin embargo, al discutir la gracia irresistible, Sproul cuenta de un estudiante que, al escuchar una conferencia por John Gerstner, sobre la predestinación, la rechazó. Cuando Gerstner le preguntó al estudiante cómo definía él el calvinismo, el estudiante lo describió como la perspectiva que «Dios obliga a algunas personas a elegir a Cristo e impide que otras elijan a Cristo». Gerstner entonces le manifestó, «Si eso es un calvinista, entonces puedes estar seguro que yo tampoco soy un calvinista» [14]. Sproul, asimismo, reconvino al presidente de un seminario presbiteriano por presentar la doctrina calvinista como que «Dios trae a algunas personas al reino, pataleando y gritando contra sus voluntades». Sproul describe la opinión de este teólogo presbiteriano como «una temeraria idea equivocada de la teología de su propia iglesia», como una «caricatura» y «tan lejos del calvinismo como uno podría estar»[15]. Entonces ¿qué dirección tomar? Si Dios obliga a las personas con «superioridad irresistible», ¿de qué manera es impreciso afirmar que Dios está obligando a las personas a elegir a Cristo?

El Sínodo de Dort insistió que los intentos de persuasión moral en las personas no salvas era malgastar el tiempo. Que la gracia de Dios era irresistible, y no solo el uso de la poderosa persuasión moral era precisamente lo que el Sínodo de Dort rechazó y lo que los remonstrantes afirmaron. Los remonstrantes insistieron que la convincente gracia de Dios persuadía a los perdidos a recibir a Cristo como Señor y Salvador. El Sínodo de Dort insistió que esto era insuficiente. Nota su negación explícita que una persona pueda «resistir» a Dios. También presta atención al uso del lenguaje en el Sínodo de Dort sobre la divina omnipotencia, la cual puede «[doblegar] eficaz y poderosamente la voluntad de una persona a la fe y a la conversión»[16] . Doblegar la voluntad de un ser falible por un Ser omnipotente infalible y poderoso no se trata de una dulce persuasión. Es obligar a una persona a cambiar de parecer en contra de su voluntad.

A menudo, los calvinistas describen su posición como monergismo, opuesto al sinergismo. En el monergismo, Dios opera completamente solo,sin la intervención de ningún rol humano. En el sinergismo, por otro lado, los seres humanos cooperan con Dios en alguna forma para llevar a cabo su propia conversión. Ninguno de nosotros que no somos pelagianos afirmaría que podemos lograr nuestra salvación aparte de Dios. La cuestión es si los seres humanos tienen algún rol en aceptar o recibir su propia salvación. Por un lado, el calvinista manifiesta,  «¡No! Tu salvación es monergista, provista solo por la gracia de Dios». Cuando alguien critica esa opinión por significar que Dios impone una gracia irresistible contra la voluntad de la persona, o que los seres humanos no tienen ninguna elección o participación en el asunto, entonces el calvinista protesta que se les ha malentendido y caricaturizado.

Cuando se cuestiona que la gracia irresistible va contra la voluntad de la persona, la mayoría de los calvinistas responden que no está en contra de la voluntad de una persona en absoluto. Dios cambia su voluntad a través de la regeneración invencible, de tal manera que la persona es traída a Cristo de manera irresistible. Los calvinistas lo llaman voluntad, la cual es impulsada (doblegada) externamente: voluntad compatibilista (voluntad humana que es compatible con el predeterminismo divino), opuesto al punto de vista más común: libertad libertaria. En la libertad libertaria, una persona no tiene absoluta libertad (como la presenta el estereotipo calvinista frecuentemente), sino que la persona puede escoger entre al menos dos alternativas. En cada caso una persona pudo haber, por lo menos hipotéticatnente, escogido otra cosa. Pero en el compatibilismo calvinista las personas siempre escogen lo que ya Dios determinó de antemano que escojan. Ellas no tienen opción alternativa, sino hacer lo que Dios determina que hagan. Entonces, cuando Dios cambia su voluntad a través de la gracia irresistible o gracia capacitante, ellas en realidad no tienen elección: harán lo que Dios les ha programado que hagan. Así el sistema calvinista aboga por el monergismo (Dios es el único actor) y el compatibilismo (las personas hacen lo que Dios quiere que hagan, después que Él cambia su voluntad, a través de la regeneración previa a la conversión).

El problema es que los calvinistas no siempre pueden tenerlo todo. Ellos no pueden insistir en que un Dios omnipotente abruma y doblega infalible y poderosamente la voluntad del ser humano, y luego transformar esta doctrina en otra cosa al atenuarla con lenguaje más digerible como «llamamiento eficaz» y «compatibilismo». El llamamiento eficaz se refiere con precisión a la misma cosa que gracia irresistible, pero llamamiento eficaz suena mucho más agradable. Al fin y al cabo, las personas no tienen elección, sino hacer lo que Dios las ha programado para hacer. Sin embargo, los calvinistas a menudo intentan evadir la crítica al indicar que la doctrina ha sido malinterpretada, incluso cuando los no calvinistas han citado o parafraseado lo que los mismos calvinistas han expresado al describir su propia doctrina.

Por ejemplo, en la conferencia «Estableciendo vínculos», Nathan Finn reprendió a Roy Fish, profesor del Seminario Teológico Bautista del Suroeste, por la siguiente descripción de la gracia irresistible, a la cual Finn describió como un «estereotipo» y un «malentendido» de la doctrina:

  • La «I» en TULIP (acróstico en inglés)[17] se refiere a la gracia irresistible. Esto significa que las personas que van a ser salvas no tienen otra opción. Ellas en realidad no tienen otra opción. La gracia de Dios no puede resistirse. Ellas no pueden resistir esta gracia salvífica especial. [18]

Un estudio detallado, línea por línea, de la descripción de Fish revela que los calvinistas definen la gracia irresistible casi con las mismas palabras:

  • Roy Fish: (gracia irresistible) «significa que las personas que van a ser salvas no tienen otra opción. Ellas en realidad no tienen otra opción».
  • El Sínodo de Dort: «Y este es aquel nuevo nacimiento, aquella renovación, nueva creación, resurrección de muertos y vivificación, de que tan excelentemente se habla en las Sagradas Escrituras, y que Dios obra en nosotros sin nosotros. Este nuevo nacimiento no es obrado en nosotros por medio de la predicación externa solamente, ni por indicación, o por alguna forma tal de acción por la que, una vez Dios hubiese terminado su obra, entonces estaría en el poder del hombre el nacer de nuevo o no, el convertirse o no. Sino que es una operación totalmente sobrenatural… de modo que todos aquellos en cuyo corazón obra Dios de esta milagrosa manera, renacen cierta, infalible y eficazmente, y de hecho creen… »[19]
  • James ‘White; «La doctrina de la ‘gracia irresistible’ es simplemente la creencia que cuando Dios escoge moverse en las vidas de sus electos y traerlos de la muerte espiritual a la vida espiritual, no hay poder en el cielo o en la tierra que pueda detenerlo de hacerlo así… Es simplemente la confesión de que cuando Dios escoge levantar a Su pueblo a vida espiritual, Él lo hace sin el cumplimiento de ninguna condición por parte del pecador. Así como Cristo tuvo el poder y la autoridad de levantar a Lázaro a vida sin obtener su permiso, Él es capaz de levantar a Sus electos a vida espiritual con un resultado igualmente seguro»[20].
  •  David Steel, Curtis Thomas y S. Lance Quinn: «El Espíritu Santo extiende un llamamiento especial interno que, de manera inevitable, los trae a la salvación… El llamamiento interno (el cual se hace solo a los electos) no puede rechazarse. Siempre resulta en la conversión. Mediante este llamamiento especial, el Espíritu, de manera irresistible, trae los pecadores a Cristo. Él no está limitado por la voluntad del hombre en Su obra de aplicar la salvación, ni depende de la cooperación del hombre para que Su obra sea exitosa… La gracia de Dios, por eso, es invencible; nunca deja de resultar en la salvación de aquellos a quienes se les extiende».[21] 241

Roy Fish: «La gracia de Dios no puede resistirse. Ellas [las personas] no pueden resistir esta gracia salvífica especial».

  • El Sínodo de Dort: El Sínodo rechaza que… «Dios no usa en la regeneración o nuevo nacimiento del hombre tales poderes de Su omnipotencia que dobleguen eficaz y poderosamente la voluntad de aquél a la fe y a la conversión…». (El Sínodo rechaza que alguien) «puede resistir a Dios y al Espíritu Santo, y de hecho también resiste con frecuencia cuando Él se propone su regeneración»[22] 242
  • John Piper: Gracia irresistible «significa que el Espíritu Santo puede vencer toda resistencia y hacer su influencia irresistible… La doctrina de la gracia irresistible significa que Dios es soberano y puede vencer toda resistencia cuando quiere … Cuando Dios se ocupa en llevar a cabo su propósito soberano, ninguno puede lograr resistírsele… Cuando una persona escucha a un predicador hacer un llamamiento al arrepentimiento, ella puede resistir ese llamamiento. Pero si Dios le da arrepentimiento no puede resistirse, porque el don es la remoción de la resistencia… Entonces, si Dios da arrepentimiento, esto equivale a quitar la resistencia. Por eso nosotros llamamos a esta obra de Dios ‘gracia irresistible’.» 243

¿Reflejaba Fish en su definición las declaraciones de algunos calvinistas? Distinguir la definición de Fish de la de Finn es tan difícil que uno debe preguntar: ¿Qué es lo que Finn objeta con tanto vigor en la descripción de Fish? Fish ha repetido las descripciones calvinistas de la gracia irresistible, sin embargo, Finn lo reprende por hacerlo. No importa lo que los calvinistas contemporáneos intenten para encubrir la dureza de la gracia irresistible y proyectarla bajo una luz más suave o moderada, la doctrina sigue siendo lo que es. Cuando se presiona a los calvinistas con sus propias palabras, algunas veces parecen jugar con las palabras o hablar con evasivas para hacer sus creencias más digeribles. Sin embargo, este estudio examina la gracia irresistible como se describe y se define en las enseñanzas doctrinales calvinistas estándares.

La Biblia y la gracia irresistible

¿Qué declara la Biblia sobre la gracia irresistible? La respuesta sencilla es que la Biblia no aborda de manera específica la gracia irresistible. De hecho la frase «gracia irresistible» no aparece en ninguna parte en la Escritura. Por supuesto, esta sola ausencia no significa que la gracia irresistible no pueda ser una realidad. Otras doctrinas como la Trinidad se describen en la Escritura, pero no con el nombre teológico que ahora le damos. Entonces ¿qué declara la Biblia en cuanto a que la gracia sea irresistible?

Textos fundamentales que afirman la gracia resistible

Algunos textos de la Escritura parecen negar la gracia irresistible o afirmar la gracia resistible de manera explícita. Proverbios 1 desafía la noción de la gracia irresistible. La sabiduría de Dios personificada habla a aquellos a quienes «…he llamado… » (Prov 1:24), a aquellos a quienes «… derramaré mi espíritu…» (Prov 1:23), y a aquellos a quienes «… haré conocer mis palabras» (Prov 1:23). No obstante, ninguno consideró la verdad de Dios, pues los oyentes rechazaron el mensaje de Dios y despreciaron el consejo de la Sabiduría (Prov 1:22-25 ¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza, Y los burladores desearán el burlar,  Y los insensatos aborrecerán la ciencia?  Volveos a mi reprensión; He aquí yo derramaré mi espíritu sobre vosotros, Y os haré saber mis palabras.  Por cuanto llamé, y no quisisteis oír, Extendí mi mano, y no hubo quien atendiese, Sino que desechasteis todo consejo mío, Y mi reprensión no quisisteis).

Algunos podrían afirmar que este mensaje solo ejemplifica el llamamiento externo resistible. El problema se vuelve complicado porque ellos constituyen el pueblo elegido de Dios, los judíos, con quienes Dios había entrado en un pacto: «He llamado y habéis rehusado oír…» (v. 24). Dios les hace una oferta: «…derramaré mi espíritu sobre vosotros» (v. 23), pero ellos no se «volverían», y más bien «rehusarían» aceptar el mensaje (v. 24). La gracia que fue ofrecida de manera tan generosa fue rechazada de manera tan desconsiderada. La gracia ofrecida estaba condicionada por su respuesta. La aceptación de la Palabra de Dios habría traído bendición, pero su rechazo ahora traería calamidad sobre ellos.

En los profetas y los Salmos, Dios responde a la negativa de arrepentirse y al rechazo de la Palabra de Dios por parte de los israelitas:

  • Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaban los profetas, tanto más se alejaban de ellos; seguían sacrificando a los Baales y quemando incienso a los ídolos. Sin embargo yo enseñé a andar a Efraín, yo lo llevé en mis brazos; pero ellos no comprendieron que yo los sanaba. Con cuerdas humanas los conduje, con lazos de amor, y fui para ellos como quien alza el yugo de sobre sus quijadas; me incliné y les di de comer. No volverán a la tierra de Egipto, sino que Asiria será su rey, porque rehusaron volver a mí. La espada girará contra sus ciudades, destruirá sus cerrojos y los consumirá por causa de sus intrigas. Pues mi pueblo se mantiene infiel contra mí; aunque ellos lo llaman para que se vuelva al Altísimo, ninguno me quiere enaltecer. (Os. 11:1-7).
  • No guardaron el pacto de Dios, y rehusaron andar en su ley (Sal. 78:10).
  • Pero mi pueblo no escuchó mi voz; Israel no me quiso a mí. Por eso los entregué a la dureza de su corazón, para que anduvieran en sus propias intrigas. ¡Oh, si mi pueblo me hubiera oído, si Israel hubiese andado en mis caminos! (Sal. 81:11-13).
  • Ellos me dieron la espalda, y no el rostro; aunque les enseñaba, enseñándoles una y otra vez, no escucharon ni aceptaron corrección (Jer. 32:33).

En el Nuevo Testamento, la referencia más directa a la resistencia a la gracia está en el sermón de Esteban en Hechos 7:2-53, justo antes de su martirio en Hechos 7:54-60. Al confrontar a los judíos que habían rechazado a Jesús como el Mesías, Esteban afirmó: «Vosotros, que sois duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, resistís siempre al Espíritu Santo; como hicieron vuestros padres, así también hacéis vosotros» (Hech. 7:51).

Los remonstrantes citaron este texto específico, y la mayoría de eruditos que rechazan la noción de la gracia irresistible también la citan. Esteban no está hablando a creyentes, sino a los judíos que habían rechazado a Cristo. Él no solo los acusó a ellos de «resistir al Espíritu Santo», sino también a sus antepasados judíos por resistir a Dios. La palabra que se traduce como «resistir» (antipiptō en griego) no significa aquí «caer», sino «oponerse», «esforzarse en contra» o «resistir».[23]. Con claridad, este texto enseña que la influencia del Espíritu Santo es resistible. Un registro similar en Lucas 7:30 describe la respuesta de los fariseos a la predicación de Juan el Bautista: «Mas los fariseos y los sabios de la ley, desecharon el consejo de Dios contra sí mismos, no siendo bautizados de él» (Luc. 7:30, RVA).

Otro ejemplo de resistencia ocurre en la experiencia de la salvación de Pablo, registrado en Hechos 26. Mientras Saulo se dirigía hacia Damasco en su persecución de los cristianos, una luz cegadora lo golpea, y una voz del cielo le dice: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón» (Hech. 26:14). Es evidente que Saulo se había resistido a la convicción del Espíritu Santo en eventos como la lapidación de Esteban, pero ahora Dios confrontó la resistencia de Saulo de forma dramática. Aun así, algún tiempo pasó antes de que Ananías llegara y Pablo recibiera el Espíritu Santo (Hech. 9:17).

¿Qué opinan los calvinistas sobre estos textos? Para empezar, los calvinistas no niegan que las personas pueden resistir al Espíritu Santo en algunas situaciones. Los no creyentes pueden resistir el mero llamamiento «externo» del evangelio, y los creyentes pueden resistir al Espíritu Santo también. Como lo ha declarado John Piper: «Lo que es irresistible es el llamamiento eficaz que hace el Espíritu»[24]. Sin embargo, estas explicaciones no ayudan en este caso. Los judíos, en definitiva, eran el pueblo escogido de Dios, y todo el pueblo judío estaba bajo el pacto, no solo los individuos. La  teología calvinista del pacto ve a la nación entera de Israel como el pueblo escogido de Dios. Los electos, al fin y al cabo, han de recibir el llamamiento eficaz. Los calvinistas a menudo citan: «A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí» (Rom. 9:13), como su evidencia más sólida para la elección[25] .

Pero, este pueblo de forma divina escogido no solo ha rechazado a Jesús como el Mesías, sino que ha resistido al Espíritu Santo a través de muchas generaciones en la historia. Por eso, parecería que la gracia de Dios es resistible, incluso entre los electos que tienen derecho a recibir el llamamiento eficaz.

La gracia resistible en el ministerio y enseñanzas de Jesús

A lo largo de su ministerio de enseñanza, Jesús enseñó y sirvió en maneras que parecen ser inconsistentes con la noción de la gracia irresistible. En cada una de estas ocasiones, Jesús parece defender la idea que la gracia de Dios es resistible. Por ejemplo, escucha el lamento de Jesús sobre Jerusalén:«¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te sonenviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!» (Mateo 23:37 comparar con Luc.13:34). ¿Qué lamentaba Jesús? Él lamentaba que a pesar del amor generoso de Dios por Jerusalén y el deseo de reunirlos en una seguridad eterna bajo Su protección, y los muchos profetas y mensajeros que Él les envió con Su mensaje, ellos rechazaron el mensaje que se les envió y «no quisieron» responder a Dios. En griego, como sucede en esta versión en español, se establece un contraste, porque las formas del verbo thelō (querer) se usan dos veces en este versículo: «… quisey no quisiste»[26]. Schrenk describe esta declaración como una expresión de «la frustración de Su misericordioso propósito para salvar, debido al rechazo de los hombres»[27]. Observa que Su lamento concierne a toda la ciudad de Jerusalén, no solo un pequeño número de los electos dentro de Jerusalén. Ciertamente, Jesús expresa su preocupación no solo por las personas que viven en Jerusalén en ese tiempo en particular, sino por las muchas generaciones de jerosolimitanos.

De nuevo, uno podría sugerir que los profetas eran solo el vehículo para proclamar el llamamiento general, y entonces estos jerosolimitanos nunca recibieron el llamamiento eficaz, pero este argumento no puede ser. Ante todo, este es el pueblo escogido de Dios. Como tal, debió haber recibido el llamamiento eficaz, pero, en realidad, no quiso responder. Algunos calvinistas podrían formular este argumento: la elección de Israel incluía individuos dentro de Israel, no todo Israel como un pueblo. Que solo un remanente del Israel físico, no todo, será salvo tiene el más firme respaldo, pero la propuesta que Dios hizo el llamamiento eficaz a solo una porción de Israel de todos modos no concuerda bien con este texto o varios otros textos. Incluso así, el mayor problema es que si Jesús creía en la gracia irresistible, tanto el llamamiento externo como interno, Su aparente lamento sobre Jerusalén habría sido un acto hipócrita, una expresión de cinismo porque Él sabía que Dios no había dado y no daría a estas personas las condiciones necesarias para su salvación. Su lamento habría sido sobre la dureza del corazón de Dios, pero no es esto lo que registra la Escritura. La Escritura le atribuye a la falta de voluntad de las personas el no venir a Dios, es decir, la dureza de sus propios corazones.

Lo que está generalizado en el lamento de Jesús sobre Jerusalén se personaliza en el incidente con el joven rico (Luc. 18:18-23). El hombre prominente le preguntó, «… ¿qué haré para heredar la vida eterna?» (Luc. 18:18). Si Jesús fuera un calvinista, uno podría esperar que le hubiera respondido, «¡nada!» y hubiera reprendido al hombre por la impertinencia de su pregunta, en particular la idea que él podía hacer algo para heredar la vida eterna. Más bien, Jesús le indica lo que él podía hacer: vender todo lo que tenía y repartirlo entre los pobres. Por supuesto, esta instrucción no solo era sobre el dinero del hombre; era sobre su corazón. Él amaba el dinero y los privilegios que este le daban, y él no podía vivir sin él. En otras palabras, Jesús no le concedería la vida eterna a menos que él quisiera entregarle su vida totalmente a Dios, pero el hombre no quería. Jesús lo dejó ir y que enfrentara las consecuencias solemnes de su decisión. Observa que Jesús comenta la falta de voluntad del joven rico, al declarar que es difícil para un rico entrar en el cielo, ciertamente, tan difícil como lo sería para un camello pasar por el ojo de una aguja (Luc. 13:24-28). Esta instrucción provocó que los discípulos señalaran que ellos habían sacrificado mucho para seguirlo, de modo que Él les prometió una recompensa importante por sus esfuerzos (Luc. 18:28-30).

Desde luego, si Jesús fuera un calvinista, Él nunca habría sugerido que era más difícil para los ricos ser salvos por la gracia irresistible de Dios que los pobres. Sus voluntades se cambiarían de manera inmediata e invencible al escuchar el llamamiento eficaz de Dios. No sería más difícil para un rico ser salvo por el llamamiento irresistible y monergista de Dios que lo que sería para otro pecador. Pero el Jesús real sugirió que su salvación estaba vinculada en alguna medida a su respuesta y entrega a Su llamamiento.

La misma idea de la gracia resistible surge muchas veces en las parábolas del ministerio de enseñanza de Jesús. En la parábola de los dos hijos (Mat. 21:28-32), Jesús describe sus distintas respuestas. Un hijo, al principio, rehúsa hacer el trabajo que se le requiere, y dice «… No quiero; pero después, arrepentido, fue» (Mat. 21:29). Uno no debe estirar una parábola hasta alegorizar, entonces ¿cuál es el punto principal de esta parábola? El punto es que los cobradores de impuestos y las prostitutas iban a entrar en el reino de los cielos antes que los principales sacerdotes y los ancianos que resistían Su enseñanza (Mat. 21:31). Observa que la distinción entre los dos no era que uno era hijo y el otro no, pues ambos eran hijos de quienes el padre deseaba obediencia. La diferencia es la respuesta de cada hijo: resistencia de uno, arrepentimiento y obediencia del otro.

Una enseñanza similar sigue en la parábola de la viña (Mat. 21:33-44). Al usar el símbolo familiar del Antiguo Testamento de una viña para representar a Israel, Jesús contó sobre el dueño de la viña que se fue de viaje y la dejó en manos de unos labradores. El dueño envía diferentes grupos de mensajeros y, por último, envía a su propio hijo para que instruya a los labradores sobre cómo dirigir la viña, pero ellos rechazan a cada mensajero y matan al hijo con la esperanza de apoderarse de la viña. El dueño regresa y les impone un castigo a los labradores rebeldes. Luego, Jesús habla de la piedra que fue desechada por los constructores, pero que se convirtió en la piedra angular, desde luego, Él está hablando de Sí mismo (Mat. 21:42-44). Entonces Jesús les declaró a los fariseos que el reino de Dios les sería quitado y dado a una nación que produzca sus frutos (Mat. 21:43 Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él). Otra vez, la diferencia fundamental era si las personas querían responder a la Palabra de Dios.

La parábola del sembrador (o de los suelos) en Mateo 13:1-23; Marcos 4:1-20 y Lucas 8:1-15 hace hincapié en la cuestión de la sensibilidad a la Palabra de Dios. El elemento invariable es la semilla, que representa la Palabra de Dios. El factor variable es la receptividad del suelo sobre el cual el sembrador sembró la semilla. La semilla junto al camino, en los pedregales y entre los espinos, nunca llegó a estar suficientemente enraizada en el suelo para florecer. La semilla junto al camino es arrebatada por el maligno. La que cae en los pedregales representa a aquel que «… oye la palabra y enseguida la recibe con gozo» (Mat. 13:20), pero no florece porque «… no tiene raíz profunda en sí mismo… » (Mat. 13:21). La semilla que cae entre los espinos representa a la persona que también oye la Palabra de Dios, pero el mensaje se vuelve confuso por los intereses del mundo. Solo la semilla que cae en suelo bueno y receptivo florece. De nuevo, la variable no es la proclamación de la Palabra (llamamiento externo o interno), ni el sembrador (pues es Jesús mismo sembrando en todos los suelos sin distinción) sino la respuesta del individuo.

Extraído del siguiente libro, capítulo 5, p. 105-118

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[1] The Five Arminian Articles, artículos III y IV> en The Creeds of Chrisrendom (ed. P. Schaff; 6ta. ed.; Grand Rapids; MI: Baker Books, 1983)  3:547} consultado el de noviembre de 2008. http://www.apuritansmind.com/Creeds/ArminianArticles.htm.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Los Cánones de Dort, Reprobación de los errores para los capítulos 3 y 4, artículo VII, consultado el 12 de mayo de 2016.

http://www.iglesia.reformada.com/canones_ de_ dort.html.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] D. N. Steele, C. C. Thomas y S. L. Quinn,  The Five Poi ts of Caivinism: Defined, Defended, Docununted (ed. amp.; Filadelfia, PA: Presbyterian and Reformed 2004), 52-54·

[8] J. Piper y el personal de la Bethlehem Baptist Church, «What We Believe About the Five Points of Calvinism», consultada el

 1 de noviembre de 2008. http://www .desiringgod.org/articles/what-we-believe-about-the –five-points –of-calvinism.

[9] J. Piper, et. al., «What We Believe About the Five Points of Calvinism», 12.

[10] R. C. Sproul, Chosen by God (Carol Stream, IL: Tyndale House, 1994), 69-70.

[11] Ibíd

[12] Ibíd

[13] Ibíd

[14] Ibíd., 122

[15] Ibíd.

[16] Los Cánones de Dort, Reprobación de los errores para los capítulos 3 y 4, artículos VII y VIII, consultado el 12 de mayo de 2016.

http://www.iglesia.reformada.com/canones_ de_ dort.html.

[17] TULIP esun acróstico en inglés que describe los cinco puntos del calvinismo (T: Total Depravation [depravación total]; U:

Unconditional Election [elección incondicional];  L: Limited Atonement [expiación limitada]; I: Irresistible Grace [gracia irresistible] y P: Perseverance of the Saints (perseverancia de los santos]).

[18] N. A. Finn; «The C-Word», sermón predicado en la Cottage Hill Baptist Church en Mobile, AL. Citado en «Southern Baptist

Calvinism: Setting the Record Straight» en Calvinism: A. Southern Baptist Dialogue (eds. E. Ray Clendenen y Brad J. Waggoner;

Nashville, TN: B&H Academic, 2008), 171-92, esp. 184.

[19] Los Cánones de Dort, Reprobación de los errores para los capítulos 3 y 4, artículos X y XII, consultado el 12 de mayo de 2016.

http://www.iglesia.reformada.com/canones_ de_ dort.html.

[20] J. White, «Irresistible Grace: God Save Without Fail» en Debating Calvinism: Five Points, Two Views; por Dave Hunt y James White (Colorado Springs CO: Multnomah; 2004), 197.

[21] Steele, Thomas y Quinn; Five Points of Calvinism, 7.

[22] Los Cánones de Dort, Reprobación de los errores para los capítulos 3 y 4, artículos VII y VIII, consultado el 16 de noviembre de 2015. http://www.iglesia.reformada.com/canones_ de_ dort.html.

[23] W, E. Vine;  An Expository Dictionary of New Testament Words; J. H. Thayer, A. Greek·English Lexicon of the New Testament; F. W. Danker; ed., A Greek·English Lexicon of the New Testament and other Early Christian Literature.

[24] J. Piper; et. al., «What We Believe About the Five Points of Calvinism».

[25] La elección de Israel para servir como un pueblo escogido y la elección individual de los cristianos para salvación está entretejida en Romanos 9-11. Muchas veces los calvinistas no dan la debida atención a la primera.

[26] G. Schrenk debajo de la palabra  «thelō, thelema, thelesis» en Theological Dictionary of the New Testament (ed. G. Kittel; Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1965), 3:48-49·

[27] Ibíd.

La Predestinación, en los Concilios de la Iglesia

«Pelagio, monje de origen irlandés, vivía en Roma desde comienzos del siglo V. Su severo ascetismo y sus rígidas predicaciones contra la disolución de costumbres en la capital de un imperio decadente, le dieron gran prestigio entre sus discípulos. Al entrar en Roma las tropas de Alarico (410 d.C.), huyó a Sicilia y después a Cartago, juntamente con el abogado Celestio; continuó predicando con fuego las exigencias morales más estrictas, basándose en las exigencias de la naturaleza y el valor del esfuerzo humano por conseguir la virtud. Poco o casi nada se dejaba a la acción de Dios en orden a conseguir la salvación… Adán, lo mismo que sus descendientes, podían salvarse con el mero esfuerzo de su voluntad, sin que para Adán (ni para sus descendientes) fuera necesaria la gracia, ni para los niños sea necesario el bautismo. San Agustín (354-430) se dio pronto cuenta de la gravedad de tales afirmaciones y con toda rapidez fueron condenadas en un sínodo reunido en Cartago (411)… Pero el asunto no terminó. Celestio se trasladó a Roma y logró, mediante una tergiversación de la doctrina pelagiana que el sucesor de Inocencio, Zósimo absolviera a Pelagio. Los obispos africanos insisten… En mayo del 418 se reunieron más de 200 obispos. Sus decisiones más importantes sobre el pecado original y la gracia fueron confirmadas por Zósimo (obispo de Roma), e integradas veinte años más tarde en una colección  conocida con el nombre de «lndiculus», y aceptada por la Iglesia como expresión de la tradición de la Iglesia.

El Indiculus, en su Capítulo I dice así:

Por la prevaricación de Adán, todos los hombres han perdido su ‘natural posibilidad’ e inocencia, y nadie hubiera podido por medio de su libre albedrío levantarse del abismo de aquella ruina, si la gracia de Dios misericordioso no lo hubiera levantado, como lo declara el papa Inocencio, de feliz memoria, en su carta al concilio de Cartago: «Víctima un día de su libre albedrío, al usar inconsideradamente de sus propios bienes, el hombre cayó en las profundidades de su prevaricación y no encontró medio alguno para salir de allí. Y engañado para siempre por su libertad, yacería oprimido por esta ruina, si no lo hubiera levantado por su gracia la venida de Cristo, quien mediante la purificación de un nuevo nacimiento, lavó con el baño del bautismo todo delito pasado».

Si bien el pelagianismo, como tendencia a negar el mundo sobrenatural de la gracia, sigue perviviendo en muchos espíritus, sin embargo, como problema dogmático, quedó definitivamente zanjado en los concilios africanos del siglo V, recibidos por la Iglesia universal. El pelagianismo propiamente dicho parece acabado ya en el siglo V. Otra cosa hay que decir de lo que se llamaría el «semipelagianismo». Este término es relativamente moderno [comenzó a usarse en el S. XVI] y de hecho fue una reacción excesiva contra ciertas ideas de San Agustín en la manera de concebir la distribución de la gracia y el papel de la voluntad libre del hombre y la acción de Dios en el orden salvífico. San Agustín defendió siempre la soberanía de la gracia: 1) todos los actos que conducen a la salvación, se hacen con ayuda de la gracia; 2) la salvación es un don gratuito de Dios. Y, sin embargo, 3) Dios quiere la salvación de todos; 4) la libertad del hombre queda intacta bajo el influjo de la gracia. Cuatro verdades que ya en vida de San Agustín parecieron a muchos difíciles de conciliar. La resistencia más seria a estas doctrinas provino de los monjes del sur de Francia: Juan Casiano y Vicente de Lerins [ambos venerados -al igual que Agustín- en la Iglesia Católica y en la Ortodoxa]. Agustín decía: Dios predestina gratuitamente a los que quiere. Sus opositores decían: para la primera gracia se requieren y bastan los méritos propios; Dios da de ordinario su gracia salvífica a aquellos que con su propia libertad se han hecho acreedores de ella. De lo contrario, ni hay igualdad de condiciones para todos, ni se salvaría la libertad humana.

Próspero de Aquitania e Hilario, oriundo de Africa, dos seglares instruidos, avisaron a Agustín y movieron al papa Celestino l a que escribiera una carta a los obispos franceses en defensa de San Agustín cuando este ya había muerto. En ella defiende el papa la autoridad de Agustín, pero sin tomar partido a favor de todas sus posiciones. No parece exagerado decir que esta aprobación de Celestino traza el camino que hay que seguir y que seguirá siempre el magisterio, reconociendo, por una parte, la gran competencia y seguridad doctrinal de Agustín y evitando, por otra, el canonizar todas y cada una de las formulaciones del santo… la Santa Sede ha rechazado, como ya lo hizo Celestino, el canonizar una opinión por el solo hecho de ser de san Agustín. Baste recordar las 30 proposiciones jansenistas [ultra-agustinos] condenadas por decreto del Santo Oficio el 7 de diciembre de 1690. La proposición 30 decía así: «Donde se encuentre una doctrina claramente fundada en Agustín, puede mantenerse y enseñarse absolutamente, sin necesidad de tener en cuenta ninguna bula pontificia». San Agustín mismo era mucho más modesto en valorar su doctrina que los mismos jansenistas; y en esto mostraba un espíritu mucho mas católico.»   [COLLANTES, Justo. LA FE DE LA IGLESIA CATÓLICA Las ideas y los hombres en los documentos doctrinales del Magisterio. Biblioteca de Autores Cristianos, p. 181-182; 553]

«Poco después de su muerte, Agustín se convirtió ya en una de las mayores autoridades de la Iglesia. Pero difícilmente la autoridad de un doctor de la Iglesia habrá sido objeto de usos tan indebidos como lo fue la autoridad de Agustín ( cf. la 30ª proposición jansenista condenada). Agustín dice acerca de su propia autoridad: «Yo desearía que cada uno aceptara mis opiniones de tal modo que me siguiese únicamente en aquello de lo que le consta que yo no me he equivocado. Pues yo escribo libros en los que me encargo de refundir mis propias obras, para mostrar que ni siquiera yo me he seguido a mí mismo en todas las cosas» (De dono perseverantiae 21).»  [DEZINGER. Enchiridion. 237]

El Indiculus, que ya en el siglo V consiguió reconocimiento universal, concluye así:

«En conclusión, por estas reglas de la iglesia, y por los documentos tomados de la divina autoridad, de tal modo con la ayuda del Señor hemos sido confirmados, que confesamos a Dios por autor de todos los buenos efectos y obras y de todos los esfuerzos y virtudes por los que desde el inicio de la fe se tiende a Dios, y no dudamos que todos los merecimientos del hombre son prevenidos por la gracia de Aquel, por quien sucede que empecemos tanto a querer como a hacer algún bien [cf. Filipenses 2,13]. Ahora bien, por este auxilio y don de Dios, no se quita el libre albedrío, sino que se libera, a fin de que de tenebroso se convierta en lúcido, de torcido en recto, de enfermo en sano, de imprudente en próvido. Porque es tanta la bondad de Dios para con todos los hombres, que quiere que sean méritos nuestros lo que son dones suyos, y por lo mismo que Él nos ha dado, nos añadirá recompensas eternas. Obra, efectivamente, en nosotros que lo que Él quiere, nosotros lo queramos y hagamos, y no consiente que esté ocioso en nosotros lo que nos dio para ser ejercitado, no para ser descuidado, de suerte que seamos también nosotros cooperadores de la gracia de Dios.»   [Indiculus, Capítulo 9. DEZINGER. Enchiridion. 248]

Concilio II de Orange – (3 julio 529)

«La doctrina agustiniana corría peligro de ser falseada, exagerando el influjo de la gracia, con detrimento de las obras y de la libertad humana, y subrayando de tal manera el don de la predestinación, que se viera comprometida la voluntad salvífica universal. Es posible que Lúcido, sacerdote de Riez, exagerara las tesis de San Agustín… Las exageraciones de Lúcido quedaron bien pronto cortadas; propusieron, primero el obispo, después un sínodo en Arlés (hacia el año 473), y poco después otro sínodo en Lyón, una serie de proposiciones contra ciertas desviaciones fundamentales. Lúcido las firmó y el asunto quedó resuelto.» [COLLANTES, Justo. LA FE DE LA IGLESIA CATÓLICA Las ideas y los hombres en los documentos doctrinales del Magisterio. Biblioteca de Autores Cristianos, p. 561]

Concilio de Arlés (473)
Fórmula de sumisión del presbítero Lúcido

«Sobre la doctrina de la predestinación del presbítero Lúcido trataron dos sínodos: el Sínodo de Arles del año 473 y poco después el Sínodo de Lyón. La refutación escrita fue redactada por el obispo Fausto de Reji y enviada a los treinta obispos sinodales de la Galia. Lúcido tuvo que suscribirla.

«Vuestra corrección es pública salvación y vuestra sentencia medicina. De ahí que también yo tengo por sumo remedio, excusar los pasados errores acusándolos, y por saludable confesión purificarme. Portante, de acuerdo con los recientes decretos del Concilio venerable, condeno juntamente con vosotros aquella sentencia
– que dice que no ha de juntarse a la gracia divina el trabajo de la obediencia humana;
– que dice que después de la caída del primer hombre, quedó totalmente extinguido el albedrío de la voluntad;
– que dice que Cristo Señor y Salvador nuestro no sufrió la muerte por la salvación de todos;
– que dice que la presciencia de Dios empuja violentamente al hombre a la muerte, o que por voluntad de Dios perecen los que perecen;
– que dice que unos están destinados a la muerte y otros predestinados a la vida;
– que dice que desde Adán hasta Cristo nadie de entre los gentiles se salvó con miras al advenimiento de Cristo por medio de la gracia de Dios, es decir, por la ley de la naturaleza, y que perdieron el libre albedrío en el primer padre.

Todo esto lo condeno como impío y lleno de sacrilegios. De tal modo, empero, afirmo la gracia de Dios que siempre añado a la gracia el esfuerzo y empeño del hombre, y proclamo que la libertad de la voluntad humana no está extinguida, sino atenuada y debilitada, que está en peligro quien se ha salvado, y que el que se ha perdido, hubiera podido salvarse. 
También Cristo, Dios y Salvador, por lo que toca a las riquezas de su bondad, ofreció por lodos el precio de su muerte y no quiere que nadie se pierda. Él, que es salvador de todos, sobre todo de los fieles, rico para con todos los que le invocan [Rom 10,12]. Y dado que sobre realidades tan importantes se debe dar satisfacción a la conciencia, recuerdo haber dicho antes que Cristo vino sólo para aquellos de los cuales tenia presciencia que habrían creído. Ahora, empero, por la autoridad de los sagrados testimonios que copiosamente se hallan en las divinas Escrituras, por la doctrina de los antiguos, puesta de manifestó por la razón, de buena gana confieso que Cristo vino también por los hombres perdidos que contra la voluntad de Él se han perdido. No es lícito, en efecto, limitar las riquezas de su bondad inmensa y los beneficios divinos a solo aquellos que al parecer se han salvado. Porque si decimos que Cristo sólo trajo remedios para los que han sido redimidos, parecerá que absolvemos a los no redimidos, los que consta han de ser castigados por haber despreciado la redención.

Orad por mí, señores santos y Padres apostólicos! – Yo. Lúcido, presbítero, firmé por mi propia mano esta mi carta, y lo que en ella se afirma, lo afirmo, y lo que se condena, condeno.»   [DEZINGER. Enchiridion. 330-342]

Es curioso que esta carta, sobre la ortodoxia de la doctrina cristiana, no podría ser hoy firmada por la mayoría de los calvinistas, aquellos que tanto gustan de decir «la Iglesia condenó el semipelagianismo». Pero como acabamos de ver,  junto con el semipelagianismo también se condenó lo que siglos más tarde se llamaría TULIP.

II Concilio o Sínodo de Orange

Proemio:

Nos ha llegado que hay algunos que sobre la gracia y el libre albedrío por simplicidad quieren juzgar con menor cautela y no según la regla de la fe católica. Por lo cual nos ha perecido justo y razonable, según la admonición y la autoridad de la Sede Apostólica, que debíamos presentar para que sea por todos observados, y de nuestras manos firmar unos pocos capítulos que nos han sido trasmitidos por la Sede Apostólica, que fueron recogidos por los santos Padres de los libros de las sagradas Escrituras para esta causa principalmente, a fin de enseñar a aquéllos que sienten de modo distinto a como deben…

Canon 1:

Si alguno dice que por el pecado de prevaricación de Adán no «fue mudado» todo el hombre, es decir, según el cuerpo y el alma «en peor»,* sino que cree que quedando ilesa la libertad del alma, sólo el cuerpo está sujeto a la corrupción, engañado por el error de Pelagio, se opone a la Escritura, que dice: «¿No sabéis que si os entregáis a uno por esclavos para obedecerle, esclavos sois de aquél a quien os sujetáis?» [Rom 6, 16].

Canon 3:

Si alguno dice que la gracia de Dios puede conferirse por invocación humana, y no que la misma gracia hace que sea invocado por nosotros, contradice al profeta Isaías o al Apóstol, que dice lo mismo: «Me sido encontrado por los que no me buscaban; manifiestamente aparecí a quienes por mi no preguntaban»

Canon 4:

Si alguno sostiene que Dios espera nuestra voluntad para limpiarnos del pecado, y no confiesa que aun el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación sobre nosotros del Espíritu Santo, resiste al mismo Espíritu Santo… y al Apóstol que saludablemente predica: «Dios es el que obra en nosotros el querer y el acabar, según su beneplácito» [cf Fil 2,13].

Canon 5:

Si alguno dice que está naturalmente en nosotros lo mismo el aumento que el inicio de la fe y hasta el afecto de credulidad por el que creemos en Aquél que justifica al impío y que llegamos a la regeneración del sagrado bautismo, no por don de la gracia -es decir, por inspiración del Espíritu Santo, que corrige nuestra voluntad de la infidelidad a la fe, de la impiedad a la piedad-, se muestra enemigo de los dogmas apostólicos…

Canon 7:

Si alguno afirma que por la fuerza de la naturaleza se puede pensar, como convienen, o elegir algún bien que toca a la salud de la vida eterna, o consentir a la saludable, es decir, evangélica predicación, sin la iluminación o inspiración del Espíritu Santo, que da a todos suavidad en el consentir y creer en la verdad, es engañado de espíritu herético, por no entender la voz de Dios que dice en el Evangelio: «Sin mí nada podéis hacer»…

Canon 8:

Si alguno sostiene que pueden venir a la gracia del bautismo unos por misericordia, otros en cambio por el libre albedrío que consta estar viciado en todos los que han nacido de la prevaricación del primer hombre, se muestra ajeno a la recta fe. Porque ése no afirma que el libre albedrío de todos quedó debilitado por el pecado del primer hombre o, ciertamente, piensa que quedó herido de modo que algunos, no obstante, pueden sin la revelación de Dios conquistar por sí mismos el misterio de la eterna salvación. Cuán contrario sea ello, el Señor mismo lo prueba, al atestiguar que no algunos, sino ninguno puede venir a Él, sino «aquél a quien el Padre atrajere»

Canon 12:

Tales nos ama Dios cuales hemos de ser por don suyo, no cuales somos por merecimiento nuestro.

Canon 14:

Ningún miserable se ve libre de miseria alguna, sino el que es prevenido de la misericordia de Dios, como dice el salmista: «Prontamente se nos anticipe, Señor, tu misericordia» [Sal 79.8]; y aquello: «Dios mío, su misericordia me prevendrá» [Sal 59,11 (10)].

Canon 17:

 La fortaleza de los gentiles la hace la mundana codicia; mas la fortaleza de los cristianos viene de la caridad de Dios, que “se ha derramado en nuestros corazones”, no por el albedrío de la voluntad, que es nuestro, sino “por el Espíritu Santo que nos ha sigo dado” [Rom 5,5]

Canon 18:

«Por ningún merecimiento se previene a la gracia. Se debe recompensa a las buenas obras, si se hacen; pero la gracia, que no se debe, precede para que se hagan.

Canon 23:

Los hombres hacen su voluntad y no la de Dios, cuando hacen lo que a Dios desagrada; mas cuando hacen lo que quieren para servir a la divina voluntad, aun cuando voluntariamente hagan lo que hacen; la voluntad, sin embargo, es de Aquél por quien se prepara y se manda lo que quieren.

Conclusión:

Y así, conforme a las sentencias de las santas Escrituras arriba escritas o a las definiciones de los antiguos Padres, debemos por bondad de Dios predicar y creer que por el pecado del primer hombre, de tal manera quedó inclinado y debilitado el libre albedrío que, en adelante, nadie puede amar a Dios, como se debe, o creer en Dios u obrar por Dios lo que es bueno, sino aquél a quien previniere la gracia de la divina misericordia… Esta misma gracia, aun después del advenimiento del Señor, a todos los que desean bautizarse sabemos y creemos juntamente que no se les confiere por su libre albedrío, sino por la largueza de Cristo, conforme a lo que muchas veces hemos dicho ya y lo predica el Apóstol Pablo: «A vosotros se os ha dado, por Cristo, no sólo que creáis en El, sino también que padezcáis por Él» [Filipenses 1,29]

Según la fe católica también creemos que, después de recibida por el bautismo la gracia, todos los bautizados pueden y deben, con el auxilio y cooperación de Cristo, con tal que quieren fielmente trabajar, cumplir lo que pertenece a la salud del alma.

Que algunos, empero, hayan sido predestinados por el poder divino para el mal, no sólo no lo creemos, sino que si hubiere quienes tamaño mal se atreven a creer, con toda detestación pronunciamos anatema contra ellos.»  [Cánones del Concilio de Orange. DEZINGER. Enchiridion. 370-397]

En estos concilios, o sínodos antipelagianos, podemos notar dos cosas: una fuerte condena al predeterminismo (el tipo de predeterminismo, o predestinación, que hoy enseña el calvinismo); y el notable uso del concepto de la gracia preveniente. Recordemos que lo de la gracia preveniente no es un invento arminiano, es un término que lo hizo popular Agustín, y que en los concilios posteriores a su muerte se utiliza para referirse a la gracia que libera el albedrío del hombre, para que este pueda responder al Evangelio y obedecer a los mandamientos de Dios ( tal cual lo enseña el arminianismo).

Cualquier arminiano podría suscribir las declaraciones de estos concilios, porque condenamos el semipelagianismo (el cual enseña que la voluntad del hombre es anterior a la gracia) y condenamos el determinismo (el cual afirma que los que se salvan no podrían perderse y los que se pierden no podrían salvarse, puesto que han sido predestinados unos a la salvación y otros a la condenación sin tener en consideración para nada la voluntad humana).

