Cuidado con los judaizantes

Anterior al gnosticismo, al arrianismo y a las demás peligrosas herejías con las cuales tuvo que lidiar el cristianismo, existió una falsa enseñanza que amenazó con romper la unidad de la naciente Iglesia; fue tan fuerte la sacudida que provocó, que incluso importantes líderes se vieron arrastrados por esta perversa enseñanza:

«Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.  Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.»  [Gálatas 2:11-13]

«JUDAIZANTES: Sustantivo que no aparece en las Escrituras, pero sí el verbo «judaizar» (Gálatas 2:14  Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?). Por judaizantes se entiende a los conversos al cristianismo de procedencia judía que querían imponer la circuncisión y la observancia de la Ley de Moisés a los conversos de procedencia gentil, con el argumento de que era necesaria para la salvación. Esta tendencia, tan arraigada como natural en el contexto judío, puso en peligro la novedad y universalidad de la naciente Iglesia cristiana. Tuvo que ser examinada a fondo y combatida, especialmente por el apóstol Pablo. El Concilio de Jerusalén ofreció una declaración terminante respecto a la libertad cristiana (Hch. 15). Pablo, por su parte, presenta una poderosa refutación de la línea judaizante, que quería esclavizar a los cristianos bajo el yugo de la Ley de Moisés, de la que habían quedado libertados, al estar bajo la gracia por la obra redentora de Cristo (Gal. 6:15 Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación.; Col. 3:11 donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos.).» [ROPERO, Alfonso. Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia: Judaizantes]

«Los de Jerusalén subrayaban la vigencia de las promesas de Dios, la alianza (la ley) y la validez del carácter étnico del pueblo receptor de la alianza. Solo es pueblo elegido el pueblo judío porque Dios no ha fallado ni se ha echado atrás (cf. Rom 9,6.14; 11,1) de modo que el pagano solo puede ser heredero de esas promesa incorporándose (mediante la circuncisión) al pueblo elegido; lo mismo se aplica a cualquier creyente en Cristo; su condición de creyente no le exime del cumplimiento de la ley, porque Cristo no iguala a judíos y paganos, sino que exige a los creyentes en Él una mayor radicalidad, ser el verdadero Israel; Cristo, por tanto, no anula la ley y el bautismo no sustituye la circuncisión. Por su parte, los de Antioquía, más que discutir las razones teológicas esgrimidas por los de Jerusalén, parece que apelaron a los resultados de su misión a los paganos (cf. Hch 15,7-12). Así, mostraron que Dios no hace favoritismos con los judíos puesto que suscita la fe mediante el anuncio del evangelio (cf. Rom 10,14-17); que la fuerza de este anuncio provoca la fe en Cristo independientemente de la condición étnica o legal del creyente; que el Espíritu de Dios demuestra actuar con libertad más allá de sus propias expectativas (cf. Hch 10,44-48); que el mismo Cristo es un ejemplo de que la ley ya no tiene plena vigencia puesto que declara maldito (cf.Dt 21,22-23; Gal 3,13) al mismo Crucificado, luego ha sido ya superada por el acontecimiento de la cruz que es una llamada universal.» [AGUIRRE, Rafael. Así empezó el cristianismo, ed. Verbo Divino, p. 150]

“Después de las vivas discusiones que debieron tener lugar, Jacobo dio la decisión final y definitiva de parte de Dios, de que los creyentes procedentes de la gentilidad quedaban exentos totalmente de la Ley. Solamente debían guardar aquellos preceptos referidos a la idolatría, a la ingesta de sangre y a la fornicación (Hch. 15:20, 28). Fuera de estas cosas «necesarias», los creyentes de la gentilidad quedaban libres de todas las cargas en la libertad de Cristo.” [ROPERO, Alfonso. Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia: Concilio de Jerusalén]

Si bien el llamado “Concilio de Jerusalén” asestó un duro golpe a las aspiraciones de los judaizantes no supuso la extinción total de esta herejía; durante los siglos posteriores, de forma intermitente, siguió perturbando la paz de la Iglesia. Pablo nos asegura que después de la asamblea, o concilio de Jerusalén, tuvo un duro cruce con Pedro y Bernabé por este tema (leer el capítulo 2 de Gálatas).  

Veamos ahora qué opinaban los Padres de la Iglesia (grandes pastores, obispos, teólogos y apologistas de la joven Iglesia) acerca de los cristianos gentiles que miraban hacia el judaísmo y la Ley:

 «Como veo, muy excelente Diogneto, que tienes gran interés en comprender la religión de los cristianos, y que tus preguntas respecto a los mismos son hechas de modo preciso y cuidadoso, sobre el Dios en quien confían y cómo le adoran, y que no tienen en consideración el mundo y desprecian la muerte, y no hacen el menor caso de los que son tenidos por dioses por los griegos, ni observan la superstición de los judíos…». [Carta a Diogneto 1. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

“Pero, además, sus escrúpulos con respecto a las carnes, y su superstición con referencia al sábado y la vanidad de su circuncisión y el disimulo de sus ayunos y lunas nuevas, yo [no] creo que sea necesario que tú aprendas a través de mí que son ridículas e indignas de consideración alguna. Porque, ¿no es impío el aceptar algunas de las cosas creadas por Dios para el uso del hombre como bien creadas, pero rehusar otras como inútiles y superfluas? Y, además, el mentir contra Dios, como si Él nos prohibiera hacer ningún bien en el día de sábado, ¿no es esto blasfemo? Además, el alabarse de la mutilación de la carne como una muestra de elección, como si por esta razón fueran particularmente amados por Dios, ¿no es esto ridículo? Y en cuanto a observar las estrellas y la luna, y guardar la observancia de meses y de días, y distinguir la ordenación de Dios y los cambios de las estaciones según sus propios impulsos, haciendo algunas festivas y otras períodos de luto y lamentación, ¿quién podría considerar esto como una exhibición de piedad y no mucho más de necedad? El que los cristianos tengan razón, por tanto, manteniéndose al margen de la insensatez y error común de los judíos, y de su excesiva meticulosidad y orgullo, considero que es algo en que ya estás suficientemente instruido; pero, en lo que respecta al misterio de su propia religión, no espero que puedas ser instruido por ningún hombre.”     [Carta a Diogneto 4. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

«Mas como venimos diciendo que nuestra religión está cimentada sobre los antiquísimos documentos escritos de los judíos, cuando es generalmente sabido, y nosotros mismos lo reconocemos, es casi nueva, pues que data del tiempo de Tiberio. Quizá se quiera por ese motivo discutir su situación, y se dirá que cómo a la sombra de religión tan insigne, y ciertamente autorizada por la ley, nuestra religión rescata ideas nuevas, a ella propias, y sobre todo que, independientemente de la edad, no estamos conformes con los judíos en cuanto a la abstinencia de ciertos alimentos, ni en cuanto a los días festivos, ni en cuanto al signo físico que los distingue [la circuncisión], ni en cuanto a la comunicación del nombre, lo que convendría ciertamente si fuésemos servidores del mismo Dios. Pero el vulgo mismo conoce a Cristo, ciertamente como a un hombre ordinario, tal cual los judíos le juzgaron, con lo que se nos tomará más fácilmente por adoradores de un simple hombre. Mas no por eso nos avergonzamos de Cristo, teniendo por honra el llevar su nombre y ser condenados por causa de Él, sin que por eso tengamos de Dios distinto concepto que los judíos.» [TERTULIANO, Apología contra los gentiles 21.1-3 (Apologeticum). Ropero, Alfonso. Lo Mejor de Tertuliano, ed. Clie]

