Dones y milagros entre los Padres de la Iglesia

Hay una lectura que los cesacionistas (aquellos que niegan la continuidad y operatividad de los dones) generalmente evitan hacer, porque le es claramente contraria, y es aquella que podríamos llamar «la receptividad de la época». ¿Cómo se recibía en las distintas épocas las noticias de milagros y manifestaciones sobrenaturales, con escepticismo o con total normalidad? Eso nos dice mucho más de lo que imaginamos. Por ejemplo, cuando uno lee las actas de martirio de aquellos cristianos que entregaron su vida bajo la persecución del imperio romano, puede constatar que en la inmensa mayoría de ellas hay relatos de milagros y hechos sobrenaturales. Mas allá de que lamentablemente esas actas fueron reelaboradas con el paso del tiempo (sobre todo en época medieval), exagerando algunos sucesos hasta convertirlos en casi narraciones fantásticas, que ni el pentecostal más ferviente hoy las creería; sin embargo eso no oculta que aquellos relatos (donde se narraban sucesos milagrosos) fueron bien recibidos por la Iglesia; no se tomaron como algo imposible de suceder. Es decir que la mentalidad de la iglesia no era escéptica, no limitaba los sucesos milagrosos para la época apostólica exclusivamente, sino que consideraba que en cualquier momento podían volver a experimentarse. 

Vamos a tomar un ejemplo claro. Todos conocen sobre el gran ‘campeón de la ortodoxia’: Atanasio de Alejandría; quien fue un obispo y teólogo que defendió con gran valentía la divinidad de Cristo (en una incansable lucha que duró desde el primer Concilio de Nicea, en el 325, hasta cerca del Concilio de Constantinopla en el 381; y le valió cinco destierros). Este santo y docto varón, además de sus obras teológicas, escribió la biografía de Antonio abad, un ermitaño a quien admiraba profundamente. El gran Atanasio les advierte a sus lectores:

Así, no desconfíen de los relatos que han recibido de otros de él, sino que estén seguro de que, al contrario, han oído muy poco todavía. En verdad, poco les han contado, cuando hay tanto que decir. Incluso yo mismo, con todo lo que les cuente por carta, les voy a transmitir sólo algunos de los recuerdos que tengo de él. … Por eso me apresuro a escribir lo que yo mismo ya sé -porque lo vi con frecuencia-, y lo que pude aprender del que fue su compañero. Del comienzo al fin he considerado escrupulosamente la verdad: no quiero que nadie rehuse creer porque lo que haya oído le parezca excesivo, ni que mire en menos a hombre tan santo porque lo que haya sabido no le parezca suficiente.     [Vita Antonii, Atanasio]

Atanasio les asegura que lo que narrará a continuación es una verdad atestiguada por él y por muchos otros. Que Dios…

Por él sanó a muchos de los presentes que tenían enfermedades corporales y liberó a otros de espíritus impuros.

«Cuando finalmente la persecución del emperador cesó [Emperador Maximino, 312 d .C] …. [Antonio] volvió a la soledad, determinó un período de tiempo durante el cual no saldría ni recibiría a nadie. Entonces un oficial militar, un cierto Martiniano, llegó a importunar a Antonio: tenía una hija a la que molestaba el demonio. Como persistía ante él, golpeado a la puerta y rogando que saliera y orara a Dios por su hija, Antonio no quiso salir sino que, usando una mirilla le dijo: «Hombre ¿por qué haces todo ese ruido conmigo? Soy un hombre tal como tú. Si crees en Cristo a quien yo sirvo, ándate y como eres creyente, ora a Dios y se te concederá». Ese hombre se fue creyendo e invocando a Cristo, y su hija fue librada del demonio. Muchas otras cosas hizo también el Señor a través de él, según la palabra: «Pidan y se les dará». Muchísima gente que sufría, dormía simplemente fuera de su celda, ya que él no quería abrirle la puerta, y eran sanados por su fe y su sincera oración.»    [Vita Antonii, Atanasio]

Atanasio nos relata esta enseñanza de Antonio:

En primer lugar, démonos cuenta de esto: los demonios no fueron creados como demonios, tal como entendemos este término, porque Dios no hizo nada malo. También ellos fueron creados limpios, pero se desviaron de la sabiduría celestial. Desde entonces andan vagando por la tierra. Por una parte, engañaron a los griegos con vanas fantasías, y, envidiosos de nosotros los cristianos, no han omitido nada para impedirnos entrar en cielo: no quieren que subamos al lugar de donde ellos cayeron. Por eso se necesita mucha oración y disciplina ascética para que uno pueda recibir del Espíritu Santo el don del discernimiento de espíritus y ser capaz de conocerlos: cuál de ellos es menos malo, cuál de ellos más; que interés especial persigue cada uno y cómo han de ser rechazados y echados fuera.    [Vita Antonii, Atanasio]

Por lo visto, el don de discernimiento de espíritu, y la liberación o expulsión de demonios, estaban vigente y operativos en la época patrística. Continúa Atanasio su relato:

En cuanto a sus visitantes, con frecuencia predecía su venida, días y a veces un mes antes, indicando la razón de su visita. Algunos venían sólo a verlo, otros a causa de sus enfermedades, y otros, atormentados por los demonios. Y nadie consideraba el viaje demasiado molesto o que fuera tiempo perdido; cada uno volvía sintiendo que había recibido ayuda. Aunque Antonio tenía estos poderes de palabra y visión, sin embargo suplicaba que nadie lo admirara por esta razón, sino mas bien admirara al Señor, porque El nos escucha a nosotros, que sólo somos hombres, a fin de conocerlo lo mejor que podamos.

