¿Dios quiere que todos sean salvos?

Cuando Dios dice algo en su Palabra, y ese algo está lo bastante claro, no tenemos razones para tratar de diluir o poner bajo sospecha tal afirmación. Leamos el siguiente versículo bíblico, tratando de entenderlo a la luz de la simple interpretación que surge de su lectura natural:

1Timoteo 2:3-4  Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.

No creo que haya que buscar, debajo de esa voluntad revelada, otra voluntad oculta. La interpretación básica, sencilla, a simple vista del texto es que Dios quiere que todos los hombres se salven; y no tenemos por qué jugar a las escondidas para descubrir si debajo de donde se dice «quiere que todos» en realidad significa que «no quiere que todos».

Alguno, muy preocupado por la soberanía de Dios, puede afirmar: «si Dios quiere salvar a todos, y no puede salvarlos a todos, entonces no es un Dios omnipotente». Yo le respondería, en primer lugar, que Dios sería verdaderamente impotente si hubiese querido dejar por escrito en la Biblia que «no quiere que todos los hombres sean salvos», pero solo pudo poner «quiere que todos los hombres sean salvos». Pero si Dios quiso afirmar tal cosa en las Escrituras, y así lo hizo, no tengo por qué dudar de la capacidad de comunicación de Dios. En segundo lugar respondería que si Dios quisiera mover una piedra pero no pudiese, entonces dudaría de su omnipotencia; pero aquí no estamos hablando de mover objetos, sino de su relación interpersonal con seres vivos que Él creó a su imagen y semejanza. Aquí no estamos hablando de un dios caprichoso que quiere y no puede, sino de un Dios soberano que interactúa con sus criaturas; y es tan tremendamente soberano que es capaz de otorgarle a cada criatura un margen de libertad de acción (cosa que un dios no soberano tendría miedo de hacer).

El problema surge cuando hacemos a Dios a nuestra imagen y semejanza, y tratamos de entenderlo desde concepciones humanas. Yo quiero muchas cosas, pero no puedo tenerlas o hacerlas como me gustaría; pero cuando Dios dice que quiere que «todos los hombres sean salvos» no está suspirando por algo que «le gustaría» tener o hacer pero no puede. Simplemente está poniendo de manifiesto «su disposición» absoluta de salvar a todo aquel que se rinda a su llamado. Este texto bíblico está manifestando la «disposición» de Dios no su «capacidad» para salvar.

El rey ha sitiado la ciudad, tiene todo el poder absoluto para dar la orden y destruirla por completo, la vida y la muerte de todos los habitantes están en sus manos; sin embargo, es un rey compasivo y no quiere destruirlos a todos; no es que no pueda sino que no quiere. Por ello hace un edicto real, por escrito, perdonando la vida de todo aquel que se rinda incondicionalmente; el que no se rinda será condenado, destruido. Y para evitar malos entendidos, el rey envía a su representante para explicar los alcances del edicto a cada habitante de la ciudad. Después de haber entendido las exigencias del edicto, una parte de los habitantes se rinde y otra se niega a rendirse; los primeros son perdonados y los segundos condenados a muerte. ¿Alguien se atrevería a acusar a tal rey de falta de soberanía, o de ser débil y pusilánime?, por el contrario, alabarían su misericordia al extender a todos la oferta de perdón, y acusarían de necios a los que rechazaron un edicto tan benevolente.

De la misma manera, nuestro Dios tiene en sus manos la vida y la muerte de cada ser humano. La humanidad está justamente destinada a la destrucción, pero el Señor Jesús, antes de ejecutar tal sentencia, ha decidido extender una oferta de perdón para todo aquel que se rinda incondicionalmente. Ha dejado tal edicto por escrito (el Evangelio) y ha enviado a su Paráclito (el Espíritu Santo) para que ilumine la mente de cada  persona y le haga comprender los requisitos y alcances del perdón divino. Una parte de la humanidad se rinde y otra parte, neciamente, rechaza tal ofrecimiento misericordioso. ¿Habrá alguno que piense que Dios es pusilánime por ofrecer a todos el perdón, aunque al final no todos se acogerán a él? Pienso, por el contrario, que todos alabarán la misericordia tan grande de este Dios, y acusarán de necios a todos aquellos que rehusaron tal ofrecimiento.

Entonces, ¿por qué se nos acusa a los no calvinistas de menoscabar la soberanía de Dios cuando proclamamos la omnibenevolencia divina? Si Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y ese querer significa que Él dispone a favor del hombre todo lo necesario para que se acoja a su misericordia; si Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y ese querer significa que pone al alcance de toda criatura su Evangelio, y por medio de su Espíritu opera individualmente en la mente de los hombres para que entiendan lo que demanda ese Evangelio; y si Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y ese querer significa que les concede a los hombres la capacidad de responder a su llamado, ya sea obedeciendo o rehusando su benevolencia, ¿dejará nuestro Dios, por esto, de ser un Dios soberano y omnipotente?

Lo analicemos desde otro punto de vista. Dios pone delante de mí dos caminos con dos finales, como lo puso delante del pueblo de Israel:

Deuteronomio 30:19  «A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia»

Puedo escoger el camino de la vida, el de la obediencia, cuyo final es la vida eterna, o puedo escoger el camino de la muerte, el de la desobediencia, cuyo final es la condenación eterna. Pero como yo soy incapaz de discernir, Él me indica cuál de los dos caminos es el mejor: «escoge, pues, la vida, para que vivas». Bien, tenemos dos caminos con dos finales, y ambos están predeterminados por Dios, es decir, no puedo elegir un camino malo que me lleve a un final bueno, ni puedo escoger un camino bueno que me lleve a un final malo. Mi albedrío no puede cambiar nada, solo hay dos caminos para elegir, y los dos son determinados soberanamente por Dios; y como si esto fuera poco hasta soy iluminado para entender cuál es el camino correcto. Si yo, haciendo uso de la libertad limitada que Dios me concede (solo puedo elegir entre dos caminos y no puedo modificar los finales) rehúso obedecer a Dios y elijo el camino malo, ¿eso es una afrenta a la soberanía de Dios? En absoluto.

¿Cuándo estaría en peligro la soberanía de Dios? Si yo pudiese escoger una tercera vía. Supongamos que yo me parase ante los dos caminos que pone ante mí Dios, pero con mi libre albedrío pudiese elegir un camino malo que me lleve a un final bendecido, es decir, pudiera crear un atajo o modificar los resultados; entonces allí tendríamos un claro ejemplo de que Dios no sería soberano, porque yo podría engañarlo como hacían los héroes a los dioses del Olimpo, en la mitología griega. Menoscabar la soberanía de Dios significaría que yo pudiera rechazar lo determinado por Dios (solo dos caminos, solo dos finales), y pudiese crear otras opciones que Él no me ofreció. Seríamos, entonces, merecedores de las acusaciones que nos hacen los calvinistas de pretender, con nuestro libre albedrío, alterar los planes de Dios.

Pero repasemos el caso: Dios predeterminó solo dos caminos con sus correspondientes finales, primeramente, no puedo modificar nada de ello; y además, como soy incapaz para discernir, Dios, mediante su gracia, me ilumina el entendimiento y comprendo lo que tengo delante, y cuál es la opción que me lleva a la vida. No puedo crear atajos ni una tercera vía, solo puedo, haciendo uso de mi albedrío (¡que me lo concedió también el mismo Dios!), elegir un camino. Pero como si esto fuera poco, aunque yo escogiera el camino de muerte que lleva a la condenación eterna no estaría saliéndome de la soberanía de Dios, porque los dos caminos le pertenecen a ÉL; y al final de cada camino estará Dios para dar el premio o el castigo. Es decir, si yo rehúso obedecer a Dios en seguir el camino que Él me recomienda, no por eso estoy haciendo a un lado a Dios, ¡porque ambos caminos están en su mano! Aunque yo eligiera el camino malo ese camino está bajo el señorío de Dios. Nadie puede elegir fuera de Dios, escojas lo que escojas siempre estarás eligiendo a Dios; ya sea eligiendo Su premio, o eligiendo Su castigo, todo es Suyo. El camino, el final, el premio, el castigo, la iluminación, el albedrío, todo, absolutamente todo es de Dios y nadie puede salirse de los marcos establecidos. Por ello me parece realmente absurda la acusación que nos hacen de menospreciar la soberanía de Dios. Por el contrario, esta doctrina hace de Dios un Rey soberano y misericordioso, que por un lado lo predetermina todo, pero siempre deja un margen para la libertad de aquel ser humano que Él creó a su imagen y semejanza. Sin embargo, otras doctrinas hacen de Dios un déspota de misericordia limitada, que tiene miedo de conferirle a su criatura un espacio de libertad, que debería ser consecuente con el castigo o premio prometido.

Según nuestra doctrina, si una persona pudiese preguntarle a Dios «¿Señor, tú quieres que yo sea salvo?» La respuesta sería indefectiblemente «Sí, te estoy dando todas las oportunidades para que lo seas». Según otras doctrinas tendrías un 50% de posibilidades de que sí, y otro 50% de que no; y muy probablemente te encontrarías con esta respuesta: «No, no quiero que seas salvo, quiero que seas condenado; porque aunque mi voluntad rebelada dice que quiero «que todos los hombres sean salvos», sin embargo, tengo una voluntad oculta que dice que no quiero eso».

El libre albedrío (más correctamente: libre albedrío liberado) no consiste en que yo pueda elegir lo que se me da la gana, sino que entre varias opciones predeterminadas por Dios se me permita elegir una. Y esa opción (o causa) que yo elija libremente conlleva una consecuencia que no puedo modificar; por ejemplo, si elijo libremente el camino malo no puedo elegir libremente cambiar su consecuencia o final, que siempre será: la condenación. El libre albedrío glorifica a Dios porque, en primer lugar, es un regalo de ese mismo Dios para el hombre hecho a Su imagen y semejanza, y en segundo lugar, porque el libre albedrío nunca puede elegir algo fuera de los marcos predeterminados por Dios.

El texto en su contexto

1Timoteo 2:1-5 «Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.»

Noten la fuerza inclusiva de este texto: se nos manda a que oremos «por todos los hombres» y «todos los que están en eminencia» (no deja afuera a nadie), para que nuestra vida sea un testimonio de «toda piedad y honestidad», y ese testimonio, que agrada a Dios, sea utilizado para que todos los hombres vengan al conocimiento de la verdad y puedan ser salvos, porque esa es la voluntad de Dios (no una voluntad que decreta la salvación de todos, eso sería universalismo, sino que decreta que el acceso a la salvación está abierto a todos con la condición de que crean en el Hijo). Pero nótese también que se afirma «porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres», no entre Dios y algunos hombres, sino en un marco que incluye a todos, esto está más que claro en el contexto. Y por si quedara alguna duda remata diciendo: «Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos», no está hablando en un contexto de «elegidos» como para que podamos especular que se refiere solo a un grupo específico; el contexto del pasaje es extremadamente claro: «todos» es «todos los hombres»; no algo vago como una etnia o una nación, sino algo muy concreto: aquellas personas específicas que nos rodean, y aquellas personas específicas que nos gobiernan, por las cuales se nos manda orar en el versículo 1, que es la clave del texto.

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos 2023.©

Fascinados por los lobos

No es extraño el hecho de que un lobo siga a una oveja hasta tener la oportunidad de abalanzarse sobre ella y devorarla; lo extraño sería que la oveja siga al lobo y se entregue alegremente a sus fauces. Este último hecho, tan antinatural y extraño, sucede con frecuencia en la Iglesia: las ovejas siguen fielmente a los lobos, se entregan incondicionalmente a ellos y hasta los defienden con uñas y dientes.

El apóstol Pablo censura a los gálatas preguntándoles «¡insensatos! ¿quién os fascinó…?» Alguien les estaba exponiendo una falsa representación de Cristo, una imagen distorsionada; mágicamente la cruz desaparecía y el mensaje del evangelio presentaba a un Jesús que no era el fin sino un medio. Verdaderamente un lobo puede hechizar a una oveja; con la Biblia en mano puede sutilmente distorsionar la realidad y hacerle ver lo que no existe, o crear una ilusión óptica sobre aquello que existe y alterar la percepción de las cosas. En la Iglesia el lobo, el falso maestro, el falso pastor, el falso ungido puede ser un gran ilusionista, un hechicero, un mago que saca de la galera (su Biblia) las cosas más increíbles y absurdas y cautivar con ello a su audiencia, fascinarlos para que no vean la realidad sino una falsa representación de ella.

«No es fácil descubrir el error por sí mismo, pues no lo presentan desnudo, ya que entonces se comprendería, sino adornado con una máscara engañosa y persuasiva; a tal punto que, aun cuando sea ridículo decirlo, hacen parecer su discurso más verdadero que la verdad. De este modo con una apariencia externa engañan a los más rudos. Como decía acerca de ellos una persona más docta que nosotros, ellos mediante sus artes verbales hacen que una pieza de vidrio parezca idéntica a una preciosa esmeralda, hasta que se encuentra alguno que pueda probarlo y delatar que se trata de un artificio fabricado con fraude. Cuando se mezcla bronce con la plata, ¿quién entre la gente sencilla puede probar el engaño? Ahora bien, temo que por nuestro descuido haya quienes como lobos con piel de oveja desvíen las ovejas, engañadas por la piel que ellos se han echado encima, y de los cuales el Señor dice que debemos cuidarnos (pues dicen palabras semejantes a las nuestras, pero con sentidos opuestos).» [Ireneo de Lyon – Contra los Herejes Pr.1, 2)

No me asombra tanto la cantidad de lobos rapaces que han aparecido últimamente en las iglesias evangélicas, sino la cantidad de creyentes, de ovejas, que siguen a los lobos con tal devoción que son capaces de destrozar a todo aquel que toque a ese “ungido”. Una oveja fascinada, hechizada, puede llegar a ser más violenta que el mismo lobo, porque está viendo la realidad distorsionada, actúa de forma enajenada; en cambio el lobo, el ilusionista, ve la realidad tal cual es mientras se la presenta a la oveja tal cual no es. El lobo puede jugar con la realidad mientras que la oveja fascinada solo puede ver lo que el mago le hace creer.

Pastores, maestros, predicadores sorprendidos en adulterio, en fornicación, en pornografía, cometiendo sistemáticamente contra los miembros de la Iglesia abuso emocional, abuso financiero, abuso físico y sexual… pero las ovejas están dispuestas a no ver esa realidad y atacar a todo aquel que viéndola se atreva a denunciarla. Un lobo no es únicamente aquel que tiene falsa doctrina, también hay lobos de sana doctrina.

“no es de provecho alguno la fe sana cuando la vida es mala.”   [Juan Crisóstomo, Sobre el Sacerdocio, Libro IV.9. Ropero, Alfonso. Obras escogidas de Juan Crisóstomo, Ed. Clie, p.173]

¿De qué sirve la sana doctrina en la boca de alguien que tiene una vida enferma?

“Cuando hables la palabra de Dios, que no salga de labios inmundos”. [Carta de Bernabé, 17.  Ropero, Alfonso Lo Mejor de los Padres Apostólicos] 

Los fariseos no tenían mala doctrina pero el Señor los reprendió porque tenían una doble vida; por fuera eran blancos y por dentro llenos de corrupción, como sepulcros blanqueados, predicaban en público lo que había que hacer pero ellos en lo secreto hacían lo contrario.

Mateo 23:27  Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. 28  Así también vosotros, por fuera a la verdad, os mostráis justos a los hombres; pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.

“Es mejor guardar silencio y ser, que hablar y no ser. Es bueno enseñar, si el que habla lo practica.”      [Ignacio de Antioquía – Carta a los Efesios 15 – Alfonso Ropero Lo Mejor de los Padres Apostólicos]

Sí, tenemos lobos de sana doctrina que predican bien pero viven mal; tenemos lobos de excelente exégesis pero que lideran sus congregaciones con mano de hierro, siendo despóticos e intolerantes con aquellos que no comparten sus opiniones. Tenemos predicadores fieles en los púlpitos pero adúlteros en sus hogares, codiciosos, avaros, prepotentes, sensuales, ególatras, manipuladores… porque lobo es todo aquel que se alimenta de las ovejas, es decir, que satisface sus deseos personales mediante sus ovejas.

«Porque en los últimos días se multiplicarán los falsos profetas y los corruptores, y las ovejas se volverán lobos, y el amor se cambiará en aborrecimiento».   [Didaché XVI. 3. Ropero, Alfonso. L.M.P.A.]

Un pastor o predicador es descubierto en adulterio (o cualquier otro pecado), inmediatamente se sacude un poco el polvo, sube a sus redes sociales un vídeo donde afirma que ya se arrepintió, que lloró ante el Señor y fue perdonado, que también consultó con otros colegas de ministerio y le animaron a seguir predicando porque la iglesia lo necesita; y que si Dios perdonó al rey David nadie puede negarle a él la restauración total. En pocas palabras, actúa como un lobo cuando es descubierto, no le preocupa la oveja que se comió sino el garrotazo que puede recibir; no se duele del pecado que cometió sino que se asusta de las consecuencias que le acarreará el ser descubierto. El que verdaderamente se arrepiente estará dispuesto a someterse a la disciplina que restaura, aunque sea dura y humillante;  pero el que solo le preocupa no perder el estatus que tenía antes de ser descubierto menospreciará la disciplina, dirá que ya fue perdonado y restaurado, así nomas, mágicamente, de un día para el otro.

En la Iglesia primitiva existía el concepto de pecados veniales (pecados que no producían la pérdida de la salvación) y pecados mortales (aquellos por los cuales el cristiano cometía apostasía y caía de la gracia).

1 Juan 5:16  Si alguno ve a su hermano cometer pecado no de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; digo a los que pecan no de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. 17  Toda maldad es pecado; mas hay pecado no de muerte.

Aunque algunos pretendan interpretar este texto diciendo que por muerte se refiere a la pena de muerte que imponían las leyes del Imperio, esa interpretación es fantasiosa, basta leer los escritos cristianos de los primeros siglos para comprender que pecado de muerte comprendía el adulterio, la fornicación, la ofrenda a la imagen del emperador, la negación de Cristo en un tribunal civil, etc., y quienes cometían estos pecados eran considerados apóstatas de la fe, caídos de la gracia, excluidos de la Iglesia. El gran padre de la Iglesia Cipriano, obispo de Cartago y mártir, en su libro De Lapsis (los caídos) aboga para que la Iglesia les dé una oportunidad a los que han cometido estos pecados: los laicos o miembros simples después de un largo período de prueba y disciplina serán admitidos a la comunión plena; pero los pastores o ministros que hayan incurrido en esos pecados, serán igualmente disciplinados, pero ya no podrán regresar al ministerio, quedarán excluidos de él; han deshonrado el sacerdocio de la Iglesia y ya no podrán ejercerlo.

La Iglesia en general adoptó esta forma de disciplina y así enfrentó con fortaleza y dignidad las duras persecuciones. Pero hoy son suficientes unas cuantas lágrimas delante de una cámara, una palmadita en la espalda de algún ministro amigo, y la adulación incondicional de unas ovejas que están dispuestas a seguir a su pastor como si no hubiese pasado nada, porque “¿quién somos nosotros para juzgar?” Al parecer la poderosa iglesia primitiva sí se atrevía a juzgar y producía a los mejores líderes, mientras nosotros abrazamos con amor al lobo aunque haya dejado tras él un rebaño de ovejas muertas.

Sin disciplina no hay restauración, y la disciplina no dura un ratito; no se puede borrar en una sola noche de lágrimas las muchas noches de adulterio. No se puede borrar en una simple confesión desde el púlpito todas las mentiras que se dijeron en ese mismo púlpito cuando se predicaba lo que no se vivía. ¿Qué clase de pastor quieres para tu vida? Dime que clase de pastor tienes y te diré que clase de oveja eres

“Lo que hacen es seguir enseñando el mal a almas inocentes, no sabiendo que tendrán una condenación doble, la suya y la de los que los escuchan.”    [2ª  Clemente de Roma. 10. Ropero, Alfonso. L.M.P.A.]

Si poco te importa el adulterio, la fornicación, la mentira o el engaño de tu líder, y mirando hacia otro lado dices “yo no soy quien para juzgar”, eso me está demostrando una cosa, que se cumple en ti la advertencia hecha por el apóstol:

2 Tim 4:3  Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina; antes, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias,

Si toleras a un líder adúltero es porque en realidad buscas justificar tu propio adulterio (el que cometes o piensas que algún día puedes cometer), si toleras a un predicador avaricioso es porque tú también lo eres, si aceptas ser ministrado por un maestro sensual es porque eso le hace bien a tu sensualidad; estás amontonando maestros conforme a tus propias concupiscencias. Si sigues a los lobos no te sorprendas que termines actuando como uno de ellos; o que cuando quieras huir ya sea demasiado tarde porque te tendrán en sus fauces.

Hermano, no entregues tu vida al lobo, ni la vida de tu hermano, ni calles cuando veas que las fauces se abren para devorar a la oveja, si callas te harás cómplice. Recuerda que si un ciego guía a otro ciego los dos caerán en el pozo, si la persona que debe guiar tu vida es un adúltero, un manipulador, un avaro, un déspota, un ególatra, terminarás en el abismo junto a él. No te dejes fascinar por la buena retórica, por la buena homilética, por las muchas palabras; porque si el corazón está corrupto lo que sale de la boca también. Mantente vigilante entre el rebaño, no seas como el perro mudo incapaz de advertir del peligro que se avecina.

«¿Qué diré de los perros, a los que la naturaleza concede la solicitud de mantener atención vigilante por la salud de sus dueños? Por eso, la Escritura clama contra los que se olvidan de los beneficios y son abandonados o perezosos. Todos ellos son perros mudos, incapaces de ladrar (Isaías 56,10). Debían saber ladrar por sus dueños y defender sus hogares. Por eso, aprende tú a alzar tu voz por causa de Cristo cuando lobos rapaces atacan el rebano de la Iglesia. Aprende a mantener la palabra en tu boca, para que no seas perro mudo que con el silencio de la prevaricación abandones la custodia que se te encomendó.»  [S. AMBROSIO de Milán, El Hexameron, 6,4,16-17. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC]

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de la Iglesia y Diarios de Avivamientos 2022

Contra el calvinismo – Roger Olson – Capítulo 6

Contra el calvinismo – Capítulo 6 – Por Roger Olson

Traducido al español por Gabriel Edgardo Llugdar

SÍ a la expiación, NO a la expiación limitada/redención particular

Durante una de mis sesiones de clase con oradores calvinistas, un líder de la Fraternidad de la Universidad Reformada local (RUF) preguntó a mis alumnos: «¿Cuántos de ustedes creen que Cristo murió por todos?» Yo sabía que él quería decir «por todos del mismo modo – para sufrir el castigo por sus pecados». La mano de cada estudiante se levantó. «Entonces ustedes tienen que creer que todos serán salvos; ustedes tienen que ser universalistas. ¿Cuántos de ustedes son universalistas?» Todas las manos se bajaron excepto una o dos. «Ya ven», dijo el orador, «si Cristo ya sufrió el castigo de todos por los pecados, incluido el pecado de incredulidad, entonces nadie puede ir al infierno porque sería injusto que Dios castigara el mismo pecado dos veces».

El orador estaba mencionando uno de los «ganchos» favoritos del calvinismo rígido para hacer que los jóvenes consideren incluir en su soteriología la «L» del TULIP: la Expiación Limitada. Y si alguien acepta la «L», argumentan los calvinistas, tienen que aceptar el resto del sistema. A fin de cuentas, si no todas las personas van a ser salvas, entonces Cristo murió solo por algunos –aquellos a quienes vino a salvar. ¿Quiénes serían estas personas? Los elegidos incondicionalmente por Dios. ¿Por qué ellas serían elegidas incondicionalmente por Dios? Porque son totalmente depravadas y no tienen otra esperanza más allá de la elección de Dios y la muerte de Cristo por ellas. ¿Y cómo Dios atraerá a esas personas por las cuales Cristo murió para que ellas se beneficien de su muerte? Atrayéndolas irresistiblemente hacia sí mismo. ¿Cómo podría alguien, elegido y atraído por Dios, cuyos pecados ya están pagados, perderse? Es imposible.

Inteligente planteamiento. ¿Pero eso funciona? ¿La expiación limitada, que la mayoría de los calvinistas prefieren llamar «redención particular», es bíblica? ¿Es consistente con el amor de Dios, mostrado en Jesucristo, y expresado en el Nuevo Testamento muchas veces y de muchas maneras (por ejemplo, Juan 3:16)? ¿Calvino creía en la expiación limitada? ¿Alguna persona en la historia cristiana, antes de los seguidores escolásticos de Calvino, creía en ella? ¿Es quizás más una deducción hecha a partir de la T, la U, la I y la P que una verdadera revelación? ¿Los calvinistas rígidos realmente la abrazan porque es bíblica, o la abrazan porque la lógica exige la creencia en ella y piensan que las Escrituras permiten la expiación limitada? ¿El rechazo de la expiación limitada implica que el universalismo sea una «consecuencia lógica y necesaria», como afirmó ese orador? Estas y otras preguntas serán consideradas aquí con cierto detalle.

Mi conclusión será que la expiación limitada es otro de los talones de Aquiles del calvinismo rígido. No puede ser apoyado por las Escrituras o la Gran Tradición de la fe cristiana (fuera del calvinismo escolástico después de Calvino). Ella contradice el amor de Dios, haciendo a Dios no solo parcial sino también odioso (hacia los no elegidos). Su rechazo no implica lógicamente el universalismo, y los que la defienden así lo hacen porque (piensan que) la lógica lo requiere y las Escrituras lo permiten; y no porque algún pasaje bíblico de manera clara la enseñe.

Otra de las conclusiones será que la T, la U, la I, la P del TULIP realmente exigen la L, y que los calvinistas que dicen ser de “cuatro puntos” y que rechazan la L están siendo inconsistentes. ¡Irónicamente, en esta cuestión estoy de acuerdo con todos los calvinistas rígidos de la variedad TULIP! También argumentaré que la creencia en una expiación limitada –una redención particular, imposibilita, de manera sensata,  hacer una oferta sincera del evangelio de salvación para todos indiscriminadamente. ¡Irónicamente, allí también estoy de acuerdo con los hipercalvinistas!

Finalmente, el orador calvinista de mi clase dirigió su último argumento calvinista típico, a mí y a aquellos alumnos que están de acuerdo en que la expiación no puede ser limitada: «Puede que no lo sepan, pero ustedes también limitan la expiación. De hecho, la limitan más de lo que los calvinistas lo hacen. En realidad, son ustedes los arminianos quienes creen en la expiación limitada». ¡Eso atrajo la atención de los estudiantes! Yo ya había escuchado ese argumento antes y sabía a dónde quería llegar con eso. «Limitan la expiación al robarle a ella el poder para salvar, de hecho, a alguien; para ustedes, la muerte de Cristo en la cruz solo brindó una oportunidad para que las personas sean salvas. Nosotros los calvinistas creemos que la expiación, en verdad, garantizó la salvación para los elegidos».

Aquí, como antes, objetaré a este intento y utilizaré el hechizo contra el hechicero. No estoy de acuerdo en que los no calvinistas limiten la expiación. Esta queja, frecuentemente oída, simplemente no se sustenta porque incluso Calvino no creía que la expiación salvase a alguien hasta que ciertas condiciones fuesen cumplidas, a saber, el arrepentimiento y la fe. Aunque estos sean dones de Dios para los elegidos, el resultado es que  la expiación no “salvó” más personas de lo que los arminianos (y otros no calvinistas) creen.

La doctrina calvinista de la Expiación

Hasta donde he podido comprobar, todos los verdaderos calvinistas (a diferencia de algunos teólogos reformados revisionistas) adoptan la llamada «teoría de la sustitución penal» de la expiación. Por supuesto, no creen que sea “solo una teoría”. Como muchos no calvinistas (tal como Wesley), lo consideran como la enseñanza bíblica acerca de la muerte salvífica de Cristo en la cruz. De acuerdo con esta doctrina, la muerte de Jesús fue principalmente un sacrificio substitutivo ofrecido a Dios por Jesús (es decir, para el Padre por el Hijo) como la «propiciación» por los pecados. «Propiciación» significa apaciguamiento [conciliación]. En este punto de vista, el acontecimiento de la Cruz es visto como el apaciguamiento por Cristo de la ira de Dios. Él sufrió el castigo por los pecados de aquellos a quienes Dios quiso salvar de su merecida condena al infierno. Calvino lo pone en pocas palabras:

«Esta es nuestra absolución: que la culpa que nos tenía sujetos a castigo ha sido transferida a la cabeza del Hijo de Dios (Isaías 53:12). Pues se debe tener en mente, por encima de todo, esta sustitución, para que no temamos y permanezcamos ansiosos durante toda la vida, como si aún pendiese sobre nosotros la justa venganza de Dios, la cual el Hijo de Dios ha transferido para sí.»  [1]

Calvino, y la mayoría de los calvinistas, creían que la muerte de Cristo logró más (por ejemplo, la «transmutación de la naturaleza de las cosas» o transformación de nuestra naturaleza pecaminosa[2] y el cumplimiento de la ley de Dios en nuestro lugar)[3] , pero el logro crucial de Cristo en la cruz fue el sufrimiento de nuestro castigo.

Otras teorías de la expiación surgirán en la historia cristiana, y algunas de ellas encontrarán eco en la teología de Calvino. Por ejemplo, la visión de la muerte salvífica de Cristo llamada «Christus Victor» es popular especialmente desde la publicación del clásico libro sobre la expiación, Christus Victor [4], del teólogo sueco Gustaf Aulén.  Calvino asiente con esta imagen de la muerte expiatoria de Cristo que dominó a satanás y liberó a los pecadores de la esclavitud[5],  pero su enfoque principal está en la satisfacción de Cristo de la justicia de Dios al sufrir el castigo merecido por los pecadores, de tal manera que Dios puede, de manera justa, perdonarlos. Contrariamente a muchos críticos de esta teoría de la sustitución penal, ella no se basa en una visión de Dios como sediento de sangre o como un torturador de niños. Calvino correctamente resalta el amor como el motivo de Dios al enviar a su Hijo a morir por los pecadores  [6].

Casi sin excepción, los calvinistas rígidos desde Calvino defienden firmemente esta visión de la expiación y su logro en nombre de Dios y los pecadores. No rechazan otras dimensiones de la expiación, pero esta es fundamental y crucial para toda la soteriología calvinista. Muchos no calvinistas están de acuerdo. Pero el problema que está en juego aquí es si Cristo murió de esta manera para todas las personas o meramente para algunos: los elegidos. Ningún calvinista niega la suficiencia de la muerte de Cristo en términos de valor para salvar a toda la raza humana. Lo que algunos han venido a negar es que Cristo realmente sufrió el merecido castigo por todas las personas, algo que claramente enseñaron los padres de la iglesia y la mayoría de los teólogos medievales, e incluso Lutero.

El calvinismo rígido cree y enseña que Dios solo planeó que la cruz fuera la propiciación para algunas personas y no para otras; Cristo no sufrió por todos (al menos no de la misma manera, como a John Piper le gusta especificar) sino solo por aquellos a quienes Dios ha escogido salvar. Esta es la doctrina de la «expiación limitada», o lo que algunos calvinistas prefieren llamar expiación «definida» o «particular» o «eficiente». Boettner expresa bien la doctrina: «Si bien el valor de la expiación fue suficiente para salvar a toda la humanidad, ella fue eficaz para salvar únicamente a los elegidos» [7]. Para que nadie lo malinterprete y piense que Dios  planeó la expiación para todos, pero que ella solo efectúa la salvación de aquellos que la reciben con fe (la visión de la mayoría de los evangélicos no calvinistas), Boettner dice que los no elegidos fueron excluidos de su obra por Dios: «No fue, por lo tanto, un amor general e indiscriminado del cual todos los hombres son igualmente participantes [que envió a Jesús a la cruz], sino un amor particular, misterioso e infinito para los elegidos, que hizo que Dios enviara a Su Hijo al mundo para sufrir y morir, y él murió solamente por ellos» [8].  Al igual que muchos calvinistas, Boettner alega que «ciertos beneficios» de la cruz se extienden a todas las personas en general, pero estos beneficios son simplemente «bendiciones temporales» y no alguna cosa salvífica[9].

Los no calvinistas miran afirmaciones como éstas y tiemblan. Este sería, de hecho, un «amor excéntrico» que excluye a algunas de las mismas criaturas que Dios hizo a su imagen y semejanza, de cualquier esperanza de salvación. Por otra parte, estas «bendiciones temporales», que supuestamente fluyen hacia los no elegidos desde la cruz, apenas valen la pena mencionarlas. Como señalé en el capítulo anterior, tales bendiciones, para los no elegidos,  ¡equivalen a recibir un poquito de cielo ahora para más adelante ser arrojados al infierno! Steele y Thomas, autores de  The Five Points of Calvinism, definen y describen la expiación limitada, que ellos prefieren llamar “redención particular”, de esta manera:

«El calvinismo histórico o principal ha sostenido, de manera consistente,  que la obra redentora de Cristo fue definitiva en diseño y realización –que ella tuvo por intención ejecutar plena satisfacción para ciertos pecadores específicos y que ella verdaderamente garantizó la salvación para estos individuos y para nadie más. La salvación que Cristo ganó para Su pueblo incluye todo lo que implica llevarlos a una relación correcta con Dios, incluidos los dones de la fe y el arrepentimiento.»[10]

Al igual que Boettner, estos teólogos afirman que la expiación de Cristo no fue limitada en valor sino solo en su plan [intención]. Y ellos alegan que los arminianos (y otros no calvinistas) también limitan la expiación en la forma mencionada anteriormente.[11]

Steele y Thomas reclaman apoyo para la expiación limitada en pasajes bíblicos como Juan 10:11, 14–18 y Romanos 5:12, 17–19. Sin embargo, incluso una rápida mirada a estos pasajes revela que no limitan la expiación, sino que únicamente afirman que es aplicada al pueblo de Dios. No niegan que sea para otros también [precisamente Romanos 5:18  dice Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida].

¿Qué pasa con los pasajes bíblicos que mencionan «todos» y «mundo» como 1 Juan 2:2 Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo? Steele y Thomas explican esto así:

«Una razón para el uso de estas expresiones fue para corregir la falsa noción de que la salvación era solo para los judíos… Estas expresiones pretenden mostrar que Cristo murió por todos los hombres sin distinción (es decir, murió por judíos y gentiles por igual), pero no pretende indicar que Cristo murió por todos los hombres sin excepción (es decir, Él no murió con el propósito de salvar hasta el último de los pecadores)»[12].

Una pregunta crucial que surge en respuesta a estas afirmaciones es la distinción entre el valor de la muerte expiatoria de Cristo y su plan y propósito. Aparentemente, Boettner, Steele y Thomas (y otros calvinistas que citaré) creen que la muerte de Cristo en la cruz fue un sacrificio suficiente por los pecados de todo el mundo. Entonces, ¿qué quieren decir ellos con que Cristo no murió por todas las personas? Si fue un sacrificio suficiente por los pecados de todo el mundo, incluidas todas las personas, y fue lo suficientemente valioso para todos, ¿cómo no es una contradicción decir que Cristo no murió por todos?

Al parecer, lo que al menos algunos calvinistas quieren decir es que la muerte de Cristo fue lo suficientemente grande en alcance y en valor como para que Dios perdonase a todos a causa de ella, pero Dios no la planeó para todas las personas, sino solamente para los elegidos. Pero, ¿por qué Dios causó que Jesús sufriera un castigo suficiente para todos los pecados que Dios no planeó perdonar? Y si su muerte fue un castigo suficiente para todos, ¿no implica eso que soportó el castigo de todos? Y si eso es así, entonces aunque Dios haya planeado su muerte solo para los elegidos, la acusación de que la expiación universal requeriría que todos sean salvos (porque los pecados no pueden ser castigados dos veces) retorna para asombrar a los propios calvinistas [Los calvinistas dicen que afirmar que Cristo murió por todos implicaría universalismo, sin embargo ellos afirman que la muerte de Cristo es suficiente para todos, y eso también podría implicar universalismo]. Hay algo terriblemente confuso en el corazón de las típicas afirmaciones calvinistas sobre esta doctrina.

Esta confusión se vuelve especialmente intensa cuando el teólogo y pastor calvinista Edwin Palmer ridiculiza el punto de vista de la expiación universal: «Para ellos [él tiene en mente específicamente a los arminianos, pero esto podría aplicarse a otros no calvinistas] la expiación es como un kit de supervivencia universal: hay un kit para todos, pero solo algunos agarrarán un kit… algo de su sangre [de Cristo] se desperdició: cayó al suelo». [13]

¿Pero no sería esto cierto de cualquier doctrina de la expiación que diga que fue un “sacrificio suficiente” para todo el mundo y que su valor es infinito? Parece que los defensores de la expiación limitada deberían decir que la muerte de Cristo no fue suficiente para todo el mundo y que no tiene un valor infinito por si van a acusar a los creyentes de la expiación universal de creer que parte de la sangre de Cristo fue desperdiciada (porque no todos se benefician de ella). ¿Esa afirmación, por parte de los calvinistas, de la suficiencia y valor para todos,  no equivale a lo mismo aunque digan que Dios la planeó y la destinó solo para los elegidos? Así parece.

Palmer adopta el mismo enfoque que Steele y Thomas con respecto a los pasajes universales, incluido Juan 3:16–17: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. Según Palmer “en este pasaje, ‘mundo’ no significa cada persona… sino… personas de todas las tribus y naciones.»[14] Sobre los pasajes que dicen que Cristo murió por «todos», él dice «Todos no son todos».[15]

Palmer afirma que el hecho de que Cristo haya muerto solo por los elegidos y, sin embargo, Dios «ofrece libre y sinceramente la salvación a todos» es un «misterio fundamental».[16] Sin embargo, como mostraré, los críticos de la visión calvinista sostienen que esto no es un misterio sino una contradicción –una distinción que R. C. Sproul describe (y él rechaza las contradicciones en teología). ¿Cómo puede un calvinista, predicador del evangelio, y mucho menos Dios, decir a cualquier congregación u otra asamblea: «Dios te ama y Jesús murió por ti para que puedas ser salvo, si te arrepientes y crees en el Señor Jesucristo», sin agregar la advertencia «pero únicamente si eres uno de los elegidos de Dios»? El predicador calvinista no puede hacerlo con la conciencia tranquila.

Sproul, un calvinista particularmente convencido de la expiación limitada, llama a la doctrina «la expiación intencional de Cristo»[17]. Esto es, por supuesto, un poco falso en la medida en que se pretende expresar lo que es distinto en la visión calvinista, porque, por supuesto, todos los cristianos creen que la expiación de Cristo fue «intencional». Justo al frente, al comienzo de su exposición de esta doctrina, Sproul tergiversa e incluso caricaturiza los puntos de vista no calvinistas. Para apoyar su creencia en la expiación limitada, Sproul cita al teólogo evangélico calvinista J. I. Packer, quien escribió: «La diferencia entre ellos [puntos de vista calvinista y arminiano de la expiación] no es principalmente de énfasis, sino de contenido. Uno proclama a un Dios que salva; el otro habla de un Dios que capacita al hombre para salvarse a sí mismo».[18]

Esta es quizás la calumnia más perversa contra los no calvinistas. Ningún arminiano u otro cristiano evangélico informado cree en la auto-salvación. Sproul explica la acusación de Packer diciendo que para el calvinista, Cristo es un «verdadero salvador», mientras que para el arminiano, Cristo es solo un «potencial salvador». He demostrado la falsedad de esta interpretación de la teología arminiana en mi Teología Arminiana, Mitos y Realidades. A continuación explicaré la razón de por qué esta interpretación está equivocada.