Las verdades bíblicas no fueron descubiertas en el siglo XVI, ni por Lutero, ni por Calvino u otro reformador. Siempre estuvieron allí, aunque muchos las ignoraron, pero en los Concilios de la Iglesia quedaron registradas para ser recordadas. Por ello es una incongruencia condenar el semipelagianismo y no condenar la predeterminación o predestinación rígida (tal cual la enseña el calvinismo) ¡porque ambas fueron condenadas juntas en los mismos concilios! 

  • Artículo y recopilación de textos de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos – Diarios de la Iglesia – 2020

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La soberanía de Dios y la responsabilidad humana: calvinismo, ateísmo y libre albedrío

Por John Lennox  [Catedrático de Oxford y apologista cristiano]

– La gran mayoría de los seres humanos clasifican la libertad como uno de los ideales más elevados. La libertad, sentimos, es un derecho de nacimiento de todos los seres humanos: nadie tiene el derecho de despojarnos de ella en contra de nuestro deseo (excepto, obviamente, en casos de delito probado). Intentar arrebatarle la libertad a alguien se considera hasta un crimen en contra de la dignidad fundamental de lo que significa ser humano.

A pesar de ello, una de las preguntas clave del ser humano es: ¿Hasta qué punto soy libre, si es que lo soy siquiera un poco? Hay gente que piensa que la libertad humana está severamente limitada o que incluso es ilusoria. Los ateos entre ellos se preguntan: ¿Cómo puedo ser libre, si el universo es enteramente responsable de mi existencia? Los que creen en Dios puede que se hagan exactamente la misma pregunta, pero partiendo de un punto de vista radicalmente distinto: ¿Hasta qué punto soy libre, si es que lo soy siquiera un poco, si Dios es enteramente responsable de mi existencia y comportamiento?

Sin embargo, somos conscientes de que nuestra libertad, sea esto lo que sea, viene con algunas limitaciones de serie. No tenemos la libertad de correr a cincuenta kilómetros por hora, ni tampoco somos libres para vivir sin comida ni aire, etc. Aun así, tenemos la sensación de ser libres, siempre y cuando exista la disponibilidad y tengamos los recursos para elegir entre guisantes y alubias, la camiseta verde o la azul. Somos libres de apoyar a un determinado equipo de fútbol y no a otro, de decir la verdad o de mentir, de ser amables o maleducados.

Cada ser humano, hombre o mujer, niño o niña, de cualquier raza, color o credo, de cualquier parte del mundo, tiene el derecho de ser tratado como un fin en sí mismo, nunca como una mera estadística, o como medio de producción, sino como una persona con un nombre y una identidad única, nacido para ser libre. Pero, ¿qué es la libertad?, ¿hasta qué punto somos libres?

Dos tipos de libertad

Desde la época de los filósofos John Locke y David Hume se ha diferenciado entre dos tipos de libertad: la libertad de espontaneidad y la libertad de indiferencia.

La “libertad de espontaneidad” es la libertad de seguir nuestros propios motivos, de hacer lo que nos plazca sin que nada ni nadie (el gobierno, por ejemplo) nos pueda forzar a hacer algo que no deseemos hacer, o nos pueda prohibir algo que queramos hacer. Dando por hecho que tengamos la salud, la habilidad, el dinero y las circunstancias necesarias, y que no estemos sujetos a ninguna limitación ni restricción externas, casi todos estaríamos de acuerdo en que tenemos esta libertad de espontaneidad.

La “libertad de indiferencia” (liberalismo libertario)[1] es la libertad de haber hecho algo distinto a lo en la práctica elegimos hacer en cualquier ocasión del pasado. Enfrentados a escoger entre dos cursos de acción en el futuro, la libertad de indiferencia implicaría que la elección está completamente abierta. Puedo optar por cualquiera de los dos cursos de acción indiferentemente; y una vez seleccionado un curso de acción, puedo, mirando atrás, saber que podría haber tomado libremente también el otro curso de acción. Puedo elegir, o podría haber elegido, hacer X o no hacer X. En este libro, cuando utilice la expresión “libre albedrío” la entenderé en este sentido.

Supongamos, por ejemplo, que Jim ha llegado a un punto en el que tiene que elegir casarse con Rose o con Rachel. Tiene la libertad de espontaneidad: nadie le va a obligar a casarse con una o con otra. Sin embargo, él también cree que tiene la libertad de indiferencia. Siente que podría casarse igualmente con una o con la otra “indiferentemente”.

Agustín (el teólogo y filósofo del siglo IV y V), al igual que Hume y otros muchos, negaría que Jim tenga ese tipo de libertad. Sostenían que existen varios complejos procesos subconscientes físicos y psicológicos que restringen y determinan su elección. Jim es libre para casarse con la chica que él elija; sin embargo, la elección que acabará tomando ya está predeterminada por esos procesos que están profundamente arraigados en él. No es libre de elegir y actuar de manera distinta a como lo hace. Como consecuencia, algunos filósofos piensan que la libertad de espontaneidad es compatible con el determinismo (una idea llamada compatibilismo). Obviamente, el liberalismo libertario es el opuesto directo del determinismo.

The Oxford Handbook of Free Will [El manual de Oxford del libre albedrío] dice así:

… los debates sobre el libre albedrío en la era moderna desde el siglo XVII se han visto dominados por dos cuestiones, no una: La “Cuestión determinista”: “¿Es el determinismo verdad?”, y la “Cuestión de la compatibilidad”: “¿Es el libre albedrío compatible o incompatible con el determinismo?”. Las respuestas a estas preguntas han dado lugar a dos de las principales divisiones en los debates contemporáneos sobre el libre albedrío: los deterministas y los indeterministas, por una parte, y los compatibililistas y los incompatibilistas, por otra.[2]

Libertad y moralidad

Queda fuera de toda discusión que el que la comida que nos guste, o el arte, o la música, o cómo elegimos a nuestro esposo o esposa, o cualquiera de nuestras elecciones y decisiones estén fuertemente influenciados por elementos de nuestro desarrollo físico o psicológico. Sin embargo, sean cuales sean los traumas psicológicos, deseos o impulsos que nos puedan empujar a transgredir la ley moral o incluso la ley civil (y nos pasa a todos), la mayoría creemos que, en tanto que seres humanos, seguimos siendo libres para controlar nuestros impulsos y respetar tanto la ley moral como la civil. Somos, por lo tanto, moralmente responsables de ello. La sociedad civilizada solo puede funcionar partiendo de esta base. Existe, por ello, una conexión muy cercana entre la libertad (libertaria) y la responsabilidad.

La propia existencia de las leyes civiles y criminales demuestra, de hecho, que los miembros de las sociedades civilizadas tienen la convicción, profundamente asentada, de que son poseedores, no solo de la libertad de espontaneidad, sino también de la libertad de indiferencia. Una parte esencial de lo que significa ser un ser humano maduro (por lo que aquí no cuentan ni los niños ni los que tienen graves enfermedades mentales) es tener la libertad de elegir entre A y no A, de tal manera que somos moralmente responsables y, por lo tanto, debemos rendir cuentas de nuestras acciones. El Tribunal Supremo de Estados Unidos afirma que creer en el determinismo “es inconsistente con los preceptos subyacentes de nuestro sistema de justicia penal” (Estados Unidos contra Grayson, 1978).

Para ser una criatura moral, uno necesita antes que nada tener conciencia moral. Por lo que sabemos, los seres humanos son las únicas criaturas de la tierra que poseen dicha conciencia. Se le puede enseñar a un perro, mediante una dura y rigurosa disciplina, que no debe robar el trozo de carne de la mesa, pero nunca le podrás enseñar por qué está moralmente mal que robe. El perro no tiene el concepto de moralidad y nunca lo tendrá.

En segundo lugar, para comportarse moralmente, uno debe de ser consciente, no solamente de la diferencia entre el bien moral y el mal moral, sino que debe de tener la suficiente autonomía de voluntad para elegir libremente hacer el bien o hacer el mal. A este respecto, existe toda una diferencia de categoría hasta entre la computadora más avanzada y un ser humano. Una computadora podría ofrecerte las respuestas a preguntas morales que le hayan programado dar, pero ni va a entender la moralidad ni tener conciencia moral alguna. Por lo tanto, no se le puede considerar moralmente responsable de sus elecciones o comportamiento.

El neurocientífico de Cambridge Harvey McMahon escribe:

El libre albedrío también apuntala la ética, en tanto en cuanto que las elecciones se toman a la luz de principios morales. De hecho, el libre albedrío apuntala todas las elecciones. Aún más, el libre albedrío apuntala el rol de lo inintencionado y la culpa en el sistema judicial… La propia idea de la existencia de las reglas o leyes implica que tenemos la elección o habilidad para obedecer. ¿Cómo puede la ley ordenarnos hacer determinadas cosas si no tenemos la habilidad de hacerlas? Por lo tanto, hasta el concepto de obediencia implica que tenemos elección.[3]

Libre albedrío y amor

Otra capacidad que sería imposible sin libre albedrío sería la capacidad de amar. El escritor existencialista Jean-Paul Sartre supo captar muy bien esta idea:

El hombre que quiere ser amado no desea la esclavitud del ser amado. No tiene ningún interés en convertirse en el objeto de una pasión que fluya de manera mecánica. No desea poseer a un autómata y, si quisiéramos humillarlo, nos bastaría con intentar persuadirlo de que la pasión de su amada es el resultado de un determinismo psicológico. El amante sentirá entonces que tanto su amor con su propio ser están siendo desprestigiados… Si el ser amado se transforma en un autómata, el amante se hallará solo.[4]

El hecho de que hombres y mujeres estén dotados de libre albedrío implica inevitablemente la posibilidad de que lo utilicen para elegir el mal y rechazar el amor, incluso el amor de Dios. Por lo tanto, debemos tener en cuenta algunas de las implicaciones necesarias que el libre albedrío humano tiene sobre la estructura de la naturaleza. Para que el libre albedrío y la libertad de elección que Dios otorgó a los seres humanos puedan ser genuinos, se requiere que la naturaleza posea un cierto grado de autonomía.

Reflexiones sobre la visión del mundo

La siguiente es una pregunta clave: Según lo que sabemos y nos afecta, ¿son los seres humanos la única y más elevada autoridad racional en el mundo o, incluso, en el universo? Y en ese caso, ¿somos completamente libres para decidir cómo debemos comportarnos, o qué es correcto e incorrecto, o cuáles son nuestros principios fundamentales? ¿O, si es que lo tiene, cuál es el porqué de nuestra existencia y cuál debería ser nuestra meta final? En última instancia, ¿somos responsables solamente ante nosotros mismos? ¿O existe un Dios que, al haber creado el universo y a nosotros dentro de él, tiene el derecho de establecer, y de hecho ha establecido, no solo las leyes físicas de la naturaleza, las condiciones marco de la existencia humana, sino también las leyes morales y espirituales que tienen como objetivo controlar el comportamiento humano? ¿Considera Dios a los seres humanos responsables de su comportamiento y les pedirá que le rindan cuentas?

Las respuestas reflejan dos maneras distintas de entender el mundo: ateísmo y teísmo. Son tan profundamente diferentes que muchos ateos piensan que el teísmo es el gran enemigo de la libertad humana, y siguen al fallecido Christopher Hitchens a la hora de considerar al Dios en quien no creen como el gran dictador del cielo, al estilo del de Corea del Norte, que está continuamente espiándonos y restringiendo nuestra libertad con sus amenazas. Consideran la religión como una fuente de opresión, esclavitud y guerra que se eleva en directa contradicción contra la dignidad y libertad humanas. De la misma manera, muchos teístas apuntan a la ideología atea como una raíz que causa una incalculable cantidad de opresión humana y que niega el derecho básico de los seres humanos a la libertad, especialmente en el siglo XX (con Stalin, Mao y Pol Pot).

Bajo el deseo de los ateos de tirar por la borda cualquier idea de un Dios Creador está la crítica que hacen de la religión (que, tristemente, suele provenir de la propia experiencia personal) como una opresiva esclavitud del espíritu humano y causa de la alienación del hombre de su verdadero ser.

A ojos de los cristianos, el error del ateo es que, al intentar escapar de la religión opresiva, legalista, supersticiosa y opiácea, rechaza también a Dios, quien en realidad denuncia ese tipo de religión. Rechazar a Dios, lejos de aumentar la libertad humana, en realidad la disminuye y conduce a una ideología antropocéntrica y pseudorreligiosa en la que cada individuo, hombre y mujer, se convierte en prisionero de fuerzas no racionales que acabarán destruyéndolo, despreciando completamente su humanidad.

Diferentes tipos de determinismo

The Oxford Handbook of Free Will [El manual de Oxford del libre albedrío] nos cuenta alegremente que existen noventa tipos distintos de determinismo. Nos bastaría y sobraría con unos cuantos menos. Por ejemplo, el determinismo causal es aquel en el que cada evento es causado por eventos anteriores de acuerdo con las leyes establecidas de la naturaleza. Muchos deterministas causales son deterministas físicos: admiten solamente causas físicas. Otros están abiertos también a la causación mental.

Por otro lado, el determinismo teísta (determinismo teológico, determinismo divino) es aquel en el que todo está determinado por Dios. En su forma general, el determinismo teísta no explica cómo hace Dios para ser la causa de todo, sino solo que lo es.

Determinismo físico

El físico teorético más famoso, Stephen Hawking, es un determinista físico.

Resulta difícil imaginar cómo puede operar el libre albedrío si nuestro comportamiento está determinado por las leyes físicas, por lo que parece ser que no somos más que máquinas biológicas y que el libre albedrío no es más que una ilusión.[5]

Richard Dawkins escribe sobre un universo moralmente indiferente que controla el comportamiento humano:

En un universo de fuerzas físicas ciegas y replicación genética, unos sufren mientras que otros tienen suerte, y es imposible encontrar ni rima ni razón ni justicia alguna en ello. El universo que observamos tiene exactamente las propiedades que deberíamos esperar si, al final, no hubiera ni diseño, ni propósito, ni mal ni bien. Nada más que una indiferencia ciega y sin piedad. El ADN ni sabe ni le importa. El ADN simplemente es. Y nosotros danzamos a su son.[6]

El neurocientífico Sam Harris escribe:

Pareces ser un agente actuando a partir de tu libre albedrío. No obstante, como veremos, este punto de vista no se puede reconciliar con lo que sabemos del cerebro humano… Todo nuestro comportamiento puede trazarse hasta llegar a eventos biológicos sobre los cuales no tenemos conocimiento consciente, lo cual sugiere siempre que el libre albedrío es una ilusión.[7]

Paul Bloom, profesor de psicología y ciencia cognitiva en la Universidad de Yale está de acuerdo con Dawkins:

Nuestras acciones están, de hecho, literalmente predestinadas, determinadas por las leyes de la física, el estado del universo, desde mucho antes de que naciéramos y, quizás por eventos totalmente aleatorios a nivel cuántico. No elegimos nada de esto, por lo que el libre albedrío no existe… El determinismo lleva ya bastante tiempo formando parte del primer curso de filosofía, y los argumentos en contra del libre albedrío llevan siglos circulando, antes de que supiéramos nada sobre genes o neuronas. Lleva mucho tiempo siendo una de las preocupaciones de la teología; Moisés Maimónides, ya en torno a 1100, definió el problema en términos de la divina omnisciencia: Si Dios ya sabe lo que vas a hacer, ¿cómo puedes ser libre para elegir?[8]

El destacado neurocientífico alemán Wolf Singer, coautor del llamado “Manifiesto de los investigadores del cerebro”, piensa que, puesto que en algún momento la mente podrá ser completamente explicada naturalmente en términos de los estados físicos y procesos en el cerebro, deberíamos renunciar a hablar del libro albedrío.[9] De manera semejante, el psicólogo experimental Wolfgang Prinz afirma que “la idea de un libre albedrío humano no puede en principio reconciliarse siquiera con las consideraciones científicas.[10]

Las citas anteriores dejan en evidencia que existe una conexión muy cercana, particularmente en el lado ateo, entre el determinismo y el reduccionismo, la idea de que las entidades no son más que la suma de sus partes y, por lo tanto, pueden explicarse por completo cuando se analizan reduciéndolas a esas partes.

Es cuanto menos curioso llegar a esta conclusión en nombre de la ciencia cuando una de las mentes más brillantes, Albert Einstein, sostenía que las teorías científicas eran creaciones libres de la mente humana. Resulta también extraño ante el hecho de que la mayoría de la gente conecta en su mente la libertad humana con la moralidad y la dignidad humana. ¿De verdad queremos dejar atrás la moralidad, no decir nada sobre el concepto del amor? Aun así, a pesar de las deficiencias obvias de creer en el determinismo, Sam Harris insiste en que cualquiera que examine su propia vida “no encontrará el libre albedrío por ningún lado”.[11]

Una de las principales razones que se dan para rechazar el libre albedrío es el argumento del nexo causal, ejemplificado en la cita anterior de Richard Dawkins. Si lo que llamamos nuestras decisiones no son más que parte de una larga cadena de causa y efecto físicos que retroceden hasta la física básica y la química del universo, es imposible que dispongamos del control de nuestras decisiones en ningún sentido (sea lo que sea lo que el “dispongamos” signifique en esta afirmación).

Determinismo teísta

El supuesto que subyace tras la mayor parte de las negativas a aceptar el libre albedrío es el naturalismo o, incluso, el materialismo. Lo que el naturalismo presupone es que solo existe el mundo natural o material. No existe lo sobrenatural, ni la causalidad vertical, ni ninguna interrupción en la cadena causal que une todo lo que acontece con los elementos primarios del universo. La lógica de esta teoría sería impresionante únicamente si la premisa fuera cierta.

Sin embargo, como teísta que soy, y más concretamente, como cristiano teísta niego la premisa. También la niego a causa de, y a pesar del hecho de que soy científico. Sostengo que la propia ciencia, y el hecho mismo de que podamos hacer ciencia, apunta a la realidad de que este universo no es todo lo que existe.

Creo que la ciencia da testimonio de la existencia de un Dios Creador eterno, que causó que el universo llegara a ser en primer lugar, y quien lo sostiene subsecuentemente para que continúe siendo. Existe algo más allá de lo natural: lo sobrenatural.

Ahora bien, esto no significa que no exista una cadena causal: lo que significa es que hay algo más. Dios no forma parte del mundo natural, aunque lo creó con las regularidades que nosotros llamamos leyes. Pero él no es prisionero de esas leyes, que lo único que hacen es describir lo que ocurre en circunstancias normales. Dios es libre de alimentar nuevos acontecimientos, fenómenos y demás en la naturaleza desde “afuera”. De hecho, la afirmación central del cristianismo es que Dios mismo ha venido al mundo: lo que el Evangelio de Juan llama el Verbo se hizo humano en Jesucristo.[12]

La ciencia es capaz de reconocer cómo funciona la naturaleza en circunstancias normales, pero no puede impedir que Dios haga algo nuevo o diferente. Lo cual nos conduce al tema del determinismo teísta. Si existe un Dios Creador que es la primera causa y el sustentador del universo, está claro que hay ciertas cosas que están predeterminadas. Dios ha creado un universo físico que exhibe el tipo de comportamiento conforme a la ley que facilita que sea predecible. Algunos de los sistemas del universo sí son deterministas, al menos a gran escala. Y, a pesar de ello, Dios no está constreñido por el nexo causal, y ha creado seres humanos a su imagen que tampoco están complemente constreñidos por dicho nexo, lo cual significa que poseen verdadera libertad.

Uno esperaría, por lo tanto, que los teístas cristianos defendieran la libre voluntad humana, y muchos lo hacen, ciertamente. Nuestra mayor preocupación en este libro son, sin embargo, aquellos cristianos que no la defienden, o al menos aparentan no defenderla; aquellos cuyo “determinismo teísta” perturba a mucha gente debido a la imagen de Dios que dicho determinismo conlleva.

De vuelta al principio

Resulta curioso que, cuando se trata del tema objeto de este libro, muchos escritores y oradores comienzan con pasajes del Nuevo Testamento como Efesios 1 o Romanos 9 (que tratan el tema de la predestinación) para proceder luego a leer el resto de la Biblia a la luz de la interpretación que hacen de estos pasajes. Y, si bien estos pasajes son de suma importancia y reflexionaremos sobre ellos en su debido momento, están muy lejos de ser el comienzo de la historia bíblica.

Sin duda, el lugar más apropiado para comenzar es el principio mismo, el relato bíblico de la creación que nos dice que En el principio Dios creó los cielos y la tierra (Génesis 1:1). Por lo tanto, Dios es la “Causa primera” puesto que ha causado que el universo exista. Más tarde, Dios dijo ser el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa (Hebreos 1:3). Por lo tanto, el Dios de la Biblia no es un remoto Dios deísta que inaugura el universo para retirarse luego, dejándolo correr sin participar en él. Dios, tal y como lo revela la Biblia, está íntimamente implicado en sostener el universo para que siga siendo. Por lo tanto, es el Señor soberano de la creación. De hecho, la soberanía de Dios es uno de los temas centrales en la Biblia, y es aquí donde surge la cuestión del determinismo, esta vez no para los ateos sino para los teístas.

La pregunta clave es: ¿qué implica exactamente la soberanía de Dios? El que se colocara a los primeros humanos en un magnífico jardín y se les dijera que podrían comer los frutos de todos los árboles excepto del árbol del conocimiento del bien y el mal es particularmente relevante para nuestro tema. Lejos de denegar el estatus de la humanidad, esa prohibición era esencial para establecer la dignidad única de los seres humanos en tanto que seres morales.

Este pasaje es crucial para comprender lo que las propias Escrituras entienden por soberanía de Dios. Claramente, debe de ser interpretado, no en términos de control absoluto sobre el comportamiento humano, sino como algo mucho más glorioso: el traspaso de poder real a unas criaturas hechas a la imagen de Dios, de manera que no sean meros autómatas programados sino seres morales con auténtica libertad: criaturas con la capacidad de decir sí o no a Dios, de amarlo o rechazarlo.

El término “soberanía” (que, por cierto, no aparece en la narrativa de Génesis) podría, por supuesto, entenderse también como control absoluto sobre cada detalle de la vida y, como veremos más adelante, eso es precisamente lo que entienden ciertos teístas. Pero esto, más que hablar de un Dios que ha creado un universo en el que el amor no solo puede existir, sino que es sumamente característico del mismo Dios, huele a dictadura despótica y totalitaria.

Por lo tanto, en este sentido, la libertad humana es fundamental en la narrativa bíblica. Concuerda con la lógica y la experiencia, pero es anterior a ambas. Es la manera en la que Dios nos ha creado, y debe de celebrarse como una de sus mayores glorias. Significa que nosotros, los humanos, importamos algo; somos seres moralmente responsables, nuestras elecciones y decisiones son relevantes.

A. W. Tozer supo capturar estas ideas muy bien cuando escribió:

Esta es mi opinión: Dios decretó soberanamente que el hombre fuera libre para ejercitar decisiones morales, y el hombre ha satisfecho ese decreto desde el principio eligiendo entre el bien y el mal. Cuando elige hacer el mal, no está contrarrestando la voluntad soberana de Dios sino satisfaciéndola, ya que el decreto eterno establecía, no qué debía elegir el hombre, sino que debía ser libre para hacerlo. Si en Su libertad absoluta Dios ha querido otorgarle al hombre una libertad limitada, ¿quién es nadie para levantarse como Su mano o decir “¿Qué haces?”? El albedrío del hombre es libre porque Dios es soberano. Un Dios menos soberano no podría otorgar libertad moral a Sus criaturas. Tendría miedo de hacerlo.[13]

Una de las mejores expresiones de esta postura que ha ganado gran aceptación es la que ofrece Alvin Plantinga en su importante obra God, Freedom and Evil [Dios, libertad y maldad]. Comienza definiendo lo que entiende que es una  persona libre con respecto a una acción:

Una persona es libre de llevar a cabo esa acción y libre de abstenerse de llevarla a cabo; ninguna condición precedente ni/o leyes causales determinan que llevará a cabo la acción o no. Está en su poder, en el momento en cuestión, tomar o llevar a cabo la acción, y en su poder abstenerse de ella.

Esto es, por supuesto, libertad libertaria. La afirmación de Plantinga de la Defensa del Libre Albedrío continúa como sigue:

Un mundo que contiene criaturas que son significativamente libres (y libres de realizar más acciones buenas que malas) tiene más valor, permaneciendo el resto igual, que un mundo que no contiene ninguna criatura libre. Ahora bien, Dios puede crear criaturas libres, pero no puede causar o determinar que hagan solo lo que es correcto. Porque si lo hiciera, después de todo no serían significativamente libres; no harían lo que está bien libremente. Por lo tanto, para crear criaturas capaces de ser moralmente buenas, debe crear criaturas capaces de ser moralmente malas, y no se les puede dar a esas criaturas la libertad de hacer lo malo y a la vez evitar que lo hagan. Tristemente, como se ha puesto de manifiesto, algunas de las criaturas libres que Dios creó eligieron hacer lo malo al ejercitar su libertad: este es el origen del mal moral. Sin embargo, el hecho de que las criaturas libres a veces hagan lo malo no cuenta ni contra la omnipotencia de Dios ni contra su bondad, porque Dios solo podría haber prevenido que el mal moral ocurriera eliminando la posibilidad del bien moral.[14]

Otra famosa e influyente declaración sobre el asunto de la predestinación es la del teólogo francés Juan Calvino, quien escribió:

Entendemos por predestinación el decreto eterno de Dios por el cual determinó consigo mismo todo lo que deseó que le ocurriera a cada hombre. Todos no son creados en iguales términos, puesto que algunos han sido predestinados a vida eterna, otros a condenación eterna; y, en consecuencia, puesto que cada uno ha sido creado para uno u otro fin, decimos que ha sido predestinado a vida o a muerte.[15]

Observamos que la afirmación general de que “todo lo que deseó que le ocurriera a cada hombre” se reduce rápidamente para centrarse en el destino eterno de cada hombre. La palabra “predeterminación” supone la idea de destino, y una de las cuestiones más importantes de todo el debate es precisamente la prescripción del destino humano.

El problema, insisto, no es si la Biblia enseña o no la soberanía de Dios: lo hace. El problema es lo que quiere decir con esa enseñanza. Existen distintas maneras de entender el concepto de soberanía. Una es en términos del determinismo divino. Otra es que Dios es un Creador amoroso que ha creado a los seres humanos a su imagen con una significativa capacidad de elegir, con todo su maravilloso potencial de amor, confianza y responsabilidad moral. Dios no es la causa irresistible del comportamiento humano, ya sea bueno o malo; si así fuera, nuestras acciones y caracteres quedarían privados de valor moral y no tendría sentido hablar de los humanos como seres que hacen el “bien” o el “mal” o son “buenos” o “malos”.

Una de las mayores glorias de Dios es que nos ha investido de sentido moral. La salvación que Dios ofrece es lo que más claramente lo demuestra. Esa salvación viene enteramente de Dios, no podemos merecerla, pero, al predicar el evangelio, se nos desafía a usar nuestra capacidad otorgada por Dios de confiar en Cristo para recibirla. A esa confianza se le llama “fe” y es, según Pablo, lo opuesto a las obras, como veremos más adelante. El determinismo divino, sin embargo, sostiene que le da todavía más gloria a Dios creer que los seres humanos no poseen esas capacidades y que su comportamiento está completamente determinado por Dios. No obstante, mucha gente, entre los que me incluyo, consideran que esta perspectiva va mucho más allá de la enseñanza bíblica de la soberanía de Dios, tanto que acaba restándole gloria a Dios, hasta tal punto que aleja a la gente del mensaje del evangelio. Diciéndolo sin rodeos, esta perspectiva plantea la cuestión de si el Dios del determinismo teísta es el Dios de la Biblia.

Más ejemplos de determinismo teísta

Demos primero algunos ejemplos más recientes de las perspectivas teístas que se hallan al extremo del espectro.

  1. B. Warfield:

Ciertamente, Él dispone todas las cosas sin excepción, y Su voluntad es la explicación última de todo lo que ocurre… Es Él quien… crea incluso los pensamientos e intenciones del alma.[16]

Paul Helm:

Dios tiene bajo su control no solo cada átomo y molécula, cada pensamiento y deseo, sino que también cada giro y cambio de cada uno de ellos está bajo el control directo de Dios.[17]

Edwin H. Palmer va más allá:

Nada en este mundo ocurre por casualidad. Dios está detrás de todo. Él decide y causa que todas las cosas que ocurren ocurran. No está sentado al margen preguntándose y temiendo quizás lo que va a suceder a continuación. No, él lo ha predestinado todo “según el plan de aquel que hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad” (Efesios 1:11): el movimiento de un dedo, el latido del corazón, la risa de una niña, el error de un mecanógrafo; incluso el pecado.[18]

R. C. Sproul se hace eco de las palabras de Paul Helm:

El movimiento de todas y cada una de las moléculas, las acciones de cada planta, la caída de cada estrella, las elecciones de todas y cada una de las criaturas volitivas, todo está sujeto a su voluntad soberana. Ninguna molécula díscola corre desatada por el universo fuera del control del Creador. Si tal molécula existiera, supondría un crítico dolor de cabeza eterno.[19]

Helm y Sproul no parecen apreciar que, si Dios toma el mando y “controla directamente” las moléculas de mi brazo, por ejemplo, cuando lo giro para golpearte, mi responsabilidad desaparece y dejo de ser plenamente humano. Indudablemente, lo que hay de más remarcable en la creación de mentes humanas a imagen de Dios es que él ha elegido cederles, hasta cierto punto al menos, una capacidad real de actuar de manera independiente de su control directo. En otras palabras, la libertad humana es real.[20]

Richard Müller argumenta con gran poder de convicción en su reciente libro que hay una enorme variedad entre los teólogos de tradición reformada del siglo XVII, muchos de los cuales hasta se oponen al determinismo. Cataloga como importante el libro Reformed thought on Freedom [El pensamiento reformado acerca de la libertad][21], y cita una reseña que Keith Stangin hizo de dicha obra: “Esta investigación histórica plantea un desafío tácito para los calvinistas modernos, especialmente aquellos que suscriben un determinismo metafórico que trae consigo conclusiones teológicas intolerables”, tales como, añade Müller, “la identificación de Dios como el autor del pecado y la eliminación de la responsabilidad moral humana”.[22]

Müller también apunta que:

El debate se hizo significativamente más complejo cuando algunos pensadores reformados del siglo XVIII adoptaron la premisa de las nuevas filosofías racionalistas y mecanicistas y argumentaron abiertamente a favor de una lectura determinista de la doctrina reformada. El pensamiento de Jonathan Edwards es paradigmático de este nuevo determinismo y, en la medida en que Edwards ha sido identificado como “calvinista”, su obra es la causa de que más recientemente se identifique la teología reformada como determinista.[23]

Más aún, Müller ofrece un fascinante análisis de la influencia de los eruditos patrísticos y medievales en el pensamiento protestante inicial demostrando una oposición aún más temprana al determinismo.

La cuestión que nos inquieta principalmente va antes que todo esto, y es ¿qué es lo que enseña la Escritura? He utilizado el término “inquieta” de manera deliberada, puesto que no nos referimos solamente a una cuestión intelectual sino también pastoral, ya que el determinismo teísta confunde a mucha gente.

Ninguno de los creyentes en Dios podemos permitirnos dar una impresión errónea de Dios al público en general, y mucho menos una que lleve a la gente a cuestionarse su bondad y amor, o incluso su propia existencia. Sin embargo, eso es precisamente lo primero que ocurre. Porque la reacción inmediata al contenido de la secuencia de citas que acabo de citar no suele surgir de un detallado conocimiento de las Escrituras sino de una lógica y razonamiento elemental sobre moral.

Se suele explicar así: si Dios microgestiona el universo entero a la manera esbozada arriba, de modo que causa incluso el pecado y el desastre, y si eso es lo que significa la soberanía de Dios, entonces Dios no es más que un dictador o un monstruo moral. ¿Cómo podemos nosotros ser seres morales, capaces de realizar actos moralmente significativos, si nuestro comportamiento está complemente determinado por una predestinación divina absoluta? ¿Cómo puede nadie creer que Dios es bueno, o que es un Dios de amor, si establece el destino humano como un ajedrecista experto o un titiritero, sin importarle la respuesta de los humanos involucrados? ¿Han sido unos creados para la felicidad eterna y otros para el tormento eterno? Y, por supuesto, si Dios causa el pecado de esta manera tan directa, ¿qué sentido tienen conceptos como los de un Dios justo o el bien y el mal?

A estas alturas existe una chocante similitud entre las formas teístas y ateas de determinismo, puesto que ambas, de manera lógica, arrebatan la moralidad de todo su sentido. Podríamos llamar a la variante ateísta determinismo desde abajo puesto que considera que los seres humanos y su comportamiento no son más que el producto de la física y la química de la sustancia base del universo. Podemos ver la forma teísta un determinismo desde arriba, puesto que considera que los seres humanos y su comportamiento no son más que productos determinados de una voluntad divina inexorable y sobrecontroladora que está por encima de ellos.

No es de extrañar que nos encontremos, a ambos lados del espectro ateo-teísta, a quienes mantienen que el libre albedrío humano es una ilusión. Esta idea nos lleva directamente, no solo a la dificultad moral ya mencionada, sino también a una dificultad intelectual de gran calibre.

John Polkinghorne, físico y cristiano, explica:

Según la opinión de muchos pensadores, la libertad humana está íntimamente conectada con la racionalidad humana. Si fuéramos seres deterministas, ¿qué validaría la afirmación de que nuestra expresión constituye un discurso racional? ¿No serían los sonidos que salen de nuestras bocas, o las marcas que hacemos en el papel, nada más que las acciones de un autómata? Todos los defensores de teorías deterministas, ya sean sociales y económicas (Marx), sexuales (Freud), o genéticas (Dawkins y E. O. Wilson), necesitan un descargo de responsabilidad encubierto a su propio nombre en el que se excluyan sus propias contribuciones en caso de despido.[24]

La cuestión es que el determinismo causal no puede ni siquiera afirmarse de manera efectiva, puesto que, si fuera verdad, entonces la propia afirmación estaría determinada, por lo que no sería una creencia formada libremente en base a un análisis de la evidencia disponible a favor y en contra. La afirmación es, por lo tanto, irracional. Además de eso, es habitual que los deterministas intenten convencer a los no deterministas para que se conviertan al determinismo. Pero con ello asumen que los no deterministas son libres de convertirse y, por lo tanto y, en primer lugar, su no determinismo no está determinado. El coste de mantener que el libre albedrío humano es una ilusión es demasiado alto, puesto que implica la invalidez no solo de la moral humana sino de la razón humana.

Todos los textos anteriores pertenecen al libro:

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[1] El adjetivo “libertario” resulta algo desafortunado puesto que tiene otras connotaciones, particularmente en la esfera moral, que no deberían ser aplicadas a este contexto. El uso del término “indiferencia” no es que sea mucho más adecuado; pero ambos términos han cuajado y no se puede hacer mucho más al respecto.

[2] The Oxford Handbook of Free Will (OUP, 2011), 5.

[3] H. McMahon, “How free is our free will?”, Cambridge Papers, vol. 25, nº. 2, junio 2016.

[4] J. P. Sartre, Being and Nothingness (Pocket Books, 1984), 478.

[5] S. Hawking y L. Mlodinow, The Great Design (Bantam Press, 2010), 45.

[6] R. Dawkins, Out of Eden (Basic Books, 1992), 133.

[7] S. Harris, The Moral Landscape (Free Press, 2010), 102–12.

[8] The Chronicle Review, marzo 2012.

[9] W. Singer y G. Roth en Gehirn und Geist, 2004.

[10] W. Prinz, “Der Mensch ist nicht Gespräch”, en C. Geyer (ed.), Hirnforschung und Willensfreiheit, Frankfurt, Suhrkamp, 2004.

[11] S. Harris, Free Will (Simon y Schuster, 2012), 64. “Nuestro sentido de nuestra propia libertad se debe a no prestar atención a lo que de verdad significa ser lo que somos. En el momento en el que le prestamos atención, comenzamos a ver que el libre albedrío no se encuentra por ningún lado, y que nuestra subjetividad es perfectamente compatible con la verdad”.

[12] Juan 1:14.

[13] A. W. Tozer, The Knowledge of the Holy (Harper, 1961), capítulo 22

[14] A. Plantinga, God and Other Minds (Eerdmans, 1977), 132.

[15] J. Calvin, Institutes of Christian Religion, III, XXI, 5.

[16] B. B. Warfield, “Biblical Doctrines”, art., “Predestination”, p. 9, citado en L. Boettner, The Reformed Doctrine of Predestination (P & R Publishing, 1971), 31–32.

[17] P. Helm, The Providence of God (La providencia de Dios) (IVP, 1993), 22.

[18] E. H. Palmer, The Five Points of Calvinism (Baker, 2009), 30. Deberíamos señalar, sin embargo, que la Confesión de Westminster declara explícitamente que “Dios no es autor del pecado”; Art. 3, Pár. 1.

[19] R. C. Sproul, What Is Reformed Theology? (Baker, 2016), 172. En otro lugar, Sproul dice que quien no esté de acuerdo con él es porque es ateo. Irónicamente, reemplazando Dios por la naturaleza, es justamente eso lo que el ateísmo determinista cree.

[20] Recomiendo al lector interesado en saber más acerca de mis opiniones sobre mente y materia que lea mi capítulo en R. A. Varghese (ed.), Missing Link (University Press of America, 2013).

[21] Willem J. van Asselt (ed.), (Baker Academic, 2010).

[22] R. Muller, Divine Will and Human Choice (Baker Academic, 2017), 30–31.

[23] Ibíd., 19.

[24] J. Polkinghorne, Science and Theology (SPCK, 1998), 58.

Contra el calvinismo – Roger Olson

Contra el calvinismo, Capítulo 4 primera parte, traducido al español por Gabriel Edgardo Llugdar

Fui a oír aun famoso oficial del gobierno, que también era un conocido cristiano evangélico, hablando en la capilla de nuestra universidad. Esperaba que se ocupara de los peligros de fumar cigarrillos -porque precisamente por eso era conocido, era un guerrero contra el tabaco. Pero ese no es el tema que trató en su discurso en la capilla. En cambio, durante una hora, habló del siguiente tema: «Dios mató a mi hijo». No me sorprendió del todo, porque sabía que era miembro de una gran e influyente iglesia reformada. Sin embargo, nunca había oído a ningún calvinista presentar un tema tan directo. El doctor habló elocuentemente y conmovedoramente sobre la trágica muerte de su hijo, un joven adulto, en un accidente de alpinismo; y en varios momentos se detuvo, miró intencionadamente al joven público y dijo: «Dios mató a mi hijo».

El orador dejó muy claro lo que quería decir. No quiso decir que Dios permitió que su hijo muriera o que simplemente permitiera que sucediera. Más bien, quiso decir que Dios planeó la muerte y la hizo realidad. No dijo que Dios causó la muerte, pero su más que frecuente repetición del título de la conferencia ciertamente implicaba esto: «Dios mató a mi hijo».

También dejó muy claro que el evento no era un suceso inusual de la intervención de Dios; lo que quería decir era que toda muerte, como todo evento, es planeada y gobernada por Dios de tal manera que hace el evento inevitable. (Estoy seguro de que diría, si se le preguntase, que Dios usa causas secundarias como el clima y la humedad y el equipo defectuoso, pero eso no era pertinente para él. Todo lo que le importaba era que Dios había matado a su hijo). En otras palabras, este estadista cristiano estaba declarando públicamente que Dios es absolutamente soberano hasta en los más pequeños detalles, y que Dios planea cada evento, incluyendo las tragedias, y las hace realidad.

Lo que fue especialmente significativo de esta presentación de la visión calvinista de la soberanía divina en la providencia (el gobierno de Dios de la historia y de las vidas), fue la razón del orador para que creyera en ella con tanta pasión. Por supuesto, creía en este tipo de soberanía porque pensaba que era bíblica. Pero también dejó claro que creía en ello porque era lo único que le daba consuelo y esperanza ante una tragedia tan devastadora. Si la muerte de su hijo fue simplemente un accidente y no era parte del plan de Dios, dijo, no podía vivir con su total aleatoriedad y falta de propósito. Sólo podía encontrar consuelo en la muerte de su hijo si este era un acto de Dios, y de ninguna manera un accidente.

Mientras escuchaba, imaginaba en lo que diría este gran estadista si la muerte de su hijo no fuera, como él decía, una muerte rápida e indolora, sino más bien una muerte lenta, agonizante y dolorosa, por ejemplo, de cáncer. Tales muertes suelen ocurrir ¡y a veces con niños y jóvenes! Recuerdo que un día visité a la amiga adolescente de mi hija en el hospital, y escuché a una criatura gritando en agonía ininterrumpidamente durante los treinta minutos que estuve allí. Eran gritos escalofriantes de tormenta absoluta, que resonaban en los pasillos del hospital. Nunca escuché nada como eso, y me estremeció. ¿Y si los padres de esa criatura le preguntaran al orador: «¿Cree que nuestro pequeño está siendo muerto de esta manera por Dios?» ¿Qué diría él? Si fuera coherente consigo mismo y con su teología, tendría que decir que sí.

Estaba trabajando en mi oficina un día cuando sonó el teléfono. Era un pastor que había leído en el periódico estudiantil sobre mi rechazo al calvinismo. Exigió saber: «¿Cómo no puedes creer en la soberanía de Dios?» Le pregunté qué quería decir con la soberanía de Dios y me contestó, «Quiero decir, el hecho de que Dios controla todo lo que acontece.»

Le respondí con una pregunta: «¿Esa soberanía incluye el pecado y el mal?»

Hizo una pausa, «No».

Entonces pregunté: «¿Realmente crees en la soberanía de Dios?».  Se disculpó y colgó el teléfono.

Lo que quería decirle al pastor era que realmente creo en la soberanía de Dios -con todo mi corazón, alma y mente. Creo, como la Biblia enseña y todos los cristianos deben creer, que nada puede suceder sin el permiso de Dios. Esto es lo que algunos llaman una «visión débil» de la soberanía de Dios (aunque no tiene nada que ver con ninguna «debilidad» de Dios), donde el calvinismo suele afirmar una «visión fuerte» de la soberanía de Dios. Vamos a examinar la doctrina calvinista de la providencia divina, la doctrina de la soberanía de Dios sobre la naturaleza y la historia.

LA DOCTRINA CALVINISTA DE LA PROVIDENCIA DE DIOS

Ulrico Zwinglio y Juan Calvino

Muchos estudiosos consideran que el verdadero fundador de la tradición reformada es Ulrico Zwinglio, quien escribió un extenso ensayo titulado De la Providencia. Este ensayo influyó en Calvino y, a través de él, a toda la tradición reformada (aunque muchos reformados, especialmente los que se llaman a sí mismos «revisionistas», han llegado a rechazar gran parte de este ensayo). Zwinglio definió la providencia como «el dominio y la dirección de Dios de todas las cosas en el universo. Porque si algo se guiara por su propio poder o perspicacia, también la sabiduría y el poder de nuestra Deidad serían muy deficientes»[1]. Zwinglio continuó su exposición negando que nada en este mundo es «contingente, fortuito o accidental», ya que sólo Dios es la «única causa» de todo, por lo que las otras llamadas causas son simplemente «instrumentos del obrar divino»[2].

Zwinglio basó gran parte de su fuerte doctrina de la soberanía en la filosofía; comenzó con una idea preconcebida de Dios como la realidad todo-determinante, y sacó de ella la conclusión de que todo debe ser una manifestación del poder de Dios, o de lo contrario Dios no sería Dios. Por supuesto, Zwinglio también apeló a las Escrituras, como todos los defensores de la fuerte doctrina de la soberanía de Dios. Será útil analizar algunos pasajes de la Biblia supuestamente de apoyo, antes de profundizar en el análisis de la doctrina de Calvino, y de las interpretaciones de la providencia de los calvinistas posteriores.

En el capítulo 3, vimos que los calvinistas apelan a las historias de José y la crucifixión de Jesús para apoyar la visión de la soberanía providencial de Dios como detallada y meticulosa, incluyendo el mal. Por supuesto, no todos los eruditos bíblicos o intérpretes deducen esta doctrina de estas historias y eventos. Por ejemplo, ¿no es posible que Dios dijera «lo tornó en bien» en el sentido de que podría haber impedido los acontecimientos, pero eligió permitirlos? La mayoría de los calvinistas argumentarán aquí que hay poca diferencia, si es que la hay, entre esa opinión y la que ellos defienden, pero yo argumentaré que la diferencia es grande.

Los calvinistas apelan a las afirmaciones de los profetas del Antiguo Testamento, como el pasaje de Amós 3.6 ¿Se tocará la trompeta en la ciudad, y no se alborotará el pueblo? ¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho? Pero hay otros pasajes, como Proverbios 16:33 La suerte se echa en el regazo; Mas de Jehová es la decisión de ella; Isaías 14:27 Porque Jehová de los ejércitos lo ha determinado, ¿y quién lo impedirá? Y su mano extendida, ¿quién la hará retroceder?; 43,13 Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ¿quién lo estorbará?; 45.7 que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto. Todos estos pasajes indican la autoridad supervisora y el dominio de Dios hasta los detalles. Por ejemplo, Proverbios 16.33: «La suerte está en el regazo, pero la decisión viene del Señor», mientras que Isaías 45.7 dice: «Formo la luz y creo oscuridad, promuevo la paz y causo la desgracia; Yo, el Señor, hago todas estas cosas». Casi no hay necesidad de más citas; estos dos pasajes por sí solos parecen proporcionar una prueba de la fuerte visión de la providencia de Dios. Más adelante en este capítulo, por supuesto, argumentaré que hay interpretaciones alternativas que mejor expresan la soberanía de Dios, y que no hacen de Dios el autor del mal.