Son numerosas las historias, por lo demás todas concordes, que los monjes han trasmitido sobre muchas otras cosas semejantes que él obró. Y ellas, sin embargo, no parecen tan maravillosas como otras aún más maravillosas. Una vez, por ejemplo, a la hora nona, cuando se puso de pie para orar antes de comer, se sintió transportado en espíritu y, extraño es decirlo, se vio a sí mismo y se hallaba fuera de sí mismo y como si otros seres lo llevaran en los aires. Entonces vio también otros seres terribles y abominables en el aire, que le impedían el paso. Como sus guías ofrecieron resistencia, los otros preguntaron con qué pretexto quería evadir su responsabilidad ante ellos. Y cuando comenzaron ellos mismos a tomarle cuentas desde su nacimiento, intervinieron los guías de Antonio: «Todo lo que date desde su nacimiento, el Señor lo borró; pueden pedirle cuentas desde cuando se consagró a Dios. Entonces comenzaron a presentar acusaciones falsas y como no pudieron probarlas, tuvieron que dejarle libre el paso. Inmediatamente se vio así mismo acercándose -a lo menos, así le pareció- y juntándose consigo mismo, y así volvió Antonio a la realidad.    [Vita Antonii, Atanasio]

Palabra de ciencia, don de sanidades, visiones y éxtasis… no estamos enfatizando que estas cosas eran normales para Antonio abad, sino que ¡resultaban de lo más normal y creíbles para el gran teólogo Atanasio! Y no solo para él sino para los lectores de esa biografía que fueron conmovidos y alentados por esas experiencias.

¿Quieren saber quien fue uno de los profundamente afectados al escuchar esta biografía? Sí, acertaron, mi querido san Agustín. 

“Un día -no recuerdo el motivo de la ausencia de Nebridio-vino a nuestra casa a vernos, a Alipio y a mí, un cierto Ponticiano, africano y compatriota nuestro, que ocupaba en la corte un alto cargo; no sé qué deseaba de nosotros. Nos sentamos para hablar […] nuestra conversación, por iniciativa suya, cayó sobre un tal Antonio, monje de Egipto, cuyo nombre brillaba con el más claro resplandor entre tus siervos, y hasta aquel momento nos era completamente desconocido. Y cuando él se dio cuenta de nuestra ignorancia, se detuvo en aquella conversación, revelando poco a poco aquel hombre a nuestra ignorancia. Nosotros quedábamos atónitos oyendo tus maravillas, perfectamente documentadas, realizadas en la verdadera fe, en la Iglesia católica y tan cerca de nuestros días, que su memoria era fresca. Los tres quedábamos maravillados: yo y Alipio, de tan grandes maravillas, y Ponticiano de lo asombroso de nuestra ignorancia.”    [AGUSTÍN, Las Confesiones, Libro VIII. 14]

Aquí tenemos al mismísimo Agustín, impactado por los milagros y dones operados en y a través de Antonio. Si, como algunos «especialistas en agustinianismo» afirman (sin haber nunca leído sus escritos), que Agustín era cesacionista, lo más normal hubiese sido que rechazara estos relatos, pero nos narra en sus Confesiones que «Nosotros quedábamos atónitos oyendo tus maravillas, perfectamente documentadas». No en vano afirma en uno de sus escritos:

«De dónde nacen las visiones “Procede del espíritu cuando, estando completamente sano y fuerte el cuerpo, los hombres son arrebatados en éxtasis, ya sea que al mismo tiempo vean los cuerpos por medio de los sentidos corporales y por el espíritu ciertas semejanzas de los cuerpos que no se distinguen de los cuerpos, o ya pierdan por completo el sentido corporal y, sin percibir por él absolutamente nada, se encuentren transportados por aquella visión espiritual en el mundo de las semejanzas de los cuerpos. Mas cuando el espíritu maligno arrebata al espíritu del hombre en estas visiones, engendra demoníacos o posesos, o falsos profetas. Si, por el contrario, obra en esto el ángel bueno, los fieles hablan ocultos misterios, y si además les comunica inteligencia, hace de ellos verdaderos profetas; o si, por algún tiempo, les manifiesta lo que conviene que ellos digan, los hace expositores y videntes.”    [Agustín. Del Génesis a la letra. Libro XII. 19.41]

Lo que hemos denominado «la receptividad de la época» nos atestigua que tanto Atanasio de Alejandría como Agustín de Hipona (y la Iglesia que ellos representaban) recibían las narraciones acerca de dones y manifestaciones del Espíritu como algo normal y totalmente factible para aquel momento o época.

Para terminar permítanme compartirles esta porción tomada de la primera biografía de Agustín, escrita por quien fue su discípulo, amigo e incansable colaborador por 40 años: el obispo Posidio. Esto nos dejó narrado sobre los últimos días de Agustín

Me consta también que él, sacerdote y obispo, fue suplicado para que orase por unos energúmenos [endemoniados], y con llanto rogó al Señor, y quedaron libres del demonio. En otra ocasión, un hombre se acercó a su lecho con un enfermo rogándole le impusiera las manos para curarlo. Le respondió que si tuviera el don de las curaciones, primeramente lo emplearía en su provecho. El hombre añadió que había tenido una visión en sueños y le habían dicho: Vete al Obispo Agustín para que te imponga las manos y serás sano. Al informarse de esto, luego cumplió su deseo, e hizo el Señor que aquel enfermo al punto partiese de allí ya sano.   [Posidio. Vida de Agustín, Cap. XXIX. Obras de san Agustín, Tomo I, BAC]

No solo Agustín, sino su círculo íntimo y la iglesia de aquel entonces aceptaban los sucesos y manifestaciones extraordinarias como algo lógico y vigente.  Es lo que hemos llamado «la receptividad de la época», la que nos demuestra que los dones del Espíritu no se consideraban como algo caduco, extraño, sospechoso, o limitado únicamente a la era de los apóstoles. 