Sproul continúa lanzando otra vieja y desgastada acusación contra la teología arminiana y cualquier teología de la expiación universal (por ejemplo, luterana). «Si Cristo realmente satisface objetivamente las demandas de la justicia de Dios para todos,entonces todos serán salvos»[19]. Aquí Sproul se basa en gran medida en la teología del teólogo puritano John Owen (1616-1683), quien fue uno de los primeros defensores dela novedad teológica de la expiación limitada [La Expiación Limitada es una novedad teológica porque nunca fue enseñada por los Padres de la Iglesia, ni siquiera por Agustín]. De acuerdo con Owen y Sproul, la expiación universal, la creencia de que Cristo soportó el castigo de todas las personas,necesariamente conduce al universalismo de la salvación. Después de todo, argumentó Owen, y Sproul le hace eco, ¿cómo puede el mismo pecado, incluida la incredulidad, ser castigado dos veces por un Dios justo?

Uno tiene que preguntarse si Sproul nunca ha escuchado la respuesta obvia a esta pregunta, o si simplemente está optando por ignorarla (vea mi respuesta más adelante en este capítulo). Basta por ahora decir simplemente que este argumento es tan fácil de desechar que hace que uno se pregunte por qué alguien lo toma en serio. Luego está el problema que mencioné anteriormente: si la muerte de Cristo fue una satisfacción suficiente para los pecados de todo el mundo, ¿cómo es que esto sea diferente de que Cristo haya verdaderamente sufrido el castigo por todos? No hay, de hecho, diferencia alguna; ¡lo primero incluye lo segundo!

Sproul lidia con el texto clásico de expiación universal (2 Pedro 3:9 El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento) pero ignora los pasajes universales igualmente importantes, 1 Timoteo 2: 5–6 (Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo); y 1 Juan 2:2 (Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo). Según él, y muchos otros que se adhieren a la expiación limitada, 2 Pedro 3:9 debe interpretarse como una referencia a la «voluntad de disposición», que es diferente de su “voluntad decretiva”[20]. En otras palabras, este versículo no expresa lo que Dios decreta ser el caso, sino lo que Dios desea que fuese el caso [Dios desea que todos sean salvos – su voluntad manifiesta- pero a la vez no quiere que todos sean salvos –su voluntad oculta-]. Si bien esa podría ser una posible interpretación de 2 Pedro 3:9 (aunque lo dudo), uno no puede interpretar 1 Timoteo 2:5–6 de esta manera, ni muchos otros pasajes universales donde se dice que Cristo da su vida por «todos» o “el mundo” o “todo el mundo”.  Sproul también sugiere que en 2 Pedro 3:9 (El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento) ese “ninguno” se refiere a los elegidos de Dios[21].  Nuevamente, por más forzada que sea esta interpretación se le puede conceder una posibilidad, sin embargo, ella no es posible como una interpretación válida para los otros textos que incluyen la palabra «todos», incluido 1 Timoteo 2:5–6 (Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo).

El estadista evangélico Vernon Grounds (1914–2010), presidente por muchos años del Seminario de Denver y autor de muchos libros de teología, menciona los siguientes pasajes universales sobre la expiación de Cristo: Juan 1:29 (El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo); Romanos 5:17-21 (…Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida…); Romanos 11:32 (Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos); 1 Timoteo 2:6 (el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo); Hebreos 2:9 (Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos) ;  1 Juan 2: 2, además, por supuesto, de 2 Pedro 3:9. Luego dice acerca de la visión defendida por Sproul y otros calvinistas de cinco puntos: «Se necesita una ingenuidad exegética, que es sino un virtuosismo aprendido para vaciar estos textos de sus significados obvios; se necesita un ingenio exegético rozando el sofisma para negar la universalidad explícita de estos textos»[22].

Esta observación es quizás la razón por la cual calvinistas como John Piper han enfatizado tanto la idea de que Cristo murió por todos, pero no de la misma manera. Dudo que eso satisfaga a Grounds o a cualquier otro crítico de la expiación limitada. Solo genera más dudas sobre el amor, la sinceridad y la bondad de Dios, así como sobre el valor delas «bendiciones temporales» que proporciona la expiación para los no elegidos, cuando en realidad ellos estarían mejor si nunca hubieran nacido.

John Piper defiende arduamente la expiación limitada y al mismo tiempo argumenta que también hay una cierta universalidad en la expiación. Este es su modo, al parecer, de resolver el dilema planteado por los pasajes que presentan la palabra «todos» ante la creencia en una redención particular, y de resolver el problema de cómo la persona que cree en la expiación limitada puede predicar a su audiencia que Cristo murió por todos. La doctrina de Piper sobre el propósito de la expiación es interesante porque ella va más allá de la habitual teoría de la sustitución penal y se adentra en algo como la teoría gubernamental. Se suele pensar que la teoría gubernamental es la típica doctrina arminiana de la expiación, aunque ni Arminio ni Wesley la enseñaron.

Según el punto de vista de la teoría gubernamental, Cristo no sufrió el castigo exacto que merecía todo ser humano, sino un castigo equivalente a ese. Esto fue formulado por el antiguo pensador arminiano Hugo Grotius (1583–1645) para resolver el problema de cómo la expiación podría ser universal y, sin embargo, no todos serían salvos. (Al igual que muchos arminianos, pienso que hay una respuesta más fácil a ese problema que desarrollar una nueva teoría de cómo la muerte de Cristo satisfizo la ira de Dios). Según Grotius, y otros que sostienen este punto de vista, el propósito principal de la expiación era defender el gobierno moral de Dios del universo frente a dos realidades: (1) nuestra pecaminosidad, y (2) el perdón de Dios de nuestra pecaminosidad. ¿Cómo puede Dios ser justo, gobernador moral del universo, y fingir no ver el pecado al perdonar a los pecadores? Él no puede serlo. Entonces Dios resuelve este dilema interno al enviar a Cristo para sufrir un castigo, exactamente como el que los pecadores merecen –pero no el castigo de ellos (que Grotius creía sería injusto y daría lugar a que todos se salvasen). Tal visión defiende la justicia de Dios cuando él perdona a los pecadores.

Piper no rechaza el punto de vista de la sustitución penal en favor de la teoría del gobierno moral, pero él realmente enfatiza el motivo del gobierno moral. Él pregunta: «¿Por qué Dios hirió [es decir, mató] a su Hijo y lo hizo sufrir?» Y luego responde: «para salvar a los pecadores, y al mismo tiempo para magnificar el valor de su gloria»[23].  Al colocar «nuestro pecado sobre Jesús y abandonarlo a la vergüenza y al tormento de la cruz», Dios «desvió su propia ira»[24]. Piper también deja en claro que la cruz es principalmente una vindicación de la Justicia de Dios para perdonar a los pecadores. Muchos de los arminianos y otros cristianos evangélicos no calvinistas, sino la mayoría, pueden dar un fuerte amén a eso. Los únicos problemas son (1) cuando Piper continúa diciendo, como lo hace ocasionalmente en los sermones, que Jesús murió “para Dios”, y (2) que el beneficio salvador de su muerte fue intencionado solamente para los elegidos. Romanos 5:8 afirma clara e inequívocamente que Cristo murió “por los pecadores”, y muchos versos ya citados, incluyendo especialmente 1 Juan 2:2, dicen que su muerte fue un sacrificio expiatorio por los pecados de todo el mundo.

Piper predica que Cristo murió tal muerte solo para algunos, los elegidos. Para ellos, y solamente a ellos, la muerte garantizó la justificación de Dios. Ella no solo la hizo posible, en verdad la logró. Es por eso, él argumenta, si Cristo murió por todos, todos serían justificados y no habría infierno. Pero entonces, ¿cómo explica Piper versos como 1 Juan 2:2 (Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo?, él lo resuelve diciendo «La expresión ‘todo el mundo’ se refiere a los hijos de Dios esparcidos por todo el mundo»[25]. Pero él también reivindica que «nosotros no negamos que todos los hombres son, en cierto sentido, los beneficiarios intencionados de la cruz»[26], y que Cristo murió por toda persona, pero no de la misma manera. «Hay muchos pasajes bíblicos que dicen que la muerte de Cristo fue diseñada para la salvación del pueblo de Dios, no para cada individuo»[27].  Luego él cita a Juan 10:15; 17:6, 9, 19; 11:51–52; y Apocalipsis 5: 9.

Es cierto que estos versículos mencionan la muerte de Cristo por «sus ovejas» y «por aquellos a quienes el Padre atrae al Hijo». Sin embargo, ni un solo versículo limita explícitamente su muerte a estas personas. Que Cristo murió por ellos [es decir las ovejas] de ninguna manera requiere que él haya muerto solo por ellos. El crítico David Allen señala acertadamente que «el hecho de que muchos versículos hablan de la muerte de Cristo por sus ‘ovejas’, ‘su iglesia’ o ‘sus amigos’ no prueba que Él no muriera por otros que no están incluidos en esas categorías».[28]  Decir que Él murió por otros de una manera diferente, no sufriendo el castigo por ellos, sino solamente proporcionando algunas vagas bendiciones temporales, difícilmente sea una explicación satisfactoria. ¿Cuál es la ventaja de estas bendiciones temporales a menos que Cristo también haya abierto la posibilidad de salvación para tales personas?

En general, la doctrina calvinista de la expiación limitada es confusa en el mejor de los casos, y descaradamente auto contradictoria y sin base bíblica en el peor de los casos.

Problemas con la Expiación Limitada / Redención Particular

Antes de que profundicemos en las innumerables y fuertes objeciones a la expiación limitada, es al menos interesante observar que el propio Juan Calvino no creía en esta doctrina. En 1979, el investigador R.T. Kendall (n. 1935) publicó un robusto argumento de que Calvino no creía en la expiación limitada: Calvino y el calvinismo inglés hasta 1649.[29]  También Kevin Kennedy utiliza la mayoría de sus argumentos, junto con otros, en un artículo titulado Was Calvin a ‘Calvinist’? John Calvin on the Extent of the Atonement (¿Calvino era un ‘calvinista’? Juan Calvino sobre el alcance de la Expiación). Siguiendo a Kendall, Kennedy admite que Calvino en ninguna parte aborda explícitamente el problema; al parecer, ni siquiera lo consideraba un problema o se hubiera alineado audazmente de un lado o del otro (¡algo que Calvino era famoso por hacer!). Pero nadie puede encontrar en los escritos de Calvino una declaración tal como «Cristo padeció el castigo por cada persona», un hecho de que los calvinistas que afirman que él creía en en la redención particular usan en su beneficio.

Sin embargo, como Kennedy entusiastamente resalta, Calvino realmente dice cosas que ninguno que creyese en la expiación limitada diría:

«Por ejemplo, si Calvino realmente profesase la expiación limitada, uno no esperaría encontrarlo intencionalmente universalizando pasajes de las Escrituras que los teólogos de la tradición reformada posterior alegan que están, a partir de una simple lectura del texto, claramente enseñando que Cristo murió solo por los elegidos. Además, si Calvino realmente creyera que Cristo murió solo por los elegidos, entonces uno no esperaría encontrar a Calvino afirmando que los incrédulos que rechazan el evangelio están rechazando una provisión real que Cristo hizo para ellos en la cruz. Ni uno esperaría que Calvino, si él es un partidario de la expiación limitada, dejase de refutar las fuertes afirmaciones de que Cristo murió por toda la humanidad cuando estaba involucrado en discusiones polémicas con los católicos romanos y otros. Sin embargo, la verdad es que Calvino hace todo esto y más.»[30]

Pero Kennedy no precisa inferir la creencia de Calvino en la expiación universal a partir de lo de lo que él no dice; proporciona muchas citas de Calvino, especialmente de sus comentarios, que son declaraciones universales irrestrictas con respecto a la expiación. Dos citas deben ser suficientes aquí. En su comentario sobre Gálatas Calvino escribió con respecto a 1:14: «[Pablo] dice que esta redención fue obtenida por la sangre de Cristo, pues por el sacrificio de su muerte todos los pecados del mundo han sido expiados.»[31]  En su comentario sobre Isaías Calvino escribió de Cristo que «sobre él fue puesta la culpa de todo el mundo»[32].  Otra vez, Calvino escribió en un sermón sobre la deidad de Cristo:

«Él [Cristo] debe ser el redentor del mundo. Él debe ser condenado, de hecho, no por haber predicado el Evangelio, sino que por nosotros él debe ser oprimido,por así decirlo, a las profundidades más bajas ysostener nuestra causa, ya que él estuvo allí, por así decirlo, en la persona de todos los malditos y de todoslos transgresores, y de aquellos que merecían la muerte eterna. Una vez que Jesucristo tiene ese oficio y lleva las cargas de todos aquellos que ofendieron a Dios mortalmente, es por eso que él se mantiene en silencio.»[33]

Después de citar numerosos pasajes de los escritos de Calvino, Kennedy concluye: «Estos pasajes proporcionan solo una muestra de los muchos lugares donde Calvino usa un lenguaje universal para describir la expiación».[34] Kennedy continúa examinando el único pasaje de Calvino que los partidarios de la expiación limitada tienden a señalar que parece probar su creencia en la doctrina: sus comentarios sobre el pasaje de cuño universal 1 Juan 2:2 en su comentario sobre esta carta. Kennedy argumenta que allí Calvino simplemente estaba tratando de evitar cualquier interpretación del versículo como enseñando que todos serán salvos al final.[35] Además, él señala acertadamente que un único pasaje, dentro de los muchos pasajes que tratan sobre el alcance de la expiación, difícilmente debería interpretarse para contradecir al resto.

¿Realmente importa si Calvino creía en la expiación universal o en la expiación limitada? No. Nadie duda que Calvino estaría firmemente a favor de los otros cuatro puntos del TULIP. Si hubiera vivido más tiempo, ¿habría encontrado su camino a la «L»? Tal vez. Ciertamente algunos de sus sucesores inmediatos lo hicieron. Sin embargo, el hecho de que Calvino aparentemente novio la expiación limitada explícitamente enseñada en las Escrituras minimiza las reivindicaciones de los calvinistas rígidos, que dicen que ella es claramente enseñada en la Biblia.

Más importante que si Calvino creía en la expiación limitada es si Pablo lo creía. ¿Hay algún versículo en las cartas de Pablo que contradiga clara e inequívocamente la doctrina de la redención particular? Yo creo lo que hay. En todas mis lecturas de literatura calvinista y anticalvinista no he encontrado ninguna mención de 1 Corintios 8:11, aunque este único versículo parezca contradecir la expiación limitada. En este pasaje, Pablo escribe al cristiano que insiste en hacer alarde de su libertad de comer carne en un templo pagano, incluso a la vista de los cristianos que tienen una conciencia más débil y que podrían «tropezar». «Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió». Claramente, Pablo está emitiendo una advertencia grave a aquellos de “fe fuerte” para que eviten ofender a las conciencias de sus hermanos más débiles. Su advertencia es que al ejercer la libertad cristiana públicamente, por sobre el legalismo, un “cristiano fuerte” puede, en verdad, hacer que una persona amada por Dios, por quien Cristo murió, sea “destruida”, se “pierda”.[36]

Ahora, si la expiación limitada fuese verdadera, la advertencia de Pablo es una amenaza vacía porque no puede suceder. Una persona por quien Cristo murió no puede ser destruida, perdida. Cristo murió solo por los elegidos, y los elegidos son atraídos irresistiblemente hacia Dios (el tema del siguiente capítulo) y serán preservados por Dios (la «P» en TULIP) sin importar lo que suceda.

Los creyentes en la expiación limitada plantean dos objeciones. Primero, lo que significa «destruido» [la RV60, y otras, traducen perder]; ¿la palabra no podría significar solamente «dañado» o «herido»? La palabra griega traducida como «destruido» es apollytai, que significa «destruir, perecer, morir». Es poco probable, si no imposible, que la palabra pueda significar cualquier otra cosa, especialmente en este contexto. Segundo, he escuchado a algunos calvinistas insistir en que solo significa «damnificar» o «herir». Pero, ¿por qué la advertencia de Pablo sería tan terrible en este caso? «Por quién murió Cristo» suena como si Pablo estuviera diciendo que esta ofensa es un asunto serio. La conjunción de «por quien Cristo murió» con «herir» simplemente no tiene mucho peso.

El sentido obvio del texto es que Pablo está advirtiendo a los cristianos, que poseen una conciencia más fuerte, que tengan cuidado de causar la completa ruina y la destrucción, en términos espirituales, de un cristiano más débil, o al menos de alguien por quien Cristo murió. Si eso es así, y estoy firmemente convencido de que ninguna otra exégesis es razonable, este versículo destruye la doctrina de la expiación limitada al demostrar que Pablo no creía en ella.

Antes de pasar a otras objeciones a la expiación limitada, quiero eliminar el argumento de que la expiación universal implica necesariamente universalismo. ¡No es así! Primero, incluso Calvino sabía que hay una diferencia entre la muerte expiatoria de Cristo en lugar de alguien, y los beneficios de esta expiación siendo aplicados en la vida de la persona para el perdón. El perdón, para Calvino, es claramente condicional; el perdón exige fe y arrepentimiento.[37] Es decir, la persona elegida no es salva en el momento en que Cristo murió por ella; esa salvación personal es una obra del Espíritu Santo a través de la Palabra cuando Dios da los dones de fe y arrepentimiento para el perdón. Incluso la regeneración ocurre simultáneamente con el arrepentimiento y no, por supuesto, cuando Cristo murió por la persona elegida.[38] Prácticamente todos los calvinistas que conozco creen que la «salvación» es la experiencia de una persona solo cuando los beneficios de la muerte de Cristo son aplicados en la vida de ella; las personas aún no están salvas en el momento en que Cristo murió por ellas.

Siendo así, el argumento de que la expiación universal implica necesariamente la salvación universal no tiene en cuenta la brecha, por así decirlo, entre la muerte de Cristo por alguien y la aplicación de sus beneficios a la vida de esa persona. Todos por quienes Cristo murió no fueron ya salvos cuando él murió. Incluso en el calvinismo de cinco puntos, la muerte de Cristo no «realiza» la salvación de las personas, sino que la «garantiza», como dicen Piper y otros. Pero incluso Piper y otros defensores de la expiación limitada están de acuerdo en que las personas por quienes Cristo murió, en el sentido de sufrir su castigo, deben tener fe para que sean salvas por la muerte de Cristo.

Creo, al igual que todos los arminianos y otros protestantes no calvinistas, que Cristo murió por cada persona humana de tal manera que garantice la salvación de ellas (Cristo garantiza que todo el que cree será salvo) sin que por ello se exija que sí o sí sean salvas (Cristo dice que el que rehúsa creer no será salvo). La apropiación subjetiva es una condición para que dicha salvación garantizada sea posesión de uno. ¿Significa eso que se desperdició algo de la sangre de Cristo? Quizás. Y eso es lo que hace que la muerte espiritual y el infierno sean tan trágicos: ellos son absolutamente innecesarios. Pero Dios, en su amor, prefería desperdiciar algo de la sangre de Cristo, por así decirlo, en lugar de ser egoísta con ella. Una analogía ilustrará mi punto aquí. Justo un día después de su toma de posesión, el presidente Jimmy Carter cumplió su promesa de campaña y garantizó un perdón total para todos los que resistieron el reclutamiento durante la guerra de Vietnam huyendo de los Estados Unidos a Canadá u otros países. En el momento en que firmó esa orden ejecutiva, cada exiliado estaba libre para regresar a casa con la garantía legal de que no sería procesado. «Todos están perdonados; regresen a casa», fue el mensaje para cada uno de ellos.

Esto le costó caro al presidente Carter; algunos creen que la ley fue tan controvertida, especialmente entre los veteranos, que ella contribuyó a su derrota ante Ronald Reagan en las próximas elecciones. Sin embargo, aunque hubo una amnistía general y un indulto, muchos exiliados eligieron quedarse en Canadá o en otros países a los que habían huido. Algunos murieron sin siquiera hacer uso de la oportunidad de volver a estar en casa con familiares y amigos. El costoso perdón no les hizo bien algún, pues él precisaba ser apropiado subjetivamente a fin de ser usufructuado objetivamente. Dicho de otra manera, aunque el perdón era objetivamente de ellos, para que pudiesen beneficiarse de él, ellos precisaban haberlo aceptarlo subjetivamente. Muchos no lo hicieron.

La afirmación de que la expiación objetiva necesariamente incluye o exige una salvación subjetiva y personal es errónea. El argumento, tan frecuentemente utilizado, al menos desde la obra de John Owen The Death of Death in the Death of Christ (La Muerte de la Muerte en la Muerte de Cristo) [39], de que Cristo o murió por todos y por lo tanto todos son salvos, o que él murió por algunos y por lo tanto algunos se salvan, es lógicamente absurdo. Simplemente ignora la posibilidad real de que Cristo sufrió el castigo por muchas personas que nunca usufructuarán de esta liberación del castigo. ¿Por qué sufriría Cristo el castigo por las personas que nunca disfrutarían de sus beneficios? Por causa del amor de Dios para todos (omnibenevolencia divina).

Aún hay otra cuestión en el argumento de Owen (y de la mayoría de los calvinistas rígidos) de que el mismo pecado no puede ser castigado dos veces. Una vez más, eso es simplemente falso. Imagine a una persona que recibe una multa de $ 1,000 por un mal comportamiento y otra persona interviene y paga la multa. ¿Qué sucede si la persona multada se niega a aceptar ese pago e insiste en pagar la multa él mismo? ¿La corte reembolsará automáticamente los primeros $ 1,000? Probablemente no. Es el riesgo que la primera persona corre al pagar la multa de su amigo por él. En una situación como esa, el mismo castigo se pagaría dos veces. No es que Dios cobre el mismo castigo dos veces; es el pecador el que rechazó la oferta gratuita de salvación, sometiéndose a sí mismo al castigo que ya fue sufrido por él. Y, como se señaló anteriormente, eso es lo que hace al infierno tan terriblemente trágico.

Entonces, hay una diferencia entre la provisión del perdón de pecados y la aplicación del perdón de los pecados. Calvino lo sabía. Sospecho que la mayoría de los calvinistas lo saben, pero tal conocimiento asume una posición secundaria ante el deseo de ellos de esgrimir el argumento de que la expiación universal exigiría la salvación universal. El teólogo arminiano Robert Picirilli (n. 1932) tiene razón cuando dice en relación con 1 Timoteo 4:10 (Que por esto también trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente, el cual es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen), él dice «Que Él [Jesús] es el salvador de todos los hombres habla de provisión; que Él es el salvador especialmente de los que creen, habla de aplicación.»[40]

Muchos calvinistas han argumentado que la creencia en la expiación universal conduce al universalismo (que todas las personas serán salvas indefectiblemente). Señalan a ciertos arminianos de los siglos XVIII y XIX que formaron la base del movimiento Universalista (que más tarde se unió a la iglesia unitaria). Sin embargo, mi opinión es que el calvinismo, con su doctrina de la expiación como garantizando la salvación de manera necesaria, de suerte que todos aquellos por quienes Cristo murió deben ser salvos, conduce al universalismo. La razón es que para alguien que toma absolutamente en serio el claro testimonio bíblico del amor universal de Dios para todas las personas, y cree que la expiación necesariamente asegura la salvación, el universalismo está a solo un paso. La única forma de apartarse del universalismo es negando el amor de Dios en su sentido más pleno y verdadero o negando que la expiación necesariamente implique la salvación de la persona expiada.

Un estudio de caso en esta trayectoria desde el calvinismo al universalismo es Karl Barth, quien, estoy convencido, llegó a creer en la doctrina de la apokatastasis: que todos son o serán salvos al final. Lo hizo sin sacrificar la T, la U, la I y la P de TULIP. Él retuvo la noción calvinista errónea de que la sustitución penal necesariamente asegura la salvación subjetiva personal [41]. Una vez que llegó a creer que Cristo murió por todos sin excepción, porque Dios es «el que ama en libertad», el universalismo fue lo que, lógicamente, vino después.

Me parece, y a muchos otros no calvinistas, que cualquier persona que tenga una comprensión profunda del testimonio bíblico de Dios como revelado especialmente en Jesucristo, pero también en versículos como Juan 3:16 y 1 Juan 4: 8, deberá desistir de la redención particular y, para evitar el universalismo, de cualquier conexión necesaria entre la redención realizada y la redención aplicada. Los calvinistas de cuatro puntos, que intentan negar «L» pero se aferran al resto de TULIP, tienen que explicar por qué Cristo sufriría el castigo por los réprobos: los pecadores a los que Dios, intencionalmente, les niega la posibilidad de salvación.

La mayoría de los calvinistas rígidos, incluidos Boettner, Steele y Thomas, Sproul y Piper, creen apasionadamente en el evangelismo universal; ellos rechazan el hipercalvinismo que dice que una oferta de salvación bien intencionada no puede hacerse a todos ni por Dios ni por los predicadores. Sin embargo, como ya se indicó, existe tensión, e incluso conflicto, entre la expiación particular y el evangelismo indiscriminado. Entre otros críticos de la expiación limitada, Gary Schultz ha argumentado convincentemente que no hay sinceridad en una predicación indiscriminada del evangelio y la invitación al arrepentimiento, creer y ser salvo, si la expiación limitada fuese verdadera. «El quid de la cuestión», señala con razón:

«¿Cómo el evangelio puede ser genuinamente ofrecido a los no elegidos, si Dios no hizo ningún pago por sus pecados?… Si Cristo no pagó por los pecados de los no elegidos, entonces es imposible ofrecer genuinamente la salvación a los no elegidos, ya que no hay salvación disponible para ofrecerles. En cierto sentido, cuando el evangelio es ofrecido, los no elegidos estarían recibiendo una oferta de algo que nunca existió para que ellos, para iniciar la conversión, pudieran recibir.»[42]

Entonces Schultz deja la cuestión extremadamente clara y fácil de entenderse: «Si la expiación fue solamente para los elegidos, predicar este mensaje a los no elegidos sería, en el mejor de los casos, darles una falsa esperanza y, en el peor, una falsedad en sí mismo».[43]

Algunos calvinistas pueden responder que un predicador nunca sabe con certeza quiénes en su audiencia son los elegidos y quiénes no son elegidos, por lo que debe ofrecer la salvación a todos mientras piensa en su propia mente que solo los elegidos responderán. Pero dos cosas bloquean esa objeción. Primero, la mayoría de los calvinistas, no hipercalvinistas, creen que no solo el predicador, sino también el mismo Dios ofrece salvación a todos como una «oferta bien intencionada» (como se mencionó anteriormente como parte de una declaración de la Iglesia Reformada contra el hipercalvinismo). Ciertamente Dios sabe quiénes son los elegidos y los no electos. Entonces, ¿por qué Dios, teniendo ese conocimiento, ofrecería la salvación de manera bien intencionada a aquellos a los cuales Él no tiene ninguna intención de salvar, y por los cuales Cristo no murió? En segundo lugar, si el predicador supiera quienes son electos y quienes no lo son, ¿realmente creería que está haciendo una oferta bien intencionada al ofrecer a todos, indiscriminadamente, el evangelio de salvación?

¿Cuál es la aplicación práctica aquí? Es simplemente esto: si crees que puede haber algunos en tu audiencia que no pueden ser salvos, porque Cristo no hizo ninguna provisión para su salvación, no puedes de manera totalmente honesta predicar que todos pueden venir a Cristo a través del arrepentimiento y la fe en razón de que Cristo murió por ellos, no puedes hacer una oferta bien intencionada.  El calvinista, si es honesto, tiene que adaptar su oferta e invitación para que ella se adapte a su teología, y decir algo como esto: «Si eres uno de los elegidos de Dios, y si Cristo murió por ti, puedes ser salvo respondiendo con arrepentimiento y fe». No puedes decir indiscriminadamente: «Cristo murió por ti para que puedas ser salvo; arrepiéntete y cree para que Dios perdone tus pecados y te acepte como su hijo». Pero parece que el calvinismo está diciendo que Dios daría una oferta e invitación de segunda, por lo que el predicador también puede hacerlo [Dios estaría ofreciendo salvación inexistente a los no elegidos, y el predicador hace lo mismo y le llama “oferta bien intencionada]. Pero eso sería insincero para Dios y el predicador. El punto es que, en la medida en que el predicador cree en la expiación limitada, debe unirse a los hipercalvinistas, y no ofrecer el evangelio de salvación a todos indiscriminadamente. Además, ¿cómo la creencia en la expiación limitada puede no  limitar el evangelismo?

La alternativa a la Expiación Limitada o Redención Particular

Afortunadamente, la expiación limitada/particular no es la única opción para los cristianos que consideran lo que Cristo logró en la cruz. Una persona puede afirmar la sustitución penal, incluyendo la creencia de que Cristo cumplió la ley para todos y sufrió el castigo de todos, y también creer que las personas deben apropiarse subjetivamente de esos beneficios por fe para ser salvos. Esta fue, por ejemplo, la doctrina de John Wesley. También es la doctrina de muchos bautistas y otros que a veces aceptan ciertos puntos del calvinismo, pero no la expiación limitada (por muy inconsistente que eso pueda ser).

La gran mayoría de los cristianos a lo largo de los siglos, incluidos todos los Padres de la Iglesia (incluyendo también a Agustín) creían en la expiación universal. El gran padre de la iglesia Atanasio, muy apreciado por todos los cristianos, incluyendo ortodoxos orientales, católicos romanos y protestantes,insistió firmemente en que, con su muerte, Cristo trajo la salvación a todos sin excepción:

«Convenciéndose, pues, el Verbo de que la corrupción de los hombres no se suprimiría de otra manera que con una muerte universal, y dado que no era posible que el Verbo muriera, siendo inmortal e Hijo del Padre, tomó por esta razón para sí un cuerpo que pudiera morir, para que éste, participando del Verbo que está sobre todos, llegara a ser apropiado para morir por todos y permaneciera incorruptible gracias a que el Verbo lo habitaba, y así se apartase la corrupción de todos los hombres por la gracia de la resurrección. En consecuencia, como ofrenda y sacrificio libre de toda impureza, condujo a la muerte el cuerpo que había tomado para sí, e inmediatamente desapareció de todos los semejantes la muerte por la ofrenda de uno semejante. Puesto que el Verbo de Dios está sobre todos, consecuentemente, ofreciendo su propio templo y el instrumento corporal como sustituto por todos, pagaba la deuda con su muerte; y como el incorruptible Hijo de Dios estaba unido a todos los hombres a través de un cuerpo semejante a los de todos, revistió en consecuencia a todos los hombres de incorruptibilidad por la promesa referente a su resurrección.»[44]

Claramente Atanasio (junto con todos los Padres de la Iglesia griega y latina, como también Martín Lutero, Juan Wesley y muchos otros grandes hombres y mujeres conservadores en la historia cristiana) creía que Cristo murió por todos sin excepción, incluso sufriendo la pena por los pecados de todos. Claramente también Atanasio no creyó (como algunos pocos padres de la iglesia griega lo hicieron o especularon sobre ello siguiendo a Orígenes) en el universalismo. Él declaró claramente, para que no se malinterprete, que la salvación completa en el sentido de la vida eterna llega finalmente solo a aquellos que se arrepienten y creen, y que muchas almas se perderán para siempre porque rechazan a Cristo.

Lo que los padres griegos y casi todos los cristianos de renombre creían sobre el alcance y extensión de la expiación (hasta los seguidores escolásticos de Calvino) era que Cristo era el sustituto de todos sin excepción, de tal manera que todo obstáculo para el perdón de Dios para cada persona era removido por Su muerte. También creían que los beneficios de ese sacrificio solo se aplicarían a las personas que creen, ya sea que fuesen elegidos (Lutero y Calvino) o que elijan libremente recibir la gracia de Dios (Atanasio [y el consenso unánime de los Padres de la Iglesia], Tomás de Aquino [y la doctrina Católica], la Iglesia Ortodoxa Griega y la Copta, los anabaptistas, Wesley, etc.).

Esta ha sido la enseñanza ortodoxa de la Iglesia en todo tiempo; mientras que la expiación limitada/particular es una enseñanza anómala en la iglesia [una novedad teológica del S. XVI]. El hecho de que esta enseñanza haya existido entre los calvinistas durante mucho tiempo (¡pero solo después de Calvino!) no la hace menos anómala. Incluso algunos de los clérigos reformados que se reunieron en el Sínodo Calvinista de Dort rechazaron este punto del llamado posteriormente TULIP, al igual que lo rechazaron los Remonstrantes (arminianos). Luego, cincuenta años después, muchos puritanos de la Asamblea de Westminster que escribieron la Confesión de Fe de Westminster se opusieron a esta doctrina.[45] ¿Qué pasó? Evidentemente, que las voces más fuertes e insistentes ganaron la batalla a pesar de no tener la verdad de su lado. Hasta el día de hoy, muchos calvinistas no pueden soportar este elemento del sistema TULIP, y lo apartan y rechazan, incluso si eso los pone en conflicto con el resto de lo que creen y con sus compañeros reformados calvinistas [Como le sucedió a Spurgeon].

Roger Olson, Contra el Calvinismo. Traducido al español por Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de la Iglesia – 2022


[1] Calvin, Institutos 2.16.5

[2] Ibid., 2.16.6

[3] Ibid., 2.16.5

[4] Gustaf Aulén, Christus Victor: Un estudio histórico de los tres tipos principales

de la idea de expiación (Nueva York: Macmillan, 1969).

[5] Calvin, Institutos 2.16.7

[6] Ibid., 2.16.4

[7] Boettner, La Doctrina Reformada de la Predestinación , 152.

[8] Ibid., 157.

[9] Ibíd., 160

[10] Steele y Thomas, Los cinco puntos del calvinismo, 39.

[11] Ibíd.

[12] Ibíd., 46.

[13] Palmer, Los Cinco Puntos del Calvinismo

[14] Ibíd.

[15] Ibíd.

[16] Ibíd.

[17] Sproul, ¿Qué es la teología reformada?

[18] Ibíd., 163.

[19] Ibíd., 166

[20] Ibíd., 169

[21] Ibíd., 171.

[22] Vernon C. Grounds, «La gracia salvífica universal de Dios», en Grace Unlimited , ed. Clark H. Pinnock (Minneapolis: Bethany, 1975), 27.

[23] Piper, The Pleasures of God, 165.

[24] Ibíd., 165, 167.

[25] Piper, “For Whom Did Christ Die?»

[26] Ibíd.

[27] Ibíd.

[28] David L. Allen, “The Atonement: Limited or Universal?” in Whosever Will, 93.

[29] R. T. Kendall, Calvin and English Calvinism to 1649 (Oxford: Oxford Univ. Press, 1979).

[30] Kevin Kennedy, “Was Calvin a ‘Calvinist’? John Calvin on the extent of the atonement,” em Whosoever Will: A Biblical-Theological Critique of Five-Point Calvinism, ed. David L. Allen and Steven W. Lemke (Nashville, TN: Broadman & Holman, 2010), 195.

[31] Ibíd., 198

[32] ibíd.

[33] Ibíd., 199 – 200

[34] Ibíd., 200

[35] Ibíd., 211

[36] Algunos lectores pueden preguntarse acerca de la relevancia de este pasaje para lo que a veces se denomina «seguridad eterna», la perseverancia incondicional de los santos. Me parece posible interpretarlo de ambas maneras, como refiriéndose a alguien que ya es creyente y podría perder su salvación debido a la ofensa del hermano más fuerte, ocomo haciendo referencia a una persona que aún no es cristiana (pero por quien Cristo murió) que puede ser apartado o alejado por la ofensa.

[37] Calvino, Institutos 3.3.19

[38] Ibíd., 3.3.9

[39] Muchas ediciones de este libro de John Owen (1616–1683) están disponibles, como: La muerte de la muerte en la muerte de Cristo , ed. J.I. Packer (Londres: Banner of Truth Trust, 1963).

[40] Picirilli, Grace, Faith, Free Will, 136. [En español: Picirilli, Gracia, Fe & Libre albedrío].

[41] Para un análisis detallado y minucioso del movimiento de Barth del calvinismo de cinco puntos al universalismo, ver g. C. Berkouwer, The Triumph of Grace in the Theology of Karl Barth (El triunfo de la gracia en la teología de Karl Barth) (Grand Rapids: Eerdmans, 1956). Si bien Berkouwer no acusa a Barth de un descarado universalismo, sí indica que la salvación universal está implícita en la doctrina de la elección de Barth. Estoy de acuerdo con esa evaluación.

[42] Gary L. Schultz, Jr., “Why a Genuine Universal Gospel Call Requires an Atonement That Paid for the Sins of All People,” (Por qué un llamado universal genuino al Evangelio require una expiación que paga por los pecados de todas las personas) Evangelical Quarterly 82:2 (2010): 122.

[43] Ibíd., 115

[44] Atanasio de Alejandría, La Encarnación del Verbo II.9.  Editorial Ciudad Nueva, p. 55-56

[45] Para estos hechos históricos, vea Allen, “The Atonement: Limited or Universal?” 67 – 77.

Cuidado con los judaizantes

Anterior al gnosticismo, al arrianismo y a las demás peligrosas herejías con las cuales tuvo que lidiar el cristianismo, existió una falsa enseñanza que amenazó con romper la unidad de la naciente Iglesia; fue tan fuerte la sacudida que provocó, que incluso importantes líderes se vieron arrastrados por esta perversa enseñanza:

«Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.  Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.»  [Gálatas 2:11-13]

«JUDAIZANTES: Sustantivo que no aparece en las Escrituras, pero sí el verbo «judaizar» (Gálatas 2:14  Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?). Por judaizantes se entiende a los conversos al cristianismo de procedencia judía que querían imponer la circuncisión y la observancia de la Ley de Moisés a los conversos de procedencia gentil, con el argumento de que era necesaria para la salvación. Esta tendencia, tan arraigada como natural en el contexto judío, puso en peligro la novedad y universalidad de la naciente Iglesia cristiana. Tuvo que ser examinada a fondo y combatida, especialmente por el apóstol Pablo. El Concilio de Jerusalén ofreció una declaración terminante respecto a la libertad cristiana (Hch. 15). Pablo, por su parte, presenta una poderosa refutación de la línea judaizante, que quería esclavizar a los cristianos bajo el yugo de la Ley de Moisés, de la que habían quedado libertados, al estar bajo la gracia por la obra redentora de Cristo (Gal. 6:15 Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación.; Col. 3:11 donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos.).» [ROPERO, Alfonso. Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia: Judaizantes]

«Los de Jerusalén subrayaban la vigencia de las promesas de Dios, la alianza (la ley) y la validez del carácter étnico del pueblo receptor de la alianza. Solo es pueblo elegido el pueblo judío porque Dios no ha fallado ni se ha echado atrás (cf. Rom 9,6.14; 11,1) de modo que el pagano solo puede ser heredero de esas promesa incorporándose (mediante la circuncisión) al pueblo elegido; lo mismo se aplica a cualquier creyente en Cristo; su condición de creyente no le exime del cumplimiento de la ley, porque Cristo no iguala a judíos y paganos, sino que exige a los creyentes en Él una mayor radicalidad, ser el verdadero Israel; Cristo, por tanto, no anula la ley y el bautismo no sustituye la circuncisión. Por su parte, los de Antioquía, más que discutir las razones teológicas esgrimidas por los de Jerusalén, parece que apelaron a los resultados de su misión a los paganos (cf. Hch 15,7-12). Así, mostraron que Dios no hace favoritismos con los judíos puesto que suscita la fe mediante el anuncio del evangelio (cf. Rom 10,14-17); que la fuerza de este anuncio provoca la fe en Cristo independientemente de la condición étnica o legal del creyente; que el Espíritu de Dios demuestra actuar con libertad más allá de sus propias expectativas (cf. Hch 10,44-48); que el mismo Cristo es un ejemplo de que la ley ya no tiene plena vigencia puesto que declara maldito (cf.Dt 21,22-23; Gal 3,13) al mismo Crucificado, luego ha sido ya superada por el acontecimiento de la cruz que es una llamada universal.» [AGUIRRE, Rafael. Así empezó el cristianismo, ed. Verbo Divino, p. 150]

“Después de las vivas discusiones que debieron tener lugar, Jacobo dio la decisión final y definitiva de parte de Dios, de que los creyentes procedentes de la gentilidad quedaban exentos totalmente de la Ley. Solamente debían guardar aquellos preceptos referidos a la idolatría, a la ingesta de sangre y a la fornicación (Hch. 15:20, 28). Fuera de estas cosas «necesarias», los creyentes de la gentilidad quedaban libres de todas las cargas en la libertad de Cristo.” [ROPERO, Alfonso. Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia: Concilio de Jerusalén]

Si bien el llamado “Concilio de Jerusalén” asestó un duro golpe a las aspiraciones de los judaizantes no supuso la extinción total de esta herejía; durante los siglos posteriores, de forma intermitente, siguió perturbando la paz de la Iglesia. Pablo nos asegura que después de la asamblea, o concilio de Jerusalén, tuvo un duro cruce con Pedro y Bernabé por este tema (leer el capítulo 2 de Gálatas).  