«¿No ven que los elementos jamás descansan ni guardan el sábado? Permanecen tal como nacieron. Porque si antes de Abrahán no había necesidad de la circuncisión, ni antes de Moisés del sábado, de las fiestas ni de las ofrendas, tampoco la hay ahora después de la venida de Jesucristo, Hijo de Dios, nacido según la voluntad de Dios de María, la Virgen del linaje de Abrahán. Porque, en efecto, el mismo Abrahán, estando todavía incircunciso, fue justificado y bendecido por su fe en Dios, como lo significa la Escritura; la circuncisión, empero, la recibió como un signo, no como justificación, según la misma Escritura y la realidad de las cosas nos obligan a confesar. […] Las naciones, en cambio, que han creído en Él y se han arrepentido de los pecados que han cometido, heredarán con los patriarcas, los profetas y con todos los justos todos de la descendencia de Jacob; y aun cuando no observen el sábado ni se circunciden ni guarden las fiestas, absolutamente heredarán la herencia santa de Dios.» [JUSTINO, Mártir.  Diálogo con el judío Trifón 23, 26. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de Justino, ed. Clie]

«No os dejéis seducir por doctrinas extrañas ni por fábulas anticuadas que son sin provecho. Porque si incluso en el día de hoy vivimos según la manera del judaísmo, confesamos que no hemos recibido la gracia; porque los profetas divinos vivían según Cristo Jesús… Así pues, si los que habían andado en prácticas antiguas alcanzaron una nueva esperanza, sin observar ya los sábados, sino moldeando sus vidas según el día del Señor, en el cual nuestra vida ha brotado por medio de Él y por medio de su muerte que algunos niegan –un misterio por el cual nosotros obtuvimos la fe, y por esta causa resistimos con paciencia, para que podamos ser hallados discípulos de Jesucristo, nuestro solo maestro–» [IGNACIO de Antioquía, Carta a los Magnesios. 8, 9. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

«Por esto, siendo así que hemos pasado a ser sus discípulos, aprendamos a vivir como conviene al cristianismo. Porque todo el que es llamado según un nombre diferente de éste, no es de Dios. Poned pues a un lado la levadura vieja que se había corrompido y agriado, y echad mano de la nueva levadura, que es Jesucristo. Sed salados en Él, que ninguno de vosotros se pudra, puesto que seréis probados en vuestro sabor. ES ABSURDO HABLAR DE JESUCRISTO Y AL MISMO TIEMPO PRACTICAR EL JUDAÍSMO. Porque el cristianismo no creyó en el judaísmo, sino el judaísmo en el cristianismo, en el cual toda lengua que creyó fue reunida a Dios.»    [IGNACIO de Antioquía, Carta a los Magnesios 10. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

«Pero si alguno propone el judaísmo entre vosotros no le escuchéis, porque es mejor escuchar el cristianismo de uno que es circuncidado que escuchar el judaísmo de uno que es incircunciso. Pero si tanto el uno como el otro no os hablan de Jesucristo, yo los tengo como lápidas de cementerio y tumbas de muertos, en las cuales están escritos sólo los nombres de los hombres.  Evitad, pues, las artes malvadas y las intrigas del príncipe de este mundo, no suceda que seáis destruidos con sus ardides y os debilitéis en vuestro amor. Sino congregaos en asamblea con un corazón indiviso.» [IGNACIO de Antioquía, Carta a los Filadelfios 6. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, ed. Clie]

En las últimas décadas, la expansión de la escatología dispensacionalista ha abierto un poco la puerta al resurgir de los judaizantes. Afirmar que Israel (el Estado o nación de Israel) es el “pueblo elegido”, o que Israel es “el reloj profético de Dios” ayuda a aumentar la confusión sobre el tema.

¿Quién es el pueblo elegido: Israel o la Iglesia? ¿Tiene Cristo dos pueblos, o dos novias? ¿Somos elegidos por nuestra sangre (nacer judíos o descendiente de judíos) o por la sangre de Cristo?  Si yo afirmo que el judío, o el Estado de Israel es el pueblo elegido, estoy afirmando que son especiales por sobre el resto; eso me llevaría a pensar que los palestinos y los israelitas no son iguales ante los ojos de Dios; por lo tanto en un enfrentamiento armado entre ellos Dios debería de estar a favor de los judíos y en contra de los palestinos. Es suficiente asomarse a alguna página pro-judía para ver cómo multitud de evangélicos alaban al ejército militar de Israel, ¡cómo se emocionan cuando presentan algún armamento o tecnología de guerra de avanzada! (como si Dios bendijese a los tanques, las balas y las bombas que destruyen las vidas que Él creó y que desea que se arrepientan y sean salvos). “¡Dios bendice al ejército de Israel!” gritan emocionados muchos evangélicos. Al parecer Dios lucha con el ejército israelita mientras miles de cristianos mueren como mártires, o son perseguidos ferozmente, y Dios no hace nada. ¿De verdad esto es así? Respóndanme esto: si un soldado judío muere en combate, ¿a dónde va?, ¿se va al cielo por el solo hecho de ser judío, aunque haya vivido sin creer en Cristo? Les anticipo la respuesta, y es no. La realidad es que el soldado judío que muere en combate va al mismo lugar que el soldado palestino que muere también; pues nadie se salva por ser judío o se pierde por el hecho de no serlo; si no creen en Cristo ambos tendrán el mismo final.

«Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?  Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.» [Lucas 13:2-5]

Nadie se salva sin arrepentimiento, no importa si su sangre es judía o árabe; si no está lavado por la sangre de Cristo no es un elegido. Más allá de que afirmar que Dios hoy bendice al ejército del Israel, o que lucha con Israel (el Estado de Israel), o que bendice sus armas (o las de cualquier ejército), no es solo una ignorancia teológica, sino una perversidad impropia de seguidores de Cristo que aún no han comprendido las palabras “de tal manera amó Dios al mundo” (Juan 3:16-17)

Sin fe en Cristo no hay salvación:

Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado”. [Gálatas 2:15-16]

¿Qué está afirmando aquí el apóstol Pablo? Que los judíos de nacimiento para ser justificados deben creer en Cristo; nadie forma parte del pueblo elegido, o pueblo de Dios, si no es mediante la fe en Cristo. El pueblo elegido es el pueblo de los justificados, no un pueblo incrédulo.

 «pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa [Gálatas 3:26-29]

Si alguien enseña que Dios hace diferencia entre un judío y un gentil que también enseñe que Dios hace acepción de personas entre hombre y mujer; pero el texto bíblico que acabamos de leer niega ambas cosas. ¿Pero, entonces los judíos no son el pueblo elegido? Dios eligió formar al pueblo de Israel para que por medio de ellos viniese el Mesías y todas las demás naciones fuesen bendecidas igualmente.

«Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones.»  [Gálatas 3:8]

«A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.  Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.»  [Juan 1:11-12]

¿Qué beneficio tiene el judío?

«¿Qué ventaja tiene, pues, el judío?, ¿o de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios.»  [Romanos 3:1-2]

«Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas;  de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.»  [Romanos 9:1-5]

Pablo menciona los beneficios que tiene el judío, pero todo eso hasta la venida en carne de Cristo. ¿Y ahora?

«Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús… ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles.  Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión.»   [Rom 3:21-24,27-30]

Hoy, el judío no tiene más beneficio que el gentil, lo dice Pablo, no puede haber jactancia porque el Dios de los judíos y el de los gentiles es el mismo, es uno; y uno su pueblo elegido. No puede haber dos pueblos elegidos porque no hay dos formas de ser justificados; no existe una justificación especial para los judíos y otra para los gentiles. La única forma de ser justificados es mediante la fe en Cristo, tanto para uno como otro.

«Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.» [Romanos 10:12-13]

¿Y qué pasa con los israelitas?

«Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín… ¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos.»  [Romanos 11:1,7]

¿Quiénes son los escogidos de Israel? Los que creen. ¿Y quiénes los rechazados? Los que se niegan a creer. Lo aclara Pablo más adelante

«Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.  Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar.»  [Romanos 11:19-23]

No hay dos pueblos elegidos porque solo hay un olivo, en ese único olivo coexisten simultáneamente ramas naturales (los judíos que creen en Cristo) y ramas injertadas (los gentiles que creen en Cristo).

  «Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti.»   [Romanos 11:17-18]

Dios no ha olvidado su misericordia para con los israelitas, en nuestras congregaciones hay muchos descendientes de judíos que se confiesan cristianos y lo son verdaderamente; y así ha sido a través de los siglos, la Iglesia (el único pueblo elegido) es ese olivo que tiene raíces, tronco y ramas naturales (judíos elegidos mediante la fe en Cristo) y ramas injertadas (gentiles elegidos mediante la fe en Cristo) y ambos conviviendo en armonía.

 «Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz,  y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca;porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.»   [Efesios 2:11-22]

Hay un solo pueblo, un solo cuerpo, un solo Espíritu, un solo fundamento, una sola piedra principal, un solo edificio, un solo templo. El apóstol Pablo es muy claro, no hay dos pueblos elegidos; la Iglesia es el único cuerpo de Cristo y la única Novia. Y es también la Iglesia el único “reloj de Dios”.

«Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles.»  [Romanos 11:25] 

Por más de 35 años he escuchado a los judaizantes afirmar que el Estado de Israel es el reloj de Dios, el que marca los tiempos de Dios; y ante cada conflicto que la nación de Israel ha tenido con sus vecinos han aprovechado la ocasión para anunciar la inminente venida de Cristo, del anticristo, de la gran tribulación, etc. Claro que luego han ido cambiando el libreto cuando todo se calmaba y se retornaba a la tranquilidad. Los judaizantes son vendedores de humo en conferencias y congresos, donde cada luna de sangre es una señal inminente del rapto; eso sí, aunque el rapto sea inminente no se olvidan de vender sus libros y de cobrar en dólares sus disertaciones. Pero Pablo nos dice que lo que realmente marca los tiempos es que «haya entrado la plenitud de los gentiles», luego Dios se ocupará de Israel «y luego todo Israel será salvo» [Romanos 11:26]

Hay mucha variedad dentro de los grupos judaizantes, y no todos enseñan lo mismo. En muchas de nuestras congregaciones vemos un aumento de la simbología judía: banderas del Estado de Israel, danzas hebreas, shofares, mantos hebreos, etc., algunos inofensivos, otros fuera de lugar; porque al fin y al cabo nosotros somos creyentes de entre los gentiles y no tenemos por qué adoptar costumbres ajenas; pero estas cosas no son propiamente “judaizar” aunque bien haríamos en no sumarnos a estas modas que nada tienen que ver con la esencia de la Iglesia.  No olvidemos que son los judíos los que deben convertirse en parte de la Iglesia, y no la Iglesia convertirse al judaísmo. 

Los judaizantes se infiltran sutilmente al principio, comienzan rechazando toda terminología grecolatina, prohibiendo usar términos como Jesús, Cristo, iglesia, Dios, etc., por considerarlos corruptos o paganos. Si no dices en tu oración Yeshúa,  Elohim, Masiaj, Ruaj HaKodesh, Baruj Adonai… no pienses en ser escuchado por el Altísimo; básicamente, si no pronuncias correctamente el nombre del Señor Él no se da por enterado de que le estás hablando. Cuando hayan logrado hacerte hablar en esa mezcla ridícula de hebreo y español, y te hagan creer que eres más espiritual por ello, irán a por más. A continuación te dirán que el dogma de la Trinidad es un invento católico (no todos los judaizantes son anti-trinitarios, dentro del pentecostalismo hay judaizantes trinitarios). Otros irán más lejos aún, te obligarán a guardar el Sabbat, te hablarán de la Torá, de la Ley, de guardar las costumbres judías y las fiestas del Antiguo testamento; luego te prohibirán comer  alimentos “impuros”, y finalmente te convencerán de que si te circuncidas serás un verdadero israelita heredero de la bendición de Abraham. ¿Crees que estoy exagerando? Muchos ya han sido atrapados por estos sectarios judaizantes, no te olvides que Pablo luchó ferozmente contra ellos porque sabía el peligro que acarreaban; ni siquiera los llamó “hermanos”:

«y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros.»  [Gálatas 2:4-5]

En teoría el judaizante no niega que la justificación es por la fe en Cristo, pero en la práctica busca justificarse por el cumplimiento de la Ley; una Ley que fue dada temporalmente

«Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa»  [Gálatas 3:19]

«Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas»  [Romanos 3:21] 

«De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo»  [Gálatas 3:24-25] 

La Ley mosaica fue un tutor, un siervo, un pedagogo, un instructor que condujo hasta Cristo, pero una vez en Cristo ya no estamos guiados por ella. Lo absurdo del judaizante es que prefiere al tutor y no a Cristo, se queda con lo caduco, con lo que ya cumplió su función y no tiene más utilidad.

«Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia»   [Romanos 6:14] 

«Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.»   [Romanos 7:6] 

«Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.»  [Hebreos 8:13] 

Los que estamos en Cristo no estamos bajo la Ley de Moisés, pero tampoco estamos sin ley porque estamos bajo la Ley de Cristo.

«Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley.»  [1Co 9:20] 

El judaizante pretende resucitar la Ley porque (en la práctica) le parece insuficiente la resurrección de Cristo; quiere subir al Sinaí para cumplir la Ley dada allí porque le parece poco la Ley dada en el Sermón del Monte, claro, en el Sermón de Mateo 5-7 no hay lugar para el mérito propio; y después de todo es más fácil no comer cerdo que poner la otra mejilla y amar a los enemigos.  El judaizante no puede comprender que el fin, la meta, el cumplimiento, la culminación de la Ley es Cristo

«Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree.»    [Romanos 10:1-4] 

Cristo es el cumplimiento de la Ley, por lo tanto, el que permanece en Cristo ha cumplido cabalmente la Ley. No estamos en Cristo porque cumplimos la Ley, sino que cumplimos la Ley al estar en Cristo.

«Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.  He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído.»  [Gálatas 5:1-4]

El judaizante es un apóstata que ha caído de la Gracia; es un sepulcro cuya hermosa lápida son las tablas de la Ley, pero debajo de ella hay huesos secos, arrogancia y autojustificación. Es un falso maestro que te dirá que la Iglesia en general está equivocada, pero él tiene la verdad; te dirá que tu Biblia está mal traducida, pero él sabe la verdadera traducción. Te dirá que él conoce el verdadero nombre de Elohim mientras que tú invocas un nombre errado. Te empezará hablando del Mesías pero terminará en Moisés (cuando el camino correcto es al revés); te sacará de los pies de la Cruz y te llevará al Sinaí. Te hará creer que eres más espiritual porque guardas los días y las fiestas, y porque no comes esto o aquello; te hará creer que la vida no está en comer la carne y la sangre de Cristo en la Santa Cena o Eucaristía, sino que la vida está en no comer cerdo o ciertos peces y mariscos. Habiendo comenzado por el Espíritu terminarás por la carne, te desligarás de Cristo para atarte a la Ley, y abandonarás al Amo para irte con el sirviente. Ten en cuenta que si emprendes ese camino será muy difícil que luego vuelvas atrás, pues pasar de la Ley a Cristo trae vida, pero pasar de Cristo a la Ley significa muerte.

 «ES ABSURDO HABLAR DE JESUCRISTO Y AL MISMO TIEMPO PRACTICAR EL JUDAÍSMO» Ignacio, obispo de Antioquía y mártir.

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de la Iglesia – Diarios de Avivamientos – 2022, con la colaboración de Consensus Patrum en la recopilación de textos patrísticos.

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La Trinidad, ¿un invento católico?

¿Que la palabra Trinidad no figure en la Biblia es un argumento válido de refutación?  Pensemos en el término «Biblia», que tampoco aparece en la Biblia como dogma definido, es decir, no existe dentro de las Escrituras un listado hecho por el señor Jesús, o sus apóstoles, donde determine qué libros deben ser considerados como escritura divina, o qué libros deben componer lo que llamamos Biblia. No fueron el señor Jesús ni los apóstoles los que nos dejaron una definición exacta de «Biblia»; fue la Iglesia la que determinó qué libros debían considerarse inspirados y cuáles no, y este proceso duró un largo tiempo. Encontramos expresiones como «toda la Escritura es inspirada por Dios», pero no se nos dice concretamente qué abarca esa «toda la Escritura». Para la Iglesia primitiva los deuterocanónicos eran Escritura (se encontraban en la versión de los Setenta y fueron conocidos y usados por los apóstoles y discípulos de Cristo), sin embargo, después de Lutero dejaron de considerarse «Escritura», y hoy la mayoría de los evangélicos ni siquiera los han leído.

Lo que para Agustín (y para la Iglesia de su época) significaba Biblia, no tiene el mismo significado para muchos hoy en día: 

“El canon completo de las Sagradas Escrituras, sobre el que ha de versar nuestra consideración, se contiene en los libros siguientes: Los cinco de Moisés… los libros de Job, de Tobías, de Ester y de Judit y los dos libros de los Macabeos, y los dos de Esdras… Siguen los profetas, entre los cuales se encuentra un libro de Salmos de David; tres de Salomón: los Proverbios, el Cantar de los cantares y el Eclesiastés; los otros dos libros, de los cuales uno es la Sabiduría y el otro el Eclesiástico, se dicen de Salomón por cierta semejanza, pero comúnmente se asegura que los escribió Jesús hijo de Sirach, y como merecieron ser recibidos en la autoridad canónica, deben contarse entre los proféticos.[Agustín. De la Doctrina Cristiana. Libro II.VIII.13]

  Otro ejemplo, en lo que llamamos «evangelio según san Mateo» no encontramos una referencia «bíblica» de que verdaderamente lo escribió el apóstol Mateo. Fue la tradición de la Iglesia y no la Biblia misma la que afirmó que ese escrito pertenece a Mateo, y que debe ser parte de la Biblia; y todos lo aceptamos como válido ¿o hay alguno que se atreva a afirmar que la Biblia es un invento católico? Porque la Iglesia, como cuerpo vivo de Cristo y bajo la guía e iluminación del Espíritu Santo, ha ido desarrollando, definiendo y validando los dogmas de fe ortodoxos y ha ido extirpando (a veces tras largas luchas) las herejías o dogmas heterodoxos. Más allá de la palabra misma Trinidad, que es fruto de la Tradición y no de la Biblia, el concepto cristiano de Trinidad se desarrolló desde el comienzo mismo de la Iglesia, y fue clarificándose con el tiempo; fue puesto a prueba y combatido, y prevaleció; primeramente, hasta ser parte del unanimis consensus patrum (el consenso de los llamados Padres de la Iglesia), y, finalmente, del consenso unánime de la Iglesia (lo que toda la iglesia creyó, en todo lugar y en todo tiempo). 

“En los autores que precedieron a Ireneo encontramos alusiones bien a un testamento, bien a otro; bien a una carta de Pablo, bien a la primera carta de Pedro. En Ireneo de Lyon, sin embargo, hallamos al primer maestro cristiano que toma como referencia un Nuevo Testamento muy parecido al que conocemos nosotros. Él es también el primer autor cristiano que nos explica por qué aceptar determinados libros y otros no. Y es, por último, el primer Padre que, cuando habla de la «Escritura», al menos la mitad de las veces está aludiendo a los libros tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Los nombres de los autores de cada uno de los evangelios no aparecen incluidos en el texto original. Es Ireneo quien identifica los cuatro evangelios legítimos y nos dice quiénes los escribieron: «Mateo, (que predicó) a los Hebreos en su propia lengua, también puso por escrito el Evangelio, cuando Pedro y Pablo evangelizaban y fundaban la Iglesia. Una vez que estos murieron, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, también nos transmitió por escrito la predicación de Pedro. Igualmente Lucas, seguidor de Pablo, consignó en un libro «el Evangelio que este predicaba». Por fin Juan, el discípulo del Señor que se había recostado sobre su pecho, redactó el Evangelio cuando residía en Éfeso» (IRENEO, Contra los herejes III, 1.1.)”. [D’AMBROSIO, Marcellino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres. Ediciones Palabra, p. 61-62]

 “La Trinidad como palabra o como dogma en sí no aparece en la Biblia ni en el magisterio universal de la Iglesia cristiana. Pero en el centro de la Biblia y de la misma Iglesia se encuentra el Padre Dios, el Hijo Jesús y el Espíritu Santo, en su unión y diferencias. Ellos constituyen lo que, con palabra imperfecta, pero quizá imprescindible, llamamos Trinidad, para confesar por ella que el Dios de los hombres es dinamismo de vida y comunión de amor. […] Jesús no predicó la Trinidad, pero abrió el camino que conduce al Padre y nos legó su Espíritu. Tampoco argumentaron sobre ella los cristianos más antiguos (ni Pedro, ni Pablo, ni los evangelios, ni siquiera los llamados Padres apostólicos), pero todos hablaron sin cesar del Padre, del Hijo-Jesús y del Espíritu. Sólo a finales del siglo II y a principios del III algunos teólogos audaces empezaron a hablar de una Trinidad o Tríada divina y descubrieron que ese nombre era cómodo para referirse al mismo tiempo al Padre, a Jesús y al Espíritu, de manera que  empezaron a emplearlo con cierta generosidad. Pero los grandes credos no lo utilizaron, ni el llamado símbolo apostólico, ni el de Nicea-Constantinopla, que siguen siendo oficiales en la Iglesia; todos ellos hablan solo del Padre-Dios, del Hijo-Jesús y del Espíritu Santo.” [PIKAZA, Xavier. Enquiridion Trinitatis, textos básicos sobre el Dios de los cristianos, p. 9-10]