Calvino continuó con su doctrina de la soberanía de Dios sobre la historia, y de la meticulosa providencia de Dios, a partir de donde se detuvo Zwinglio, aunque no lo defendió desde la filosofía, sino principalmente de las Escrituras (lo cual no quiere decir que él no fue influenciado por la filosofía). En una vívida ilustración, escribió:

Para poner un ejemplo, supongamos que un mercader, entrando en un bosque con buena escolta, se extravía y cae en manos de salteadores y le cortan el cuello. Su muerte no solamente hubiera sido prevista por Dios, sino también determinada par su voluntad. Pues no se dice solamente que Dios ha visto de antemano cuanto ha de durar la vida de cada cual, sino también que “ha puesto límites de los cuales no pasara” (Job 14,5). Sin embargo, en cuanto la capacidad de nuestro entendimiento puede comprenderlo, todo cuanto aparece en la muerte del ejemplo parece fortuito. ¿Que ha de pensar en tal caso un cristiano? Evidentemente, que todo cuanto aconteció en esta muerte era casual por su naturaleza; sin embargo, no dudará por ello de que la providencia de Dios ha presidido para guiar la fortuna a su fin.[3]

Calvino resume toda la doctrina de la providencia de Dios de esta manera: «jamás se levanta viento alguno sin especial mandato de Dios»[4]. En otro lugar, él argumenta que el gobierno providencial de Dios sobre la historia no puede ser expresado por medio de un permiso; Dios no permite simplemente cualquier cosa, sino que ordena y más que ciertamente las ejecuta. Para Calvino, esto se ve más claramente en la caída de Adán, que fue predeterminada por Dios. En caso de que haya alguna duda sobre la fuerza de la doctrina de la providencia para Calvino, citaré este pasaje de sus Institutos:

Resumiendo, pues: cuando decimos que la voluntad de Dios es la causa de todas las cosas, se establece su providencia para presidir todos los consejos de los hombres, de suerte que, no solamente muestra su eficacia en los elegidos, que son conducidos por el Espíritu Santo, sino que también fuerza a los réprobos a hacer lo que desea[5].

¿Cómo Calvino podría posicionarse en una forma más directa y más fuerte que esta? Dios forzó al réprobo, al malvado, para que obedezcan su voluntad. En otras palabras, incluso el mal hecho por los malvados es pre-ordenado y hecho realidad por Dios. Calvinistas posteriores, como Sproul, afirmarán que el calvinismo no dice que Dios obliga a los malvados a hacer obras malvadas. Calvino parecía pensar así, incluso argumentó que Dios permanece inmaculado por la maldad de tales personas, ya que sus motivos son buenos mientras que los motivos de estos malvados son malos. (Por supuesto, ¡esto simplemente plantea la cuestión de si el mal se originó en los motivos del hombre, o en los de Dios que lo determinó!).

Jonathan Edwards

Las visiones de los calvinistas posteriores sobre la providencia de Dios son en gran medida consistentes con las de Zwinglio y Calvino. En otras palabras, en general, el rígido calvinismo de Zwinglio a Calvino, de Calvino a Edwards, de Edwards a Boettner, de Boettner a Sproul, y de Sproul a Piper, constituye el determinismo divino, a pesar de las fuertes objeciones de algunos calvinistas a esta terminología. Empezamos con Jonathan Edwards.

Edwards enseñó la doctrina más fuerte posible del dominio de Dios. Para él, Dios no sólo es la realidad totalmente determinante; crea todo el mundo ex nihilo (de la nada) en todo momento y no trabaja por medio de causas secundarias[6]. Todo, sin excepción, es directa e inmediatamente causado por Dios, incluido el mal. Edwards insistió en que todas las cosas, incluyendo el pecado y el mal, se derivan de «una fijación previa e infalible del evento futuro [es decir, de todos los eventos]», de modo que todo sucede de acuerdo con una «providencia universal determinante» que impone «algún tipo de necesidad de todos los eventos»[7]. Edwards cierra el tema:

Dios, en su providencia, ordena verdadera y decisivamente todas las voluntades de los agentes morales, ya sea por influencia positiva o por permiso; y siendo permitido universalmente, que lo que Dios hace en materia de voluntades virtuosas del hombre, ya sea más o menos, es por alguna influencia positiva, y no por mero permiso, como en materia de voluntades pecaminosas[8].

Los lectores no deben confundirse con el uso que Edwards hace del término «permiso», ya que esto debe entenderse en el contexto de sus declaraciones anteriores sobre la «providencia determinante» y la «necesidad de todos los eventos». Claramente, por «permiso» Edwards simplemente quiere decir que en el caso del mal, Dios no obliga o coacciona a la gente a pecar, pero Él hace que suceda. Alguien puede preguntarse ¿por qué Edwards (y otros calvinistas) se echa atrás y hace uso del «permiso» cuando su explicación general de la providencia de Dios requiere algo más específico y directo?

De hecho, Edwards no sólo afirmó la soberanía determinante y absoluta de Dios sobre todos los eventos del mundo, sino que también afirmó la necesidad de las propias decisiones de Dios. Esto hace que su creencia sea lo que yo llamo determinismo divino. Para él, todo lo que sucede, incluso en la propia mente y voluntad de Dios, es necesario. Para aquellos que dudan de esto, consideren que Edwards afirmaba «la necesidad de los actos de la voluntad de Dios[9].

Por supuesto, Edwards no quiso decir que alguna fuerza fuera de Dios, o incluso dentro de Dios, obligue a Dios a decidir y actuar como lo hace. Más bien, «la determinación necesaria de la voluntad de Dios en todas las cosas [es] para lo que él considera ser lo mejor y más apropiado[10]. En otras palabras, «La voluntad de Dios es determinada por su propia sabiduría infinita y totalmente suficiente en todo»[11]. El resultado inexorable de esto debe ser que la creación del mundo, por Dios, es necesaria y no contingente. En otras palabras, ella no es libre.

Algunos defensores de Edwards pueden objetar que el teólogo puritano reivindicaba que las acciones de Dios son libres. De hecho, él reivindicaba eso. ¿Pero cómo él reconciliaba estas cosas? Edwards argumentó que el libre albedrío sólo significa hacer lo que está de acuerdo con un motivo o disposición más fuerte. Para él, como para la mayoría de los calvinistas que desean abrazar un cierto sentido del libre albedrío tanto en Dios como en las criaturas, el libre albedrío no es ser capaz de hacer lo contrario de lo que uno hace (el poder de la elección contraria), que es el sentido libertario del libre albedrío; sino sólo hacer lo que uno quiere hacer aunque esa persona no pueda hacer lo contrario.

Según Edwards, incluso los deseos de alguien siempre están determinados por algo. El corazón, la sede de las disposiciones, determina los actos de la voluntad humana tan seguramente como la sabiduría divina determina sus decisiones y acciones. Esto es lo que los filósofos han llegado a llamar de «compatibilismo» -la  creencia de que el libre albedrío es compatible con el determinismo. Esto probablemente no es lo que la mayoría de la gente quiere decir por libre albedrío, la capacidad de hacer lo contrario de lo que alguien, de hecho, hace. Pero según el compatibilismo, el único momento en que alguien no es libre es cuando la persona está siendo forzada a hacer algo que ella no quiere hacer. En este sentido, entonces, la creación del mundo por parte de Dios es «libre» porque es lo que Dios quería hacer. Pero eso no quiere decir que Dios pudiera haber hecho lo contrario.

Alguien tiene que cuestionar la visión ortodoxa de Edwards. Toda la cuestión de la ortodoxia cristiana tradicionalmente afirmando la libertad de la creación, es para garantizar que está dentro de la esfera de la gracia, no de la necesidad. Todo lo que es necesario no puede ser gracioso. Además, si la creación del mundo por parte de Dios era necesaria, entonces el mundo es, en cierto sentido, parte de Dios -un aspecto de la existencia misma de Dios. Esto se conoce como panenteísmo: la creencia de que Dios y el mundo son realidades interdependientes [Doctrina filosófica y teológica del siglo XIX, que defendía que el mundo está en Dios y es Dios, pero no constituye la totalidad de Dios]. La mayoría de los cristianos ortodoxos siempre han considerado el panenteísmo como una herejía[12].

En realidad no estoy acusando a Edwards de herejía; más bien, lo estoy acusando de inconsistencia, porque claramente no tenía intención de hacer que Dios, de ninguna manera, dependiera del mundo. El punto es que sus reflexiones especulativas sobre la soberanía de Dios lo llevaron a conclusiones con las cuales él probablemente no se sentía cómodo, y probablemente no se mantuvo de la misma manera en todo momento. Sin embargo, a pesar de las intenciones de Edwards, su fuerte doctrina de soberanía -determinismo divino-  es un terreno resbaladizo que conduce al panenteísmo.

Otro tema con el que Edwards tiene que lidiar es la relación de Dios con el pecado y el mal. ¿Su fuerte doctrina de la providencia no lleva inevitablemente a Dios a ser el autor del pecado y del mal? Edwards estaba claramente incómodo con esto, pero al mismo tiempo admitió esto en cierto sentido. En primer lugar, su explicación de cómo Dios hizo efectiva la caída de Adán es que Dios retiró de Adán «aquellas influencias sin las cuales la naturaleza será corrupta», pero esto no hace a Dios el autor del pecado[13].  Para hacer el punto más claro, Edwards declaró que «la primera llegada o existencia de esa disposición maligna en el corazón de Adán fue por el permiso de Dios; que él podría haberla impedido, si así lo hubiese querido, proveyendo tales influencias de su Espíritu que hubieran sido absolutamente efectivas para prevenir la disposición maligna, que en verdad, de hecho, él retuvo (o retiró de Adán)»[14].  Aunque Dios se aseguró la primera disposición que dio lugar a todas las demás, Edwards argumenta que Dios no es culpable. A pesar de que Dios haya hecho efectiva la primera disposición que dio lugar a todas las demás, Edwards argumenta que Dios no es culpable. Sólo Adán fue culpable porque sus intenciones eran malvadas. Las intenciones de Dios al determinar el pecado y el mal eran buenas. «Al desear el mal, Dios no hace el mal»[15].

¿Esto, de hecho, absuelve a Dios, por así decirlo, de ser el autor del pecado y del mal? Edwards, por fin, concluyó:

Si por “autor del pecado” queremos decir el que permite o no imposibilita el pecado; y, al mismo tiempo, un organizador del estado de los acontecimientos, de tal manera que, para fines y propósitos sabios, santos y más que excelentes, aquel pecado, ya sea permitido o no impedido, más que cierta e infaliblemente acontecerá: yo digo, si esto es todo lo que se entiende por autor del mal, no niego que Dios es el autor del mal.[16]

Supongo que la mayoría de la gente consideraría esto como siendo el autor del mal. Pero muchos calvinistas, al darse cuenta de que para la mayoría de la gente «autor del mal» significa que Dios obligó a Adán a pecar contra su voluntad, rechazan este lenguaje mientras que al mismo tiempo están de acuerdo con Edwards. Ni Edwards ni ningún calvinista cree que Dios obligó a Adán a pecar contra su voluntad, pero el lenguaje llano dicta que alguien es el «autor» de algo simplemente por hacerlo que suceda, o hacerlo efectivo. Por lo tanto, sostengo que el calvinismo, de hecho, hace a Dios el autor del mal en el sentido de que, de acuerdo con su descripción de la soberanía de Dios, Dios determinó e hizo que sucediese el pecado de Adán.

Mi punto aquí es simplemente este: cuando los calvinistas niegan que su doctrina hace a Dios el «autor del pecado», lo que usualmente quieren decir es que Dios no obligó a Adán (o a nadie) a pecar contra su voluntad. Sin embargo, deben admitir, junto con Edwards, que su doctrina en realidad hace a Dios el «autor del pecado» en el sentido de que Dios tornó cierto [determinó y ejecutó] el que Adán (y toda su posteridad) pecara.

R. C. Sproul

Al igual que Edwards, Sproul rechaza la etiqueta de «determinismo» para su fuerte visión de la soberanía divina, porque él entiende que «determinismo» quiere decir «fuerza externa»[17]. Admite, junto con Edwards y todos los demás calvinistas estrictos, que Dios determina todas las cosas, pero prefiere no llamar a esta «determinación» divina «determinismo»[18].  Uno sólo puede preguntarse qué diferencia esto hace realmente. Seguiré llamando determinismo divino a este punto de vista, siguiendo la definición simple de «determinismo» (tal como figura en varios diccionarios y enciclopedias), que «todo evento se torna necesario por los acontecimientos y las condiciones previas».  «En el contexto de la religión, el determinismo afirma que las acciones de las personas son determinadas por la voluntad de Dios. La gente, en definitiva, no podría actuar de acuerdo al libre albedrío, sino que estaría sometida a la predestinación»[19]. Este es ciertamente el caso de la creencia de Edwards y Sproul, y la mayoría de los otros calvinistas sobre la soberanía de Dios.

Pasemos ahora a la descripción de Sproul de la soberanía providencial de Dios. Sproul es bien conocido por hacer declaraciones un tanto enfáticas y extremas sobre la doctrina calvinista. Por ejemplo, en God’s Elects, escribe que cualquiera que no esté de acuerdo con su creencia (conforme se expresa en la Confesión de Fe de Westminster) sobre la predestinación, debe ser un «ateo convencido»[20]. Para Sproul (y muchos otros calvinistas) la predestinación es más que un concepto acerca de la soberanía de Dios de decidir quién se salvará y quién no; es también un concepto acerca de la «soberanía total» de Dios en todas las cosas. En el capítulo 3 cité la declaración de Sproul de que no puede haber una sola molécula en el universo que no esté bajo el control de Dios. Él es famoso por preguntar al público si creen en la soberanía total de Dios, en el sentido que aquí llamo determinismo divino. Entonces les pregunta ¿cuántos son ateos? A las personas que no han levantado la mano en respuesta a su primera pregunta, les dice que deberían levantar la mano en la segunda pregunta. Su conclusión, por supuesto, es que «si Dios no es soberano, entonces no es Dios. Pertenece a Dios como Dios ser soberano»[21].

Lo extraño de esto es que en su libro Elegidos por Dios, Sproul dice que «eruditos y líderes cristianos» pueden estar en desacuerdo con esta doctrina, pero luego dice que cualquiera que no esté de acuerdo con él debe ser un ateo convencido. ¡No debería sorprenderse si algunos «eruditos y líderes cristianos» se ofenden por esa sugerencia![22] Muchos cristianos coinciden con él en que la soberanía de Dios es una parte esencial de la naturaleza de Dios, pero sin estar de acuerdo con su interpretación de esa soberanía.

Entonces, ¿cuál es la verdadera doctrina de Sproul acerca de la predestinación/providencia? Obtenemos un claro indicio en su definición de la predestinación: «Incluye todo lo que viene a acontecer en el tiempo y el espacio»[23]. En otras palabras, la predestinación, en su sentido más amplio, es simplemente otra palabra para la determinación de Dios de todos los eventos: providencia meticulosa.  Él afirma que todo lo que sucede es la voluntad de Dios[24]. Para concluir esto, escribe:

El movimiento de cada molécula, las acciones de cada planta, la caída de cada estrella, las elecciones de cada criatura volitiva, todos estos están sujetos a su voluntad soberana. No hay moléculas indisciplinadas sueltas en el universo más allá del control del Creador. Si tal molécula existiera, podría ser la mosca crítica en el aceite eterno. [25]

En otras palabras, «una molécula indisciplinada podría destruir todas las promesas que Dios ha hecho acerca del resultado de la historia»[26]. Sproul continúa haciendo una distinción entre los dos sentidos de la voluntad de Dios: la voluntad decretiva de Dios y la voluntad permisiva de Dios[27]. Tal distinción puede aliviar cierta ansiedad acerca del papel de Dios en el mal, pero luego quita con una mano lo que ha dado con la otra: «lo que Dios permite, él decreta permitirlo»[28]. En otras palabras, el permiso de Dios es voluntario e incluso determinante, sólo refleja y promulga los eternos decretos de Dios. Así, incluso el pecado se encuentra tanto en la voluntad decretiva de Dios como en la voluntad permisiva de Dios. La última no determina a la primera de ninguna manera, o de lo contrario, Dios no sería soberano. Lo que Dios permite, él decretó permitirlo, incluyendo el pecado. La forma en que Sproul explica la relación entre la voluntad decretiva de Dios y la voluntad permisiva de Dios tiende a derrumbar las dos juntas. El espectro de un Dios que desea el pecado y el mal aún se cierne sobre él.

Para obtener una comprensión más completa de la doctrina de Sproul acerca de la soberanía providencial de Dios, es útil mirar su visión del libre albedrío. Por un lado, a diferencia de algunos calvinistas, Sproul afirma que Adán y Eva cayeron por su propia voluntad: «El calvinismo ve a Adán pecando por su propio libre albedrío, y no por la coacción divina»[29].  Además, sobre la Caída, dice:

«Adán se lanzó en el pozo [de la depravación y la muerte espiritual]. En Adán, todos nos arrojamos al pozo. Dios no nos arrojó dentro del pozo»[30].

Algunos de los lectores de Sproul son falsamente consolados por esto –como si aliviara el problema de la elección soberana de Dios de que Adán pecara. Pero esto no está nada claro de ningún modo. Es importante mirar más de cerca lo que Sproul quiere decir con «libre albedrío». Allí se vuelve al compatibilismo de Edwards, en el que el «libre albedrío» es simplemente hacer lo que quieres hacer aunque no puedas hacer lo contrario. Al igual que Edwards (en muchos sentidos el mentor de Sproul), Sproul argumenta que «siempre elegimos de acuerdo con la inclinación que es más fuerte en el momento»[31]. Esto también sería cierto para Adan, ya que tanto Edwards como Sproul están simplemente explicando lo que el «libre albedrío» significa siempre. Sproul explica aún más: «Hay una razón para cada elección que hacemos. En un sentido limitado, cada elección que hacemos está determinada»[32]. ¿Determinada por qué? Por nuestras inclinaciones y motivos internos.

Todo lo que se necesita hacer para ver que esto realmente no resuelve el problema de Dios y el mal, es volver a pensar en el primer pecado de Adán y el motivo que lo controló y, que en verdad, lo causó. En otras palabras, lo que Sproul está diciendo es que el pecado de Adán estaba predeterminado por su disposición interior a pecar. Adán no podría haber hecho nada diferente de lo que hizo. Sproul dice que esto no es determinismo, porque él define el determinismo como «coacción por fuerzas externas», lo que de hecho no tiene nada que ver con ello, como ya hemos observado. Él parece estar inventando esta definición arbitrariamente para simplemente evitar su visión determinista de la historia, incluyendo la caída.

La pregunta para Sproul, y para todos los calvinistas que usan este enfoque, es esta: ¿de dónde vino la mala inclinación de Adán? Para ellos, no puede venir del libre albedrío porque el libre albedrío es simplemente actuar sobre las inclinaciones de alguien. Más adelante en este capítulo exploraré más a fondo este dilema del calvinismo. Aquí simplemente quiero plantear el problema para las explicaciones típicas de Sproul, y de otros calvinistas, acerca de la caída de la humanidad al pecado y al mal, y la participación de Dios en ello. Un indicio de lo que está por venir: parece lógicamente necesario, por esta descripción del libre albedrío y la soberanía de Dios, trazar la primera inclinación del mal hacia Dios como su fuente, lo que por supuesto ¡ningún calvinista quiere hacer!

Loraine Boettner

Ahora dejo a Sproul y me dirijo a Boettner. ¿Qué dijo sobre la providencia soberana de Dios?  Según Boettner, la visión reformada de la providencia de Dios es que Dios «muy obviamente predeterminó cada evento que sucedería… Incluso los actos pecaminosos de los hombres están incluidos en ese plan»[33]. Pero, así como Sproul, Boettner quiere decir que Dios sólo permite los actos pecaminosos de la gente; no los causa. Sin embargo, como Sproul, quita con una mano lo que dio con la otra al decir esto:

Incluso las acciones pecaminosas de los hombres [incluyendo el primer pecado de Adán] sólo pueden ocurrir con su permiso [de Dios]. Y una vez que Él permite, no a regañadientes sino deseosamente [voluntariamente], todo lo que pasa –incluyendo las acciones y el destino último de los hombres– tales cosas deben ser, en cierto sentido, de acuerdo con lo que Él deseó y planeó.[34]

En otras palabras, incluso el primer acto pecaminoso (y, por lo tanto, la primera inclinación para pecar) fue deseosamente planeado y pretendido por Dios, ya que él lo deseó. Boettner insiste, sin embargo, en que Dios nunca peca o incluso hace que la gente peque. Sin embargo, a fin de realizar su propósito y plan, tornó cierto [aseguró] el primer pecado. ¿Cómo?

Todo lo que necesitamos saber es que Dios gobierna a sus criaturas, que su control sobre ellas es tal que ninguna violencia es hecha a sus naturalezas, y que su control es consistente con Su propia pureza y excelencia. Dios presenta de tal manera los estímulos externos que el hombre actúa de acuerdo a su propia naturaleza, pero hace exactamente lo que Dios planea que haga[35].

Más adelante en este capítulo exploraré esto más a fondo, y preguntaré si esto realmente exime a Dios de ser el autor del pecado y el mal. Esto es en realidad diferente a decir que Dios determina el pecado y el mal y que activamente los hace efectivos. ¿Es la terminología del mero permiso realmente apropiada para esta descripción del papel de Dios en el pecado y el mal? Si Dios introduce a la gente «estímulos externos» garantizados para resultar en sus pecados, ¿no hace eso a Dios el autor de sus pecados? Si es así, ¿cómo es que ellos son responsables y Dios no?

Paul Helm

Ahora analizaremos a Paul Helm, otro testimonio calvinista de la fuerte doctrina de la providencia, que creo que pone al calvinismo en problemas al llevar inexorablemente a la «consecuencia lógica y necesaria» de que Dios es el autor del pecado y del mal, e incluso de todo el sufrimiento inocente. La obra de Helm, La Providencia de Dios, es ampliamente considerada un clásico contemporáneo del pensamiento calvinista. Vea aquí cómo expresa la soberanía de Dios en la providencia: «No sólo cada átomo y molécula, cada pensamiento y deseo, es mantenido en existencia por Dios, sino que cada curva y cada giro de todo ello está bajo el control directo de Dios»[36]. Así que «la providencia de Dios es ‘refinada’, se extiende a la ocurrencia de acciones individuales y a cada aspecto de cada acción»[37]. Por supuesto, Helm reconoce que para muchos de sus lectores esta fuerte visión de la soberanía de Dios promoverá aún más el debate del problema del mal. ¿Es Dios, entonces, el autor del pecado y del mal? ¿Y dónde queda la bondad de Dios?

Este problema de la maldad, y el papel de Dios en ella, se torna aún más problemático cuando Helm se vuelve para describir cómo Dios gobierna el mal en el mundo:

Pues de acuerdo con la visión ‘exenta de riesgos’ [la visión de Helm de la providencia de Dios en la cual Dios no se arriesga], Dios controla todos los eventos y también da mandamientos morales que son desobedecidos en algunos de los muchos eventos que él controla. Por ejemplo, él ordena a los hombres y mujeres que amen a su prójimo, mientras que al mismo tiempo controla acciones que son maliciosas y odiosas.[38]

Según Helm, Dios tiene dos voluntades: «la que acontece» (la cual él decreta y torna cierta) y «la que debe acontecer» (que él ordena y que a menudo va en contra de lo que él decreta). Algunos calvinistas se refieren a estas voluntades como «voluntad decretiva» y «voluntad preceptiva» de Dios. En otras palabras, de acuerdo con esta visión de la providencia de Dios, Dios ordenó a Adán y Eva que no comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal (voluntad preceptiva) mientras que al mismo tiempo (o desde la eternidad) decretó que ellos comieran del árbol. La pregunta crucial que se plantea es ¿cómo puede Dios ser bueno y no estar en conflicto consigo mismo? Dios garantiza que sus ordenanzas morales serán desobedecidas. ¿Cómo puede Dios hacer esto sin obligar a la gente a pecar? ¿Y cómo puede hacer esto sin ser responsable del pecado?

En este punto, Helm, como muchos calvinistas, se vuelve hacia la retención de la influencia divina por parte de Dios, de modo que la gente peca naturalmente sin que Dios la haga pecar: «Lo que determina la acción [por ejemplo, la Caída] en la medida en que ella es maligna, es la negación divina. Dios retiene su bondad o gracia, y entonces el agente forma una motivación o razón moralmente deficiente y actúa de acuerdo con ella»[39].

En otras palabras, Dios hace que el mal se realice sin hacer el mal él mismo. El mal, después de todo, reside en el motivo con el cual la acción predestinada [pre-ordenada] es realizada por la criatura. El motivo del pecador es el mal, mientras que el motivo de Dios para pre-ordenar y tornar cierto el mal es el bien. El pecador está pecando porque, a partir de un motivo malo (por ejemplo, el egoísmo) él desobedece la voluntad preceptiva de Dios, aunque él no pueda hacer lo contrario porque Dios retiene [o le niega] la provisión necesaria para no pecar.

Esto plantea muchas preguntas acerca de la bondad de Dios, la responsabilidad humana y la fuente del primer motivo maligno. Helm afirma que a pesar de la participación de Dios en tornar cierto el mal, es un Dios perfectamente bueno, de modo que «la bondad de Dios debe tener alguna relación positiva con los tipos de acciones humanas que consideramos buenas». Si no, ¿por qué atribuir  bondad a Dios?»[40]. Trataré los problemas inherentes a este relato de la providencia de Dios más adelante en este capítulo. Por ahora nos basta con decir que, en el mejor de los casos, tal relato es incoherente.

John Piper

¿Y el influyente John Piper –probablemente  el mentor más importante del nuevo calvinismo entre la generación de jóvenes, incansables y reformados? ¿Qué dice sobre la soberanía y la providencia de Dios, incluyendo el mal? Él sigue a Edwards y se parece mucho a Helm. Como se explicó anteriormente, Piper cree que todo, sin excepción, está sucediendo de acuerdo con el plan y el propósito pre-ordenado de Dios, y que Dios torna todo esto cierto (hace que ocurra) sin participar él mismo en el mal: «De alguna manera (que nosotros no podemos entender completamente) Dios es capaz, sin ser culpable de ‘tentar’, de asegurar que una persona haga lo que Dios le ordena que haga, incluso si esto implica maldad»[41].

Como Helm, Piper afirma dos voluntades en Dios: «Dios decreta un estado de cosas [incluyendo el mal] mientras que también desea y enseña que un estado de cosas diferentes deba acontecer»[42]. Piper niega, en su relato de la providencia, que Dios sea el autor del pecado y del mal, aunque él de hecho se asegure de que las cosas que son contrarias a los mandamientos de Dios se hagan realidad.

Cada uno de los autores citados hasta ahora, en esta sección, dice que todo lo que Dios predetermina [pre-ordena] y torna cierto, incluyendo el pecado y el mal, glorifica a Dios. Boettner es el que dice más sucintamente: «Dios tiene un propósito definido en la permisión [!] de cada pecado individual, habiéndolo ordenado [!] ‘para su propia gloria’»[43]. ¡Incluso las obras de Satanás son pre-ordenadas y controladas por Dios para su gloria![44]

Resumamos la típica visión del calvinismo rígido de la soberanía de Dios. Si bien puede haber matices de diferencia en cada relato, se puede decir con seguridad que hay características comunes compartidas muy ampliamente, de manera que una descripción general puede ser ofrecida. En el calvinismo rígido, la soberanía de Dios en su providencia significa que todo, hasta los más pequeños detalles de la historia y las vidas individuales, incluyendo los pensamientos y acciones de las personas, son pre-ordenados [predeterminados] y asegurados [tornados ciertos] por Dios. Incluso las acciones malas y los pensamientos malvados son planeados y llevados a cabo, de manera que Dios «garantiza» que ellos sucedan para cumplir así su voluntad. Nada, no importa qué, sea lo que sea, está fuera del plan y destino predestinador de Dios.

Con todo, Dios no es manchado por el mal que las criaturas hacen, aunque él haga que suceda, porque sus motivos son siempre buenos, incluso en hacer efectivo el mal que él prohíbe. Y el plan final de Dios es bueno de tal suerte que el mal sirve a su propósito. «Dios desea correctamente estas cosas que los hombres hacen impíamente»[45].  Sin embargo, las criaturas son las únicas responsables del mal que cometen[46].   Dios hace que el pecado y el mal sean cometidos, no obligando o forzando a la gente a cometerlos, sino quitando o reteniendo esa influencia divina que ellos necesitarían para no pecar y no hacer el mal. Todo lo que acontece, incluyendo el pecado, es ordenado por Dios para su propia gloria.

EL PROBLEMA DE LA REPUTACIÓN DE DIOS

Sproul afirma que «cualquier distorsión del carácter de Dios envenena el resto de nuestra teología»[47]. De hecho, los cristianos no calvinistas están completamente de acuerdo con eso, pero ellos consideran que el relato típico del calvinismo rígido, acerca de la soberanía de Dios, conduce inexorablemente a una distorsión del carácter de Dios. Por supuesto, ningún calvinista lo admite, pero ese no es el punto. Los calvinistas a menudo acusan a los arminianos, y a otros no calvinistas, de no llegar al final de las «consecuencias lógicas y necesarias» de sus creencias, por lo que es justo que los arminianos hagan lo mismo con los calvinistas. Hablando en términos generales, con algunas excepciones, los calvinistas afirman la perfecta bondad y el amor de Dios, pero la creencia calvinista en la providencia meticulosa, y en la soberanía totalmente determinante y absoluta (determinismo) minimiza lo ellos que dicen. Parece que quieren mantener el pastel intacto y comerlo al mismo tiempo.

Antes de sumergirnos en mi crítica al relato calvinista de la soberanía de Dios, quiero afirmar clara e inequívocamente que todos los cristianos conservadores, incluidos los no calvinistas, tales como los arminianos, también afirman la soberanía de Dios. A veces los calvinistas insertan ilegalmente su propia definición de soberanía, en el sentido que le dan a esa palabra, de modo que todos los que no están de acuerdo con su determinismo divino no puedan creer en la soberanía divina[48].

Ya he demostrado que los arminianos creen en la soberanía de Dios, y una vez más señalo a los lectores el libro Teología Arminiana: Mitos y Realidades. Los no calvinistas toman la voluntad permisiva de Dios más seriamente que los calvinistas y explican las historias bíblicas, como la de José y sus hermanos (Gen. 50) y la crucifixión de Jesús de esta manera –Dios previó y permitió a las personas pecadoras hacer tales cosas, ya que vio el bien que podía realizar a través de tales males[49]. Pero Dios de ninguna manera las pre-ordenó [predeterminó minuciosamente] o se encargó de hacer que sucedan.

Uno podría preguntarse cómo Dios puede estar seguro de que tales cosas sucederán. Dios conoce los corazones de las personas, y puede prever que, dadas ciertas circunstancias previsibles, harán cosas pecaminosas. Dios no necesita manipular las cosas; él simplemente puede preverlas infaliblemente. Los calvinistas se burlarán de esto, pero la forma en que los calvinistas tratan la participación de Dios plantea mayores problemas de los que ellos necesitarían enfrentar si dejasen la pregunta sin responder.

En resumen, el relato calvinista de la soberanía de Dios, presentado en este capítulo, hace inevitablemente que Dios sea el autor del pecado, del mal y del sufrimiento inocente (como los de los niños de los genocidios) y por lo tanto impugna la integridad del carácter de Dios como bondadoso y amoroso. El Dios de este calvinismo (en oposición, digamos, a la teología reformada revisionista) es, en el mejor de los casos, moralmente ambiguo y, en el peor, un monstruo moral que apenas se distingue del diablo. Recuerda, según este relato calvinista de la soberanía y la providencia de Dios, incluso el diablo sólo está haciendo las obras que Dios le ha dado que haga. Esto también, como todo lo demás, fue pre-ordenado, determinado, planeado, deseado por Dios y asegurado por Dios para que así ocurriese; y todo esto para su gloria. Sólo puedo concordar de todo corazón con el filósofo evangélico Jerry Walls que dice, «El calvinista debe sacrificar una clara noción de la bondad de Dios para mantener su visión de los decretos soberanos de Dios»[50]. En cuanto a la afirmación calvinista de que incluso el mal es deseado y asegurado para que ocurra por Dios, Walls dice con razón, «En este punto la idea de la bondad, tal como la conocemos, simplemente se deforma»[51].

Permítanme ser extremadamente claro que cualesquiera que sean las objeciones que Sproul y otros puedan plantear, el relato calvinista de la soberanía de Dios es determinismo divino. Ninguna cantidad de cavilaciones puede resolver el problema.

Afirmar que todo lo que sucede, hasta los más mínimos detalles, incluyendo incluso los propios pensamientos y acciones de Dios, están determinados, es por definición, afirmar el determinismo. Incluso si Sproul no siguió a Edwards en el argumento de que los propios pensamientos y acciones de Dios son determinados (que, dada la concordancia con la idea compatibilista de Edwards sobre el libre albedrío, él parece tener), él afirma enfáticamente que todo en el mundo es determinado por Dios.

Todos los calvinistas citados anteriormente a veces se echan atrás, y usan el lenguaje del permiso cuando hablan de la soberanía de Dios sobre el pecado y el mal, pero un análisis riguroso de lo que quieren decir revela que su idea de la permisión de Dios es diferente a un simple permiso. Es permisión deseosa [voluntaria] e incluso determinante. Recuerde que Dios permite la caída de Adán, pero también se encarga de que suceda, porque la caída está en su voluntad y propósito al retener, o quitar, el poder moral que haría que Adán no hubiese caído en pecado.

De hecho, esta permisión es extraña. ¿Quién creería que un profesor, que retiene la información necesaria para que los estudiantes sean aprobados en un curso, simplemente él les permitiría ser reprobados? ¿Y si este profesor, cuando fuese convocado por los padres y los funcionarios de la escuela, dijese: «Yo no los forcé a reprobar. Ellos mismos reprobaron». ¿Alguien aceptaría esa explicación, o acusaría al profesor de simplemente permitir que los estudiantes fuesen reprobados y, al mismo tiempo, también de haber causado la reprobación? ¿Y si el profesor argumentase que él planeó e hizo efectiva la reprobación de sus estudiantes por un buen motivo –para mantener los estándares académicos, y mostrar lo buen profesor que él es al demostrar cuan necesaria es su información para que los estudiantes pasen? ¿No profundizarían estas admisiones la convicción de que este profesor está moral y profesionalmente equivocado?

Muchos críticos del calvinismo, tal vez la mayoría, quedan extremadamente atónitos por el determinismo divino calvinista. Hay muchas razones, pero la primera y más importante es que hace ser a Dios moralmente impuro, si no repugnante.

Un día, al final de una clase sobre la doctrina calvinista de la soberanía de Dios, un estudiante me hizo una pregunta que yo había postergado su consideración. Preguntó: «Si se le revelara de manera que no pudiera cuestionar, o negar, que el verdadero Dios, de hecho, es tal cual lo que describe el calvinismo, y que domina como lo afirma el calvinismo, aun así ¿usted lo adoraría?» Yo sabía la única respuesta posible, sin parpadear, aunque también sabía que sorprendería a mucha gente. Dije que no, que no adoraría, porque no podría hacerlo. Un Dios así sería un monstruo moral. Por supuesto, me doy cuenta de que los calvinistas no piensan que su visión de la soberanía de Dios lo convierte en un monstruo moral, pero sólo puedo concluir que no llevarán al calvinismo hasta su conclusión lógica; ni siquiera pensarán con suficiente seriedad en las cosas que dicen sobre Dios y el mal, y el sufrimiento inocente en el mundo.

Tal vez nadie tenga una postura más firme contra la doctrina calvinista de la providencia de Dios que el teólogo David Bentley Hart, que examinó el papel de Dios en el sufrimiento inocente en The Doors of the Sea: Where Was God in the Tsunami?[52] En esta obra llama al punto de vista adoptado por los calvinistas rígidos como «fatalismo teológico» y dice que las personas que mantienen este punto de vista «calumnian el amor y la bondad de Dios debido a una servil y enfermiza fascinación por su ‘espantosa soberanía’»[53]. En el libro, dice:

Si, de hecho, hubiera un Dios cuya verdadera naturaleza –cuya justicia o soberanía– se revelara en la muerte de un niño, o en el abandono de un alma o en un infierno predestinado, entonces no sería una gran transgresión pensar en él como una especie de demiurgo malévolo o despreciable, y odiarlo, y negarle la adoración, y buscar un Dios mejor que él[54].

Encuentro útil citar a Hart hasta cierto punto, ya que expresa mis sentimientos y los de la mayoría de los no calvinistas sobre el determinismo divino del calvinismo, incluyendo el pecado, el mal y el sufrimiento inocente, de forma tan clara y valiente:

Alguien tiene que considerar el precio por el cual este consuelo [a saber, el del orador calvinista que predicaba ‘Dios mató a mi hijo’] fue comprado: exige que creamos y amemos a un Dios cuyos fines bondadosos se cumplirán no sólo a pesar de –sino totalmente mediante de– cada crueldad, cada miseria fortuita, cada catástrofe, cada traición, cada pecado que el mundo haya conocido. Exige que creamos en la eterna necesidad espiritual de un niño experimentando la agonizante muerte por la difteria, una joven madre devastada por el cáncer, decenas de miles de asiáticos tragados en un instante por el mar, millones de personas asesinadas en campos de exterminio y campos de trabajos forzados [gulags] y hambre forzada (y así sucesivamente). Es realmente una cosa extraña buscar la paz en un universo hecho moralmente inteligible a costa de un Dios tornado moralmente repugnante[55].

Con gran reticencia, porque sé que esto puede ofender profundamente a algunos calvinistas, sólo puedo decir ¡amén!

Sin duda, algunos calvinistas objetarán y dirán que Dios sólo permite el pecado, y el mal y el sufrimiento inocente: que él, de hecho, no los causa; y que los permite sin culpa, sin participar del pecado y del mismo mal. La respuesta a esta objeción de la crítica devastadora de Hart debería ser obvia, a partir de las citas calvinistas proporcionadas anteriormente. Los pensadores evangélicos Jerry Walls y Joseph Dongell enfatizan correctamente en Por Qué No Soy Calvinista que el lenguaje, frecuentemente utilizado, de permisión «no va bien con el calvinismo serio»[56] , aunque algunos calvinistas, como Sproul y Helm, retroceden y hacen uso de él para evitar cualquier implicación de que Dios es la causa del pecado, el mal o el sufrimiento inocente.

Walls y Dongell correctamente subrayan que el propio Calvino rechazó este lenguaje de permisión de Dios como inapropiado para la soberanía de Dios[57]. Es cierto que algunos calvinistas utilizan este lenguaje, pero «si Dios sólo permite ciertas cosas sin causarlas específicamente, es difícil ver cómo esto encajaría esto con la afirmación calvinista del determinismo que todo lo abarca[58]. El filósofo Walls define el determinismo como «el punto de vista de que todo evento debe ocurrir exactamente como ocurre en razón a las condiciones previas»[59]. Según Walls y Dungell, y muchos otros críticos meticulosos del calvinismo, una profunda incoherencia se encuentra en el corazón de la afirmación calvinista de la soberanía divina exhaustiva, determinismo divino, y mera permisión del mal: «Para un determinista –y esta es una cuestión cruda– ningún evento puede ser visto en forma aislada a partir de los eventos que lo causan. Cuando tenemos esto en mente, es difícil ver cómo los calvinistas pueden hablar de cualquier evento o elección como siendo permitidos»[60]. Ellos toman la afirmación de Sproul de que el mal se origina en el carácter maligno hecho de disposiciones malignas. Este es el intento de Sproul (y otros calvinistas) de evitar que Dios sea el autor del mal, porque se dice que Dios pre-ordena y garantiza el cumplimiento de ciertas acciones, mientras que la maldad de ellas fluye de los deseos pecaminosos de los actores finitos. El motivo de Dios para pre-ordenar y tornar cierto el pecado es moralmente puro, y él no obliga a nadie a pecar. Así, se dice que Dios meramente permite el pecado y la acción maligna, mientras que al mismo tiempo Él se encarga de que suceda.

Walls y Dungell cuestionan correctamente la inconsistencia de este relato del papel de Dios en el mal, ya que inevitablemente surge la pregunta: ¿De dónde provienen la mala disposición y los malos deseos de la criatura? He aquí uno de los talones de Aquiles del calvinismo al hacer uso del Faraón como un caso de estudio (ya que Sproul culpa a las malas acciones del Faraón como resultado de su carácter malvado, y no en Dios que las pre-ordenó). Walls y Dungell enfatizan que «el Faraón no se convirtió en la persona que era en vano. Más bien, su carácter estaba formado por una larga serie de eventos y elecciones, eventos y elecciones que todas ellas fueron determinadas por Dios (según el calvinismo)[61]». En otras palabras, para ser consistentes, el calvinismo debe decir que incluso el carácter malvado del faraón proviene en última instancia de Dios. (Imagina un universo donde sólo existe Dios y la primera criatura. ¿De dónde viene el primer impulso maligno, si no es del libre albedrío de la criatura –que el calvinismo niega excepto en el sentido compatibilista– o de Dios?

Walls y Dongell se preguntan entonces, «¿Cuál es el sentido, entonces, de decir que Dios permitió las acciones del Faraón, dado este escenario» del papel de Dios de hacer que todo ocurra, sin excepción?[62] Ellos señalan que «la noción de permiso pierde todo significado importante en una estructura calvinista. Por lo tanto, no es sorprendente que el mismo Calvino estuviese dudoso de la idea y advirtiera en contra de usarla»[63].  Finalmente, Walls y Dungel resumen todo el problema de una manera concisa y vigorosa: «El calvinismo enfrenta problemas para describir el pecado y el mal de una manera que sea moralmente plausible. Porque si Dios determina todo lo que sucede, entonces es difícil entender por qué hay tanto pecado y maldad en el mundo, y por qué Dios no es responsable de ello»[64].

Apelar, entonces, a la permisión de Dios en cuanto al pecado y el mal no encaja con la fuerte doctrina del calvinismo rígido sobre la soberanía de Dios.

Es cierto que muchos calvinistas, de hecho, apelan a la permisión divina, pero esto no mejora las otras cosas que dicen sobre el plan, y la acción totalmente determinante de Dios para hacer que todo, sin excepción, se ejecute.

Algunos calvinistas defienden la bondad de Dios basándose en lo que se llama, en la teodicea, el «bien mayor». (La teodicea es cualquier intento teológico o filosófico de justificar las acciones de Dios frente al mal.) De hecho, hasta donde puedo decir, todos los calvinistas incorporan algunas versiones de defensa del bien mayor de la bondad de Dios, de cara al pecado y al mal, en sus doctrinas de la providencia. Walls y Dungell se refieren específicamente a Paul Helm. El problema, ellos enfatizan (y yo diría que otro talón de Aquiles del calvinismo), es la creencia en la decisión de Dios de reprobar a muchas personas hacia el infierno, al  «ignorarlos» soberanamente, mientras elige salvar a otras. ¿En qué sentido se puede decir que el infierno sirve a un bien mayor? ¿Cuál es el bien mayor? Hablaré más de esto en el capítulo 5, que trata de la elección incondicional.

Me gustaría hacer una pausa aquí, y dejar algo claro. Si el estricto calvinismo dice algo diferente en su doctrina de la providencia, es que Dios intencionalmente planea, y hace que todo acontezca, y controla todo sin excepción. Hablar de Dios como si sólo permitiera el pecado, y el mal y el sufrimiento inocente, contrasta con su fuerte doctrina de la providencia. Si fuese lógico para los calvinistas decir que Dios permite o concede el mal, ellos sólo pueden querer decir esto en un sentido muy atenuado e inusual de «permitir» y «conceder», un sentido que está fuera de la categoría del lenguaje de la mayoría de las personas. Para decirlo directamente, pero claramente, según el estricto calvinismo, Dios quiere que el pecado, el mal y el sufrimiento inocente ocurran incluso si, como algunos calvinistas como John Piper afirman, eso lastima a Dios. Y él quiere que estas cosas sucedan de manera causal; él hace que se lleven a cabo.

Vamos a examinar el estudio de un caso que la mayoría de los calvinistas son reacios a tratar. Veo que la mayoría de sus casos de estudio, sobre la soberanía de Dios, son sobre el permiso misericordioso de Dios de sufrimientos en las vidas de los cristianos, para hacerlos más fuertes. Véase, por ejemplo, el libro de Piper La sonrisa escondida de Dios[65], en el que explica cómo la intensa aflicción ha ayudado a fortalecer la vida espiritual de los héroes cristianos John Bunyan, William Cowper y David Brainerd. Pero qué sucede si nos alejamos de este tipo de aflicción disciplinaria que Pablo, en el Nuevo Testamento, dice claramente que Dios realmente trae a la vida de los cristianos, para el bien de ellos  y para su gloria; y nos dirigimos a otros dos tipos de aflicción: el intenso sufrimiento de un niño que muere de cáncer y el secuestro, la violación y la muerte de un niño.

Si el calvinismo estricto es correcto, no tenemos otra opción que atribuir estas terribles aflicciones a Dios tanto como atribuimos las aflicciones de Bunyan, Cowper y Brainerd a Dios. No hay escapatoria de esto, dado lo que los calvinistas dicen sobre la soberanía que es el «control preciso y meticuloso» de Dios, que controla cada curva y cada giro de cada átomo y pensamiento. Según los calvinistas, los sufrimientos de un niño no están exentos [de ser atribuidos a Dios], aunque rara vez ellos toquen el tema.

Así que vuelva conmigo al incidente mencionado anteriormente, donde dije que visité a la amiga de mi hija en el hospital. En el pasillo, no muy lejos, podía oír a un niño pequeño, tal vez de dos o tres años, gritando en agonía entre toses horribles y arcadas de vómitos. La pobre criatura estaba siendo sostenida por alguien que le hablaba calmada y suavemente, mientras ella tosía incontrolablemente y luego gritaba un poco más. No fue de ninguna manera una rabieta infantil normal o acostumbrada, o un llanto de incomodidad. Jamás escuché nada como eso antes, y ni después aquel evento, incluso ni en la televisión. Mi pensamiento constante era: «¿Por qué no hace alguien algo para aliviar el sufrimiento de ese niño?» Quería correr por el pasillo y ver si podía ayudar, pero había mucha gente alrededor del niño en esa habitación. Lo que escuché me persigue hasta hoy. Parece que esa criatura estaba posiblemente muriendo una muerte agonizante.