Veamos ahora qué opinaban los Padres de la Iglesia (grandes pastores, obispos, teólogos y apologistas de la joven Iglesia) acerca de los cristianos gentiles que miraban hacia el judaísmo y la Ley:

 «Como veo, muy excelente Diogneto, que tienes gran interés en comprender la religión de los cristianos, y que tus preguntas respecto a los mismos son hechas de modo preciso y cuidadoso, sobre el Dios en quien confían y cómo le adoran, y que no tienen en consideración el mundo y desprecian la muerte, y no hacen el menor caso de los que son tenidos por dioses por los griegos, ni observan la superstición de los judíos…». [Carta a Diogneto 1. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

“Pero, además, sus escrúpulos con respecto a las carnes, y su superstición con referencia al sábado y la vanidad de su circuncisión y el disimulo de sus ayunos y lunas nuevas, yo [no] creo que sea necesario que tú aprendas a través de mí que son ridículas e indignas de consideración alguna. Porque, ¿no es impío el aceptar algunas de las cosas creadas por Dios para el uso del hombre como bien creadas, pero rehusar otras como inútiles y superfluas? Y, además, el mentir contra Dios, como si Él nos prohibiera hacer ningún bien en el día de sábado, ¿no es esto blasfemo? Además, el alabarse de la mutilación de la carne como una muestra de elección, como si por esta razón fueran particularmente amados por Dios, ¿no es esto ridículo? Y en cuanto a observar las estrellas y la luna, y guardar la observancia de meses y de días, y distinguir la ordenación de Dios y los cambios de las estaciones según sus propios impulsos, haciendo algunas festivas y otras períodos de luto y lamentación, ¿quién podría considerar esto como una exhibición de piedad y no mucho más de necedad? El que los cristianos tengan razón, por tanto, manteniéndose al margen de la insensatez y error común de los judíos, y de su excesiva meticulosidad y orgullo, considero que es algo en que ya estás suficientemente instruido; pero, en lo que respecta al misterio de su propia religión, no espero que puedas ser instruido por ningún hombre.”     [Carta a Diogneto 4. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

«Mas como venimos diciendo que nuestra religión está cimentada sobre los antiquísimos documentos escritos de los judíos, cuando es generalmente sabido, y nosotros mismos lo reconocemos, es casi nueva, pues que data del tiempo de Tiberio. Quizá se quiera por ese motivo discutir su situación, y se dirá que cómo a la sombra de religión tan insigne, y ciertamente autorizada por la ley, nuestra religión rescata ideas nuevas, a ella propias, y sobre todo que, independientemente de la edad, no estamos conformes con los judíos en cuanto a la abstinencia de ciertos alimentos, ni en cuanto a los días festivos, ni en cuanto al signo físico que los distingue [la circuncisión], ni en cuanto a la comunicación del nombre, lo que convendría ciertamente si fuésemos servidores del mismo Dios. Pero el vulgo mismo conoce a Cristo, ciertamente como a un hombre ordinario, tal cual los judíos le juzgaron, con lo que se nos tomará más fácilmente por adoradores de un simple hombre. Mas no por eso nos avergonzamos de Cristo, teniendo por honra el llevar su nombre y ser condenados por causa de Él, sin que por eso tengamos de Dios distinto concepto que los judíos.» [TERTULIANO, Apología contra los gentiles 21.1-3 (Apologeticum). Ropero, Alfonso. Lo Mejor de Tertuliano, ed. Clie]

«¿No ven que los elementos jamás descansan ni guardan el sábado? Permanecen tal como nacieron. Porque si antes de Abrahán no había necesidad de la circuncisión, ni antes de Moisés del sábado, de las fiestas ni de las ofrendas, tampoco la hay ahora después de la venida de Jesucristo, Hijo de Dios, nacido según la voluntad de Dios de María, la Virgen del linaje de Abrahán. Porque, en efecto, el mismo Abrahán, estando todavía incircunciso, fue justificado y bendecido por su fe en Dios, como lo significa la Escritura; la circuncisión, empero, la recibió como un signo, no como justificación, según la misma Escritura y la realidad de las cosas nos obligan a confesar. […] Las naciones, en cambio, que han creído en Él y se han arrepentido de los pecados que han cometido, heredarán con los patriarcas, los profetas y con todos los justos todos de la descendencia de Jacob; y aun cuando no observen el sábado ni se circunciden ni guarden las fiestas, absolutamente heredarán la herencia santa de Dios.» [JUSTINO, Mártir.  Diálogo con el judío Trifón 23, 26. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de Justino, ed. Clie]

«No os dejéis seducir por doctrinas extrañas ni por fábulas anticuadas que son sin provecho. Porque si incluso en el día de hoy vivimos según la manera del judaísmo, confesamos que no hemos recibido la gracia; porque los profetas divinos vivían según Cristo Jesús… Así pues, si los que habían andado en prácticas antiguas alcanzaron una nueva esperanza, sin observar ya los sábados, sino moldeando sus vidas según el día del Señor, en el cual nuestra vida ha brotado por medio de Él y por medio de su muerte que algunos niegan –un misterio por el cual nosotros obtuvimos la fe, y por esta causa resistimos con paciencia, para que podamos ser hallados discípulos de Jesucristo, nuestro solo maestro–» [IGNACIO de Antioquía, Carta a los Magnesios. 8, 9. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

«Por esto, siendo así que hemos pasado a ser sus discípulos, aprendamos a vivir como conviene al cristianismo. Porque todo el que es llamado según un nombre diferente de éste, no es de Dios. Poned pues a un lado la levadura vieja que se había corrompido y agriado, y echad mano de la nueva levadura, que es Jesucristo. Sed salados en Él, que ninguno de vosotros se pudra, puesto que seréis probados en vuestro sabor. ES ABSURDO HABLAR DE JESUCRISTO Y AL MISMO TIEMPO PRACTICAR EL JUDAÍSMO. Porque el cristianismo no creyó en el judaísmo, sino el judaísmo en el cristianismo, en el cual toda lengua que creyó fue reunida a Dios.»    [IGNACIO de Antioquía, Carta a los Magnesios 10. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

«Pero si alguno propone el judaísmo entre vosotros no le escuchéis, porque es mejor escuchar el cristianismo de uno que es circuncidado que escuchar el judaísmo de uno que es incircunciso. Pero si tanto el uno como el otro no os hablan de Jesucristo, yo los tengo como lápidas de cementerio y tumbas de muertos, en las cuales están escritos sólo los nombres de los hombres.  Evitad, pues, las artes malvadas y las intrigas del príncipe de este mundo, no suceda que seáis destruidos con sus ardides y os debilitéis en vuestro amor. Sino congregaos en asamblea con un corazón indiviso.» [IGNACIO de Antioquía, Carta a los Filadelfios 6. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

En las últimas décadas, la expansión de la escatología dispensacionalista ha abierto un poco la puerta al resurgir de los judaizantes. Afirmar que Israel (el Estado o nación de Israel) es el “pueblo elegido”, o que Israel es “el reloj profético de Dios” ayuda a aumentar la confusión sobre el tema.

¿Quién es el pueblo elegido: Israel o la Iglesia? ¿Tiene Cristo dos pueblos, o dos novias? ¿Somos elegidos por nuestra sangre (nacer judíos o descendiente de judíos) o por la sangre de Cristo?  Si yo afirmo que el judío, o el Estado de Israel es el pueblo elegido, estoy afirmando que son especiales por sobre el resto; eso me llevaría a pensar que los palestinos y los israelitas no son iguales ante los ojos de Dios; por lo tanto en un enfrentamiento armado entre ellos Dios debería de estar a favor de los judíos y en contra de los palestinos. Es suficiente asomarse a alguna página pro-judía para ver cómo multitud de evangélicos alaban al ejército militar de Israel, ¡cómo se emocionan cuando presentan algún armamento o tecnología de guerra de avanzada! (como si Dios bendijese a los tanques, las balas y las bombas que destruyen las vidas que Él creó y que desea que se arrepientan y sean salvos). “¡Dios bendice al ejército de Israel!” gritan emocionados muchos evangélicos. Al parecer Dios lucha con el ejército israelita mientras miles de cristianos mueren como mártires, o son perseguidos ferozmente, y Dios no hace nada. ¿De verdad esto es así? Respóndanme esto: si un soldado judío muere en combate, ¿a dónde va?, ¿se va al cielo por el solo hecho de ser judío, aunque haya vivido sin creer en Cristo? Les anticipo la respuesta, y es no. La realidad es que el soldado judío que muere en combate va al mismo lugar que el soldado palestino que muere también; pues nadie se salva por ser judío o se pierde por el hecho de no serlo; si no creen en Cristo ambos tendrán el mismo final.

«Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?  Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.» [Lucas 13:2-5]

Nadie se salva sin arrepentimiento, no importa si su sangre es judía o árabe; si no está lavado por la sangre de Cristo no es un elegido. Más allá de que afirmar que Dios hoy bendice al ejército del Israel, o que lucha con Israel (el Estado de Israel), o que bendice sus armas (o las de cualquier ejército), no es solo una ignorancia teológica, sino una perversidad impropia de seguidores de Cristo que aún no han comprendido las palabras “de tal manera amó Dios al mundo” (Juan 3:16-17)

Sin fe en Cristo no hay salvación:

Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado”. [Gálatas 2:15-16]

¿Qué está afirmando aquí el apóstol Pablo? Que los judíos de nacimiento para ser justificados deben creer en Cristo; nadie forma parte del pueblo elegido, o pueblo de Dios, si no es mediante la fe en Cristo. El pueblo elegido es el pueblo de los justificados, no un pueblo incrédulo.

 «pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa [Gálatas 3:26-29]

Si alguien enseña que Dios hace diferencia entre un judío y un gentil que también enseñe que Dios hace acepción de personas entre hombre y mujer; pero el texto bíblico que acabamos de leer niega ambas cosas. ¿Pero, entonces los judíos no son el pueblo elegido? Dios eligió formar al pueblo de Israel para que por medio de ellos viniese el Mesías y todas las demás naciones fuesen bendecidas igualmente.

«Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones.»  [Gálatas 3:8]

«A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.  Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.»  [Juan 1:11-12]

¿Qué beneficio tiene el judío?

«¿Qué ventaja tiene, pues, el judío?, ¿o de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios.»  [Romanos 3:1-2]

«Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas;  de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.»  [Romanos 9:1-5]

Pablo menciona los beneficios que tiene el judío, pero todo eso hasta la venida en carne de Cristo. ¿Y ahora?

«Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús… ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles.  Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión.»   [Rom 3:21-24,27-30]

Hoy, el judío no tiene más beneficio que el gentil, lo dice Pablo, no puede haber jactancia porque el Dios de los judíos y el de los gentiles es el mismo, es uno; y uno su pueblo elegido. No puede haber dos pueblos elegidos porque no hay dos formas de ser justificados; no existe una justificación especial para los judíos y otra para los gentiles. La única forma de ser justificados es mediante la fe en Cristo, tanto para uno como otro.

«Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.» [Romanos 10:12-13]

¿Y qué pasa con los israelitas?

«Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín… ¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos.»  [Romanos 11:1,7]

¿Quiénes son los escogidos de Israel? Los que creen. ¿Y quiénes los rechazados? Los que se niegan a creer. Lo aclara Pablo más adelante

«Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.  Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar.»  [Romanos 11:19-23]

No hay dos pueblos elegidos porque solo hay un olivo, en ese único olivo coexisten simultáneamente ramas naturales (los judíos que creen en Cristo) y ramas injertadas (los gentiles que creen en Cristo).

  «Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti.»   [Romanos 11:17-18]

Dios no ha olvidado su misericordia para con los israelitas, en nuestras congregaciones hay muchos descendientes de judíos que se confiesan cristianos y lo son verdaderamente; y así ha sido a través de los siglos, la Iglesia (el único pueblo elegido) es ese olivo que tiene raíces, tronco y ramas naturales (judíos elegidos mediante la fe en Cristo) y ramas injertadas (gentiles elegidos mediante la fe en Cristo) y ambos conviviendo en armonía.

 «Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz,  y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca;porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.»   [Efesios 2:11-22]

Hay un solo pueblo, un solo cuerpo, un solo Espíritu, un solo fundamento, una sola piedra principal, un solo edificio, un solo templo. El apóstol Pablo es muy claro, no hay dos pueblos elegidos; la Iglesia es el único cuerpo de Cristo y la única Novia. Y es también la Iglesia el único “reloj de Dios”.

«Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles.»  [Romanos 11:25] 

Por más de 35 años he escuchado a los judaizantes afirmar que el Estado de Israel es el reloj de Dios, el que marca los tiempos de Dios; y ante cada conflicto que la nación de Israel ha tenido con sus vecinos han aprovechado la ocasión para anunciar la inminente venida de Cristo, del anticristo, de la gran tribulación, etc. Claro que luego han ido cambiando el libreto cuando todo se calmaba y se retornaba a la tranquilidad. Los judaizantes son vendedores de humo en conferencias y congresos, donde cada luna de sangre es una señal inminente del rapto; eso sí, aunque el rapto sea inminente no se olvidan de vender sus libros y de cobrar en dólares sus disertaciones. Pero Pablo nos dice que lo que realmente marca los tiempos es que «haya entrado la plenitud de los gentiles», luego Dios se ocupará de Israel «y luego todo Israel será salvo» [Romanos 11:26]

Hay mucha variedad dentro de los grupos judaizantes, y no todos enseñan lo mismo. En muchas de nuestras congregaciones vemos un aumento de la simbología judía: banderas del Estado de Israel, danzas hebreas, shofares, mantos hebreos, etc., algunos inofensivos, otros fuera de lugar; porque al fin y al cabo nosotros somos creyentes de entre los gentiles y no tenemos por qué adoptar costumbres ajenas; pero estas cosas no son propiamente “judaizar” aunque bien haríamos en no sumarnos a estas modas que nada tienen que ver con la esencia de la Iglesia.  No olvidemos que son los judíos los que deben convertirse en parte de la Iglesia, y no la Iglesia convertirse al judaísmo. 

Los judaizantes se infiltran sutilmente al principio, comienzan rechazando toda terminología grecolatina, prohibiendo usar términos como Jesús, Cristo, iglesia, Dios, etc., por considerarlos corruptos o paganos. Si no dices en tu oración Yeshúa,  Elohim, Masiaj, Ruaj HaKodesh, Baruj Adonai… no pienses en ser escuchado por el Altísimo; básicamente, si no pronuncias correctamente el nombre del Señor Él no se da por enterado de que le estás hablando. Cuando hayan logrado hacerte hablar en esa mezcla ridícula de hebreo y español, y te hagan creer que eres más espiritual por ello, irán a por más. A continuación te dirán que el dogma de la Trinidad es un invento católico (no todos los judaizantes son anti-trinitarios, dentro del pentecostalismo hay judaizantes trinitarios). Otros irán más lejos aún, te obligarán a guardar el Sabbat, te hablarán de la Torá, de la Ley, de guardar las costumbres judías y las fiestas del Antiguo testamento; luego te prohibirán comer  alimentos “impuros”, y finalmente te convencerán de que si te circuncidas serás un verdadero israelita heredero de la bendición de Abraham. ¿Crees que estoy exagerando? Muchos ya han sido atrapados por estos sectarios judaizantes, no te olvides que Pablo luchó ferozmente contra ellos porque sabía el peligro que acarreaban; ni siquiera los llamó “hermanos”:

«y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros.»  [Gálatas 2:4-5]

En teoría el judaizante no niega que la justificación es por la fe en Cristo, pero en la práctica busca justificarse por el cumplimiento de la Ley; una Ley que fue dada temporalmente

«Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa»  [Gálatas 3:19]

«Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas»  [Romanos 3:21] 

«De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo»  [Gálatas 3:24-25] 

La Ley mosaica fue un tutor, un siervo, un pedagogo, un instructor que condujo hasta Cristo, pero una vez en Cristo ya no estamos guiados por ella. Lo absurdo del judaizante es que prefiere al tutor y no a Cristo, se queda con lo caduco, con lo que ya cumplió su función y no tiene más utilidad.

«Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia»   [Romanos 6:14] 

«Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.»   [Romanos 7:6] 

«Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.»  [Hebreos 8:13] 

Los que estamos en Cristo no estamos bajo la Ley de Moisés, pero tampoco estamos sin ley porque estamos bajo la Ley de Cristo.

«Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley.»  [1Co 9:20] 

El judaizante pretende resucitar la Ley porque (en la práctica) le parece insuficiente la resurrección de Cristo; quiere subir al Sinaí para cumplir la Ley dada allí porque le parece poco la Ley dada en el Sermón del Monte, claro, en el Sermón de Mateo 5-7 no hay lugar para el mérito propio; y después de todo es más fácil no comer cerdo que poner la otra mejilla y amar a los enemigos.  El judaizante no puede comprender que el fin, la meta, el cumplimiento, la culminación de la Ley es Cristo

«Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree.»    [Romanos 10:1-4] 

Cristo es el cumplimiento de la Ley, por lo tanto, el que permanece en Cristo ha cumplido cabalmente la Ley. No estamos en Cristo porque cumplimos la Ley, sino que cumplimos la Ley al estar en Cristo.

«Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.  He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído.»  [Gálatas 5:1-4]

El judaizante es un apóstata que ha caído de la Gracia; es un sepulcro cuya hermosa lápida son las tablas de la Ley, pero debajo de ella hay huesos secos, arrogancia y autojustificación. Es un falso maestro que te dirá que la Iglesia en general está equivocada, pero él tiene la verdad; te dirá que tu Biblia está mal traducida, pero él sabe la verdadera traducción. Te dirá que él conoce el verdadero nombre de Elohim mientras que tú invocas un nombre errado. Te empezará hablando del Mesías pero terminará en Moisés (cuando el camino correcto es al revés); te sacará de los pies de la Cruz y te llevará al Sinaí. Te hará creer que eres más espiritual porque guardas los días y las fiestas, y porque no comes esto o aquello; te hará creer que la vida no está en comer la carne y la sangre de Cristo en la Santa Cena o Eucaristía, sino que la vida está en no comer cerdo o ciertos peces y mariscos. Habiendo comenzado por el Espíritu terminarás por la carne, te desligarás de Cristo para atarte a la Ley, y abandonarás al Amo para irte con el sirviente. Ten en cuenta que si emprendes ese camino será muy difícil que luego vuelvas atrás, pues pasar de la Ley a Cristo trae vida, pero pasar de Cristo a la Ley significa muerte.

 «ES ABSURDO HABLAR DE JESUCRISTO Y AL MISMO TIEMPO PRACTICAR EL JUDAÍSMO» Ignacio, obispo de Antioquía y mártir.

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de la Iglesia – Diarios de Avivamientos – 2022, con la colaboración de Consensus Patrum en la recopilación de textos patrísticos.

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La Trinidad, ¿un invento católico?

¿Que la palabra Trinidad no figure en la Biblia es un argumento válido de refutación?  Pensemos en el término «Biblia», que tampoco aparece en la Biblia como dogma definido, es decir, no existe dentro de las Escrituras un listado hecho por el señor Jesús, o sus apóstoles, donde determine qué libros deben ser considerados como escritura divina, o qué libros deben componer lo que llamamos Biblia. No fueron el señor Jesús ni los apóstoles los que nos dejaron una definición exacta de «Biblia»; fue la Iglesia la que determinó qué libros debían considerarse inspirados y cuáles no, y este proceso duró un largo tiempo. Encontramos expresiones como «toda la Escritura es inspirada por Dios», pero no se nos dice concretamente qué abarca esa «toda la Escritura». Para la Iglesia primitiva los deuterocanónicos eran Escritura (se encontraban en la versión de los Setenta y fueron conocidos y usados por los apóstoles y discípulos de Cristo), sin embargo, después de Lutero dejaron de considerarse «Escritura», y hoy la mayoría de los evangélicos ni siquiera los han leído.

Lo que para Agustín (y para la Iglesia de su época) significaba Biblia, no tiene el mismo significado para muchos hoy en día: 

“El canon completo de las Sagradas Escrituras, sobre el que ha de versar nuestra consideración, se contiene en los libros siguientes: Los cinco de Moisés… los libros de Job, de Tobías, de Ester y de Judit y los dos libros de los Macabeos, y los dos de Esdras… Siguen los profetas, entre los cuales se encuentra un libro de Salmos de David; tres de Salomón: los Proverbios, el Cantar de los cantares y el Eclesiastés; los otros dos libros, de los cuales uno es la Sabiduría y el otro el Eclesiástico, se dicen de Salomón por cierta semejanza, pero comúnmente se asegura que los escribió Jesús hijo de Sirach, y como merecieron ser recibidos en la autoridad canónica, deben contarse entre los proféticos.[Agustín. De la Doctrina Cristiana. Libro II.VIII.13]

  Otro ejemplo, en lo que llamamos «evangelio según san Mateo» no encontramos una referencia «bíblica» de que verdaderamente lo escribió el apóstol Mateo. Fue la tradición de la Iglesia y no la Biblia misma la que afirmó que ese escrito pertenece a Mateo, y que debe ser parte de la Biblia; y todos lo aceptamos como válido ¿o hay alguno que se atreva a afirmar que la Biblia es un invento católico? Porque la Iglesia, como cuerpo vivo de Cristo y bajo la guía e iluminación del Espíritu Santo, ha ido desarrollando, definiendo y validando los dogmas de fe ortodoxos y ha ido extirpando (a veces tras largas luchas) las herejías o dogmas heterodoxos. Más allá de la palabra misma Trinidad, que es fruto de la Tradición y no de la Biblia, el concepto cristiano de Trinidad se desarrolló desde el comienzo mismo de la Iglesia, y fue clarificándose con el tiempo; fue puesto a prueba y combatido, y prevaleció; primeramente, hasta ser parte del unanimis consensus patrum (el consenso de los llamados Padres de la Iglesia), y, finalmente, del consenso unánime de la Iglesia (lo que toda la iglesia creyó, en todo lugar y en todo tiempo). 

“En los autores que precedieron a Ireneo encontramos alusiones bien a un testamento, bien a otro; bien a una carta de Pablo, bien a la primera carta de Pedro. En Ireneo de Lyon, sin embargo, hallamos al primer maestro cristiano que toma como referencia un Nuevo Testamento muy parecido al que conocemos nosotros. Él es también el primer autor cristiano que nos explica por qué aceptar determinados libros y otros no. Y es, por último, el primer Padre que, cuando habla de la «Escritura», al menos la mitad de las veces está aludiendo a los libros tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Los nombres de los autores de cada uno de los evangelios no aparecen incluidos en el texto original. Es Ireneo quien identifica los cuatro evangelios legítimos y nos dice quiénes los escribieron: «Mateo, (que predicó) a los Hebreos en su propia lengua, también puso por escrito el Evangelio, cuando Pedro y Pablo evangelizaban y fundaban la Iglesia. Una vez que estos murieron, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, también nos transmitió por escrito la predicación de Pedro. Igualmente Lucas, seguidor de Pablo, consignó en un libro «el Evangelio que este predicaba». Por fin Juan, el discípulo del Señor que se había recostado sobre su pecho, redactó el Evangelio cuando residía en Éfeso» (IRENEO, Contra los herejes III, 1.1.)”. [D’AMBROSIO, Marcellino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres. Ediciones Palabra, p. 61-62]

 “La Trinidad como palabra o como dogma en sí no aparece en la Biblia ni en el magisterio universal de la Iglesia cristiana. Pero en el centro de la Biblia y de la misma Iglesia se encuentra el Padre Dios, el Hijo Jesús y el Espíritu Santo, en su unión y diferencias. Ellos constituyen lo que, con palabra imperfecta, pero quizá imprescindible, llamamos Trinidad, para confesar por ella que el Dios de los hombres es dinamismo de vida y comunión de amor. […] Jesús no predicó la Trinidad, pero abrió el camino que conduce al Padre y nos legó su Espíritu. Tampoco argumentaron sobre ella los cristianos más antiguos (ni Pedro, ni Pablo, ni los evangelios, ni siquiera los llamados Padres apostólicos), pero todos hablaron sin cesar del Padre, del Hijo-Jesús y del Espíritu. Sólo a finales del siglo II y a principios del III algunos teólogos audaces empezaron a hablar de una Trinidad o Tríada divina y descubrieron que ese nombre era cómodo para referirse al mismo tiempo al Padre, a Jesús y al Espíritu, de manera que  empezaron a emplearlo con cierta generosidad. Pero los grandes credos no lo utilizaron, ni el llamado símbolo apostólico, ni el de Nicea-Constantinopla, que siguen siendo oficiales en la Iglesia; todos ellos hablan solo del Padre-Dios, del Hijo-Jesús y del Espíritu Santo.” [PIKAZA, Xavier. Enquiridion Trinitatis, textos básicos sobre el Dios de los cristianos, p. 9-10]

Otro argumento usado por los que niegan la Trinidad es el de la semejanza de este dogma con algunas creencias que se encuentran en religiones paganas o en leyendas mitológicas. Pero recordemos que también usan este argumento los que descalifican al cristianismo tachándolo de un cóctel de creencias egipcias, mesopotámicas, grecolatinas, etc. Relatos de creación, ángeles, querubines, paraíso, diluvio, hijo de dios, resurrección, milagros, profecías, etc., también se encuentran en religiones anteriores o contemporáneas al cristianismo primitivo; ¿y acaso eso será motivo para dejar de creer en todos estos dogmas cristianos? Dios se reveló al hombre en el Edén, pero cuando el hombre se apartó de Dios y fue expulsado del paraíso no perdió por completo esa revelación, simplemente la desfiguró. Así como la imagen de Dios en el hombre fue desfigurada por el pecado, también la revelación de Dios se desfiguró en mitos, leyendas, y cientos de religiones que se expandieron por toda la tierra; pero así como todos los hombres se remontan a Adán y Eva, así también todas las religiones se remontan a la revelación inicial. Tanto la imagen divina del hombre como su percepción espiritual son deformadas por el pecado, y en casi nada se parecen al original, pero siempre habrá detrás de una copia, o de una deformación, un original válido. ¿Los querubines de la Biblia son una copia de la mitología asiria y babilónica, o la mitología mesopotámica es una deformación de aquella revelación que el hombre recibió en el Edén, donde, por cierto, Dios colocó querubines para impedir que el hombre caído comiera del árbol de la vida? ¿La Trinidad es una copia católica de las mitologías paganas, o las mitologías son una deformación de la verdadera Trinidad?

“Dentro de un politeísmo naturalista, donde la hierofanía o revelación básica de lo divino es el despliegue sagrado de la vida, ha surgido en muy diversos lugares una especie de Trinidad o tríada familiar, formada por el Dios Padre del cielo, la Diosa Madre de la tierra y el Dios Hijo, que nace de los dos y expresa en general la victoria de la vida sobre la muerte. Quizá donde más fuerza ha tomado este modelo es el oriente mediterráneo, con la tríada cananea (Ilu-Alá, Ashera, Baal) y la egipcia (Osiris, Isis, Horus), que tanto influjo ha tenido en las formulaciones filosóficas del platonismo y de la misma teología cristiana. Es evidente que estos dioses no son de verdad trascendentes ni son personas, en el sentido estricto del término, pero pueden ayudarnos a situar el tema trinitario. Podemos aludir también a un triadismo funcional intradivino, representado de manera ejemplar por la Trimurti de algunas tradiciones hindúes. Así suele hablarse de Brahma, entendido como espíritu universal o fondo divino de toda realidad, especialmente de aquello que define la existencia humana, al que se añaden dos grandes signos divinos o dioses, que reciben ya una forma más personalizada: Vishnú es la fuerza del amor y de la vida creadora; Shiva es el misterio de la muerte donde todo se disuelve para renacer de nuevo. Esos tres (Brahma, Vishnú y Shiva) son formas del ser divino, pero estrictamente hablando no se pueden llamar personas… […] Algunos estudiosos han hablado también de una Trinidad filosófica expresada de múltiples maneras en las tradiciones de occidente. La más conocida es la del neoplatonismo que tiene diversas variantes. Algunos se refieren al Dios-Artífice como causa activa, a la Materia-Preexistente como causa receptiva y al Mundo divino (o las ideas) que brotan de la unión de los momentos anteriores. Otros hablan del Uno como Dios fundante, de la Sophia o Logos, que expresa el sentido más profundo de ese Dios en perspectiva de idea creadora, y del Alma sagrada del mundo. En el fondo de este esquema hallamos la certeza de que la realidad es originalmente un proceso donde todo se encuentra sustentado y vinculado, como vida que se expresa y despliega a sí misma en tres momentos. Hay ciertamente un esquema triádico, no existe Trinidad de personas. […] Esos modelos son significativos, pero no están directamente en el principio de la confesión cristiana, que se identifica con la revelación de Dios en Jesús y con la experiencia del Espíritu Santo. […] Esta experiencia trinitaria de la Iglesia, aunque preparada y dispuesta desde siempre, constituye una verdadera novedad. No ha sido un cambio que se va realizando poco a poco, ni es una pequeña variación en el esquema anterior del judaísmo. Ella es como una verdadera mutación. En un momento dado, iluminados por el recuerdo del Jesús histórico y por la presencia de su Espíritu, los cristianos se han descubierto inmersos dentro de un universo simbólico propio y, sin quererlo expresamente, sin fundarse en esquemas conceptuales preconcebidos, han sentido la necesidad  y el gozo de expresar su más honda experiencia de una forma trinitaria. Por eso, la Trinidad de la que queremos hablar en este libro no es una tríada sacral, más o menos conocida en diversas religiones. Tampoco es un esquema o modelo ternario de tipo filosófico, que de formas distintas se ha venido extendiendo en la cultura occidental desde Platón basto Hegel, por citar dos nombres clave de la metafísica. La Trinidad de la que hablamos constituye un «misterio de fe», es objeto y tema de una experiencia creyente, que se ha manifestado de un modo especial entre los cristianos.” [PIKAZA, Xavier. Enquiridion Trinitatis, textos básicos sobre el Dios de los cristianos, p. 21-24]

Otro de los argumentos esgrimidos por los que niegan el dogma de la  Trinidad es que el pasaje de Mateo 28,18-19 fue adulterado por la Iglesia Católica, y que la iglesia primitiva bautizaba en el nombre de Jesús solo. Veamos si esto es verdad.

La Trinidad en la fórmula bautismal de la Iglesia primitiva:

“La Didaché es un manual de la iglesia del cristianismo primero, también llamada Doctrina de los apóstoles o Doctrina del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles. […] La fecha de composición va de alrededor del año 70 a los años 96-98, siempre anterior al siglo II.” [ROPERO, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos. Editorial Clie, p. 29,30]

Veamos que dice este extraordinario y muy antiguo documento:

“1. Con respecto al bautismo, bautizaréis de esta manera. Habiendo primero repetido todas estas cosas, os bautizaréis en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo en agua viva (corriente). 2. Pero si no tienes agua corriente, entonces bautízate en otra agua; y si no puedes en agua fría, entonces hazlo en agua caliente. 3. Pero si no tienes ni una ni otra, entonces derrama agua sobre la cabeza tres veces en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”  [Didaché 7.1-3]

Leamos ahora a otro de los más antiguos escritores apologistas, a Justino mártir (100-165 d.C.), que nos describe cómo se bautizaba en la Iglesia:

“3. Luego los conducimos al sitio donde hay agua, y por el mismo modo de regeneración con que nosotros fuimos también regenerados, son regenerados ellos, pues en el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo, toman entonces un baño en esa agua. 10. […] para obtener el perdón de nuestros anteriores pecados, se pronuncia en el agua sobre el que ha elegido regenerarse, y se arrepiente de sus pecados, el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y este solo nombre se invoca por aquellos que conducen al baño a quien ha de ser lavado. 11. Porque nadie es capaz de poner nombre al Dios inefable; y si alguno se atreviera a decir que ese nombre existe, sufriría la más incurable locura. 12. Este baño se llama iluminación para dar a entender que son iluminados los que aprenden estas cosas. 13. El que es iluminado es lavado también en el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo, que por los profetas nos anunció de antemano todo lo referente a Jesús.” [JUSTINO, Mártir. Apología I.61.3,10-13. Traducción Abadía los Toldos, Obras de los Padres de la Iglesia, 13]

Aquí tenemos otros testimonios antiguos

«Que baje al agua y el que le bautiza le imponga la mano sobre la cabeza diciendo: ‘¿Crees en Dios Padre todopoderoso?’. Y el que es bautizado responda: ‘Creo’. Que le bautice entonces una vez teniendo la mano puesta sobre la cabeza. Que después de esto diga: ‘¿Crees en Jesucristo, el Hijo de Dios, que nació por el Espíritu Santo de la Virgen María, que fue crucificado en los días de Poncio Pilato, murió y fue sepultado, resucitó al tercer día vivo de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos?’. Y cuando él haya dicho: ‘Creo’, que le bautice por segunda vez. Que diga otra vez: ‘¿Crees en el Espíritu Santo y en la santa Iglesia y en la resurrección de la carne?’. Que el que es bautizado diga: ‘Creo’. Y que le bautice por tercera vez. Después de esto cuando sube del agua, que sea ungido por un presbítero con el óleo que ha sido santificado, diciendo: ‘Yo te unjo con el óleo santo en el nombre de Jesucristo’. Y luego cada cual se seca con una toalla y se ponen sus vestidos, y, hecho esto, que entren en la iglesia»” [Hipólito Romano, Traditio Apostostolica, 10. (redactada 215 d.C) Cit. RAMOS-LISSON, D. Patrología, p.206-207]

“Y lo mismo acontece también en tu carne, pues el bautismo se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y por esta razón Juan decía, al enseñarnos que no nos bautiza un hombre, sino Dios: Detrás de mí llega el que es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia: Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Y también por la misma razón el sacerdote, al bautizar, no dice: “Yo bautizo a Fulano”, sino: Fulano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, dando así a entender que no es él quien bautiza, sino el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, cuyos nombres se invocan.”   [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Cuarta Catequesis 3]

Queda claro por el testimonio de los primeros cristianos que el bautismo en nombre de las tres Personas divinas no es un invento ni del catolicismo romano ni de Constantino, sino la práctica más antigua de la Iglesia.

Veamos ahora el concepto de Trinidad en los Padres de la Iglesia, obispos, predicadores, apologetas y teólogos de la iglesia primitiva.