Otro argumento usado por los que niegan la Trinidad es el de la semejanza de este dogma con algunas creencias que se encuentran en religiones paganas o en leyendas mitológicas. Pero recordemos que también usan este argumento los que descalifican al cristianismo tachándolo de un cóctel de creencias egipcias, mesopotámicas, grecolatinas, etc. Relatos de creación, ángeles, querubines, paraíso, diluvio, hijo de dios, resurrección, milagros, profecías, etc., también se encuentran en religiones anteriores o contemporáneas al cristianismo primitivo; ¿y acaso eso será motivo para dejar de creer en todos estos dogmas cristianos? Dios se reveló al hombre en el Edén, pero cuando el hombre se apartó de Dios y fue expulsado del paraíso no perdió por completo esa revelación, simplemente la desfiguró. Así como la imagen de Dios en el hombre fue desfigurada por el pecado, también la revelación de Dios se desfiguró en mitos, leyendas, y cientos de religiones que se expandieron por toda la tierra; pero así como todos los hombres se remontan a Adán y Eva, así también todas las religiones se remontan a la revelación inicial. Tanto la imagen divina del hombre como su percepción espiritual son deformadas por el pecado, y en casi nada se parecen al original, pero siempre habrá detrás de una copia, o de una deformación, un original válido. ¿Los querubines de la Biblia son una copia de la mitología asiria y babilónica, o la mitología mesopotámica es una deformación de aquella revelación que el hombre recibió en el Edén, donde, por cierto, Dios colocó querubines para impedir que el hombre caído comiera del árbol de la vida? ¿La Trinidad es una copia católica de las mitologías paganas, o las mitologías son una deformación de la verdadera Trinidad?

“Dentro de un politeísmo naturalista, donde la hierofanía o revelación básica de lo divino es el despliegue sagrado de la vida, ha surgido en muy diversos lugares una especie de Trinidad o tríada familiar, formada por el Dios Padre del cielo, la Diosa Madre de la tierra y el Dios Hijo, que nace de los dos y expresa en general la victoria de la vida sobre la muerte. Quizá donde más fuerza ha tomado este modelo es el oriente mediterráneo, con la tríada cananea (Ilu-Alá, Ashera, Baal) y la egipcia (Osiris, Isis, Horus), que tanto influjo ha tenido en las formulaciones filosóficas del platonismo y de la misma teología cristiana. Es evidente que estos dioses no son de verdad trascendentes ni son personas, en el sentido estricto del término, pero pueden ayudarnos a situar el tema trinitario. Podemos aludir también a un triadismo funcional intradivino, representado de manera ejemplar por la Trimurti de algunas tradiciones hindúes. Así suele hablarse de Brahma, entendido como espíritu universal o fondo divino de toda realidad, especialmente de aquello que define la existencia humana, al que se añaden dos grandes signos divinos o dioses, que reciben ya una forma más personalizada: Vishnú es la fuerza del amor y de la vida creadora; Shiva es el misterio de la muerte donde todo se disuelve para renacer de nuevo. Esos tres (Brahma, Vishnú y Shiva) son formas del ser divino, pero estrictamente hablando no se pueden llamar personas… […] Algunos estudiosos han hablado también de una Trinidad filosófica expresada de múltiples maneras en las tradiciones de occidente. La más conocida es la del neoplatonismo que tiene diversas variantes. Algunos se refieren al Dios-Artífice como causa activa, a la Materia-Preexistente como causa receptiva y al Mundo divino (o las ideas) que brotan de la unión de los momentos anteriores. Otros hablan del Uno como Dios fundante, de la Sophia o Logos, que expresa el sentido más profundo de ese Dios en perspectiva de idea creadora, y del Alma sagrada del mundo. En el fondo de este esquema hallamos la certeza de que la realidad es originalmente un proceso donde todo se encuentra sustentado y vinculado, como vida que se expresa y despliega a sí misma en tres momentos. Hay ciertamente un esquema triádico, no existe Trinidad de personas. […] Esos modelos son significativos, pero no están directamente en el principio de la confesión cristiana, que se identifica con la revelación de Dios en Jesús y con la experiencia del Espíritu Santo. […] Esta experiencia trinitaria de la Iglesia, aunque preparada y dispuesta desde siempre, constituye una verdadera novedad. No ha sido un cambio que se va realizando poco a poco, ni es una pequeña variación en el esquema anterior del judaísmo. Ella es como una verdadera mutación. En un momento dado, iluminados por el recuerdo del Jesús histórico y por la presencia de su Espíritu, los cristianos se han descubierto inmersos dentro de un universo simbólico propio y, sin quererlo expresamente, sin fundarse en esquemas conceptuales preconcebidos, han sentido la necesidad  y el gozo de expresar su más honda experiencia de una forma trinitaria. Por eso, la Trinidad de la que queremos hablar en este libro no es una tríada sacral, más o menos conocida en diversas religiones. Tampoco es un esquema o modelo ternario de tipo filosófico, que de formas distintas se ha venido extendiendo en la cultura occidental desde Platón basto Hegel, por citar dos nombres clave de la metafísica. La Trinidad de la que hablamos constituye un «misterio de fe», es objeto y tema de una experiencia creyente, que se ha manifestado de un modo especial entre los cristianos.” [PIKAZA, Xavier. Enquiridion Trinitatis, textos básicos sobre el Dios de los cristianos, p. 21-24]

Otro de los argumentos esgrimidos por los que niegan el dogma de la  Trinidad es que el pasaje de Mateo 28,18-19 fue adulterado por la Iglesia Católica, y que la iglesia primitiva bautizaba en el nombre de Jesús solo. Veamos si esto es verdad.

La Trinidad en la fórmula bautismal de la Iglesia primitiva:

“La Didaché es un manual de la iglesia del cristianismo primero, también llamada Doctrina de los apóstoles o Doctrina del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles. […] La fecha de composición va de alrededor del año 70 a los años 96-98, siempre anterior al siglo II.” [ROPERO, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos. Editorial Clie, p. 29,30]

Veamos que dice este extraordinario y muy antiguo documento:

“1. Con respecto al bautismo, bautizaréis de esta manera. Habiendo primero repetido todas estas cosas, os bautizaréis en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo en agua viva (corriente). 2. Pero si no tienes agua corriente, entonces bautízate en otra agua; y si no puedes en agua fría, entonces hazlo en agua caliente. 3. Pero si no tienes ni una ni otra, entonces derrama agua sobre la cabeza tres veces en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”  [Didaché 7.1-3]

Leamos ahora a otro de los más antiguos escritores apologistas, a Justino mártir (100-165 d.C.), que nos describe cómo se bautizaba en la Iglesia:

“3. Luego los conducimos al sitio donde hay agua, y por el mismo modo de regeneración con que nosotros fuimos también regenerados, son regenerados ellos, pues en el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo, toman entonces un baño en esa agua. 10. […] para obtener el perdón de nuestros anteriores pecados, se pronuncia en el agua sobre el que ha elegido regenerarse, y se arrepiente de sus pecados, el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y este solo nombre se invoca por aquellos que conducen al baño a quien ha de ser lavado. 11. Porque nadie es capaz de poner nombre al Dios inefable; y si alguno se atreviera a decir que ese nombre existe, sufriría la más incurable locura. 12. Este baño se llama iluminación para dar a entender que son iluminados los que aprenden estas cosas. 13. El que es iluminado es lavado también en el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo, que por los profetas nos anunció de antemano todo lo referente a Jesús.” [JUSTINO, Mártir. Apología I.61.3,10-13. Traducción Abadía los Toldos, Obras de los Padres de la Iglesia, 13]