Si el calvinismo es cierto, Dios no sólo planeó y ordenó, sino que también se aseguró de que ocurriese el horrible sufrimiento de ese niño. No sólo planeó y ordenó, y ejecutó la enfermedad del niño, sino también la agonía resultante. No funcionará responder que Dios sufre con ello, como dice Piper. En The Pleasures of God (Los Deleites de Dios) Piper ofrece su propio estudio de caso de la soberanía de Dios en la tragedia. Cuenta, con ciertos detalles, la muerte de su madre en un terrible accidente de coche. (Explica el hecho de que ella sufrió poco, pero, ¿y si hubiera sufrido como esa criatura que escuché en el hospital?) Piper usa la muerte de su madre para ilustrar cómo todo lo que sucede le agrada a Dios, incluso si eso lo entristece[66]. Dios, asegura él, planeó y se aseguró que el accidente de coche de su madre, y su muerte, ocurrirían para su gloria. Pero, ¿cómo este evento torna menos monstruoso a Dios diciendo que Dios planea, ordena, y ejecuta la agonía de un niño moribundo, aunque él se entristece? Piper dice que todo en la creación, incluyendo el pecado, el mal y el sufrimiento, es una expresión de la gloria de Dios[67]. Él dice que Dios «ama ser reconocido en todo el mundo»[68]; y que hace todo lo posible para dar a conocer su poderoso poder[69].

En The Doors of the Sea, el teólogo Hart habla de un hombre de Sri Lanka, de enorme fuerza física, cuyos cinco hijos murieron a causa del tsunami asiático de 2004. El hombre apareció en un artículo en el New York Times. No pudo evitar que sus hijos perecieran y, según relataba sus inútiles intentos, él estaba «completamente abrumado por su propio llanto»[70]. Por eso Hart escribe: «Sólo un cretino moral… habría intentado aliviar su angustia asegurándole que sus hijos murieron como resultado del eterno, inescrutable y justo consejo de Dios y que, de hecho, sus muertes habían servido misteriosamente a los propósitos de Dios en la historia»[71]. Por supuesto, la mayoría de los calvinistas aconsejan a sus seguidores no decir tales cosas, en tales momentos, a tales personas. Sin embargo, Hart reflexiona que «si consideramos vergonzosamente tonto y cruel decir tales cosas en el momento cuando la tristeza de uno es más real, e irresistiblemente dolorosa, entonces no deberíamos decir tales cosas jamás»[72].

Sigan conmigo ahora para el estudio del segundo caso imaginario (pero a menudo verdadero) de sufrimiento inocente. Este involucra el mal moral. Imagine que una niña pequeña es secuestrada por un vil maníaco sexual, el cual la mete en su coche y la lleva desde el vecindario a un bosque aislado a orillas de un lago. A pesar del llanto y la protesta de la niña, la lleva a la orilla del río donde la viola, la estrangula y tira su cuerpo al río. (Esto no es simplemente imaginario; está basado en una historia real).  Calvino nos ofrece el caso de un comerciante que tontamente se aleja de sus compañeros, y accidentalmente llega a una guarida de ladrones, y es robado y asesinado. Como se mencionó anteriormente, dice que este evento, como todos los eventos, no sólo fue previsto y permitido por Dios, sino que en realidad fue causado y gobernado por el plan secreto de Dios. En ninguna parte sugiere o permite que esto sea una excepción a la soberanía de Dios; más bien, deja claro que es una ilustración de cómo Dios trabaja todas las cosas que siempre están «dirigidas por la mano siempre presente de Dios»[73].

Leemos sobre este tonto comerciante, o un evento similar hoy, y asentimos con la cabeza y decimos: «Sí, puedo ver a Dios predestinando eso. Qué hombre tan tonto. Y Dios podría fácilmente tener una buena razón para causar este evento». Pero si Calvino tiene razón (y si los calvinistas estrictos como los que citamos anteriormente tienen razón), no es sólo la muerte del comerciante insensato la que es causada por Dios; es también el secuestro, la violación y el asesinato de la niña, todo esto fue «dirigido por la siempre presente mano de Dios». Tenga en cuenta que este evento no fue un desastre excéntrico de la naturaleza, o el resultado de la estupidez de alguien. Fue puramente malvado. Pero si podemos tomar la ilustración de Calvino del mercader asesinado, o la muy real de la niña, según la visión calvinista de la soberanía de Dios, ambas son idénticas en el sentido de que Dios las planeó, ordenó, gobernó y las condujo hasta su ejecución final. Hart está seguro de que esto hace inexorablemente a Dios «el arquitecto secreto del mal»[74]. Pero aún peor, según Piper, esto hace que Dios, detrás de cada «ceño fruncido de la providencia», esconda «un rostro sonriente». En La sonrisa oculta de Dios, cita el himno «Dios trabaja de forma misteriosa», escrito por un compositor calvinista del siglo XVIII, William Cowper, con aprobación: «No juzgues al Señor con un entendimiento débil, sino confía en él por su gracia; detrás de una providencia que frunce el ceño, Dios esconde un rostro sonriente»[75]. Todo eso suena muy bien cuando se habla de las aflicciones que Dios trae a las vidas de sus héroes, para hacerlos cristianos más fuertes. ¿Pero qué pasa cuando eso se aplica igualmente, como debería ser si Piper está en lo cierto sobre la providencia de Dios, a la escena de un maníaco sexual violando a una niña pequeña, luego estrangulándola y tirándola a un río? No escapará a la dificultad diciendo que en tales casos Dios sólo permite el pecado y el mal y el sufrimiento inocente. Si el calvinismo tiene razón, Dios también aprueba la acción del maníaco sexual [al fin y al cabo Dios planificó y pre-ordenó tal suceso], y hace que la acción sea llevada a cabo hasta sus últimas consecuencias, incluso si se entristece por ello. ¿Qué clase de Dios es ese?

Piper y otros calvinistas hablan mucho del gran renombre y reputación de Dios. Lo que muchos de sus oyentes y seguidores no se dan cuenta, es que la descripción de la soberanía de Dios por parte de los calvinistas hace que la reputación de Dios sea dudosa en el mejor de los casos; a menos, por supuesto, que todo lo que alguien quiera decir por reputación de Dios sea «poder». ¿Pero es eso lo que realmente queremos decir con reputación de Dios? ¿No se trata más bien de una cuestión de su carácter como bueno? Como observamos anteriormente, Helm dice que la bondad de Dios no puede ser tan diferente de nuestras más altas y buenas ideas acerca de la bondad, de lo contrario, el sentido de la bondad se perdería totalmente. ¿Pero no es eso lo que pasó aquí –con las ideas de Piper e ideas semejantes de otros calvinistas, acerca del papel de Dios en el mal y el sufrimiento inocente? Creo que sí.

Contra el Calvinismo – Roger Olson – Capítulo 4 – Traducido al español por Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de la Iglesia 2020

Contra el Calvinismo

[1] Ulrich Zwingli, On Providence and Other Essays, eds. Samuel Jackson and William John Hinke (Durham, NC: Labyrinth, 1983), 137.

[2] Ibíd., 157

[3] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Tomo I, Libro I – Capítulo XVI,9

[4] Ibíd., XVI,7

[5] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Tomo I, Libro I – Capítulo XVIII,2

[6] Jonathan Edwards, The Great Christian Doctrine of Original Sin, ed. Clyde A. Holbrook (New Haven, CT: Yale Univ. Press, 1970), 402.

[7] Jonathan Edwards, Freedom of the Will, in The Works of Jonathan Edwards (New Haven, CT: Yale Univ. Press, 1957), 1:431.

[8] Ibíd., 434.

[9] Ibíd., 395.

[10] Ibíd., 377.

[11] Ibíd., 380.

[12] Véase John W. Cooper, Panentheism: The Other God of the Philosophers (Panenteísmo: El Otro Dios de los Filósofos) (Grand Rapids: Baker, 2006). Cooper explica por qué el Panenteísmo es considerado herético por las normas doctrinales ortodoxas y sostiene que el punto de vista de Edwards sobre la relación entre Dios y el mundo es Panenteísta (77).

[13] Edwards, Original Sin, 384.

[14] Ibíd., 393.

[15] Edwards, Freedom of the Will, 411-12.

[16] Ibíd., 399.

[17] SPROUL, R.C. Eleitos de Deus, Editora Cultura Cristã, 2002, p. 39-40.

[18] SPROUL, R. C. O que é teologia reformada? São Paulo: Cultura Cristã, 2009, p.163.

[19] https://definicion.de/determinismo/

[20] SPROUL, R.C. Eleitos de Deus, Editora Cultura Cristã, 2002, p. 16. El pasaje de la Confesión de Fe de Westminster al que Sproul se refirió como la necesidad de un acuerdo para no ser un «ateo convencido», es que, «Desde toda la eternidad, Dios, por el muy sabio y santo consejo de su propia voluntad, ha ordenado libre e inalterablemente todo cuanto sucede».

[21] SPROUL, R. C. O que é teologia reformada? São Paulo: Cultura Cristã, 2009, p. 22.

[22] SPROUL, R.C. Eleitos de Deus, Editora Cultura Cristã, 2002, p. 9-10,16.

[23] SPROUL, R. C. O que é teologia reformada? São Paulo: Cultura Cristã, 2009, p. 121

[24] Ibíd., 147.

[25] Ibíd.

[26] Ibíd.

[27] Ibíd.

[28] Ibíd.

[29] SPROUL, R.C. Eleitos de Deus, Editora Cultura Cristã, 2002. p. 71

[30] Ibíd., 72.

[31] SPROUL, R. C. O que é teologia reformada? São Paulo: Cultura Cristã, 2009. p. 113.

[32] Ibíd.

[33] Boettner, The Reformed Doctrine of Predestination, 24.

[34] Ibíd., 30.

[35] Ibíd., 38.

[36] HELM, Paul. A providência de Deus. São Paulo: Cultura Cristã, 2007. p. 19.

[37] Ibíd., 91.

[38] Ibíd., 117.

[39] Ibíd., 152.

[40] Ibíd., 149

[41] John Piper, “Are There Two Wills in God,” in Still Sovereign: Contemporary Perspectives on Election. Foreknowledge, and Grace, eds., Thomas R. Schreiner and Bruce Ware (Grand Rapids: Baker, 2000), 123.

[42] Ibíd., 109.

[43] Boettner, The Reformed Doctrine of Predestination, 251.

[44] Ibíd., 243.

[45] Ibíd., 229.

[46] Craig R. Brown, The Five Dilemmas of Calvinism (Orlando, FL: Ligonier, 2007), 45 – 58.

[47] SPROUL, R. C. O que é teologia reformada? São Paulo: Cultura Cristã, 2009, p.33.

[48] Ver, por ejemplo, Brown, The Five Dilemmas of Calvinism, 43 – 44.

[49] Esta frase no pretende ser una explicación exhaustiva de la existencia del pecado y el mal en el mundo de Dios; aquí estoy simplemente tratando con dos historias bíblicas que los calvinistas usan muy a menudo para probar su punto de vista de la soberanía de Dios incluso en los actos de la gente pecadora. Afirmo, junto con la mayoría de los no calvinistas, que Dios también simplemente permite el pecado para preservar el libre albedrío de las personas, ya que Dios no quiere tener autómatas, sino agentes moralmente libres que pueden elegir libremente amar a Dios o no amarlo;  servir a Dios o no servirlo.

[50] Jerry Walls, “The Free Will Defense, Calvinism, Wesley, and the Goodness of God,” Christian Scholar’s Review 13/1 (1983): 29.

[51] Ibíd., 32.

[52] David Bentley Hart, The Doors of the Sea: Where Was God in the Tsunami? (Grand Rapids: Eerdmans, 2005).

[53] Ibíd., 89.

[54] Ibíd., 91.

[55] Ibíd., 99.

[56] Jerry Walls and Joseph Dongell, Why I Am Not a Calvinist (Downers Grove, IL; InterVarsity Press, 2004), 125.

[57] Ibíd., 126.

[58] Ibíd.

[59] Ibíd., 98 – 99.

[60] Ibíd., 129.

[61] Ibíd., 130.

[62] Ibíd., 131.

[63] Ibíd., 132.

[64] Ibíd., 133.

[65] PIPER, John. La Sonrisa Escondida de Dios, este material se encuentra en español.

[66] John Piper, The Pleasures of Cod (Portland, OR: Multnomah, 1991), 67 – 69.

[67] Ibíd., 89.

[68] Ibíd., 102.

[69] Ibíd., 108.

[70] Hart, The Doors of the Sea, 99.

[71] Ibíd., 100.

[72] Ibíd.

[73] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Tomo I, Libro I – Capítulo XVI,9

[74] Hart, The Doors of the Sea, 101.

[75] PIPER, John. O Sorriso Escondido de Deus. Traduzido por Augustus Nicodemus. São Paulo: Shedd Publicações, 2002, p.25.

Expiación Ilimitada – Introducción a la Teología Arminio-Wesleyana – Capítulo 3

CAPÍTULO 03

Expiación ilimitada

 

Vimos en el capítulo anterior una presentación sobre la doctrina de la elección. En ella pudimos ver que las posiciones arminianas y calvinistas difieren drásticamente en los conceptos de los decretos y la predestinación de Dios. Para los calvinistas, Dios eligió a los que se salvarán, antes de la creación (supralapsarianismo) o después de la caída del hombre (infralapsarianismo). Los arminianos, sin embargo, creen en una elección corporativa, es decir, Dios eligió y predestinó a la Iglesia y no a los individuos. Es una elección basada en Su presciencia, mientras que para los calvinistas se basa en Su soberanía.

La discusión (no en el sentido peyorativo de la palabra) es ahora otra: ¿por quién murió Jesús? ¿Nuestro Redentor habría muerto sólo por unos cuantos a quienes eligió desde la eternidad? ¿O Cristo habría muerto por toda la humanidad, dando así la oportunidad de salvación a todos los que creen? Si Él murió por toda la humanidad, ¿cuáles serían los efectos de esa obra? ¿Se salvará todo el mundo, o hay condiciones? Nuestro objetivo es analizar con calma, aunque no de forma exhaustiva, la doctrina de la Expiación, para que estas preguntas, y otras que surjan en el curso del análisis, puedan ser respondidas a la luz de las Escrituras.

3.1 Artículo II – Remonstrancia

“Que, en conformidad con esto, Jesucristo, el Salvador del mundo, murió por todos y cada uno de los hombres, de modo que obtuvo para todos, a través de su muerte en la cruz, la reconciliación y la remisión de los pecados; pero que nadie es partícipe de esta remisión sino los creyentes.”

 

3.2 ¿Qué es la expiación?

En primer lugar, es interesante que definamos «expiación». Erickson la definió como «un aspecto de la obra de Cristo, y en particular de su muerte, que hace posible la restauración de la comunión entre los individuos que creen en Dios», además de referirse a «la cancelación del pecado»[1].

Rigsby dice que la palabra expiación y sus derivados vienen de kipper (hb.), cuyo significado es cubrir o limpiar. En los textos del Nuevo Testamento, la palabra «expiación» no aparece prácticamente en las versiones españolas. En la mayoría de los casos, las palabras griegas se derivan de hilaskomai y suelen traducirse como «sacrificio», «propiciación», «propiciatorio» y «reconciliación»[2]. Pecota añade que el grupo de palabras -tanto hebreas como griegas- para expiación tienen el significado de «aplacar», «pacificar», «reconciliar» o «cubrir con un precio» a fin de eliminar el pecado o la ofensa de la presencia de alguien[3].

El teólogo metodista del siglo XIX Richard Watson definió la expiación como «la satisfacción ofrecida a la justicia divina a través de la muerte de Cristo por la humanidad, en virtud de la cual todos los verdaderos penitentes que creen en Cristo son reconciliados personalmente con Dios, liberados de toda pena por sus pecados y hechos dignos de la vida eterna»[4].

Hablando sobre la universalidad del sacrificio de Cristo, Thomas Summers, otro teólogo metodista de finales del siglo XIX, dijo que la expiación «es aquella satisfacción hecha a Dios por los pecados de toda la humanidad, ya sea por el pecado original o por los pecados actuales, a través de la mediación de Cristo, especialmente a través de su pasión y muerte, de manera que el perdón sea gratuito para todos»[5].

Arminianos y calvinistas están de acuerdo con la idea de la depravación total y que, por lo tanto, somos por naturaleza hijos de ira (Ef. 2:3), no habiendo ningún justo (Rom. 3:10,11).[6] Por lo tanto, sólo el sacrificio de Cristo podía frenar o aplacar la ira de Dios, reconciliando al Creador con la criatura. De esta manera podemos concluir, como afirma Rigsby, que «la idea detrás de la palabra expiar es reconciliar», ya que «sin una acción expiatoria, la raza humana está separada de Dios»[7]. ¡Por lo menos en esto gozamos de unanimidad! La cuestión divergente entre los monergistas y los sinergistas con respecto a la expiación está en el alcance de ésta.

Para los calvinistas, o mejor dicho, para los calvinistas de cinco puntos[8], la expiación tiene un alcance limitado, es decir, sólo para aquellos que han sido predestinados a la salvación. Para los arminianos, es de carácter ilimitado, es decir, Jesús murió por toda la humanidad. Es bueno que entendamos lo que se expresa en cada teología con respecto a tal amplitud. Veamos a continuación.

 

3.3 Expiación limitada en la tradición monergista[9]

La posición calvinista sobre la expiación limitada se describe en la Confesión de Fe de Westminster:

«El Señor Jesús, por su perfecta obediencia y por el sacrificio de sí mismo, sacrificio que por el Espíritu Eterno él ofreció a Dios una sola vez, satisfizo plenamente la justicia del Padre, y para todos aquellos a quienes el Padre le dio, adquirió no sólo la reconciliación, sino también una herencia duradera en el Reino de los cielos.»[10]

Y en el Catecismo de Heidelberg:

«¿Por qué Cristo debía sufrir la muerte? Porque la justicia y la verdad de Dios exigían la muerte del Hijo de Dios; no había otra manera de pagar por nuestros pecados»[11]

También podemos citar los Cánones de Dort, que describen, en su segundo capítulo, nueve artículos sobre «la muerte de Cristo y la redención humana a través de ella». El primer artículo muestra que Dios no sólo es misericordioso, sino también «extremadamente justo», y su justicia requiere «que los pecados que cometemos contra su infinita majestad sean castigados con penas tanto temporales como eternas». No hay posibilidad de escapar del juicio de Dios a menos que se le dé una satisfacción (expiación).

Por lo tanto, el segundo artículo muestra que esta satisfacción sólo se da a través de Cristo.

«La muerte del Hijo de Dios, -dice el tercer artículo-, es el sacrificio único y enteramente completo, y la satisfacción por los pecados; y es de un valor y méritos infinitos, más que suficientes para reconciliar los pecados de todo el mundo». Aunque parece inclinarse hacia una expiación ilimitada, el cuarto artículo continúa el razonamiento del valor del sacrificio de Cristo, como infinito, en virtud de la naturaleza del que era sacrificado: el Cristo unigénito de Dios -de la misma naturaleza y esencia eterna e infinita con el Padre y el Espíritu Santo- y verdadero y perfecto hombre, que sin pecado, murió por nuestros pecados.

El quinto artículo pasa por alto la elección condicional, cuando dice que «es la promesa del evangelio que todo aquel que crea en el Cristo crucificado no perecerá sino que tendrá vida eterna. Esta promesa, junto con el mandamiento de arrepentirse y creer, debe ser anunciada y declarada sin diferenciación ni discriminación a todas las naciones y pueblos, a los que Dios en su buen propósito envía el evangelio».

Sin embargo, es a partir del sexto artículo que vemos más claramente las ideas predestinistas. Aquí se aborda el problema de la responsabilidad del hombre. En verdad, el calvinismo no niega este hecho, pero lo trata de manera maquillada, pues el artículo mismo propone que el no arrepentimiento de los incrédulos no es por la insuficiencia o deficiencia del sacrificio de Cristo, sino de la propia falta de los impíos[12], porque, como trata el séptimo artículo, sólo los elegidos desde la eternidad reciben el don de la fe. Pero, si Dios ha decretado desde la eternidad la reprobación de aquellos, ¿no sería la responsabilidad divina en lugar de la humana? ¿No fue Dios quien escogió a quien daría la fe y a quién no se la daría?

En este punto puedo entender la pregunta de John Wesley: «¿Cuál sería el pronunciamiento de la humanidad (…) respecto a aquel que, siendo capaz de liberar a millones de personas de la muerte con sólo un soplo de su boca, se negase a salvar a más de uno de cada cien y dijese: ‘No lo hago porque no quiero’? ¿Cómo podemos exaltar la misericordia de Dios si le atribuimos tal procedimiento?»[13]

El octavo artículo propone explicar la eficacia del sacrificio de Cristo:

Porque éste fue el plan soberano y el muy bondadoso deseo e intención de Dios Padre: que la eficacia vivificante y salvadora de la preciosa muerte de su Hijo obrara en todos los elegidos, para que les concediera una fe justificadora, y a través de ella los guiara indefectiblemente a la salvación. En otras palabras, fue la voluntad de Dios que Cristo por medio de la sangre en la cruz (por la cual confirmó el nuevo pacto) redimiera efectivamente de todos los pueblos, tribus, naciones y lenguas a todos aquellos, y solamente a aquellos, que fueron elegidos desde la eternidad para la salvación y que le fueron dados a él por el Padre…

El capítulo termina con la consumación del plan de Dios, que no pudo, no puede y nunca podrá ser frustrado. El plan, según el último artículo, proviene del «amor eterno de Dios por sus elegidos», pero es difícil ver tal amor con las lentes arminianas, ya que el criterio de esta elección va precisamente en contra del carácter amoroso de Dios. Si admitimos esta elección incondicional, tendremos que admitirla como una acepción de personas de la soberanía de Dios.

 

3.4 Comprensión de la expiación limitada

Sproul dijo que «hay mucha confusión sobre lo que la doctrina de la expiación limitada realmente enseña»[14]. Tal vez la pregunta correcta para entender tal doctrina no es «¿por quién murió Jesús?» sino «¿por qué?». Berkhof comenta que la Expiación fue diseñada para cumplir tres propósitos, a saber, «afectar la relación de Dios con el pecador, el estado y condición de Cristo como el Autor y Mediador de la salvación, y el estado y la condición del pecador[15].

En relación a Dios, no en el sentido de su naturaleza o atributos, ya que es inmutable, sino en la relación de Dios con las criaturas; su ira ha sido aplacada. Sobre esto, Berkhof dice que «la expiación no debe ser entendida como la causa motora del amor de Dios, pues ya fue una expresión de su amor». Con respecto a Cristo, la expiación aseguraba una «recompensa multiforme». Fue «constituido un Espíritu vivificante, fuente inagotable de todas las bendiciones de la salvación para los pecadores». Y finalmente, con respecto a los hombres, la Expiación no sólo hizo posible la salvación, sino que la garantizó «a aquellos para los que estaba destinada».

Sin embargo, debo estar en desacuerdo con él, porque la secuencia de los decretos de Dios, según el punto de vista calvinista, hace que el plan de redención sea el cumplimiento de un eslabón predeterminado en una cadena de eventos. No puedo visualizar un plan de amor, sino un acto mecánico y deliberadamente soberano. Para que esta «lógica irresistible» -como dice Sproul, haciendo alusión a Lutero- tenga sentido, debemos aceptar que Dios tenía premeditada (predeterminada) la caída de Adán, en lugar de haberla previsto (presciencia), lo que inevitablemente haría a Dios el autor del mal.

Y la posición calvinista no huye del razonamiento anterior. Según Driscoll y Breshears, «Dios eligió a ciertos individuos para ser receptores de la vida eterna únicamente sobre la base de su propósito gracioso (misericordioso)»[16]. Los calvinistas entienden por misericordioso el hecho de que ninguno merece ser salvado. Y ya que todos merecen la condenación, es un acto  misericordioso de Dios el elegir solo a algunos para ser salvados.

Nosotros estamos de acuerdo con ellos, excepto que, para nosotros, Dios no eligió individuos, sino que dio a su Hijo unigénito como «una propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Juan 2.2).

Driscoll y Breshears, además, dicen que los principales pasajes bíblicos para la expiación limitada son Mateo 1:21Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados; 20:28 como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos; 26:28 porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados; Juan 10:11 Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas, 15 así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas; 26-27 pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen; 15:3 Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado; Hechos 20:28 Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre; Romanos 5:12-19; 8:32-35 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?; 2 Corintios 5:15 y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos; Efesios 5:25 Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella;  y Tito 2:14 quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.

Los autores antes mencionados explican, en la doctrina de la expiación limitada, una segunda vertiente calvinista, a la que llaman «expiación limitada-ilimitada» o, más técnicamente, «calvinismo modificado». Esta «revisión» de la expiación, si se puede decir así, es explicada por ellos de la siguiente manera: «… al morir por todos, Jesús compró a todos como su posesión, y luego aplica su perdón a los elegidos -aquellos en Cristo- por gracia, y aplica su ira a los no elegidos – aquellos que rechazan a Cristo. La conclusión de esto es que, «la muerte de Jesús fue suficiente para salvar a cualquiera, y (…) eficaz sólo para salvar a aquellos que se arrepienten de su pecado y confían en él».

En mi opinión, esta «expiación limitada-ilimitada» se refiere en realidad a la expiación limitada más predestinación. ¿Serán ellos calvinistas de cuatro puntos o arminianos camuflados? Veremos más adelante la explicación de la expiación ilimitada, pero puedo adelantar que, el arminianismo enseña básicamente lo mismo (excluyendo la predestinación): Jesús murió por todos, pero esto no significa que haya salvado a todos (porque eso sería universalismo y está fuera de discusión). Aunque su muerte fue para todos, sólo es eficaz para aquellos que se arrepienten y creen.

 

3.5 La Expiación Ilimitada en la Tradición Sinergista

La tenemos en palabras de Arminio:

El que dice que el Salvador no fue crucificado para la redención del mundo entero toma en consideración, no la virtud del sacramento, sino la situación de los incrédulos, ya que la sangre de Cristo es el precio que se paga por el mundo entero. A este precioso rescate son ajenos aquellos que, satisfechos con su cautiverio, no desean ser redimidos o, después de ser redimidos, vuelven a la misma esclavitud. En relación con el alcance y la potencialidad del precio y en relación con la única causa [general] de la humanidad, la sangre de Cristo es la redención del mundo entero. Pero aquellos que pasan por esta vida sin fe en Cristo, sin el sacramento de la regeneración, son totalmente ajenos a la redención[17].

John Wesley hizo sus comentarios en su famoso sermón «Gracia Libre».

“Y el mismo Señor de todos es rico” en misericordia “para todos los que lo invocan” (Romanos 10:12). Pero tú dices: “No, es sólo para aquellos por los que Cristo murió. Y no son todos, sino sólo unos pocos, los que Dios ha elegido del mundo, porque no murió por todos, sino sólo por los que ‘fueron elegidos en él antes de la fundación del mundo’ (Ef. 1.4)”. Categóricamente contrario a tu interpretación de estas escrituras, es también, todo el contenido del Nuevo Testamento: como son, particularmente, los textos (…) una prueba clara de que Cristo murió, no sólo por los que se salvan, sino también por los que perecen: Él es “el Salvador del mundo” (Jn. 4.42). Él es “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo” (Jn. 1:29). “Y él es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2.2). “Se entregó a sí mismo en rescate por todos” (1 Timoteo 2:6). “Probó la muerte por todos los hombres” (Heb. 2:9).

El Manual de la Iglesia del Nazareno dice en su artículo de fe sobre la expiación:

Creemos que Jesucristo, por sus sufrimientos, por el derramamiento de su propia sangre, y por su muerte en la Cruz, es una completa expiación de todo el pecado humano; y que esta expiación es la única base de la salvación; y que es suficiente para cada persona de la raza de Adán. La Expiación es benignamente eficaz para la salvación [de los no responsables] de los que no pueden asumir la responsabilidad moral, y para los niños en edad de inocencia; pero sólo es eficaz para la salvación de los que llegan a la edad de responsabilidad cuando se arrepienten y creen[18].

En el vigésimo artículo de fe de los cánones de la iglesia metodista leemos:

La oblación de Cristo, hecha una sola vez, es la perfecta redención, propiciación y satisfacción por todos los pecados del mundo entero, tanto el original como los actuales, y no hay otra satisfacción por el pecado más que ésta[19].

También hay artículos de fe de los llamados Bautistas Generales, que fueron llamados así por su creencia en la expiación ilimitada. La confesión de fe bautista de 1689 fue creada incluso para diferenciar a los Generales de los Particulares (estos últimos calvinistas).

 

3.6 Expiación ilimitada

Comencemos con el artículo de la Remonstrancia. Dice: «Jesucristo, el Salvador del mundo, murió por todos y cada uno de los hombres…». En cualquier caso, Jesús no murió por un número limitado de personas, aquellos a quienes el calvinismo dice que Dios ha elegido desde la eternidad. No, Jesús murió por toda la humanidad. «Porque de tal manera amó Dios al mundo… Juan 3:16a. La palabra mundo allí, es kosmos, que puede ser traducida como “planeta”, “universo”, “mundo” y “habitantes del mundo”. No tiene sentido que Jesús muriera por el planeta, pero sí por la gente del planeta, una expiación ilimitada.

Esta expiación trae efectos condicionales para la humanidad «…de modo que obtuvo para todos, por su muerte en la cruz, la reconciliación y la remisión de los pecados…» Pedro dijo: «Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como también habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, negando aun al Amo que los compró, trayendo sobre sí mismos destrucción repentina» [2 Pedro 2:1 –BTX4]. La palabra «compró» allí [«rescató» en la RV60], es agorazo, cuyo significado es literalmente «comprar en el mercado». Es la misma palabra usada en 1 Corintios 6:20: «Porque habéis sido comprados por precio»; 1 Corintios 7:23: «Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres»; y Apocalipsis 5:9: «y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación».  El pasaje petrino es una fuerte alusión no sólo a la expiación ilimitada, sino a la resistibilidad de la gracia y a la perseverancia condicional de los santos.

La universalidad de la salvación (que no debe confundirse con «universalismo»), puede verse en pasajes de las Escrituras como Isaías 53:6 «Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros»; Juan 1:29 «El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»; 3:15-17 «para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él»; 2 Corintios 5:14-15 «Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos»; 1 Timoteo 2:1-6 Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo»; 4:10 «Que por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen»; Tito 2:11 «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres»; Hebreos 2:9 «Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos»; 2 Pedro 3:9 «El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento»; 1 Juan 2:2 «Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo»; 4:14 «Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo»; Apocalipsis 5:9 «y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación».

Aunque la expiación de Cristo es ilimitada, es decir, para toda la raza humana, está condicionalmente limitada, o es efectiva (eficaz) , para aquellos que creen: «…de manera que nadie es participante de esta remisión sino los creyentes». O, como dijo Juan, «…para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3.16b). A. T. Robertson añade: «La propiciación realizada por Cristo provee la salvación para todos (ver Hebreos 2:9 Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos), siempre que se reconcilien con Dios (véase 2 Corintios 5:19-21 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él).»[20]

Mientras que la razón principal de la muerte de Cristo se convierte, en la visión calvinista, en algo mecanicista (el mero cumplimiento de los decretos de Dios); para los arminianos «el motivo de la expiación se encuentra en el amor de Dios»[21] y de Cristo mismo (cf. Romanos 5:8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros; Efesios 3:19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios). Jesús murió y expió el pecado de la raza humana: «Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados» (1 Corintios 15:22). «Esto», explica Wiley, «no significa que toda la humanidad se salvará incondicionalmente, sino sólo que la ofrenda sacrificial de Cristo ha satisfecho las exigencias de la ley divina, de modo que la salvación se ha hecho posible para todos. Así pues, la redención es universal o general en el sentido de la provisión, pero especial o condicional en su aplicación al individuo»[22].

Bíblicamente hablando, creo que el versículo clave para la expiación ilimitada es 1 Timoteo 4:10, en lugar de 1 Juan 2:2. Pablo dijo, Dios «es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los creyentes» [BTX4]; «es el Salvador de todos, especialmente de los que creen» [NVI]; «es el Salvador de toda la humanidad y, en especial, de todos los creyentes» [NTV]. Lo que Pablo quiere decir no es que todos se salvarán, sino que a través del acto de gracia de Cristo en la cruz, la salvación está disponible para todos, porque todos hemos sido comprados por su sangre. Aunque la expiación es universal, su eficacia y sus efectos (regeneración, adopción, justificación y santificación) no se extienden a toda la humanidad, sino a aquellos que creen. Por eso la distinción paulina entre la humanidad y «especialmente» los que creen.

El texto antes mencionado no requiere una exégesis basada en la traducción, porque las palabras significan literalmente como se han traducido. La única excepción que vale la pena comentar aquí es la palabra «creen», cuya forma griega es pistos. En el léxico de Strong, encontramos que la palabra pistos (4103) y pisteuo (4100), fe, ambas provienen de peídso (3982) cuyo significado es «persuasión». La palabra pistos también puede ser traducida como fiel, confiable o creyente. Parafraseando y amplificando 1 Tim. 4:10, Dios «expió los pecados de la humanidad mediante el sacrificio de su Hijo unigénito, pero esta expiación sólo es efectiva para los creyentes fieles, que están persuadidos a confiar en Cristo».

 

3.7 Consideraciones finales

Volvamos a las preguntas de nuestra introducción: ¿Por quién murió Jesús? ¿Cuáles son los efectos de esa obra? ¿Se salvarán todos o hay condiciones? Creo que después de las exposiciones de este capítulo, podemos responder a estas preguntas con una base bíblica.

¿Por quién murió Jesús? «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo» [1Timoteo 2:6]. «Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» [1 Juan 2:2].

¿Cuáles son los efectos de esa obra? «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida» [Romanos 5:10]. «Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación» [2 Corintios 5:18-19].

¿Se salvarán todos o hay condiciones? «Que por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen» [1 Timoteo 4:10]. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» [Juan 3:16]. «Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado» [Marcos 16:15-16].

El que crea será salvo. Ese un asunto interesante. ¿Puede el hombre creer por su propio albedrío? ¿Qué es el libre albedrío? ¿Tiene el hombre libre albedrío? ¿No tiene, de hecho, libre voluntad? ¿Qué es la voluntad libre? ¿Está el hombre en un estado de depravación total o parcial? ¿Qué es la depravación total? ¿Y la parcial? Tendremos la oportunidad de hablar de estos temas en nuestro próximo capítulo. Hasta entonces…

 

Autor: Vinicius Couto, es pastor de la Iglesia del Nazareno en MG. Egresado de la Facultad Nazarena del Brasil. Maestría en Ciencias de la Religión, Seminario Nazareno de las Américas de Costa Rica.

Traducido del portugués por Gabriel Edgardo Llugdar Diarios de Avivamientos – 2020

 

[1] ERICKSON, Millard. Dicionário Popular de Teologia. 2011, Mundo Cristão, p. 77.

[2] RIGSBY, Richard. A Expiação. In: DOCKERY, David S.. Manual Bíblico Vida Nova. 2010, Vida Nova, p. 823.

[3] PECOTA, Daniel. B. A Obra Salvifica de Cristo. In: Teologia Sistemática. HORTON, Stanley M. (org.). 1996, CPAD, pp. 352,353.

[4] WATSON, Richard. Atonement. In: A Biblical and Theological Dictionary. 1832, John Mason, p. 116.

[5] SUMMERS, Thomas Osmond. A Complete Body of Wesleyan Arminian Divinity. 1888, Publishing House of the Methodist Episcopal Church, p. 258,259.

[6] La doctrina de la Depravación Total se tratará en nuestro cuarto capítulo. Los conceptos son idénticos, pero algunos calvinistas acusan injustamente a los arminianos de creer en una depravación parcial, que es más bien propia del semipelagianismo, como tendremos la oportunidad de tratar.

[7] RISGBY, Richard. Op. Cit., p 823.

[8] El alcance de la expiación divide la opinión en los círculos calvinistas. Algunos de ellos no aceptan la limitación del derramamiento de la Sangre de Cristo y niegan el punto de expiación limitada. Se denominan calvinistas de cuatro puntos. Podemos citar como calvinistas de 4 puntos, a Richard Baxter, Moyse Amyraut, John Davenant, Norman Geisler, Charles C. Ryrie y Lewis Sperry Chafer, entre otros.

[9] Preferí usar el término «tradición monergista» porque creo que es injusto llamar al calvinismo de «tradición reformada». Los Arminianos creen en los mismos principios de la Reforma Protestante (las 5 solas) y sin duda integran la tradición Reformada.

[10] Confissão de Fé de Westminster. 2011, Cultura Cristã, cap. VIII, parágrafo V.

[11] Catecismo de Heidelberg. Pregunta y Respuesta 40.

[12] Vale la pena mencionar que, con esto, no queremos crear una teología centrada en el hombre y ni siquiera lo colocamos como merecedor de nada. La no aceptación del Evangelio por los malvados es una prueba empírica de que la gracia puede ser resistida, y es por eso que Dios mantiene el castigo eterno para ellos.

[13] BURTNER, Robert W.; CHILES, Robert. E. (org.). Coletânea da Teologia de João Wesley. 1995, Colégio Episcopal, p. 47.

[14] SPROUL, R. C. The Truth of the Cross. 2007, Reformation Trus: Publishing, p. 142.

[15] BERKHOF, Louis. Teologia Sistemática. 2012, Cultura Cristã, p. 361

[16] DRISCOLL, Mark; BRESHEARS, Gerry. Doctrine: What Christians Should Believe. 2010, Crossway, pp. 267-270.

[17] ARMINIUS, James. Article XII: Christ has died for all men and for every individual. In: ._Works of James Arminius. Volume I, Christian Classics Ethereal Líbrary, p. 227.

[18] Manual da Igreja do Nazareno 2009-2013. 2009, Casa Nazarena de Publicações, p.28.

[19] Cânones da Igreja Metodista 2007-2011. Capítulo 1, artigo 20.

[20] ROBERTSON A. T. Apud CHAMPLIN, Russel Norman. O Novo Testamento Interpretado Versículo por Versículo. 1988, Hagnos, vol. 6, p. 234.

[21] WILEY, Orton H. Introdução à teologia cristã. 2009, Casa Nazarena de publicações, p. 235.

[22] Ibíd., p. 248.

GRACIA PREVENIENTE, EN LA TEOLOGÍA DE ARMINIO

Fuente: The Doctrine of Prevenient Grace in the Theology of Jacobus Arminius, pgs, 154-199 Por Abner F. Hernandez.

Traducción: Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos – 2020

 

Introducción

La doctrina de la gracia preveniente no es una idea secundaria en la soteriología de Jacobo Arminio, sino un tema central que impregna todos los aspectos de su doctrina de la gracia. Este capítulo discute la naturaleza de la gracia preveniente en la teología de Arminio, y luego ofrece una definición de este concepto, explorando en la naturaleza de esa gracia divina. También discute la operación de la gracia preveniente en el corazón humano. Propone que, según Arminio, la gracia preveniente como operación del Espíritu Santo actúa no solo externamente, sino también internamente en el corazón humano. El capítulo, sin embargo, comienza considerando el tipo de ser humano que necesita gracia preveniente según Arminio. La necesidad de considerar primero la pecaminosidad de la humanidad, enfatiza la realidad de la imposibilidad de los seres humanos de encontrar una solución al problema del pecado. Es para el individuo desesperado, que necesita regeneración, para quien Arminio creía que la gracia preveniente era la solución principal y más urgente.

Gracia preveniente: La necesidad de regeneración

Una de las acusaciones más comunes contra la teología de Arminio, es que él negó el pecado original y la depravación total de los seres humanos. Esto es obviamente falso. John Wesley, un teólogo pro-arminiano, afirma claramente que «ninguna persona, ni el propio Juan Calvino, afirmó el pecado original. . . de manera más decisiva, más clara y explícita que Arminio»[1]. Se puede esperar esta conclusión de un partidario de Arminio[2], pero William Cunningham y R. C. Sproul, ambos teólogos calvinistas prominentes, admitieron la ortodoxia de Arminio a este respecto. La posición de Cunningham es que «las declaraciones del propio Arminio, con respecto a la depravación natural del hombre. . . son completas y satisfactorias»[3] De manera similar, Sproul afirma que «Arminio no solo afirma la esclavitud de la voluntad, sino que insiste en que el hombre natural, estando muerto en pecado, existe en un estado de incapacidad moral o impotencia. ¿Qué más un agustiniano o calvinista podría esperar de un teólogo?»[4] Por lo tanto, parece importante analizar la doctrina de Arminio de la depravación total, y comprender la naturaleza y el lugar del concepto de gracia preveniente en su teología.

 

La necesidad humana de gracia preveniente: pecado original y depravación total.

Arminio relata con especial atención, y con profunda percepción bíblica, la condición depravada de toda la humanidad desde la caída. Como un resultado natural y espiritual del pecado de Adán, todos los seres humanos tienen una naturaleza depravada heredada; una depravación que se extiende a todas las facultades humanas. En tal condición, los humanos están completamente desprovistos de capacidad moral y espiritual, quedando completamente ciegos a todos los asuntos espirituales. Arminio reconoce los efectos universales del pecado original de Adán sobre su descendencia, afirmando que «todo este pecado, sin embargo, no es exclusivo de nuestros primeros padres, sino que es común a toda raza, y a toda su posteridad, que, en el momento en que se cometió ese pecado, estaban en sus lomos, y que desde entonces han descendido de ellos por el modo natural de propagación de acuerdo con la bendición primitiva. Porque en Adán ‘todos han pecado’ (Romanos 5:12)»[5]

Como resultado de esta naturaleza pecaminosa heredada, Arminio enumera varias condiciones reales de los hombres como pecadores, indicando específicamente el alcance de la corrupción en todas las facultades de los seres humanos. Sobre la razón humana y la vida espiritual, Arminio afirma que «la mente del hombre, en este estado, es oscura, carente del conocimiento salvífico de Dios y, según el apóstol, incapaz de aquellas cosas que pertenecen al Espíritu de Dios: (1 Corintios 1:18,24, 2:14, Romanos 1:21-22, Efesios 4:17-18, 5:8, Tito 3:3.)»[6] Por lo tanto, los seres humanos están «desprovistos de la justicia y santidad original (Romanos 5:12,18-19).»[7]

Arminio no sólo señaló la oscuridad de la mente humana, que afecta a la comprensión y el conocimiento humano, sino que también llamó la atención sobre la naturaleza carnal de la razón. Citando 1 Corintios 3:3, él relacionó la carnalidad de la razón con la esclavitud de la razón a los deseos, pasiones y ordenanzas de la carne[8]. Por lo tanto, para Arminio, la razón carnal representa la simiente de la cual se extienden todas las acciones humanas malignas, y donde se produce la lucha constante contra la obra del Espíritu, según Gálatas 5:17. Esto significa, que Arminio rechazaría cualquier comprensión de la depravación humana que describa la razón humana como no afectada por el pecado.

Los afectos humanos son igualmente depravados, afirma Arminio: «la oscuridad de la mente sigue a la perversidad de los afectos y del corazón, según la cual odia y tiene aversión a lo que es verdaderamente bueno y agradable a Dios; pero ama y busca lo que es malo (Romanos 8:7, Jeremías 13:10, 17:9, Ezequiel 36:26, Génesis 6:5, 8:21, y Mateo 15:19).[9] Como resultado, todos los seres humanos «son por naturaleza hijos de la ira»[10] (Ef 2:3).

La corrupción de los afectos humanos ha dañado particularmente la libertad de la voluntad humana. Arminio afirmó claramente que «el libre albedrío del ser humano en relación con el verdadero bien no sólo está herido, lisiado, enfermo, distorsionado y debilitado; sino que también está encarcelado, destruido y perdido[11].  Por consiguiente, la libertad de la voluntad no sólo está enferma, sino que está completamente muerta e incapaz de hacer un verdadero bien. Está claro que Arminio quería ser lo más claro posible para evitar malentendidos sobre su posición sobre el libre albedrío humano. Por esta razón, él recurre a Agustín, afirmando que en cada situación dada a un individuo corrupto, él abusará de su libertad de voluntad para elegir el mal. Afirma: «Todas las personas no regeneradas tienen libertad de voluntad y capacidad para resistir al Espíritu Santo, de rechazar la gracia de Dios ofrecida, de despreciar el consejo de Dios contra sí mismas, de negarse a aceptar el evangelio de la gracia y no abrirse al que llama a la puerta del corazón; y estas cosas pueden hacerlas realmente, sin ninguna diferencia entre elegidos y los réprobos»[12]. Por lo tanto, los humanos son verdaderamente libres, pero sólo libres para practicar el mal espiritual y oponerse al propósito de Dios.

El quebrantamiento humano se extiende al poder interior o a la disposición hacia el bien y lo correcto. Los seres humanos experimentan «la total debilidad (impotencia) de todos los poderes para realizar lo que es verdaderamente bueno, e impedir la perpetración de lo que es malo, de una manera específica para un propósito específico con una causa específica (Mateo 7:18, 12:34, Juan 6:44, Romanos 8:7, 7: 5, 6:20, 2 Timoteo 2:26.)»[13]. Citando Romanos 3:10-19 Arminio concluye que los seres humanos están verdaderamente «muertos en el pecado»[14].

El concepto de depravación total de Arminio enfatiza la idea de que el pecado humano nos separa de Dios. En tal condición y depravación, los seres humanos son completamente incapaces de oponerse a su naturaleza pecaminosa, pecando necesaria y aun voluntariamente. Además, los individuos no pueden y no quieren restaurar la separación que existe entre ellos y Dios. No están dispuestos y son incapaces de buscar cosas espirituales, o de alcanzar la justicia y la santidad. Arminio concuerda con el registro bíblico de que la imaginación humana «sólo es malvada continuamente» (Génesis 6:5). Por lo tanto, toda la humanidad está «sujeta a la condenación y la muerte temporal y eterna»[15]

Habiendo tratado con la condición real, desalentadora, y probablemente permanente de los seres humanos, Arminio insiste en que debemos mirar con esperanza a Cristo. Cristo, el mediador entre los seres humanos y Dios, ha abierto un camino de salvación; al proporcionar Dios un sustituto, mediador y libertador en Cristo Jesús – que hizo la expiación de nuestros pecados.[16] De esta manera, Arminio coloca la solución a la caída humana completamente fuera de la naturaleza humana, el esfuerzo humano y la voluntad humana.

Arminio estaba totalmente de acuerdo con el artículo 14 de la Confesión Belga, que insiste en que «los humanos no son más que esclavos del pecado y no pueden hacer nada a menos que les sea dado por el cielo»[17]. A lo que Arminio se oponía era a la solución calvinista de una obra irresistible de la gracia divina. En su lugar, propuso la gracia universal como la solución a la enfermedad de la voluntad. Aunque los poderes de la voluntad «no sólo están debilitados e inútiles» o «no tienen ningún poder», Arminio argumenta que podrían ser «asistidos e impulsados por la gracia divina», resultando en la regeneración y la libertad[18] . Con esto en mente, volveremos al análisis del concepto de la gracia preveniente en la teología de Arminio, porque para Arminio la gracia preveniente es la solución que se opone al mal de la naturaleza humana.