Recopilación de textos en las fuentes primarias y redacción: Gabriel Edgardo Llugdar, para Diarios de Avivamientos 2019

La Inmaculada Concepción de María, negada por san Agustín

Veamos primeramente qué significa la «Inmaculada Concepción” para la iglesia de Roma:

«Dios eligió gratuitamente a María desde toda la eternidad para que fuese la Madre de su Hijo; para cumplir esta misión fue concebida inmaculada. Esto significa que, por la gracia de Dios y en previsión de los méritos de Jesucristo, María fue preservada del pecado original desde el primer instante de su concepción.»  (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica)

Este dogma católico romano es bastante tardío, fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854 con la bula Ineffabilis Deus. Por su parte, la iglesia oriental (la llamada Iglesia Ortodoxa) ha rechazado mayoritariamente este dogma católico romano a partir de 1950, ya que clasificaría a María en una categoría distinta a la de los demás hombres y mujeres justos del Antiguo Testamento.

Cuando la Iglesia Ortodoxa se refiere a María como «inmaculada» lo hace en el sentido de santificación total (deificación, participación de la naturaleza divina) y no en el sentido de «nacer sin pecado o inclinación al pecado». [Consúltese el libro La Iglesia Ortodoxa, del obispo Kallistos Ware, p. 234].

Quiero advertir a nuestros lectores que en este estudio no discutiremos la doctrina agustiniana del pecado original, ni la daremos como verdadera o falsa, nos limitaremos a exponer la opinión de Agustín.  Cabe recordar que la Iglesia Ortodoxa (basada en los Padres de la Iglesia de habla griega) tampoco cree en el pecado original, así que la discusión se centra en la Iglesia Latina (occidental).

Bien es cierto que Agustín creyó y enseñó la «Perpetua Virginidad de María» (como la creyó y enseñó también el Reformador Lutero, y otros teólogos procedentes de la Reforma, como Calvino]:

En efecto, el ángel le dijo con toda propiedad a José: No temas recibir a María, tu esposa. Se llama esposa, antes del compromiso del desposorio, a la que no había conocido ni habría de conocer por unión carnal. No se destruyó ni se mantuvo de forma engañosa el título de esposa donde ni había existido ni existiría ninguna unión carnal. [Agustín. El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Primero, XI. 12]

También Agustín enseñó que María alcanzó una pureza exepcional en su vida, una perfección o santidad total:

Exceptuando, pues, a la santa Virgen María, acerca de la cual, por el honor debido a nuestro Señor, cuando se trata de pecados, no quiero mover absolutamente ninguna cuestión (porque sabemos que a ella le fue conferida más gracia para vencer por todos sus flancos al pecado, pues mereció concebir y dar a luz al que nos consta que no tuvo pecado alguno).  [Agustín. La Naturaleza y la Gracia. XXXVI. 42. Traducción: Victorino Capánaga, OAR]

Pero lo que nunca enseñó Agustín fue una concepción inmaculada de María, es más, como veremos, la negó rotundamente:

Juliano de Eclana acusa a Agustín, diciéndole: «tú adscribes a María al poder del diablo por la condición misma de su nacimiento«. Es decir, que como Agustín enseñaba el pecado original se deducía que María al nacer con ese pecado estaba bajo el poder del diablo. Entonces le responde Agustín: ‘Y no atribuimos al diablo poder alguno sobre María en virtud de su nacimiento, pero sólo porque la gracia del renacimiento vino a deshacer la condición de su nacimiento’. [Réplica a Juliano, Obra inacabada. Libro IV. 122. Traductor: P. Luis Arias, OSA]. ¿Qué está diciendo Agustín? Que la condición del nacimiento de María (nacida con el pecado original) fue desecha por la gracia, en el renacimiento o nuevo nacimiento de María. 

Pero vayamos desde el principio, para que no queden dudas. Todos saben que el ‘padre espiritual’ de Agustín fue Ambrosio, el gran obispo de Milán. ¿Qué dijo al respecto?

Y ¿hay alguien más excelente que la Madre de Dios? ¿Quién más preclara que Ella, que fue elegida por la Claridad misma? ¿Quién más casta que Ella, que engendró un cuerpo sin la mancha del propio?»    [AMBROSIO, de Milán S. De virg., II, 2, 6-7 (De virginibus). Citado en RAMOS-LISSON, D. Patrología, p. 315]

Ambrosio es bastante claro: María engendró un cuerpo (el de Jesús) sin la mancha propia que su cuerpo tenía (el pecado original).

«Nadie, sino sólo Dios, está sin pecado. Ningún hombre nacido de varón y hembra, es decir del ayuntamiento de los cuerpos, está libre de pecado. El que esté inmune de pecado, libre está también de este modo de concepción».   [San Ambrosio In Is. Citado por Agustín en su libro Réplica a Juliano. Libro I. IV. 11. Escritos Antipelagianos 3. BAC]

Lo que Ambrosio está diciendo, es que el único que puede estar libre de pecado original es aquel que no fue concebido por la unión de dos sexos; todo el que haya nacido de la unión de dos sexos tiene pecado, obviamente esto incluye a María. Esta enseñanza la enfatiza Agustín posteriormente:

«Pero de esta concupiscencia carnal, el bienaventurado Ambrosio, obispo de Milán —por su ministerio sacerdotal, yo recibí el baño de regeneración—, habló así, tan escuetamente, cuando aludió al nacimiento carnal de Cristo, comentando el profeta Isaías: «Por esto —dice—, en cuanto hombre, ha sido tentado por todas las cosas, y en la semejanza de los hombres las soportó todas; pero, en cuanto nacido del Espíritu, se abstuvo del pecado». En efecto, todo hombre es mentiroso y no hay nadie sin pecado, sino sólo Dios. Por tanto, sigue en pie que ningún nacido del varón y de la mujer, es decir, de la unión carnal, se verá libre de pecado. Así, pues, quien sea libre de pecado, deberá serlo también de semejante concepción. [Agustín. El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Primero, XXXV. 40]

“Esto mismo afirmó Ambrosio, de feliz memoria, obispo de la Iglesia de Milán, cuando exponía que el nacimiento de Cristo según la carne estaba libre del pecado, porque su concepción está libre de la unión de los dos sexos. Pero que ningún hombre concebido de aquella unión está sin pecado. Estas son sus palabras: «Por esto también fue probado en todo en cuanto hombre, y lo soportó todo como los hombres. Mas, porque nació del Espíritu, careció del pecado. En efecto, todo hombre es mentiroso, y nadie está sin pecado, sino Dios sólo. Queda a salvo que ninguno nacido de un hombre y una mujer, mediante la unión mutua de sus cuerpos, está libre de pecado. Ahora bien, el que esté libre de pecado, lo está también de este modo de concepción»”   [Agustín. El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Segundo – Primera Respuesta a Juliano de Eclana, V.15]