Aquí tenemos otros testimonios antiguos

«Que baje al agua y el que le bautiza le imponga la mano sobre la cabeza diciendo: ‘¿Crees en Dios Padre todopoderoso?’. Y el que es bautizado responda: ‘Creo’. Que le bautice entonces una vez teniendo la mano puesta sobre la cabeza. Que después de esto diga: ‘¿Crees en Jesucristo, el Hijo de Dios, que nació por el Espíritu Santo de la Virgen María, que fue crucificado en los días de Poncio Pilato, murió y fue sepultado, resucitó al tercer día vivo de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos?’. Y cuando él haya dicho: ‘Creo’, que le bautice por segunda vez. Que diga otra vez: ‘¿Crees en el Espíritu Santo y en la santa Iglesia y en la resurrección de la carne?’. Que el que es bautizado diga: ‘Creo’. Y que le bautice por tercera vez. Después de esto cuando sube del agua, que sea ungido por un presbítero con el óleo que ha sido santificado, diciendo: ‘Yo te unjo con el óleo santo en el nombre de Jesucristo’. Y luego cada cual se seca con una toalla y se ponen sus vestidos, y, hecho esto, que entren en la iglesia»” [Hipólito Romano, Traditio Apostostolica, 10. (redactada 215 d.C) Cit. RAMOS-LISSON, D. Patrología, p.206-207]

“Y lo mismo acontece también en tu carne, pues el bautismo se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y por esta razón Juan decía, al enseñarnos que no nos bautiza un hombre, sino Dios: Detrás de mí llega el que es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia: Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Y también por la misma razón el sacerdote, al bautizar, no dice: “Yo bautizo a Fulano”, sino: Fulano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, dando así a entender que no es él quien bautiza, sino el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, cuyos nombres se invocan.”   [Juan Crisóstomo. Las Catequesis Bautismales. Ed. Ciudad Nueva. Cuarta Catequesis 3]

Queda claro por el testimonio de los primeros cristianos que el bautismo en nombre de las tres Personas divinas no es un invento ni del catolicismo romano ni de Constantino, sino la práctica más antigua de la Iglesia.

Veamos ahora el concepto de Trinidad en los Padres de la Iglesia, obispos, predicadores, apologetas y teólogos de la iglesia primitiva.

Teófilo de Antioquía, fue el sexto obispo de Antioquía de Siria (Segunda mitad del S. II). Es el primero en escribir sobre la “tríada” en relación a Dios. Teófilo usa continuamente el término «monarquía» pero no, como pretenden los unicitarios, para afirmar que Dios es una sola persona. Los tres libros Ad Autolycum constituyen una apología de la fe cristiana fundada en un único Dios frente a la pluralidad de dioses paganos. El destinatario de esta apología: Autólico, es un idólatra que tiene dudas acerca del Dios cristiano, y Teófilo le escribe haciéndole notar la diferencia que existe entre la ridícula multitud de dioses griegos (que se contradicen y pelean entre sí por el poder) y el único Dios verdadero (único soberano, rey, monarca absoluto): “Nosotros también confesamos a Dios, pero uno, el creador, hacedor y artífice de este mundo, sabemos que todo se gobierna por providencia, pero de la suya sólo” [Ad Autolycum III.9.1]

A cntinuación Teófilo de Atioquía menciona por primera vez el término tríada

“Igualmente, los tres días que preceden a la producción de las luminarias (que surgen el cuarto día de la creación, en Gen 1] son símbolo de la tríada de Dios y su Verbo y su Sabiduría. En cuarto lugar está el hombre, que necesita de la luz, de modo que hay Dios, Verbo, Sabiduría, Hombre. Por eso las luminarias fueron creadas el cuarto día.” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.15.4]

“Además, se encuentra Dios como si necesitara de ayuda al decir «hagamos» al hombre a imagen y semejanza. Pero a ningún otro dijo «hagamos» sino a su propio Verbo y a su propia Sabiduría.” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.18.2]

Comparemos este texto de Teófilo, que acabamos de leer, con un texto del gran Ireneo de Lyon, donde se expone esa noción primigenia de tres actuando al unísono:

“Porque Dios no tenía necesidad de ningún otro, para hacer todo lo que Él había decidido que fuese hecho, como si El mismo no tuviese sus manos. Pues siempre le están presentes el Verbo y la Sabiduría, el Hijo y el Espíritu, por medio de los cuales y en los cuales libre y espontáneamente hace todas las cosas, a los cuales habla diciendo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gén 1,26): toma de sí mismo la substancia de las creaturas, el modelo de las cosas hechas y la forma del ornamento del mundo.” [IRENEO, de Lyon. Adversus Haeresis. IV.20,1]

“Pues [el Padre] se ha servido, para realizar todas las cosas, de los que son su progenie y su imagen, o sea el Hijo y el Espíritu Santo, el Verbo y la Sabiduría, a quienes sirven y están sujetos todos los ángeles.”  [IRENEO, de Lyon. Adversus Haeresis. IV.7,4]

Teófilo distingue claramente al Padre del Hijo:

“Ahora, pues, me dirás: ‘Tú dices que no se debe circunscribir a Dios en un lugar, y ¿cómo entonces dices que él caminaba en el jardín?’, escucha mi respuesta. 2. En efecto, el Dios y Padre de todas las cosas es inabarcable y no se encuentra en ningún lugar. Pues no hay lugar de su descanso (Is. 66,1). Pero su Verbo, por el que hizo todas las cosas, que es potencia y sabiduría suya, tomando el rostro del Padre y Señor del universo, fue Él que se presentó en el jardín en rostro de Dios y conversa con Adán. 3. Así pues la misma escritura divina nos enseña que Adán dijo haber oído la voz. ¿Qué otra voz es esta sino el Verbo de Dios, que es también su Hijo? Y no como dicen los poetas y mitógrafos, que nacen hijos de un dios por copulación, sino como la verdad explica que el Verbo está siempre inmanente en el corazón de Dios. Pues antes de que algo se creara, a Éste tenía por consejero, como mente y pensamiento suyo que era. 4. Y cuando Dios quiso hacer cuanto había deliberado, engendró a este Verbo proferido, primogénito de toda creación, no vaciándose de su Verbo sino engendrando el Verbo, y conversando siempre con el Verbo. 5. De aquí que nos enseñan las sagradas escrituras y todos los inspirados por el Espíritu, de entre los cuales Juan dice: ‘En el principio era el Verbo y el Verbo era ante Dios’, mostrando que en los comienzos era Dios solo y en Él el Verbo. 6. Dice después: “Dios era el Verbo: todas las cosas fueron hechas por él y sin él nada se hizo’. Siendo entonces el Verbo Dios y nacido de Dios, cuando el Padre de todas las cosas quiere lo envía a algún lugar, Él se hace presente, es escuchado y visto.” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.22.1-6]