La naturaleza de la gracia preveniente

Una definición de la gracia preveniente en los escritos de Arminio es fundamental para comprender el papel, y la centralidad de esta doctrina en su conceptualización teológica de la salvación. Sin embargo, parece importante primero discutir el entendimiento de Arminio sobre la gracia, antes de pasar a definir las cualidades más específicas de la gracia preveniente.

Tres conceptos primordiales de gracia

Arminio describe la gracia usando tres conceptos primordiales: escribe sobre la gracia como un atributo divino, un don infundido, y asistencia continua. En primer lugar, Arminio entiende la gracia principalmente como un atributo de Dios que se manifiesta significativamente en la salvación de los pecadores. La gracia es, en primer lugar, la solución divina a la pecaminosidad humana. Por esta razón define la gracia como una inmerecida disposición o favor divino «hacia los pobres y miserables pecadores»[19]. Por la gracia, Dios comunica voluntariamente «su propio bien» y la bondad amorosa a sus «criaturas, no por mérito o deuda»[20]. Arminio relaciona la gracia como un atributo divino, directamente con otros dos afectos divinos: la bondad y el amor[21]. Como resultado, para Arminio, es por la bondad y el amor de Dios que la misericordia se extiende «hacia las criaturas que han pecado»[22]. En este punto, Arminio vuelve a Romanos 5:8 y Ezequiel 16:6 para argumentar que ni siquiera el pecado podría ser un «obstáculo» entre el amor de Dios y sus criaturas. La mayor demostración de gracia se encuentra en el amoroso regalo de Dios, de su único hijo (Juan 3:6), un sacrificio por el pecado de todo el mundo. Esta acción divina de gracia, abre un camino para que los seres humanos obtengan tres dones de la gracia: vida eterna, justificación y adopción como hijos e hijas de Dios.[23]

En segundo lugar, Arminio también añade que la gracia es una infusión de una «santa disposición» para inclinar la voluntad y las acciones humanas hacia los «buenos deseos»[24]. Arminio relaciona estrechamente esta nueva disposición espiritual con la regeneración y la preparación para la conversión. Es por esta gracia que el Espíritu Santo despierta el corazón humano, para aceptar el evangelio de la redención. Esto infunde gracia como regalo divino y poder curativo que renueva la voluntad, la comprensión y los afectos. Como veremos, esta descripción de la gracia está estrechamente relacionada, pero no se limita, a la gracia inicial o a la gracia preveniente de Dios. La infusión de la gracia continúa y va más allá de la conversión, porque los dones de «fe, esperanza y amor» se infunden también en los regenerados por el Espíritu[25]. Por el fruto del Espíritu, los creyentes son capaces de «pensar, querer o hacer cualquier cosa buena»[26]. Así, Arminio no limita el concepto de gracia a un mero atributo y actitud divina, sino que lo amplía para referirse a una participación activa y personal del Espíritu Santo en la vida interior de los creyentes. De hecho, con el concepto de la naturaleza infundida de la gracia, Arminio encuentra una vez más la oportunidad de comentar la imposibilidad de considerar la gracia como una conquista humana, atribuyéndola sólo a la misericordia y a la obra de Dios.

La naturaleza de la «infusión» de la gracia en Arminio ha sido ampliamente discutida. Frederic Platt, leyendo a Arminio a través de las lentes de Tomás de Aquino, cree que el trabajo del Espíritu Santo en la teología arminiana es «considerado como una especie de sustancia o energía casi metafísica»[27]. De manera similar, Howard Slaatte afirma que para Arminio el Espíritu (aquí creo que también se refiere a la gracia) es «aparentemente considerado como una especie de sustancia o energía casi metafísica»[28]. Por otro lado, Hicks sostiene que la infusión es sólo una referencia a la «presencia personal del Espíritu».[29] Bangs, al igual que Hicks, afirma que «la gracia no es una fuerza; es una persona, el Espíritu Santo».[30] Del mismo modo, F. Stuart Clarke rechaza cualquier identificación de la gracia con una «propiedad casi independiente», argumentando que para Arminio la gracia es la influencia y la obra benevolente del Espíritu Santo[31]. Marcos A. Ellis se opone a la noción de la gracia como fuerza o energía, afirmando en cambio que para Arminio, la gracia es «el Espíritu Santo»[32].

Yo creo que Arminio usa la palabra «infusión» para referirse a la iluminación interior del Espíritu Santo en los corazones humanos. Para Arminio, esta influencia no se transmite por un poder impersonal, sino a través de la convicción personal del Espíritu Santo. Algunas pruebas apoyan esta conclusión. Primero, Arminio relaciona continuamente la obra de la gracia con la obra del Espíritu Santo. De hecho, cree que resistirse a la gracia es resistirse al Espíritu Santo. Más adelante, en este capítulo, discutiré más a fondo el papel del Espíritu Santo en la obra divina de la gracia. Sin embargo, parece importante presentar aquí una clara evidencia de que Arminio rechazó el concepto de infusión como un poder metafísico en el alma. En su Apología Contra los 31 Artículos, Arminio refutó el concepto de gracia habitual como una sustancia derramada «en todos aquellos a quienes se les predica el evangelio»[33]. En cambio, Arminio entendía la gracia en este contexto como la «asistencia del Espíritu Santo»[34].  En este ejemplo, está evidente que Arminio rechazó el concepto de gracia como una infusión de una fuerza metafísica. Para Arminio, es más bien la presencia e influencia del Espíritu Santo.

Aunque las palabras latinas para infusión tienen una amplia gama de significados, el significado semántico de influencia e infusión tiene el potencial de seguir ambas direcciones. Pueden referirse a algo que fluye o se derrama (una fuerza impersonal / energía o medicina) así como una influencia personal mostrando o influyendo en otra identidad personal (infundiendo ideas y sentimientos)[35]. Además, la comprensión de Arminio de la «gracia infusa o infundida» depende más de la comprensión metafísica del lector sobre «gracia». Por lo tanto, es posible leer a Arminio como evocando el entendimiento metafísico católico medieval, de la gracia como un poder o energía que viene de Dios, pero que al mismo tiempo puede ser manipulado por la iglesia para ser derramado en el alma del creyente. Alternativamente, también es posible leer a Arminio en conformidad de la comprensión protestante de la gracia, como una referencia a la acción de Dios a través del Espíritu Santo. Creo que Arminio probablemente no está siguiendo el concepto de la gracia infusa de Tomás de Aquino, como sugieren Slaatte y Platt, sino que está de acuerdo con sus compañeros teólogos reformadores, incluso cuando utiliza las categorías escolásticas en su construcción teológica.

La visión de Slaatte imagina una ruptura entre la persona y la obra del Espíritu Santo, una ruptura que no está presente en la teología arminiana. Tomando las conclusiones de Platt y Slaatte, según su fin lógico, significaría que para Arminio la gracia es como una sustancia casi divina opera algo independiente de las acciones del Espíritu Santo.

Sin embargo, es el mismo Arminio quien, en sus escritos, equipara la gracia, continuamente y ampliamente, con las acciones del Espíritu. Por lo tanto, parece más apropiado leer el concepto de «infusión» de gracia en los escritos de Arminio como una referencia a un vínculo personal, salvífico y de Espíritu-hombre. Para Arminio, Dios no trabaja a través de una «fuerza o energía impersonal», sino a través de una persona, el Espíritu Santo, que establece una amistad genuina con los creyentes. Mientras que para Tomás de Aquino la gracia necesita un sacramento para ser transmitida, para Arminio no es necesario un sacramento, sólo la acción del Espíritu.

Sin embargo, todavía es probable que Arminio esté influenciado por Tomás de Aquino en su comprensión de la «gracia infusa», como la obra del Espíritu Santo mostrando e influenciando la vida de un creyente. Esto se debe a que Tomás de Aquino también relaciona la gracia divina como la morada del Espíritu Santo, o el amor divino, en el corazón humano. Aunque sea casi inevitable, sacramental y metafísicamente, entender el concepto de la gracia infusa de Tomás de Aquino principalmente como energía, o fuerza independiente, separada del Espíritu Santo en la Summa Theológica, más allá de eso, Tomás de Aquino relaciona estrechamente la gracia con las acciones y la morada del Espíritu Santo en el corazón humano. En otras palabras, mientras que en la Summa Aquino describe la gracia más como una energía impersonal procedente de Dios, pero no vinculada al Espíritu Santo; en los Comentarios sobre Juan y Romanos, por ejemplo, ve la gracia como las acciones personales del Espíritu en el alma humana[36]. Si Arminio siguió al Aquino en este sentido, es seguro sugerir que estaría leyendo principalmente el Aquino de los Comentarios, en lugar del Aquino de la Summa Theologica.

El tercer concepto principal en la descripción de la gracia de Arminio, es que después de la regeneración, la gracia es una «asistencia perpetua y auxilio continuo del Espíritu Santo». La obra de gracia del Espíritu Santo no se limita a la regeneración, sino que continuamente fortalece y preserva la vida de fe. En otras palabras, para Arminio, los creyentes deben tener la asistencia continua del Espíritu de gracia para permanecer santificados, y en comunión con Dios. Así como la regeneración para una nueva vida espiritual es imposible sin la gracia, así también la vida de fe, santidad y perseverancia en la gracia requiere la continua asistencia de la gracia»[37]. Arminio enfatiza fuertemente la naturaleza continua y cooperativa de la gracia después de la conversión, contrarrestando así la acusación de pelagianismo contra su teología.

Así, Arminio, en su definición y comprensión de la gracia, la vincula principalmente a la a naturaleza y a los atributos de Dios, y a la obra del Espíritu Santo. Para Arminio, es porque Dios ama a los seres humanos que el Espíritu Santo actúa en la vida de los pecadores.

Distinciones de la Gracia

Arminio, como sus contemporáneos, clasifica los efectos o funciones de la gracia salvífica en dos grupos principales. En primer lugar, la gracia salvífica afecta directamente a la liberación, la regeneración, la conversión y la fe. En segundo lugar, la gracia salvífica sustenta el continuo crecimiento de la vida cristiana, la permanencia en unión con Cristo y la seguridad de salvación. Arminio identifica esta segunda categoría como efectiva, secundaria, subsiguiente, cooperativa, concomitante, gracia acompañante. La primera distinción él la llama suficiente, primaria, precedente, preveniente, movilizadora, operante, y la que llama o golpea[38]. Al ampliar la categorización de la gracia, Arminio desea aumentar la claridad, la especificidad y la cautela en su tratamiento de la doctrina de la gracia. Cualquier confusión en la distinción clara de estas categorías, dice Arminio, podría llevarnos a peligrosos errores e incluso muy fácilmente a la herejía[39].

Estas categorías, por lo tanto, sirven a Arminio para explicar la operación de la gracia. Sin embargo, no cree en diferentes tipos ontológicos de gracia. En cambio, él está abogando por diferentes efectos o funciones de la gracia divina. Arminio afirma claramente que «la gracia cooperante y acompañante no difiere en su tipo o eficacia de la gracia incitante y movilizadora, que se llama preveniente y operante, sino que es la misma gracia continuada»[40] Este capítulo se centrará en la naturaleza de la gracia preventiva o incitante, en los escritos de Arminio.

 

Gracia Preveniente: Su Contenido y Definición

Es importante construir una definición viable de gracia preveniente a partir de los conceptos teológicos de Arminio. Aunque Arminio no ofreció una definición concisa del concepto de gracia preveniente, la doctrina impregna todas las conclusiones sobre la salvación. Por lo tanto, es posible construir una definición precisa de la gracia preveniente, siguiendo sus enseñanzas sobre la gracia a lo largo de sus escritos. Como hemos visto anteriormente, se refiere a este estado operativo inicial de la gracia de Dios usando una amplia variedad de adjetivos, como «precedente, preveniente, preparatoria, preventiva, incitadora y operante»[41]. Si una definición de gracia preveniente se basara solo en este conjunto de palabras, entonces, para Arminio, la característica más destacada de la gracia preveniente es la anticipación de su operación a la libertad humana de voluntad y acciones. En otras palabras, Dios no depende de los seres humanos en su iniciativa de rescatarlos del abismo del pecado.

La gracia preveniente, por lo tanto, precede o viene antes del deseo humano por la oferta de Dios de salvación, para que las acciones salvíficas de Dios sean posibles y aceptadas. Para Arminio, sin la gracia preveniente, todos los demás efectos de la gracia y las buenas acciones humanas serían totalmente imposibles. Por esta razón, «la gracia posterior o subsiguiente», él dice, «en verdad ayuda al buen propósito del hombre; pero ese buen propósito no existiría, excepto a través de la gracia precedente o preveniente»[42]. Además, él afirma que «nadie cree en Cristo, excepto aquel que ha sido previamente dispuesto y preparado por la gracia precedente o preveniente»[43].  Entonces, para Arminio, por la gracia preveniente el Espíritu Santo prepara el corazón humano para la fe, sensibilizándolo, humillándolo e iluminándolo.

Esta obra divina se lleva a cabo por la acción directa, y la estricta supervisión del Espíritu Santo. De hecho, para Arminio, el Espíritu Santo es la «causa principal» que «por la gracia incitadora, estimula, mueve e impulsa» a los seres humanos a «segundos actos»[44]; es decir, a la fe, la obediencia y la conversión. Arminio entendía al Espíritu Santo como trabajando en el corazón del ser humano de dos maneras significativas: Primero, gracia preveniente como la influencia externa del Espíritu Santo, convence a los seres humanos llamándolos, iluminándolos, convenciéndolos, influyéndolos y atrayéndolos por las advertencias de la ley y la predicación del evangelio. En segundo lugar, gracia preveniente en cuanto poder regenerador del Espíritu Santo, transforma, sana, recrea, libera y regenera la naturaleza humana y la libertad de la voluntad.

Para Arminio, por lo tanto, la gracia preveniente es principalmente una gracia preparatoria, con especial énfasis en la predicación de la ley y el evangelio. La gracia preveniente como «poder vivificante»[45] prepara a los seres humanos para enfrentar las exigencias de la ley. El papel de la ley es «convencer al hombre del pecado, de la justicia de Dios, para incitarlo a la obediencia, para convencerlo de su propia debilidad», pero aún más importante, provocar en los seres humanos «el deseo de ser libertado y buscar la liberación»[46]. Es a aquellos «preparados por la ley» que «la gracia del evangelio debe ser proclamada»[47]. Por la predicación del evangelio, el Espíritu Santo ilumina las mentes de los seres humanos, lo que da por resultado la «fe evangélica», regeneración para una nueva vida, unión y comunión con Cristo[48].

Arminio no limita la gracia preveniente a tener sólo un papel externo de ayuda divina. De lo contrario, se le acusaría con razón de pelagianismo o semipelagianismo. Por lo tanto, la gracia preveniente no es sólo una persuasión externa de la predicación al mundo, sino que es también la operación interior del Espíritu Santo[49]. Así, para Arminio, gracia preveniente es también la operación interna del Espíritu Santo en el corazón humano como un poder convincente, sanador y regenerador. Esta operación preveniente e interna y del Espíritu Santo pretende liberar, sanar y regenerar la libertad de la voluntad humana, permitiendo así que los humanos respondan positivamente al evangelio. Arminio apunta a esta operación de la gracia preveniente o despertadora, diciendo que «la regeneración y renovación de Dios, en Cristo a través del Espíritu Santo, de todas las capacidades humanas, incluyendo el intelecto, los afectos y la voluntad, es necesaria para que la humanidad comprenda, estime, considere, desee y ejecute aquello que es verdaderamente bueno»[50]. Para Arminio, por lo tanto, una voluntad libre es capaz de responder positivamente a la oferta de salvación de Dios, que presupone la obra preveniente de la gracia en el corazón del ser humano.

Antes de concluir el análisis de la naturaleza y del contenido de la gracia preveniente, es importante señalar que, para Arminio, la gracia preveniente no es una parte integral de la naturaleza del ser humano. Él afirma que «la capacidad de creer en Cristo no es concedida al hombre en virtud de la primera creación»[51]. Eso significa que los seres humanos en la creación no fueron infundidos con un poder especial para vencer el pecado, como un remedio a ser utilizado después de la caída. En cambio, después de la caída el Espíritu Santo transmite al corazón humano el poder de creer en el mensaje del Evangelio y en Cristo. Arminio dice firmemente que Dios «estaba preparado [después de la Caída] para conceder las ayudas de la gracia, necesarias y suficientes para creer en Cristo»[52] Por lo tanto, para Arminio, ellas no son parte de la capacidad natural de fe y aceptación del evangelio. Él insiste en que «la fe en Cristo pertenece a una nueva creación»[53].

Es el revestimiento sobrenatural del Espíritu Santo por la gracia preveniente como respuesta divina al problema del pecado. Por lo tanto, yo defino la gracia preveniente en la teología de Arminio como un movimiento antecedente y sobrenatural de la bondad y gracia de Dios, hacia los humanos pecadores, que precede a todos los demás medios de salvación. A través de la obra interna del Espíritu Santo, la gracia preveniente ilumina el intelecto y libera la voluntad, dando a los humanos la capacidad de comprender y aceptar la llamada a creer, preparando así el camino para todos los medios subsiguientes de salvación.

El apoyo bíblico de Arminio al concepto de gracia preveniente

Lamentablemente, Arminio no dejó un extenso trabajo exegético sobre los pasajes que apoyan la doctrina de la gracia preveniente. En su lugar, Arminio edificó su doctrina de la gracia preveniente basada en sólo unos pocos versículos de las Escrituras. En otro lugar, Arminio proporcionó pasajes de la Biblia, como Mateo 9:13; 10:11-13; Juan 5:25; 6:44; Hechos 16:14; 1 Corintios 6:9-11; Gálatas 5:19-25; Efesios 2:2-7,11-12; 4:17-20; 5:14; Tito 2:12; y 3:3-7, para enfatizar los conceptos de gracia preveniente, llamado, la universalidad de la salvación, la transformación de los creyentes en una nueva vida y la obra de renovación por el Espíritu Santo. De estos pasajes, me gustaría destacar dos en particular: Juan 6:44 y Hechos 16:14. De hecho, estos dos pasajes aparecen juntos casi en todas partes en su conceptualización de la gracia previa. Describen el trabajo especial y preveniente del Espíritu Santo en los seres humanos.

Arminio citaba a menudo Juan 6:44, en relación a la incapacidad de los pecadores para responder a la oferta de salvación, y la necesidad de ser atraídos por la gracia y la obra del Espíritu Santo de antemano. Hablando de la debilidad de la voluntad humana, Arminio declaró que la gracia preveniente de Dios, como un bien supremo, «está propiamente en el evangelio: Nadie puede venir a mí a menos que el Padre lo atraiga»[54] Estaba claro para Arminio, que este pasaje enseña la anticipación de la gracia preveniente y transformadora de Dios, a la respuesta humana al evangelio. Además, usando una vez más Juan 6:44, Arminio dio nombre de «creyentes» sólo a aquellos que creían en Cristo «por la bondad gratuita y peculiar de Dios»[55]. Identificó esta peculiar y bondadosa operación de Dios, presente en Juan 6:44, con el llamado de Dios para la salvación de una «humanidad constituida en vida animal»[56]. En otras palabras, sin la gracia preveniente, el ser humano no sería más receptivo al Evangelio que los animales.

Hechos 16:14 se convirtió en fundamental para Arminio, para enfatizar la necesidad y simultaneidad de una operación interna y externa de la gracia preveniente, en el llamado divino a la salvación. Según Arminio, Lidia ejemplificó cómo la predicación externa de la palabra y la operación interna del Espíritu Santo, que ilumina la mente y afecta al corazón, produce «fe y confianza» en la Palabra [57]. Este pasaje proporcionó a Arminio la evidencia de que es la gracia preveniente de Dios la que tiene el poder de convencer y transformar a un incrédulo en un creyente. Aunque nunca lo hizo directamente, Arminio evocó continuamente Hechos 16:4, en referencia al esfuerzo conjunto de la Palabra y el Espíritu Santo en la conversión de los individuos. En efecto, para él, es en esta unión del Verbo y del Espíritu donde la gracia se hace verdaderamente eficaz[58].

La forma en que Arminio usó los pasajes bíblicos para entender la gracia divina preveniente, nos lleva ahora a considerar la operación de esta gracia en su teología.

La Operación de la Gracia Preveniente

Arminio entendió que la voluntad humana podría resistir la operación de la gracia de Dios. Él creía que la controversia entre su punto de vista y los puntos de vista de sus oponentes puede resumirse en esta pregunta: «¿Es irresistible la gracia de Dios?»[59]. Arminio responde sin dudar que «las Escrituras enseñan que muchas personas resisten al Espíritu Santo, y rechazan la gracia ofrecida»[60]; porque «la gracia no es un acto omnipotente de Dios que no puede ser resistido por el libre albedrío del hombre»[61]. Estos no son pasajes aislados. De hecho, hay una gran cantidad de pasajes en los que Arminio apela al concepto de la resistencia de la gracia. Él dice: «La eficacia de la gracia salvadora no es consistente con ese acto omnipotente de Dios por el cual actúa tan interiormente en el corazón y la mente del hombre, que aquel, a quien va dirigido ese acto, no puede hacer otra cosa que consentir con Dios que lo llama; o, lo que es lo mismo, la gracia no es una fuerza irresistible»[62].

La negación de la gracia como una fuerza irresistible por parte de Arminio, deja claro que rechaza cualquier construcción de la gracia que haga a un ser humano «tan pasivo como un cadáver»[63]. Sin embargo, mientras enfatiza la naturaleza resistible de la gracia, no está única y principalmente abogando por el libre albedrío. De hecho, él está igualmente preocupado por las implicaciones negativas de una noción de gracia irresistible, para la conceptualización del carácter de Dios y sus propósitos salvíficos.

Como discutimos antes, para Arminio la gracia implica la liberación de la voluntad esclavizada, y esto a su vez crea la posibilidad de aceptar la salvación. Arminio parece resolver la tensión entre la corrupción de la voluntad y la capacidad de la voluntad humana para escoger la salvación, colocando el libre albedrío después de que la operación de la gracia preveniente haya sido efectiva en el corazón humano. Sin embargo, esto crea otra tensión en la teología de Arminio. Si la gracia preveniente puede ser resistida, y si una respuesta positiva a la gracia preveniente requiere una voluntad libre, significa que la propia gracia preveniente, en algún momento de la experiencia de la conversión, no puede operar como una fuerza resistible, sino que debe ser irresistible si es imputada por Dios a la humanidad. De lo contrario, los humanos podrían no responder a la gracia preveniente si no tienen el libre albedrío para responder ante ella.

Por lo tanto, considerando la operación de la gracia preveniente, la pregunta que es más pertinente para este estudio es: ¿puede la resistibilidad de la gracia extenderse a la operación de la gracia preveniente? Sostengo que la respuesta correcta a esta pregunta es que, para Arminio, la gracia preveniente es inevitable pero resistible. Por un lado, la gracia inicial que libera la voluntad humana de su esclavitud moral y corrupción, y que llama a los seres humanos a la comunión con Cristo, funciona primero monergística e inevitablemente en el corazón humano, mucho antes de que los individuos consideren cualquier bien espiritual. Por otra parte, el ser humano también es capaz de rechazar y resistir la operación por la cual la gracia preveniente produce la fe y la conversión real. Más tarde, analizaré los principales pasajes de los escritos de Arminio que apoyan esta conclusión.

La inevitable operación

A lo largo de sus escritos, Arminio señala continuamente la naturaleza inevitable de la gracia preveniente. Primero, afirma:

En el propio inicio (initio conversionis) de su conversión, el hombre se comporta de una manera puramente pasiva (merè passiva). Esto es, sin embargo, por un acto vital que es [sensu] sentido, tiene una percepción de la gracia que lo llama, pero él no puede hacer otra cosa más que recibirla y sentirla. Pero cuando siente que la gracia afecta o inclina su mente y su corazón, él libremente concuerda con esto, para poder al mismo tiempo retener su consentimiento[64].

En esta cita, observamos dos afirmaciones fundamentales sobre la conversión y la gracia. En primer lugar, Arminio afirma que, al principio de la conversión, los seres humanos son agentes «pasivos». Esto es importante de notar porque Arminio en otra parte de sus escritos defiende la participación activa y consciente de los seres humanos, aunque bajo la influencia de la gracia, en la obra de la salvación. Sin embargo, Arminio deja claro aquí que no acepta ninguna participación operativa de los seres humanos al principio de la conversión. De hecho, rechazando una declaración semipelagiana como atribuida a él, Arminio afirma que la gracia no puede ser excluida del «inicio de la conversión (principio conversionis)», e insiste en que siempre precede a las buenas acciones[65], lo que significa que el Espíritu Santo inicia monergísticamente acciones salvíficas en favor de los seres humanos, que hasta ese momento son incapaces de desear liberarse de su miserable situación.

En segundo lugar, según la cita anterior, Arminio afirma también que al principio de la conversión los individuos no pueden evitar recibir, y sentir, la «percepción de la gracia». Parece crucial prestar mucha atención al lenguaje de Arminio en relación con la percepción de la gracia preveniente. Recibir, aceptar (accipere da accipio) y sentir, percibir (sentire de sentio) describe la impresión de la gracia preveniente sobre el razonamiento intelectual humano, así como en el sentido humano de la intuición o el sentimiento. Arminio no quiere separar la razón de la emoción en la percepción de la gracia preveniente. Como resultado, en la llamada a la fe en Cristo, la voluntad humana es incapaz de impedir la acción de Dios de la gracia preveniente, ya sea por la razón humana o los sentimientos.

Una tercera implicación importante en las enseñanzas de Arminio en esta cita, es que la gracia preveniente actúa «afectando e inclinando la mente y el corazón humano» hacia la aceptación de la salvación. La gracia preveniente no sólo es suficiente, sino que también afecta de manera efectiva o eficaz a la razón y los sentimientos humanos. Para Arminio, esto significa que por la gracia preveniente, los seres humanos llegan a una real y razonable convicción de pecado, y de sus necesidades de salvación. Para Arminio, sin embargo, esto no significa que los seres humanos se sometan necesariamente a tal convicción y permitan que el Espíritu Santo siga actuando en su corazón y en su mente. Parece que es precisamente en este punto donde la naturaleza humana pecadora podría reaccionar contra el llamado, y la operación interna del Espíritu Santo, y por lo tanto podría rechazar el don de la gracia de Dios.

Otro ejemplo importante en los escritos de Arminio, es su declaración de que «es inevitable (necessum – necesario) que el libre albedrío concuerde en la preservación de la gracia concedida, ayudado, sin embargo, por la gracia subsiguiente; y siempre permanece dentro del poder de la voluntad el rechazar la gracia concedida, y rehusar la gracia subsiguiente»[66]. Esta declaración apunta a la concesión soberana de la gracia preveniente. Claramente, de acuerdo con Arminio, la gracia preveniente es concedida por las acciones independientes del Espíritu Santo. Arminio, intencionalmente separa la acción de la competencia de la libertad de la voluntad humana, del don inicial de la gracia regenerativa. El libre albedrío no tiene ningún papel en este movimiento divino inicial, pero para que la gracia preveniente conduzca a la salvación, la voluntad del ser humano debe necesariamente o inevitablemente (necessum) estar de acuerdo con la invitación. En tal competencia, el libre albedrío es ayudado por la gracia subsecuente. Así, la necesaria concordancia (concurrat) de la libertad de la voluntad humana con la gracia inicial de Dios, sigue a la atribución de la gracia preveniente. Para Arminio, esto sólo es posible para el libre albedrío humano, porque al permitir la gracia, Dios ha regenerado previamente la libertad humana para responder al ofrecimiento de la salvación. En otras palabras, la gracia preveniente ha liberado la voluntad, dando así la capacidad de elegir una respuesta de fe. Sin embargo, el rechazo de la gracia es posible, porque el libre albedrío no sólo es libre de aceptar esa gracia preveniente de Dios, sino también de rechazarla, debido a que las imperfecciones de la voluntad permanecerán.

Además, discutiendo la naturaleza suficiente y efectiva de la gracia, Arminio introduce una clara distinción entre la gracia preveniente y la gracia subsecuente o posterior. Dice que la gracia preveniente y preparatoria «es suficiente o eficaz; porque Dios previene [antecede] suficiente y eficazmente, y del mismo modo prepara suficiente y eficazmente[67]». Por otro lado, él pregunta si la «gracia cooperante» no funciona de manera similar; sin embargo, no da una respuesta para esto. Arminio argumenta, en esta cita contra Perkins, que la gracia preveniente de Dios ha colocado a los seres humanos en un lugar donde pueden responder positivamente a la salvación. Sólo después de que los humanos ejerzan su libre albedrío la gracia es finalmente efectiva o eficiente. Arminio señala que la gracia preveniente ha desempeñado suficientemente su papel, no dominando la libertad de la voluntad (como lo ve el calvinista), sino eliminando las debilidades de la voluntad adquiridas por el pecado[68], para que la voluntad sea capaz de aceptar las llamadas espirituales del Espíritu Santo. Como dicen Willen van Asselt y Paul Ables: «Gracia suficiente permite que alguien crea, pero es eficaz cuando alguien realmente cree.[69]».

De hecho, Arminio argumenta que si los humanos no responden en consonancia, Dios no debería ser considerado como culpable. Dios proveyó suficientemente los medios necesarios para la salvación, y eficazmente trabajó en el corazón humano, en el sentido de que la gracia preveniente liberó la voluntad y permitió al individuo creer. En consecuencia, Dios tiene derecho a exigir frutos espirituales y fe de los individuos, y a pedir cuentas a los que no dan fruto[70]. Arminio se refiere a cuatro textos bíblicos para apoyar su visión de que la gracia preveniente «no sólo es suficiente, sino también eficaz»[71]. La parábola de la viña de Isaías 5; el lamento de Jesús sobre Jerusalén de Mateo 23:37; la reprimenda contra los judíos por «resistir al Espíritu Santo» en Hechos 7:51; y la llamada a la puerta en Apocalipsis 3:21, demuestran en conjunto tres verdades esenciales: primero, Dios proveyó la gracia y los medios de salvación. En segundo lugar, Dios tiene una expectativa razonable de que los individuos responderán al llamado de Dios de manera positiva. En tercer lugar, esa ‘expectativa’ de Dios se basa en el hecho de que los humanos tienen suficiente capacidad, por medio de la gracia en su libertad de voluntad, para responder positivamente a la oferta de salvación. En resumen: Para Arminio, la suficiencia del libre albedrío no es el resultado de algún bien de la naturaleza, sino el resultado de la suficiente y efectiva obra del Espíritu Santo, a través de la gracia preveniente[72].

Finalmente, Arminio entiende que la gracia preveniente de Dios llama a cada ser humano pecador a la salvación «denotando un acto total y entero, constituido por todas sus partes, ya sean esenciales o integrales, las cuales son siempre necesarias para el propósito de ser capacitado y así responder al llamado divino[73]. «73] Por lo tanto, al comienzo de la conversión, el llamado de Dios a través de la predicación de la Palabra y la influencia del Espíritu Santo, no carecen de ningún elemento esencial y necesario para permitir a los pecadores depravados responder libre y espiritualmente a la fe. En otras palabras, por la gracia preveniente, todos los pecadores impotentes son suficiente y eficazmente capacitados para responder al Evangelio. Como resultado, el rechazo del llamado a la fe en Cristo no es el resultado de ninguna insuficiencia de la gracia preveniente o habilitante de Dios, sino que es atribuible a la naturaleza pecaminosa de los individuos.

Parece seguro concluir que, para Arminio, la gracia preveniente opera inevitablemente en el corazón humano. Los seres humanos no pueden evitar ser llamados y confrontados con la ley y el evangelio, por la predicación de la Palabra. No pueden evitar ser persuadidos internamente por las acciones del Espíritu Santo. Ellos, ni siquiera pueden detener la liberación inicial de su debilitada y corrompida libertad de voluntad, por la obra de la gracia preveniente. Por lo tanto, la concepción de Arminio de la gracia preveniente es monergista en el sentido de que la gracia capacitadora viene de Dios, da el primer paso y actúa suficiente y eficazmente en el corazón humano, creando un libre albedrío con la capacidad de responder libremente a la salvación.

La Operación Resistible

Sin embargo, los humanos son capaces de resistir a la acción de la gracia preveniente, y rechazar la aceptación del evangelio. En este caso, la gracia preveniente en la teología arminiana es resistible. Para Arminio, la gracia preveniente no produce una fe real y salvadora a menos que la voluntad humana esté de acuerdo con la invitación del Espíritu Santo. Arminio declaró que Dios «no utiliza una acción omnipotente e irresistible para generar fe en los hombres, sino una persuasión suave, adaptada para mover la voluntad del hombre en razón de su propia libertad; y por lo tanto, la causa total por la que este hombre cree, o no cree, es la voluntad de Dios y la libre elección del hombre»[74], declaró además:

Es inevitable que el libre albedrío concuerde en preservar la gracia concedida, auxiliado, eso sí, por la gracia subsiguiente; y siempre permanezca en el poder del libre albedrío el rechazar la gracia concedida, y rechazar la gracia subsiguiente; porque la gracia no es una acción omnipotente de Dios que no pueda ser resistida por el libre albedrío del hombre[75]. Denominada «cooperante» o «concomitante» [subsecuente o subsiguiente], sólo por la colaboración de la voluntad humana, que la gracia preveniente y operante produjo en la voluntad del hombre. Esta concurrencia no se niega a quienes se les aplica la gracia incitante [iniciadora], a menos que el hombre ofrezca resistencia a la gracia que lo incita.[76] 

Arminio dejó claro en estas declaraciones que para producir una fe y conversión reales, el libre albedrío del hombre, una vez que ha recibido la gracia divina, o ha sido liberado por el poder de la gracia preveniente (la operación o acción inevitable), debe estar de acuerdo, aceptar y cooperar con esta operación del Espíritu Santo (la operación resistible). Por esta razón, declaró que «aquellos que son obedientes a la vocación, o llamada de Dios, ceden libremente su consentimiento a la gracia; sin embargo, ellos son previamente estimulados, impulsados, atraídos y asistidos por la gracia; y en el exacto momento en el que ellos realmente están de acuerdo, ellos también poseen la capacidad de no estarlo»[77]. Como se discutirá más adelante, Arminio redujo esa cooperación a la aceptación o sumisión del libre albedrío a la gracia.

La resistencia no sólo destruye la producción real de la fe, sino que también invalida la restauración real del libre albedrío humano. Además, para Arminio, la continua resistencia a la gracia preveniente de Dios resulta inevitablemente en la perpetración de pecado contra el Espíritu Santo. Los seres humanos que «resisten la verdad divina, y en verdad evangélica, por causa del endurecimiento -aunque [ellos] sean tan dominados por el resplandor de la misma, que se tornen incapaces de alegar ignorancia como una excusa» para rechazar la «operación del Espíritu Santo… la convicción de la verdad… y la iluminación de la mente»[78]. En otras palabras, ellos han rechazado efectivamente la operación de la gracia preveniente. Según Arminio, este resultado es inesperado y accidental desde el punto de vista del propósito de Dios. Él afirmó: «El resultado accidental del llamamiento, y lo que no es en sí mismo la intención de Dios, es el rechazo de la palabra de gracia, el rechazo del consejo divino, la resistencia ofrecida al Espíritu Santo»[79]. Dios no desea que la persona rechace la gracia preveniente. Sin embargo, esto es posible porque el rechazo resulta de la corrupción de la voluntad humana. Aunque el libre albedrío sea ahora liberado, por el poder de la gracia preveniente, para responder positivamente a la salvación, permanecen aún las enfermedades que producen y hacen posible el rechazo de la gracia de Dios.

Al enfatizar que los humanos tienen la posibilidad de resistir la gracia de Dios, Arminio se separó completamente de la posición de Calvino, Beza y sus colegas de Leiden, acerca de cómo veía la gracia irresistible. Para Arminio, la gracia preveniente, aunque opera principalmente de manera monergística, e inevitable, en el corazón humano, liberando la voluntad de su corrupción y debilidades; esa gracia luego puede ser resistida por la misma voluntad liberada, y así impedir el surgimiento de la verdadera fe, el arrepentimiento y la conversión.

En resumen, la naturaleza inevitable y resistible de la gracia preveniente puede ser ilustrada usando los escritos de Arminio. En cuanto a la gracia preveniente, Arminio usó el lenguaje de «preparación», «llamar» y «abrir».  Él dijo claramente que «la gracia prepara la voluntad del hombre [seres humanos]» y posteriormente «llama a la puerta de nuestro corazón»[80]. Sin embargo, la preparación y la llamada no garantizan la apertura de la puerta, ni el dominio y la morada de la gracia divina en el corazón humano. Para Arminio, sin embargo, llamar a la puerta presupone la existencia de una voluntad liberada capaz de abrir la puerta. Citó a Belarmino explicando Apocalipsis 3:20: «Quien llama, sabiendo ciertamente que no hay nadie dentro que pueda abrir, llama en vano, no, es una tontería. Pero lejos de nosotros imaginar esto de Dios: Por lo tanto, cuando Dios llama, es seguro que el hombre puede abrir»[81].  Por consiguiente, para Arminio, mientras que la preparación y la llamada ocurren inevitablemente en el corazón humano, los seres humanos pueden resistir la operación de la gracia preveniente, resistiendo la apertura de la puerta. Como Stanglin y McCall dijeron: La gracia preveniente se origina «exclusivamente de Dios, fuera de nosotros (extra nos) en una forma monergística y, para tomar prestadas las imágenes de Apocalipsis 3:20, está a la puerta y llama»[82], pero yo añadiría que la aceptación de la gracia preveniente, o la apertura de la puerta, se produce de forma sinérgica, por la concordancia de la voluntad ya preparada y liberada por la gracia.

Antes de concluir nuestro análisis de la doble operación de la gracia preveniente, inevitable y resistente, es importante revisar un ejemplo en los escritos de Arminio en el que esta doble operación se evidencia claramente.

Gracia común

Hicks argumenta que Arminio no discutió ampliamente el concepto de gracia común, porque él dedicó minuciosamente su atención a la gracia salvífica[83]. Ciertamente, Arminio no prestó mucha atención, y apenas mencionó el concepto de gracia común en su obra teológica. Sin embargo, creo que no fue por falta de interés en la gracia común, que Arminio no dedicó tiempo y esfuerzo a esta importante categoría teológica de la teología reformada. Más bien, al revisar sus breves comentarios sobre la gracia común, está claro que él creía que no hay ninguna gracia que no sea salvífica, incluida la gracia común.

Como gracia salvífica, me gustaría sugerir que, para Arminio, la gracia común también funciona como gracia previniente [salvífica]. En una serie de preguntas retóricas a Perkins, Arminio sugiere que la gracia común, si se usa de la manera que propone Perkins, debe ser salvífica, o la justicia de Dios podría ser cuestionada[84]. Él intenta desafiar la distinción de Perkins entre la gracia común y la gracia salvífica, afirmando que con el «auxilio de la gracia común» si es aceptada por el «libre consentimiento» humano, la bendición ofrecida de la salvación podría ser recibida[85]. En mi opinión, esto efectivamente torna el concepto de gracia común equivalente al trabajo de la gracia preveniente en la teología de Arminio. Sugiero que esta fue la razón por la que no encontró razones convincentes para tratar la gracia común por separado de la gracia preveniente.

Sin embargo, el punto más interesante que quiero destacar aquí, en el contexto de la operación de gracia, es que Arminio, en su breve y raro tratamiento de la gracia común, proporcionó un ejemplo específico de su pensamiento sobre la inevitable y resistente operación de la gracia preveniente. Arminio aborda esta doble operación de gracia, no principalmente para demostrar la naturaleza de esta operación, sino porque quería neutralizar la afirmación de Perkins de que «al aceptar la ayuda de la gracia común», los seres humanos se eligen a sí mismos[86], resultando así ser «dignos de elección». Esto, por supuesto, Perkins lo consideraba una afrenta a la gloria de Dios. Arminio respondió: «Aunque un hombre, al aceptar la gracia [común] ofrecida, con la ayuda de la gracia común, se hiciese digno de ser elegido… aun así, como consecuencia, no se desprendería que la elección… pertenece al hombre»[87] En este contexto, Arminio mencionó la misma idea, considerando que «la gracia ofrecida al hombre es aceptada por él con la ayuda de la gracia»[88].

Esto ejemplificó con precisión la doble operación de la gracia preveniente, como inevitable y resistible, en los escritos de Arminio. Al enfatizar la operación de la gracia preveniente en la aceptación de la gracia, Arminio no sólo proporcionó un fuerte argumento contra la idea de que su posición causaba algún daño a la obra monergística de la gracia divina. En cambio, probablemente, e intencionalmente apoyó nuestro razonamiento de que la gracia preveniente (operación resistible) es aceptada por la operación de la gracia preveniente (operación inevitable). Así pues, parece seguro concluir que Arminio afirmó una doble operación de gracia; de lo contrario, la única conclusión razonable sería que, si la gracia preveniente no actúa primariamente de manera inevitable, el resultado es una anticipación ilógica e interminable de la gracia a la gracia, o en otras palabras, la afirmación de una voluntad libre y capaz del individuo antes de la primera operación resistible de la gracia preveniente.

Es importante en este punto, entender otras formas específicas en las que esta gracia opera en cada corazón humano.

La operación interna:

Como hemos visto, Arminio continuamente enfatizó en sus escritos que la gracia preveniente es, en un todo, la obra del Espíritu Santo en el corazón del pecador. En otros lugares de sus escritos, Arminio llamó la atención hacia la primacía de la operación interna de la gracia preveniente, en la obra del Espíritu Santo[89]. Para él «la causa principal es el Espíritu Santo, quien infunde en el hombre… al instigar la gracia, lo estimula, lo mueve e incita a segundos actos»[90]. En otras palabras, él explica: «por la persuasión interior del Espíritu Santo», la voluntad humana «se inclina a estar de acuerdo con las verdades que le son predicadas»[91].  Para Arminio, el Espíritu Santo es el Autor, y Ejecutor, de la gracia preveniente que internamente mueve a los humanos al conocimiento de Dios y de la salvación[92]. Él declaró que, aunque la causa efectiva de la gracia preveniente es Dios Padre en el Hijo, y en el Hijo siendo «designado por el Padre para ser el Mediador y Rey de su iglesia», es administrado «por el Espíritu» y «el Espíritu Santo… es él mismo su Ejecutor»[93]. Afirmó además que «el Espíritu Santo es el autor de esta luz, con la ayuda de la cual obtenemos una percepción y comprensión del significado divino de la Palabra». Por esta razón, el Espíritu Santo transmite la causa movilizadora interna de «la gracia, la misericordia y (la filantropía) el amor de Dios, nuestro Salvador, por todos… por lo cual Él está inclinado a libertar de la miseria [a los pecadores] y a transmitirles la felicidad eterna»[94].

Para Arminio, enfatizar la operación interna de la gracia preveniente fue fundamental para contrarrestar las acusaciones de pelagianismo en su contra. Arminio reconoció que Pelagio creía sólo en una operación externa de la gracia, y que ignoraba la operación necesaria, obligatoria y precedente de la obra interna del Espíritu Santo. Arminio dijo: «Porque Pelagio sostuvo que con la excepción de la predicación del Evangelio, ninguna gracia interna es necesaria para producir fe en la mente del hombre [ser humano][95]».  Arminio ciertamente estaba de acuerdo en que la predicación de la Palabra es una parte central de la operación de la gracia preveniente de Dios. Sin embargo, al igual que Agustín, Arminio quería dejar claro que la predicación de la Palabra no puede ser suficiente, y efectiva, sin la operación interna del Espíritu Santo. Por lo tanto, para él, limitar la gracia preveniente a la operación externa de la palabra predicada, hace que la gracia preveniente sea un llamado intelectual, de la Escritura, a una mente y voluntad humanas capaces; destruyendo así la necesidad de la anticipación de la gracia preveniente de Dios como un elemento interno, y pneumatológico, en la regeneración del corazón y la voluntad humana.

Arminio, sin embargo, quería mantener el equilibrio adecuado entre la operación interna y externa de la gracia de Dios a través de la obra del Espíritu Santo. Aunque la obra del Espíritu Santo precede a la palabra predicada, también es concomitante [simultánea] con la predicación del Evangelio. No se pueden separar en la experiencia, pero se debe presumir la operación precedente e interna del Espíritu Santo. Es importante ahora considerar las ideas de Arminio sobre la operación externa de la gracia preveniente, a través del instrumento de la predicación de la Palabra de Dios.

La operación externa:

En la obra de la salvación, Arminio apunta correctamente hacia la centralidad de la predicación de la Palabra. Para Arminio, mientras que la revelación ha hecho posible la certeza de la fe, esta revelación, contenida en la Palabra, es entregada a los seres humanos por la «Palabra predicada»[96]. La revelación de Dios, sobre su naturaleza y acciones, en las Escrituras, impide que la religión cristiana se convierta en una fabricación humana[97]. También impide a los creyentes adorar a Dios indebidamente, estableciendo la base de las Escrituras para la devoción a Dios, y especialmente a Cristo[98].  Toda esta información contenida en la revelación, se dirige a la mente y el entendimiento humanos, porque los seres humanos son «capaces del bien divino» y tienen implantado en sus corazones el deseo de «el gozo y el Bien Infinito, que es Dios»[99]. Es dentro de esta dinámica del Espíritu Santo, y del método más común de la predicación de la Palabra, que la gracia preveniente regenera a los creyentes, implantando en ellos la fe y la aceptación del mensaje de salvación.

Arminio, entonces, ve la dinámica del Espíritu y la Palabra en la predicación del Evangelio, como un testimonio interno del Espíritu Santo en la Palabra. En primer lugar, el «Espíritu Santo es el autor de esta luz, con la ayuda de la cual obtenemos una percepción y comprensión del significado divino de la Palabra, y es el Ejecutor de esta certeza, por la cual creemos que estos significados son verdaderamente divinos»[100]. En esta perspectiva, Arminio cree que la Palabra de Dios es el instrumento en las manos del Espíritu Santo, para producir la fe y la rendición de la voluntad humana a la voluntad de Dios. Él dice que «el instrumento es la palabra de Dios, que está comprendida en los libros sagrados de la Escritura; y [es] el instrumento producido y presentado por Él mismo (Espíritu Santo) e instruido en su verdad»[101]. Para Arminio, de manera notable, el poder de la palabra y la eficacia de la predicación del Evangelio, no reside en la Palabra misma, sino en la acción del Espíritu Santo en la presentación de la Palabra, así como en la iluminación de la mente durante la predicación de la Palabra. Es, dice Arminio, el Espíritu Santo [que] da a la palabra toda la fuerza que luego emplea, siendo ésta la gran eficacia con que es dotada y aplicada, a quienquiera que sea; sólo Él aconseja con su palabra, Él mismo convence dando el sentido divino a la Palabra, iluminando la mente como una lámpara, e inspirándola y sellándola con su propia acción inmediata[102]. También declara: «La asistencia del Espíritu Santo, por la cual auxilia en la predicación del evangelio, [es] el órgano o instrumento por el cual Él, el Espíritu Santo, acostumbra a ser efectivo en los corazones de los oyentes»[103].