“[…] resta reconocer que, exceptuada la de Cristo, toda carne humana es carne de pecado. Aquí asoma la concupiscencia, por la cual Cristo no quiso ser concebido y es causa de la propagación del mal en el género humano; porque, aunque el cuerpo de María fuese fruto de la concupiscencia, no la trasvasó al cuerpo de aquel que concibió en su seno al margen de toda concupiscencia”. [Réplica a Juliano. Libro V.XV.52. Escritos Antipelagianos 3. BAC]

Agustín lo está diciendo claramente, el cuerpo de María fue fruto de la concupiscencia (deseo y unión de los dos sexos de sus padres) pero esa concupiscencia ella no la traspasó al cuerpo de su hijo, no porque ella no la tuviese, sino porque Jesús es la única excepción.

“«No por ayuntamiento con varón se abrió la matriz virginal de María, sino que por obra del Espíritu Santo fue depositada en su seno una semilla pura. El Señor Jesús, único entre los nacidos de mujer, quedó libre del contagio de la corrupción terrena merced a su nacimiento excepcional y milagroso»” [San Ambrosio. Sobre el Evangelio de Lucas 2,56. Citado por Agustín en Réplica a Juliano. Libro I. III. 10. Escritos Antipelagianos 3. BAC]

Además, la naturaleza de Cristo hombre no era diferente de la nuestra, pero sí lo fue en el pecado; porque, como hombre, sólo él y ninguno más nació sin pecado.  […]  No hay hombre, excepto Cristo, que no cometa pecados más graves al crecer en edad, porque no hay hombre, excepto él, que en su niñez esté sin pecado”. [Agustín. Réplica a Juliano. Libro V. XV. 57. Escritos Antipelagianos 3. BAC]

En muchas partes de sus escritos Agustín enfatiza que el Señor Jesús es el único ser que ha existido en esta tierra sin pecado (para Agustín esto se refería básicamente al ‘pecado original’)

“Sin embargo, una cosa es estar sin pecado –y esto se dice en esta vida únicamente del Unigénito, y otra estar sin tacha, lo cual se puede decir también en esta vida de muchos justos, porque hay un modo de vivir virtuoso, del cual, aun en las relaciones humanas, no puede haber queja justa.” [Agustín, La perfección de la justicia del hombre. Capítulo XI. 24 BAC]

“Y sobre el santo Job leemos textualmente: Había en tierra de Hus un varón llamado Job, hombre veraz, íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal [Job 1:1] […]  Es verdad que se lee hombre íntegro, hombre sin tacha; pero no se lee «hombre sin pecado», excepto el Hijo del hombre, que es, al mismo tiempo, el Hijo único de Dios.” [Agustín. La perfección de la justicia del hombre. Capítulo XII. 29 BAC]

“En conclusión, quien crea que ha habido o que hay en esta vida algún hombre u hombres, excepto el único mediador de Dios y de los hombres, para quienes no ha sido necesaria la remisión de los pecados, va contra la divina Escritura cuando dice el Apóstol: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así se propagó a todos los hombres por aquel en quien todos pecaron [Romanos 5:12].   [Agustín, La perfección de la justicia del hombre. Capítulo XXI. 44  BAC]

«Todos los niños que nacen de esta concupiscencia de la carne, que, aunque en los regenerados no se impute como pecado, ha entrado en la naturaleza por el pecado; repito, todos los niños que nacen de esta concupiscencia de la carne, en cuanto hija del pecado, y también madre de muchos pecados cuando consiente en actos deshonestos, están encadenados por el pecado original. A no ser que renazcan en aquel que concibió la Virgen sin esta concupiscencia. Él fue el único que nació sin pecado cuando se dignó nacer en esta carne.”  [Agustín. El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Primero, XXIV. 27]

“Esta verdad católica ha sido reconocida por todos los santos doctores e ilustres sacerdotes expertos en las Sagradas Escrituras: Ireneo, Cipriano, Reticio, Olimpio, Hilario, Ambrosio, Gregorio, Inocencio, Juan (Crisóstomo) y Basilio; a los que añado, lo quieras o no, a Jerónimo, sin hablar de los que aún no han muerto. Todos, a una voz, proclaman, contra vuestra doctrina, que todos los hombres traen, al nacer, la mancha del pecado original. Nadie está exento de esta ley, sino aquel que fue concebido por una virgen, sin intervención de esta ley del pecado que codicia contra el espíritu”.      [Agustín. Réplica a Juliano. Libro II.IX.33. Escritos Antipelagianos 3. BAC]

“Siempre será verdad que hemos muerto al pecado por la muerte de Cristo Jesús, el único sin pecado: y esto es verdad para adultos y niños”.  [Agustín. Réplica a Juliano. Libro VI.V.13. Escritos Antipelagianos 3. BAC]

Como hemos visto en estas citas patrísticas, tanto Agustín como Ambrosio de Milán, se encargaron de remarcar que el único ser que ha existido sin pecado fue Cristo, no existe para ellos tal cosa como la «inmaculada concepción de María». Aunque algunas páginas, católicas romanas, distorsionen las palabras de Agustín, aquí las hemos presentado en su real contexto, con citas fáciles de encontrar y verificar.

Artículo y recopilación de citas en sus fuentes primarias: Gabriel Edgardo Llugdar, para Diarios de Avivamientos, 2019.

Agustín y la ¿Sola Scriptura?