Teófilo de Antioquía, fue el sexto obispo de Antioquía de Siria (Segunda mitad del S. II). Es el primero en escribir sobre la “tríada” en relación a Dios. Teófilo usa continuamente el término «monarquía» pero no, como pretenden los unicitarios, para afirmar que Dios es una sola persona. Los tres libros Ad Autolycum constituyen una apología de la fe cristiana fundada en un único Dios frente a la pluralidad de dioses paganos. El destinatario de esta apología: Autólico, es un idólatra que tiene dudas acerca del Dios cristiano, y Teófilo le escribe haciéndole notar la diferencia que existe entre la ridícula multitud de dioses griegos (que se contradicen y pelean entre sí por el poder) y el único Dios verdadero (único soberano, rey, monarca absoluto): “Nosotros también confesamos a Dios, pero uno, el creador, hacedor y artífice de este mundo, sabemos que todo se gobierna por providencia, pero de la suya sólo” [Ad Autolycum III.9.1]

A cntinuación Teófilo de Atioquía menciona por primera vez el término tríada

“Igualmente, los tres días que preceden a la producción de las luminarias (que surgen el cuarto día de la creación, en Gen 1] son símbolo de la tríada de Dios y su Verbo y su Sabiduría. En cuarto lugar está el hombre, que necesita de la luz, de modo que hay Dios, Verbo, Sabiduría, Hombre. Por eso las luminarias fueron creadas el cuarto día.” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.15.4]

“Además, se encuentra Dios como si necesitara de ayuda al decir «hagamos» al hombre a imagen y semejanza. Pero a ningún otro dijo «hagamos» sino a su propio Verbo y a su propia Sabiduría.” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.18.2]

Comparemos este texto de Teófilo, que acabamos de leer, con un texto del gran Ireneo de Lyon, donde se expone esa noción primigenia de tres actuando al unísono:

“Porque Dios no tenía necesidad de ningún otro, para hacer todo lo que Él había decidido que fuese hecho, como si El mismo no tuviese sus manos. Pues siempre le están presentes el Verbo y la Sabiduría, el Hijo y el Espíritu, por medio de los cuales y en los cuales libre y espontáneamente hace todas las cosas, a los cuales habla diciendo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gén 1,26): toma de sí mismo la substancia de las creaturas, el modelo de las cosas hechas y la forma del ornamento del mundo.” [IRENEO, de Lyon. Adversus Haeresis. IV.20,1]

“Pues [el Padre] se ha servido, para realizar todas las cosas, de los que son su progenie y su imagen, o sea el Hijo y el Espíritu Santo, el Verbo y la Sabiduría, a quienes sirven y están sujetos todos los ángeles.”  [IRENEO, de Lyon. Adversus Haeresis. IV.7,4]

Teófilo distingue claramente al Padre del Hijo:

“Ahora, pues, me dirás: ‘Tú dices que no se debe circunscribir a Dios en un lugar, y ¿cómo entonces dices que él caminaba en el jardín?’, escucha mi respuesta. 2. En efecto, el Dios y Padre de todas las cosas es inabarcable y no se encuentra en ningún lugar. Pues no hay lugar de su descanso (Is. 66,1). Pero su Verbo, por el que hizo todas las cosas, que es potencia y sabiduría suya, tomando el rostro del Padre y Señor del universo, fue Él que se presentó en el jardín en rostro de Dios y conversa con Adán. 3. Así pues la misma escritura divina nos enseña que Adán dijo haber oído la voz. ¿Qué otra voz es esta sino el Verbo de Dios, que es también su Hijo? Y no como dicen los poetas y mitógrafos, que nacen hijos de un dios por copulación, sino como la verdad explica que el Verbo está siempre inmanente en el corazón de Dios. Pues antes de que algo se creara, a Éste tenía por consejero, como mente y pensamiento suyo que era. 4. Y cuando Dios quiso hacer cuanto había deliberado, engendró a este Verbo proferido, primogénito de toda creación, no vaciándose de su Verbo sino engendrando el Verbo, y conversando siempre con el Verbo. 5. De aquí que nos enseñan las sagradas escrituras y todos los inspirados por el Espíritu, de entre los cuales Juan dice: ‘En el principio era el Verbo y el Verbo era ante Dios’, mostrando que en los comienzos era Dios solo y en Él el Verbo. 6. Dice después: “Dios era el Verbo: todas las cosas fueron hechas por él y sin él nada se hizo’. Siendo entonces el Verbo Dios y nacido de Dios, cuando el Padre de todas las cosas quiere lo envía a algún lugar, Él se hace presente, es escuchado y visto.” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.22.1-6]

“Teniendo, pues, Dios a su propio Verbo inmanente en sus entrañas, lo engendró con su propia sabiduría, emitiéndolo antes de todas las cosas. 3. A este Verbo tuvo por ministro para lo que fuera hecho por él, y a través de él fueron creadas todas las cosas. 4. Éste se llama principio, porque gobierna y señorea sobre todas las cosas fabricadas a través de él. 5. Éste, entonces, que es espíritu de Dios, principio y sabiduría y fuerza del altísimo, descendió sobre los profetas y habló por medio de ellos lo referente a la creación del mundo y a todas las demás cosas. 6. Porque no existían los profetas cuando el mundo se hacía, pero sí la Sabiduría de Dios que en él estaba y su santo Verbo que siempre le asistía. De ahí que diga Él por medio del profeta Salomón: ‘Cuando preparó los cielos yo le asistía y cuando afirmaba la tierra yo estaba a su lado disponiéndolos’ (Pr 8,27a. 29-30).” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.10.2-6]

Leamos ahora al apologista Atenágoras de Atenas, en su Legación (súplica) en favor de los cristianos (aquellos estaban siendo perseguidos por los emperadores romanos). Segunda mitad del S. II

“X.1. Así, pues, queda suficientemente demostrado que no somos ateos, pues admitimos a un solo Dios, increado, eterno, invisible, impasible, incomprensible e inmenso, sólo por la inteligencia y la razón comprensible, rodeado de luz, de una belleza, de un espíritu y potencia inenarrables, que ha creado el universo, lo ha ordenado y lo gobierna por medio del Verbo que de Él procede. 2. Reconocemos también un Hijo de Dios. Y que nadie tenga por ridículo que Dios tenga un Hijo. Porque nosotros no pensamos sobre Dios y también Padre, y sobre su Hijo, a la manera como fantasean sus poetas, que en sus fábulas nos muestran dioses que en nada son mejores que los hombres; sino que el Hijo de Dios es el Verbo del Padre en idea y energía, porque por su operación y por su intermedio fue todo hecho, siendo uno solo el Padre y el Hijo. Y estando el Hijo en el Padre y el Padre en el Hijo, en unidad y potencia espirituales; el Hijo de Dios es inteligencia y verbo del Padre. 3. Y si por la grandísima inteligencia de ustedes se les ocurre preguntar qué quiere decir “hijo de Dios”, lo explicaré brevemente: es el primer retoño del Padre (cf. Pr. 8,22. Col 1,15. Rm 8,29), no porque haya nacido, puesto que desde el principio, Dios, que es inteligencia eterna, tenía en sí su Verbo, siendo eternamente racional, sino como procediendo de Dios… […]    5.¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre y a un Dios Hijo y un Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción en el orden? […] XXIV.2. Si proclamamos la existencia de Dios y del Hijo, Verbo suyo, y del Espíritu Santo, iguales en poder, pero distintos según el orden: Padre, Hijo y Espíritu; el Hijo es inteligencia, Verbo y Sabiduría del Padre, y el Espíritu, la luz que emana del fuego…” [ATENÁGORAS, Legatio. Traducción Abadía los Toldos]

Vayamos ahora a Orígenes, quien nació probablemente en Alejandría de Egipto hacia el año 185

“la teología en cuanto exposición científica y sistemática de toda la doctrina cristiana, explicada de forma lógica como un todo coherente, comenzó con Orígenes. Su libro De principiis (Sobre los principios) es la primera tentativa formal de reunir todo ello en una obra de teología sistemática. Pese a su originalidad, conviene tener muy presente que la humildad de Orígenes prevalecía por encima de todo. Como otros Padres de la Iglesia antes que él, se sometía plenamente a la tradición apostólica.”  [D’AMBROSIO, Marcellino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres. Ediciones Palabra, p.73-74]

Espíritu Santo:

“el Espíritu Santo es una existencia (subsistentia) intelectual, y subsiste y existe de por sí.” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.1.3. Editorial Clie, p. 65]

“De todo esto aprendemos que la persona del Espíritu Santo era de tal autoridad y dignidad, que el bautismo salvífico no era completo excepto por la autoridad de lo más excelente de la Trinidad, esto es, por el nombre del Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo; uniendo al Dios inengendrado, el Padre, y a Su Hijo unigénito, también el nombre del Espíritu Santo. ¿Quién, entonces, no se queda asombrado ante la suprema majestad del Espíritu Santo, cuando oye que quien hable una palabra contra el Hijo del Hombre puede tener la esperanza de perdón; ¡pero quien es culpable de blasfemia contra el Espíritu Santo no tiene perdón en este mundo presente ni en el venidero! (cf. Mt. 12:32; Lc. 12:10).”  [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.2. Editorial Clie, p. 90]

“No debemos suponer, sin embargo, que el Espíritu deriva su conocimiento de la revelación del Hijo. Ya que si el Espíritu Santo conoce al Padre por la revelación del Hijo, pasa de un estado de ignorancia a uno de conocimiento; pero es tan impío como absurdo confesar al Espíritu Santo, y aun así, atribuirle ignorancia. Porque aunque existiera algo más antes del Espíritu Santo, no fue por avance progresivo que llegó a ser Espíritu Santo, como si alguno se aventurara a decir que en el tiempo en que todavía no era el Espíritu Santo, ignoraba al Padre, y que después de haber recibido el conocimiento fue hecho Espíritu Santo. Ya que si este fuera el caso, el Espíritu Santo no debería contarse nunca en la Unidad de la Trinidad, a saber, en línea con el Padre y el Hijo inmutables, a no ser que no haya sido siempre el Espíritu Santo.” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.4. Editorial Clie, p. 93]

“Sin embargo, parece apropiado preguntarse por qué cuando un hombre viene a renacer para la salvación que viene de Dios hay necesidad de invocar al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, de suerte que no quedaría asegurada su salvación sin la cooperación de toda la Trinidad; y por qué es imposible participar del Padre o del Hijo sin el Espíritu Santo. Para contestar esto será necesario, sin duda, definir las particulares operaciones del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. En mi opinión, las operaciones del Padre y del Hijo se extienden no sólo a los santos, sino también a los pecadores, y no sólo a los hombres racionales, sino también a los animales y a las cosas inanimadas; es decir, a todo lo que tiene existencia. Pero la operación del Espíritu Santo de ninguna manera alcanza a las cosas inanimadas, ni a los animales que no tienen habla; ni siquiera puede discernirse en los que, aunque dotados de razón, se entregan a la maldad y no están orientados hacia las cosas mejores. En suma, la acción del Espíritu Santo está limitada a los que se van orientando hacia las cosas mejores y andan en los caminos de Cristo Jesús, a saber, los que se ocupan de las buenas obras y permanecen en Dios.”  [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.5. Editorial Clie, p. 93-94]

“Hay también otra gracia del Espíritu Santo, que es concedida en merecimiento, por el ministerio de Cristo y la obra del Padre, en proporción a los méritos de quienes son considerados capaces de recibirla. Esto es claramente indicado por el apóstol Pablo, cuando demostrando que el poder de la Trinidad es uno y el mismo, dice: “Hay diversidad de dones; mas el mismo Espíritu es. Y hay repartimiento de ministerios; mas el mismo Señor es. Y hay repartimiento de operaciones; mas el mismo Dios es el que obra todas las cosas en todos. Pero a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho” (1ª Co.12:4-7). De lo que se deduce claramente que no hay ninguna diferencia en la Trinidad, sino que lo que es llamado don del Espíritu es dado a conocer por medio del Hijo, y operado por Dios Padre. “Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere” (1ª Co. 12:11).” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.7. Editorial Clie, p. 97]

El Hijo

“Es cosa blasfema e inadmisible pensar que la manera como Dios Padre engendra al Hijo y le da el ser es igual a la manera como engendra un hombre o cualquier otro ser viviente. Al contrario, se trata necesariamente de algo muy particular y digno de Dios, con el cual nada absolutamente se puede comparar. No hay pensamiento ni imaginación humana que permita llegar a comprender cómo el Dios inengendrado viene a ser Padre del Hijo unigénito. Porque se trata, en efecto, de una generación desde siempre y eterna, a la manera como el resplandor procede de la luz. El Hijo no queda constituido como tal de una manera extrínseca, por adopción, sino que es verdaderamente Hijo por naturaleza.”    [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.2.5. Editorial Clie, p. 77]

“Por consiguiente, no decimos, como creen los herejes, que una parte de la sustancia de Dios se ha convertido en la sustancia del Hijo, ni que el Hijo ha sido creado por el Padre de la nada, esto es, fuera de su propia sustancia, de suerte que hubo un tiempo en que no existió. […] Sin embargo, esto mismo que decimos (que nunca hubo tiempo cuando no existió), debe oírse con perdón de la expresión, porque los términos “nunca” y “cuando” tienen de por sí sentido temporal, y todo lo que se dice del Padre, como del Hijo, y del Espíritu Santo debe entenderse como estando sobre todo tiempo y sobre todos los siglos y sobre la eternidad. Porque sólo esta Trinidad excede a todo sentido de inteligencia no sólo temporal, sino también eterna, mientras que todo lo demás que existe fuera de la Trinidad puede medirse por siglos y tiempos.” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes IV.2.28. Editorial Clie, p. 336,337]

Vayamos ahora a TERTULIANO (Nacido en Cartago alrededor del año 155). Los unicitarios (modalistas o sabelianos) llaman a Tertuliano “el inventor de la doctrina trinitaria”. En realidad Tertuliano influyó en la terminología pero no inventó ninguna doctrina, el núcleo del dogma que Tertuliano llamaría “Trinidad” ya existía, se discutía y se desarrollaba en la Iglesia tanto griega como latina.

“Tampoco el Nuevo Testamento ofrece una explicación clara de cómo Dios puede ser uno y trino a la vez, por lo que algunos Padres de la Iglesia primitiva intentaron dar respuesta a la pregunta. Como hemos visto, el primer teólogo sistemático, Orígenes, realizó una importante contribución en ese sentido. En vida de Tertuliano hubo un maestro de Asia Menor que creyó dar con una aportación original. Para insistir en la unidad de Dios, Práxeas enseñaba que el Padre descendió como Verbo al vientre de María y ascendió de regreso al cielo antes de volver como Espíritu Santo; de modo que Padre, Hijo y Espíritu eran solamente tres papeles desempeñados por un único Dios, tres máscaras empleadas en momentos distintos de la historia de la salvación. Algunos pusieron a esta doctrina el nombre de modalismo, ya que el Padre, el Hijo y el Espíritu no eran más que los tres «modos» distintos en que Dios se manifiesta ante nosotros. Otros se mofaban de ella llamándola «patripasianismo» al atreverse a insinuar que el Padre padeció en la cruz. Entonces Tertuliano volvió a pasar a la acción. Esta herejía, hacia la que no mostraba ninguna tolerancia, le sirvió de acicate para realizar una de sus principales contribuciones a la teología cristiana. Intentando explicar el modo adecuado de conciliar en Dios las nociones de uno y trino, acuñó el término latino trinitas o trinidad, e introdujo el término clave de persona. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres Personas, pero una sola sustancia, una sola naturaleza y un solo poder divinos. Las tres Personas son distintas sin estar divididas: por eso existe un solo Dios y no tres. Es cierto que, en relación con la Trinidad, Tertuliano incurrió en graves errores condenados más tarde por la Iglesia, pero su nueva terminología pasó a ser clásica y acabó incorporándose –como algunos de los términos introducidos por Orígenes– a posteriores declaraciones oficiales de la fe de la Iglesia.” [D’AMBROSIO, Marcellino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres. Ediciones Palabra, p.85]

“Aquí todavía la figura precede a la realidad, al igual que Juan fue el precursor del Señor preparando sus caminos, igualmente el ángel que preside en el bautismo traza los caminos para la venida del Espíritu Santo, borrando los pecados por la fe sellada en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque si toda palabra de Dios se apoya en tres testigos, con mucha mayor razón su don. En virtud de la bendición bautismal tenemos como testigos de la fe a los mismos que son garantes de la salvación. Y esta trilogía de nombres divinos es más que suficiente para fundar nuestra esperanza. Y puesto que el testimonio de la fe y la garantía de la salvación tienen como fundamento las Tres Personas, necesariamente la mención de la Iglesia se encuentra incluía. Porque allí donde están los Tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, allí se encuentra la Iglesia que es el cuerpo de los Tres.” [TERTULIANO. Tratado sobre el Bautismo. Selección de textos, Abadía de los Toldos: Iniciación a la lectura de los Padres de la Iglesia, 23]

“Tú (Praxeas) no quieres admitir que la Palabra es realmente substantiva por la propiedad de la sustancia de modo que pueda parecer una cosa y una cierta persona y que, constituida segunda a partir de Dios, hace en realidad que Dios y la Palabra sean dos, Padre e Hijo. Tú dices: ¿Qué es la palabra sino una voz vacía, inconsistente e incorporal? Pero yo sostengo que nada inconsistente y vacío pudo salir de Dios. ¿Cómo podrá ser vacío de sustancia lo que ha emanado de la sustancia de Dios? Por eso, de cualquier tipo que haya sido la sustancia de la Palabra (que brota de Dios) yo digo que ella es una persona y reivindico para ella el nombre de Hijo y, reconociéndola como Hijo, sostengo que es segunda a partir del Padre.” [TERTULIANO: Adversus Praxeas 7]

“Donde hay un segundo, hay dos y, donde hay un tercero, hay tres. En efecto, el Espíritu es el tercero a partir de Dios y del Hijo, así como tercero a partir de la raíz es el fruto que sale de la rama, y tercero partir de la fuente es el arroyo que sale del río y tercero a partir del sol es el ápice que sale del rayo. Pero ninguno de ellos se aparta de la matriz de donde cada uno saca lo que los constituye en su propiedad. Así la Trinidad que fluye del Padre por grados entretejidos y conexos no daña a la Monarquía y protege el estatuto de la Economía. El Hijo es otro que el Padre por la distribución, no por lo diversidad, por la distinción, no por la división.”  [TERTULIANO. Adversus Praxeas 8-9).

Un poco de historia

“El monarquianismo modalista no negaba la divinidad plena de Jesucristo, sino que sencillamente la identificaba con el Padre. Debido a esta identificación, que daba a entender que el Padre había sufrido en Cristo, se le llama en ocasiones «patripasianismo». Sus más antiguos maestros de que tenemos noticias son Noeto de Esmirna y Práxeas, personaje oscuro que algunos han identificado con el Papa Calixto. Aunque desde muy temprano los escritores eclesiásticos atacaron y refutaron este tipo de monarquianismo, no lograron destruirlo, sino que continuó desarrollándose hasta llegar a su culminación a principios del siglo tercero en la persona de Sabelio. Sabelio difundió y perfeccionó las doctrinas modalistas a tal punto que desde entonces el modalismo recibe el nombre de «sabelianismo». Según él, Dios es uno solo, sin distinción alguna. Dios es «hijo-padre», de tal modo que las llamadas «personas» no son más que fases de la revelación de Dios.”  [GONZALEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Tomo I, p. 142]

“Es poco lo que sabemos acerca de Práxeas. Al parecer, era oriundo de Asia Menor, donde había conocido tanto el monarquianismo como el montanismo, y había rechazado éste y aceptado aquél. Al llegar a Roma, se le recibió con gran honra, y Práxeas contribuyó a combatir el montanismo y a propagar el monarquianismo en esa ciudad. Es por ello que Tertuliano afirma que Práxeas «sirvió al Diablo en Roma de dos modos: echando la profecía e introduciendo la herejía; echando al Paracleto y crucificando al Padre» (Adv. Prax. I). Práxeas -como todos los monarquianos modalistas- pretendía defender la unidad divina subrayando la identidad entre el Padre y el Hijo, y de este modo ponía en peligro la distinción entre ambos. De aquí que los de su partido recibiesen el nombre de «patripasianos», pues su posición parecía implicar que el Padre fue crucificado. Es contra esta posición de Práxeas que Tertuliano escribió la obra que estamos discutiendo, y cuyas expresiones son tan felices que en más de una ocasión parecen adelantarse a su época en más de dos siglos. En efecto, en esta obra se encuentran fórmulas que se anticipan a las soluciones que más tarde se daría a las controversias trinitarias y cristológicas. […] Al continuar leyendo a Tertuliano, resulta cada vez más claro que nuestro escritor tiende a subrayar la distinción entre las personas de la Trinidad, y esto en perjuicio de su unidad esencial. En efecto, en el capítulo nueve de Contra Práxeas encontramos que «el Padre es toda la substancia, y el Hijo es una derivación y porción del todo». Y en Contra Hermógenes se afirma que hubo un tiempo cuando el Hijo no existió. Ambas aserciones establecen entre el Padre y el Hijo una distinción que más tarde será declarada heterodoxa. Esto es lo que se ha dado en llamar el «subordinacionismo» de Tertuliano. Y es cierto que hay en Tertuliano cierta tendencia subordinacionista. Pero es necesario recordar que el propósito mismo de la obra Contra Práxeas lleva a Tertuliano a subrayar la distinción entre el Padre y el Hijo más que su unidad. Además, sería injusto esperar de Tertuliano una precisión que no aparece en la historia del pensamiento cristiano sino tras largas controversias. Por estas razones, sus innegables tendencias subordinacionistas no han de eclipsar el genio de Tertuliano, que creó y aplicó el vocabulario y la fórmula básica que el occidente habría de emplear por muchos siglos para expresar el carácter trino de Dios” [GONZALEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Tomo I, p. 175-176,178]

IRENEO DE LYON

“Al parecer, nació en Asia Menor -probablemente en Esmirna- alrededor del año 135. Allí escuchó a Policarpo de Esmima, aunque debe haber sido aún bastante joven cuando el anciano obispo coronó su vida con el martirio. Más tarde -probablemente alrededor del año 170 -pasó a las Galias y se estableció en la ciudad de Lyón, donde existía una comunidad cristiana compuesta en parte al menos por inmigrantes del Asia Menor. Allí era presbítero en el año 177, cuando fue enviado a Roma a llevar una carta al obispo de esa ciudad. Al regresar de su misión, descubrió que el obispo de Lyón, Potino, había sufrido el martirio, y que él debía ser su sucesor. Como obispo de Lyón, Ireneo se dedicó, no sólo a dirigir la vida de la iglesia en esa ciudad, sino también a evangelizar a los celtas que habitaban la comarca, a defender el rebaño cristiano contra los embates de las herejías, y a mantener la paz de la iglesia… Pero fue su interés en combatir las herejías de su tiempo y en fortalecer la fe de los cristianos lo que le llevó a escribir las dos obras que le han valido un sitial entre los más grandes teólogos de todos los tiempos. En cuanto a su muerte, se afirma que murió como mártir, aunque nada sabemos en cuanto a los detalles de su martirio. Lo más probable es que haya muerto en el año 202, cuando hubo una matanza de cristianos en Lyón.” [GONZALEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Tomo I, p. 155-156]

Ireneo, obispo de Lyon, fue un gran defensor de la ortodoxia cristiana y un celoso guardián de la tradición que se remontaba a los apóstoles. Leamos cómo se bautizaba a los creyentes según la enseñanza que él había aprendido y que se remontaba a los apóstoles mismos:

“Ahora bien, puesto que la fe sostiene nuestra salvación, es necesario prestarle mucha atención para lograr una auténtica inteligencia de la realidad. La fe es la que nos procura todo eso como nos han transmitido los presbíteros, discípulos de los apóstoles. En primer lugar la fe nos invita insistentemente a rememorar que hemos recibido el bautismo para el perdón de los pecados en el nombre de Dios Padre y en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado, y en el Espíritu Santo de Dios.” [IRENEO. Demostración de la Predicación Apostólica 3]

Afirmar, pues, como lo hacen los unicitarios, que el bautismo en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo consiste en  un invento católico es ignorar, o manipular voluntariamente, los testimonios más antiguos de la Iglesia cristiana.

“6. He aquí la Regla de nuestra fe, el fundamento del edificio y la base de nuestra conducta: Dios Padre, increado, ilimitado, invisible, único Dios, creador del universo. Éste es el primer y principal artículo. El segundo es: el Verbo de Dios, Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, que se ha aparecido a los profetas según el designio de su profecía y según la economía dispuesta por el Padre; por medio de Él ha sido creado el universo. Además al fin de los tiempos para recapitular todas las cosas se hizo hombre entre los hombres, visible y tangible, para destruir la muerte, para manifestar la vida y restablecer la comunión entre Dios y el hombre. Y como tercer artículo: el Espíritu Santo por cuyo poder los profetas han profetizado y los padres han sido instruidos en lo que concierne a Dios, y los justos han sido guiados por el camino de la justicia, y que al fin de los tiempos ha sido difundido de un modo nuevo sobre la humanidad, por toda la tierra, renovando al hombre para Dios. 7 . Por eso el bautismo, nuestro nuevo nacimiento, tiene lugar por estos tres artículos, y nos concede renacer a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, esto es, al Hijo, que es quien los acoge y los presenta al Padre, y el Padre les regala la incorruptibilidad. Sin el Espíritu Santo es pues imposible ver el Verbo de Dios y sin el Hijo nadie puede acercarse al Padre, porque el Hijo es el conocimiento del Padre y el conocimiento del Hijo se obtiene por medio del Espíritu Santo. Pero el Hijo, según la bondad del Padre, dispensa como ministro al Espíritu Santo a quien quiere y como el Padre quiere.” [IRENEO. Demostración de la Predicación Apostólica 6 y 7]

“El Padre sostiene al mismo tiempo toda su creación y a su Verbo; y el Verbo que el Padre sostiene, concede a todos el Espíritu, según la voluntad del Padre: a unos en la creación misma les da el (espíritu) de la creación, que es creado; a otros el de adopción, esto es, el que proviene del Padre, que es obra de su generación. Así se revela como único el Dios y Padre, que está sobre todo, a través de todas y en todas las cosas. El Padre está sobre todos los seres, y es la cabeza de Cristo (1 Cor 11,3); por medio de todas las cosas obra el Verbo, que es Cabeza de la Iglesia; y en todas las cosas, porque el Espíritu está en nosotros, el cual es el agua viva (Jn 7,38-39) que Dios otorga a quienes creen rectamente en él y lo aman, y saben que «uno sólo es el Padre, que está sobre todas las cosas, por todas y en todas» (Ef 4,6). De estas cosas da testimonio Juan, el discípulo del Señor, cuando dice en el Evangelio: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba ante Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio ante Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada ha sido hecho» (Jn 1,1-2). Y luego dice acerca del Verbo: «En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, pero el mundo no lo conoció. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios, que son los que creen en su nombre» (Jn 1,10-11). Y adelante, hablando de la Economía según su humanidad, dice: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Y añade: «Y hemos visto su gloria, gloria del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). Abiertamente muestra a quienes quieran escuchar, esto es, a quienes tengan oídos, que uno es Dios Padre que está sobre todo, y uno su Verbo que actúa por medio de todas las cosas, pues todas las cosas por él fueron hechas; y que el mundo es suyo porque él lo hizo según la voluntad del Padre.” [Ireneo de Lyon. Contra los Herejes V.18.2,3]

Otros testimonios patrísticos:

Novaciano (210-258)

“No obstante la precisa afirmación de que las tres personas, por tener una misma naturaleza constituían un solo Dios, a muchos espíritus menos lúcidos y más temerosos el fantasma del triteísmo les originaba una inquietud invencible. Surgió así muy pronto el modalismo que resolvió el dilema trinidad-unidad suprimiendo simplemente el primer término detrás de la frágil pantalla de apariencias mudables intermitentes de la única persona. Era una burda racionalización del misterio, un rechazo categórico de innumerables afirmaciones de Jesús y un golpe al corazón de la fe cristiana. La reacción fue, por consiguiente, vigorosísima. Novaciano, en el De Trinitate, hacia el 250, desmanteló estas desfiguraciones con un estilo claro, seguro, incisivo. El párrafo que sigue (cap. 27, 1-5) es un comentario agudo y sutil de un pasaje evangélico que los sabelianos utilizaban en defensa de sus tesis. La refutación evidencia seguridad de ideas y desenvoltura dialéctica:

«Pero porque a menudo nos hieren con aquel pasaje famoso en que está dicho: «El Padre y yo somos una sola cosa», también en esto les venceremos con la misma facilidad. Si de hecho, como creen los herejes, Cristo hubiese sido » el Padre, habría sido necesario decir: «Yo, el Padre, soy uno solo.» Pero cuando dice «yo» y luego introduce «el Padre» diciendo «yo y el Padre», separa y distingue la individualidad de su persona, esto es, del Hijo, de la esencia generadora del Padre, y no solamente tomando en consideración la pronunciación del nombre, sino también teniendo en cuenta el modo como coloca los grandes personajes que anteceden, porque podría haber dicho «yo el Padre», si hubiera tenido la idea de decir que era el Padre. Y puesto que dijo «una sola cosa», los herejes perciben que no dijo «uno solo». De hecho, «una sola cosa», en neutro, indica la concordia de la conexión, no la unidad de la persona. Se dice realmente que es «una sola cosa» y no «uno solo», porque no viene referido al número sino que se anuncia en relación a la conexión con el otro. Por último añade la palabra «somos», no «soy», para mostrar mediante el hecho de que dijo «somos» y «Padre», que las personas son dos. Decir luego «una sola cosa» concierne a la concordia y a la identidad de parecer y se refiere justamente a la conexión que da el amor, de modo que, mediante la concordia, el amor y el afecto, el Padre y el Hijo resultan con plena razón una sola cosa. Y porque procede del Padre, sea lo que fuere lo que esta expresión quiera decir, es Hijo, salvando con todo la distinción por la que el Padre no es el Hijo, porque tampoco el Hijo es lo mismo que el Padre. Y no habría añadido «somos», si hubiera pensado ser desde el origen un Padre-Hijo único y solo.» (NOVACIANO: De Trinitate 27:1-5)  [TRISOGLIO, Francesco. Cristo en los Padres de la Iglesia. Editorial Herder, p. 67-68]

Hilario de Poitiers (315-368) Obispo y Doctor de la Iglesia:

«El Hijo procede de aquel Padre que tiene el ser, es unigénito que procede del inengendrado, descendencia del Padre, viviente del viviente. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, también se le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo. Perfecto que procede del perfecto, porque es todo entero de aquel que es todo entero. No hay división o separación, porque cada uno está en el otro y en el Hijo habita la plenitud de la divinidad. Es el incomprensible que procede del incomprensible; nadie les conoce, sino ellos entre sí. Es el invisible que procede del invisible, porque es la imagen del Dios invisible (Col 1,15) y porque el que ve al Hijo, ve también al Padre (Jn 14,9). Uno procede del otro, porque son Padre e Hijo. Pero la naturaleza de la divinidad no es distinta en uno y otro, porque los dos son una misma cosa: Dios que procede de Dios. El Dios unigénito del único Dios inengendrado. No son dos dioses, sino uno que procede de uno. No dos inengendrados, porque el que ha nacido procede del que no ha nacido. En nada se diferencian el uno del otro, porque la vida del viviente está en el que vive. Estas cosas hemos alcanzado acerca de la naturaleza de la divinidad, sin entender lo más elevado, pero dándonos cuenta de que son incomprensibles las cosas de que hablamos. Podrás decir: De nada sirve la fe si nada puede ser comprendido. Al revés, el servicio que la fe proporciona es el de saber que aquello por lo que se pregunta es incomprensible para ella.”  [HILARIO DE POITIERS, La Trinidad, 2,11. Cit. en La Predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC, p. 24]

Si bien el modalismo (o sabelianismo) es completamente distinto al arrianismo, en las refutaciones a este último podemos encontrar conceptos válidos para nuestro estudio:

Gregorio de Elvira

“Gregorio de Elvira es el mejor escritor hispano del siglo IV por la amplitud y contenido de sus obras… Con Gregorio de Elvira estuvo presente la Iglesia de España en la controversia arriana. De esta obra, con tanta precisión teológica, tomamos los textos siguientes. Gregorio de Elvira muere después del 392. Es autor de una riquísima espiritualidad.

«Creemos en un Dios, padre omnipotente, hacedor de todo lo visible e invisible, y en un Señor nuestro Jesucristo, Hijo de Dios, único nacido del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no hecho, de una sustancia con el Padre, que es lo que los griegos dicen «omoousion» por el cual fueron hechas todas las cosas tanto del cielo como de la cierra, que descendió por nosotros y por nuestra salvación, se encarnó y se hizo hombre, padeció, resucitó al tercer día, subió a los cielos y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y en el Espíritu Santo. La Iglesia católica y apostólica anatematiza a aquellos que dicen que «era cuando no era», y «que antes de nacer no era», y que afirman, además, que el Hijo de Dios es mudable y transformable. Amén.» (Gregorio de Elvira. De la fe ortodoxa contra los arrianos, 1)

«¿Quién de los católicos desconoce que el Padre es verdaderamente Padre, el Hijo verdaderamente Hijo, y el Espíritu Santo verdaderamente el Espíritu Santo? Es lo que dijo el mismo Señor a sus apóstoles: Id y bautizad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo  (Mt 28, 19). Esta es la perfecta Trinidad que consiste en la unidad y que confesamos ser de única sustancia. Nosotros no establecemos en Dios una división según la condición de los cuerpos, sino según el poder de la naturaleza divina, en la que no hay materia; creemos asimismo que consta verdaderamente de personas y testificamos la unidad de la divinidad. No decimos que el Hijo de Dios sea la extensión de alguna parte del Padre, como algunos han pensado, ni tomamos al Verbo como un sonido de voz sin contenido, sino que creemos que los tres nombres y las tres personas son de una única esencia, de una única majestad y poder. Por eso confesamos un solo Dios, porque la unidad de majestad nos prohíbe hablar de varios dioses. Por fin, llamamos católicamente al Padre y al Hijo, pero no podemos ni debemos decir dos dioses, ni tampoco podemos admitir que el Hijo de Dios no sea Dios; no, es verdadero Dios de Dios verdadero, porque no conocemos al Hijo de Dios de ninguna otra parte más que del mismo único Padre, por eso decimos un solo Dios. Esto es lo que nos han enseñado los profetas, los apóstoles, y esto fue lo que enseñó el mismo Señor, cuando dice: Yo y el Padre somos una sola cosa (Jn 10,30). El apóstol también dice: no hay más que un Dios Padre, de quien todo procede y para quien somos nosotros, y un solo Señor Jesucristo para quien son todas las cosas y nosotros también. Pero no todos saben esto (I Cor 8, 6-7).» (Gregorio de Elvira. De la fe ortodoxa contra los arrianos, 10-12) [Citado en DOMÍNGUEZ del VAL, Ursicino. Leandro de Sevilla y la lucha contra el arrianismo, Editora Nacional Madrid, p. 325-328]

Martín de Braga (515 – 580)

“El sumergir tres veces al bautizando en el nombre de la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, es una tradición antigua y apostólica” [Carta del obispo Martín al obispo Bonifacio. Citado en DOMÍNGUEZ del VAL, Ursicino. Leandro de Sevilla y la lucha contra el arrianismo, Editora Nacional Madrid, p. 353]

Sobre el Concilio III de Toledo, 589

“… que confesemos que el Padre es quien engendró de su sustancia al Hijo, igual a Sí y coeterno y no que Él sea a un mismo tiempo nacido y engendrador, sino que una es la persona del Padre que engendró, otra la del Hijo que fue engendrado, y que sin embargo uno y otro subsisten por la divinidad de una sola sustancia. El Padre, del que procede el Hijo, pero Él mismo no procede de ningún otro. El Hijo es el que procede del Padre, pero sin principio y sin disminución subsiste en aquella Divinidad, en que es igual y coeterno al Padre. Del mismo modo debemos confesar y predicar que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, y con el Padre y el Hijo es de una misma sustancia; que hay en la Trinidad una tercera persona, que es el Espíritu Santo, la cual, sin embargo, tiene una común esencia divina con el Padre y el Hijo. Esta santa Trinidad, es un solo Dios: Padre, e Hijo y Espíritu Santo… Pero del mismo modo, como es señal de la verdadera salvación creer que la Trinidad está en la Unidad, y la Unidad en la Trinidad, así se dará una prueba de verdadera justicia si confesamos una misma fe dentro de la universal Iglesia, y guardamos los preceptos apostólicos, apoyados en también apostólico fundamento. […]

  • II. Cualquiera que negare que el Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, ha sido engendrado sin principio de la sustancia del Padre y que no es igual al Padre y consustancial, sea anatema.
  • III. Cualquiera que no crea en el Espíritu Santo, y no creyere que procede del Padre y del Hijo, y no le confesare como coeterno y coesencial al Padre y al Hijo, sea anatema.
  • IV. Cualquiera que no distinga en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo las personas, y no reconozca la sustancia de una sola divinidad, sea anatema.”  [Citado en DOMÍNGUEZ del VAL, Ursicino. Leandro de Sevilla y la lucha contra el arrianismo, Editora Nacional Madrid, p. 372, 386]

Como el tema y los testimonios patrísticos son muy extensos, continuaremos con este estudio en un próximo capítulo.

Redacción y recopilación de textos: Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de la Iglesia, Diarios de Avivamientos y Consensus Patrum – 2022

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La divinidad de Cristo en los Padres de la Iglesia

Quien niega la divinidad de Cristo ignora dos cosas fundamentales. La primera es el concepto integral, o la revelación completa, que las Escrituras nos dan acerca del Hijo de Dios, pues quien solo interpreta textos aislados de la Biblia termina cayendo en el fundamentalismo fanático, o en la herejía. Recordemos que herejía significa tomar, o seleccionar, solo una parte aislándola del resto. Las Escrituras en su totalidad nos dicen claramente que Jesucristo es Dios: perfecto Dios antes de su encarnación, perfecto Dios durante su encarnación, perfecto Dios después de su resurrección, perfecto hombre desde su encarnación, perfecto hombre después de su resurrección; en todo participante de la naturaleza del Padre, en todo participante de nuestra naturaleza.

Lo segundo que ignora quien niega la divinidad de Cristo es la Historia de la Iglesia (patrística, evolución del dogma, historia del culto, concilios de la Iglesia, tradición) que brindan un marco apropiado para interpretar correctamente las Escrituras, lo que se define como: lo que toda la Iglesia ha creído siempre, en todo tiempo y en todo lugar. Ignorar la Historia es creerse autosuficiente en la interpretación bíblica, lo cual nos convierte en candidatos idóneos para caer en las antiguas herejías. La Patrística, la Tradición y la Historia del dogma nos dejan en claro una cosa: Jesucristo fue adorado como Dios mucho antes de que las definiciones conciliares lo dejaran asentado por escrito.

Ignacio de Antioquía. Siglo II

“Porque nuestro Dios, Jesús el Cristo, fue concebido en la matriz de María según una dispensación “de la simiente de David”… A partir de entonces toda hechicería y todo encanto quedó disuelto, la ignorancia de la maldad se desvaneció, el reino antiguo fue derribado cuando Dios apareció en la semejanza de hombre en novedad de vida eterna.» [Carta a los Efesios 18,19]

«Espera en Aquel que está por encima de toda estación, el Eterno, el Invisible, que se hizo visible por amor a nosotros, el Impalpable, el Impasible, que sufrió por amor a nosotros, que sufrió en todas formas por amor a nosotros.”    [Carta a Policarpo 3]

II Epístola de Clemente, es en realidad un sermón registrado por escrito, el sermón más antiguo que se conserva de la iglesia primitiva. S. II

“Hermanos, tendríamos que pensar en Jesucristo como Dios y como “juez de los vivos y los muertos.”     [2ª de Clemente a los Corintios. 1. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, Clie]

CLEMENTE, de Alejandría, S. II

“Por consiguiente el Verbo, Cristo, es causa no sólo de que nosotros existamos desde antiguo (porque Él estaba en Dios), y de que seamos felices. Ahora este mismo Verbo se ha manifestado a los hombres, el único que es a la vez Dios y hombre, y causa de todos nuestros bienes. Aprendiendo de Él a vivir virtuosamente, somos conducidos a la vida eterna”.  [PROTRÉPTICO (EXHORTACIÓN) A LOS GRIEGOS, I.7.1]

Carta a Diogneto, obra apologética considerada una joya de la antigüedad cristiana. S. II o III

“Sino que, verdaderamente, el Creador todopoderoso del universo, el Dios invisible mismo de los cielos plantó entre los hombres la verdad y la santa enseñanza que sobrepasa la imaginación de los hombres, y la fijó firmemente en sus corazones, no como alguien podría pensar, enviando a la humanidad a un subalterno, o a un ángel, o un gobernante, o uno de los que dirigen los asuntos de la tierra, o uno de aquellos a los que están confiadas las dispensaciones del cielo, sino al mismo Artífice y Creador del universo, por quien Él hizo los cielos… A éste les envió Dios. ¿Creerás, como supondrá todo hombre, que fue enviado para establecer su soberanía, para inspirar temor y terror? En modo alguno. Sino en mansedumbre y humildad fue enviado. Como un rey podría enviar a su hijo que es rey; Él le envió como enviando a Dios; le envió como hombre a los hombres; le envió como Salvador, usando persuasión, no fuerza; porque la violencia no es atributo de Dios. Le envió para llamar, no para castigar; le envió para amar, no para juzgar. Es cierto que le enviará un día en juicio, y ¿quién podrá resistir entonces su presencia?” [Carta a Diogneto 7. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, Clie]

Orígenes. Siglo III

«Así como en los últimos días, el Verbo de Dios revestido de la carne de María, entró en este mundo; y otro ciertamente era el que se veía en Él, otro el que se comprendía, porque la vista de la carne en Él se ofrecía a todos, pero a pocos y elegidos se les daba el conocimiento de la divinidad. Así también, cuando por los profetas y el legislador, el Verbo de Dios se manifestó ante los hombres, no se manifestó sin las vestimentas apropiadas. En efecto, así como allí esta cubierto por el velo de la carne, aquí por el de la letra (cf. 2 Co 3,14); de modo que la letra es vista como la carne, pero late en el interior el sentido espiritual que se percibe como la divinidad. Por tanto, esto es lo que ahora encontraremos leyendo el libro del Levítico, en el cual se describen los ritos de las sacrificios, la diversidad de los víctimas y los ministerios de los sacerdotes. Pero todo esto según la letra, que es como la carne del Verbo y revestimiento de su divinidad, que acaso dignos e indignos consideran y oyen.»   [Dieciséis homilías sobre el Levítico, Homilía I,1]

LACTANCIO, S. III-IV

«Y, teniendo naturaleza divina y naturaleza humana, pudiera llevar esta débil y frágil naturaleza nuestra, como de la mano, hasta la inmortalidad. Engendrado Hijo de Dios en el espíritu, hijo del hombre por su carne; esto es, Dios y hombre. El poder de Dios se manifiesta en él por las obras que hizo; la fragilidad del hombre por la pasión que sufrió.” [Instituciones divinas, 4,13. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC]

Eusebio, obispo de Cesárea: Confesión de fe en su Carta a su diócesis, del año 325
Puesto que Eusebio afirma que él fue bautizado según esta fórmula, es posible que su confesión de fe se remonte casi a mediados del siglo III. El Concilio de Nicea, al que Eusebio presentó su confesión de fe para que este concilio la confirmara, tomó de ella algunas cosas para su propia confesión de fe.

Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, el creador de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un solo Señor, Jesucristo,la Palabra de Dios, Dios de Dios, luz de luz, vida de vida, Hijo unigénito, primogénito de toda la creación, engendrado antes de todos los siglos por el Padre, por medio del cual todo fue hecho, se encarnó por nuestra salvación…

HILARlO, obispo de POITIERS, Siglo IV

El Hijo procede de aquel Padre que tiene el ser, es unigénito que procede del inengendrado, descendencia del Padre, viviente del viviente. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, también se le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo. Perfecto que procede del perfecto, porque es todo entero de aquel que es todo entero. No hay división o separación, porque cada uno está en el otro y en el Hijo habita la plenitud de la divinidad. Es el incomprensible que procede del incomprensible; nadie les conoce, sino ellos entre sí. Es el invisible que procede del invisible, porque es la imagen del Dios invisible (Col 1,15) y porque el que ve al Hijo, ve también al Padre (Gn 14,9). Uno procede del otro, porque son Padre e Hijo. Pero la naturaleza de la divinidad no es distinta en uno y otro, porque los dos son una misma cosa: Dios que procede de Dios. El Dios unigénito del único Dios inengendrado. No son dos dioses, sino uno que procede de uno. No dos inengendrados, porque el que ha nacido procede del que no ha nacido. En nada se diferencian el uno del otro, porque la vida del viviente está en el que vive. Estas cosas hemos alcanzado acerca de la naturaleza de la divinidad, sin entender lo más elevado, pero dándonos cuenta de que son incomprensibles las cosas de que hablamos. Podrás decir: De nada sirve la fe si nada puede ser comprendido. Al revés, el servicio que la fe proporciona es el de saber que aquello por lo que se pregunta es incomprensible para ella”   [La Trinidad, 2,11. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia BAC]

Atanasio, obispo de Alejandría, S. IV

“[…] el Logos no estaba en el cuerpo como uno cualquiera de los seres creados ni tampoco como una criatura dentro de otra, sino que era Dios en la carne, artífice y preparador en lo que ha sido preparado por Él.  Y los hombres están recubiertos de carne para existir y sostenerse, mientras que el Logos de Dios se ha hecho hombre para santificar la carne, y existió en la forma de siervo, aunque era Señor, pues toda la creación que ha sido creada y hecha por Él es sierva del Logos.”   [Discurso contra los arrianos, II, 10. Ed. Ciudad Nueva, p. 142]

«Para que se pueda conocer con más exactitud la impasibilidad de la naturaleza del Logos y aquellas debilidades que se le atribuyen en razón de la carne, es bueno escuchar al bienaventurado Pedro, pues él podría ser un testigo digno de crédito en lo que respecta al Salvador. Escribe en una carta, diciendo: Cristo, por tanto, sufrió por nosotros en la carne. Así pues, cuando se diga que tiene hambre y sed, que se cansaba, no sabía, dormía, lloraba, preguntaba, huía, era engendrado, pedía que se apartara el cáliz y en general todas aquellas cosas que son propias de la carne, habría que añadir lógicamente a cada una de ellas: «Cristo, por tanto, tuvo hambre y sed por nosotros en la carne»; «decía que no sabía, era apaleado y se cansaba por nosotros en la carne» ; «fue exaltado, engendrado, crecía, tenía miedo y se escondía en la carne»; «decía: Si es posible aparta de mí este cáliz, era golpeado y apresado por nosotros en la carne»; y en general todas las cosas semejantes que hizo por nosotros en la carne. No hay duda de que por esta razón el Apóstol mismo no dijo: «Cristo, por tanto, sufrió por nosotros en la divinidad», sino por nosotros en la carne, para que no se llegase a pensar que los padecimientos son propios del Logos mismo conforme a su naturaleza, sino propios de la carne por naturaleza. Por lo tanto, que nadie se escandalice a causa de los padecimientos humanos, sino más bien que sepa que el Logos mismo permanece impasible en lo que respecta a su naturaleza y que, no obstante, a causa de la carne de la que se revistió, se le atribuyen estas cosas, puesto que son propias de la carne y se trataba del cuerpo mismo del Salvador. Él permanece como es, impasible en lo que respecta a su naturaleza, sin ser dañado por ellas, sino más bien haciéndolas desaparecer y destruyéndolas.”   [Discurso contra los arrianos, III, 34. Ed. Ciudad Nueva, p. 306-307]

CIRILO DE ALEJANDRÍA, finales del siglo IV y principios del V, Patriarca de Alejandría

“El Unigénito, que era Dios y Señor de todas las cosas, según las Escrituras, se ha manifestado a nosotros; ha sido visto en la tierra, ha iluminado a los que estaban en tinieblas, haciéndose hombre … Él es el Verbo de Dios, viviente, subsistente y eterno con Dios Padre, tomando forma de esclavo. Como es completo en su divinidad, es completo en su humanidad; constituido en un solo Cristo, Señor e Hijo […]. En efecto, el Hijo, coeterno a aquel que lo había engendrado y anterior a todos los siglos, cuando tomó la naturaleza humana sin dejar su cualidad de Dios, sino integrando el elemento humano, pudo legítimamente ser concebido como nacido de la estirpe de David y teniendo un nacimiento humano reciente. Porque no hay sino un solo Hijo y un solo Señor Jesucristo, antes que asumiera la carne y después que se ha manifestado como hombre”  [Sobre la encarnación del Unigénito. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia BAC]

Epifanio, obispo de Salamina: Confesión de fe en su Ancoratus, en el año 374

«Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de cielo y tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, es decir, de la esencia del Padre, luz de luz, Dios verdadero de Dios Verdadero, engendrado no creado, de la misma esencia del Padre, por medio del cual todo fue hecho, las cosas en los cielos y las de la tierra…»

Credo Niceno (Primer gran Concilio de toda la cristiandad), 19 de junio del 325

«Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de todas las cosas visibles y de las invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no hecho, de una sola sustancia con el Padre (lo que en griego se llama homousion), por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra…»

Artículo y recopilación de fuentes patrísticas de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos Diarios de la Iglesia –  2020

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La soberanía de Dios y la responsabilidad humana: calvinismo, ateísmo y libre albedrío

Por John Lennox  [Catedrático de Oxford y apologista cristiano]

– La gran mayoría de los seres humanos clasifican la libertad como uno de los ideales más elevados. La libertad, sentimos, es un derecho de nacimiento de todos los seres humanos: nadie tiene el derecho de despojarnos de ella en contra de nuestro deseo (excepto, obviamente, en casos de delito probado). Intentar arrebatarle la libertad a alguien se considera hasta un crimen en contra de la dignidad fundamental de lo que significa ser humano.

A pesar de ello, una de las preguntas clave del ser humano es: ¿Hasta qué punto soy libre, si es que lo soy siquiera un poco? Hay gente que piensa que la libertad humana está severamente limitada o que incluso es ilusoria. Los ateos entre ellos se preguntan: ¿Cómo puedo ser libre, si el universo es enteramente responsable de mi existencia? Los que creen en Dios puede que se hagan exactamente la misma pregunta, pero partiendo de un punto de vista radicalmente distinto: ¿Hasta qué punto soy libre, si es que lo soy siquiera un poco, si Dios es enteramente responsable de mi existencia y comportamiento?

Sin embargo, somos conscientes de que nuestra libertad, sea esto lo que sea, viene con algunas limitaciones de serie. No tenemos la libertad de correr a cincuenta kilómetros por hora, ni tampoco somos libres para vivir sin comida ni aire, etc. Aun así, tenemos la sensación de ser libres, siempre y cuando exista la disponibilidad y tengamos los recursos para elegir entre guisantes y alubias, la camiseta verde o la azul. Somos libres de apoyar a un determinado equipo de fútbol y no a otro, de decir la verdad o de mentir, de ser amables o maleducados.

Cada ser humano, hombre o mujer, niño o niña, de cualquier raza, color o credo, de cualquier parte del mundo, tiene el derecho de ser tratado como un fin en sí mismo, nunca como una mera estadística, o como medio de producción, sino como una persona con un nombre y una identidad única, nacido para ser libre. Pero, ¿qué es la libertad?, ¿hasta qué punto somos libres?

Dos tipos de libertad

Desde la época de los filósofos John Locke y David Hume se ha diferenciado entre dos tipos de libertad: la libertad de espontaneidad y la libertad de indiferencia.

La “libertad de espontaneidad” es la libertad de seguir nuestros propios motivos, de hacer lo que nos plazca sin que nada ni nadie (el gobierno, por ejemplo) nos pueda forzar a hacer algo que no deseemos hacer, o nos pueda prohibir algo que queramos hacer. Dando por hecho que tengamos la salud, la habilidad, el dinero y las circunstancias necesarias, y que no estemos sujetos a ninguna limitación ni restricción externas, casi todos estaríamos de acuerdo en que tenemos esta libertad de espontaneidad.

La “libertad de indiferencia” (liberalismo libertario)[1] es la libertad de haber hecho algo distinto a lo en la práctica elegimos hacer en cualquier ocasión del pasado. Enfrentados a escoger entre dos cursos de acción en el futuro, la libertad de indiferencia implicaría que la elección está completamente abierta. Puedo optar por cualquiera de los dos cursos de acción indiferentemente; y una vez seleccionado un curso de acción, puedo, mirando atrás, saber que podría haber tomado libremente también el otro curso de acción. Puedo elegir, o podría haber elegido, hacer X o no hacer X. En este libro, cuando utilice la expresión “libre albedrío” la entenderé en este sentido.

Supongamos, por ejemplo, que Jim ha llegado a un punto en el que tiene que elegir casarse con Rose o con Rachel. Tiene la libertad de espontaneidad: nadie le va a obligar a casarse con una o con otra. Sin embargo, él también cree que tiene la libertad de indiferencia. Siente que podría casarse igualmente con una o con la otra “indiferentemente”.

Agustín (el teólogo y filósofo del siglo IV y V), al igual que Hume y otros muchos, negaría que Jim tenga ese tipo de libertad. Sostenían que existen varios complejos procesos subconscientes físicos y psicológicos que restringen y determinan su elección. Jim es libre para casarse con la chica que él elija; sin embargo, la elección que acabará tomando ya está predeterminada por esos procesos que están profundamente arraigados en él. No es libre de elegir y actuar de manera distinta a como lo hace. Como consecuencia, algunos filósofos piensan que la libertad de espontaneidad es compatible con el determinismo (una idea llamada compatibilismo). Obviamente, el liberalismo libertario es el opuesto directo del determinismo.

The Oxford Handbook of Free Will [El manual de Oxford del libre albedrío] dice así:

… los debates sobre el libre albedrío en la era moderna desde el siglo XVII se han visto dominados por dos cuestiones, no una: La “Cuestión determinista”: “¿Es el determinismo verdad?”, y la “Cuestión de la compatibilidad”: “¿Es el libre albedrío compatible o incompatible con el determinismo?”. Las respuestas a estas preguntas han dado lugar a dos de las principales divisiones en los debates contemporáneos sobre el libre albedrío: los deterministas y los indeterministas, por una parte, y los compatibililistas y los incompatibilistas, por otra.[2]

Libertad y moralidad

Queda fuera de toda discusión que el que la comida que nos guste, o el arte, o la música, o cómo elegimos a nuestro esposo o esposa, o cualquiera de nuestras elecciones y decisiones estén fuertemente influenciados por elementos de nuestro desarrollo físico o psicológico. Sin embargo, sean cuales sean los traumas psicológicos, deseos o impulsos que nos puedan empujar a transgredir la ley moral o incluso la ley civil (y nos pasa a todos), la mayoría creemos que, en tanto que seres humanos, seguimos siendo libres para controlar nuestros impulsos y respetar tanto la ley moral como la civil. Somos, por lo tanto, moralmente responsables de ello. La sociedad civilizada solo puede funcionar partiendo de esta base. Existe, por ello, una conexión muy cercana entre la libertad (libertaria) y la responsabilidad.

La propia existencia de las leyes civiles y criminales demuestra, de hecho, que los miembros de las sociedades civilizadas tienen la convicción, profundamente asentada, de que son poseedores, no solo de la libertad de espontaneidad, sino también de la libertad de indiferencia. Una parte esencial de lo que significa ser un ser humano maduro (por lo que aquí no cuentan ni los niños ni los que tienen graves enfermedades mentales) es tener la libertad de elegir entre A y no A, de tal manera que somos moralmente responsables y, por lo tanto, debemos rendir cuentas de nuestras acciones. El Tribunal Supremo de Estados Unidos afirma que creer en el determinismo “es inconsistente con los preceptos subyacentes de nuestro sistema de justicia penal” (Estados Unidos contra Grayson, 1978).

Para ser una criatura moral, uno necesita antes que nada tener conciencia moral. Por lo que sabemos, los seres humanos son las únicas criaturas de la tierra que poseen dicha conciencia. Se le puede enseñar a un perro, mediante una dura y rigurosa disciplina, que no debe robar el trozo de carne de la mesa, pero nunca le podrás enseñar por qué está moralmente mal que robe. El perro no tiene el concepto de moralidad y nunca lo tendrá.

En segundo lugar, para comportarse moralmente, uno debe de ser consciente, no solamente de la diferencia entre el bien moral y el mal moral, sino que debe de tener la suficiente autonomía de voluntad para elegir libremente hacer el bien o hacer el mal. A este respecto, existe toda una diferencia de categoría hasta entre la computadora más avanzada y un ser humano. Una computadora podría ofrecerte las respuestas a preguntas morales que le hayan programado dar, pero ni va a entender la moralidad ni tener conciencia moral alguna. Por lo tanto, no se le puede considerar moralmente responsable de sus elecciones o comportamiento.

El neurocientífico de Cambridge Harvey McMahon escribe:

El libre albedrío también apuntala la ética, en tanto en cuanto que las elecciones se toman a la luz de principios morales. De hecho, el libre albedrío apuntala todas las elecciones. Aún más, el libre albedrío apuntala el rol de lo inintencionado y la culpa en el sistema judicial… La propia idea de la existencia de las reglas o leyes implica que tenemos la elección o habilidad para obedecer. ¿Cómo puede la ley ordenarnos hacer determinadas cosas si no tenemos la habilidad de hacerlas? Por lo tanto, hasta el concepto de obediencia implica que tenemos elección.[3]

Libre albedrío y amor

Otra capacidad que sería imposible sin libre albedrío sería la capacidad de amar. El escritor existencialista Jean-Paul Sartre supo captar muy bien esta idea:

El hombre que quiere ser amado no desea la esclavitud del ser amado. No tiene ningún interés en convertirse en el objeto de una pasión que fluya de manera mecánica. No desea poseer a un autómata y, si quisiéramos humillarlo, nos bastaría con intentar persuadirlo de que la pasión de su amada es el resultado de un determinismo psicológico. El amante sentirá entonces que tanto su amor con su propio ser están siendo desprestigiados… Si el ser amado se transforma en un autómata, el amante se hallará solo.[4]

El hecho de que hombres y mujeres estén dotados de libre albedrío implica inevitablemente la posibilidad de que lo utilicen para elegir el mal y rechazar el amor, incluso el amor de Dios. Por lo tanto, debemos tener en cuenta algunas de las implicaciones necesarias que el libre albedrío humano tiene sobre la estructura de la naturaleza. Para que el libre albedrío y la libertad de elección que Dios otorgó a los seres humanos puedan ser genuinos, se requiere que la naturaleza posea un cierto grado de autonomía.

Reflexiones sobre la visión del mundo

La siguiente es una pregunta clave: Según lo que sabemos y nos afecta, ¿son los seres humanos la única y más elevada autoridad racional en el mundo o, incluso, en el universo? Y en ese caso, ¿somos completamente libres para decidir cómo debemos comportarnos, o qué es correcto e incorrecto, o cuáles son nuestros principios fundamentales? ¿O, si es que lo tiene, cuál es el porqué de nuestra existencia y cuál debería ser nuestra meta final? En última instancia, ¿somos responsables solamente ante nosotros mismos? ¿O existe un Dios que, al haber creado el universo y a nosotros dentro de él, tiene el derecho de establecer, y de hecho ha establecido, no solo las leyes físicas de la naturaleza, las condiciones marco de la existencia humana, sino también las leyes morales y espirituales que tienen como objetivo controlar el comportamiento humano? ¿Considera Dios a los seres humanos responsables de su comportamiento y les pedirá que le rindan cuentas?

Las respuestas reflejan dos maneras distintas de entender el mundo: ateísmo y teísmo. Son tan profundamente diferentes que muchos ateos piensan que el teísmo es el gran enemigo de la libertad humana, y siguen al fallecido Christopher Hitchens a la hora de considerar al Dios en quien no creen como el gran dictador del cielo, al estilo del de Corea del Norte, que está continuamente espiándonos y restringiendo nuestra libertad con sus amenazas. Consideran la religión como una fuente de opresión, esclavitud y guerra que se eleva en directa contradicción contra la dignidad y libertad humanas. De la misma manera, muchos teístas apuntan a la ideología atea como una raíz que causa una incalculable cantidad de opresión humana y que niega el derecho básico de los seres humanos a la libertad, especialmente en el siglo XX (con Stalin, Mao y Pol Pot).

Bajo el deseo de los ateos de tirar por la borda cualquier idea de un Dios Creador está la crítica que hacen de la religión (que, tristemente, suele provenir de la propia experiencia personal) como una opresiva esclavitud del espíritu humano y causa de la alienación del hombre de su verdadero ser.

A ojos de los cristianos, el error del ateo es que, al intentar escapar de la religión opresiva, legalista, supersticiosa y opiácea, rechaza también a Dios, quien en realidad denuncia ese tipo de religión. Rechazar a Dios, lejos de aumentar la libertad humana, en realidad la disminuye y conduce a una ideología antropocéntrica y pseudorreligiosa en la que cada individuo, hombre y mujer, se convierte en prisionero de fuerzas no racionales que acabarán destruyéndolo, despreciando completamente su humanidad.

Diferentes tipos de determinismo

The Oxford Handbook of Free Will [El manual de Oxford del libre albedrío] nos cuenta alegremente que existen noventa tipos distintos de determinismo. Nos bastaría y sobraría con unos cuantos menos. Por ejemplo, el determinismo causal es aquel en el que cada evento es causado por eventos anteriores de acuerdo con las leyes establecidas de la naturaleza. Muchos deterministas causales son deterministas físicos: admiten solamente causas físicas. Otros están abiertos también a la causación mental.

Por otro lado, el determinismo teísta (determinismo teológico, determinismo divino) es aquel en el que todo está determinado por Dios. En su forma general, el determinismo teísta no explica cómo hace Dios para ser la causa de todo, sino solo que lo es.

Determinismo físico

El físico teorético más famoso, Stephen Hawking, es un determinista físico.

Resulta difícil imaginar cómo puede operar el libre albedrío si nuestro comportamiento está determinado por las leyes físicas, por lo que parece ser que no somos más que máquinas biológicas y que el libre albedrío no es más que una ilusión.[5]

Richard Dawkins escribe sobre un universo moralmente indiferente que controla el comportamiento humano:

En un universo de fuerzas físicas ciegas y replicación genética, unos sufren mientras que otros tienen suerte, y es imposible encontrar ni rima ni razón ni justicia alguna en ello. El universo que observamos tiene exactamente las propiedades que deberíamos esperar si, al final, no hubiera ni diseño, ni propósito, ni mal ni bien. Nada más que una indiferencia ciega y sin piedad. El ADN ni sabe ni le importa. El ADN simplemente es. Y nosotros danzamos a su son.[6]

El neurocientífico Sam Harris escribe:

Pareces ser un agente actuando a partir de tu libre albedrío. No obstante, como veremos, este punto de vista no se puede reconciliar con lo que sabemos del cerebro humano… Todo nuestro comportamiento puede trazarse hasta llegar a eventos biológicos sobre los cuales no tenemos conocimiento consciente, lo cual sugiere siempre que el libre albedrío es una ilusión.[7]

Paul Bloom, profesor de psicología y ciencia cognitiva en la Universidad de Yale está de acuerdo con Dawkins:

Nuestras acciones están, de hecho, literalmente predestinadas, determinadas por las leyes de la física, el estado del universo, desde mucho antes de que naciéramos y, quizás por eventos totalmente aleatorios a nivel cuántico. No elegimos nada de esto, por lo que el libre albedrío no existe… El determinismo lleva ya bastante tiempo formando parte del primer curso de filosofía, y los argumentos en contra del libre albedrío llevan siglos circulando, antes de que supiéramos nada sobre genes o neuronas. Lleva mucho tiempo siendo una de las preocupaciones de la teología; Moisés Maimónides, ya en torno a 1100, definió el problema en términos de la divina omnisciencia: Si Dios ya sabe lo que vas a hacer, ¿cómo puedes ser libre para elegir?[8]

El destacado neurocientífico alemán Wolf Singer, coautor del llamado “Manifiesto de los investigadores del cerebro”, piensa que, puesto que en algún momento la mente podrá ser completamente explicada naturalmente en términos de los estados físicos y procesos en el cerebro, deberíamos renunciar a hablar del libro albedrío.[9] De manera semejante, el psicólogo experimental Wolfgang Prinz afirma que “la idea de un libre albedrío humano no puede en principio reconciliarse siquiera con las consideraciones científicas.[10]

Las citas anteriores dejan en evidencia que existe una conexión muy cercana, particularmente en el lado ateo, entre el determinismo y el reduccionismo, la idea de que las entidades no son más que la suma de sus partes y, por lo tanto, pueden explicarse por completo cuando se analizan reduciéndolas a esas partes.

Es cuanto menos curioso llegar a esta conclusión en nombre de la ciencia cuando una de las mentes más brillantes, Albert Einstein, sostenía que las teorías científicas eran creaciones libres de la mente humana. Resulta también extraño ante el hecho de que la mayoría de la gente conecta en su mente la libertad humana con la moralidad y la dignidad humana. ¿De verdad queremos dejar atrás la moralidad, no decir nada sobre el concepto del amor? Aun así, a pesar de las deficiencias obvias de creer en el determinismo, Sam Harris insiste en que cualquiera que examine su propia vida “no encontrará el libre albedrío por ningún lado”.[11]

Una de las principales razones que se dan para rechazar el libre albedrío es el argumento del nexo causal, ejemplificado en la cita anterior de Richard Dawkins. Si lo que llamamos nuestras decisiones no son más que parte de una larga cadena de causa y efecto físicos que retroceden hasta la física básica y la química del universo, es imposible que dispongamos del control de nuestras decisiones en ningún sentido (sea lo que sea lo que el “dispongamos” signifique en esta afirmación).

Determinismo teísta

El supuesto que subyace tras la mayor parte de las negativas a aceptar el libre albedrío es el naturalismo o, incluso, el materialismo. Lo que el naturalismo presupone es que solo existe el mundo natural o material. No existe lo sobrenatural, ni la causalidad vertical, ni ninguna interrupción en la cadena causal que une todo lo que acontece con los elementos primarios del universo. La lógica de esta teoría sería impresionante únicamente si la premisa fuera cierta.

Sin embargo, como teísta que soy, y más concretamente, como cristiano teísta niego la premisa. También la niego a causa de, y a pesar del hecho de que soy científico. Sostengo que la propia ciencia, y el hecho mismo de que podamos hacer ciencia, apunta a la realidad de que este universo no es todo lo que existe.

Creo que la ciencia da testimonio de la existencia de un Dios Creador eterno, que causó que el universo llegara a ser en primer lugar, y quien lo sostiene subsecuentemente para que continúe siendo. Existe algo más allá de lo natural: lo sobrenatural.

Ahora bien, esto no significa que no exista una cadena causal: lo que significa es que hay algo más. Dios no forma parte del mundo natural, aunque lo creó con las regularidades que nosotros llamamos leyes. Pero él no es prisionero de esas leyes, que lo único que hacen es describir lo que ocurre en circunstancias normales. Dios es libre de alimentar nuevos acontecimientos, fenómenos y demás en la naturaleza desde “afuera”. De hecho, la afirmación central del cristianismo es que Dios mismo ha venido al mundo: lo que el Evangelio de Juan llama el Verbo se hizo humano en Jesucristo.[12]

La ciencia es capaz de reconocer cómo funciona la naturaleza en circunstancias normales, pero no puede impedir que Dios haga algo nuevo o diferente. Lo cual nos conduce al tema del determinismo teísta. Si existe un Dios Creador que es la primera causa y el sustentador del universo, está claro que hay ciertas cosas que están predeterminadas. Dios ha creado un universo físico que exhibe el tipo de comportamiento conforme a la ley que facilita que sea predecible. Algunos de los sistemas del universo sí son deterministas, al menos a gran escala. Y, a pesar de ello, Dios no está constreñido por el nexo causal, y ha creado seres humanos a su imagen que tampoco están complemente constreñidos por dicho nexo, lo cual significa que poseen verdadera libertad.

Uno esperaría, por lo tanto, que los teístas cristianos defendieran la libre voluntad humana, y muchos lo hacen, ciertamente. Nuestra mayor preocupación en este libro son, sin embargo, aquellos cristianos que no la defienden, o al menos aparentan no defenderla; aquellos cuyo “determinismo teísta” perturba a mucha gente debido a la imagen de Dios que dicho determinismo conlleva.

De vuelta al principio

Resulta curioso que, cuando se trata del tema objeto de este libro, muchos escritores y oradores comienzan con pasajes del Nuevo Testamento como Efesios 1 o Romanos 9 (que tratan el tema de la predestinación) para proceder luego a leer el resto de la Biblia a la luz de la interpretación que hacen de estos pasajes. Y, si bien estos pasajes son de suma importancia y reflexionaremos sobre ellos en su debido momento, están muy lejos de ser el comienzo de la historia bíblica.

Sin duda, el lugar más apropiado para comenzar es el principio mismo, el relato bíblico de la creación que nos dice que En el principio Dios creó los cielos y la tierra (Génesis 1:1). Por lo tanto, Dios es la “Causa primera” puesto que ha causado que el universo exista. Más tarde, Dios dijo ser el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa (Hebreos 1:3). Por lo tanto, el Dios de la Biblia no es un remoto Dios deísta que inaugura el universo para retirarse luego, dejándolo correr sin participar en él. Dios, tal y como lo revela la Biblia, está íntimamente implicado en sostener el universo para que siga siendo. Por lo tanto, es el Señor soberano de la creación. De hecho, la soberanía de Dios es uno de los temas centrales en la Biblia, y es aquí donde surge la cuestión del determinismo, esta vez no para los ateos sino para los teístas.

La pregunta clave es: ¿qué implica exactamente la soberanía de Dios? El que se colocara a los primeros humanos en un magnífico jardín y se les dijera que podrían comer los frutos de todos los árboles excepto del árbol del conocimiento del bien y el mal es particularmente relevante para nuestro tema. Lejos de denegar el estatus de la humanidad, esa prohibición era esencial para establecer la dignidad única de los seres humanos en tanto que seres morales.

Este pasaje es crucial para comprender lo que las propias Escrituras entienden por soberanía de Dios. Claramente, debe de ser interpretado, no en términos de control absoluto sobre el comportamiento humano, sino como algo mucho más glorioso: el traspaso de poder real a unas criaturas hechas a la imagen de Dios, de manera que no sean meros autómatas programados sino seres morales con auténtica libertad: criaturas con la capacidad de decir sí o no a Dios, de amarlo o rechazarlo.

El término “soberanía” (que, por cierto, no aparece en la narrativa de Génesis) podría, por supuesto, entenderse también como control absoluto sobre cada detalle de la vida y, como veremos más adelante, eso es precisamente lo que entienden ciertos teístas. Pero esto, más que hablar de un Dios que ha creado un universo en el que el amor no solo puede existir, sino que es sumamente característico del mismo Dios, huele a dictadura despótica y totalitaria.

Por lo tanto, en este sentido, la libertad humana es fundamental en la narrativa bíblica. Concuerda con la lógica y la experiencia, pero es anterior a ambas. Es la manera en la que Dios nos ha creado, y debe de celebrarse como una de sus mayores glorias. Significa que nosotros, los humanos, importamos algo; somos seres moralmente responsables, nuestras elecciones y decisiones son relevantes.

A. W. Tozer supo capturar estas ideas muy bien cuando escribió:

Esta es mi opinión: Dios decretó soberanamente que el hombre fuera libre para ejercitar decisiones morales, y el hombre ha satisfecho ese decreto desde el principio eligiendo entre el bien y el mal. Cuando elige hacer el mal, no está contrarrestando la voluntad soberana de Dios sino satisfaciéndola, ya que el decreto eterno establecía, no qué debía elegir el hombre, sino que debía ser libre para hacerlo. Si en Su libertad absoluta Dios ha querido otorgarle al hombre una libertad limitada, ¿quién es nadie para levantarse como Su mano o decir “¿Qué haces?”? El albedrío del hombre es libre porque Dios es soberano. Un Dios menos soberano no podría otorgar libertad moral a Sus criaturas. Tendría miedo de hacerlo.[13]

Una de las mejores expresiones de esta postura que ha ganado gran aceptación es la que ofrece Alvin Plantinga en su importante obra God, Freedom and Evil [Dios, libertad y maldad]. Comienza definiendo lo que entiende que es una  persona libre con respecto a una acción:

Una persona es libre de llevar a cabo esa acción y libre de abstenerse de llevarla a cabo; ninguna condición precedente ni/o leyes causales determinan que llevará a cabo la acción o no. Está en su poder, en el momento en cuestión, tomar o llevar a cabo la acción, y en su poder abstenerse de ella.

Esto es, por supuesto, libertad libertaria. La afirmación de Plantinga de la Defensa del Libre Albedrío continúa como sigue:

Un mundo que contiene criaturas que son significativamente libres (y libres de realizar más acciones buenas que malas) tiene más valor, permaneciendo el resto igual, que un mundo que no contiene ninguna criatura libre. Ahora bien, Dios puede crear criaturas libres, pero no puede causar o determinar que hagan solo lo que es correcto. Porque si lo hiciera, después de todo no serían significativamente libres; no harían lo que está bien libremente. Por lo tanto, para crear criaturas capaces de ser moralmente buenas, debe crear criaturas capaces de ser moralmente malas, y no se les puede dar a esas criaturas la libertad de hacer lo malo y a la vez evitar que lo hagan. Tristemente, como se ha puesto de manifiesto, algunas de las criaturas libres que Dios creó eligieron hacer lo malo al ejercitar su libertad: este es el origen del mal moral. Sin embargo, el hecho de que las criaturas libres a veces hagan lo malo no cuenta ni contra la omnipotencia de Dios ni contra su bondad, porque Dios solo podría haber prevenido que el mal moral ocurriera eliminando la posibilidad del bien moral.[14]

Otra famosa e influyente declaración sobre el asunto de la predestinación es la del teólogo francés Juan Calvino, quien escribió:

Entendemos por predestinación el decreto eterno de Dios por el cual determinó consigo mismo todo lo que deseó que le ocurriera a cada hombre. Todos no son creados en iguales términos, puesto que algunos han sido predestinados a vida eterna, otros a condenación eterna; y, en consecuencia, puesto que cada uno ha sido creado para uno u otro fin, decimos que ha sido predestinado a vida o a muerte.[15]

Observamos que la afirmación general de que “todo lo que deseó que le ocurriera a cada hombre” se reduce rápidamente para centrarse en el destino eterno de cada hombre. La palabra “predeterminación” supone la idea de destino, y una de las cuestiones más importantes de todo el debate es precisamente la prescripción del destino humano.

El problema, insisto, no es si la Biblia enseña o no la soberanía de Dios: lo hace. El problema es lo que quiere decir con esa enseñanza. Existen distintas maneras de entender el concepto de soberanía. Una es en términos del determinismo divino. Otra es que Dios es un Creador amoroso que ha creado a los seres humanos a su imagen con una significativa capacidad de elegir, con todo su maravilloso potencial de amor, confianza y responsabilidad moral. Dios no es la causa irresistible del comportamiento humano, ya sea bueno o malo; si así fuera, nuestras acciones y caracteres quedarían privados de valor moral y no tendría sentido hablar de los humanos como seres que hacen el “bien” o el “mal” o son “buenos” o “malos”.

Una de las mayores glorias de Dios es que nos ha investido de sentido moral. La salvación que Dios ofrece es lo que más claramente lo demuestra. Esa salvación viene enteramente de Dios, no podemos merecerla, pero, al predicar el evangelio, se nos desafía a usar nuestra capacidad otorgada por Dios de confiar en Cristo para recibirla. A esa confianza se le llama “fe” y es, según Pablo, lo opuesto a las obras, como veremos más adelante. El determinismo divino, sin embargo, sostiene que le da todavía más gloria a Dios creer que los seres humanos no poseen esas capacidades y que su comportamiento está completamente determinado por Dios. No obstante, mucha gente, entre los que me incluyo, consideran que esta perspectiva va mucho más allá de la enseñanza bíblica de la soberanía de Dios, tanto que acaba restándole gloria a Dios, hasta tal punto que aleja a la gente del mensaje del evangelio. Diciéndolo sin rodeos, esta perspectiva plantea la cuestión de si el Dios del determinismo teísta es el Dios de la Biblia.

Más ejemplos de determinismo teísta

Demos primero algunos ejemplos más recientes de las perspectivas teístas que se hallan al extremo del espectro.

  1. B. Warfield:

Ciertamente, Él dispone todas las cosas sin excepción, y Su voluntad es la explicación última de todo lo que ocurre… Es Él quien… crea incluso los pensamientos e intenciones del alma.[16]

Paul Helm:

Dios tiene bajo su control no solo cada átomo y molécula, cada pensamiento y deseo, sino que también cada giro y cambio de cada uno de ellos está bajo el control directo de Dios.[17]

Edwin H. Palmer va más allá:

Nada en este mundo ocurre por casualidad. Dios está detrás de todo. Él decide y causa que todas las cosas que ocurren ocurran. No está sentado al margen preguntándose y temiendo quizás lo que va a suceder a continuación. No, él lo ha predestinado todo “según el plan de aquel que hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad” (Efesios 1:11): el movimiento de un dedo, el latido del corazón, la risa de una niña, el error de un mecanógrafo; incluso el pecado.[18]

R. C. Sproul se hace eco de las palabras de Paul Helm:

El movimiento de todas y cada una de las moléculas, las acciones de cada planta, la caída de cada estrella, las elecciones de todas y cada una de las criaturas volitivas, todo está sujeto a su voluntad soberana. Ninguna molécula díscola corre desatada por el universo fuera del control del Creador. Si tal molécula existiera, supondría un crítico dolor de cabeza eterno.[19]

Helm y Sproul no parecen apreciar que, si Dios toma el mando y “controla directamente” las moléculas de mi brazo, por ejemplo, cuando lo giro para golpearte, mi responsabilidad desaparece y dejo de ser plenamente humano. Indudablemente, lo que hay de más remarcable en la creación de mentes humanas a imagen de Dios es que él ha elegido cederles, hasta cierto punto al menos, una capacidad real de actuar de manera independiente de su control directo. En otras palabras, la libertad humana es real.[20]

Richard Müller argumenta con gran poder de convicción en su reciente libro que hay una enorme variedad entre los teólogos de tradición reformada del siglo XVII, muchos de los cuales hasta se oponen al determinismo. Cataloga como importante el libro Reformed thought on Freedom [El pensamiento reformado acerca de la libertad][21], y cita una reseña que Keith Stangin hizo de dicha obra: “Esta investigación histórica plantea un desafío tácito para los calvinistas modernos, especialmente aquellos que suscriben un determinismo metafórico que trae consigo conclusiones teológicas intolerables”, tales como, añade Müller, “la identificación de Dios como el autor del pecado y la eliminación de la responsabilidad moral humana”.[22]

Müller también apunta que:

El debate se hizo significativamente más complejo cuando algunos pensadores reformados del siglo XVIII adoptaron la premisa de las nuevas filosofías racionalistas y mecanicistas y argumentaron abiertamente a favor de una lectura determinista de la doctrina reformada. El pensamiento de Jonathan Edwards es paradigmático de este nuevo determinismo y, en la medida en que Edwards ha sido identificado como “calvinista”, su obra es la causa de que más recientemente se identifique la teología reformada como determinista.[23]

Más aún, Müller ofrece un fascinante análisis de la influencia de los eruditos patrísticos y medievales en el pensamiento protestante inicial demostrando una oposición aún más temprana al determinismo.

La cuestión que nos inquieta principalmente va antes que todo esto, y es ¿qué es lo que enseña la Escritura? He utilizado el término “inquieta” de manera deliberada, puesto que no nos referimos solamente a una cuestión intelectual sino también pastoral, ya que el determinismo teísta confunde a mucha gente.

Ninguno de los creyentes en Dios podemos permitirnos dar una impresión errónea de Dios al público en general, y mucho menos una que lleve a la gente a cuestionarse su bondad y amor, o incluso su propia existencia. Sin embargo, eso es precisamente lo primero que ocurre. Porque la reacción inmediata al contenido de la secuencia de citas que acabo de citar no suele surgir de un detallado conocimiento de las Escrituras sino de una lógica y razonamiento elemental sobre moral.

Se suele explicar así: si Dios microgestiona el universo entero a la manera esbozada arriba, de modo que causa incluso el pecado y el desastre, y si eso es lo que significa la soberanía de Dios, entonces Dios no es más que un dictador o un monstruo moral. ¿Cómo podemos nosotros ser seres morales, capaces de realizar actos moralmente significativos, si nuestro comportamiento está complemente determinado por una predestinación divina absoluta? ¿Cómo puede nadie creer que Dios es bueno, o que es un Dios de amor, si establece el destino humano como un ajedrecista experto o un titiritero, sin importarle la respuesta de los humanos involucrados? ¿Han sido unos creados para la felicidad eterna y otros para el tormento eterno? Y, por supuesto, si Dios causa el pecado de esta manera tan directa, ¿qué sentido tienen conceptos como los de un Dios justo o el bien y el mal?

A estas alturas existe una chocante similitud entre las formas teístas y ateas de determinismo, puesto que ambas, de manera lógica, arrebatan la moralidad de todo su sentido. Podríamos llamar a la variante ateísta determinismo desde abajo puesto que considera que los seres humanos y su comportamiento no son más que el producto de la física y la química de la sustancia base del universo. Podemos ver la forma teísta un determinismo desde arriba, puesto que considera que los seres humanos y su comportamiento no son más que productos determinados de una voluntad divina inexorable y sobrecontroladora que está por encima de ellos.

No es de extrañar que nos encontremos, a ambos lados del espectro ateo-teísta, a quienes mantienen que el libre albedrío humano es una ilusión. Esta idea nos lleva directamente, no solo a la dificultad moral ya mencionada, sino también a una dificultad intelectual de gran calibre.

John Polkinghorne, físico y cristiano, explica:

Según la opinión de muchos pensadores, la libertad humana está íntimamente conectada con la racionalidad humana. Si fuéramos seres deterministas, ¿qué validaría la afirmación de que nuestra expresión constituye un discurso racional? ¿No serían los sonidos que salen de nuestras bocas, o las marcas que hacemos en el papel, nada más que las acciones de un autómata? Todos los defensores de teorías deterministas, ya sean sociales y económicas (Marx), sexuales (Freud), o genéticas (Dawkins y E. O. Wilson), necesitan un descargo de responsabilidad encubierto a su propio nombre en el que se excluyan sus propias contribuciones en caso de despido.[24]

La cuestión es que el determinismo causal no puede ni siquiera afirmarse de manera efectiva, puesto que, si fuera verdad, entonces la propia afirmación estaría determinada, por lo que no sería una creencia formada libremente en base a un análisis de la evidencia disponible a favor y en contra. La afirmación es, por lo tanto, irracional. Además de eso, es habitual que los deterministas intenten convencer a los no deterministas para que se conviertan al determinismo. Pero con ello asumen que los no deterministas son libres de convertirse y, por lo tanto y, en primer lugar, su no determinismo no está determinado. El coste de mantener que el libre albedrío humano es una ilusión es demasiado alto, puesto que implica la invalidez no solo de la moral humana sino de la razón humana.

Todos los textos anteriores pertenecen al libro:

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[1] El adjetivo “libertario” resulta algo desafortunado puesto que tiene otras connotaciones, particularmente en la esfera moral, que no deberían ser aplicadas a este contexto. El uso del término “indiferencia” no es que sea mucho más adecuado; pero ambos términos han cuajado y no se puede hacer mucho más al respecto.

[2] The Oxford Handbook of Free Will (OUP, 2011), 5.

[3] H. McMahon, “How free is our free will?”, Cambridge Papers, vol. 25, nº. 2, junio 2016.

[4] J. P. Sartre, Being and Nothingness (Pocket Books, 1984), 478.

[5] S. Hawking y L. Mlodinow, The Great Design (Bantam Press, 2010), 45.

[6] R. Dawkins, Out of Eden (Basic Books, 1992), 133.

[7] S. Harris, The Moral Landscape (Free Press, 2010), 102–12.

[8] The Chronicle Review, marzo 2012.

[9] W. Singer y G. Roth en Gehirn und Geist, 2004.

[10] W. Prinz, “Der Mensch ist nicht Gespräch”, en C. Geyer (ed.), Hirnforschung und Willensfreiheit, Frankfurt, Suhrkamp, 2004.

[11] S. Harris, Free Will (Simon y Schuster, 2012), 64. “Nuestro sentido de nuestra propia libertad se debe a no prestar atención a lo que de verdad significa ser lo que somos. En el momento en el que le prestamos atención, comenzamos a ver que el libre albedrío no se encuentra por ningún lado, y que nuestra subjetividad es perfectamente compatible con la verdad”.