Así, en el contexto de la gracia preveniente en la conversión, Arminio comprendió que las acciones del Espíritu Santo no se limitan a manejar el contenido de la Escritura, sino que ellas también están presentes en la aplicación de la Palabra viva en el corazón humano. En otras palabras, es a través de la operación interna y la iluminación del Espíritu, que acompañan a la predicación externa de la Palabra, que la gracia preveniente lleva a los seres humanos a aceptar la oferta de salvación.

Así, la gracia preveniente es especialmente concedida al corazón humano en el encuentro de la obra interna del Espíritu Santo, y en el oír de la palabra. Esto significa que aunque la gracia preveniente, como obra del Espíritu Santo en la mente humana, precede a la predicación del Evangelio, preparando a los oyentes para comprender y recibir el mensaje de salvación, actúa con más brillo e intensidad en el momento de la predicación, al enseñar la Sagrada Escritura. Picirilli llega a la misma conclusión. Afirma: «Aparentemente, esta gracia pre-regeneradora, es coexistente con el oír inteligente del evangelio»[104]. Si este es el caso, la predicación adquiere un papel central en la obra salvadora de Dios. Vale la pena señalar que este entendimiento de Arminio es consistente con Romanos 10:14-17. Curiosamente, Arminio citó este pasaje sólo seis veces, pero sólo una vez relacionado con la salvación. Usó este pasaje, entre otros, para explicar la vocación, que es el llamado de Dios a los seres humanos pecadores. Él dice:

«Definimos la vocación como el acto de la gracia de Dios, en Cristo, por el cual, a través de su palabra y su Espíritu, llama a los hombres pecadores, que son pasibles de condenación y puestos bajo el dominio del pecado, sacándolos de la condición de vida animal y de las contaminaciones y corrupciones de este mundo, (2 Tim. 1:9; Mat. 11:28; 1 Pe. 2: 9,10; Gal. 1:4; 2 Pe. 2: 20; Rom. 10: 13-15; 1 Pe. 3:19; Génesis 6:3) a la comunión de Jesucristo, y de su reino, y sus beneficios; para que, estando unidos a Él como Cabeza, obtengan de Él vida, (sensum) la sensación, el movimiento y la plenitud de toda bendición espiritual, para la gloria de Dios y su propia salvación. (1 Cor. 1:9; Gál. 2:20; Ef. 1:3,6; 2 Tes. 2:13,14).»[105]

Por lo tanto, es seguro concluir que para Arminio el llamado ocurre cuando la palabra de Dios es predicada[106]. El llamado, como obra simultánea de la operación interna del Espíritu Santo que torna eficaz la operación externa de la palabra, es por lo tanto una parte esencial de la gracia preveniente. En conclusión, según Arminio, esta llamada se da después de la capacidad de responder al Evangelio, habiendo sido posibilitada por la gracia preveniente.

Antes de concluir esta sección sobre la operación externa de la gracia preveniente, es importante notar la parte que le corresponde a la Iglesia. Debido a sus preocupaciones pastorales, y a su comprensión del papel de la Iglesia, Arminio también creía que la Iglesia, como cuerpo de Cristo, tiene un papel central en la predicación de la verdad divina y en la llamada a la salvación. Ciertamente, Arminio evitó cuidadosamente dar a la Iglesia un papel tan prominente en esta obra, ya que habría colocado a la Iglesia por encima de las Escrituras[107]; sin embargo, entendió que «si cualquier acto de la Iglesia tiene lugar aquí, es porque ella se dedica a la predicación sincera de esa palabra, por la cual actúa diligentemente para promover su difusión»[108] En otras palabras, para Arminio, mientras la Iglesia predica el Evangelio, el Espíritu Santo aplica la Palabra al corazón del hombre, restaurándole la capacidad de ejercer su libre albedrío, y de responder positivamente a las acciones de Dios para la salvación en su nombre. Sería útil concluir esta sección con las propias palabras de Arminio. La siguiente cita muestra cuán estrechamente Arminio relacionó la operación, interna y externa, de la gracia preveniente: «la persuasión es administrada exteriormente por la predicación de la palabra, interiormente por la operación, o mejor dicho, por la cooperación del Espíritu Santo, orientada a este fin, para que la palabra sea entendida y comprendida con certeza de fe.»[109]

 

Resumen y conclusión:

En este capítulo, he analizado la teología de la gracia preveniente de Arminio, específicamente su naturaleza, contenido, definición y funcionamiento. Me parece evidente que la doctrina de la gracia preveniente no es una idea secundaria en Arminio, sino un tema central que impregna todos los aspectos de su doctrina de la gracia.

Aquí hay un resumen con algunas implicaciones de los resultados de mi estudio: Arminio creía que la gracia es la inmerecida misericordia divina para los miserables pecadores, así como la participación activa del Espíritu Santo en las vidas de los seres humanos, conduciéndolos a la salvación. Aunque la gracia no puede ser dividida en su esencia, es apropiado hablar de los diferentes efectos, o modos, de la gracia[110]. Uno de los efectos de la gracia, es la gracia preveniente, que Arminio definió como la gracia divina que, a través de la obra del Espíritu Santo, restaura la libertad de la voluntad humana para capacitar a los seres humanos a aceptar la oferta de salvación, y la invitación a creer y tener fe en Cristo como Salvador y Señor.

La gracia preveniente es fundamental para Arminio, porque él comprendió que los hombres están en una condición de depravación total y, por lo tanto, son incapaces de practicar un verdadero bien espiritual. La naturaleza humana corrupta es incapaz de escuchar y recibir el Evangelio de la salvación, y los seres humanos son incapaces de someter sus voluntades y vidas a la voluntad de Dios. Arminio creía que, en esta condición desesperada, la solución no era una manifestación avasalladora de la gracia divina que lleva irresistiblemente a los hombres a una relación con Dios. En su lugar, para él, la gracia preveniente restaura la capacidad de los seres humanos de desear recibir la salvación, no como rocas o trozos de madera inertes, sino como participantes dispuestos a aceptar la obra de Cristo realizada a su favor.

Esta idea de Arminio tuvo grandes implicaciones para la Reforma Protestante en general, y la tradición Reformada en particular. Arminio quería corregir la comprensión, de la tradición reformada, del papel de los seres humanos en la salvación. Quería preservar la visión monergista y soberana de la obra de redención de Dios, y al mismo tiempo reconocer la declaración bíblica de que los seres humanos participan en la aceptación de la invitación divina a la salvación. El uso del concepto de la gracia preveniente le ayudó a mantener la acción monergística de Dios, que siempre viene antes de las acciones humanas, y la participación sinérgica de los individuos en la aceptación de la salvación.

Por esta razón, de acuerdo con Arminio, la gracia preveniente opera en el corazón del hombre, principalmente como una acción monergística de Dios en dirección a los seres humanos. La gracia preveniente actúa inevitablemente en los individuos para restaurar, y así restablecer, la libertad de la voluntad de su naturaleza oscura y corrupta. Esto resulta en una capacidad liberada, y la restauración de la voluntad para poder evaluar y aceptar la oferta divina de salvación. Obviamente, los seres humanos no tienen participación en esta acción, ya que es un regalo divino totalmente gratuito de Dios. De esta manera, el concepto de la gracia preveniente ayudó a Arminio a abrazar la comprensión reformada de la obra monergística y soberana de salvación de Dios y, al mismo tiempo, a destruir la comprensión pelagiana y semipelagiana (o neopelagiana) de una voluntad inmaculada capaz de responder o iniciar la salvación.

Sin embargo, Arminio no quería limitar su comprensión de la operación de la gracia preveniente, a una acción inevitable. Añadió una nueva capa de comprensión a la idea, afirmando que la gracia preveniente podría ser resistida por la voluntad liberada de los seres humanos. En este caso, Arminio lo consideró una operación resistible de la gracia preveniente de Dios. Debido a que la gracia preveniente precedió a la voluntad humana, y la liberó de la esclavitud del pecado y la corrupción, los seres humanos son capaces de rechazar la persuasión bondadosa de Dios, o aceptar la invitación de la oferta de salvación. Por un lado, Arminio dejó claro que la aceptación de la gracia preveniente es posible gracias al trabajo de esa misma gracia que restauró o liberó la voluntad humana. Obviamente, para Arminio, esto no significa que la voluntad humana tenga una participación meritoria en la salvación. Por otro lado, Arminio consideró que el rechazo es una acción que se corresponde a la corrupción de la voluntad humana que siempre está latente. De esta manera, Arminio corrigió el entendimiento Reformado de una obra de gracia irresistible sin competencia humana. En resumen, debido a la gracia preveniente, Arminio pudo afirmar consistentemente que la salvación pertenece sólo al Señor, mientras que al mismo tiempo le concedió un papel a la voluntad humana en la aceptación de la salvación.

Después de examinar el funcionamiento de la gracia preveniente con respecto a la relación Dios-hombre, este capítulo también examinó el funcionamiento de la gracia preveniente en relación con el agente-instrumento. El agente operativo de la gracia preveniente es el Espíritu Santo, mientras que el instrumento de la Palabra de Dios es la predicación de la Iglesia. Por la gracia preveniente, el Espíritu Santo actúa interiormente en el corazón humano, preparando, liberando y capacitando a la mente y voluntad humanas, para entender, y recibir de Cristo la salvación. La gracia preveniente, para Arminio, es altamente pneumatológica. El papel del Espíritu Santo en una relación personal, interna y bondadosa con los individuos, caracteriza todos los aspectos de la comprensión de Arminio de la gracia preveniente.

En la obra de la gracia preveniente, el Espíritu Santo no limita su trabajo a la capacitación interna de la voluntad, y a la iluminación de la mente. Él utiliza el instrumento externo de la Sagrada Escritura, por la predicación de la palabra. Mientras la Iglesia y sus ministros predican el Evangelio, el Espíritu Santo está en consonancia con la palabra que ilumina el alma y realiza el llamado divino a la salvación. Yo no creo que Arminio haya limitado el trabajo de la gracia preveniente al momento en que la predicación y la enseñanza de la palabra están ocurriendo, como afirma Picirilli. Sin embargo, estoy de acuerdo con Picirilli, en que en el encuentro de la predicación del Evangelio y la acción interior del Espíritu Santo, la gracia preveniente actúa de forma más radical y eficaz en la llamada a la salvación. Por lo tanto, es seguro concluir que, para Arminio, la predicación de la palabra es el instrumento externo común de la gracia preveniente, que invita a los seres humanos a una relación salvífica con Dios.

Fuente: The Doctrine of Prevenient Grace in the Theology of Jacobus Arminius, pgs, 154-199 Por Abner F. Hernandez.

Traducción: Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos – 2020

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[1] Wesley, Juan. ¿Qué es un arminiano? Obras de John Wesley, Tomo VIII. Heritage Fundation.

[2] Ver, por ejemplo, R. Olson, Arminian Theology, 141-146; Bangs, Arminio, 337-340; James Meeuwsen, Arminianismo original y Arminianismo metodista comparado; The Reformed Review, vol. 14, n. 1 (septiembre de 1960): 21–23.

[3] William Cunningham, Teología histórica: un análisis de los debates de las principales doctrinas en la Iglesia cristiana, desde la era apostólica. (Edimburgo: T & T Clark, 1863), 2:389.

[4] R. C. Sproul, Willing to Believe: The Controversy over Free Will (Grand Rapids, MI: Baker Books, 1997), 128.

[5] Pub. Disp. VII, em Works 2, 156.

[6] Pub. Disp. XI, em Works 2, 192.

[7] Pub. Disp., VII, em Works 2, 157

[8] Rom. VII., em Works 2, 653.

[9] Pub. Disp. XI, em Works 2,193

[10] Pub. Disp., VII, em Works 2,156.

[11] Pub. Disp. XI, em Works 2,192

[12] Art. XVII, em Works 2,721.

[13] Pub. Disp. XI, em Works 2,193.

[14]  Ibid, 2, 194.

[15] Pub. Disp., VII, em Works 2,156–157.

[16] Arminio afirma claramente la condición desesperada de la humanidad, mientras que al mismo tiempo señala la solución en Cristo. Dice, «con estos males permanecerán oprimidos para siempre, a menos que sean liberados por Cristo Jesús». Pub. Disp., VII, en Works 2,157.

[17] Arthur C. Cochrane, ed., Reformed Confessions of the Sixteenth Century (Louisville, KY: Westminster John Knox, 2013), 198.

[18] Pub. Disp., VII, em Works 2,192.

[19] Armínio, Declaration of Sentiments, En Gunter, Arminius and His Declaration, 140.

[20] Pub. Disp., VI, em Works, 2,131.

[21] Ibíd.

[22] Ibíd.

[23] Arminio, Declaration of Sentiments, En Gunter, Arminius and His Declaration, 140.

[24] Ibíd., 141.

[25] Arminio, Declaration of Sentiments, En Gunter, Arminius and His Declaration, 140.

[26] Ibíd.

[27] Frederic Platt, “Arminianismo” en Encyclopedia of Religion and Ethics, ed. J. Hasting (New York: Charles Scribner’s Sons, 1908), 1,810.

[28] Howard Slaatte, The Arminian Arm of Theology: The Theologies of John Fletcher, First Methodist Theologian, and his Precursor, James Arminius (Washington, D.C.: University Press of America, 1978), 54.

[29] Hicks, “Theology of Grace in . . . Jacobus Arminius,” 50.

[30] Bangs, Arminius, 343.

[31] Clarke, The Ground of Election, 77.

[32] Mark A. Ellis, “Doutrina do Pecado Original de Simon Episcopius,” (PhD diss., Dallas Theological Seminary, 2002), 108.

[33] Apology., Article VIII, en Works 1:763–764.

[34] Ibíd. 1,764.

[35] P. G. W. Glare, Oxford Latin Dictionary (Nueva York: Oxford University Press, 1982), 904 – 905. Arminio usaba comúnmente la palabra infundir, ver, por ejemplo, Opera, 122, 145.

[36] Tomás de Aquino, Comentario sobre el Evangelio de Juan, vol. 1, capítulos 1 a 8, trad. Fabian R. Larcher, O.P., ed. The Aquinas Institute (Lander, WY: The Aquinas Institue, 2013), 110-113; Tomás de Aquino, Comentario sobre el Evangelio de Juan, vol. 3 Capítulos 13–21, trad. Fabian Larcher, O.P. y James A. Weisheipl, O.P. (Washington, DC: The Catholic University of America Press, 2010), pp. 70-74; 85-88. Ver también: Gilles Emery, O.P., «El Espíritu Santo en los comentarios de Tomás de Aquino sobre Romanos», en Leyendo Romanos con Santo Tomás de Aquino, ed. Matthew Levering y Michael Dauphinais (Washington, DC: The Catholic University of America Press, 2012), pp. 127-162.

[37] Armínio, Declaration of Sentiments, En Gunter, Arminius and His Declaration, 141.

[38] Apology, Article XVI, em Works 2, 18. Ver también  Priv. Disp, 70, en Works 2, 451. 

[39] Ibíd. Él dice: “A menos que un hombre distinga correctamente cada una de estas [las diferentes categorías de gracia] y utilice las palabras que corresponden a esas distinciones, necesariamente tropezará, y hará que otros tropiecen… está claro que con precaución la gente debe hablar sobre asuntos con los que pueden tropezar hacia herejía, o sospecha de herejía, con cierta facilidad”.

[40] Priv. Disp., LXX, em Works, 2:451

[41] Ver  Apology, Article IV, en Works, 2,749; Quest. VIII, em Works, 2,68; Pub. Disp., XI, en Works, 2,196; Priv. Disp., LXX, en Works, 2,451; Priv. Disp., LXXII, en Works 2,454; Rom. VII., en Works 2,544; Art. XV, en Works 2,718; Art. XIX, en Works, 2,724; Perkins Exam., em Works 3,472.

[42] Pub. Disp., XI, em Works 2,196.

[43] Art. XIX, en Works 2,724.

[44]Priv. Disp., LXXII, en Works 2,454.

[45] Rom. VII, em Works 2,588.

[46] Rom. VII, em Works 2,520.

[47] Ibíd. 2,588.

[48] Ibíd., 2,588; Arminio dice claramente: «La fe evangélica es un asentimiento de la mente, producido por el Espíritu Santo, a través del evangelio, en los pecadores, que por la ley conocen y reconocen sus pecados y se arrepienten de ellos», Priv. Disp. XLIV, en Obras, 2: 400.

[49] «La persuasión es administrada externamente por la predicación de la palabra, internamente por la operación… del Espíritu Santo», Perkins Exam., em Works 3,315.

[50] Arminio, Declaration of Sentiments, em Gunter, Arminius and His Declaration, 140;  vea Decl. Sent., em Works, 1:659–660.

[51] Apology, Article XIX, Works 2,24.

[52] Apology, Article XIX, Works 2,23.

[53] Apology, Article XIX, Works 2,24

[54] Pub. Disp., XI, em Works 2,193.

[55] Pub. Disp., XV, em Works 2,228.

[56] Pub. Disp., XVI, em Works 2,233.

[57] Pub. Disp., XVI, en Works 2,234.

[58] Pub. Disp., XVI, en Works 2,234.

[59] Arminio, Declaration of Sentiments, em Gunter, Arminius and His Declaration, 141; Decl. Sent., en Works, 1,664.

[60] Ibíd.

[61]Quia gratia non est omnipotents actio Dei, cui resisti a libero hominis arbitrio non possit.” In Opera, p. 768; Perkins Exam., in Works, 3,470.

[62] Art. Article XVII, en Works, 2:722.

[63] Arminio, Declaration of Sentiments, en Gunter, Arminius and His Declaration, 121.

[64] Art. XVII, en Works 2,722

[65] Apology, Article XVII, en Works 2,19

[66] Perkins Exam., en Work  3,472.

[67]Perkins Exam., em Work 3,472.

[68] «Es parte de la gracia no retirar, sino corregir la naturaleza misma, dondequiera que se haya vuelto defectuosa», Perkins Exam., en Works 3, 474.

[69] Willen J. van Asselt and Paul H.A.M. Ables, “O século XVII,” en Handbook of the Dutch Church, ed. Herman Selderhuis (Göttingen: Vandenhoeck &Ruprecht, 2015), 301.

[70] Ver Perkins Exam., en Works 3, 474–481.

[71] Ibíd. 3,479.

[72] Para Arminio, toda la cuestión de la suficiencia y eficacia de la gracia se relaciona con la Justicia de Dios. Dios espera que los seres humanos respondan positivamente a la salvación de Dios porque tienen “suficiente poder” a su “disposición” para actuar. Si Dios exige obediencia a la ley y una vida de fe, es porque Dios ha dado suficiente poder para realizar tales acciones, de lo contrario la justicia de Dios se vería comprometida. Arminio nos asegura que “la razón por la que Dios puede exponer justamente a los que no dan fruto es que tuvieron suficiente gracia para hacerlo, pero la rechazaron”. Arminio sostiene además que “parece correcto concluir que Dios no puede exigir fruto a aquellos de quienes Él, a pesar de su propio abandono, negó el poder necesario para producirlo… y si quiere exigir el acto, está obligado a restaurar la gracia, sin la cual el acto no puede ocurrir. Perkins Exam., en Works, 3, 476, 478-481.

[73] Pub. Disp., XVI, en Works 2, 230.

[74] Perkins Exam., en Works, 3, 454. Vea también R. Olson, Arminian Theology, 185. Otra traducción ligeramente diferente dice: «Él determinó salvar a los creyentes por gracia; es decir, por una suave y apacible persuasión, conveniente o adaptada a su libre albedrío, no por un acto o movimiento omnipotente, que no estaría sujeto a su voluntad, ni a su capacidad de resistencia de voluntad».

[75] Perkins Exam., en Works, 3, 470

[76] Priv. Disp. LXX, en Works, 2, 171.

[77] Art. Article XVII, en Works, 2, 722.

[78] Pub. Disp., VII, Works, 2, 161.

[79] Pub. Disp., XVI, Works, 2, 235.

[80] Rom. VII, en Works, 2, 632.

[81] Perkins Exam., en Works, 3, 481

[82] Stanglin e McCall, Theologian of Grace, 152

[83] Hicks, “Teologia da Graça em. . . Jacó Armínio, 42, 45.

[84] Para Arminio, la idea de Perkins de que el rechazo de la gracia común es una causa digna de condena, distorsiona el carácter de Dios. Arminio argumentó que si el rechazo de la gracia común implica condenación, la aceptación de la gracia común necesariamente debe conducir a la salvación

[85] Perkins Exam., en Works, 3, 445.

[86] Perkins Exam., en Works, 3, 444. La traducción de 1853, traduce estas palabras de Perkins como: “Incluso un hombre, aceptando la gracia común, a través de la ayuda de la gracia común, se hace digno de la elección”. Works-II, 3, 481.

[87] Perkins Exam., en Works, 3, 444.

[88] Ibíd., 3:445.

[89] Ver, por ejemplo, Orat. 2., en Works, 1:356–357; Orat. 3., en Works, 1:383, 397–401; Pub. Disp., I, en Works, 2:90; Pub. Disp., en Works, 2:94; Pub. Disp., III, en Works, 2:111; Pub. Disp., VIII, en Works, 2:161; Pub. Disp., XIV, en Works, 2:213; PrivDisp., VIII, en Works, 2:328; Perkins Exam., en Works, 3:315.

[90] Priv. Disp., LXXII, en Works, 2, 454.

[91] Apology, Article VIII, en Works, 1:765; Perkins Exam., en Works-II, 3:324; vea también Works 3:315.

[92] Priv. Disp., XLII, en Works, 2:395–396.

[93] Pub. Disp. XVI, en Works, 2:232.

[94] Pub. Disp. XVI, en Works, 2:232.

[95] Quest. V, en Works, 2:66; vea también  Rom. VII., en Works, 2:630.

[96] Orat. 1., en Works, 1, 381.

[97] Orat. 1., en Works, 1,380.

[98] Ibíd.1, 380–381.

[99] Ibíd., 1,380.

[100] Orat. 1., in Works, 1, 397–398.

[101] Orat. 3., in Works, 1, 400.

[102] Ibíd.

[103] Apology, Article VIII, en Works-II, 1:300; vea también Apology, Article VIII, en Works, 1:764.

[104] Picirilli, Grace, Faith, Free Will, 158.

[105] Pub. Disp., XVI, en Works, 2, 232.

[106] Vea, Stanglin, Assurance of Salvation, 93–94.

[107] Orat. 3., en Works, 1, 395–396

[108] Orat. 3., en Works, 1:400.

[109] Perkins Exam., en Works, 3, 315.

[110] Vea también Junius Conf., in Works, 3:134, 168.

Introducción a la teología Arminio-Wesleyana – Capítulo 2

Teologia de Arminio y de Wesley

CAPÍTULO 02

Elección condicional

Teologia de Arminio y de Wesley

 

Autor: Vinicius Couto, es pastor de la Iglesia del Nazareno en MG. Egresado de la Facultad Nazarena del Brasil. Maestría en Ciencias de la Religión, Seminario Nazareno de las Américas de Costa Rica.

Traducción:  Gabriel Edgardo LlugdarDiarios de Avivamientos 2020 – sin fines comerciales.

 

La discusión teológica sobre los puntos calvinistas y arminianos no se limita a la predestinación y el libre albedrío. De hecho, estos dos postulados forman parte de dos sistemas soteriológicos que se oponen en prácticamente todas sus cuestiones.

El calvinismo, por ejemplo, tiene su propio sistema ensamblado en un razonamiento lógico, conocido por el acróstico, del inglés TULIP, a saber: depravación total, elección incondicional, expiación limitada, gracia irresistible y perseverancia de los santos. Estos puntos fueron respuestas a los artículos de los remonstrantes, seguidores de Arminio, quienes protestaron contra las ideas calvinistas en cinco observaciones, que podemos resumir de la siguiente manera:

 1) depravación total,

 2) elección condicional,

3) expiación ilimitada,

4) gracia preventiva

5) perseverancia condicional.

Nuestro propósito es estudiar cada uno de los axiomas soteriológicos antes mencionados, de acuerdo con la perspectiva arminiana. Con este fin, ahora dividiremos nuestro estudio en cinco etapas, para abordar cada uno de estos puntos con mayor precisión. Además, elegiremos seguir nuestro razonamiento en el mismo orden que los artículos de la Remonstrancia (manifiesto arminiano), con el objetivo de un uso más didáctico.

 

2.1 Artículo I – Remonstrancia

«Que Dios, por un eterno e inmutable plan en Jesucristo, su Hijo, antes de que se establecieran los cimientos del mundo, determinó salvar de entre la raza humana que había caído en pecado -en Cristo, por Cristo y por medio de Cristo- a aquellos que, por la gracia del Espíritu Santo, creyesen en su Hijo y que, por la misma gracia, perseverasen en la misma fe y obediencia de fe hasta el final; y, por otro lado, dejar bajo el pecado y la ira a los contumaces e incrédulos, condenándolos como ajenos a Cristo, según la palabra del Evangelio de Juan 3:36[1] y otros pasajes de las Escrituras».

 

2.2 Predestinación

 

Para que el sistema calvinista alcance su lógica, tiene su puntapié inicial en los decretos divinos, a través de los cuales la predestinación se encuentra subordinada. Best, un teólogo calvinista, define un decreto como ‘una determinación u orden de alguien que tiene autoridad suprema’. Además, subraya que ‘el propósito de Dios se funda en la soberanía absoluta, ordenada por la sabiduría infinita, ratificada por la omnipotencia y cimentada por la inmutabilidad[2]. Strong conceptualiza los decretos divinos como ‘el plan eterno por el cual Dios ha asegurado todos los eventos pasados, presentes y futuros del universo[3]. Charles Hodge añade que tales decretos son eternos, inmutables, libres, infaliblemente efectivos, y se relacionan con todos los eventos, pudiendo ser reducidos a un propósito divino, más allá de tener como objetivo central glorificar a Dios[4].

Históricamente hablando, Teodoro de Beza (1519-1605), así como otros teólogos calvinistas, comenzaron a especular sobre el “orden de los decretos divinos”[5]. Aunque estos decretos eran simultáneos y eternos (pues Dios no está limitado al pasado, presente o futuro, estando todas las cosas eternamente presentes en el plano espiritual), ¿cuál sería el orden de los decretos? ¿Habría decretado Dios primero la creación del mundo o la doble predestinación?

A través de estas conjeturas, se empezaron a deducir otros puntos calvinistas mediante el uso de la lógica: si Dios decretó a los elegidos y a los réprobos (antes, durante o después de la fundación del mundo), entonces no tendría sentido que Cristo muriera por los réprobos; los elegidos, a su vez, no podrían resistir la gracia de Dios, puesto que ya estaban predestinados por los eternos decretos de Dios; finalmente, alguien que ha tenido su salvación decretada desde la eternidad, ¿cómo la perdería? Por lo tanto, una vez salvo, salvo para siempre.

La discusión sobre cuándo ocurrió el decreto de predestinación tuvo dos vertientes, la primera de las cuales es el supralapsarianismo, en el que “supra” se refiere a algo anterior; y “lapsarianismo” a un lapsus o caída. El supralapsarianismo, por lo tanto, se trata de “algo antes de la caída”, es decir, la elección como el primero de los decretos de Dios.

Olson explica que, ‘teológicamente, el supralapsarismo es una forma de ordenar los decretos divinos, de tal manera que la decisión y el decreto de Dios en relación con la predestinación de los seres humanos, al cielo o al infierno, antecede a sus decretos para crear seres humanos y permitir la caída[6], cuya secuencia de los decretos sería: 1) predestinación a la salvación o castigo eterno, 2) creación, 3) permiso para la caída (o determinación de la caída según otros) 4) el medio de salvación en Cristo y 5) la aplicación de la salvación a los elegidos.

Otros calvinistas, sin embargo, no estuvieron de acuerdo con este orden, y conjeturaron los decretos en otra secuencia, constituyendo la segunda vertiente lapsariana. Ellos, a su vez, se conocieron como infralapsarios. Se sigue el mismo razonamiento: “infra” para más tarde o después, y “lapsarianismo” para la caída. De esta manera, ellos pusieron el decreto de predestinación después de la caída de Adán.

Por el contrario, la concepción de los decretos divinos sufre un cambio completo en la comprensión de los teólogos arminianos. La diferencia, sin embargo, no choca inmediatamente con las teorías lapsarianas, sino con la relación entre la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre; como podemos ver en las palabras de Russel E. Joiner:

Los decretos divinos son su plan eterno que, en virtud de sus características, forma parte de un solo plan, que es inmutable y eterno (Ef 3:11; Stg 1:17). Son independientes y no pueden ser condicionados de ninguna manera (Salmo 135:6). Tienen que ver con las acciones de Dios y no con su naturaleza (Rom 3:26). Dentro de estos decretos, están las acciones practicadas por Dios, de las cuales Él, aunque permite que sucedan, no es responsable. Basándose en esta distinción, se puede concluir que Dios no es ni el autor del mal… ni la causa del pecado.[7]

Esta diferencia es explicada mejor por el teólogo metodista, Samuel Wakefield. Él describe los decretos como ‘los propósitos de Dios o su determinación con respecto a sus criaturas’, y los reconoce como eternos, libres e inmutables; pero hace una distinción interesante: él clasifica los decretos como absolutos y condicionales. Los primeros son aquellos que ‘se relacionan con los eventos de la administración divina que no dependen de las acciones libres de las criaturas morales’. Los condicionales son ‘aquellos en los que Dios respeta las acciones libres de sus criaturas morales’. Él cita el arrepentimiento, la fe y la obediencia como ejemplos de estas condiciones para la salvación del hombre[8].

 

2.3 Objeciones a la predestinación

Solano Portela definió la predestinación como ‘el aspecto de la pre-ordenación de Dios, a través del cual se considera que la salvación del creyente se efectúa de acuerdo con la voluntad de Dios, quien lo llamó y lo eligió en Cristo, para la vida eterna, siendo su aceptación VOLUNTARIA de la persona y del sacrificio de Cristo, una CONSECUENCIA de esta elección y de la obra del Espíritu Santo, que efectúa esta elección, tocando su corazón y abriendo sus ojos a las cosas espirituales[9].

A pesar del esfuerzo de Portela por subrayar la voluntariedad de la aceptación por parte del hombre de la persona del salvador, y de su acto salvífico por parte del pecador arrepentido, y por subrayar que esta aceptación es una consecuencia de la elección; la doctrina de la elección incondicional sigue siendo, en otras palabras, una coercitividad divina operada a través de una gracia supuestamente irresistible -por no decir imperativa- decretada desde la eternidad.

La doctrina de la predestinación no es simplemente, como dice Portela, ‘una de las más difíciles de abordar[10], sino una de las más bíblicamente distorsionadas, ya que termina, como observa Wynkoop, haciendo del decreto divino la causa primaria de la salvación, mientras que la muerte de Cristo se convierte en una causa secundaria y subsidiaria, no absolutamente esencial para la salvación, sino un eslabón en una cadena predeterminada de acontecimientos. Es como si el sacrificio de Cristo fuera un evento para cumplir con el cuadro (decreto), y no un acto de gracia de un Dios cuya esencia es el amor.

Muchas son las objeciones a la doctrina de la predestinación, y vale la pena considerar las principales observaciones; comenzando con Arminio, quien rechazó el concepto supralapsariano de los decretos de Dios por cuatro razones:

1) No estaba respaldado por las Escrituras: los conceptos deterministas del supralapsarianismo convierten a Dios en un tirano que hace acepción de personas. Estos conceptos están más basados en una teología lógica y filosófica de los teólogos calvinistas, a quienes Olson llama calvinistas escolásticos[11], que en la misma Palabra de Dios.

En uno de sus artículos, Arminio declaró que ‘la regla de la verdad teológica no debe ser dividida en primaria y secundaria; es una y simple: las Sagradas Escrituras’. Para él, ‘ningún escrito compuesto por hombres, ya sea uno, algunos o muchos individuos, con la excepción de las Sagradas Escrituras […] está […] exento de un examen que debe ser instituido por las Escrituras, ya que son la regla de toda verdad divina, de sí mismas, en sí mismas, y por sí mismas’. Por lo tanto, ‘es tiranía y papismo controlar las mentes de los hombres con escritos humanos, e impedir que sean legítimamente examinados, sea cual fuere la excusa que se adopte para tal conducta tiránica[12].

2) No había sido apoyado por cristianos doctos y responsables durante mil quinientos años, y nunca había sido aceptado por toda la Iglesia: Wyncoop dice que en 1589, un laico educado, llamado Koornheert, de Holanda, levantó ‘una tormenta en los círculos teológicos por sus disertaciones y escritos en refutación de la teoría supralapsaria de los decretos divinos[13]. El argumento de Koornheert era que la enseñanza supralapsariana de Beza hacía a Dios la causa y el autor del pecado. La brillante y controvertida exposición de Koornheert atrajo un número creciente de oyentes, y se temía que su pensamiento socavara la estructura total del calvinismo, así como la estabilidad política de los Países Bajos. Parecía que ningún ministro era capaz de refutarlo, así que se le confió a Arminio esta tarea. ‘Es significativo que el tremendo descontento generado por la posición de Calvino y Beza haya llevado a un lego a hacer tal cosa[14].

Arminio comenzó entonces una seria revisión de la doctrina de la predestinación, particularmente en la Epístola a los Romanos. Se centró en el capítulo 9, el baluarte calvinista de su dogma. Sin embargo, cuanto más profundizaba Arminio, más convencido estaba por su investigación de que la enseñanza de Pablo se oponía a la clase de predestinación que enseñaba Beza. Aunque Arminio no había abandonado su creencia en la predestinación divina, en sus revisiones se dio cuenta de que los judíos creían que estaban divinamente predestinados a ser salvados y que nada podía cambiar este acto. Sin embargo, la Epístola a los Romanos fue escrita precisamente para mostrar la distinción entre la soberanía histórica absoluta y las condiciones de la salvación personal, que siempre es por la fe, y no por decretos[15].

Arminio leyó los escritos de los Padres de la Iglesia. Investigó y compiló evidencia que demostraba que ningún Padre confiable, es decir, creíble, había enseñado los criterios de Beza. También descubrió que la doble predestinación de Calvino nunca había sido oficialmente aceptada por la iglesia. ‘Para su sorpresa, descubrió que el mismo Agustín, no solo antes de la controversia con Pelagio, sino principalmente después, había enseñado la completa responsabilidad moral[16].

3) Dios se convertía en el autor del pecado: Veamos a continuación las propias palabras de Arminio sobre este cuestionamiento:

De todas las blasfemias que se pueden pronunciar contra Dios, la más ofensiva es la que lo declara autor del pecado; el peso de esta imputación aumenta seriamente si se añade que, según esta perspectiva, Dios es el autor del pecado cometido por la criatura, para poder condenarlo y arrojarlo a la perdición eterna que le había destinado de antemano, sin tener ninguna relación con el pecado. Porque de esta manera ‘Él sería la causa de la iniquidad del hombre para poder infligir el sufrimiento eterno’… Nada imputará tal blasfemia a Dios, a quien todos conciben como bueno… No puede atribuirse a ninguno de los doctores de la Iglesia Reformada que ellos ‘declaren abiertamente a Dios como el autor del pecado’… Sin embargo, es probable que alguien pueda, por ignorancia, enseñar algo de lo cual fuera posible, como claro resultado, deducir que por esa doctrina Dios sea declarado el autor del pecado. Si ese es el caso, entonces… (los doctores) deben ser amonestados a abandonar y despreciar la doctrina de la que se ha sacado tal inferencia[17].

4) El decreto de elección se había aplicado al hombre aún no creado: objetivamente hablando, si Dios había decretado la elección antes de la caída del hombre, entonces ‘la caída del hombre había sido deseada por Él[18]. ¡Así que Dios tendría que ser el autor del pecado! Laurence Vance explica que, según este sistema, ‘Dios primeramente decidió elegir a algunos hombres para el cielo y reprobar a otros hombres para el infierno, de manera que al crearlos él los hizo caer, usando a Adán como chivo expiatorio, para que pareciera que Dios era misericordioso al enviar a los ‘elegidos’ al cielo y justo al enviar a los ‘reprobados’ al infierno. Él también explica que “la característica distintiva de este esquema es su decreto positivo de reprobación. La reprobación es la condenación deliberada y predeterminada de millones de almas al infierno, como resultado del soberano beneplácito de Dios y de acuerdo con el ‘consejo de su voluntad’”[19] (Ef. 1:11).

 

2.4 Objeciones de John Wesley

 

Otro gran exponente de la tradición arminiana es John Wesley. Él tenía la salvación del alma humana como tema central de sus principios doctrinales respecto a Dios, y así comprendió que ‘la salvación por gracia a través de la fe, no permite una visión de la soberanía y la justicia de Dios que no esté en consonancia con su misericordia y amor[20]. Veremos que Wesley atacó la doctrina de la elección calvinista, ya que ese sistema presenta una divinidad inconcebiblemente despótica, mientras que las Escrituras revelan una concepción de Dios en la que el amor es el atributo dominante. En su obra ‘La predestinación, una reflexión desapasionada’, Wesley hace un análisis de la citada doctrina basada en los atributos divinos de la sabiduría, la justicia y la misericordia. En el primer atributo, dice que en la múltiple sabiduría de Dios, la vida y la muerte, el bien y el mal fueron puestos delante de los hombres; y que forzar al hombre a aceptarlo sería despreciar el libre albedrío.

Según Wesley, el deseo de Dios es que ‘todos los hombres sean salvos, pero no forzarlos a ello;  sí el que todos los hombres sean salvos, pero no como árboles o piedras, sino como hombres, como criaturas inteligentes, dotadas de comprensión para discernir lo que es bueno, y de libertad para aceptarlo o rechazarlo’, porque ‘el hombre es, en cierta medida, un agente libre’. Dios quiere ‘salvar al hombre como hombre’, no como una piedra o un árbol, es decir, un ser sin inteligencia, sin capacidad de razonamiento. Por lo tanto, Dios pone la vida y la muerte delante del hombre y luego, sin obligarlo, lo persuade (convence) de que elija la vida.

Con respecto a la justicia, Wesley argumenta que:

 ¿Acaso se puede decir que una piedra actúa cuando se la arroja con una honda, o que la bala actúa cuando es disparada por el cañón? De igual manera, tampoco puede decirse que una persona actúa, cuando sólo lo hace impulsada por una fuerza que ella no es capaz de resistir. Así planteadas las cosas, ustedes no dejan lugar para premio o castigo. ¿Acaso se premiará a la piedra por elevarse en el aire, o se la castigará por caer al suelo? ¿Se premiará a la bala de cañón por lanzarse hacia el sol, o se la castigará por alejarse de él? Así también, es imposible premiar o castigar a una persona que se supone ha sido obligada a actuar por una fuerza a la que no se podía oponer. La justicia no puede cumplir su función de premiar o castigar, cuando se trata de simples máquinas, que son llevadas de aquí para allá por una fuerza externa. De modo que tanto su hipótesis de que todo lo que debía ocurrir, hasta el fin del mundo, había sido ordenado por Dios desde la eternidad, como así también la teoría de la acción irresistible de Dios en los elegidos, y la de Satanás en los reprobados, echa por tierra las enseñanzas en cuanto al juicio venidero, seguido de recompensa y castigo, tal como se las encuentra en las Escrituras.[21]

Después de hacer estas consideraciones, se pregunta y responde irónicamente:

Si la persona, tal como ustedes afirman, ha sido predestinada para esta condenación, igual que la piedra del ejemplo, no puede evitar caer. ¿Por qué peca esta persona? «Porque no puede evitarlo.» ¿Por qué no puede evitarlo? «Porque no posee la gracia que obra para salvación» ¿Por qué no posee esa gracia? «Porque Dios mismo decidió no dársela en virtud de un decreto eterno.» ¿Se encuentra, entonces, gobernado por una necesidad de pecar que es ineludible? «Sí, igual que la piedra gobernada por la ley de la gravedad no puede evitar caer. La persona no tiene más poder para dejar de pecar que la piedra para permanecer suspendida en el aire.» ¿Creen que esta persona será sentenciada y enviada al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles, por no hacer lo que nunca pudo haber hecho, y por hacer lo que de ninguna manera pudo haber evitado? «Sí, porque ésa es la voluntad soberana de Dios.» Pues entonces, «¡ustedes han encontrado un nuevo Dios, o fabricaron uno!» Este no es el Dios de los cristianos.[22]

Wesley no concebía la idea de que Dios actuara en forma aislada a través de su soberanía, ya que ‘en la disposición del estado eterno de los hombres, no sólo la soberanía, sino la justicia, la misericordia y la verdad llevan las riendas’. Así argumentará Wesley contra la doctrina predestinista:

Tampoco pone de manifiesto la gloria de su amor, ya que supone que este amor está destinado a una de cada diez criaturas (¿no deberíamos más bien decir, una de cada cien?), y que no se preocupa por el resto. Para Dios es suficiente amar y salvar a la persona que fue elegida, dejando que los noventa y nueve reprobados perezcan sin misericordia. Pero ¿por qué sólo tendrá misericordia de algunos y entregará el resto a una muerte inevitable? «Lo hará porque él así lo quiere» ¡Ay, si Dios les concediera humildad y sabiduría a quienes hablan de este modo! Entonces, yo podría preguntarles: ¿Qué dirían las voces de la humanidad de un ser humano que actuara de esta forma? ¿Qué dirían de un ser humano que teniendo la posibilidad de salvar a millones de seres de la muerte con un simple movimiento de sus labios, no salvara sino a uno de cada cien, y dijera: «¡No los salvo porque no quiero!»? ¿Cómo pueden pretender exaltar la misericordia de Dios cuando le atribuyen semejante proceder? ¡Extraña referencia a lo que su propia palabra enseña: «sus misericordias [son] sobre todas sus obras»![23]

En su obra ‘Un pensamiento sobre la necesidad’, Wesley plantea 7 razones por las que la doctrina de la predestinación no tiene sentido y la primera de ellas es el clásico cuestionamiento de todos los que se encuentran con dicha doctrina. ‘Si hay una elección, toda la predicación es en vano. Es innecesario para los que son elegidos, porque con o sin ella se salvarán infaliblemente. Por lo tanto, el fin de la predicación – salvar almas – está desprovisto de significado en relación con ellas; y es inútil para los que no son elegidos, porque posiblemente no pueden ser salvados. Ellos, predicando o no, serán infaliblemente condenados[24]; después de todo, ya están predestinados desde la eternidad por decretos divinos a la salvación o a la condenación.

 

2.5 La visión arminiana de la elección

Puesto que seguimos el principio de Sola Scriptura, creemos, como arminianos, en la doctrina de la elección, ya que somos elegidos según la presciencia de Dios Padre (1 Pedro 1.2). Obviamente, no de la misma manera que los calvinistas, quienes como hemos podido ver, creen que Dios ha elegido personalmente a cada individuo que será salvado o condenado. El arminianismo no niega la doctrina de la predestinación, solo la interpreta de manera diferente. Si bien la comprensión calvinista comienza con la elección personal de Dios, en nuestro sistema, creemos en una elección corporativa, es decir, que Dios no eligió a las personas, sino a la Iglesia. No a los israelitas, sino a Israel. No a los salvos, sino la salvación. No los redimidos, sino la redención.

La predestinación fue definida por Arminio como el ‘eterno y misericordioso decreto de Dios en Cristo, por el cual determina justificar y adoptar a los creyentes, y dotarlos de vida eterna, pero condenar a los incrédulos y a los impenitentes’. Sin embargo ‘tal decreto, (…) no consiste en que Dios determina salvar a ciertas personas y, para ello, decida dotarlas de fe; en cambio, para condenar a otras, él no las dota de fe[25].

El Dr. Wiley explica que ‘la elección difiere de la predestinación en que la elección implica un escoger, mientras que la predestinación no’. La predestinación, a su vez, es definida por Wiley como ‘el propósito misericordioso de Dios de salvar a toda la humanidad de la ruina’. En otras palabras, es el plan corporativo y condicional de Dios para toda la humanidad. Él complementa el aspecto condicional de la elección al mostrar que los elegidos son los escogidos ‘no por decreto absoluto, sino por aceptación de las condiciones de la llamada[26].

Como vimos en el primer artículo de la remonstrancia, creemos en el decreto que Dios ‘por un eterno e inmutable plan en Jesucristo, su Hijo, antes de que puestos los cimientos del mundo, determinó salvar, de entre la raza humana que había caído en el pecado’. Sin embargo, este plan de redención está condicionado a la fe de aquellos que, ‘por la gracia del Espíritu Santo’, es decir, no por una fe propia, sino generada por Dios mediante su gracia preveniente (cf. Heb. 12:2), ‘creen en este su Hijo, y por la misma gracia perseveran en la misma fe y obediencia de fe hasta el fin’.

En cambio, la condenación es parte del plan de Dios que dejará ‘bajo el pecado y la ira a los contumaces e incrédulos, condenándolos como ajenos a Cristo, según la palabra del Evangelio en Juan 3:36 y otros pasajes de la Escritura’.

John Wesley clasificó la elección desde dos puntos de vista: uno de ellos específico, apuntando al cumplimiento de un determinado propósito de Dios; y el otro, macro o corporativo, como son la salvación y la condenación:

Creo que la elección significa comúnmente una de estas dos cosas: primero, una llamada divina a ciertos hombres para hacer un trabajo especial en el mundo. Creo que esta elección no es personal, sino absoluta e incondicional. Así, Ciro fue elegido para reconstruir el templo, San Pablo y los doce para predicar el evangelio. Pero no veo en esto ninguna conexión necesaria con la felicidad [eterna]. Seguramente no hay tal conexión, porque quien es elegido en este sentido todavía puede perderse eternamente. (…) En segundo lugar, creo que esta elección significa un llamado divino a ciertos hombres a la felicidad eterna. Pero creo que esta elección es tan condicional como la condenación. Creo que el eterno decreto relativo a ambas se expresa en estas palabras: ‘Aquel que cree será salvo, aquel que no cree será condenado’. Sin duda, Dios no puede cambiar y el hombre no puede resistir este decreto. De acuerdo con esto, todos los verdaderos creyentes son llamados elegidos en las Escrituras, y los incrédulos son propiamente condenados, es decir, no aprobados por Dios y sin discernimiento de las cosas espirituales.[27]

Para concluir esta sección, podemos citar a los teólogos metodistas Klaiber y Marquardt: ‘La voluntad salvadora de Dios no abarca a las personas cuya reacción al Evangelio Dios conoce de antemano. Dios no predetermina, pues para él lo más importante es la experiencia con el camino de la salvación’[28].