Sola Scriptura - Agustin y la Sola Escritura

Agustín, obispo de Hipona, es muchas veces utilizado para refrendar una postura doctrinal en particular, pero lamentablemente se arrancan trozos aislados del vasto campo de su pensamiento; y esto como consecuencia de desinformación, o lo que es peor, con la intención de desinformar. Entre esos pensamientos agustinianos fundamentales, sin los cuales no se puede entender el resto de su obra, estaban los de la autoridad de la Tradición y la autoridad de los Concilios Ecuménicos o Universales.

Para Agustín, la revelación ya está toda contenida en las Sagradas Escrituras, por lo que la cuestión no gira sobre la revelación sino sobre quién tiene derecho a interpretar esa revelación. En su disputa con los Donatistas, surge la cuestión de si el bautismo que se realizaba en esa secta era válido, él sostenía que sí pero el gran Cipriano, obispo y mártir anterior por quien Agustín sentía veneración, sostenía que ese bautismo no tenía validez, y dicha postura se refrendó en un concilio local; sin embargo, fuera de esa región se practicaba lo contrario. Lo primero que hace Agustín es establecer la primacía de las Escrituras:

«Pero, ¿quién ignora que la santa Escritura canónica, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, está contenida en sus propios límites, y que debe ser antepuesta a todas las cartas posteriores de los obispos, de modo que a nadie le es permitido dudar o discutir sobre la verdad o rectitud de lo que consta está escrito en ella? En cambio, las cartas de los obispos, de ahora o de hace tiempo, pero cerrado ya el canon de la Escritura, pueden ser corregidas por la palabra quizá más sabia de alguien más perito en la materia, por una autoridad de más peso o la prudencia más avisada de otros obispos, o por un concilio, si en ellas se encuentra alguna desviación de la verdad. [Tratado sobre el Bautismo. Libro II.IV.5. Traductor: P. Santos Santamarta, OSA]

¿Y qué pasaba entonces con el concilio, donde se había dispuesto algo que no era universalmente aceptado? Agustín afirma que un concilio menor está sometido a uno mayor, y este a la autoridad universal de la Iglesia:

«Incluso los mismos concilios celebrados en una región o provincia deben ceder sin vacilaciones a la autoridad de los concilios plenarios reunidos de todo el orbe cristiano. Y estos concilios plenarios a veces son corregidos por otros concilios posteriores, cuando mediante algún descubrimiento se pone de manifiesto lo que estaba oculto o se llega al conocimiento de lo que estaba oscuro»  [Ibíd.]

“arrastraron primero a Agripino, luego al mismo Cipriano, después a los que estuvieron de acuerdo con ellos en África, y también a los que quizá hubo en tierras transmarinas y remotas, y que por tales razones llegaron al extremo de pensar que se debía practicar lo que no tenía la primitiva Iglesia y que luego rechazó con inquebrantable firmeza y unanimidad el orbe católico. De suerte que una verdad más poderosa de la unidad y una medicina universal procedentes de la salud curaba el mal que se había comenzado a infiltrar en algunas mentes por semejantes discusiones. Vean los donatistas con qué seguridad emprendo esta tarea. Si no pudiera refutar cumplidamente sus afirmaciones, tomadas del concilio de Cipriano o de sus cartas, es decir, que el bautismo de Cristo no puede ser dado por los herejes, permaneceré seguro en la Iglesia, en cuya comunión permaneció el mismo Cipriano junto con aquellos que no estaban de acuerdo con él. [Tratado sobre el Bautismo Libro III.II.2. Traductor: P. Santos Santamarta, OSA]

En el texto que acabamos de leer dice Agustín algo muy importante, que parafraseado sería así: «si yo no pudiera refutar algo, opto por lo más seguro, permanezco en la unidad y unanimidad antigua de la Iglesia porque allí estaré seguro»

Cuando Agustín no encuentra referencia en la Escritura sobre el bautismo de bebés se ampara en la Tradición:

“[…] que es unánime en todos el sentir de la Iglesia católica, y que se remonta a la fe transmitida desde los tiempos antiguos y sólidamente establecida con voz de algún modo clara, y que se revuelve muy enérgicamente contra ellos aquello que he afirmado: «ellos dicen que en los párvulos no hay pecado alguno que deba ser lavado por el baño del bautismo». Porque todos corren a la Iglesia con los párvulos, no por otro motivo sino para que el pecado original, contraído por la generación del primer nacimiento, sea purificado por la regeneración del segundo nacimiento.” [El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Segundo – Primera Respuesta a Juliano de Eclana, II.4]

«Y especialmente acusa a la Iglesia extendida por el mundo entero, donde todos los infantitos en el bautismo reciben en todas partes el rito de la insuflación no por otra razón sino para arrojar fuera de ellos al príncipe del mundo, bajo cuyo dominio necesariamente están los vasos de ira desde que nacen de Adán si no renacen en Cristo y son trasladados a su reino una vez que hayan sido hechos vasos de misericordia por la gracia. Al chocar contra esta verdad tan fundamental, para no dar la impresión de que ataca a la Iglesia universal de Cristo, en cierta manera me habla a mí solo…» [El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Segundo – Primera Respuesta a Juliano de Eclana, XVIII.33]

Y por si quedaba alguna duda de la importancia de la Tradición para Agustín:

La costumbre de la madre Iglesia de bautizar a los niñitos jamás debe ser reprobada. De ningún modo debe ser juzgada superflua. Y debe sostenerse y creerse como tradición apostólica”. [Del Génesis a la Letra X.XXIII.39 Traducción: Lope Cilleruelo, OSA]

Tiene problemas Agustín para demostrar que el pecado original tenga suficiente respaldo bíblico, por eso recurre a la Tradición y a su Antigüedad:

«Yo no he inventado el pecado original que la fe católica confiesa desde antiguo» [El Matrimonio y la Concupiscencia. Libro Segundo – Primera Respuesta a Juliano de Eclana, XII.25]

“Con la brevedad y transparencia posibles, probaré, en tercer lugar, una doctrina que no es mía, sino de mis antecesores, que han defendido la ortodoxia de la fe católica contra tus falaces argucias y tus sofisticados argumentos. Por último, de no enmendarte, es inevitable un enfrentamiento con los grandes doctores de la Iglesia ante tu pretensión de que ni siquiera ellos en este punto defienden la verdad católica. Con la ayuda del cielo, yo defenderé su doctrina, que es la mía.”  [Réplica a Juliano – Libro I.I.3.]