[12] Juan 1:14.

[13] A. W. Tozer, The Knowledge of the Holy (Harper, 1961), capítulo 22

[14] A. Plantinga, God and Other Minds (Eerdmans, 1977), 132.

[15] J. Calvin, Institutes of Christian Religion, III, XXI, 5.

[16] B. B. Warfield, “Biblical Doctrines”, art., “Predestination”, p. 9, citado en L. Boettner, The Reformed Doctrine of Predestination (P & R Publishing, 1971), 31–32.

[17] P. Helm, The Providence of God (La providencia de Dios) (IVP, 1993), 22.

[18] E. H. Palmer, The Five Points of Calvinism (Baker, 2009), 30. Deberíamos señalar, sin embargo, que la Confesión de Westminster declara explícitamente que “Dios no es autor del pecado”; Art. 3, Pár. 1.

[19] R. C. Sproul, What Is Reformed Theology? (Baker, 2016), 172. En otro lugar, Sproul dice que quien no esté de acuerdo con él es porque es ateo. Irónicamente, reemplazando Dios por la naturaleza, es justamente eso lo que el ateísmo determinista cree.

[20] Recomiendo al lector interesado en saber más acerca de mis opiniones sobre mente y materia que lea mi capítulo en R. A. Varghese (ed.), Missing Link (University Press of America, 2013).

[21] Willem J. van Asselt (ed.), (Baker Academic, 2010).

[22] R. Muller, Divine Will and Human Choice (Baker Academic, 2017), 30–31.

[23] Ibíd., 19.

[24] J. Polkinghorne, Science and Theology (SPCK, 1998), 58.

El Libre albedrío en los Padres de la Iglesia – Gregorio de Nisa

El libre albedrio

Gregorio de Nisa nació en Cesarea, en Capadocia, alrededor del año 335; hermano menor de Basilio Magno, que fue su guía, y su verdadero maestro. Gregorio se formó en la cultura de su tiempo asistiendo a buenas escuelas de retórica; pero, sobre todo, nutrió su mente con la sabiduría bíblica, que dada su particular capacidad especulativa, hizo de él uno de los mayores filósofos y teólogos del Oriente Cristiano. A la muerte del Emperador filoarriano Valente, volvió a su Sede como obispo de Nisa. Y desde aquel momento, de forma particular, tras la muerte de su hermano Basilio, su autoridad y fama crecieron de día en día. Desempeñó un papel importante, junto con Gregorio Nacianceno, en el Concilio de Constantinopla (381).

La Gran Catequesis tiene una originalidad propia: mientras que otras síntesis de este tipo estaban dirigidas en su mayoría a la enseñanza de los catecúmenos en las verdades fundamentales de la fe, la Gran Catequesis, en cambio, está dirigida a los «superiores eclesiásticos», a los maestros o «catequistas», que, en la Iglesia, tenían la misión de promover en los creyentes una adecuada formación relativa al patrimonio doctrinal de la tradición apostólica.

Leamos a continuación las enseñanzas de Gregorio, quien junto con su hermano Basilio y con Gregorio Nacianceno formaron lo que se conoce como los Padres Capadocios.

La Gran Catequesis

Introducción

«Los que se hallan al frente del misterio de la fe necesitan la doctrina catequética para que la Iglesia vaya multiplicándose con el aumento de las almas salvadas, haciendo llegar al oído de los infieles la auténtica doctrina»

El libre albedrío en la divinidad:

I.7. Por tanto, si el Verbo vive porque es la vida, también tiene en todo caso el libre albedrío, ya que ningún ser vivo carece de albedrío. Ahora bien, santo y bueno será considerar que lógicamente este libre albedrío es además poderoso, puesto que, de no reconocer el poder, habría que suponer necesariamente la impotencia. 8. Sin embargo, lo cierto es que nada hay más lejos del concepto de la divinidad que la impotencia. En efecto, respecto de la naturaleza divina no se admite la menor disonancia, sino que es absolutamente necesario convenir en que este poder del Verbo es tan grande como lo es su voluntad, y así evitar que en lo simple se considere cualquier mezcla y concurso de contrarios, pues en la misma voluntad se contemplarían la impotencia y el poder, si en unas cosas tuviera poder y en otras fuera impotente. Y como quiera que el libre albedrío del Verbo lo puede todo, no tiene en absoluto inclinación a mal alguno, puesto que la inclinación al mal es ajena a la naturaleza divina. Al contrario, quiere todo cuanto hay de bueno; y si lo quiere, lo puede absolutamente; y si lo puede, no se queda inactivo, sino que transforma en actos toda su voluntad de bien. 9. Ahora bien, el mundo es algo bueno, y todo cuanto hay en él está contemplado con sabiduría y con arte. Por consiguiente, todo es obra del Verbo; del Verbo que vive y subsiste, porque es el Verbo de Dios; y dotado de libre albedrío, porque vive: puede hacer todo lo que elige hacer, y elige todo lo que es absolutamente bueno y sabio, y cuanto lleve la marca de la excelencia.

El hombre creado a imagen de Dios

V.II. Así pues, este Verbo de Dios, esta Sabiduría, esta Potencia es, según nuestra lógica demostración, el Creador de la naturaleza humana. No que alguna necesidad le haya llevado a formar al hombre, sino que ha producido el nacimiento de tal criatura por sobreabundancia de amor. Efectivamente, era necesario que su luz no quedara invisible, ni su gloria sin testigos, ni su bondad sin provecho, ni inactivas todas las demás cualidades que contemplamos en la divinidad, de no haber existido quien participara de ellas y las disfrutara. 4. Por tanto, si el hombre nace para esto, para hacerse partícipe de los bienes divinos, necesariamente tiene que ser constituido de tal manera que pueda estar capacitado para participar de esos bienes. Efectivamente, lo mismo que el ojo participa de la luz gracias al brillo que le es propio por naturaleza, y gracias a ese poder innato atrae hacia sí lo que le es connatural, así también era necesario que en la naturaleza humana se mezclara algo emparentado con lo divino, de modo que, gracias a esa correspondencia, el deseo lo empujase hacia lo que le es familiar.

9. El que actualmente la vida humana esté desquiciada no es argumento bastante para defender que el hombre nunca poseyó esos bienes. Efectivamente, siendo el hombre como es obra de Dios, del mismo que por bondad hizo que este ser naciera, nadie en buena lógica podría ni sospechar que el mismo que tuvo por causa de su creación la bondad naciera entre males por culpa de su creador. Pero sí que hay otra causa de que ésta sea nuestra condición actual y de que estemos privados de bienes mejores. Efectivamente, quien creó al hombre para que participara de sus propios bienes e introdujo en la naturaleza del mismo los principios de todos sus atributos, para que gracias a ellos el hombre orientase su deseo al correspondiente atributo divino, en modo alguno le hubiera privado del mejor y más precioso de los bienes, quiero decir del favor de su independencia y de su libertad.
10. Porque, si alguna necesidad rigiese la vida del hombre, la imagen sería engañosa en esta parte, por haberla alterado la desemejanza respecto del modelo, pues, ¿cómo podría llamarse imagen de la naturaleza soberana la que está subyugada y esclavizada por ciertas necesidades? Pues bien, lo que en todo ha sido asemejado a la divinidad debía forzosamente ser también en su naturaleza libre e independiente, de modo que la participación de los bienes pudiera ser premio de la virtud. 11. Ninguna producción de mal tiene su principio en la voluntad de Dios, pues nada se le podría reprochar a la maldad si ella pudiera dar a Dios el título de creador y padre suyo. Sin embargo, de alguna manera el mal nace de dentro, producido por el libre albedrío, siempre que el alma se aparta del bien. 12. Por tanto, puesto que lo propio de la libertad es precisamente el escoger libremente lo deseado, Dios no es una causa de tus males, pues Él formó tu naturaleza independiente y sin trabas, sino tu imprudencia, que prefirió lo peor a lo mejor.

Dios no es el autor ni la cusa del mal

VII.3. […] toda maldad se caracteriza por la privación del bien, pues no existe por sí misma ni se la considera como substancia objetiva. Efectivamente, fuera del libre albedrío ningún mal existe en sí mismo, al contrario, si se llama así, es por la ausencia del bien. 4. Por consiguiente, Dios es ajeno a toda causalidad del mal, pues El es el Dios hacedor de lo que existe y no de lo que no existe: el que creó la vista y no la ceguera; el que inauguró la virtud y no la privación de la virtud; el que propuso a los que llevan vida virtuosa como premio de su buena elección el don de los bienes, sin someter a la naturaleza humana al yugo de su propia voluntad por vía de necesidad violenta, atrayéndola al bien aunque no lo quiera, como si fuera un objeto inanimado. Si cuando el sol resplandece límpido desde el claro cielo, cerramos voluntariamente los párpados y quedamos sin vista, no podemos culpar al sol de que no veamos.

VIII.3. Efectivamente, cuando por un libre movimiento de nuestro albedrío nos atrajimos la participación en el mal, mezclando el mal con nuestra naturaleza mediante cierto placer, como algo venenoso que sazona la miel, y por esta razón caímos de nuestra felicidad, que nosotros concebimos como ausencia de pasiones, nos vimos transformados en la maldad, esta es la razón de que el hombre, cual jarro de arcilla, y vuelva a disolverse en la tierra, para que, una vez separada la suciedad que en él se encierra ahora, sea remodelado mediante la resurrección en su forma del principio. 13. Porque realmente Dios conocía el futuro, y no impidió el impulso hacia lo hecho. Efectivamente, que el género humano se desviaría del bien, no lo ignoraba el que todo lo domina con su potencia cognoscitiva y ve por igual lo que viene y lo que pasó. 14. Sin embargo, lo mismo que contempló la desviación, así también observó su reanimación y vuelta al bien. Por tanto, ¿qué era mejor: no traer en absoluto nuestra naturaleza a la existencia, puesto que la futura creatura se desviaría del bien, o traerla y, ya enferma, reanimarla de nuevo por la penitencia y volverla a la gracia del principio?

XXI.1. […] el hombre está creado como imitación de la naturaleza divina y conserva esta semejanza con la divinidad mediante los demás bienes y el libre albedrío, aunque, por necesidad, es una naturaleza mudable. 

Los adversarios preguntan por qué no todos creen y son salvos

XXX.2. 2. Pero los adversarios, dejando de lado sus reproches al misterio acerca de este punto doctrinal, lo acusan de que la fe no haya llegado en su difusión a todos los hombres. ¿Por qué razón -dicen- la gracia no ha llegado a todos los hombres, sino que, junto a algunos que abrazaron la doctrina, queda una porción nada pequeña sin ella, bien porque Dios no quiso repartir a todos generosamente su beneficio, bien porque no pudo en absoluto? En ninguno de los dos casos está libre de reproche, pues ni es digno de Dios el no querer el bien, ni lo es el no poder hacerlo. Si, pues, la fe es un bien, ¿por qué-dicen- la gracia no llega a todos? 3. Pues bien, si en nuestra doctrina afirmásemos lo siguiente: que la voluntad divina distribuye por suertes la fe entre los hombres, y así unos son llamados, mientras otros no tienen parte en la llamada, entonces seria el momento oportuno para avanzar dicha acusación contra· el misterio. Pero, si la llamada se dirige por igual a todos, sin tener en cuenta la dignidad ni la edad ni las diferencias raciales (porque, si ya desde el comienzo de la predicación los servidores de la doctrina, por una inspiración divina hablaron a la vez las lenguas de todos los pueblos, fue para que nadie pudiera quedar sin participar de la enseñanza), ¿cómo, pues, podría alguien razonablemente acusar todavía a Dios de que su doctrina no se haya impuesto a todos? 

4. En realidad, el que tiene la libre disposición de todas las cosas, por un exceso de su aprecio por el hombre dejó también que algo estuviese bajo nuestra libre disposición, de lo cual únicamente es dueño cada uno. Es esto el libre albedrío, facultad exenta de esclavitud y libre, basada sobre la libertad de nuestra inteligencia. Por consiguiente, es más justo que la acusación de marras se traslade a los que no se dejaron conquistar por la fe, y no que recaiga sobre el que ha llamado para dar el asentimiento. 5. De hecho, cuando en los comienzos Pedro proclamó la doctrina delante de una numerosísima asamblea de judíos, y aceptaron la fe en la misma ocasión unos tres mil, los que no se habían dejado persuadir, aunque eran más que los que habían creído, no reprocharon al apóstol el no haberles convencido. No hubiera sido razonable, efectivamente, puesto que la gracia se había expuesto en común, que quien había desertado voluntariamente no se culpara a sí mismo, sino a otro, de su mala elección.

No existe una gracia irresistible

XXXI. 1. Pero ni siquiera frente a tales razones se quedan ellos sin replicar quisquillosamente. De hecho dicen que Dios, si lo quiere, puede arrastrar forzadamente a aceptar el mensaje divino incluso a los que se resisten. Pues bien, ¿dónde estaría en estos casos el libre albedrío? ¿Donde la virtud? ¿Dónde la alabanza de los que viven con rectitud? Porque sólo de los seres inanimados y de los irracionales es propio el dejarse llevar por el capricho de una voluntad ajena. La naturaleza racional e inteligente, por el contrario, si abdica de su libre albedrío, con él pierde también la gracia de la inteligencia, pues, ¿para qué se iba a servir de la mente, si el poder de elegir según el propio albedrío se halla en otro?

2. Ahora bien, si el libre albedrío quedase inactivo, la virtud desaparecería necesariamente, impedida por la inercia de la voluntad. Y si no hay virtud, la vida pierde su valor, se elimina la alabanza de los que viven rectamente, se peca impunemente y no se discierne lo que diferencia a las vidas. Porque, ¿quién podría todavía vituperar al libertino y alabar al virtuoso, como es de razón? La excusa que cada uno tiene a mano es ésta: ninguna decisión depende de nosotros, sino que un poder superior conduce a las voluntades humanas a lo que es capricho del amo.
Por tanto, no es culpa de la bondad divina el que la fe no nazca en todos, sino de la disposición de los que reciben el mensaje predicado.

El nuevo nacimiento no es por imposición

XXXIX. l. Efectivamente, los demás seres nacidos deben su existencia al impulso de sus progenitores, mientras que el nacimiento espiritual depende del libre albedrío del que nace. Pues bien, como quiera que en este último caso el peligro consiste en errar sobre lo que conviene, pues la elección es libre para todos, bueno sería, digo, que el que se lanza a realizar su propio nacimiento conozca de antemano, por la reflexión, a quién le será provechoso tener por padre, y de quién le será mejor constituir la naturaleza, pues se dice que en esta clase de nacimiento se escoge libremente a los padres. 2. Ahora bien, siendo así que los seres se dividen en dos partes, el elemento creado y el increado, y puesto que la naturaleza increada posee en sí misma la inmutabilidad y la estabilidad, mientras la creación está sujeta a alteración y a mudanza, el que reflexionando elige lo que es provechoso, ¿de quién preferirá ser hijo: de la naturaleza que contemplamos sujeta a mudanza, o del que posee una naturaleza inmutable, firme en el bien y siempre la misma?

3. Que aquí la mente del oyente se mantenga sobria y no se haga ella misma hija de una naturaleza inconsistente, puesto que le es posible hacer de la naturaleza inmutable y estable el principio de su propia vida.

Conclusión

XL. 8.  Por tanto, puesto que éstas son las realidades que se ofrecen a nuestra esperanza de la vida futura, las cuales son en la vida el resultado correspondiente al libre albedrío de cada uno en conformidad con el justo juicio de Dios, deber de hombres prudentes es mirar, no al presente, sino al futuro, echar en esta breve pasajera vida los cimientos de la dicha inefable, y y mediante la buena elección del albedrío, mantenerse ajenos a la experiencia del mal ahora, en esta vida, y después de esta vida, en la recompensa eterna.

Recopilación de textos– Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos 2020

Expiación Ilimitada – Introducción a la Teología Arminio-Wesleyana – Capítulo 3

CAPÍTULO 03

Expiación ilimitada

 

Vimos en el capítulo anterior una presentación sobre la doctrina de la elección. En ella pudimos ver que las posiciones arminianas y calvinistas difieren drásticamente en los conceptos de los decretos y la predestinación de Dios. Para los calvinistas, Dios eligió a los que se salvarán, antes de la creación (supralapsarianismo) o después de la caída del hombre (infralapsarianismo). Los arminianos, sin embargo, creen en una elección corporativa, es decir, Dios eligió y predestinó a la Iglesia y no a los individuos. Es una elección basada en Su presciencia, mientras que para los calvinistas se basa en Su soberanía.

La discusión (no en el sentido peyorativo de la palabra) es ahora otra: ¿por quién murió Jesús? ¿Nuestro Redentor habría muerto sólo por unos cuantos a quienes eligió desde la eternidad? ¿O Cristo habría muerto por toda la humanidad, dando así la oportunidad de salvación a todos los que creen? Si Él murió por toda la humanidad, ¿cuáles serían los efectos de esa obra? ¿Se salvará todo el mundo, o hay condiciones? Nuestro objetivo es analizar con calma, aunque no de forma exhaustiva, la doctrina de la Expiación, para que estas preguntas, y otras que surjan en el curso del análisis, puedan ser respondidas a la luz de las Escrituras.

3.1 Artículo II – Remonstrancia

“Que, en conformidad con esto, Jesucristo, el Salvador del mundo, murió por todos y cada uno de los hombres, de modo que obtuvo para todos, a través de su muerte en la cruz, la reconciliación y la remisión de los pecados; pero que nadie es partícipe de esta remisión sino los creyentes.”

 

3.2 ¿Qué es la expiación?

En primer lugar, es interesante que definamos «expiación». Erickson la definió como «un aspecto de la obra de Cristo, y en particular de su muerte, que hace posible la restauración de la comunión entre los individuos que creen en Dios», además de referirse a «la cancelación del pecado»[1].

Rigsby dice que la palabra expiación y sus derivados vienen de kipper (hb.), cuyo significado es cubrir o limpiar. En los textos del Nuevo Testamento, la palabra «expiación» no aparece prácticamente en las versiones españolas. En la mayoría de los casos, las palabras griegas se derivan de hilaskomai y suelen traducirse como «sacrificio», «propiciación», «propiciatorio» y «reconciliación»[2]. Pecota añade que el grupo de palabras -tanto hebreas como griegas- para expiación tienen el significado de «aplacar», «pacificar», «reconciliar» o «cubrir con un precio» a fin de eliminar el pecado o la ofensa de la presencia de alguien[3].

El teólogo metodista del siglo XIX Richard Watson definió la expiación como «la satisfacción ofrecida a la justicia divina a través de la muerte de Cristo por la humanidad, en virtud de la cual todos los verdaderos penitentes que creen en Cristo son reconciliados personalmente con Dios, liberados de toda pena por sus pecados y hechos dignos de la vida eterna»[4].

Hablando sobre la universalidad del sacrificio de Cristo, Thomas Summers, otro teólogo metodista de finales del siglo XIX, dijo que la expiación «es aquella satisfacción hecha a Dios por los pecados de toda la humanidad, ya sea por el pecado original o por los pecados actuales, a través de la mediación de Cristo, especialmente a través de su pasión y muerte, de manera que el perdón sea gratuito para todos»[5].

Arminianos y calvinistas están de acuerdo con la idea de la depravación total y que, por lo tanto, somos por naturaleza hijos de ira (Ef. 2:3), no habiendo ningún justo (Rom. 3:10,11).[6] Por lo tanto, sólo el sacrificio de Cristo podía frenar o aplacar la ira de Dios, reconciliando al Creador con la criatura. De esta manera podemos concluir, como afirma Rigsby, que «la idea detrás de la palabra expiar es reconciliar», ya que «sin una acción expiatoria, la raza humana está separada de Dios»[7]. ¡Por lo menos en esto gozamos de unanimidad! La cuestión divergente entre los monergistas y los sinergistas con respecto a la expiación está en el alcance de ésta.

Para los calvinistas, o mejor dicho, para los calvinistas de cinco puntos[8], la expiación tiene un alcance limitado, es decir, sólo para aquellos que han sido predestinados a la salvación. Para los arminianos, es de carácter ilimitado, es decir, Jesús murió por toda la humanidad. Es bueno que entendamos lo que se expresa en cada teología con respecto a tal amplitud. Veamos a continuación.

 

3.3 Expiación limitada en la tradición monergista[9]

La posición calvinista sobre la expiación limitada se describe en la Confesión de Fe de Westminster:

«El Señor Jesús, por su perfecta obediencia y por el sacrificio de sí mismo, sacrificio que por el Espíritu Eterno él ofreció a Dios una sola vez, satisfizo plenamente la justicia del Padre, y para todos aquellos a quienes el Padre le dio, adquirió no sólo la reconciliación, sino también una herencia duradera en el Reino de los cielos.»[10]

Y en el Catecismo de Heidelberg:

«¿Por qué Cristo debía sufrir la muerte? Porque la justicia y la verdad de Dios exigían la muerte del Hijo de Dios; no había otra manera de pagar por nuestros pecados»[11]

También podemos citar los Cánones de Dort, que describen, en su segundo capítulo, nueve artículos sobre «la muerte de Cristo y la redención humana a través de ella». El primer artículo muestra que Dios no sólo es misericordioso, sino también «extremadamente justo», y su justicia requiere «que los pecados que cometemos contra su infinita majestad sean castigados con penas tanto temporales como eternas». No hay posibilidad de escapar del juicio de Dios a menos que se le dé una satisfacción (expiación).

Por lo tanto, el segundo artículo muestra que esta satisfacción sólo se da a través de Cristo.

«La muerte del Hijo de Dios, -dice el tercer artículo-, es el sacrificio único y enteramente completo, y la satisfacción por los pecados; y es de un valor y méritos infinitos, más que suficientes para reconciliar los pecados de todo el mundo». Aunque parece inclinarse hacia una expiación ilimitada, el cuarto artículo continúa el razonamiento del valor del sacrificio de Cristo, como infinito, en virtud de la naturaleza del que era sacrificado: el Cristo unigénito de Dios -de la misma naturaleza y esencia eterna e infinita con el Padre y el Espíritu Santo- y verdadero y perfecto hombre, que sin pecado, murió por nuestros pecados.

El quinto artículo pasa por alto la elección condicional, cuando dice que «es la promesa del evangelio que todo aquel que crea en el Cristo crucificado no perecerá sino que tendrá vida eterna. Esta promesa, junto con el mandamiento de arrepentirse y creer, debe ser anunciada y declarada sin diferenciación ni discriminación a todas las naciones y pueblos, a los que Dios en su buen propósito envía el evangelio».

Sin embargo, es a partir del sexto artículo que vemos más claramente las ideas predestinistas. Aquí se aborda el problema de la responsabilidad del hombre. En verdad, el calvinismo no niega este hecho, pero lo trata de manera maquillada, pues el artículo mismo propone que el no arrepentimiento de los incrédulos no es por la insuficiencia o deficiencia del sacrificio de Cristo, sino de la propia falta de los impíos[12], porque, como trata el séptimo artículo, sólo los elegidos desde la eternidad reciben el don de la fe. Pero, si Dios ha decretado desde la eternidad la reprobación de aquellos, ¿no sería la responsabilidad divina en lugar de la humana? ¿No fue Dios quien escogió a quien daría la fe y a quién no se la daría?

En este punto puedo entender la pregunta de John Wesley: «¿Cuál sería el pronunciamiento de la humanidad (…) respecto a aquel que, siendo capaz de liberar a millones de personas de la muerte con sólo un soplo de su boca, se negase a salvar a más de uno de cada cien y dijese: ‘No lo hago porque no quiero’? ¿Cómo podemos exaltar la misericordia de Dios si le atribuimos tal procedimiento?»[13]

El octavo artículo propone explicar la eficacia del sacrificio de Cristo:

Porque éste fue el plan soberano y el muy bondadoso deseo e intención de Dios Padre: que la eficacia vivificante y salvadora de la preciosa muerte de su Hijo obrara en todos los elegidos, para que les concediera una fe justificadora, y a través de ella los guiara indefectiblemente a la salvación. En otras palabras, fue la voluntad de Dios que Cristo por medio de la sangre en la cruz (por la cual confirmó el nuevo pacto) redimiera efectivamente de todos los pueblos, tribus, naciones y lenguas a todos aquellos, y solamente a aquellos, que fueron elegidos desde la eternidad para la salvación y que le fueron dados a él por el Padre…

El capítulo termina con la consumación del plan de Dios, que no pudo, no puede y nunca podrá ser frustrado. El plan, según el último artículo, proviene del «amor eterno de Dios por sus elegidos», pero es difícil ver tal amor con las lentes arminianas, ya que el criterio de esta elección va precisamente en contra del carácter amoroso de Dios. Si admitimos esta elección incondicional, tendremos que admitirla como una acepción de personas de la soberanía de Dios.

 

3.4 Comprensión de la expiación limitada

Sproul dijo que «hay mucha confusión sobre lo que la doctrina de la expiación limitada realmente enseña»[14]. Tal vez la pregunta correcta para entender tal doctrina no es «¿por quién murió Jesús?» sino «¿por qué?». Berkhof comenta que la Expiación fue diseñada para cumplir tres propósitos, a saber, «afectar la relación de Dios con el pecador, el estado y condición de Cristo como el Autor y Mediador de la salvación, y el estado y la condición del pecador[15].

En relación a Dios, no en el sentido de su naturaleza o atributos, ya que es inmutable, sino en la relación de Dios con las criaturas; su ira ha sido aplacada. Sobre esto, Berkhof dice que «la expiación no debe ser entendida como la causa motora del amor de Dios, pues ya fue una expresión de su amor». Con respecto a Cristo, la expiación aseguraba una «recompensa multiforme». Fue «constituido un Espíritu vivificante, fuente inagotable de todas las bendiciones de la salvación para los pecadores». Y finalmente, con respecto a los hombres, la Expiación no sólo hizo posible la salvación, sino que la garantizó «a aquellos para los que estaba destinada».

Sin embargo, debo estar en desacuerdo con él, porque la secuencia de los decretos de Dios, según el punto de vista calvinista, hace que el plan de redención sea el cumplimiento de un eslabón predeterminado en una cadena de eventos. No puedo visualizar un plan de amor, sino un acto mecánico y deliberadamente soberano. Para que esta «lógica irresistible» -como dice Sproul, haciendo alusión a Lutero- tenga sentido, debemos aceptar que Dios tenía premeditada (predeterminada) la caída de Adán, en lugar de haberla previsto (presciencia), lo que inevitablemente haría a Dios el autor del mal.

Y la posición calvinista no huye del razonamiento anterior. Según Driscoll y Breshears, «Dios eligió a ciertos individuos para ser receptores de la vida eterna únicamente sobre la base de su propósito gracioso (misericordioso)»[16]. Los calvinistas entienden por misericordioso el hecho de que ninguno merece ser salvado. Y ya que todos merecen la condenación, es un acto  misericordioso de Dios el elegir solo a algunos para ser salvados.

Nosotros estamos de acuerdo con ellos, excepto que, para nosotros, Dios no eligió individuos, sino que dio a su Hijo unigénito como «una propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Juan 2.2).

Driscoll y Breshears, además, dicen que los principales pasajes bíblicos para la expiación limitada son Mateo 1:21Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados; 20:28 como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos; 26:28 porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados; Juan 10:11 Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas, 15 así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas; 26-27 pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen; 15:3 Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado; Hechos 20:28 Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre; Romanos 5:12-19; 8:32-35 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?; 2 Corintios 5:15 y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos; Efesios 5:25 Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella;  y Tito 2:14 quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.

Los autores antes mencionados explican, en la doctrina de la expiación limitada, una segunda vertiente calvinista, a la que llaman «expiación limitada-ilimitada» o, más técnicamente, «calvinismo modificado». Esta «revisión» de la expiación, si se puede decir así, es explicada por ellos de la siguiente manera: «… al morir por todos, Jesús compró a todos como su posesión, y luego aplica su perdón a los elegidos -aquellos en Cristo- por gracia, y aplica su ira a los no elegidos – aquellos que rechazan a Cristo. La conclusión de esto es que, «la muerte de Jesús fue suficiente para salvar a cualquiera, y (…) eficaz sólo para salvar a aquellos que se arrepienten de su pecado y confían en él».

En mi opinión, esta «expiación limitada-ilimitada» se refiere en realidad a la expiación limitada más predestinación. ¿Serán ellos calvinistas de cuatro puntos o arminianos camuflados? Veremos más adelante la explicación de la expiación ilimitada, pero puedo adelantar que, el arminianismo enseña básicamente lo mismo (excluyendo la predestinación): Jesús murió por todos, pero esto no significa que haya salvado a todos (porque eso sería universalismo y está fuera de discusión). Aunque su muerte fue para todos, sólo es eficaz para aquellos que se arrepienten y creen.

 

3.5 La Expiación Ilimitada en la Tradición Sinergista

La tenemos en palabras de Arminio:

El que dice que el Salvador no fue crucificado para la redención del mundo entero toma en consideración, no la virtud del sacramento, sino la situación de los incrédulos, ya que la sangre de Cristo es el precio que se paga por el mundo entero. A este precioso rescate son ajenos aquellos que, satisfechos con su cautiverio, no desean ser redimidos o, después de ser redimidos, vuelven a la misma esclavitud. En relación con el alcance y la potencialidad del precio y en relación con la única causa [general] de la humanidad, la sangre de Cristo es la redención del mundo entero. Pero aquellos que pasan por esta vida sin fe en Cristo, sin el sacramento de la regeneración, son totalmente ajenos a la redención[17].

John Wesley hizo sus comentarios en su famoso sermón «Gracia Libre».

“Y el mismo Señor de todos es rico” en misericordia “para todos los que lo invocan” (Romanos 10:12). Pero tú dices: “No, es sólo para aquellos por los que Cristo murió. Y no son todos, sino sólo unos pocos, los que Dios ha elegido del mundo, porque no murió por todos, sino sólo por los que ‘fueron elegidos en él antes de la fundación del mundo’ (Ef. 1.4)”. Categóricamente contrario a tu interpretación de estas escrituras, es también, todo el contenido del Nuevo Testamento: como son, particularmente, los textos (…) una prueba clara de que Cristo murió, no sólo por los que se salvan, sino también por los que perecen: Él es “el Salvador del mundo” (Jn. 4.42). Él es “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo” (Jn. 1:29). “Y él es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2.2). “Se entregó a sí mismo en rescate por todos” (1 Timoteo 2:6). “Probó la muerte por todos los hombres” (Heb. 2:9).

El Manual de la Iglesia del Nazareno dice en su artículo de fe sobre la expiación:

Creemos que Jesucristo, por sus sufrimientos, por el derramamiento de su propia sangre, y por su muerte en la Cruz, es una completa expiación de todo el pecado humano; y que esta expiación es la única base de la salvación; y que es suficiente para cada persona de la raza de Adán. La Expiación es benignamente eficaz para la salvación [de los no responsables] de los que no pueden asumir la responsabilidad moral, y para los niños en edad de inocencia; pero sólo es eficaz para la salvación de los que llegan a la edad de responsabilidad cuando se arrepienten y creen[18].

En el vigésimo artículo de fe de los cánones de la iglesia metodista leemos:

La oblación de Cristo, hecha una sola vez, es la perfecta redención, propiciación y satisfacción por todos los pecados del mundo entero, tanto el original como los actuales, y no hay otra satisfacción por el pecado más que ésta[19].

También hay artículos de fe de los llamados Bautistas Generales, que fueron llamados así por su creencia en la expiación ilimitada. La confesión de fe bautista de 1689 fue creada incluso para diferenciar a los Generales de los Particulares (estos últimos calvinistas).

 

3.6 Expiación ilimitada

Comencemos con el artículo de la Remonstrancia. Dice: «Jesucristo, el Salvador del mundo, murió por todos y cada uno de los hombres…». En cualquier caso, Jesús no murió por un número limitado de personas, aquellos a quienes el calvinismo dice que Dios ha elegido desde la eternidad. No, Jesús murió por toda la humanidad. «Porque de tal manera amó Dios al mundo… Juan 3:16a. La palabra mundo allí, es kosmos, que puede ser traducida como “planeta”, “universo”, “mundo” y “habitantes del mundo”. No tiene sentido que Jesús muriera por el planeta, pero sí por la gente del planeta, una expiación ilimitada.

Esta expiación trae efectos condicionales para la humanidad «…de modo que obtuvo para todos, por su muerte en la cruz, la reconciliación y la remisión de los pecados…» Pedro dijo: «Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como también habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, negando aun al Amo que los compró, trayendo sobre sí mismos destrucción repentina» [2 Pedro 2:1 –BTX4]. La palabra «compró» allí [«rescató» en la RV60], es agorazo, cuyo significado es literalmente «comprar en el mercado». Es la misma palabra usada en 1 Corintios 6:20: «Porque habéis sido comprados por precio»; 1 Corintios 7:23: «Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres»; y Apocalipsis 5:9: «y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación».  El pasaje petrino es una fuerte alusión no sólo a la expiación ilimitada, sino a la resistibilidad de la gracia y a la perseverancia condicional de los santos.

La universalidad de la salvación (que no debe confundirse con «universalismo»), puede verse en pasajes de las Escrituras como Isaías 53:6 «Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros»; Juan 1:29 «El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»; 3:15-17 «para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él»; 2 Corintios 5:14-15 «Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos»; 1 Timoteo 2:1-6 Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo»; 4:10 «Que por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen»; Tito 2:11 «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres»; Hebreos 2:9 «Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos»; 2 Pedro 3:9 «El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento»; 1 Juan 2:2 «Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo»; 4:14 «Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo»; Apocalipsis 5:9 «y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación».

Aunque la expiación de Cristo es ilimitada, es decir, para toda la raza humana, está condicionalmente limitada, o es efectiva (eficaz) , para aquellos que creen: «…de manera que nadie es participante de esta remisión sino los creyentes». O, como dijo Juan, «…para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3.16b). A. T. Robertson añade: «La propiciación realizada por Cristo provee la salvación para todos (ver Hebreos 2:9 Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos), siempre que se reconcilien con Dios (véase 2 Corintios 5:19-21 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él).»[20]

Mientras que la razón principal de la muerte de Cristo se convierte, en la visión calvinista, en algo mecanicista (el mero cumplimiento de los decretos de Dios); para los arminianos «el motivo de la expiación se encuentra en el amor de Dios»[21] y de Cristo mismo (cf. Romanos 5:8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros; Efesios 3:19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios). Jesús murió y expió el pecado de la raza humana: «Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados» (1 Corintios 15:22). «Esto», explica Wiley, «no significa que toda la humanidad se salvará incondicionalmente, sino sólo que la ofrenda sacrificial de Cristo ha satisfecho las exigencias de la ley divina, de modo que la salvación se ha hecho posible para todos. Así pues, la redención es universal o general en el sentido de la provisión, pero especial o condicional en su aplicación al individuo»[22].

Bíblicamente hablando, creo que el versículo clave para la expiación ilimitada es 1 Timoteo 4:10, en lugar de 1 Juan 2:2. Pablo dijo, Dios «es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los creyentes» [BTX4]; «es el Salvador de todos, especialmente de los que creen» [NVI]; «es el Salvador de toda la humanidad y, en especial, de todos los creyentes» [NTV]. Lo que Pablo quiere decir no es que todos se salvarán, sino que a través del acto de gracia de Cristo en la cruz, la salvación está disponible para todos, porque todos hemos sido comprados por su sangre. Aunque la expiación es universal, su eficacia y sus efectos (regeneración, adopción, justificación y santificación) no se extienden a toda la humanidad, sino a aquellos que creen. Por eso la distinción paulina entre la humanidad y «especialmente» los que creen.

El texto antes mencionado no requiere una exégesis basada en la traducción, porque las palabras significan literalmente como se han traducido. La única excepción que vale la pena comentar aquí es la palabra «creen», cuya forma griega es pistos. En el léxico de Strong, encontramos que la palabra pistos (4103) y pisteuo (4100), fe, ambas provienen de peídso (3982) cuyo significado es «persuasión». La palabra pistos también puede ser traducida como fiel, confiable o creyente. Parafraseando y amplificando 1 Tim. 4:10, Dios «expió los pecados de la humanidad mediante el sacrificio de su Hijo unigénito, pero esta expiación sólo es efectiva para los creyentes fieles, que están persuadidos a confiar en Cristo».

 

3.7 Consideraciones finales

Volvamos a las preguntas de nuestra introducción: ¿Por quién murió Jesús? ¿Cuáles son los efectos de esa obra? ¿Se salvarán todos o hay condiciones? Creo que después de las exposiciones de este capítulo, podemos responder a estas preguntas con una base bíblica.

¿Por quién murió Jesús? «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo» [1Timoteo 2:6]. «Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» [1 Juan 2:2].

¿Cuáles son los efectos de esa obra? «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida» [Romanos 5:10]. «Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación» [2 Corintios 5:18-19].

¿Se salvarán todos o hay condiciones? «Que por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen» [1 Timoteo 4:10]. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» [Juan 3:16]. «Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado» [Marcos 16:15-16].

El que crea será salvo. Ese un asunto interesante. ¿Puede el hombre creer por su propio albedrío? ¿Qué es el libre albedrío? ¿Tiene el hombre libre albedrío? ¿No tiene, de hecho, libre voluntad? ¿Qué es la voluntad libre? ¿Está el hombre en un estado de depravación total o parcial? ¿Qué es la depravación total? ¿Y la parcial? Tendremos la oportunidad de hablar de estos temas en nuestro próximo capítulo. Hasta entonces…

 

Autor: Vinicius Couto, es pastor de la Iglesia del Nazareno en MG. Egresado de la Facultad Nazarena del Brasil. Maestría en Ciencias de la Religión, Seminario Nazareno de las Américas de Costa Rica.

Traducido del portugués por Gabriel Edgardo Llugdar Diarios de Avivamientos – 2020

 

[1] ERICKSON, Millard. Dicionário Popular de Teologia. 2011, Mundo Cristão, p. 77.

[2] RIGSBY, Richard. A Expiação. In: DOCKERY, David S.. Manual Bíblico Vida Nova. 2010, Vida Nova, p. 823.

[3] PECOTA, Daniel. B. A Obra Salvifica de Cristo. In: Teologia Sistemática. HORTON, Stanley M. (org.). 1996, CPAD, pp. 352,353.

[4] WATSON, Richard. Atonement. In: A Biblical and Theological Dictionary. 1832, John Mason, p. 116.

[5] SUMMERS, Thomas Osmond. A Complete Body of Wesleyan Arminian Divinity. 1888, Publishing House of the Methodist Episcopal Church, p. 258,259.

[6] La doctrina de la Depravación Total se tratará en nuestro cuarto capítulo. Los conceptos son idénticos, pero algunos calvinistas acusan injustamente a los arminianos de creer en una depravación parcial, que es más bien propia del semipelagianismo, como tendremos la oportunidad de tratar.

[7] RISGBY, Richard. Op. Cit., p 823.

[8] El alcance de la expiación divide la opinión en los círculos calvinistas. Algunos de ellos no aceptan la limitación del derramamiento de la Sangre de Cristo y niegan el punto de expiación limitada. Se denominan calvinistas de cuatro puntos. Podemos citar como calvinistas de 4 puntos, a Richard Baxter, Moyse Amyraut, John Davenant, Norman Geisler, Charles C. Ryrie y Lewis Sperry Chafer, entre otros.

[9] Preferí usar el término «tradición monergista» porque creo que es injusto llamar al calvinismo de «tradición reformada». Los Arminianos creen en los mismos principios de la Reforma Protestante (las 5 solas) y sin duda integran la tradición Reformada.

[10] Confissão de Fé de Westminster. 2011, Cultura Cristã, cap. VIII, parágrafo V.

[11] Catecismo de Heidelberg. Pregunta y Respuesta 40.

[12] Vale la pena mencionar que, con esto, no queremos crear una teología centrada en el hombre y ni siquiera lo colocamos como merecedor de nada. La no aceptación del Evangelio por los malvados es una prueba empírica de que la gracia puede ser resistida, y es por eso que Dios mantiene el castigo eterno para ellos.