 

2.6 Consideraciones finales

Creemos en los eternos decretos de Dios, y que en Su presciencia predestinó al hombre para la salvación, Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos, (Rom. 8:29).

Creemos, consecuentemente y complementando el pensamiento anterior, que esta elección fue corporativa, es decir, que Él eligió a la Iglesia, ya que ‘nos escogió [la Iglesia] en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, (Ef. 1:5).

Y creemos que a través de la fe, operada en la sinergia entre la gracia preveniente de Dios y el libre albedrío del hombre, el ser humano es salvo, pues a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó (Rom. 8:30).

Sin embargo, nuestra discusión está apenas comenzando. ¿Será que es posible resistirse al llamado de Dios? ¿Jesús murió sólo por los salvos o por la humanidad? ¿Tiene el hombre libre albedrío o libre agencia? ¿Será que el cristiano verdaderamente convertido puede caer de la gracia? Estos serán los temas de nuestros próximos capítulos. Hasta entonces…

 

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Introducción a la teología arminio-wesleyana

[1]  El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. [RV-1960]

[2]  BEST, W. E. Definition of God’s Decree. In: God’s Eternal Decree. WE Best Book Missionary Trust, 1992.

[3]  STRONG, A. H. Teologia Sistemática. 2007, Hagnos, p. 617.

[4]  HODGE, Charles. Teologia Sistemática. 2001, Hagnos, pp. 399-405.

[5]  OLSON, Roger. História da Teologia Cristã: 2000 anos de tradição e reformas. 2001, Vida, p. 468.

[6] Idem.

[7]  JOINER, Russell E. O Deus Verdadeiro. In: Teología Sistemática. HORTON, Stanley M. (org.). 1996, CPAD, p. 153.

[8] WAKEFIELD A. GARRETT, James Leo. Teologia Sistemática. 2000, Casa Bautista de Publicaciones, p.452.

[9] PORTELA, Solano. Estudo Sobre a Predestinação. Disponível em: <http:// http://www.solanoportela.net/artigos/estudo_predestinacao.htm&gt; Acesso em: 12 de Fevereiro de 2014.

[10] Idem.

[11] OLSON, Roger. Op. Cit., pp. 466-470.

[12] Ibid, p. 476.

[13] WYNCOOP, Mildred Bangs. Op. Cit., p. 52.

[14] Idem.

[15] NICHOLS, James; NICHOLS, Willian (Trad.). The Works of James Arminius.

[16] WYNCOOP, Mildred Bangs. Op. Cit., p. 53.

[17] NICHOLS, James; NICHOLS, Willian. Op. Cit., pp. 645-655.

[18] BERKOUWER, G. C. Divine Election. 1960, Eerdmans Publishing Co., p. 257.

[19] VANCE, Laurence M. Sistemas Lapsários. In: O Outro Lado do Calvinismo. Disponível em http://www.arminianismo.com.

[20] BURTNER, Robert W.; CH1LES, Robert. E. (org.). Coletânea da Teologia de João Wesley. 1995, Colégio Episcopal, p. 41.

[21] Wesley, John. La Predestinación: una reflexión desapasionada. Obras, tomo VIII. Wesley Heritage Fundation.

[22] Ídem.

[23] Ídem.

[24] BURTNER, Robert W.; CHILES, Robert. E. (org.). Coletânea da Teologia de João Wesley. 1995, Colégio Episcopal, p.     48.

[25] ARMINIUS, James. A letter addressed to Hippolytus A. Collibus. In: Works of James Arminius. Volume 2, Christian Classics Ethereal Library, p. 331.

[26]  WILEY, Orton.  Introdução à Teologia Cristã. 2009, Casa Nazarena de Publicações, pp. 269, 270.

[27]  BURTNER, Robert W.; CHILES, Robert. E. (org.). Op. Cit., pp. 51-52.

[28] KLAIBER, Walter; MARQUARDT, Manfred. Viver a Graça de Deus: um compêndio de teologia metodista. 1999, Editeo, p. 238.

Martín Lutero, del fatalismo a la esperanza.

Tanto el calvinismo como el luteranismo son monergistas, y ambos aborrecen el término sinergismo. Pero lo asombroso del caso es que el monergismo luterano está muy lejos del monergismo calvinista; y esto es así porque tanto Lutero, como los luteranos, enseñaron (y enseñan) los dogmas de: la expiación ilimitada, la gracia resistible y la posibilidad de apostasía (caer de la gracia), dogmas que son negados rotundamente por los calvinistas. Los Arminianos, en tanto, sostenemos y defendemos la doctrina sinergista (como la sostenían y defendían los Padres de la Iglesia) . Estas tres corrientes teológicas: Luteranismo – Calvinismo – Arminianismo, corren paralelas, y no se entrecruzan. Los auténticos intérpretes de Lutero son los Luteranos, y Lutero nunca hubiera sido arminiano, ni calvinista (aunque los calvinistas pretendan apropiárselo, están muy lejos de la teología de Lutero, podríamos mencionar además de las tres citadas, la presencia real de Cristo en la Eucaristía, el bautismo que salva, etc, puedes ver más dieferencias haciendo clic aquí). Por otra parte es cierto que los Arminianos nos sentimos mucho más cómodos con un Lutero que cree, como ya dijimos, en la expiación ilimitada, en la gracia resistible y en la perseverancia condicional, sin que por ello renunciemos a nuestro sinergismo.  Claro que cabe destacar que nuestro sinergismo consiste, no en creer que el hombre colabora en la salvación (eso es sinergismo oriental, en todo caso), sino en creer que la gracia se puede resistir, o bien, recibir sin oponer resistencia usando nuestro libre albedrío liberado. Pero sea como sea el caso, entre el ‘Lutero joven’ y el ‘Lutero viejo’ hay un cambio notable, un cambio del fatalismo a la esperanza, y este capítulo que he traducido del libro La Mecánica de la Salvación, de Silas Daniel, da un vistazo de este acontecimiento en la vida del reformador.

 

Los siguientes párrafos son traducidos del libro Arminianismo, a mecânica da salvação

Autor: Silas Daniel

Traducido por Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos 2020

 

«Debido a la imagen popular de la Reforma Protestante propagada por el calvinismo, muchos evangélicos creen, sin haber leído bien a Lutero, que él era «más calvinista que Calvino». El elemento principal utilizado en esta propaganda es la obra La esclavitud de la voluntad (De servo arbitrio), que Lutero, al comienzo de la Reforma, escribió en respuesta a una crítica de su hasta entonces amigo Erasmo de Rotterdam. Sin embargo, resulta que una lectura de lo que Lutero escribió sobre la mecánica de la salvación, en los años posteriores a este trabajo hasta su muerte, muestra que de hecho, hubo un cambio claro, y en algunos puntos radical, entre la posición del Lutero joven y la posición del Lutero viejo, con respecto a la mecánica de la salvación.

No es que el reformador alemán haya abandonado totalmente lo que defendió en La Esclavitud de la Voluntad. Como no podía ser de otra manera, Lutero mantuvo un especial aprecio por esta obra suya hasta el final de su vida, ya que le dio un gran prestigio en el momento en que fue escrita; por haber sido una respuesta bien preparada dirigida a uno de los más grandes intelectuales de su generación. Debido a que el oponente del otro lado era uno de los más grandes intelectuales de su época, el reformador alemán dio lo mejor de sí y lo hizo, en cierto sentido, muy bien; un hecho que lo enorgullecía bastante.

Digo ‘en cierto aspecto’ porque esta obra de Lutero tiene puntos fuertes y puntos débiles. El punto fuerte, la parte de su respuesta a Erasmo en la que lo hizo mejor y fue más eficiente, es la parte en la que se dedica a luchar contra la depravación parcial del ser humano propugnada por su antiguo colega, que era, recordemos, un semipelagiano. De hecho, la defensa de Erasmo del semipelagianismo es precisamente el punto débil de su Diatriba sobre el libre albedrío, de la cual la Esclavitud de la Voluntad de Lutero fue la respuesta. Frente a la parte en la que Erasmo lo hizo mejor, Lutero o bien esquiva la respuesta o no responde en absoluto, incluso empezando a crear un artificio metafísico muy débil para sostener su posición. Me refiero a la invención de dos voluntades distintas y contradictorias en Dios, designadas por las expresiones ‘Dios revelado’ y ‘Dios oculto’, de las que hablaré más adelante.

Como señala E. Gordon Rupp, Erasmo, en su Diatriba sobre el libre albedrío, tuvo la virtud de anticipar los «efectos desastrosos en el comportamiento de las masas» del «fatalismo y antinomianismo»  del joven Lutero[1]. Rupp señala que «un punto importante de Erasmo contra los reformadores» es precisamente la acusación de que ellos, a través de su predicación inicial de carácter monergista radical, «no sólo no reforzaron el buen vivir [la práctica de las buenas acciones]» sino que también provocaron, en algunos lugares, «un declive en el comportamiento moral» una cuestión en la que el «Lutero de edad avanzada se inclinaría a reconocerlo»[2].

Otro detalle es que, como afirma Rupp, en aquel momento el debate consistía en rebatir «línea por línea, o al menos párrafo por párrafo» lo que el otro había dicho, pero el joven reformador alemán, aunque comenzó a responder a Erasmo de esta manera, y de manera «fatal» más tarde, debido a «la presión de los acontecimientos en su vida en 1525», no pudo «esperar completar el debate a esta escala, y él mismo admitió más tarde que no tomó conocimiento de los últimos capítulos de Erasmo, que son quizás la mejor parte de su obra»[3]. El mismo Melanchthon también lo habría desalentado de tratar de responder a la réplica de Erasmo.

Si la definición inicial de Erasmo de libre albedrío era débil, como Lutero señala acertadamente, el argumento posterior de Erasmo «es mejor que su definición [inicial], y mejora a medida que avanza», de manera que queda claro que «Erasmo no quiere menospreciar la gracia, pero quiere establecer el tema de la responsabilidad humana», lo cual lo hace bien[4]. Recordando que, aunque no deberíamos estar en connivencia con el semipelagianismo de Erasmo, también es necesario dar una dispensa a su semipelagianismo por el hecho, ya enfatizado por mí en el capítulo anterior, y también evocado por Gordon Rupp, de que «los documentos del Segundo Concilio de Orange, del año 529, que condenó el semipelagianismo, desaparecieron y eran desconocidos durante la Edad Media y por Erasmo». Como recuerda Rupp, «solo reaparecieron durante el Concilio de Trento»[5].

 

El comienzo de la controversia entre Lutero y Erasmo.

 

Si la definición inicial de Erasmo de libre albedrío era imperfecta, Lutero también tenía, en el momento en que escribió La esclavitud de la voluntad, una idea totalmente errónea sobre el libre albedrío; que luego sería corregida por él. Para ser más específicos: el Lutero al comienzo de la Reforma no solo negó la existencia de un libre albedrío «para las cosas de Dios» en el hombre caído, sino que según él, el libre albedrío ni siquiera existía «en ningún sentido». De hecho, la Diatriba al libre albedrío, de Erasmo, era exactamente una crítica a esta posición equivocada, expresada en un extracto de la obra Explicación de todos los artículos de Martín Lutero contra la última bula de condena del Papa León X, de 1520, escrita por el reformador alemán el mismo año de la promulgación de la bula papal contra él.

En esa obra, Lutero, en un cierto momento, predicó explícitamente el fatalismo. El polémico pasaje que provocó la Diatriba está en el artículo 36 de la referida obra, donde Lutero afirma lo siguiente: «Me equivoqué al decir que el libre albedrío delante de la gracia es una realidad sólo de nombre. Yo debería haber dicho simplemente: ‘En realidad, el libre albedrío es una ficción o un nombre sin realidad’. Porque nadie es capaz por sí mismo de tener un pensamiento bueno o malo, pero cada cosa sucede por absoluta necesidad, como enseña correctamente el artículo de [John] Wycliffe condenado en Constanza». La versión alemana posterior eliminaría la expresión «necesidad», pero la obra original de Lutero, escrita en latín y citada por Erasmo, habla incluso de «necesidad»[6].

En otras palabras, el Lutero del comienzo de la Reforma era lo que filosóficamente se clasificaría como fatalista. Sin embargo, el hecho es que, como veremos en este capítulo, el reformador alemán, unos años más tarde, influenciado por su amigo Felipe Melanchthon, revisó su posición sobre el libre albedrío y, al final de su vida añadió observaciones al texto original de La esclavitud de la voluntad, que suavizaron su posición inicial; huyendo del fatalismo. 

El joven Lutero era lo que hoy podría llamarse un «calvinista de cinco puntos». El viejo Lutero, por otro lado, no solo suavizó su entendimiento inicial del libre albedrío, sino que claramente rompió con tres de esos cinco puntos que luego se llamarían «cinco puntos del calvinismo». Él pasaría a defender, al final de su vida y de forma clara, la expiación ilimitada, la gracia universal y la posibilidad de que un cristiano caiga de la gracia. Solo quedaría la depravación total y, contradictoriamente, una elección incondicional, pero con una adición: Lutero, además de negar la doble predestinación, que había defendido al principio, minimizaría inmensamente la importancia de la doctrina de la predestinación (con un sesgo monergista, tal como la entendió) para la vida del creyente.

Es decir, lo que vemos en Lutero en el curso de su vida, en relación con su comprensión de la mecánica de la Salvación, no es un cambio de énfasis según la necesidad del momento, como algunos tratan de sugerir para ocultar la clara contradicción entre el joven y el viejo Lutero; vendiéndolo como una «aparente discrepancia». Las pruebas chocan frontalmente con este tipo de argumentos. Lo que se ve inequívocamente es un cambio radical en la posición de Lutero en su vejez en relación con algunos de los puntos fundamentales de la mecánica de la salvación que había adoptado en su juventud.

De hecho, esta actitud de cambiar la posición teológica en 180 grados con el tiempo, no era infrecuente en el comportamiento del reformador alemán. No fue solo en este asunto de la mecánica de la salvación que el viejo Lutero rompió con el joven Lutero. Lo hizo en una serie de otros asuntos.

El mismo joven Lutero rompió consigo mismo. Por ejemplo, en los dos primeros años de la Reforma, Lutero defendió el celibato. «Él tomaba sus votos [de monje] seriamente» y «atacó a los monjes que buscaban la ‘exención’ de la estricta observancia de la regla»[7]. Sin embargo, gradualmente a partir de 1519, y definitivamente después de su escrito a la Nobleza Cristiana de la Nación Alemana, en 1520 (el mismo año en que fue liberado de sus votos por el Vicario General de su orden), Lutero cambió de opinión, oponiéndose al celibato clerical. Así mismo, él no se casó hasta 1525, todavía temeroso de opiniones contrarias por una parte, y presionado por otra por los sacerdotes que, tras su apología del matrimonio se habían casado, pero les molestaba el hecho de que aquel que les había animado a casarse todavía no se hubiere casado. El matrimonio resultó ser una bendición para la vida y el ministerio de Lutero.

Otro ejemplo de la ruptura personal de Lutero con su propio pensamiento, es su visión de la Ley. Este es un caso del viejo Lutero rompiendo con el joven Lutero. En su fase inicial, el reformador alemán fue radicalmente negativo en su tratamiento de la ley. Sin embargo, especialmente después del problema con los antinomianistas, y una advertencia de Melanchthon (quien fue el primero en oponerse al antinomianismo), buscó equilibrar su posición sobre el tema[8].

Además, también hubo casos -al menos dos- en los que Lutero defendió inicialmente una posición teológica, luego cambió radicalmente de opinión, y finalmente volvió a la posición original; lo que demuestra que el reformador alemán estaba dispuesto a dar marcha atrás a su pensamiento teológico cuando pensaba que era lo correcto. Me refiero a la cuestión de la poligamia y el tratamiento de los judíos. Lutero estaba inicialmente en contra de la poligamia, luego a favor en algunos casos, y más tarde terminantemente en contra[9]; y en relación con los judíos, comenzó oponiéndose al anti-judaísmo de su época, luego hizo declaraciones absurdas contra los judíos, para al final no oponerse a la defensa de los judíos por parte de sus amigos Urbano Reghius y Melanchthon, quienes se levantaron contra el absurdo rumor del «libelo de sangre» inventado contra los judíos[10].

Por lo tanto, el cambio gradual en la comprensión de Lutero de ciertos puntos de la mecánica de la Salvación, desde el comienzo de la Reforma hasta su muerte, es sólo otro episodio natural de la búsqueda del equilibrio bíblico y teológico del reformador alemán en su pensamiento.

 

Lutero y la esclavitud de la voluntad

No es coincidencia que, como afirma el pastor y teólogo luterano Felipe Hale, la obra de Lutero: La esclavitud de la voluntad, «tuvo una fría recepción por parte de los luteranos posteriores». Hale señala que «de hecho, muy temprano, en la generación que siguió a Lutero, vemos que sus seguidores no usaron este trabajo ni sus argumentos». Y Hale subraya que «hay varias razones por las que los luteranos, tanto los que vinieron poco después de Lutero como los de hoy, aunque respetan ese trabajo, no lo han recibido con entusiasmo: La esclavitud de la voluntad es un desafío tanto en estilo como en su orden y contenido. Y también sufre de una mala reputación, ya que los calvinistas lo han hecho suyo»[11] . No sólo lo hicieron suyo, el calvinismo ha secuestrado en gran medida la imagen de la Reforma para sí mismo.

En cuanto al aprecio de Lutero de esta obra, incluso al final de su vida, se da por razones obvias; ya adelantadas al comienzo de este capítulo. Hale acepta que «el cuidado de Lutero por este libro» se debió principalmente al «mérito de su oponente». Es bien sabido que «Lutero se sintió inferior a Erasmo en estudios» (aunque no en el estudio de las Escrituras),[12] razón por la cual hizo en esta obra uno de sus mayores esfuerzos. El resultado es un trabajo muy bien escrito, aunque, como ya se mencionó, infeliz en parte de su argumento. Veamos, de ahora en adelante, en detalle, el por qué.

Primero, como ya hemos visto, la posición de Lutero sobre el libre albedrío en La Esclavitud de la Voluntad es extremadamente radical, fatalista. El propio reformador lo reconoce en su obra, pero, en lugar de atenuar su determinismo a una versión más suave, mantiene una rigidez determinista, que contradice lo que el propio Lutero había dicho mucho antes, justo en el génesis de la Reforma.

Antes de 1520, Lutero argumentaba que el libre albedrío del hombre se perdió después de la Caída. Por ejemplo, en su libro Disputa contra la Teología Escolástica, de 1517, declaró que, después de la Caída, «es falso afirmar que la inclinación del hombre es libre de elegir entre dos opuestos», ya que, «de hecho, la inclinación no es libre, sino cautiva. Esto se dice en oposición a la opinión común»[13].

Y en la Tesis 13 de su Disputa de Heildelberg, de 1518, volvió a afirmar: «El libre albedrío, después de la Caída, sólo existe en el nombre, y en cuanto hace lo que es capaz de hacer, comete un pecado mortal».  Sin embargo, en el texto radical de Lutero de 1520, que vimos en las páginas anteriores, que generó la crítica a Erasmo, el joven reformador va mucho más allá. Como subraya el teólogo luterano Felipe Hale, Lutero, en su respuesta a la bula papal, «fue mucho más allá de la doctrina del pecado original»[14]. ¡Simplemente pasó a defender que el libre albedrío ni siquiera existió alguna vez para las criaturas! Y al ser criticado por Erasmo en ese momento, Lutero no se retractará en La Esclavitud de la Voluntad, sino que, por el contrario, insistirá en postular, como subraya Hale, que «Adán antes de la Caída dependía enteramente del Espíritu y de la gracia para hacer el bien».  

Es decir, «ni siquiera Adán era ‘libre’ en el sentido de que no necesitaba la gracia para hacer el bien»; por lo tanto, como dice Hale, «al afirmar que el perfecto Adán era incapaz de hacer el bien antes de la Caída», Lutero estaba «absolutizando la necesidad de la gracia incluso aparte del pecado». Esa necesidad era [vista por él] como parte de la naturaleza humana antes de la Caída y después de la Caída». Más que eso: en La esclavitud de la voluntad, Lutero también afirmará que en todo lo que el hombre hace – no sólo por las cosas de Dios – el libre albedrío es una ficción. Es decir, para el reformador alemán, el libre albedrío nunca existió, ni siquiera en relación con las cosas naturales. En definitiva, como Hale resume, para Lutero «nada es por casualidad o fortuito, si Dios es realmente Dios»[15]. Todo está determinado. Puro Fatalismo.

En esa época en que se adhirió a esta visión radical, encontraremos incluso a Lutero afirmando el absurdo de que la simple creencia en el libre albedrío «es una doctrina especial del Anticristo» y que «no impresiona que se haya extendido por todo el mundo, ya que está escrito sobre el Anticristo que él seduciría al mundo entero. Sólo unos pocos cristianos se salvarán»[16].

Alocadamente, despreciando incluso la posición del Agustín anciano sobre este tema, Lutero, en La Esclavitud de la Voluntad, sostendrá que «en la medida en que mantienes el libre albedrío, cancelas a Cristo y arruinas toda la Escritura». De hecho, hablando de Agustín en segundo lugar, vemos a Lutero en La Esclavitud de la Voluntad, despreciando a todos los Padres de la Iglesia, precisamente porque no había encontrado apoyo en ninguno de ellos para su posición radical con respecto al libre albedrío. Recordando que la teología de Lutero, en general, no era sui generis, en otras obras él mismo reconoce, por ejemplo, que la enseñanza de la justificación por la fe había sido expuesta siglos antes que él por Bernardo de Claraval. Pero lo que defiende en La Esclavitud de la Voluntad es totalmente sui generis en la teología cristiana.

Por esta razón, a lo largo de La esclavitud de la voluntad, Lutero ataca a los Padres de la Iglesia, quienes obviamente fueron citados por Erasmo. Por supuesto, Lutero no se equivoca al decir que los Padres de la Iglesia cometieron errores. Por supuesto, no se equivoca al afirmar que ninguno de ellos debe ser seguido en todos los puntos que defendieron. Sin embargo, el detalle, desdeñado por Lutero en este trabajo, es que estaba defendiendo una posición que no fue adoptada por ningún Padre de la Iglesia en la historia. Ninguno. Según él, esto no es un error de algunos, sino de todos. Lutero «reconoce que está solo» porque  «ni siquiera Agustín negó por completo que el hombre tuviera libre albedrío».[17]

En otras palabras, según el reformador alemán, desde el primer Padre de la Iglesia hasta su día, todos estaban equivocados en la cuestión del libre albedrío. Hubo 1,500 años de error sobre error, de modo que TODO lo que los Padres de la Iglesia escribieron sobre este tema, según él, «debe ser arrancado y desechado». Se trata de una afirmación como mínimo ingenua, por no decir absurda.

El joven reformador enfatizará enfáticamente que «Dios no sabe nada de forma contingente», de modo que todo lo que sucede, absolutamente todo, solo sucede «por su voluntad inmutable, eterna e infalible», y de una manera que, para todas las cosas, «el libre albedrío está completamente postrado y roto», porque «solo Dios», en todo el universo y fuera de él, «es libre»; lo que significa que «somos forzados a ser endurecidos, queramos o no»[18]

Las otras palabras de Lutero sobre este tema son de las más incoherentes de todas: «Dios se mueve y hace todo en todo, necesariamente se mueve y actúa también en Satanás y el hombre impío. Pero Él actúa en ellos como son y como los encuentra; es decir, como son contrarios y malos, y atrapados en el movimiento de esta omnipotencia divina, no hacen más que cosas contrarias y malas. Esto es como un jinete que monta un caballo cojo de uno o dos patas; su forma de montar corresponde a la condición del caballo, es decir, el caballo va mal. […] Aquí se ve que cuando Dios obra en y a través de los hombres malos, se logran cosas malas y, sin embargo, Dios no puede hacer el mal, aunque Él hace el mal a través de hombres malos; porque Aquel que es bueno no puede hacer el mal, aunque use instrumentos malos que no pueden escapar a la influencia y al movimiento de su omnipotencia».[19]

Nótese también su famosa analogía del caballo y los dos jinetes, registrada en La esclavitud de la voluntad, VII, 113:

El hombre es como un caballo. ¿Dios se sube a la silla de montar? El caballo es obediente y se conforma  a cada movimiento del jinete, y va a donde quiere. ¿Dios tira las riendas? Entonces Satán salta sobre el lomo del animal, que se inclina, va y se somete a las espuelas y los caprichos de su nuevo caballero… Por lo tanto, la necesidad, no el libre albedrío, es el principio controlador de nuestra conducta. Dios es el autor del mal tanto como del bien, y, como Él concede la felicidad a aquellos que no la merecen, así también maldice a los otros que no merecen su destino. [20]

«La necesidad es el principio controlador de nuestra conducta». Este es el Lutero de la Esclavitud de la Voluntad, bien lejos del equilibrio bíblico.

 

Lo que influyó en el fatalismo y monergismo radical de Lutero, al principio de la Reforma.

Por lo tanto, es urgente preguntar: ¿qué llevó a Lutero a empezar a sostener una posición monergista tan rígida y fatalista?

La respuesta es: el hecho de que, años antes de redescubrir los importantísimos fundamentos de la Doctrina de la Salvación, Lutero lamentablemente pasó por un proceso de conversión a un tipo rígido de agustinianismo, mezclado con el voluntarismo ockhamista, un concepto que explicaré más adelante. Por lo tanto, le tomaría tiempo al reformador alemán “desintoxicarse”, al menos un poco, de esta doctrina y ajustar su pensamiento a una posición más equilibrada.

Veamos, entonces, cómo tuvo lugar esta conversión inicial del joven Lutero al rígido agustinianismo de sesgo voluntarista ockhamista.

La vida intelectual de Lutero comenzó en la escuela de la Comunidad de la Vida Común. De familia pobre, él comenzó sus estudios en aquella escuela. Luego fue a Erfurt a estudiar Derecho en 1501 como era el deseo de sus padres. Hasta ese momento, Lutero nunca había pensado en seguir una carrera monástica o clerical. Sin embargo, el 2 de julio de 1505, cuando regresó de su casa a Erfurt, después de sufrir una grave enfermedad, fue sorprendido por una fuerte tormenta. Asustado, temiendo por su vida, Lutero hizo un voto a Santa Ana, prometiendo que si escapaba con vida, se convertiría en monje. Su padre estaba enfadado con el voto hecho por su hijo, pero 15 días después del episodio, Lutero cumplió la promesa, entrando en el Convento de los Mendicantes Agustinos en Erfurt, uno de los más severos de Europa. En 1507, sería ordenado sacerdote, un hecho que hizo que su padre se reconciliara con él.

Cuando Lutero estaba en el convento, se sentía perturbado por la conciencia de su pecaminosidad. Quería ser puro, pero no lo conseguía. Se confesaba 20 veces al día y dormía en el suelo frío para hacer penitencia. Incluso cuando celebraba la misa, se sentía indigno de hacerlo. Pasó horas rezando y días ayunando, tratando de ‘mortificar su carne’, pero todavía se sentía impuro. Pronto, terminó en desesperación espiritual. Todo se debía a su concepto equivocado de la salvación, inspirado en la doctrina escolástica de los méritos. Bernhard Lohse recuerda que, «en los días de Lutero, a un hombre angustiado que se sentía afligido por su pecaminosidad se le decía simplemente que debía confiar en Dios, porque: la certeza de la salvación era desconocida». Años después, Lutero diría sobre esa época: «¿Por qué pasaba por tantas dificultades en el monasterio? ¿Por qué atormentaba mi cuerpo con ayuno, vigilias y frío? Ciertamente porque quería estar seguro de lograr el perdón de los pecados a través de estas obras»[21].

Al ver la desesperación del joven Lutero, Johann von Staupitz (1465-1524), doctor en teología, confesor y vicario general de la congregación agustiniana en Alemania, le indicó que ocupara su tiempo y su mente en la vida académica. Así fue como Lutero entró en Wittenberg en 1508. Al mismo tiempo, estudió a Agustín, Pedro Lombardo, William de Ockham y Gregorio de Rímini, bajo la guía y supervisión del propio Staupitz. En filosofía, se especializó en Ockham; en teología, se graduaría en Estudios Bíblicos y en las Sentencias de Pedro Lombardo. El 19 de octubre de 1512, Lutero recibió el título de Doctor en Teología. Dos días después, fue invitado a ser profesor en Wittenberg, aceptando la invitación.

Dos nombres mencionados en el párrafo anterior son muy importantes para dar forma a la visión teológica que el reformador alemán asumirá inicialmente: Gregorio de Rímini y Guillermo de Ockham.

Uno de los últimos grandes escolásticos de la Edad Media, Gregorio de Rímini (1300-1358) fue el monje responsable de convertir a todos los monjes agustinos -desde el siglo XIV en adelante- de una posición filosófica realista aprendida de Agustín a la posición filosófica nominalista predicada por el franciscano Guillermo de Ockham (1285-1347). Por medio de Gregorio, los agustinos absorbieron la doctrina del voluntarismo divino propugnada por Ockham, que consiste en la creencia de que si Dios decide que algo es correcto, entonces ese algo se convierte en correcto, por más que parezca moralmente incorrecto; lo que difiere de la doctrina mayoritaria del esencialismo divino, que armoniza mejor con el texto bíblico al afirmar que Dios sólo puede desear y hacer lo que es moralmente correcto, ya que su voluntad no puede contradecir su esencia, que es santa, justa y perfecta.

Más delante, como prometí, abordaremos el nominalismo y voluntarismo ochkamista. Por ahora lo que es importante saber es que de Ockham, los agustinos, lo único que no absorberían sería su semi-pelagianismo. Como se mencionó en el capítulo anterior, Gregorio de Rímini fue uno de los últimos reaccionarios agustinos en la Edad Media. Y probablemente fue el mayor experto de Agustín en su época. Su estricto agustinianismo, sin embargo, solo se manifestó en reacción a la enseñanza semipelagiana del erudito franciscano, escolástico y escotista, Pedro Aureolus, o Pierre Auriol (1280-1322), de quien el monje agustino Gregorio no estuvo de acuerdo tampoco en otros temas (Aureolus, por ejemplo, fue conceptualista y no nominalista como Gregorio). El desencadenante de la manifestación del rígido agustinianismo de Gregorio se produjo cuando encontró citas incorrectas de Agustín en los escritos de Aureolus. Como Pedro Aureolus era semipelagiano, el monje agustino decidió, además de señalar los errores de cita del franciscano, aprovechar la oportunidad para defender el agustinianismo original, es decir, la mecánica de la salvación del viejo Agustín.

Gregorio, que se jactaba de conocer meticulosamente todas las obras de Agustín más que nadie en su época, defendió cinco puntos de un rígido agustinianismo: depravación total, gracia irresistible, elección incondicional, expiación limitada y la perseverancia de los santos. Su predestinación era doble: una al Cielo y otra al Infierno. Su visión del pecado original era también absolutamente fiel al estricto agustinianismo, sosteniendo que los niños que mueren sin ser bautizados irán todos al infierno. Por esta razón, Gregorio de Rímini recibió de sus contemporáneos y oponentes el apodo de Infantium Tortor (‘Torturador de niños’). Bajo la dirección del vicario general agustino Johann von Staupitz, el joven Lutero estudió las Escrituras, y las obras de Agustín y de Gregorio de Rímini, del 1509 al 1518; ya sea como estudiante o ya sea como profesor en Wittenberg. Fue Staupitz quien dirigió a Lutero a la obra de Rimini, y aún compartiría con el joven profesor de Wittenberg su creencia personal en la doctrina de la doble predestinación.

Además de haber adoptado inicialmente el rígido agustinianismo de Rímini, Lutero también adoptó durante este período, como ya hemos mencionado, su nominalismo (ockhamismo), el cual era llamado en sus días la ‘vía moderna’ del escolasticismo. Él lo hizo porque esta posición filosófica se oponía a la ‘vía antigua’ de la teología escolástica, llamada realismo (inspirado en Platón y Aristóteles), cuyo énfasis estaba en una teología racional, la cual Lutero repudiaba profundamente.

El nominalismo ponía  a la razón en desventaja, un principio que Lutero absorbió con fervor de las obras de Rímini, directamente de los escritos del propio Ockham y de los escritos del nominalista escolástico alemán Gabriel Biel (1420- 1495). Los filósofos nominalistas insistieron en que para conocer a Dios, de hecho, debemos recurrir completamente a la fe. El nominalismo puso énfasis en la trascendencia divina, manteniendo la razón humana en una posición de total imposibilidad de comprender a Dios; lo que va en contra de la capacidad, atestiguada por la Biblia, de una teología natural (Sal 19; Rom 1.20), aunque esto, si bien es claramente posible, es imperfecto e incompleto sin la revelación especial, expresada en la Biblia.

Pero el nominalismo fue más allá, argumentando que es imposible incluso conocer la esencia de las cosas mismas. Para Ockham, los conceptos que tenemos de las cosas no son lo que los filósofos Platón y Aristóteles llamaron ‘universales’, es decir, esencias eternas; una enseñanza reproducida por los llamados escolásticos realistas de su época. Según él, lo que sabemos son solo las entidades lingüísticas creadas para designar estas cosas, que no son más que construcciones humanas, convenciones, nombres, de ahí el título de nominalismo otorgado a esta filosofía.

Ahora, si no podemos esperar mucho de la razón para entender las cosas naturales, ¡mucho menos las sobrenaturales! En otras palabras, la consecuencia natural del nominalismo es el fideísmo, que es el extremo opuesto de otro error: el racionalismo, que cree que la razón lo puede todo.

Pero las implicaciones de la tesis nominalista en relación con el estudio de Dios van más allá del fideísmo. El nominalista también defenderá que no hay un carácter de naturaleza eterna en Dios. Para él, Dios es puro poder y voluntad, lo que significa que Dios es todo lo que Dios decide ser. Dios no hace ni ordena algo por el hecho de que este algo sea bueno; este algo solo es bueno porque Dios lo hace y lo ordena. Por lo tanto, el ‘bien’, de hecho, es cualquier cosa que Dios ordene, así como el ‘mal’ solo lo es porque Dios lo desaprueba; y no porque sea realmente un mal en sí mismo. El mal y el bien son malos y buenos solo porque Dios lo quiere, porque Él determina que lo sean. Simplemente, el pecado podría ser virtud y la virtud podría ser pecado si Dios lo quisiese y lo determinase.

Lutero beberá tanto ockhamismo en su período inicial de formación teológica, que irá tan lejos como para exclamar: «¡Occam, mein lieber meister!» (¡Ockham, mi querido maestro!)[22]

Estos estudios, por un lado, fueron al principio algo bueno para el joven Lutero, ya que mitigaron sus crisis espirituales; pero, por otro lado, se convertirían en la razón de una nueva y más aguda crisis por la que pasaría. Porque, con el tiempo, el profesor de Wittenberg se preocuparía mucho por las consecuencias lógicas de la doctrina monergista de la predestinación, hasta el punto de caer en angustia nuevamente. El teólogo Felipe S. Watson recuerda este momento:

Otro hecho le ocurrió a Lutero, que casi lo llevó a la desesperación. La teología Ockhamista de la ‘vía moderna’ [como la propugnada por Gregorio de Rímini] contenía una gran contradicción. No sólo afirmaba sin reservas el libre albedrío del hombre, por el cual podía hacer lo que bien le pareciera, sino que también afirmaba la predestinación divina de la manera más rotunda. La voluntad de Dios era incondicional y su poder absoluto. Por un acto de poder meramente ‘arbitrario’, Él trajo este mundo a la existencia en lugar de otro. Él determinó arbitrariamente lo que debía considerarse bueno o malo, y dio su ley. Él decretó arbitrariamente ciertos medios de salvación, y no menos arbitrariamente, predestinó a algunos a ser salvados y a otros no. Este Dios, esta omnipotente voluntad irreflexiva, por un mero capricho, según parecía, había elegido una parte de la humanidad para la salvación y la otra para la condenación; pues Él podría haber determinado no sólo eso, sino todas las demás cosas de una manera completamente diferente.

Esto planteó una nueva pregunta, la más aterradora, para Lutero. Él se esforzaba con todas sus fuerzas para cumplir los mandamientos de Dios, y sus maestros le aseguraban que podría lograrlo si lo hacía con seriedad. ¿Su fracaso significaba entonces que no tenía la intención de hacerlo en serio? Si no lo hacía con seriedad, ¿era porque no podía, porque no tenía el poder de hacerlo? Y si ese fuera el caso, ¿no sería por causa del decreto de Dios, y no sería [por lo tanto] una señal de que él estaba entre los eternamente perdidos? Más de una vez, él [Lutero] nos dice que este pensamiento lo llevó al abismo de la desesperación, y deseó no haber nacido nunca.

Es cierto que el nominalismo medieval posterior ideó medios para quitar el aguijón de su doctrina de la predestinación, así como de su doctrina de la contritio, pero Lutero fue incapaz de transigir en una u otra. A veces, dice él, sentía los tormentos del infierno que ninguna lengua puede narrar, ni pluma alguna describir. [Ver LUTERO, Resoluciones de las Tesis, 1518].[23]

Como señala Watson, no fue la doctrina monergista de la predestinación la que trajo la paz al corazón del joven Lutero en ese convento. Por el contrario: al abrazarla, el sufrimiento de Lutero con la conciencia de su propio pecado solo aumentó. «Él se obsesionó con el miedo aterrador de poder estar entre los que estaban predestinados por la voluntad absoluta de Dios, no para la salvación, sino para la condenación»[24]; lo que lo hizo buscar ayuda en los escritos de místicos cristianos, pero fue en vano. La salvación solo llegó más tarde, al comprender la doctrina de la justificación por la fe, y al recibir en su corazón el mensaje de gracia ofrecido a todos a través de la cruz. Watson recuerda:

Lutero leyó a Agustín, leyó a los místicos y experimentó la solución mística. Trató de seguir las directrices de [Dionisio] el Areopagita y de Buenaventura para “ascender a la majestad de Dios” y experimentar la unión de su alma con lo divino. Se comprometió, según el método de Bernardo, a olvidarse de sí mismo en la meditación de la Pasión de Cristo. Pero la experiencia descrita por los místicos le fue negada y no podía dudar de la razón: no era lo suficientemente puro. En medio de todas sus tribulaciones, recibió alguna ayuda de los miembros de su Orden, especialmente del Vicario General Staupitz. Estaba rodeado en Erfurt por hombres personalmente piadosos y buenos que, aunque no podían entenderle bien y resolver sus problemas por él, sin embargo apuntaban en la dirección en la cual debía encontrarse la solución.

A su desgraciado grito: ‘¡Oh, mi pecado, mi pecado, mi pecado!’ Staupitz respondía: ‘Tú quieres estar sin pecado, y sin embargo no tienes un verdadero pecado. Cristo es el perdón del verdadero pecado. Debes tener una lista que contenga verdaderos pecados si Cristo te debe ayudar’. Estas palabras y muchas otras de su superior Lutero nunca las olvidó, ni las de su confesor, que le dijo: ‘¡Eres un idiota! Dios no está enojado contigo, sino que tú estás enojado con él’. Ellas dejaron su marca en muchos de sus pensamientos posteriores, pero en ese momento no lo liberaron de sus aflicciones. […] Cuando [Lutero] hablaba de la aflicción que sentía con respecto a la idea de la predestinación, Staupitz intentaba mantenerlo alejado de tales ideas. ‘En las heridas de Cristo’, le decía, ‘la predestinación es comprendida y encontrada, y en ningún otro lugar, porque está escrito: A Él oíd (Mt 17.5). El Padre está demasiado alto, así que dice: Quiero ofrecer un camino por el que los hombres puedan venir a mí. En Cristo descubriréis qué y quién soy, y qué deseo. De lo contrario no lo encontraréis ni en el cielo ni en la tierra’.[25]

Es importante destacar aquí estas palabras de Staupitz al final, pues el viejo Lutero las recordará al revisar su tratamiento de la doctrina de la predestinación monergista, y que, a su vez, le hará desarrollar en detalle una “Teología de la Cruz” (Theologia Crucis), que será mencionada por primera vez por él, pero muy sutilmente, en 1518, en contraste con la teología prevaleciente en la Iglesia Católica de su época, a la que llamó “Teología de la Gloria” (Theologia Gloriae). Será el viejo Lutero quien desarrolle en detalle esta Teología de la Cruz, incluso poniendo providencialmente la doctrina de la predestinación incondicional en detrimento al lado de esta Teología de la Cruz. El viejo Lutero escribe sobre la predestinación y la cruz:

La disputa sobre la predestinación debe evitarse por completo. Staupitz me dijo: ‘Si quieres disputar la predestinación, comienza con las heridas de Cristo, y ella cesará’. Pero si sigues discutiendo sobre ella, perderás a Cristo, la Palabra, los sacramentos y todo lo demás. Yo me olvido todo sobre Cristo y Dios cuando llego a estos pensamientos, y realmente llego al punto de imaginar que Dios es un canalla. Debemos permanecer en la Palabra, en la que Dios se nos revela y la salvación es ofrecida, si creemos en Él. Pero al pensar en la predestinación, nos olvidamos de Dios, y entonces el laudate (alabanza) se detiene y comienza la blasphemate (blasfemia). Sin embargo, en Cristo todos los tesoros están escondidos (Colosenses 2:3); fuera de Él todos están cerrados. Por lo tanto, debemos simplemente negarnos a discutir sobre la elección.[26]

Staupitz también «inculcó en él [Lutero] que […] si el arrepentimiento significa un cambio completo de corazón, entonces sólo Dios podía efectuarlo con su gracia preveniente», y que su  pupilo debería  «estudiar la Biblia». Consejo extraordinario: ¡Estudia la Biblia! Ahora, «fue, sobre todo, su estudio de las Escrituras y, en particular, de la Epístola a los Romanos, lo que finalmente le trajo la liberación»[27]. Como narra Watson, el razonamiento de Lutero fue «Si Dios juzga al hombre de acuerdo con su estricta justicia, ¿quién podrá ser salvo?» Por lo tanto, «parecía que el evangelio en sí mismo no ofrecía ninguna alternativa, ya que en él, según Romanos 1:17, se estaba revelando la justicia de Dios». Entonces, «día y noche» [Lutero] reflexionó sobre la frase hasta que, de repente, con la fuerza de una revelación, entendió el significado de la doctrina paulina de la salvación, cuando leyó las palabras del Antiguo Testamento, citadas e impregnadas con un nuevo significado por el apóstol: ‘El justo por la fe vivirá’». [28]

Al entender la justificación no como una transformación, sino como una declaración judicial divina a nuestro favor, a partir tan solamente de la fe en el sacrificio expiatorio de Cristo, en la cruz del Calvario por nosotros, la carga sobre la espalda de Lutero finalmente cayó. Lutero dice que, al darse cuenta de que «la justicia de Dios es aquella por la cual el justo vive de la dádiva de la gracia divina, a saber, la fe», continúa él, «en este punto, sentí que yo renacía totalmente, que se me abrían las puertas y yo entraba en el paraíso. Toda la Escritura también se me mostraba con un aspecto totalmente diferente». Fue esto, más la mirada a la cruz, lo que liberó a Lutero, y no su doctrina de la predestinación incondicional, de la que más adelante dirá que era «especulativa» y que, para no conducir al error o la desesperación, el creyente debería dejarla de lado, y descansar en la revelación del Dios misericordioso manifestado en la cruz del Calvario.

Lutero afirmó que, por la Teología de la Cruz, «se nos enseña […] a creer esperanza contra esperanza», y que «al cielo no hay otro camino que la cruz de Cristo; por lo tanto, debemos tener cuidado de que la vida activa con sus obras, y la vida contemplativa con sus especulaciones, no nos seduzcan. […] La cruz es, de todas las cosas, la más segura. Bienaventurado el que entiende».[29] Por lo tanto, a pesar de haber pasado años bebiendo de los escritos de Agustín, Gregorio de Rímini, y de Guillermo de Ockham para formar su visión teológica, no fue a partir de sus escritos que Lutero encontró la salvación. Tampoco fue a través de ellos que la idea de la Reforma llegó a su corazón. Tres factores fueron decisivos para provocarla.

En primer lugar, en medio de ese período de estudio, vino la decepcionante experiencia de visitar Roma en 1510 en una misión en nombre de la Congregación Agustina en Alemania. En Roma, el joven Lutero vio la práctica de la simonía a gran escala y otras situaciones lamentables. En segundo lugar, en 1515, después de estudiar la Epístola a los Romanos, Lutero escribió su famoso Comentario a los Romanos, donde su mente se abre a la verdad de la justificación por la fe. Y finalmente, en tercer lugar, una nueva y más agresiva campaña de venta de indulgencias en Alemania estaba comenzando por aquellos días.

Indignado con la campaña de las indulgencias, teniendo ya una visión menos condescendiente con Roma, e inspirado por la verdad bíblica de la justificación por la fe, redescubierta en su estudio de Romanos, Lutero inició una protesta pública contra la venta de indulgencias; dando inicio a la Reforma Protestante en 1517. Sin embargo, incluso en esta nueva fase, aún en los primeros años de la Reforma Protestante, el joven Lutero manifestaría algunas exageraciones teológicas, derivadas de la visión monergista radicalmente rígida que había abrazado años antes de iniciar su movimiento de reforma. En esa época, la influencia de su período de educación bajo Staupitz era todavía enorme, sobre todo por el aprecio que aún tenía por la figura de su antiguo maestro, aprecio que, incluso después de que su mentor rompiera completamente con él por carta en 1524 (el año de la muerte de Staupitz), aún se mantendría en gran parte.