“Teniendo, pues, Dios a su propio Verbo inmanente en sus entrañas, lo engendró con su propia sabiduría, emitiéndolo antes de todas las cosas. 3. A este Verbo tuvo por ministro para lo que fuera hecho por él, y a través de él fueron creadas todas las cosas. 4. Éste se llama principio, porque gobierna y señorea sobre todas las cosas fabricadas a través de él. 5. Éste, entonces, que es espíritu de Dios, principio y sabiduría y fuerza del altísimo, descendió sobre los profetas y habló por medio de ellos lo referente a la creación del mundo y a todas las demás cosas. 6. Porque no existían los profetas cuando el mundo se hacía, pero sí la Sabiduría de Dios que en él estaba y su santo Verbo que siempre le asistía. De ahí que diga Él por medio del profeta Salomón: ‘Cuando preparó los cielos yo le asistía y cuando afirmaba la tierra yo estaba a su lado disponiéndolos’ (Pr 8,27a. 29-30).” [TEÓFILO, de Antioquía,  Ad Autolycum II.10.2-6]

Leamos ahora al apologista Atenágoras de Atenas, en su Legación (súplica) en favor de los cristianos (aquellos estaban siendo perseguidos por los emperadores romanos). Segunda mitad del S. II

“X.1. Así, pues, queda suficientemente demostrado que no somos ateos, pues admitimos a un solo Dios, increado, eterno, invisible, impasible, incomprensible e inmenso, sólo por la inteligencia y la razón comprensible, rodeado de luz, de una belleza, de un espíritu y potencia inenarrables, que ha creado el universo, lo ha ordenado y lo gobierna por medio del Verbo que de Él procede. 2. Reconocemos también un Hijo de Dios. Y que nadie tenga por ridículo que Dios tenga un Hijo. Porque nosotros no pensamos sobre Dios y también Padre, y sobre su Hijo, a la manera como fantasean sus poetas, que en sus fábulas nos muestran dioses que en nada son mejores que los hombres; sino que el Hijo de Dios es el Verbo del Padre en idea y energía, porque por su operación y por su intermedio fue todo hecho, siendo uno solo el Padre y el Hijo. Y estando el Hijo en el Padre y el Padre en el Hijo, en unidad y potencia espirituales; el Hijo de Dios es inteligencia y verbo del Padre. 3. Y si por la grandísima inteligencia de ustedes se les ocurre preguntar qué quiere decir “hijo de Dios”, lo explicaré brevemente: es el primer retoño del Padre (cf. Pr. 8,22. Col 1,15. Rm 8,29), no porque haya nacido, puesto que desde el principio, Dios, que es inteligencia eterna, tenía en sí su Verbo, siendo eternamente racional, sino como procediendo de Dios… […]    5.¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre y a un Dios Hijo y un Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción en el orden? […] XXIV.2. Si proclamamos la existencia de Dios y del Hijo, Verbo suyo, y del Espíritu Santo, iguales en poder, pero distintos según el orden: Padre, Hijo y Espíritu; el Hijo es inteligencia, Verbo y Sabiduría del Padre, y el Espíritu, la luz que emana del fuego…” [ATENÁGORAS, Legatio. Traducción Abadía los Toldos]

Vayamos ahora a Orígenes, quien nació probablemente en Alejandría de Egipto hacia el año 185

“la teología en cuanto exposición científica y sistemática de toda la doctrina cristiana, explicada de forma lógica como un todo coherente, comenzó con Orígenes. Su libro De principiis (Sobre los principios) es la primera tentativa formal de reunir todo ello en una obra de teología sistemática. Pese a su originalidad, conviene tener muy presente que la humildad de Orígenes prevalecía por encima de todo. Como otros Padres de la Iglesia antes que él, se sometía plenamente a la tradición apostólica.”  [D’AMBROSIO, Marcellino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres. Ediciones Palabra, p.73-74]

Espíritu Santo:

“el Espíritu Santo es una existencia (subsistentia) intelectual, y subsiste y existe de por sí.” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.1.3. Editorial Clie, p. 65]

“De todo esto aprendemos que la persona del Espíritu Santo era de tal autoridad y dignidad, que el bautismo salvífico no era completo excepto por la autoridad de lo más excelente de la Trinidad, esto es, por el nombre del Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo; uniendo al Dios inengendrado, el Padre, y a Su Hijo unigénito, también el nombre del Espíritu Santo. ¿Quién, entonces, no se queda asombrado ante la suprema majestad del Espíritu Santo, cuando oye que quien hable una palabra contra el Hijo del Hombre puede tener la esperanza de perdón; ¡pero quien es culpable de blasfemia contra el Espíritu Santo no tiene perdón en este mundo presente ni en el venidero! (cf. Mt. 12:32; Lc. 12:10).”  [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.2. Editorial Clie, p. 90]

“No debemos suponer, sin embargo, que el Espíritu deriva su conocimiento de la revelación del Hijo. Ya que si el Espíritu Santo conoce al Padre por la revelación del Hijo, pasa de un estado de ignorancia a uno de conocimiento; pero es tan impío como absurdo confesar al Espíritu Santo, y aun así, atribuirle ignorancia. Porque aunque existiera algo más antes del Espíritu Santo, no fue por avance progresivo que llegó a ser Espíritu Santo, como si alguno se aventurara a decir que en el tiempo en que todavía no era el Espíritu Santo, ignoraba al Padre, y que después de haber recibido el conocimiento fue hecho Espíritu Santo. Ya que si este fuera el caso, el Espíritu Santo no debería contarse nunca en la Unidad de la Trinidad, a saber, en línea con el Padre y el Hijo inmutables, a no ser que no haya sido siempre el Espíritu Santo.” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.4. Editorial Clie, p. 93]

“Sin embargo, parece apropiado preguntarse por qué cuando un hombre viene a renacer para la salvación que viene de Dios hay necesidad de invocar al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, de suerte que no quedaría asegurada su salvación sin la cooperación de toda la Trinidad; y por qué es imposible participar del Padre o del Hijo sin el Espíritu Santo. Para contestar esto será necesario, sin duda, definir las particulares operaciones del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. En mi opinión, las operaciones del Padre y del Hijo se extienden no sólo a los santos, sino también a los pecadores, y no sólo a los hombres racionales, sino también a los animales y a las cosas inanimadas; es decir, a todo lo que tiene existencia. Pero la operación del Espíritu Santo de ninguna manera alcanza a las cosas inanimadas, ni a los animales que no tienen habla; ni siquiera puede discernirse en los que, aunque dotados de razón, se entregan a la maldad y no están orientados hacia las cosas mejores. En suma, la acción del Espíritu Santo está limitada a los que se van orientando hacia las cosas mejores y andan en los caminos de Cristo Jesús, a saber, los que se ocupan de las buenas obras y permanecen en Dios.”  [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.5. Editorial Clie, p. 93-94]

“Hay también otra gracia del Espíritu Santo, que es concedida en merecimiento, por el ministerio de Cristo y la obra del Padre, en proporción a los méritos de quienes son considerados capaces de recibirla. Esto es claramente indicado por el apóstol Pablo, cuando demostrando que el poder de la Trinidad es uno y el mismo, dice: “Hay diversidad de dones; mas el mismo Espíritu es. Y hay repartimiento de ministerios; mas el mismo Señor es. Y hay repartimiento de operaciones; mas el mismo Dios es el que obra todas las cosas en todos. Pero a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho” (1ª Co.12:4-7). De lo que se deduce claramente que no hay ninguna diferencia en la Trinidad, sino que lo que es llamado don del Espíritu es dado a conocer por medio del Hijo, y operado por Dios Padre. “Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere” (1ª Co. 12:11).” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.3.7. Editorial Clie, p. 97]