[13] BURTNER, Robert W.; CHILES, Robert. E. (org.). Coletânea da Teologia de João Wesley. 1995, Colégio Episcopal, p. 47.

[14] SPROUL, R. C. The Truth of the Cross. 2007, Reformation Trus: Publishing, p. 142.

[15] BERKHOF, Louis. Teologia Sistemática. 2012, Cultura Cristã, p. 361

[16] DRISCOLL, Mark; BRESHEARS, Gerry. Doctrine: What Christians Should Believe. 2010, Crossway, pp. 267-270.

[17] ARMINIUS, James. Article XII: Christ has died for all men and for every individual. In: ._Works of James Arminius. Volume I, Christian Classics Ethereal Líbrary, p. 227.

[18] Manual da Igreja do Nazareno 2009-2013. 2009, Casa Nazarena de Publicações, p.28.

[19] Cânones da Igreja Metodista 2007-2011. Capítulo 1, artigo 20.

[20] ROBERTSON A. T. Apud CHAMPLIN, Russel Norman. O Novo Testamento Interpretado Versículo por Versículo. 1988, Hagnos, vol. 6, p. 234.

[21] WILEY, Orton H. Introdução à teologia cristã. 2009, Casa Nazarena de publicações, p. 235.

[22] Ibíd., p. 248.

GRACIA PREVENIENTE, EN LA TEOLOGÍA DE ARMINIO

Fuente: The Doctrine of Prevenient Grace in the Theology of Jacobus Arminius, pgs, 154-199 Por Abner F. Hernandez.

Traducción: Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos – 2020

 

Introducción

La doctrina de la gracia preveniente no es una idea secundaria en la soteriología de Jacobo Arminio, sino un tema central que impregna todos los aspectos de su doctrina de la gracia. Este capítulo discute la naturaleza de la gracia preveniente en la teología de Arminio, y luego ofrece una definición de este concepto, explorando en la naturaleza de esa gracia divina. También discute la operación de la gracia preveniente en el corazón humano. Propone que, según Arminio, la gracia preveniente como operación del Espíritu Santo actúa no solo externamente, sino también internamente en el corazón humano. El capítulo, sin embargo, comienza considerando el tipo de ser humano que necesita gracia preveniente según Arminio. La necesidad de considerar primero la pecaminosidad de la humanidad, enfatiza la realidad de la imposibilidad de los seres humanos de encontrar una solución al problema del pecado. Es para el individuo desesperado, que necesita regeneración, para quien Arminio creía que la gracia preveniente era la solución principal y más urgente.

Gracia preveniente: La necesidad de regeneración

Una de las acusaciones más comunes contra la teología de Arminio, es que él negó el pecado original y la depravación total de los seres humanos. Esto es obviamente falso. John Wesley, un teólogo pro-arminiano, afirma claramente que «ninguna persona, ni el propio Juan Calvino, afirmó el pecado original. . . de manera más decisiva, más clara y explícita que Arminio»[1]. Se puede esperar esta conclusión de un partidario de Arminio[2], pero William Cunningham y R. C. Sproul, ambos teólogos calvinistas prominentes, admitieron la ortodoxia de Arminio a este respecto. La posición de Cunningham es que «las declaraciones del propio Arminio, con respecto a la depravación natural del hombre. . . son completas y satisfactorias»[3] De manera similar, Sproul afirma que «Arminio no solo afirma la esclavitud de la voluntad, sino que insiste en que el hombre natural, estando muerto en pecado, existe en un estado de incapacidad moral o impotencia. ¿Qué más un agustiniano o calvinista podría esperar de un teólogo?»[4] Por lo tanto, parece importante analizar la doctrina de Arminio de la depravación total, y comprender la naturaleza y el lugar del concepto de gracia preveniente en su teología.

 

La necesidad humana de gracia preveniente: pecado original y depravación total.

Arminio relata con especial atención, y con profunda percepción bíblica, la condición depravada de toda la humanidad desde la caída. Como un resultado natural y espiritual del pecado de Adán, todos los seres humanos tienen una naturaleza depravada heredada; una depravación que se extiende a todas las facultades humanas. En tal condición, los humanos están completamente desprovistos de capacidad moral y espiritual, quedando completamente ciegos a todos los asuntos espirituales. Arminio reconoce los efectos universales del pecado original de Adán sobre su descendencia, afirmando que «todo este pecado, sin embargo, no es exclusivo de nuestros primeros padres, sino que es común a toda raza, y a toda su posteridad, que, en el momento en que se cometió ese pecado, estaban en sus lomos, y que desde entonces han descendido de ellos por el modo natural de propagación de acuerdo con la bendición primitiva. Porque en Adán ‘todos han pecado’ (Romanos 5:12)»[5]

Como resultado de esta naturaleza pecaminosa heredada, Arminio enumera varias condiciones reales de los hombres como pecadores, indicando específicamente el alcance de la corrupción en todas las facultades de los seres humanos. Sobre la razón humana y la vida espiritual, Arminio afirma que «la mente del hombre, en este estado, es oscura, carente del conocimiento salvífico de Dios y, según el apóstol, incapaz de aquellas cosas que pertenecen al Espíritu de Dios: (1 Corintios 1:18,24, 2:14, Romanos 1:21-22, Efesios 4:17-18, 5:8, Tito 3:3.)»[6] Por lo tanto, los seres humanos están «desprovistos de la justicia y santidad original (Romanos 5:12,18-19).»[7]

Arminio no sólo señaló la oscuridad de la mente humana, que afecta a la comprensión y el conocimiento humano, sino que también llamó la atención sobre la naturaleza carnal de la razón. Citando 1 Corintios 3:3, él relacionó la carnalidad de la razón con la esclavitud de la razón a los deseos, pasiones y ordenanzas de la carne[8]. Por lo tanto, para Arminio, la razón carnal representa la simiente de la cual se extienden todas las acciones humanas malignas, y donde se produce la lucha constante contra la obra del Espíritu, según Gálatas 5:17. Esto significa, que Arminio rechazaría cualquier comprensión de la depravación humana que describa la razón humana como no afectada por el pecado.

Los afectos humanos son igualmente depravados, afirma Arminio: «la oscuridad de la mente sigue a la perversidad de los afectos y del corazón, según la cual odia y tiene aversión a lo que es verdaderamente bueno y agradable a Dios; pero ama y busca lo que es malo (Romanos 8:7, Jeremías 13:10, 17:9, Ezequiel 36:26, Génesis 6:5, 8:21, y Mateo 15:19).[9] Como resultado, todos los seres humanos «son por naturaleza hijos de la ira»[10] (Ef 2:3).

La corrupción de los afectos humanos ha dañado particularmente la libertad de la voluntad humana. Arminio afirmó claramente que «el libre albedrío del ser humano en relación con el verdadero bien no sólo está herido, lisiado, enfermo, distorsionado y debilitado; sino que también está encarcelado, destruido y perdido[11].  Por consiguiente, la libertad de la voluntad no sólo está enferma, sino que está completamente muerta e incapaz de hacer un verdadero bien. Está claro que Arminio quería ser lo más claro posible para evitar malentendidos sobre su posición sobre el libre albedrío humano. Por esta razón, él recurre a Agustín, afirmando que en cada situación dada a un individuo corrupto, él abusará de su libertad de voluntad para elegir el mal. Afirma: «Todas las personas no regeneradas tienen libertad de voluntad y capacidad para resistir al Espíritu Santo, de rechazar la gracia de Dios ofrecida, de despreciar el consejo de Dios contra sí mismas, de negarse a aceptar el evangelio de la gracia y no abrirse al que llama a la puerta del corazón; y estas cosas pueden hacerlas realmente, sin ninguna diferencia entre elegidos y los réprobos»[12]. Por lo tanto, los humanos son verdaderamente libres, pero sólo libres para practicar el mal espiritual y oponerse al propósito de Dios.

El quebrantamiento humano se extiende al poder interior o a la disposición hacia el bien y lo correcto. Los seres humanos experimentan «la total debilidad (impotencia) de todos los poderes para realizar lo que es verdaderamente bueno, e impedir la perpetración de lo que es malo, de una manera específica para un propósito específico con una causa específica (Mateo 7:18, 12:34, Juan 6:44, Romanos 8:7, 7: 5, 6:20, 2 Timoteo 2:26.)»[13]. Citando Romanos 3:10-19 Arminio concluye que los seres humanos están verdaderamente «muertos en el pecado»[14].

El concepto de depravación total de Arminio enfatiza la idea de que el pecado humano nos separa de Dios. En tal condición y depravación, los seres humanos son completamente incapaces de oponerse a su naturaleza pecaminosa, pecando necesaria y aun voluntariamente. Además, los individuos no pueden y no quieren restaurar la separación que existe entre ellos y Dios. No están dispuestos y son incapaces de buscar cosas espirituales, o de alcanzar la justicia y la santidad. Arminio concuerda con el registro bíblico de que la imaginación humana «sólo es malvada continuamente» (Génesis 6:5). Por lo tanto, toda la humanidad está «sujeta a la condenación y la muerte temporal y eterna»[15]

Habiendo tratado con la condición real, desalentadora, y probablemente permanente de los seres humanos, Arminio insiste en que debemos mirar con esperanza a Cristo. Cristo, el mediador entre los seres humanos y Dios, ha abierto un camino de salvación; al proporcionar Dios un sustituto, mediador y libertador en Cristo Jesús – que hizo la expiación de nuestros pecados.[16] De esta manera, Arminio coloca la solución a la caída humana completamente fuera de la naturaleza humana, el esfuerzo humano y la voluntad humana.

Arminio estaba totalmente de acuerdo con el artículo 14 de la Confesión Belga, que insiste en que «los humanos no son más que esclavos del pecado y no pueden hacer nada a menos que les sea dado por el cielo»[17]. A lo que Arminio se oponía era a la solución calvinista de una obra irresistible de la gracia divina. En su lugar, propuso la gracia universal como la solución a la enfermedad de la voluntad. Aunque los poderes de la voluntad «no sólo están debilitados e inútiles» o «no tienen ningún poder», Arminio argumenta que podrían ser «asistidos e impulsados por la gracia divina», resultando en la regeneración y la libertad[18] . Con esto en mente, volveremos al análisis del concepto de la gracia preveniente en la teología de Arminio, porque para Arminio la gracia preveniente es la solución que se opone al mal de la naturaleza humana.

La naturaleza de la gracia preveniente

Una definición de la gracia preveniente en los escritos de Arminio es fundamental para comprender el papel, y la centralidad de esta doctrina en su conceptualización teológica de la salvación. Sin embargo, parece importante primero discutir el entendimiento de Arminio sobre la gracia, antes de pasar a definir las cualidades más específicas de la gracia preveniente.

Tres conceptos primordiales de gracia

Arminio describe la gracia usando tres conceptos primordiales: escribe sobre la gracia como un atributo divino, un don infundido, y asistencia continua. En primer lugar, Arminio entiende la gracia principalmente como un atributo de Dios que se manifiesta significativamente en la salvación de los pecadores. La gracia es, en primer lugar, la solución divina a la pecaminosidad humana. Por esta razón define la gracia como una inmerecida disposición o favor divino «hacia los pobres y miserables pecadores»[19]. Por la gracia, Dios comunica voluntariamente «su propio bien» y la bondad amorosa a sus «criaturas, no por mérito o deuda»[20]. Arminio relaciona la gracia como un atributo divino, directamente con otros dos afectos divinos: la bondad y el amor[21]. Como resultado, para Arminio, es por la bondad y el amor de Dios que la misericordia se extiende «hacia las criaturas que han pecado»[22]. En este punto, Arminio vuelve a Romanos 5:8 y Ezequiel 16:6 para argumentar que ni siquiera el pecado podría ser un «obstáculo» entre el amor de Dios y sus criaturas. La mayor demostración de gracia se encuentra en el amoroso regalo de Dios, de su único hijo (Juan 3:6), un sacrificio por el pecado de todo el mundo. Esta acción divina de gracia, abre un camino para que los seres humanos obtengan tres dones de la gracia: vida eterna, justificación y adopción como hijos e hijas de Dios.[23]

En segundo lugar, Arminio también añade que la gracia es una infusión de una «santa disposición» para inclinar la voluntad y las acciones humanas hacia los «buenos deseos»[24]. Arminio relaciona estrechamente esta nueva disposición espiritual con la regeneración y la preparación para la conversión. Es por esta gracia que el Espíritu Santo despierta el corazón humano, para aceptar el evangelio de la redención. Esto infunde gracia como regalo divino y poder curativo que renueva la voluntad, la comprensión y los afectos. Como veremos, esta descripción de la gracia está estrechamente relacionada, pero no se limita, a la gracia inicial o a la gracia preveniente de Dios. La infusión de la gracia continúa y va más allá de la conversión, porque los dones de «fe, esperanza y amor» se infunden también en los regenerados por el Espíritu[25]. Por el fruto del Espíritu, los creyentes son capaces de «pensar, querer o hacer cualquier cosa buena»[26]. Así, Arminio no limita el concepto de gracia a un mero atributo y actitud divina, sino que lo amplía para referirse a una participación activa y personal del Espíritu Santo en la vida interior de los creyentes. De hecho, con el concepto de la naturaleza infundida de la gracia, Arminio encuentra una vez más la oportunidad de comentar la imposibilidad de considerar la gracia como una conquista humana, atribuyéndola sólo a la misericordia y a la obra de Dios.

La naturaleza de la «infusión» de la gracia en Arminio ha sido ampliamente discutida. Frederic Platt, leyendo a Arminio a través de las lentes de Tomás de Aquino, cree que el trabajo del Espíritu Santo en la teología arminiana es «considerado como una especie de sustancia o energía casi metafísica»[27]. De manera similar, Howard Slaatte afirma que para Arminio el Espíritu (aquí creo que también se refiere a la gracia) es «aparentemente considerado como una especie de sustancia o energía casi metafísica»[28]. Por otro lado, Hicks sostiene que la infusión es sólo una referencia a la «presencia personal del Espíritu».[29] Bangs, al igual que Hicks, afirma que «la gracia no es una fuerza; es una persona, el Espíritu Santo».[30] Del mismo modo, F. Stuart Clarke rechaza cualquier identificación de la gracia con una «propiedad casi independiente», argumentando que para Arminio la gracia es la influencia y la obra benevolente del Espíritu Santo[31]. Marcos A. Ellis se opone a la noción de la gracia como fuerza o energía, afirmando en cambio que para Arminio, la gracia es «el Espíritu Santo»[32].

Yo creo que Arminio usa la palabra «infusión» para referirse a la iluminación interior del Espíritu Santo en los corazones humanos. Para Arminio, esta influencia no se transmite por un poder impersonal, sino a través de la convicción personal del Espíritu Santo. Algunas pruebas apoyan esta conclusión. Primero, Arminio relaciona continuamente la obra de la gracia con la obra del Espíritu Santo. De hecho, cree que resistirse a la gracia es resistirse al Espíritu Santo. Más adelante, en este capítulo, discutiré más a fondo el papel del Espíritu Santo en la obra divina de la gracia. Sin embargo, parece importante presentar aquí una clara evidencia de que Arminio rechazó el concepto de infusión como un poder metafísico en el alma. En su Apología Contra los 31 Artículos, Arminio refutó el concepto de gracia habitual como una sustancia derramada «en todos aquellos a quienes se les predica el evangelio»[33]. En cambio, Arminio entendía la gracia en este contexto como la «asistencia del Espíritu Santo»[34].  En este ejemplo, está evidente que Arminio rechazó el concepto de gracia como una infusión de una fuerza metafísica. Para Arminio, es más bien la presencia e influencia del Espíritu Santo.

Aunque las palabras latinas para infusión tienen una amplia gama de significados, el significado semántico de influencia e infusión tiene el potencial de seguir ambas direcciones. Pueden referirse a algo que fluye o se derrama (una fuerza impersonal / energía o medicina) así como una influencia personal mostrando o influyendo en otra identidad personal (infundiendo ideas y sentimientos)[35]. Además, la comprensión de Arminio de la «gracia infusa o infundida» depende más de la comprensión metafísica del lector sobre «gracia». Por lo tanto, es posible leer a Arminio como evocando el entendimiento metafísico católico medieval, de la gracia como un poder o energía que viene de Dios, pero que al mismo tiempo puede ser manipulado por la iglesia para ser derramado en el alma del creyente. Alternativamente, también es posible leer a Arminio en conformidad de la comprensión protestante de la gracia, como una referencia a la acción de Dios a través del Espíritu Santo. Creo que Arminio probablemente no está siguiendo el concepto de la gracia infusa de Tomás de Aquino, como sugieren Slaatte y Platt, sino que está de acuerdo con sus compañeros teólogos reformadores, incluso cuando utiliza las categorías escolásticas en su construcción teológica.

La visión de Slaatte imagina una ruptura entre la persona y la obra del Espíritu Santo, una ruptura que no está presente en la teología arminiana. Tomando las conclusiones de Platt y Slaatte, según su fin lógico, significaría que para Arminio la gracia es como una sustancia casi divina opera algo independiente de las acciones del Espíritu Santo.

Sin embargo, es el mismo Arminio quien, en sus escritos, equipara la gracia, continuamente y ampliamente, con las acciones del Espíritu. Por lo tanto, parece más apropiado leer el concepto de «infusión» de gracia en los escritos de Arminio como una referencia a un vínculo personal, salvífico y de Espíritu-hombre. Para Arminio, Dios no trabaja a través de una «fuerza o energía impersonal», sino a través de una persona, el Espíritu Santo, que establece una amistad genuina con los creyentes. Mientras que para Tomás de Aquino la gracia necesita un sacramento para ser transmitida, para Arminio no es necesario un sacramento, sólo la acción del Espíritu.

Sin embargo, todavía es probable que Arminio esté influenciado por Tomás de Aquino en su comprensión de la «gracia infusa», como la obra del Espíritu Santo mostrando e influenciando la vida de un creyente. Esto se debe a que Tomás de Aquino también relaciona la gracia divina como la morada del Espíritu Santo, o el amor divino, en el corazón humano. Aunque sea casi inevitable, sacramental y metafísicamente, entender el concepto de la gracia infusa de Tomás de Aquino principalmente como energía, o fuerza independiente, separada del Espíritu Santo en la Summa Theológica, más allá de eso, Tomás de Aquino relaciona estrechamente la gracia con las acciones y la morada del Espíritu Santo en el corazón humano. En otras palabras, mientras que en la Summa Aquino describe la gracia más como una energía impersonal procedente de Dios, pero no vinculada al Espíritu Santo; en los Comentarios sobre Juan y Romanos, por ejemplo, ve la gracia como las acciones personales del Espíritu en el alma humana[36]. Si Arminio siguió al Aquino en este sentido, es seguro sugerir que estaría leyendo principalmente el Aquino de los Comentarios, en lugar del Aquino de la Summa Theologica.

El tercer concepto principal en la descripción de la gracia de Arminio, es que después de la regeneración, la gracia es una «asistencia perpetua y auxilio continuo del Espíritu Santo». La obra de gracia del Espíritu Santo no se limita a la regeneración, sino que continuamente fortalece y preserva la vida de fe. En otras palabras, para Arminio, los creyentes deben tener la asistencia continua del Espíritu de gracia para permanecer santificados, y en comunión con Dios. Así como la regeneración para una nueva vida espiritual es imposible sin la gracia, así también la vida de fe, santidad y perseverancia en la gracia requiere la continua asistencia de la gracia»[37]. Arminio enfatiza fuertemente la naturaleza continua y cooperativa de la gracia después de la conversión, contrarrestando así la acusación de pelagianismo contra su teología.

Así, Arminio, en su definición y comprensión de la gracia, la vincula principalmente a la a naturaleza y a los atributos de Dios, y a la obra del Espíritu Santo. Para Arminio, es porque Dios ama a los seres humanos que el Espíritu Santo actúa en la vida de los pecadores.

Distinciones de la Gracia

Arminio, como sus contemporáneos, clasifica los efectos o funciones de la gracia salvífica en dos grupos principales. En primer lugar, la gracia salvífica afecta directamente a la liberación, la regeneración, la conversión y la fe. En segundo lugar, la gracia salvífica sustenta el continuo crecimiento de la vida cristiana, la permanencia en unión con Cristo y la seguridad de salvación. Arminio identifica esta segunda categoría como efectiva, secundaria, subsiguiente, cooperativa, concomitante, gracia acompañante. La primera distinción él la llama suficiente, primaria, precedente, preveniente, movilizadora, operante, y la que llama o golpea[38]. Al ampliar la categorización de la gracia, Arminio desea aumentar la claridad, la especificidad y la cautela en su tratamiento de la doctrina de la gracia. Cualquier confusión en la distinción clara de estas categorías, dice Arminio, podría llevarnos a peligrosos errores e incluso muy fácilmente a la herejía[39].

Estas categorías, por lo tanto, sirven a Arminio para explicar la operación de la gracia. Sin embargo, no cree en diferentes tipos ontológicos de gracia. En cambio, él está abogando por diferentes efectos o funciones de la gracia divina. Arminio afirma claramente que «la gracia cooperante y acompañante no difiere en su tipo o eficacia de la gracia incitante y movilizadora, que se llama preveniente y operante, sino que es la misma gracia continuada»[40] Este capítulo se centrará en la naturaleza de la gracia preventiva o incitante, en los escritos de Arminio.

 

Gracia Preveniente: Su Contenido y Definición

Es importante construir una definición viable de gracia preveniente a partir de los conceptos teológicos de Arminio. Aunque Arminio no ofreció una definición concisa del concepto de gracia preveniente, la doctrina impregna todas las conclusiones sobre la salvación. Por lo tanto, es posible construir una definición precisa de la gracia preveniente, siguiendo sus enseñanzas sobre la gracia a lo largo de sus escritos. Como hemos visto anteriormente, se refiere a este estado operativo inicial de la gracia de Dios usando una amplia variedad de adjetivos, como «precedente, preveniente, preparatoria, preventiva, incitadora y operante»[41]. Si una definición de gracia preveniente se basara solo en este conjunto de palabras, entonces, para Arminio, la característica más destacada de la gracia preveniente es la anticipación de su operación a la libertad humana de voluntad y acciones. En otras palabras, Dios no depende de los seres humanos en su iniciativa de rescatarlos del abismo del pecado.

La gracia preveniente, por lo tanto, precede o viene antes del deseo humano por la oferta de Dios de salvación, para que las acciones salvíficas de Dios sean posibles y aceptadas. Para Arminio, sin la gracia preveniente, todos los demás efectos de la gracia y las buenas acciones humanas serían totalmente imposibles. Por esta razón, «la gracia posterior o subsiguiente», él dice, «en verdad ayuda al buen propósito del hombre; pero ese buen propósito no existiría, excepto a través de la gracia precedente o preveniente»[42]. Además, él afirma que «nadie cree en Cristo, excepto aquel que ha sido previamente dispuesto y preparado por la gracia precedente o preveniente»[43].  Entonces, para Arminio, por la gracia preveniente el Espíritu Santo prepara el corazón humano para la fe, sensibilizándolo, humillándolo e iluminándolo.

Esta obra divina se lleva a cabo por la acción directa, y la estricta supervisión del Espíritu Santo. De hecho, para Arminio, el Espíritu Santo es la «causa principal» que «por la gracia incitadora, estimula, mueve e impulsa» a los seres humanos a «segundos actos»[44]; es decir, a la fe, la obediencia y la conversión. Arminio entendía al Espíritu Santo como trabajando en el corazón del ser humano de dos maneras significativas: Primero, gracia preveniente como la influencia externa del Espíritu Santo, convence a los seres humanos llamándolos, iluminándolos, convenciéndolos, influyéndolos y atrayéndolos por las advertencias de la ley y la predicación del evangelio. En segundo lugar, gracia preveniente en cuanto poder regenerador del Espíritu Santo, transforma, sana, recrea, libera y regenera la naturaleza humana y la libertad de la voluntad.

Para Arminio, por lo tanto, la gracia preveniente es principalmente una gracia preparatoria, con especial énfasis en la predicación de la ley y el evangelio. La gracia preveniente como «poder vivificante»[45] prepara a los seres humanos para enfrentar las exigencias de la ley. El papel de la ley es «convencer al hombre del pecado, de la justicia de Dios, para incitarlo a la obediencia, para convencerlo de su propia debilidad», pero aún más importante, provocar en los seres humanos «el deseo de ser libertado y buscar la liberación»[46]. Es a aquellos «preparados por la ley» que «la gracia del evangelio debe ser proclamada»[47]. Por la predicación del evangelio, el Espíritu Santo ilumina las mentes de los seres humanos, lo que da por resultado la «fe evangélica», regeneración para una nueva vida, unión y comunión con Cristo[48].

Arminio no limita la gracia preveniente a tener sólo un papel externo de ayuda divina. De lo contrario, se le acusaría con razón de pelagianismo o semipelagianismo. Por lo tanto, la gracia preveniente no es sólo una persuasión externa de la predicación al mundo, sino que es también la operación interior del Espíritu Santo[49]. Así, para Arminio, gracia preveniente es también la operación interna del Espíritu Santo en el corazón humano como un poder convincente, sanador y regenerador. Esta operación preveniente e interna y del Espíritu Santo pretende liberar, sanar y regenerar la libertad de la voluntad humana, permitiendo así que los humanos respondan positivamente al evangelio. Arminio apunta a esta operación de la gracia preveniente o despertadora, diciendo que «la regeneración y renovación de Dios, en Cristo a través del Espíritu Santo, de todas las capacidades humanas, incluyendo el intelecto, los afectos y la voluntad, es necesaria para que la humanidad comprenda, estime, considere, desee y ejecute aquello que es verdaderamente bueno»[50]. Para Arminio, por lo tanto, una voluntad libre es capaz de responder positivamente a la oferta de salvación de Dios, que presupone la obra preveniente de la gracia en el corazón del ser humano.

Antes de concluir el análisis de la naturaleza y del contenido de la gracia preveniente, es importante señalar que, para Arminio, la gracia preveniente no es una parte integral de la naturaleza del ser humano. Él afirma que «la capacidad de creer en Cristo no es concedida al hombre en virtud de la primera creación»[51]. Eso significa que los seres humanos en la creación no fueron infundidos con un poder especial para vencer el pecado, como un remedio a ser utilizado después de la caída. En cambio, después de la caída el Espíritu Santo transmite al corazón humano el poder de creer en el mensaje del Evangelio y en Cristo. Arminio dice firmemente que Dios «estaba preparado [después de la Caída] para conceder las ayudas de la gracia, necesarias y suficientes para creer en Cristo»[52] Por lo tanto, para Arminio, ellas no son parte de la capacidad natural de fe y aceptación del evangelio. Él insiste en que «la fe en Cristo pertenece a una nueva creación»[53].

Es el revestimiento sobrenatural del Espíritu Santo por la gracia preveniente como respuesta divina al problema del pecado. Por lo tanto, yo defino la gracia preveniente en la teología de Arminio como un movimiento antecedente y sobrenatural de la bondad y gracia de Dios, hacia los humanos pecadores, que precede a todos los demás medios de salvación. A través de la obra interna del Espíritu Santo, la gracia preveniente ilumina el intelecto y libera la voluntad, dando a los humanos la capacidad de comprender y aceptar la llamada a creer, preparando así el camino para todos los medios subsiguientes de salvación.

El apoyo bíblico de Arminio al concepto de gracia preveniente

Lamentablemente, Arminio no dejó un extenso trabajo exegético sobre los pasajes que apoyan la doctrina de la gracia preveniente. En su lugar, Arminio edificó su doctrina de la gracia preveniente basada en sólo unos pocos versículos de las Escrituras. En otro lugar, Arminio proporcionó pasajes de la Biblia, como Mateo 9:13; 10:11-13; Juan 5:25; 6:44; Hechos 16:14; 1 Corintios 6:9-11; Gálatas 5:19-25; Efesios 2:2-7,11-12; 4:17-20; 5:14; Tito 2:12; y 3:3-7, para enfatizar los conceptos de gracia preveniente, llamado, la universalidad de la salvación, la transformación de los creyentes en una nueva vida y la obra de renovación por el Espíritu Santo. De estos pasajes, me gustaría destacar dos en particular: Juan 6:44 y Hechos 16:14. De hecho, estos dos pasajes aparecen juntos casi en todas partes en su conceptualización de la gracia previa. Describen el trabajo especial y preveniente del Espíritu Santo en los seres humanos.

Arminio citaba a menudo Juan 6:44, en relación a la incapacidad de los pecadores para responder a la oferta de salvación, y la necesidad de ser atraídos por la gracia y la obra del Espíritu Santo de antemano. Hablando de la debilidad de la voluntad humana, Arminio declaró que la gracia preveniente de Dios, como un bien supremo, «está propiamente en el evangelio: Nadie puede venir a mí a menos que el Padre lo atraiga»[54] Estaba claro para Arminio, que este pasaje enseña la anticipación de la gracia preveniente y transformadora de Dios, a la respuesta humana al evangelio. Además, usando una vez más Juan 6:44, Arminio dio nombre de «creyentes» sólo a aquellos que creían en Cristo «por la bondad gratuita y peculiar de Dios»[55]. Identificó esta peculiar y bondadosa operación de Dios, presente en Juan 6:44, con el llamado de Dios para la salvación de una «humanidad constituida en vida animal»[56]. En otras palabras, sin la gracia preveniente, el ser humano no sería más receptivo al Evangelio que los animales.

Hechos 16:14 se convirtió en fundamental para Arminio, para enfatizar la necesidad y simultaneidad de una operación interna y externa de la gracia preveniente, en el llamado divino a la salvación. Según Arminio, Lidia ejemplificó cómo la predicación externa de la palabra y la operación interna del Espíritu Santo, que ilumina la mente y afecta al corazón, produce «fe y confianza» en la Palabra [57]. Este pasaje proporcionó a Arminio la evidencia de que es la gracia preveniente de Dios la que tiene el poder de convencer y transformar a un incrédulo en un creyente. Aunque nunca lo hizo directamente, Arminio evocó continuamente Hechos 16:4, en referencia al esfuerzo conjunto de la Palabra y el Espíritu Santo en la conversión de los individuos. En efecto, para él, es en esta unión del Verbo y del Espíritu donde la gracia se hace verdaderamente eficaz[58].

La forma en que Arminio usó los pasajes bíblicos para entender la gracia divina preveniente, nos lleva ahora a considerar la operación de esta gracia en su teología.

La Operación de la Gracia Preveniente

Arminio entendió que la voluntad humana podría resistir la operación de la gracia de Dios. Él creía que la controversia entre su punto de vista y los puntos de vista de sus oponentes puede resumirse en esta pregunta: «¿Es irresistible la gracia de Dios?»[59]. Arminio responde sin dudar que «las Escrituras enseñan que muchas personas resisten al Espíritu Santo, y rechazan la gracia ofrecida»[60]; porque «la gracia no es un acto omnipotente de Dios que no puede ser resistido por el libre albedrío del hombre»[61]. Estos no son pasajes aislados. De hecho, hay una gran cantidad de pasajes en los que Arminio apela al concepto de la resistencia de la gracia. Él dice: «La eficacia de la gracia salvadora no es consistente con ese acto omnipotente de Dios por el cual actúa tan interiormente en el corazón y la mente del hombre, que aquel, a quien va dirigido ese acto, no puede hacer otra cosa que consentir con Dios que lo llama; o, lo que es lo mismo, la gracia no es una fuerza irresistible»[62].

La negación de la gracia como una fuerza irresistible por parte de Arminio, deja claro que rechaza cualquier construcción de la gracia que haga a un ser humano «tan pasivo como un cadáver»[63]. Sin embargo, mientras enfatiza la naturaleza resistible de la gracia, no está única y principalmente abogando por el libre albedrío. De hecho, él está igualmente preocupado por las implicaciones negativas de una noción de gracia irresistible, para la conceptualización del carácter de Dios y sus propósitos salvíficos.

Como discutimos antes, para Arminio la gracia implica la liberación de la voluntad esclavizada, y esto a su vez crea la posibilidad de aceptar la salvación. Arminio parece resolver la tensión entre la corrupción de la voluntad y la capacidad de la voluntad humana para escoger la salvación, colocando el libre albedrío después de que la operación de la gracia preveniente haya sido efectiva en el corazón humano. Sin embargo, esto crea otra tensión en la teología de Arminio. Si la gracia preveniente puede ser resistida, y si una respuesta positiva a la gracia preveniente requiere una voluntad libre, significa que la propia gracia preveniente, en algún momento de la experiencia de la conversión, no puede operar como una fuerza resistible, sino que debe ser irresistible si es imputada por Dios a la humanidad. De lo contrario, los humanos podrían no responder a la gracia preveniente si no tienen el libre albedrío para responder ante ella.

Por lo tanto, considerando la operación de la gracia preveniente, la pregunta que es más pertinente para este estudio es: ¿puede la resistibilidad de la gracia extenderse a la operación de la gracia preveniente? Sostengo que la respuesta correcta a esta pregunta es que, para Arminio, la gracia preveniente es inevitable pero resistible. Por un lado, la gracia inicial que libera la voluntad humana de su esclavitud moral y corrupción, y que llama a los seres humanos a la comunión con Cristo, funciona primero monergística e inevitablemente en el corazón humano, mucho antes de que los individuos consideren cualquier bien espiritual. Por otra parte, el ser humano también es capaz de rechazar y resistir la operación por la cual la gracia preveniente produce la fe y la conversión real. Más tarde, analizaré los principales pasajes de los escritos de Arminio que apoyan esta conclusión.

La inevitable operación

A lo largo de sus escritos, Arminio señala continuamente la naturaleza inevitable de la gracia preveniente. Primero, afirma:

En el propio inicio (initio conversionis) de su conversión, el hombre se comporta de una manera puramente pasiva (merè passiva). Esto es, sin embargo, por un acto vital que es [sensu] sentido, tiene una percepción de la gracia que lo llama, pero él no puede hacer otra cosa más que recibirla y sentirla. Pero cuando siente que la gracia afecta o inclina su mente y su corazón, él libremente concuerda con esto, para poder al mismo tiempo retener su consentimiento[64].

En esta cita, observamos dos afirmaciones fundamentales sobre la conversión y la gracia. En primer lugar, Arminio afirma que, al principio de la conversión, los seres humanos son agentes «pasivos». Esto es importante de notar porque Arminio en otra parte de sus escritos defiende la participación activa y consciente de los seres humanos, aunque bajo la influencia de la gracia, en la obra de la salvación. Sin embargo, Arminio deja claro aquí que no acepta ninguna participación operativa de los seres humanos al principio de la conversión. De hecho, rechazando una declaración semipelagiana como atribuida a él, Arminio afirma que la gracia no puede ser excluida del «inicio de la conversión (principio conversionis)», e insiste en que siempre precede a las buenas acciones[65], lo que significa que el Espíritu Santo inicia monergísticamente acciones salvíficas en favor de los seres humanos, que hasta ese momento son incapaces de desear liberarse de su miserable situación.

En segundo lugar, según la cita anterior, Arminio afirma también que al principio de la conversión los individuos no pueden evitar recibir, y sentir, la «percepción de la gracia». Parece crucial prestar mucha atención al lenguaje de Arminio en relación con la percepción de la gracia preveniente. Recibir, aceptar (accipere da accipio) y sentir, percibir (sentire de sentio) describe la impresión de la gracia preveniente sobre el razonamiento intelectual humano, así como en el sentido humano de la intuición o el sentimiento. Arminio no quiere separar la razón de la emoción en la percepción de la gracia preveniente. Como resultado, en la llamada a la fe en Cristo, la voluntad humana es incapaz de impedir la acción de Dios de la gracia preveniente, ya sea por la razón humana o los sentimientos.

Una tercera implicación importante en las enseñanzas de Arminio en esta cita, es que la gracia preveniente actúa «afectando e inclinando la mente y el corazón humano» hacia la aceptación de la salvación. La gracia preveniente no sólo es suficiente, sino que también afecta de manera efectiva o eficaz a la razón y los sentimientos humanos. Para Arminio, esto significa que por la gracia preveniente, los seres humanos llegan a una real y razonable convicción de pecado, y de sus necesidades de salvación. Para Arminio, sin embargo, esto no significa que los seres humanos se sometan necesariamente a tal convicción y permitan que el Espíritu Santo siga actuando en su corazón y en su mente. Parece que es precisamente en este punto donde la naturaleza humana pecadora podría reaccionar contra el llamado, y la operación interna del Espíritu Santo, y por lo tanto podría rechazar el don de la gracia de Dios.

Otro ejemplo importante en los escritos de Arminio, es su declaración de que «es inevitable (necessum – necesario) que el libre albedrío concuerde en la preservación de la gracia concedida, ayudado, sin embargo, por la gracia subsiguiente; y siempre permanece dentro del poder de la voluntad el rechazar la gracia concedida, y rehusar la gracia subsiguiente»[66]. Esta declaración apunta a la concesión soberana de la gracia preveniente. Claramente, de acuerdo con Arminio, la gracia preveniente es concedida por las acciones independientes del Espíritu Santo. Arminio, intencionalmente separa la acción de la competencia de la libertad de la voluntad humana, del don inicial de la gracia regenerativa. El libre albedrío no tiene ningún papel en este movimiento divino inicial, pero para que la gracia preveniente conduzca a la salvación, la voluntad del ser humano debe necesariamente o inevitablemente (necessum) estar de acuerdo con la invitación. En tal competencia, el libre albedrío es ayudado por la gracia subsecuente. Así, la necesaria concordancia (concurrat) de la libertad de la voluntad humana con la gracia inicial de Dios, sigue a la atribución de la gracia preveniente. Para Arminio, esto sólo es posible para el libre albedrío humano, porque al permitir la gracia, Dios ha regenerado previamente la libertad humana para responder al ofrecimiento de la salvación. En otras palabras, la gracia preveniente ha liberado la voluntad, dando así la capacidad de elegir una respuesta de fe. Sin embargo, el rechazo de la gracia es posible, porque el libre albedrío no sólo es libre de aceptar esa gracia preveniente de Dios, sino también de rechazarla, debido a que las imperfecciones de la voluntad permanecerán.

Además, discutiendo la naturaleza suficiente y efectiva de la gracia, Arminio introduce una clara distinción entre la gracia preveniente y la gracia subsecuente o posterior. Dice que la gracia preveniente y preparatoria «es suficiente o eficaz; porque Dios previene [antecede] suficiente y eficazmente, y del mismo modo prepara suficiente y eficazmente[67]». Por otro lado, él pregunta si la «gracia cooperante» no funciona de manera similar; sin embargo, no da una respuesta para esto. Arminio argumenta, en esta cita contra Perkins, que la gracia preveniente de Dios ha colocado a los seres humanos en un lugar donde pueden responder positivamente a la salvación. Sólo después de que los humanos ejerzan su libre albedrío la gracia es finalmente efectiva o eficiente. Arminio señala que la gracia preveniente ha desempeñado suficientemente su papel, no dominando la libertad de la voluntad (como lo ve el calvinista), sino eliminando las debilidades de la voluntad adquiridas por el pecado[68], para que la voluntad sea capaz de aceptar las llamadas espirituales del Espíritu Santo. Como dicen Willen van Asselt y Paul Ables: «Gracia suficiente permite que alguien crea, pero es eficaz cuando alguien realmente cree.[69]».