Staupitz no esperaba que Lutero, después de seguir su consejo de profundizar en el estudio de las Escrituras, en busca de respuestas para su alma, redescubriera y predicara la doctrina bíblica de la justificación por la fe, extremadamente olvidada en sus días; y por ello iniciara una campaña contra las indulgencias de la iglesia. Para empeorar las cosas, Lutero tendría otras rupturas con la doctrina católica, de modo que el viejo maestro, momentos antes de su muerte, repudió a su discípulo y a la Reforma que estaba llevando a cabo. Staupitz terminaría su vida como monje benedictino.

Un detalle interesante es que, a pesar de que Staupitz permaneció fiel a la Iglesia Católica hasta su muerte; debido a su rígido agustinianismo y a su antigua proximidad a Lutero, el Papa Pablo IV (1555-1559) puso sus escritos, incluido uno sobre la predestinación, en el Índice de libros prohibidos de la Iglesia Católica.

Años después de la muerte de su antiguo vicario general, el reformador alemán todavía recordará que «si no hubiera sido por el Dr. Staupitz, me habría hundido en el infierno», ya que fue a través de ese período de dedicación a los estudios, sugeridos y supervisados por su confesor y líder, que su crisis espiritual se atenuó temporalmente; y fue también a través de las palabras de Staupitz acerca de fijarse en la cruz de Cristo que la visión de la Teología de la Cruz había sobrevenido a Lutero. Por lo tanto, no es de extrañar que una influencia tan importante haya llevado al futuro reformador a convertirse, al comienzo de su vida académica y teológica, en un fiel seguidor de Rímini y del viejo Agustín en el asunto de la mecánica de la salvación.»

[1] RUPP, E. GORDON e WATSON, Felipe S. (editores), Erasmo: Livre-Arbítrio e Salvação, 2014, Editora Reflexões, p. 23.

[2] RUPP e WATSON, Ibid., p. 23.

[3] RUPP e WATSON, Ibid., p. 24.

[4] RUPP e WATSON, Ibid., p. 25.

[5] RUPP e WATSON, Ibid., p. 25.

[6] RUPP e WATSON, p. 29

[7] SENN, Franck C. (editor), Lutheran Spirituality, 1986, Paulist Press, p. 13.

[8] Ver capítulo 8 de la sección Teología de este libro.

[9] En una carta al Príncipe Felipe I de Hesse (1504-1567), fechada el 28 de noviembre de 1526, Lutero aprobó el uso de la poligamia. El caso fue el siguiente: en 1523, a la edad de 19 años, por razones estrictamente políticas, el príncipe Felipe había sido dado en matrimonio, en contra de sus propios sentimientos, a la duquesa Cristina de Sajonia, que era de salud frágil y alcohólica. Tres años más tarde, Felipe, que era un ferviente partidario de la Reforma, cometió adulterio y comenzó a considerar la posibilidad de la bigamia. En una crisis de conciencia, dejó de participar en la comunión y contactó a Lutero para pedirle consejo. Una manera utilizada por la Iglesia Católica en ese momento en casos como este era anular el matrimonio, solo que, dado que Felipe se había tornado en protestante, no podía recurrir al Papa para tal. Entonces, Lutero, basándose en Mateo 19, le dijo correctamente al príncipe que el divorcio está permitido solo por adulterio, pero luego propuso la siguiente salida: como los patriarcas del Antiguo Testamento habían practicado la poligamia sin una clara manifestación de desagrado divino, Felipe podría, con la conciencia tranquila, tener dos esposas. Sin embargo, como esto iba en contra de la ley del país, esta segunda unión debería mantenerse en secreto. Lo más probable es que el ex monje agustiniano haya sido inspirado por Agustín para ofrecer esta propuesta equivocada. Es que el obispo de Hipona, en su trabajo Sobre el bien del matrimonio, considera que no hay pecado intrínseco en la poligamia, evocando a su favor el caso de los patriarcas del Antiguo Testamento y el hecho de que la poligamia no era un delito según la ley de algunas regiones del mundo. En el capítulo XV, párrafo 17, de su trabajo referido, Agustín dice: “La poligamia era legal entre los antiguos patriarcas. Si ahora también es legal, no hablaré apresuradamente. Porque ahora no hay necesidad de tener hijos, como lo era entonces, cuando, incluso cuando las esposas tenían hijos, se permitía, para tener una posteridad mayor, casarse con otras esposas, lo que ahora ciertamente no es legal”. Más tarde, en el capítulo XVI, dirá: «En nuestro tiempo, y según la costumbre romana, ya no se permite tomar otra esposa, de modo de tener  más de una esposa viva». En general, para Agustín, en el caso de la esterilidad, el tema de la bigamia era discutible. Felipe de Hesse consuma la idea dada por Lutero en 1540, casándose con Margarete von der Saale (1522-1566), con una ceremonia celebrada por el pastor luterano Dionisio Melander (1486-1561), capellán de la corte, y con Melanchthon, Martin Bucer y Lutero como testigos. Pero la hermana de Felipe, Isabel, se negó a guardar el secreto; y Felipe culpó a Lutero, quien, para ‘limpiar la barra’, dijo que su consejo había sido dado en el confesionario y, para proteger el secreto del confesionario, se justifica una mentira.  Este escándalo manchó en gran medida la imagen de Lutero y de la Reforma en ese momento. Después de este episodio, Lutero declaró enfáticamente que “si alguien después de eso todavía quiere practicar la bigamia, que el Diablo le dé un baño en el abismo del infierno”. Recordando también que, en una carta a Joseph Levin Metzsch, fechada el 9 de diciembre de 1526, respondiendo a una pregunta de este sobre la poligamia, Lutero se declaró absolutamente en contra de esta práctica; y en una carta a Clemens Ursinus, pastor de Bruck, fechada el 21 de marzo de 1527, Lutero nuevamente se opuso a la práctica, pero haciendo una advertencia: “La poligamia, que en tiempos anteriores se permitía a judíos y gentiles, no puede ser aprobada honestamente entre los cristianos, y no puede ser parte de una buena conciencia, excepto en un caso extremo de necesidad, como, por ejemplo, cuando uno de los cónyuges está separado del otro por lepra, o una causa similar. Entonces puedes decirle a estas personas carnales que si quieren ser cristianos, deben mantener la fidelidad matrimonial y restringir su carne, sin darles permiso. Y si quieren ser paganos, que hagan lo que quieran, bajo su propio riesgo” [DAU, William Herman Theodore (1864-1944), Luther Examined and Reexamined: A Review of Catholic Criticism and a Plea for Reevaluation, 1917, St. Louis (Missouri, EE. UU.), Concordia Publishing House, p. 103]. A pesar de esta advertencia dada en 1527, como ya hemos visto, la última palabra de Lutero sobre la poligamia después del escándalo de 1540 fue de condena total.

[10] Contra todo el legado antijudío de la Edad Media, Lutero escribió enfáticamente, en su librito Que Jesucristo nació como judío, de 1523, que Dios “honró a los judíos por encima de todos los pueblos” y que, por lo tanto, “los cristianos deben tratar los judíos de manera fraterna”. Y escribiendo en oposición a la prohibición canónica medieval del matrimonio entre cristianos y judíos (si no se hubieren convertido), Lutero llegó a proponer algo que es incluso demasiado liberal en relación con las Escrituras: el reformador alemán consideraba normal que un protestante se case con un  judío no convertido, despreciando la cuestión del yugo desigual. Lutero dijo: “Así como puedes comer, beber, dormir, caminar, andar, negociar, hablar y trabajar con un gentil, judío, turco o hereje, también puedes casarte con él y seguir casado, y no te importen las leyes locas que quieren prohibirlo. Porque es fácil encontrar cristianos que por dentro sean peores incrédulos -y estos son la mayoría- que cualquier judío, gentil, turco o hereje. Un gentil es un hombre o una mujer creados por Dios, así como por San Pedro, San Pablo y Santa Lucía, sin mencionar [el otro extremo] un cristiano sin valor e hipócrita” [LINDBERG, Carter, Las reformas en Europa, Synodal, 2001, pp. 435 y 436]. En el momento en que Lutero dijo esto, casarse con un judío, turco, hereje o gentil (pagano) era un escándalo. Pero esto fue solo un avance de Lutero, quien al final no apoyó el matrimonio de cristianos con personas de otra fe, a menos que ya estuvieran casados ​​antes de convertirse a Cristo. Sin embargo, años después de esas palabras, como los judíos, a los que Lutero apoyó (a diferencia del catolicismo en ese momento)  despreciaron a los protestantes, el reformador alemán, resentido, escribió en su libro Sobre los Judíos y sus Mentiras, que “las sinagogas deberían ser quemadas, sus casas destruidas y arrasadas, deberían ser privados de sus libros de oraciones y el Talmud, sus rabinos deberían tener prohibido enseñar bajo pena de ser asesinados; si no obedecen, deberíamos expulsar a los bribones perezosos de nuestro sistema, por lo tanto, fuera con ellos (…) Para agregar, queridos príncipes y nobles que tienen judíos en su dominio, si mi consejo no les sirve, entonces busquen uno mejor , para que todos podamos ser liberados de esta insoportable carga diabólica: los judíos”. Sin embargo, después de que Lutero dijo esto, algunos de sus seguidores y amigos de la Reforma luterana defendieron a los judíos con el reformador aún vivo. Urbano Rhegius fue uno de ellos. Defendió, con argumentos esclarecedores, la tolerancia hacia los judíos como conciudadanos que deberían tener los mismos derechos y ser respetados por todos. Y cuando escribió esto, Lutero no lo refutó, y el reformador alemán era del tipo que, si alguien dentro o fuera dijera algo que contradijera una posición que él sostenía, seguramente prepararía una réplica. Pero Lutero no lo hizo. Ni siquiera contra Melanchthon. Para más sobre el tema, vea el Apéndice 1 de mi libro: La seducción de las Nuevas Teologías (CPAD).

 

[11] HALE, Felipe, An Interpretation of Luther’s The Bondage of Will, publicado em 22 de março de 2012, em Lutherans of Nebraska for Confessional Study, acessível pela internet pelo endereço goo.gl/MoCvrW

[12] HALE, Ibid.

[13] Luther’s Works, 1972, Philadelphia: Fortress, volume 31, p. 9.

[14] HALE, Ibid.

[15] HALE, Ibid. y Luther’s Works, Ibid., volume 33, p. 124.

[16] Luther’s Works, Ibid., volume 32, p. 94.

[17] HALE, Ibid.

[18] Luther’s Works, Ibid., volume 33, p. 37 e 185.

[19] Luther’s Works, Ibid., volume 33. p. 176

[20] La metáfora de la equitación y sus jinetes no es un invento de Lutero. Felipe S. Watson informa que «su uso tuvo una larga historia», con «antecedentes que se remontan a Orígenes y fue ampliamente utilizado entre los escolásticos» (RUPP y WATSON, Ibíd., págs. 37 y 38).

Sin embargo, el diferente uso que Lutero hace de esta metáfora, conectándola con los Salmos 73.22,23, está tomado de la obra pseudo-agustiniana Hypomnesticón contra pelagianos y celestianos (III, XI, 20), fechada a finales del siglo V d.C. y de autoría desconocida. Lo mencioné fugazmente en el capítulo 3 de esta sección Historia

[21] LOHSE, Bernhard, A Fé Cristã Através dos Tempos, 1972, Editora Sinodal, p. 169; e LUTERO, Martinho, Obra Completa, volume 12 (Interpretação do Antigo Testamento e Textos Selecionados da Preleção sobre Gênesis), 2014, Sinodal, p. 520.

[22] Luther’s Works, 1900-1986, Fortress Press, Concordia Publishing House, Faithline, volume 6, p. 600.

[23] WATSON, Felipe S., Deixa Deus ser Deus – Uma Interpretação da Teologia de Martinho Lutero, 2005, Editora da Ulbra, pp. 38 e 39.

[24] RUPP e WATSON, Ibid., p. 44.

[25] WATSON, Ibid., pp. 39 e 40.

[26] PLASS, Ewald, What Luther Says, volume I, p. 456.

[27] WATSON, Ibid., pp. 40 e 41.

[28] WATSON, Ibid., p. 41.

[29] LOHSE, Ibid., p. 171; e LUTERO, Martinho, Obras Selecionadas, volume 5, Sinodal, 1987, p. 120.

Introducción a la Teología Arminio-Wesleyana

Autor: Vinicius Couto, es pastor de la Iglesia del Nazareno en MG. Egresado de la Facultad Nazarena del Brasil. Maestría en Ciencias de la Religión, Seminario Nazareno de las Américas de Costa Rica.

Traducido por Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos 2020 – Sin fines comerciales

Teología Arminio-Wesleyana  – Capítulo 1

La salvación es un tema que siempre ha generado, y continúa generando, curiosidades y anhelos en el centro del alma humana. Un joven rico vino a Jesús y le preguntó: ‘Buen Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?’ (Mc 10.17). En otra ocasión, uno de los doctores de la Ley, queriendo experimentar a Cristo, preguntó: ‘Maestro, ¿qué haré para heredar la vida eterna?’ (Lc 10,25).

Algunos sistemas de creencias dicen que la salvación se produce a través de buenas obras, atribuyendo méritos al ser humano e invalidando el sacrificio de Cristo a través de la auto-salvación. Otros sistemas predican una esperanza basada en reencarnaciones constantes, en las que el esfuerzo humano les proporcionará mejores condiciones en sus vidas posteriores.

También existe el sistema universalista, que prefiere engañar a la conciencia del hombre bajo el falso entendimiento de que al final de cuentas todos serán salvos, independientemente de la Obra Vicaria de Cristo y su efectividad hacia aquellos que lo recibieron (Juan; 1.12). Todas estas posiciones son contrarias a la perspectiva de la Palabra de Dios (cf. Efesios 2:8,9; Hebreos 9,27; Juan 3:16).

En este trabajo podremos observar los dos sistemas principales que discuten la salvación del hombre dentro del protestantismo. El primero se basa en la predestinación divina, cuya acción es solo monergística; y el segundo, en la sinergia entre Dios y el hombre, cuya acción ocurre a través de la gracia preveniente y el libre albedrío humano.

1.1   Antecedentes históricos

Estos dos conceptos paradójicos se remontan a los días de Agustín, quien argumentó que el hombre está predestinado por Dios y, por lo tanto, no tiene capacidad para elegir a Cristo y su obra salvadora. Para que el hombre sea salvo, es necesario que Dios actúe con su gracia irresistible y lo regenere.

Las doctrinas soteriológicas de Agustín se formaron antes y durante el choque de la controversia pelagiana. Pelagio fue un monje austero y un maestro popular en Roma. Su austeridad era puramente moralista, hasta el punto de que no podía concebir la idea de que el hombre no podía evitar pecar. Pelagio estaba más interesado en la conducta cristiana, y quería mejorar las condiciones morales de su comunidad. Su énfasis particular estaba en la pureza personal, y la abstinencia de la corrupción y de la frivolidad en el mundo; deslizándose en el ascetismo.

Él negaba el énfasis de Tertuliano en el pecado original, con el argumento de que el pecado es meramente voluntario e individual, y no puede transmitirse ni heredarse. Para él, creer en el pecado original era socavar la responsabilidad personal del hombre. No concibió la idea de que el pecado de Adán había afectado las almas y los cuerpos de sus descendientes. Al igual que Adán, cada hombre, según el pensamiento de Pelagio, es el creador de su propio carácter y determinante de su propio destino.

En la comprensión pelagiana, el hombre no tiene una tendencia intrínseca hacia el mal, ni hereda esta propensión de Adán, pudiendo, si lo desea, observar los mandamientos divinos sin pecar. Sintió que era injusto por parte de Dios que la humanidad heredara la culpa de los demás, y por eso negó la doctrina del pecado original. De esta manera, Pelagio comenzó a enseñar una doctrina exageradamente antropocéntrica y se centró en el libre albedrío, enseñando que al crear al hombre, Dios no lo sometió como lo hizo con otras criaturas, sino que ‘le dio el privilegio único de poder cumplir la voluntad divina por su propia elección’.

Cuando Pelagio basó sus teorías en un enfoque moralista, entendió que la desobediencia del hombre provenía del ejemplo y las costumbres observadas a su alrededor, pudiendo por su propia fuerza alcanzar la perfección a través de un gran esfuerzo de su propia voluntad. Por otro lado, Agustín sostuvo que Adán fue creado en un estado original de rectitud y perfección, y estaría, en su estado original, libre de males físicos, dotado de una alta intelectualidad, así como en un estado de justificación, iluminación y dicha sin paralelo; además de tener la inclinación de su voluntad hacia la virtud.

La gravedad del pecado de Adán fue tal que la consecuencia fue una tragedia para la humanidad, la cual se convirtió en una masa de pecado (massa damnata – masa condenada), es decir, un antro pecaminoso y propagador de pecadores. Las bases agustinianas para la doctrina del pecado original se encontraron en pasajes como Salmos 51; Efesios 2,3; Romanos 5.12 [la traducción que usaba Agustín de este versículo era incorrecta, no existe como tal en ninguna traducción posterior] y Job 3:3-5.

Como el hombre se había rendido al pecado, la naturaleza humana se vio oscuramente afectada por sus consecuencias, volviéndose desordenada y propensa al mal. Por lo tanto, ‘sin Tu ayuda, por nuestra libre voluntad no podemos superar las tentaciones de esta vida[1]. Esta ayuda divina para elegir lo correcto, o regresar a Dios, es Su gracia, que Agustín define como ‘un poder interno y secreto, admirable e inefable[2] operado por Dios en los corazones de los hombres.

Para Agustín, la gracia divina anticipa y provoca todo impulso en la voluntad del hombre. Esta gracia es una expresión de la soberanía de Dios y no se puede resistir. Para explicar el antagonismo de la irresistibilidad frente al libre albedrío, el obispo de Hipona dice que la libertad del hombre se basa en motivaciones. Dado que las decisiones del hombre son, por lo tanto, fruto del medio ambiente, el hombre no regenerado que vive en una atmósfera de concupiscencia elegirá el mal. La gracia divina, sin embargo, cura al hombre y restaura su libre albedrío, reemplazando su sistema de elecciones[3].

 

1.1   Otras referencias históricas

 

La cuestión del libre albedrío es un tema que siempre ha tenido su lugar en la teología, ya sea en la antigüedad clásica, en la era patrística o en los tiempos contemporáneos. Por lo general, en el choque de predestinación vs. libre albedrío, el nombre más recordado es el del citado eminente teólogo, Agustín, cuya notoriedad contra la controversia de Pelagio es bien conocida; sin embargo, también vale la pena considerar otros nombres.

Justino Mártir (100-165) dijo que, aunque no hemos tenido ninguna otra opción al nacer, en virtud de los poderes racionales que Dios nos dio, podemos elegir vivir, o no, de manera aceptable para Él; sin excusas cuando actuamos mal. También dijo, basándose en el conocimiento previo divino (presciencia divina), que Dios no predetermina las acciones de los hombres, sino que prevé cómo actuarán por su propia voluntad, e incluso pudiendo anunciar estos actos por adelantado[4]. Estuvieron de acuerdo con la libre elección del hombre, los apologistas Atenágoras (133-190), Teófilo (-186) y Taciano (120-180). Vale la pena comentar la opinión de Tertuliano (160-220). Él creía que el hombre es como una rama cortada del tronco original de Adán y plantada como un árbol independiente. Así, el hombre heredó a través de la transgresión de Adán la tendencia al pecado. Como resultado del pecado de Adán, llevamos manchas e impurezas. A pesar de esto, el hombre tiene libre albedrío y es responsable de sus propios actos[5].

Muchas controversias en torno al libre albedrío se debieron a errores exegéticos. Clemente de Alejandría (150-215), negó el pecado original, basado por ejemplo en Job 1:21. Según él, la declaración de que Job había salido desnudo del vientre de su madre implicaba que los niños entraran al mundo sin pecado. Esta interpretación errónea y este énfasis exagerado en el libre albedrío lo llevaron a profesar que ‘Dios quiere que seamos salvos por nuestros propios esfuerzos[6].

Otros esfuerzos en defensa del libre albedrío también se dieron en las disputas contra los maniqueos. Estos cuestionaron la benevolencia de Dios y le dieron la autoría del pecado. Si el hombre hereda de Adán la culpa y el pecado, no tenemos poder de elección. Por lo tanto, razonaron, Dios es el autor del mal. Contra estos argumentos, surgieron hombres como Cirilo de Jerusalén (313-386), Gregorio de Nisa (330-395), Gregorio de Nacianceno (329-389) y Juan Crisóstomo (347-407). Ellos no enseñaron sobre el pecado original, básicamente lo negaron al afirmar que los niños recién nacidos están exentos del pecado, aunque creían que la raza humana se vio afectada por el pecado de Adán[7].

La comprensión del libre albedrío ha ido madurando. En el siglo V, por ejemplo, tenemos en la expresión de Teodoreto (393-466), el pensamiento de que, aunque el hombre necesita la gracia divina, y sin ella es imposible dar un solo paso en el ‘camino que conduce a la virtud, la voluntad humana debe colaborar con tal gracia’, ya que existe una necesidad de sinergia ‘tanto en nuestros esfuerzos como en la asistencia divina. La gracia del Espíritu no está asegurada para aquellos que no hacen ningún esfuerzo’, al mismo tiempo que ‘sin esta gracia es imposible que nuestros esfuerzos reciban la recompensa de la virtud[8].

Al igual que Teodoreto, Teodoro de Mopsuestia (350-428) dijo que el libre albedrío pertenece a los seres racionales. En su opinión, todos los hombres tienen conocimiento del bien todo el tiempo, así como la capacidad de elegir entre lo correcto y lo incorrecto. No negó los efectos de la caída en la humanidad, y dijo que los hombres tienen una clara propensión al pecado; y que si el hombre debe pasar de este estado caído a la vida bendita reservada por Dios, es necesaria la operación de gracia del don divino en el hombre.

Saltando ocho siglos, llegamos a otra persona que hizo su enorme contribución a la doctrina del libre albedrío: Tomás de Aquino (1225-1274). Dijo que ‘en cualquier ser con entendimiento hay voluntad[9]. Su concepto de la voluntad es que es un poder para atraer o alejar lo que es comprendido por el intelecto[10]. Aunque Dios mueve la voluntad, ya que mueve toda clase de cosas según la naturaleza de la cosa movida… también mueve la voluntad según su condición, como indeterminadamente dispuesta a varias cosas, no de manera necesaria[11].

Feser explica la posición de Aquino haciendo la siguiente analogía: cuando elegimos tomar café en lugar de té, podríamos hacerlo de manera diferente. La cafetera, a su vez, no puede cambiar su función por sí sola. Esto es así porque nuestra voluntad fue la causa de beber café, mientras que algo fuera de la cafetera (los ajustes de las instrucciones, la corriente eléctrica que fluye hacia ella desde el enchufe de la pared, las leyes de la física, etc.) fue la causa de su comportamiento. Dios causa ambos eventos de una manera consistente con todo esto, es decir, mientras causa su libre elección causa algo que opera independientemente de lo que sucede en el mundo que lo rodea. Él concluye diciendo que, aunque Dios es la causa última de la voluntad y del orden causal natural, no socava la libertad del hombre, sino que la hace posible en el sentido de que, al igual que en las causas naturales, si las elecciones libres no fueran causadas por Dios, ni siquiera podrían existir[12].

1.3 La influencia calvinista

En la Edad Media, la gente a menudo buscaba una solución eterna basada en un documento firmado por el Pontífice de la Iglesia Romana. Estas indulgencias prometían hacer un pago más completo de la deuda que el pecador tiene con Dios, y aliviar futuras demandas en un supuesto purgatorio.

En estas condiciones decadentes de la teología romana medieval, surgió la Reforma Protestante y doctrinas como Sola Fide, Sola Scriptura, Solus Christus, Sola Gratia y Soli Deo Gloria fueron clamadas a viva voz. El propósito de este libro es entender mejor lo que conocemos como Arminianismo. Sin embargo, no hay posibilidad de hablar de Arminio sin comentar a Calvino.

Cuando Lutero fijó las 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, Calvino tenía ocho años. Natural de Picardía, Francia, Calvino nació en 1509 y murió en 1564 y fue sin duda un prominente teólogo protestante y líder eclesiástico, dueño de una mente brillante. Recibió una maestría en teología a principios de 1528, pero a petición de su padre comenzó a estudiar Derecho en Orleáns. Con la muerte de su padre en 1531, Calvino pudo volver a sus preferencias teológicas y se dedicó al estudio de las lenguas bíblicas y el latín. Viendo la dificultad de que hubiese una Reforma en París, Calvino se mudó a Basilea, Suiza. Allí, escribió y publicó sus Institutos en el año 1536. En sus comentarios sobre los salmos, relató haber pasado por lo que él mismo llamó «conversión súbita«, diciendo que una vez «se mantuvo obstinadamente apegado a las supersticiones del papado«, y que no era posible deshacerse de este profundo fango, pero que Dios había sometido su corazón de la obstinación de su época, a la docilidad y el conocimiento de la verdadera piedad a través de su secreta providencia[13]. Otros reformadores han desarrollado pensamientos que, junto con los de Calvino, han formado una tradición que se hoy se llama Reformada. Entre estos teólogos, podemos mencionar a Martin Bucer, Heinrich Bullinger y Ulrico Zwinglio. Esta escuela de pensamiento también se llama Calvinismo.

1.2   Jacobo Arminio

Arminio fue un teólogo holandés, nacido en Oudewater (1560 -1609). Estudió entre los años 1576 y 1582 en la Universidad de Leiden en los Países Bajos, donde más tarde enseñó desde 1603 hasta su muerte. Johann Kolmann, uno de sus profesores de teología en ese momento, creía y enseñaba que el alto calvinismo hacía de Dios un tirano y verdugo, lo que ciertamente influyó en las ideas de Arminio. En 1582, Arminio comenzó a estudiar en Ginebra, y tuvo como uno de sus maestros al reformador Teodoro Beza, sucesor de Calvino. En 1588 fue ordenado y pastoreó una iglesia en Ámsterdam.

Según el Nuevo Diccionario Internacional de la Iglesia Cristiana, cuando Calvino murió, ‘toda la responsabilidad… recayó en Beza. Beza fue jefe de la Academia [de Ginebra] y profesor, presidente del Consejo de Pastores, una poderosa influencia en los magistrados de Ginebra y un portavoz y defensor de la posición protestante reformada[14].

Lo que sabemos es que Arminio no estaba de acuerdo con las doctrinas de Calvino, basándose en dos argumentos: 1) la predestinación, según el entendimiento calvinista, tiende a hacer de Dios el autor del pecado, por haber elegido, en la pasada eternidad, quién se salvaría o no, y 2) el libre albedrío del ser humano es negado en la enseñanza de una gracia coercitivamente irresistible[15].

La teología arminiana, tal como la conocemos, no fue totalmente sistematizada durante la vida de Arminio. Después de su muerte, sus discípulos (poco más de cuarenta predicadores) cristalizaron sus ideas en un tratado, que contenía brevemente cinco puntos que rechazaban el calvinismo rígido, titulado Remonstrancia (Protesta), publicándolo el 19 de octubre de 1609, exponiendo así la posición arminiana.

1.3   El Sínodo de Dort

Esta protesta (remonstrancia), obtuvo el apoyo de estadistas y líderes políticos holandeses que habían ayudado a liberar a los Países Bajos de España. Los opositores del movimiento de protesta los acusaron de apoyar secretamente a los jesuitas y a la teología católica romana, y de simpatizar con España, aunque no existía ninguna evidencia de culpabilidad de tales acusaciones políticas.

Desde entonces, hubo mucha confusión en varias ciudades holandesas: se predicaron sermones contra los remonstrantes (arminianos), se difundieron panfletos para calumniarlos de herejes y traidores; se detuvo a personas por pensar en contra del alto calvinismo, y se celebró un sínodo nacional de teólogos y predicadores para regular tales controversias entre las ideas paradójicas del calvinismo y arminianismo.

La primera reunión del Sínodo se celebró el 13 de noviembre de 1618 y la última el 9 de mayo de 1619, a la que asistieron más de cien delegados, incluidos algunos de Inglaterra, Escocia, Francia y Suiza. El nombre «Dort» se utiliza según el idioma inglés, como si se tradujera el nombre de la ciudad holandesa de Dordrecht. 

Al finalizar el sínodo, los remonstrantes fueron condenados como herejes. Al menos doscientos de ellos fueron expulsados de los cargos que ocupaban en el liderazgo de la iglesia, y del Estado; y unos ochenta fueron exiliados o arrestados. Uno de ellos, el presbítero, estadista y filósofo Hugo Grotius (1583-1645), fue confinado en un calabozo del que luego escapó. Otro estadista (anciano y enfermo) fue decapitado públicamente. [Para más información sobre el Sínodo de Dort clic aquí.]

En este Sínodo calvinista, las ideas arminianas fueron por lo tanto rechazadas, y la doctrina calvinista establecida en sus cinco puntos, que en inglés luego formarían el acróstico TULIP: a saber: 1) depravación total, (Total depravity).  2) elección incondicional, (Unconditional election).  3) expiación limitada, (Limited atonement). 4) gracia irresistible (Irresistible grace). Y 5) perseverancia de los santos (Perseverance of the saints).

Los puntos de los remonstrantes (arminianos) van en contra de los puntos calvinistas: 1) depravación total, 2) elección condicional, 3) expiación ilimitada, 4) gracia resistible y 5) perseverancia condicional.

1.4   Mitos sobre el arminianismo

Como podemos ver, las ideas arminianas tienen una considerable disparidad con el sistema calvinista. Sobre esto, Wyncoop afirma que la línea divisoria entre estas dos tradiciones cristianas se basa en teorías opuestas sobre la predestinación. Es la encrucijada entre la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre, el pecado y la gracia, la justificación y la santificación, la fe humana y la obra del Espíritu Santo[16].

Uno de los principales mitos sobre el arminianismo es que ha sido erróneamente acusado de ser una doctrina semipelagiana, por algunos conocidos teólogos calvinistas. El semipelagianismo es una antigua herejía proveniente de las enseñanzas de los massilianos, dirigidos principalmente por Juan Casiano (433 d.C.), quien trató de encontrar un punto medio entre los extremismos de Pelagio y los de Agustín, que defendía la elección incondicional sobre la base de que todos los hombres nacen espiritualmente muertos y son culpables del pecado de Adán. Casiano creía que la gente es capaz de volverse a Dios incluso sin ninguna infusión de gracia sobrenatural, esto fue condenado por el Segundo Consilio de Orange en el año 529[17].

El teólogo nazareno H. Orton Wiley, muestra que el sistema semipelagiano sostenía erróneamente que ‘quedaba suficiente poder en la voluntad depravada para dar el primer paso hacia la salvación, pero no lo suficiente para completarla’. Él concluye mostrando que este pensamiento es erróneo, y que el hombre por sí solo no está en condiciones de acercarse a Dios, sino que ‘esto debe ser hecho por la gracia divina’[18].

Esta es la gracia previniente que precede, prepara y capacita al hombre ‘para convertirse del pecado a la justicia, para creer en Jesucristo para el perdón y la purificación de los pecados, y para practicar obras agradables y aceptables[19]; porque los seres humanos, a través de la caída de Adán ‘se han tornado depravados, de modo que ahora son incapaces de volverse y rehabilitarse por sus propias fuerzas y obras, y, de esta manera, renovar la fe y la comunión con Dios[20].

Uno de los principales eruditos arminianos de hoy en día, el Dr. Roger Olson, en una defensa de la centralidad de la doctrina arminiana en Dios, y no en el hombre como dicen ciertos calvinistas; comenta que estos críticos suelen basarse en tres argumentos: 1) que el arminianismo se centra demasiado en la bondad y capacidad humanas, especialmente en el campo de la redención, 2) que limita a Dios al sugerir que la voluntad de Dios puede ser frustrada por las decisiones y acciones humanas, y 3) que pone demasiado énfasis en la realización y la felicidad humana al descuidar el propósito de Dios que es glorificarse a sí mismo en todas las cosas.

Olson argumenta su defensa con bastante fuerza en este artículo, y comenta que ‘muy raramente los críticos mencionan a algún teólogo arminiano, o citan al propio Arminio para apoyar estas acusaciones’ y que la mayoría de estos críticos desconocen el arminianismo clásico; y por lo tanto tienen una comprensión preconcebida, y consecuentemente superficial del tema[21]. En contrapartida, el pensamiento calvinista es concebido por los arminianos como un sistema que, en última instancia, hace del decreto divino la causa primaria de la salvación, mientras que la muerte de Cristo se convertiría así en una causa secundaria y subsidiaria, no absolutamente esencial para la salvación, sino un eslabón en una cadena predeterminada de acontecimientos[22].

1.5   Consideraciones finales

Nuestra percepción no es diferente: muchos son los que aún no han entendido, y no han conocido la doctrina de la salvación desde el punto de vista arminiano; y lamentablemente, algunos hermanos no han logrado abrir la cabeza para disfrutar de la verdadera unidad en la diversidad[23].

A pesar de las diferencias, ambas posiciones tienen verdades esenciales que pueden, y deben, unirnos en Cristo. Nos identificamos con una cierta línea teológica y la defendemos, pero esto no puede crear partidismo, hasta el punto de decir: ‘Yo soy de Pablo; o yo de Apolo; o yo soy de Cefas; (o yo de Arminio; o yo de Calvino;) o yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo? ¿Pablo fue crucificado por tu causa? ¿O fuiste bautizado en el nombre de Pablo?’ (1Co. 1:12,13 – paráfrasis mía).

John Wesley dijo que: ‘¿No es deber de todo predicador arminiano, no utilizar nunca, en público o en privado, la palabra calvinista en términos de reproche, teniendo en cuenta que esto equivaldría a poner apodos o calificativos? Tal práctica no es compatible con el cristianismo ni con el buen criterio o los buenos modales[24]. Para él, la norma de un metodista no era distinguir a los cristianos de los cristianos, sino distinguirse los cristianos de los incrédulos: ‘¿Es recto tu corazón así como el mío es recto con el tuyo? No hago más preguntas. Si lo es, dame tu mano. No destruyamos la obra de Dios por opiniones o palabras. ¿Amas tú a Dios y le sirves? Es suficiente. Te doy la mano derecha de la fraternidad[25].

El Dr. Augustus Nicodemus, un famoso teólogo brasileño de pensamiento calvinista, confirma que tenemos puntos en común diciendo que ‘los arminianos y los calvinistas están de acuerdo en que Dios tiene un plan, que Él controla la historia, que no hay casualidades, y que Él conoce el futuro. Ambos aceptan la Biblia como la Palabra de Dios y quieren ser guiados por ella[26].

Que podamos, como Iglesia, cumplir la misión que se nos ha ordenado, después de todo, todos hemos sido ‘elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo’ [1 Pedro 1:2].

[1] Agustín, Enarrationes in Psalmos 89.4.

[2] Agustín,  De gratía Christi et Peccatum Originale 1.25

[3] Agustín,  De gratia et libero arbítrio  31.  De Spiritu et Littera 52.

[4] KELLY, J. N. D. Patrística: Origem e desenvolvimento das doutrinas centrais da fé cristã. Vida Nova, 1994, p. 125

[5] Ibid, p. 131.

[6] Ibid, p. 134.

[7] [N.T.] Cabe destacar que la doctrina del pecado original se desarrolló verdaderamente a partir de Agustín, e influyó grandemente a la Iglesia latina. Por el contrario, los Padres Griegos (obispos y teólogos de la Iglesia oriental) no enseñaron nunca sobre el pecado original, es tan así que la Iglesia Ortodoxa Griega no creyó nunca en la doctrina del pecado original sino en la del pecado ancestral.

[8] KELLY, J. N. D. Patrística: Origem e desenvolvimento das doutrinas centrais da fé cristã. Vida Nova, 1994, p. 283.

[9] AQUINO, Tomás de. Suma Teológica 1.19.1.

[10] AQUINO, Tomás de. Suma Contra Gentios IV. 19.

[11] AQUINO, Tomás de. Questões disputadas sobre o mal 6

[12] FESER, Edward. Aquinas, a Begginefs Guide. One World, 2009, pp. 150-1 51

[13] CALVINO, João. Comentário de Salmos. Volume I. Fiel, 2009, p. 32.

[14] SCHNUCKER, Robert. Theodore Beza, in: The new intemational dictionary of the Christianchurch. Grand Rapids, Zondervan, 1974, p. 126.

[15] HORTON, Stanley (Org.). Teologia Sistemática: uma perspectiva pentecostal. CPAD, 1996, pp. 54-55.

[16] WYNKOOP, Mildred Bangs. Fundamentos da Teologia Arminio Wesleyana. Casa Nazarena, 2004, p. 17.

[17] [N.T.] Es preciso destacar que Juan Casiano nunca fue condenado por la Iglesia, por el contrario, tanto la iglesia Católica como la Ortodoxa lo consideran santo, y padre de la Iglesia. En realidad Casiano era anti-pelagiano, pero no simpatizaba con el pre-determinismo fatalista de Agustín. El Concilio de Orange terminó condenando tanto al semi-pelagianismo como al pre-determinismo.

[18] WILEY, H. Orton. Christian Theology. Beacon Hili Press, 1941. p. 103.

[19] Manual da Igreja do Nazareno, p. 29

[20] Ibid. p. 28

[21] OLSON, Roger. Arminianism is God-centered theology. Disponível em: <http:// http://www.patheos.com/blogs/rogereolson/2010/ll/arminianism-is-god-centered-theology/>. Acesso em 05/04/2013.

[22] WYNKOOP, Mildred Bangs. Op. Cit., p. 33

[23] Para un estudio más profundo de la doctrina arminiana, ver el trabajo recientemente traducido de Olson, en el que intenta desmitificar al menos diez suposiciones erróneas sobre el pensamiento de Arminio: OLSON, Roger. Teología arminiana: mitos y realidades.

[24] Obras de John Wesley, Tomo VIII, Tratados Teológicos, ¿Qué es un arminiano? Wesley Heritage    Foundation

[25] Obras de John Wesley, Tomo V, El carácter de un metodista. Wesley Heritage Foundation

[26] NICODEMUS, Augustus. Paganismo versus Cristianismo Acaso ou Desígnio Divino? Revista Defesa da Fé. Ano 12, n° 89 – Janeiro/Fevereiro de 2011, p.55.

John Wesley responde a la pregunta ¿Qué es un arminiano?

John Wesley - que es un arminiano

La pregunta «¿Que es un arminiano?»
contestada por un amante de la gracia,

John Wesley

1. Si alguien dice «Ese hombre es arminiano», el efecto que producen estas palabras en quienes lo escuchan es el mismo que si se les hubiera dicho «Ese perro está rabioso». Sienten pánico y huyen de él a toda velocidad, y no se detendrán a menos que sea para arrojarle piedras al temible y peligroso animal.

2. Cuanto más incomprensible resulta la palabra, mejor. Las personas que reciben el apodo no saben qué hacer: como no saben lo que quiere decir, no están en condiciones de defenderse o de demostrar que son inocentes de los cargos en su contra. No es fácil acabar con prejuicios arraigados en personas que no saben otra cosa excepto que se trata de «algo muy malo» o de algo que representa «todo lo malo».

3. Por lo tanto, aclarar el significado de esta terminología ambigua puede ser de utilidad para muchos. A los que con demasiada facilidad aplican el término a otros, o para impedir que utilicen términos cuyo significado desconocen; a quienes escuchan, para que no resulten engañados por personas que no saben lo que dicen; y a quienes reciben el apodo de «arminianos», para que sepan cómo defenderse.

4. En primer lugar, creo necesario aclarar que muchos confunden «arminiano» con «arriano». Pero se trata de algo completamente diferente; no existe ninguna semejanza entre uno y otro. Un arriano es alguien que niega la divinidad de Cristo. Creo que no hace falta aclarar que nos referimos a su filiación con el supremo, eterno Dios, ya que no hay otro Dios fuera de él (a menos que decidamos hacer dos dioses: uno grande y uno pequeño). Ahora bien, nadie jamás ha creído con mayor firmeza, o afirmado con mayor convicción, la divinidad de Cristo, que muchos de los así llamados arminianos, y así lo siguen haciendo hasta el día de hoy. Por lo tanto, el arminianismo (sea lo que fuere) es completamente diferente del arrianismo.

5. El origen de la palabra se remonta a Jacobo Harmens, en latín, Jacobus Arminius, que fuera ministro ordenado en Amsterdam y, más tarde, profesor de Teología en Leyden. Habiendo estudiado en Ginebra, en 1591 comenzó a dudar de los principios que le habían inculcado hasta ese momento. Cada vez más convencido de lo errado de los mismos, cuando fue nombrado profesor, comenzó a enseñar y a hacer público lo que él consideraba que era la verdad, hasta que falleció en paz en el año 1609. Pocos años después de la muerte de Arminio, algunos fanáticos, liderados por el Príncipe de Orange, atacaron con furor a todos los que sostenían lo que ellos consideraban sus ideas. Habiendo logrado que este modo de pensar fuera formalmente condenado en el famoso Sínodo de Dort (menos numeroso y erudito que el Concilio o Sínodo de Trento, pero tan imparcial como aquél, ver La Verdadera historia del Sínodo de Dort), algunas de estas personas fueron muertas, otras exiliadas, algunas condenadas a cadena perpetua; todos ellos perdieron sus puestos de trabajo y quedaron inhibidos de ocupar cualquier cargo público o eclesiástico.

6. Los cargos que los opositores presentaban en contra de estas personas (comúnmente llamados arminianos) eran cinco: (1) negar el pecado original; (2) negar la justificación por fe; (3) negar la predestinación absoluta; (4) negar que la gracia de Dios es irresistible, y (5) afirmar que es posible que un creyente se aparte de la gracia.
Con respecto a las dos primeras acusaciones se declaran inocentes. Los cargos son falsos. Ninguna persona, ni el propio Juan Calvino, afirmó la idea del pecado original o de la justificación por fe de manera más decisiva, más clara y explícita que Arminio. Estos dos puntos están, por tanto, fuera de discusión; hay acuerdo entre ambas partes. No existe al respecto la más mínima diferencia entre el Sr. Wesley y el Sr. Whitefield.

7. Existe, sin embargo, una clara diferencia entre los calvinistas y los arminianos con respecto a los otros tres puntos. Aquí las opiniones se dividen, los primeros creen en una predestinación absoluta y los últimos sólo en una predestinación condicional. Los calvinistas sostienen que: (1) Dios decretó con carácter absoluto, desde toda eternidad, que ciertas personas se salvarían y otras no, y que Cristo murió por ellas y por nadie más. Los arminianos sostienen que Dios decretó, desde toda eternidad, respecto de todos los que poseen su Palabra escrita, que el que crea, será salvo; pero el que no crea, será condenado. Para dar cumplimiento a esto, Cristo por todos murió (2 Co. 5:15) por todos los que estaban muertos en sus delitos y pecados, es decir, por todos y cada uno de los hijos de Adán, ya que en Adán todos murieron.

8. En segundo lugar, los calvinistas sostienen que la gracia de Dios que obra para salvación es absolutamente irresistible; que ninguna persona puede resistirla así como no se puede resistir la descarga de un rayo. Los arminianos sostienen que si bien hay momentos en que la gracia de Dios actúa de manera irresistible, sin embargo, en general, cualquier persona puede oponer resistencia (y así perderse para siempre) a la gracia mediante la cual Dios deseaba otorgarle salvación eterna.

9. En tercer lugar, los calvinistas sostienen que un verdadero creyente en Cristo no puede apartarse de la gracia. Los arminianos, en cambio, sostienen que un verdadero creyente puede naufragar en cuanto a la fe y a la buena conciencia (Ver 1 Timoteo 1:19) Creen que el creyente no sólo puede caer nuevamente en la corrupción, sino que esa caída puede ser definitiva, de modo que se pierda eternamente.

10. Estos dos últimos puntos, la gracia irresistible y la infalibilidad de la perseverancia, son, sin duda, la consecuencia natural del punto anterior, la predestinación incondicional. Si Dios decretó con carácter absoluto, desde la eternidad, que sólo se salvarían determinadas personas, esto significa que tales personas no pueden oponerse a su gracia salvífica (porque de otro modo perderían la salvación), y que así como no pueden oponer resistencia, tampoco pueden apartarse de esa gracia. De modo que, finalmente, las tres preguntas quedan reducidas a una: ¿La predestinación es absoluta o condicional? Los arminianos creen que es condicional; los calvinistas, que es absoluta.

11. ¡Acabemos, entonces, con toda esta ambigüedad! ¡Acabemos con las expresiones que sólo sirven para crear confusión! Que las personas sinceras digan lo que sientan, y que no jueguen con palabras difíciles cuyo significado desconocen. ¿Cómo es posible que alguien que no ha leído una sola página escrita por Arminio sepa cuáles eran sus ideas? Que nadie levante la voz en contra de los arminianos antes de saber lo que esta palabra significa, recién entonces sabrá que los arminianos y los calvinistas están en el mismo nivel. Los arminianos tienen tanto derecho a estar enojados con los calvinistas como los calvinistas con los arminianos. Juan Calvino era un hombre estudioso, piadoso y sensato, al igual que Jacobo Arminio. Muchos calvinistas son personas estudiosas, piadosas y sensatas, igual que muchos arminianos. La única diferencia es que los primeros sostienen la doctrina de la predestinación absoluta, y los últimos, la predestinación condicional.

12. Una última palabra: ¿No es deber de todo predicador arminiano, primeramente, no utilizar nunca, en público o en privado, la palabra calvinista en términos de reproche, teniendo en cuenta que esto equivaldría a poner apodos o calificativos? Tal práctica no es compatible con el cristianismo ni con el buen criterio o los buenos modales. En segundo lugar, ¿no debería hacer todo cuanto esté a su alcance para impedir que lo hagan quienes lo escuchan, demostrándoles que constituye a la vez un pecado y una tontería? ¿No es, asimismo, deber de todo predicador calvinista, primeramente, no utilizar nunca, en público o en privado, durante la predicación o en sus conversaciones, la palabra arminiano en términos de reproche? Y en segundo lugar, ¿no debería hacer todo cuanto esté a su alcance para impedir que lo hagan quienes lo escuchan, demostrándoles que se trata de un pecado y una tontería al mismo tiempo? En caso de que ya estuvieran habituados a hacerlo, mayor empeño y esfuerzo deberá ponerse para erradicar esta conducta que, quizás, ¡fue alentada por el propio ejemplo del predicador!

¿Qué es un arminiano?, Obras de John Wesley, Tomo VIII, Tratados teológicos, Edición auspiciada por Wesley Heritage Foundation.

John Wesley - que es un arminiano