Cada vez que Agustín tiene problemas para demostrar algo con la Escritura recurre a la autoridad de la Tradición:

«Y en este terreno vuestra impía novedad queda asfixiada por la verdad católica, con pátina de antigua tradición”. [Réplica a Juliano. Libro V.XII.48.]

“Si en serio tomas tus discusiones, debías darte cuenta de que todos tus razonamientos no impresionan ni pueden impresionar a un pueblo cuyas creencias se fundan en la verdad y en la antigüedad de la fe católica”. [Réplica a Juliano. Libro VI.XI.34.]

Claramente enseña Agustín que ante una doctrina que cause división debe aceptarse la postura que haya sido siempre enseñada, en todas partes, y por toda la Iglesia (Unanimis Consensus Patrum – El Conceso Unánime de los Padres)

«sería necesario considerar verdadero lo que desde toda la antigüedad cree y predica la verdadera fe católica en toda la Iglesia”. [Réplica a Juliano. Libro VI.V.11.]

Famosas son las palabras de Agustín sobre quién tiene la autoridad final, pues es la Iglesia la que determina el canon:

Yo, en verdad, no creería en el Evangelio si no me impulsase a ello la autoridad de la Iglesia católica. Por tanto, si obedecí a los que me decían que creyese al Evangelio, ¿por qué no he de obedecer a los que me dicen: «No creas a los maniqueos»? Elige lo que quieras. Si dices: «Cree a los católicos», ellos me amonestan a que no os otorgue la más mínima fe; por tanto, creyéndoles a ellos, no puedo creerte a ti; si dices: «No creas a los católicos», no obrarás rectamente al obligarme a creer a Manés en virtud del Evangelio, porque he creído en él por la predicación de la Católica. […]  yo me agarraré a aquellos por cuyo mandato creí al Evangelio, y por cuya orden en ningún modo te creeré a ti. Porque si, casualmente, pudieras hallar algo claro en el Evangelio sobre la condición de apóstol de Manes, tendrás que quitar peso ante mí a la autoridad de los católicos que me ordenan que no te crea; pero disminuida esa autoridad ya no podré creer ni en el Evangelio, puesto que había creído en él amparándome en la autoridad de ellos. […]  En los Hechos de los Apóstoles leemos quién ocupó el lugar del que entregó a Cristo. Si creo en el Evangelio, necesariamente he de creer en ese libro porque la autoridad católica me encarece igualmente uno y otro escrito.”. [Réplica a la carta de Manés 5.]

Es en la unidad del consenso donde está la firmeza de la doctrina, sostiene Agustín, quién continuamente repite en sus escritos «quien no ama la unidad no ama la verdad«

«Porque las cosas que dicen no son suyas, sino de Dios, el cual ha colocado la doctrina de la verdad en la cátedra de la unidad”. [Carta 105.16. Traducción: Lope Cilleruelo, OSA]

Agustín, entonces, cree en la Primacía de las Escrituras pero dentro del marco de la Tradición y no fuera de ella. Las Escrituras no pueden ser interpretadas por cualquiera, pues es la unidad de la totalidad lo que cuenta, son los Concilios Universales quienes tienen la máxima autoridad en materia de fe. Y por si quedaba alguna duda de que Agustín tenía a la Tradición como compañera inseparable de la Escritura, o mejor dicho, a la Escritura dentro del marco de la Tradición,  leamos esta sorprendente declaración suya:

“Ante todo, quiero que retengas lo que es principal en este debate, a saber: que Nuestro Señor Jesucristo, como El mismo dice en su Evangelio, nos ha sometido a su yugo suave y a su carga ligera. Reunió la sociedad del nuevo pueblo con sacramentos, pocos en número, fáciles de observar, ricos en significación; así el bautismo consagrado en el nombre de la Trinidad, así la comunión de su cuerpo y sangre y cualquiera otro que se contenga en las Escrituras canónicas.

Y aquí remata Agustín:

Todo lo que observamos por tradición, aunque no se halle escrito; todo lo que observa la Iglesia en todo el orbe, se sobreentiende que se guarda por recomendación o precepto de los apóstoles o de los concilios plenarios, cuya autoridad es indiscutible en la Iglesia. [Carta 54.1,2. Traducción: López Cilleruelo, OSA]

Lo que toda la Iglesia desde toda la antigüedad ha sostenido es lo que determina la validez de una doctrina. Las novedades, que no tienen el consenso unánime de los Padres o de los Concilios deben ser desechadas. Es precisamente a esos Padres a los que Agustín se dirige con las siguientes palabras:

  • «una asamblea de santos Padres digna de toda veneración y respeto» [Réplica a Juliano – Libro I.IV.12. ]
  • «¿Te parece irrelevante la autoridad de todos los obispos orientales, centrada en San Gregorio?… jamás los orientales hubieran sentido tanta estima y reverencia por él si no reconociesen en su doctrina la archiconocida regla de la verdad» [Réplica a Juliano – Libro I.V.15,16 ]
  • «Te atreves a oponer estas palabras del santo obispo Juan Crisóstomo a las de tantos y tan insignes colegas suyos y presentarlo como adversario y como miembro disidente de su compañía en la que reina la más perfecta armonía, ¡Dios no lo permita!» [Réplica a Juliano – Libro I.VI.21,22] 
  • • «¿No queda esto bien probado por el testimonio de todos los santos y sabios doctores ya citados? … Padres tan ilustres de la Iglesia». [Réplica a Juliano – Libro I.VII.29]
  • “Todos [los Padres que ha ido mencionando] han brillado en el cielo de la Iglesia por sus escritos, repletos de sana doctrina. Todos, vestidos con coraza espiritual, lucharon aguerridos contra la herejíaAdemás, la asamblea de los santos en la que te he introducido no es una muchedumbre del pueblo, sino de hijos y Padres de la Iglesia. Son del número de aquellos de quienes se dice: En lugar de padres, tendrás hijos; los harás príncipes sobre todo la tierra. Son todos hijos de la Iglesia, de la que aprendieron estas verdades; y se hicieron Padres para enseñarlas.» [Réplica a Juliano – Libro I.VII.30,31 Escritos Antipelagianos 3. BAC]