De hecho, Arminio argumenta que si los humanos no responden en consonancia, Dios no debería ser considerado como culpable. Dios proveyó suficientemente los medios necesarios para la salvación, y eficazmente trabajó en el corazón humano, en el sentido de que la gracia preveniente liberó la voluntad y permitió al individuo creer. En consecuencia, Dios tiene derecho a exigir frutos espirituales y fe de los individuos, y a pedir cuentas a los que no dan fruto[70]. Arminio se refiere a cuatro textos bíblicos para apoyar su visión de que la gracia preveniente «no sólo es suficiente, sino también eficaz»[71]. La parábola de la viña de Isaías 5; el lamento de Jesús sobre Jerusalén de Mateo 23:37; la reprimenda contra los judíos por «resistir al Espíritu Santo» en Hechos 7:51; y la llamada a la puerta en Apocalipsis 3:21, demuestran en conjunto tres verdades esenciales: primero, Dios proveyó la gracia y los medios de salvación. En segundo lugar, Dios tiene una expectativa razonable de que los individuos responderán al llamado de Dios de manera positiva. En tercer lugar, esa ‘expectativa’ de Dios se basa en el hecho de que los humanos tienen suficiente capacidad, por medio de la gracia en su libertad de voluntad, para responder positivamente a la oferta de salvación. En resumen: Para Arminio, la suficiencia del libre albedrío no es el resultado de algún bien de la naturaleza, sino el resultado de la suficiente y efectiva obra del Espíritu Santo, a través de la gracia preveniente[72].

Finalmente, Arminio entiende que la gracia preveniente de Dios llama a cada ser humano pecador a la salvación «denotando un acto total y entero, constituido por todas sus partes, ya sean esenciales o integrales, las cuales son siempre necesarias para el propósito de ser capacitado y así responder al llamado divino[73]. «73] Por lo tanto, al comienzo de la conversión, el llamado de Dios a través de la predicación de la Palabra y la influencia del Espíritu Santo, no carecen de ningún elemento esencial y necesario para permitir a los pecadores depravados responder libre y espiritualmente a la fe. En otras palabras, por la gracia preveniente, todos los pecadores impotentes son suficiente y eficazmente capacitados para responder al Evangelio. Como resultado, el rechazo del llamado a la fe en Cristo no es el resultado de ninguna insuficiencia de la gracia preveniente o habilitante de Dios, sino que es atribuible a la naturaleza pecaminosa de los individuos.

Parece seguro concluir que, para Arminio, la gracia preveniente opera inevitablemente en el corazón humano. Los seres humanos no pueden evitar ser llamados y confrontados con la ley y el evangelio, por la predicación de la Palabra. No pueden evitar ser persuadidos internamente por las acciones del Espíritu Santo. Ellos, ni siquiera pueden detener la liberación inicial de su debilitada y corrompida libertad de voluntad, por la obra de la gracia preveniente. Por lo tanto, la concepción de Arminio de la gracia preveniente es monergista en el sentido de que la gracia capacitadora viene de Dios, da el primer paso y actúa suficiente y eficazmente en el corazón humano, creando un libre albedrío con la capacidad de responder libremente a la salvación.

La Operación Resistible

Sin embargo, los humanos son capaces de resistir a la acción de la gracia preveniente, y rechazar la aceptación del evangelio. En este caso, la gracia preveniente en la teología arminiana es resistible. Para Arminio, la gracia preveniente no produce una fe real y salvadora a menos que la voluntad humana esté de acuerdo con la invitación del Espíritu Santo. Arminio declaró que Dios «no utiliza una acción omnipotente e irresistible para generar fe en los hombres, sino una persuasión suave, adaptada para mover la voluntad del hombre en razón de su propia libertad; y por lo tanto, la causa total por la que este hombre cree, o no cree, es la voluntad de Dios y la libre elección del hombre»[74], declaró además:

Es inevitable que el libre albedrío concuerde en preservar la gracia concedida, auxiliado, eso sí, por la gracia subsiguiente; y siempre permanezca en el poder del libre albedrío el rechazar la gracia concedida, y rechazar la gracia subsiguiente; porque la gracia no es una acción omnipotente de Dios que no pueda ser resistida por el libre albedrío del hombre[75]. Denominada «cooperante» o «concomitante» [subsecuente o subsiguiente], sólo por la colaboración de la voluntad humana, que la gracia preveniente y operante produjo en la voluntad del hombre. Esta concurrencia no se niega a quienes se les aplica la gracia incitante [iniciadora], a menos que el hombre ofrezca resistencia a la gracia que lo incita.[76] 

Arminio dejó claro en estas declaraciones que para producir una fe y conversión reales, el libre albedrío del hombre, una vez que ha recibido la gracia divina, o ha sido liberado por el poder de la gracia preveniente (la operación o acción inevitable), debe estar de acuerdo, aceptar y cooperar con esta operación del Espíritu Santo (la operación resistible). Por esta razón, declaró que «aquellos que son obedientes a la vocación, o llamada de Dios, ceden libremente su consentimiento a la gracia; sin embargo, ellos son previamente estimulados, impulsados, atraídos y asistidos por la gracia; y en el exacto momento en el que ellos realmente están de acuerdo, ellos también poseen la capacidad de no estarlo»[77]. Como se discutirá más adelante, Arminio redujo esa cooperación a la aceptación o sumisión del libre albedrío a la gracia.

La resistencia no sólo destruye la producción real de la fe, sino que también invalida la restauración real del libre albedrío humano. Además, para Arminio, la continua resistencia a la gracia preveniente de Dios resulta inevitablemente en la perpetración de pecado contra el Espíritu Santo. Los seres humanos que «resisten la verdad divina, y en verdad evangélica, por causa del endurecimiento -aunque [ellos] sean tan dominados por el resplandor de la misma, que se tornen incapaces de alegar ignorancia como una excusa» para rechazar la «operación del Espíritu Santo… la convicción de la verdad… y la iluminación de la mente»[78]. En otras palabras, ellos han rechazado efectivamente la operación de la gracia preveniente. Según Arminio, este resultado es inesperado y accidental desde el punto de vista del propósito de Dios. Él afirmó: «El resultado accidental del llamamiento, y lo que no es en sí mismo la intención de Dios, es el rechazo de la palabra de gracia, el rechazo del consejo divino, la resistencia ofrecida al Espíritu Santo»[79]. Dios no desea que la persona rechace la gracia preveniente. Sin embargo, esto es posible porque el rechazo resulta de la corrupción de la voluntad humana. Aunque el libre albedrío sea ahora liberado, por el poder de la gracia preveniente, para responder positivamente a la salvación, permanecen aún las enfermedades que producen y hacen posible el rechazo de la gracia de Dios.

Al enfatizar que los humanos tienen la posibilidad de resistir la gracia de Dios, Arminio se separó completamente de la posición de Calvino, Beza y sus colegas de Leiden, acerca de cómo veía la gracia irresistible. Para Arminio, la gracia preveniente, aunque opera principalmente de manera monergística, e inevitable, en el corazón humano, liberando la voluntad de su corrupción y debilidades; esa gracia luego puede ser resistida por la misma voluntad liberada, y así impedir el surgimiento de la verdadera fe, el arrepentimiento y la conversión.

En resumen, la naturaleza inevitable y resistible de la gracia preveniente puede ser ilustrada usando los escritos de Arminio. En cuanto a la gracia preveniente, Arminio usó el lenguaje de «preparación», «llamar» y «abrir».  Él dijo claramente que «la gracia prepara la voluntad del hombre [seres humanos]» y posteriormente «llama a la puerta de nuestro corazón»[80]. Sin embargo, la preparación y la llamada no garantizan la apertura de la puerta, ni el dominio y la morada de la gracia divina en el corazón humano. Para Arminio, sin embargo, llamar a la puerta presupone la existencia de una voluntad liberada capaz de abrir la puerta. Citó a Belarmino explicando Apocalipsis 3:20: «Quien llama, sabiendo ciertamente que no hay nadie dentro que pueda abrir, llama en vano, no, es una tontería. Pero lejos de nosotros imaginar esto de Dios: Por lo tanto, cuando Dios llama, es seguro que el hombre puede abrir»[81].  Por consiguiente, para Arminio, mientras que la preparación y la llamada ocurren inevitablemente en el corazón humano, los seres humanos pueden resistir la operación de la gracia preveniente, resistiendo la apertura de la puerta. Como Stanglin y McCall dijeron: La gracia preveniente se origina «exclusivamente de Dios, fuera de nosotros (extra nos) en una forma monergística y, para tomar prestadas las imágenes de Apocalipsis 3:20, está a la puerta y llama»[82], pero yo añadiría que la aceptación de la gracia preveniente, o la apertura de la puerta, se produce de forma sinérgica, por la concordancia de la voluntad ya preparada y liberada por la gracia.

Antes de concluir nuestro análisis de la doble operación de la gracia preveniente, inevitable y resistente, es importante revisar un ejemplo en los escritos de Arminio en el que esta doble operación se evidencia claramente.

Gracia común

Hicks argumenta que Arminio no discutió ampliamente el concepto de gracia común, porque él dedicó minuciosamente su atención a la gracia salvífica[83]. Ciertamente, Arminio no prestó mucha atención, y apenas mencionó el concepto de gracia común en su obra teológica. Sin embargo, creo que no fue por falta de interés en la gracia común, que Arminio no dedicó tiempo y esfuerzo a esta importante categoría teológica de la teología reformada. Más bien, al revisar sus breves comentarios sobre la gracia común, está claro que él creía que no hay ninguna gracia que no sea salvífica, incluida la gracia común.

Como gracia salvífica, me gustaría sugerir que, para Arminio, la gracia común también funciona como gracia previniente [salvífica]. En una serie de preguntas retóricas a Perkins, Arminio sugiere que la gracia común, si se usa de la manera que propone Perkins, debe ser salvífica, o la justicia de Dios podría ser cuestionada[84]. Él intenta desafiar la distinción de Perkins entre la gracia común y la gracia salvífica, afirmando que con el «auxilio de la gracia común» si es aceptada por el «libre consentimiento» humano, la bendición ofrecida de la salvación podría ser recibida[85]. En mi opinión, esto efectivamente torna el concepto de gracia común equivalente al trabajo de la gracia preveniente en la teología de Arminio. Sugiero que esta fue la razón por la que no encontró razones convincentes para tratar la gracia común por separado de la gracia preveniente.

Sin embargo, el punto más interesante que quiero destacar aquí, en el contexto de la operación de gracia, es que Arminio, en su breve y raro tratamiento de la gracia común, proporcionó un ejemplo específico de su pensamiento sobre la inevitable y resistente operación de la gracia preveniente. Arminio aborda esta doble operación de gracia, no principalmente para demostrar la naturaleza de esta operación, sino porque quería neutralizar la afirmación de Perkins de que «al aceptar la ayuda de la gracia común», los seres humanos se eligen a sí mismos[86], resultando así ser «dignos de elección». Esto, por supuesto, Perkins lo consideraba una afrenta a la gloria de Dios. Arminio respondió: «Aunque un hombre, al aceptar la gracia [común] ofrecida, con la ayuda de la gracia común, se hiciese digno de ser elegido… aun así, como consecuencia, no se desprendería que la elección… pertenece al hombre»[87] En este contexto, Arminio mencionó la misma idea, considerando que «la gracia ofrecida al hombre es aceptada por él con la ayuda de la gracia»[88].

Esto ejemplificó con precisión la doble operación de la gracia preveniente, como inevitable y resistible, en los escritos de Arminio. Al enfatizar la operación de la gracia preveniente en la aceptación de la gracia, Arminio no sólo proporcionó un fuerte argumento contra la idea de que su posición causaba algún daño a la obra monergística de la gracia divina. En cambio, probablemente, e intencionalmente apoyó nuestro razonamiento de que la gracia preveniente (operación resistible) es aceptada por la operación de la gracia preveniente (operación inevitable). Así pues, parece seguro concluir que Arminio afirmó una doble operación de gracia; de lo contrario, la única conclusión razonable sería que, si la gracia preveniente no actúa primariamente de manera inevitable, el resultado es una anticipación ilógica e interminable de la gracia a la gracia, o en otras palabras, la afirmación de una voluntad libre y capaz del individuo antes de la primera operación resistible de la gracia preveniente.

Es importante en este punto, entender otras formas específicas en las que esta gracia opera en cada corazón humano.

La operación interna:

Como hemos visto, Arminio continuamente enfatizó en sus escritos que la gracia preveniente es, en un todo, la obra del Espíritu Santo en el corazón del pecador. En otros lugares de sus escritos, Arminio llamó la atención hacia la primacía de la operación interna de la gracia preveniente, en la obra del Espíritu Santo[89]. Para él «la causa principal es el Espíritu Santo, quien infunde en el hombre… al instigar la gracia, lo estimula, lo mueve e incita a segundos actos»[90]. En otras palabras, él explica: «por la persuasión interior del Espíritu Santo», la voluntad humana «se inclina a estar de acuerdo con las verdades que le son predicadas»[91].  Para Arminio, el Espíritu Santo es el Autor, y Ejecutor, de la gracia preveniente que internamente mueve a los humanos al conocimiento de Dios y de la salvación[92]. Él declaró que, aunque la causa efectiva de la gracia preveniente es Dios Padre en el Hijo, y en el Hijo siendo «designado por el Padre para ser el Mediador y Rey de su iglesia», es administrado «por el Espíritu» y «el Espíritu Santo… es él mismo su Ejecutor»[93]. Afirmó además que «el Espíritu Santo es el autor de esta luz, con la ayuda de la cual obtenemos una percepción y comprensión del significado divino de la Palabra». Por esta razón, el Espíritu Santo transmite la causa movilizadora interna de «la gracia, la misericordia y (la filantropía) el amor de Dios, nuestro Salvador, por todos… por lo cual Él está inclinado a libertar de la miseria [a los pecadores] y a transmitirles la felicidad eterna»[94].

Para Arminio, enfatizar la operación interna de la gracia preveniente fue fundamental para contrarrestar las acusaciones de pelagianismo en su contra. Arminio reconoció que Pelagio creía sólo en una operación externa de la gracia, y que ignoraba la operación necesaria, obligatoria y precedente de la obra interna del Espíritu Santo. Arminio dijo: «Porque Pelagio sostuvo que con la excepción de la predicación del Evangelio, ninguna gracia interna es necesaria para producir fe en la mente del hombre [ser humano][95]».  Arminio ciertamente estaba de acuerdo en que la predicación de la Palabra es una parte central de la operación de la gracia preveniente de Dios. Sin embargo, al igual que Agustín, Arminio quería dejar claro que la predicación de la Palabra no puede ser suficiente, y efectiva, sin la operación interna del Espíritu Santo. Por lo tanto, para él, limitar la gracia preveniente a la operación externa de la palabra predicada, hace que la gracia preveniente sea un llamado intelectual, de la Escritura, a una mente y voluntad humanas capaces; destruyendo así la necesidad de la anticipación de la gracia preveniente de Dios como un elemento interno, y pneumatológico, en la regeneración del corazón y la voluntad humana.

Arminio, sin embargo, quería mantener el equilibrio adecuado entre la operación interna y externa de la gracia de Dios a través de la obra del Espíritu Santo. Aunque la obra del Espíritu Santo precede a la palabra predicada, también es concomitante [simultánea] con la predicación del Evangelio. No se pueden separar en la experiencia, pero se debe presumir la operación precedente e interna del Espíritu Santo. Es importante ahora considerar las ideas de Arminio sobre la operación externa de la gracia preveniente, a través del instrumento de la predicación de la Palabra de Dios.

La operación externa:

En la obra de la salvación, Arminio apunta correctamente hacia la centralidad de la predicación de la Palabra. Para Arminio, mientras que la revelación ha hecho posible la certeza de la fe, esta revelación, contenida en la Palabra, es entregada a los seres humanos por la «Palabra predicada»[96]. La revelación de Dios, sobre su naturaleza y acciones, en las Escrituras, impide que la religión cristiana se convierta en una fabricación humana[97]. También impide a los creyentes adorar a Dios indebidamente, estableciendo la base de las Escrituras para la devoción a Dios, y especialmente a Cristo[98].  Toda esta información contenida en la revelación, se dirige a la mente y el entendimiento humanos, porque los seres humanos son «capaces del bien divino» y tienen implantado en sus corazones el deseo de «el gozo y el Bien Infinito, que es Dios»[99]. Es dentro de esta dinámica del Espíritu Santo, y del método más común de la predicación de la Palabra, que la gracia preveniente regenera a los creyentes, implantando en ellos la fe y la aceptación del mensaje de salvación.

Arminio, entonces, ve la dinámica del Espíritu y la Palabra en la predicación del Evangelio, como un testimonio interno del Espíritu Santo en la Palabra. En primer lugar, el «Espíritu Santo es el autor de esta luz, con la ayuda de la cual obtenemos una percepción y comprensión del significado divino de la Palabra, y es el Ejecutor de esta certeza, por la cual creemos que estos significados son verdaderamente divinos»[100]. En esta perspectiva, Arminio cree que la Palabra de Dios es el instrumento en las manos del Espíritu Santo, para producir la fe y la rendición de la voluntad humana a la voluntad de Dios. Él dice que «el instrumento es la palabra de Dios, que está comprendida en los libros sagrados de la Escritura; y [es] el instrumento producido y presentado por Él mismo (Espíritu Santo) e instruido en su verdad»[101]. Para Arminio, de manera notable, el poder de la palabra y la eficacia de la predicación del Evangelio, no reside en la Palabra misma, sino en la acción del Espíritu Santo en la presentación de la Palabra, así como en la iluminación de la mente durante la predicación de la Palabra. Es, dice Arminio, el Espíritu Santo [que] da a la palabra toda la fuerza que luego emplea, siendo ésta la gran eficacia con que es dotada y aplicada, a quienquiera que sea; sólo Él aconseja con su palabra, Él mismo convence dando el sentido divino a la Palabra, iluminando la mente como una lámpara, e inspirándola y sellándola con su propia acción inmediata[102]. También declara: «La asistencia del Espíritu Santo, por la cual auxilia en la predicación del evangelio, [es] el órgano o instrumento por el cual Él, el Espíritu Santo, acostumbra a ser efectivo en los corazones de los oyentes»[103].

Así, en el contexto de la gracia preveniente en la conversión, Arminio comprendió que las acciones del Espíritu Santo no se limitan a manejar el contenido de la Escritura, sino que ellas también están presentes en la aplicación de la Palabra viva en el corazón humano. En otras palabras, es a través de la operación interna y la iluminación del Espíritu, que acompañan a la predicación externa de la Palabra, que la gracia preveniente lleva a los seres humanos a aceptar la oferta de salvación.

Así, la gracia preveniente es especialmente concedida al corazón humano en el encuentro de la obra interna del Espíritu Santo, y en el oír de la palabra. Esto significa que aunque la gracia preveniente, como obra del Espíritu Santo en la mente humana, precede a la predicación del Evangelio, preparando a los oyentes para comprender y recibir el mensaje de salvación, actúa con más brillo e intensidad en el momento de la predicación, al enseñar la Sagrada Escritura. Picirilli llega a la misma conclusión. Afirma: «Aparentemente, esta gracia pre-regeneradora, es coexistente con el oír inteligente del evangelio»[104]. Si este es el caso, la predicación adquiere un papel central en la obra salvadora de Dios. Vale la pena señalar que este entendimiento de Arminio es consistente con Romanos 10:14-17. Curiosamente, Arminio citó este pasaje sólo seis veces, pero sólo una vez relacionado con la salvación. Usó este pasaje, entre otros, para explicar la vocación, que es el llamado de Dios a los seres humanos pecadores. Él dice:

«Definimos la vocación como el acto de la gracia de Dios, en Cristo, por el cual, a través de su palabra y su Espíritu, llama a los hombres pecadores, que son pasibles de condenación y puestos bajo el dominio del pecado, sacándolos de la condición de vida animal y de las contaminaciones y corrupciones de este mundo, (2 Tim. 1:9; Mat. 11:28; 1 Pe. 2: 9,10; Gal. 1:4; 2 Pe. 2: 20; Rom. 10: 13-15; 1 Pe. 3:19; Génesis 6:3) a la comunión de Jesucristo, y de su reino, y sus beneficios; para que, estando unidos a Él como Cabeza, obtengan de Él vida, (sensum) la sensación, el movimiento y la plenitud de toda bendición espiritual, para la gloria de Dios y su propia salvación. (1 Cor. 1:9; Gál. 2:20; Ef. 1:3,6; 2 Tes. 2:13,14).»[105]

Por lo tanto, es seguro concluir que para Arminio el llamado ocurre cuando la palabra de Dios es predicada[106]. El llamado, como obra simultánea de la operación interna del Espíritu Santo que torna eficaz la operación externa de la palabra, es por lo tanto una parte esencial de la gracia preveniente. En conclusión, según Arminio, esta llamada se da después de la capacidad de responder al Evangelio, habiendo sido posibilitada por la gracia preveniente.

Antes de concluir esta sección sobre la operación externa de la gracia preveniente, es importante notar la parte que le corresponde a la Iglesia. Debido a sus preocupaciones pastorales, y a su comprensión del papel de la Iglesia, Arminio también creía que la Iglesia, como cuerpo de Cristo, tiene un papel central en la predicación de la verdad divina y en la llamada a la salvación. Ciertamente, Arminio evitó cuidadosamente dar a la Iglesia un papel tan prominente en esta obra, ya que habría colocado a la Iglesia por encima de las Escrituras[107]; sin embargo, entendió que «si cualquier acto de la Iglesia tiene lugar aquí, es porque ella se dedica a la predicación sincera de esa palabra, por la cual actúa diligentemente para promover su difusión»[108] En otras palabras, para Arminio, mientras la Iglesia predica el Evangelio, el Espíritu Santo aplica la Palabra al corazón del hombre, restaurándole la capacidad de ejercer su libre albedrío, y de responder positivamente a las acciones de Dios para la salvación en su nombre. Sería útil concluir esta sección con las propias palabras de Arminio. La siguiente cita muestra cuán estrechamente Arminio relacionó la operación, interna y externa, de la gracia preveniente: «la persuasión es administrada exteriormente por la predicación de la palabra, interiormente por la operación, o mejor dicho, por la cooperación del Espíritu Santo, orientada a este fin, para que la palabra sea entendida y comprendida con certeza de fe.»[109]

 

Resumen y conclusión:

En este capítulo, he analizado la teología de la gracia preveniente de Arminio, específicamente su naturaleza, contenido, definición y funcionamiento. Me parece evidente que la doctrina de la gracia preveniente no es una idea secundaria en Arminio, sino un tema central que impregna todos los aspectos de su doctrina de la gracia.

Aquí hay un resumen con algunas implicaciones de los resultados de mi estudio: Arminio creía que la gracia es la inmerecida misericordia divina para los miserables pecadores, así como la participación activa del Espíritu Santo en las vidas de los seres humanos, conduciéndolos a la salvación. Aunque la gracia no puede ser dividida en su esencia, es apropiado hablar de los diferentes efectos, o modos, de la gracia[110]. Uno de los efectos de la gracia, es la gracia preveniente, que Arminio definió como la gracia divina que, a través de la obra del Espíritu Santo, restaura la libertad de la voluntad humana para capacitar a los seres humanos a aceptar la oferta de salvación, y la invitación a creer y tener fe en Cristo como Salvador y Señor.

La gracia preveniente es fundamental para Arminio, porque él comprendió que los hombres están en una condición de depravación total y, por lo tanto, son incapaces de practicar un verdadero bien espiritual. La naturaleza humana corrupta es incapaz de escuchar y recibir el Evangelio de la salvación, y los seres humanos son incapaces de someter sus voluntades y vidas a la voluntad de Dios. Arminio creía que, en esta condición desesperada, la solución no era una manifestación avasalladora de la gracia divina que lleva irresistiblemente a los hombres a una relación con Dios. En su lugar, para él, la gracia preveniente restaura la capacidad de los seres humanos de desear recibir la salvación, no como rocas o trozos de madera inertes, sino como participantes dispuestos a aceptar la obra de Cristo realizada a su favor.

Esta idea de Arminio tuvo grandes implicaciones para la Reforma Protestante en general, y la tradición Reformada en particular. Arminio quería corregir la comprensión, de la tradición reformada, del papel de los seres humanos en la salvación. Quería preservar la visión monergista y soberana de la obra de redención de Dios, y al mismo tiempo reconocer la declaración bíblica de que los seres humanos participan en la aceptación de la invitación divina a la salvación. El uso del concepto de la gracia preveniente le ayudó a mantener la acción monergística de Dios, que siempre viene antes de las acciones humanas, y la participación sinérgica de los individuos en la aceptación de la salvación.

Por esta razón, de acuerdo con Arminio, la gracia preveniente opera en el corazón del hombre, principalmente como una acción monergística de Dios en dirección a los seres humanos. La gracia preveniente actúa inevitablemente en los individuos para restaurar, y así restablecer, la libertad de la voluntad de su naturaleza oscura y corrupta. Esto resulta en una capacidad liberada, y la restauración de la voluntad para poder evaluar y aceptar la oferta divina de salvación. Obviamente, los seres humanos no tienen participación en esta acción, ya que es un regalo divino totalmente gratuito de Dios. De esta manera, el concepto de la gracia preveniente ayudó a Arminio a abrazar la comprensión reformada de la obra monergística y soberana de salvación de Dios y, al mismo tiempo, a destruir la comprensión pelagiana y semipelagiana (o neopelagiana) de una voluntad inmaculada capaz de responder o iniciar la salvación.

Sin embargo, Arminio no quería limitar su comprensión de la operación de la gracia preveniente, a una acción inevitable. Añadió una nueva capa de comprensión a la idea, afirmando que la gracia preveniente podría ser resistida por la voluntad liberada de los seres humanos. En este caso, Arminio lo consideró una operación resistible de la gracia preveniente de Dios. Debido a que la gracia preveniente precedió a la voluntad humana, y la liberó de la esclavitud del pecado y la corrupción, los seres humanos son capaces de rechazar la persuasión bondadosa de Dios, o aceptar la invitación de la oferta de salvación. Por un lado, Arminio dejó claro que la aceptación de la gracia preveniente es posible gracias al trabajo de esa misma gracia que restauró o liberó la voluntad humana. Obviamente, para Arminio, esto no significa que la voluntad humana tenga una participación meritoria en la salvación. Por otro lado, Arminio consideró que el rechazo es una acción que se corresponde a la corrupción de la voluntad humana que siempre está latente. De esta manera, Arminio corrigió el entendimiento Reformado de una obra de gracia irresistible sin competencia humana. En resumen, debido a la gracia preveniente, Arminio pudo afirmar consistentemente que la salvación pertenece sólo al Señor, mientras que al mismo tiempo le concedió un papel a la voluntad humana en la aceptación de la salvación.

Después de examinar el funcionamiento de la gracia preveniente con respecto a la relación Dios-hombre, este capítulo también examinó el funcionamiento de la gracia preveniente en relación con el agente-instrumento. El agente operativo de la gracia preveniente es el Espíritu Santo, mientras que el instrumento de la Palabra de Dios es la predicación de la Iglesia. Por la gracia preveniente, el Espíritu Santo actúa interiormente en el corazón humano, preparando, liberando y capacitando a la mente y voluntad humanas, para entender, y recibir de Cristo la salvación. La gracia preveniente, para Arminio, es altamente pneumatológica. El papel del Espíritu Santo en una relación personal, interna y bondadosa con los individuos, caracteriza todos los aspectos de la comprensión de Arminio de la gracia preveniente.

En la obra de la gracia preveniente, el Espíritu Santo no limita su trabajo a la capacitación interna de la voluntad, y a la iluminación de la mente. Él utiliza el instrumento externo de la Sagrada Escritura, por la predicación de la palabra. Mientras la Iglesia y sus ministros predican el Evangelio, el Espíritu Santo está en consonancia con la palabra que ilumina el alma y realiza el llamado divino a la salvación. Yo no creo que Arminio haya limitado el trabajo de la gracia preveniente al momento en que la predicación y la enseñanza de la palabra están ocurriendo, como afirma Picirilli. Sin embargo, estoy de acuerdo con Picirilli, en que en el encuentro de la predicación del Evangelio y la acción interior del Espíritu Santo, la gracia preveniente actúa de forma más radical y eficaz en la llamada a la salvación. Por lo tanto, es seguro concluir que, para Arminio, la predicación de la palabra es el instrumento externo común de la gracia preveniente, que invita a los seres humanos a una relación salvífica con Dios.

Fuente: The Doctrine of Prevenient Grace in the Theology of Jacobus Arminius, pgs, 154-199 Por Abner F. Hernandez.

Traducción: Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos – 2020

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[1] Wesley, Juan. ¿Qué es un arminiano? Obras de John Wesley, Tomo VIII. Heritage Fundation.

[2] Ver, por ejemplo, R. Olson, Arminian Theology, 141-146; Bangs, Arminio, 337-340; James Meeuwsen, Arminianismo original y Arminianismo metodista comparado; The Reformed Review, vol. 14, n. 1 (septiembre de 1960): 21–23.

[3] William Cunningham, Teología histórica: un análisis de los debates de las principales doctrinas en la Iglesia cristiana, desde la era apostólica. (Edimburgo: T & T Clark, 1863), 2:389.

[4] R. C. Sproul, Willing to Believe: The Controversy over Free Will (Grand Rapids, MI: Baker Books, 1997), 128.

[5] Pub. Disp. VII, em Works 2, 156.

[6] Pub. Disp. XI, em Works 2, 192.

[7] Pub. Disp., VII, em Works 2, 157

[8] Rom. VII., em Works 2, 653.

[9] Pub. Disp. XI, em Works 2,193

[10] Pub. Disp., VII, em Works 2,156.

[11] Pub. Disp. XI, em Works 2,192

[12] Art. XVII, em Works 2,721.

[13] Pub. Disp. XI, em Works 2,193.

[14]  Ibid, 2, 194.

[15] Pub. Disp., VII, em Works 2,156–157.

[16] Arminio afirma claramente la condición desesperada de la humanidad, mientras que al mismo tiempo señala la solución en Cristo. Dice, «con estos males permanecerán oprimidos para siempre, a menos que sean liberados por Cristo Jesús». Pub. Disp., VII, en Works 2,157.

[17] Arthur C. Cochrane, ed., Reformed Confessions of the Sixteenth Century (Louisville, KY: Westminster John Knox, 2013), 198.

[18] Pub. Disp., VII, em Works 2,192.

[19] Armínio, Declaration of Sentiments, En Gunter, Arminius and His Declaration, 140.

[20] Pub. Disp., VI, em Works, 2,131.

[21] Ibíd.

[22] Ibíd.

[23] Arminio, Declaration of Sentiments, En Gunter, Arminius and His Declaration, 140.

[24] Ibíd., 141.

[25] Arminio, Declaration of Sentiments, En Gunter, Arminius and His Declaration, 140.

[26] Ibíd.

[27] Frederic Platt, “Arminianismo” en Encyclopedia of Religion and Ethics, ed. J. Hasting (New York: Charles Scribner’s Sons, 1908), 1,810.

[28] Howard Slaatte, The Arminian Arm of Theology: The Theologies of John Fletcher, First Methodist Theologian, and his Precursor, James Arminius (Washington, D.C.: University Press of America, 1978), 54.

[29] Hicks, “Theology of Grace in . . . Jacobus Arminius,” 50.

[30] Bangs, Arminius, 343.

[31] Clarke, The Ground of Election, 77.

[32] Mark A. Ellis, “Doutrina do Pecado Original de Simon Episcopius,” (PhD diss., Dallas Theological Seminary, 2002), 108.

[33] Apology., Article VIII, en Works 1:763–764.

[34] Ibíd. 1,764.

[35] P. G. W. Glare, Oxford Latin Dictionary (Nueva York: Oxford University Press, 1982), 904 – 905. Arminio usaba comúnmente la palabra infundir, ver, por ejemplo, Opera, 122, 145.

[36] Tomás de Aquino, Comentario sobre el Evangelio de Juan, vol. 1, capítulos 1 a 8, trad. Fabian R. Larcher, O.P., ed. The Aquinas Institute (Lander, WY: The Aquinas Institue, 2013), 110-113; Tomás de Aquino, Comentario sobre el Evangelio de Juan, vol. 3 Capítulos 13–21, trad. Fabian Larcher, O.P. y James A. Weisheipl, O.P. (Washington, DC: The Catholic University of America Press, 2010), pp. 70-74; 85-88. Ver también: Gilles Emery, O.P., «El Espíritu Santo en los comentarios de Tomás de Aquino sobre Romanos», en Leyendo Romanos con Santo Tomás de Aquino, ed. Matthew Levering y Michael Dauphinais (Washington, DC: The Catholic University of America Press, 2012), pp. 127-162.

[37] Armínio, Declaration of Sentiments, En Gunter, Arminius and His Declaration, 141.

[38] Apology, Article XVI, em Works 2, 18. Ver también  Priv. Disp, 70, en Works 2, 451. 

[39] Ibíd. Él dice: “A menos que un hombre distinga correctamente cada una de estas [las diferentes categorías de gracia] y utilice las palabras que corresponden a esas distinciones, necesariamente tropezará, y hará que otros tropiecen… está claro que con precaución la gente debe hablar sobre asuntos con los que pueden tropezar hacia herejía, o sospecha de herejía, con cierta facilidad”.

[40] Priv. Disp., LXX, em Works, 2:451

[41] Ver  Apology, Article IV, en Works, 2,749; Quest. VIII, em Works, 2,68; Pub. Disp., XI, en Works, 2,196; Priv. Disp., LXX, en Works, 2,451; Priv. Disp., LXXII, en Works 2,454; Rom. VII., en Works 2,544; Art. XV, en Works 2,718; Art. XIX, en Works, 2,724; Perkins Exam., em Works 3,472.

[42] Pub. Disp., XI, em Works 2,196.

[43] Art. XIX, en Works 2,724.

[44]Priv. Disp., LXXII, en Works 2,454.

[45] Rom. VII, em Works 2,588.

[46] Rom. VII, em Works 2,520.

[47] Ibíd. 2,588.

[48] Ibíd., 2,588; Arminio dice claramente: «La fe evangélica es un asentimiento de la mente, producido por el Espíritu Santo, a través del evangelio, en los pecadores, que por la ley conocen y reconocen sus pecados y se arrepienten de ellos», Priv. Disp. XLIV, en Obras, 2: 400.

[49] «La persuasión es administrada externamente por la predicación de la palabra, internamente por la operación… del Espíritu Santo», Perkins Exam., em Works 3,315.

[50] Arminio, Declaration of Sentiments, em Gunter, Arminius and His Declaration, 140;  vea Decl. Sent., em Works, 1:659–660.

[51] Apology, Article XIX, Works 2,24.

[52] Apology, Article XIX, Works 2,23.

[53] Apology, Article XIX, Works 2,24

[54] Pub. Disp., XI, em Works 2,193.

[55] Pub. Disp., XV, em Works 2,228.

[56] Pub. Disp., XVI, em Works 2,233.

[57] Pub. Disp., XVI, en Works 2,234.

[58] Pub. Disp., XVI, en Works 2,234.

[59] Arminio, Declaration of Sentiments, em Gunter, Arminius and His Declaration, 141; Decl. Sent., en Works, 1,664.

[60] Ibíd.

[61]Quia gratia non est omnipotents actio Dei, cui resisti a libero hominis arbitrio non possit.” In Opera, p. 768; Perkins Exam., in Works, 3,470.

[62] Art. Article XVII, en Works, 2:722.

[63] Arminio, Declaration of Sentiments, en Gunter, Arminius and His Declaration, 121.

[64] Art. XVII, en Works 2,722

[65] Apology, Article XVII, en Works 2,19

[66] Perkins Exam., en Work  3,472.

[67]Perkins Exam., em Work 3,472.

[68] «Es parte de la gracia no retirar, sino corregir la naturaleza misma, dondequiera que se haya vuelto defectuosa», Perkins Exam., en Works 3, 474.

[69] Willen J. van Asselt and Paul H.A.M. Ables, “O século XVII,” en Handbook of the Dutch Church, ed. Herman Selderhuis (Göttingen: Vandenhoeck &Ruprecht, 2015), 301.

[70] Ver Perkins Exam., en Works 3, 474–481.

[71] Ibíd. 3,479.

[72] Para Arminio, toda la cuestión de la suficiencia y eficacia de la gracia se relaciona con la Justicia de Dios. Dios espera que los seres humanos respondan positivamente a la salvación de Dios porque tienen “suficiente poder” a su “disposición” para actuar. Si Dios exige obediencia a la ley y una vida de fe, es porque Dios ha dado suficiente poder para realizar tales acciones, de lo contrario la justicia de Dios se vería comprometida. Arminio nos asegura que “la razón por la que Dios puede exponer justamente a los que no dan fruto es que tuvieron suficiente gracia para hacerlo, pero la rechazaron”. Arminio sostiene además que “parece correcto concluir que Dios no puede exigir fruto a aquellos de quienes Él, a pesar de su propio abandono, negó el poder necesario para producirlo… y si quiere exigir el acto, está obligado a restaurar la gracia, sin la cual el acto no puede ocurrir. Perkins Exam., en Works, 3, 476, 478-481.

[73] Pub. Disp., XVI, en Works 2, 230.

[74] Perkins Exam., en Works, 3, 454. Vea también R. Olson, Arminian Theology, 185. Otra traducción ligeramente diferente dice: «Él determinó salvar a los creyentes por gracia; es decir, por una suave y apacible persuasión, conveniente o adaptada a su libre albedrío, no por un acto o movimiento omnipotente, que no estaría sujeto a su voluntad, ni a su capacidad de resistencia de voluntad».

[75] Perkins Exam., en Works, 3, 470

[76] Priv. Disp. LXX, en Works, 2, 171.

[77] Art. Article XVII, en Works, 2, 722.

[78] Pub. Disp., VII, Works, 2, 161.

[79] Pub. Disp., XVI, Works, 2, 235.

[80] Rom. VII, en Works, 2, 632.

[81] Perkins Exam., en Works, 3, 481

[82] Stanglin e McCall, Theologian of Grace, 152

[83] Hicks, “Teologia da Graça em. . . Jacó Armínio, 42, 45.

[84] Para Arminio, la idea de Perkins de que el rechazo de la gracia común es una causa digna de condena, distorsiona el carácter de Dios. Arminio argumentó que si el rechazo de la gracia común implica condenación, la aceptación de la gracia común necesariamente debe conducir a la salvación

[85] Perkins Exam., en Works, 3, 445.

[86] Perkins Exam., en Works, 3, 444. La traducción de 1853, traduce estas palabras de Perkins como: “Incluso un hombre, aceptando la gracia común, a través de la ayuda de la gracia común, se hace digno de la elección”. Works-II, 3, 481.

[87] Perkins Exam., en Works, 3, 444.

[88] Ibíd., 3:445.

[89] Ver, por ejemplo, Orat. 2., en Works, 1:356–357; Orat. 3., en Works, 1:383, 397–401; Pub. Disp., I, en Works, 2:90; Pub. Disp., en Works, 2:94; Pub. Disp., III, en Works, 2:111; Pub. Disp., VIII, en Works, 2:161; Pub. Disp., XIV, en Works, 2:213; PrivDisp., VIII, en Works, 2:328; Perkins Exam., en Works, 3:315.

[90] Priv. Disp., LXXII, en Works, 2, 454.

[91] Apology, Article VIII, en Works, 1:765; Perkins Exam., en Works-II, 3:324; vea también Works 3:315.

[92] Priv. Disp., XLII, en Works, 2:395–396.

[93] Pub. Disp. XVI, en Works, 2:232.

[94] Pub. Disp. XVI, en Works, 2:232.

[95] Quest. V, en Works, 2:66; vea también  Rom. VII., en Works, 2:630.

[96] Orat. 1., en Works, 1, 381.

[97] Orat. 1., en Works, 1,380.

[98] Ibíd.1, 380–381.

[99] Ibíd., 1,380.

[100] Orat. 1., in Works, 1, 397–398.

[101] Orat. 3., in Works, 1, 400.

[102] Ibíd.

[103] Apology, Article VIII, en Works-II, 1:300; vea también Apology, Article VIII, en Works, 1:764.

[104] Picirilli, Grace, Faith, Free Will, 158.

[105] Pub. Disp., XVI, en Works, 2, 232.

[106] Vea, Stanglin, Assurance of Salvation, 93–94.

[107] Orat. 3., en Works, 1, 395–396

[108] Orat. 3., en Works, 1:400.

[109] Perkins Exam., en Works, 3, 315.

[110] Vea también Junius Conf., in Works, 3:134, 168.