Agustín afirma la regla que él usaba con los Padres de la Iglesia, y a la que a su vez él se sometía; pues como le gustaba recordar a sus lectores, estaba dispuesto a corregir sus opiniones a la luz de otros más ilustres:

 “Entra, pues, Juan [se refiere al gran Juan Crisóstomo], por favor; toma asiento entre tus hermanos, de los que ningún argumento ni tentación te puede separar. Necesito conocer tu opinión, porque este joven —Juliano— pretende encontrar en tus escritos motivos para vaciar e invalidar la doctrina de tantos y tan insignes colegas en el episcopado. Y, si fuera verdad que ha encontrado en tus discursos algo de lo que pretende haber leído y fuese evidente que participaras de su sentir, permite te diga que jamás puedo anteponer el testimonio de uno solo al de tantos insignes doctores en una cuestión en que la fe cristiana y la fe de la Iglesia jamás han variado. Mas no permita Dios hayas albergado sentimientos contrarios a los de la Iglesia, en la que ocupas sitial preeminente. Haznos oír tu palabra». [Réplica a Juliano – Libro I.VI.23,28

En el estudio de la doctrina nunca se debe anteponer el testimonio de un solo Padre o Doctor al Consenso unánime de toda la Iglesia desde toda la antigüedad.

“Con la ayuda de Dios, confío, ¡oh Juliano!, destruir tus ardides mediante testimonios tomados de los escritos de egregios obispos que con gran competencia han comentado las Sagradas Escrituras. […] Demostraré, pues, que, con perversa intención de perjudicar, acusas de herejes ante los indoctos a los que con gran celo han defendido la doctrina y la fe de la Iglesia católica contra los heterodoxos. Mi objetivo actual es refutar con palabras de estos santos doctores todos los argumentos que aducís… Y no dudo que el pueblo cristiano prefiera adherirse al sentir de estos eximios varones y no a vuestras profanas novedades.” [Réplica a Juliano – Libro II.I.1]

Hemos visto en este estudio que Agustín no era hombre de Sola Scriptura, inseparablemente de ella abrazaba, y se sometía, al consenso unánime de los Padres y Concilios.  Esta autoritativa Tradición la definía como una «ciudadela fortificada», y afirmaba que: «Es una estupenda disciplina esa de recoger con cuidado a los débiles dentro de la ciudadela de la fe».  [Carta 118.32.]

Todos los textos han sido extraídos de sus fuentes primarias, en sus respectivas traducciones al españolArtículo y recopilación de textos: Gabriel Edgardo LLugdarDiarios de Avivamientos – 2018.

Agustín y la Expiación Ilimitada

Expiacion Ilimitada o limitada

La mayoría de estos textos de Agustín surgen de sus controversias con los pelagianos, aunque mucho de la discusión gira en torno a los niños, no debatiremos acerca de ello pues ese no es el tema que hoy estamos tratando. Lo que hoy deseamos saber es cual es la postura de Agustín ante la pregunta: ¿Cristo murió por todos? y en esta lucha contra los pelagianos deja en claro cual es su opinión del tema:

“Me acusas por sostener que «todos los niños del mundo, por los que Cristo murió, son obra del diablo, nacidos marcados y culpables desde el momento de su concepción». No, los niños, en cuanto a su naturaleza, no son obra del diablo; pero, por su astucia, el diablo los hizo, en su origen, culpables. Por eso Cristo, como tú mismo confiesas, murió también por los niños; ellos, como todos, tienen derecho a la sangre derramada por Cristo para perdón de los pecados”. [Agustín. Réplica a Juliano. Libro III.XXV.58. Escritos Antipelagianos 3º. BAC]

“Luego ¿quién osará defender que sin esta regeneración se salvan los niños para siempre, como si Cristo no hubiera muerto por ellos? Porque Cristo murió por los impíos [Romanos 5:6]. Como, por otra parte, es evidente que estas criaturas no han cometido ninguna impiedad con su vida propia, si tampoco tienen ningún vínculo de pecado original, ¿cómo murió por ellos el que murió por los impíos? [Agustín. Consecuencias y Perdón de Los Pecados. Libro I.XVIII.23.]

Comentando Agustín sobre el texto: Si no comiereis mi carne y bebiereis mi sangre, no tendréis vida en vosotros [Juan 6:53] dice:

“Pues si no se atiende a la intención de Cristo, sino a la materialidad de las palabras, podría parecer que éstas sólo iban dirigidas a los presentes, que hablaban con el Señor, pues no dice: El que no comiere, sino: Si no comiereis. ¿Cómo se explica entonces lo que allí mismo les dice hablando del mismo argumento: El pan que yo daré es mi carne para salvación del mundo? [Juan 6:51]. Por estas palabras entendemos que también nos pertenece a nosotros este sacramento, aun cuando no existíamos cuando así hablaba, pues no podemos considerarnos extraños al siglo, por cuya vida derramó Cristo su sangre. Pues ¿quién duda que con el nombre de siglo comprende a los hombres que naciendo vienen a este mundo? A este propósito dice también en otra parte: Los hijos de este mundo engendran y son engendrados. Luego también por la vida de los párvulos se ofreció la carne que fue dada por la vida del siglo; y si no comen la carne del Hijo del hombre, tampoco ellos tendrán vida”.    [Consecuencias y Perdón de los Pecados. Libro I.XX.27]

La venida de Cristo como Médico es necesaria a los enfermos, no a los sanos, porque no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores; en su reino sólo entrará quien hubiere renacido por el agua y el Espíritu, ni fuera de su reino poseerá la salvación y la vida eterna. Pues el que no comiere su carne y el que no cree al Hijo, no tendrá vida, sino la cólera de Dios gravita sobre él. De este pecado, de esta enfermedad, de esta ira de Dios, de la que naturalmente son hijos aun los que no teniendo pecados personales por razón de la edad, sin embargo contraen el de origen, sólo liberta el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo [Juan 1:29]; sólo el Médico, que no vino por los sanos, sino por los enfermos; sólo el Salvador, de quien se dijo al género humano: Os ha nacido hoy el Salvador [Lucas 2:11]; sólo el Redentor, con cuya sangre se borran nuestras deudas.” [Consecuencias y Perdón de los Pecados. Libro I.XXIII.33.]

En el siguiente texto se interpreta el pasaje donde Cristo habla de sus ovejas.  Afirma Agustín que cualquiera puede ser oveja por el bautismo.

Aunque he traído algunos pasajes del evangelio de San Juan, examina también éstos. San Juan Bautista dice de Él: He aquí el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo. Y el mismo Cristo asegura de sí mismo: Los que son de mis ovejas, oyen mi voz; y yo las conozco a ellas y me siguen, y doy la vida por ellas, y no perecerán eternamente [Juan 10:27-28]. Como los niños comienzan a ser ovejas de Cristo por el bautismo, si no lo reciben, perecerán sin duda, porque no tendrán la vida eterna que dará Él a sus ovejas” [Consecuencias y perdón de los pecados, y el bautismo de los niños. I.XXVII.40. Traductor: P. Victorino Capánaga]

¿Implica la expiación ilimitada un universalismo? Agustín no tenía conflicto con ello, el que Cristo haya muerto por todos no significa que todos sin excepción vayan a salvarse; sino solamente aquellos que se amparan en la gracia de Cristo.

“Y esta expresión todos no debe entenderse como si todos los que nacen de la carne del pecado alcanzasen sin excepción la limpieza que obra la carne que lleva la semejanza de la carne de pecado, porque la fe no es de todos. […] No hay, pues, reconciliación sin el perdón de los pecados, por la sola gracia del misericordiosísimo Salvador, por la única víctima del verdaderísimo Sacerdote; y así todos los hijos de Eva, que creyó a la serpiente, hasta ceder a los apetitos corrompidos, no obtienen la liberación del cuerpo de muerte sino por el Hijo de la Virgen, que creyó al ángel para que concibiese virginalmente.”    [Consecuencias y perdón de los pecados, y el bautismo de los niños. I.XXVIII.55,56]

Por último, en su Opúsculo Réplica a Juliano, obra que quedó inacabada por la muerte de Agustín, es más contundente su postura hacia el tema e insta al pelagiano Juliano de Eclana que deje de tergiversar las palabras de Pablo:

«Si, en tu sentir, el Apóstol enseña que los niños no tienen pecado, ¿por qué, en sentencia del Apóstol, están muertos? Porque tú admites también que por ellos murió Cristo: Uno murió por todos; luego todos estábamos muertos; y por todos murió. ¡Oh Juliano!, esto lo dijo el Apóstol, no Agustín; o mejor, el mismo Cristo por boca del Apóstol. ¡Frena tu fanfarronería, inclina ante Dios tu frente!» [Réplica contra Juliano – Obra Inacabada – Libro II.133 Obras Antipelagianas]

Explica, si puedes, el sentido de esta frase: Uno murió por todos, y atrévete a decir que Cristo no murió por todos los muertos; al momento te trituraría el Apóstol y reprimiría tu audaz insolencia con su conclusión lógica: Luego todos estamos muertos. No alabes al Apóstol, no lo interpretes si no quieres oírle decir: Si uno murió por todos, luego todos murieron. Por todos estos pasó el pecado, y en todos murieron se encuentran incluidos los niños, por los que también murió Cristo; por todos murió, pues todos pecaron. Argumenta como quieras, tergiversa a placer las palabras del Apóstol hasta adulterar su sentido; no conseguirás demostrar que los niños están inmunes de la muerte que viene por el pecado; porque no te atreves a negar que por ellos murió Cristo.” [Réplica contra Juliano – obra inacabada- Libro II.175]

8. Gracias a esta acción mediadora, adquiere la reconciliación con Dios la masa entera del género humano, alejada de él por el pecado de Adán. Por Adán entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, quienes pecaron todos en él. ¿Quién podría verse libre de esto? ¿Quién se distinguiría pasando de esta masa de ira a la misericordia? ¿Quién, pues, te distingue? ¿Qué tienes que no hayas recibido? No nos distinguen los méritos, sino la gracia. En efecto, si fueran los merecimientos, sería algo debido; y, si es debido, no es gratuito; y, si no es gratuito, no puede hablarse de gracia. Esto lo dijo el mismo Apóstol: Si procede de la gracia, ya no de las obras; pues, de lo contrario, la gracia dejaría de ser gracia. Gracias a una sola persona, nos salvamos los mayores, los menores, los ancianos, los hombres maduros, los niños, los recién nacidos: todos nos salvamos gracias a uno solo. Uno solo es Dios, y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús. Por un hombre nos vino la muerte, y por otro la resurrección de los muertos. Como en Adán morimos todos, así también en Cristo seremos vivificados todos. 9. Quizá aquí me salga alguien al encuentro, diciéndome: « ¿Cómo todos? ¿También quienes han de ser enviados al fuego, quienes van a ser condenados con el diablo y atormentados en el fuego eterno? ¿Cómo dices una y otra vez que todos?» Porque a nadie le llegó la muerte sino por Adán y a nadie le llega la vida sino por Cristo. Si hubiera habido otro que nos hubiese conducido a la muerte, no todos habríamos muerto en Adán; si hubiese otro por el que pudiésemos llegar a la vida, no todos seríamos vivificados en Cristo.”    [Sermones, 293.8-9]

Artículo y recopilación de textos: Gabriel Edgardo LLugdar Diarios de AvivamientosSerie Patrística – 2018