El Hijo

“Es cosa blasfema e inadmisible pensar que la manera como Dios Padre engendra al Hijo y le da el ser es igual a la manera como engendra un hombre o cualquier otro ser viviente. Al contrario, se trata necesariamente de algo muy particular y digno de Dios, con el cual nada absolutamente se puede comparar. No hay pensamiento ni imaginación humana que permita llegar a comprender cómo el Dios inengendrado viene a ser Padre del Hijo unigénito. Porque se trata, en efecto, de una generación desde siempre y eterna, a la manera como el resplandor procede de la luz. El Hijo no queda constituido como tal de una manera extrínseca, por adopción, sino que es verdaderamente Hijo por naturaleza.”    [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes I.2.5. Editorial Clie, p. 77]

“Por consiguiente, no decimos, como creen los herejes, que una parte de la sustancia de Dios se ha convertido en la sustancia del Hijo, ni que el Hijo ha sido creado por el Padre de la nada, esto es, fuera de su propia sustancia, de suerte que hubo un tiempo en que no existió. […] Sin embargo, esto mismo que decimos (que nunca hubo tiempo cuando no existió), debe oírse con perdón de la expresión, porque los términos “nunca” y “cuando” tienen de por sí sentido temporal, y todo lo que se dice del Padre, como del Hijo, y del Espíritu Santo debe entenderse como estando sobre todo tiempo y sobre todos los siglos y sobre la eternidad. Porque sólo esta Trinidad excede a todo sentido de inteligencia no sólo temporal, sino también eterna, mientras que todo lo demás que existe fuera de la Trinidad puede medirse por siglos y tiempos.” [Orígenes. De principiis. ROPERO, Alfonso. Lo mejor de Orígenes IV.2.28. Editorial Clie, p. 336,337]

Vayamos ahora a TERTULIANO (Nacido en Cartago alrededor del año 155). Los unicitarios (modalistas o sabelianos) llaman a Tertuliano “el inventor de la doctrina trinitaria”. En realidad Tertuliano influyó en la terminología pero no inventó ninguna doctrina, el núcleo del dogma que Tertuliano llamaría “Trinidad” ya existía, se discutía y se desarrollaba en la Iglesia tanto griega como latina.

“Tampoco el Nuevo Testamento ofrece una explicación clara de cómo Dios puede ser uno y trino a la vez, por lo que algunos Padres de la Iglesia primitiva intentaron dar respuesta a la pregunta. Como hemos visto, el primer teólogo sistemático, Orígenes, realizó una importante contribución en ese sentido. En vida de Tertuliano hubo un maestro de Asia Menor que creyó dar con una aportación original. Para insistir en la unidad de Dios, Práxeas enseñaba que el Padre descendió como Verbo al vientre de María y ascendió de regreso al cielo antes de volver como Espíritu Santo; de modo que Padre, Hijo y Espíritu eran solamente tres papeles desempeñados por un único Dios, tres máscaras empleadas en momentos distintos de la historia de la salvación. Algunos pusieron a esta doctrina el nombre de modalismo, ya que el Padre, el Hijo y el Espíritu no eran más que los tres «modos» distintos en que Dios se manifiesta ante nosotros. Otros se mofaban de ella llamándola «patripasianismo» al atreverse a insinuar que el Padre padeció en la cruz. Entonces Tertuliano volvió a pasar a la acción. Esta herejía, hacia la que no mostraba ninguna tolerancia, le sirvió de acicate para realizar una de sus principales contribuciones a la teología cristiana. Intentando explicar el modo adecuado de conciliar en Dios las nociones de uno y trino, acuñó el término latino trinitas o trinidad, e introdujo el término clave de persona. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres Personas, pero una sola sustancia, una sola naturaleza y un solo poder divinos. Las tres Personas son distintas sin estar divididas: por eso existe un solo Dios y no tres. Es cierto que, en relación con la Trinidad, Tertuliano incurrió en graves errores condenados más tarde por la Iglesia, pero su nueva terminología pasó a ser clásica y acabó incorporándose –como algunos de los términos introducidos por Orígenes– a posteriores declaraciones oficiales de la fe de la Iglesia.” [D’AMBROSIO, Marcellino. Cuando la Iglesia era joven, las voces de los primeros Padres. Ediciones Palabra, p.85]

“Aquí todavía la figura precede a la realidad, al igual que Juan fue el precursor del Señor preparando sus caminos, igualmente el ángel que preside en el bautismo traza los caminos para la venida del Espíritu Santo, borrando los pecados por la fe sellada en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque si toda palabra de Dios se apoya en tres testigos, con mucha mayor razón su don. En virtud de la bendición bautismal tenemos como testigos de la fe a los mismos que son garantes de la salvación. Y esta trilogía de nombres divinos es más que suficiente para fundar nuestra esperanza. Y puesto que el testimonio de la fe y la garantía de la salvación tienen como fundamento las Tres Personas, necesariamente la mención de la Iglesia se encuentra incluía. Porque allí donde están los Tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, allí se encuentra la Iglesia que es el cuerpo de los Tres.” [TERTULIANO. Tratado sobre el Bautismo. Selección de textos, Abadía de los Toldos: Iniciación a la lectura de los Padres de la Iglesia, 23]

“Tú (Praxeas) no quieres admitir que la Palabra es realmente substantiva por la propiedad de la sustancia de modo que pueda parecer una cosa y una cierta persona y que, constituida segunda a partir de Dios, hace en realidad que Dios y la Palabra sean dos, Padre e Hijo. Tú dices: ¿Qué es la palabra sino una voz vacía, inconsistente e incorporal? Pero yo sostengo que nada inconsistente y vacío pudo salir de Dios. ¿Cómo podrá ser vacío de sustancia lo que ha emanado de la sustancia de Dios? Por eso, de cualquier tipo que haya sido la sustancia de la Palabra (que brota de Dios) yo digo que ella es una persona y reivindico para ella el nombre de Hijo y, reconociéndola como Hijo, sostengo que es segunda a partir del Padre.” [TERTULIANO: Adversus Praxeas 7]

“Donde hay un segundo, hay dos y, donde hay un tercero, hay tres. En efecto, el Espíritu es el tercero a partir de Dios y del Hijo, así como tercero a partir de la raíz es el fruto que sale de la rama, y tercero partir de la fuente es el arroyo que sale del río y tercero a partir del sol es el ápice que sale del rayo. Pero ninguno de ellos se aparta de la matriz de donde cada uno saca lo que los constituye en su propiedad. Así la Trinidad que fluye del Padre por grados entretejidos y conexos no daña a la Monarquía y protege el estatuto de la Economía. El Hijo es otro que el Padre por la distribución, no por lo diversidad, por la distinción, no por la división.”  [TERTULIANO. Adversus Praxeas 8-9).

Un poco de historia

“El monarquianismo modalista no negaba la divinidad plena de Jesucristo, sino que sencillamente la identificaba con el Padre. Debido a esta identificación, que daba a entender que el Padre había sufrido en Cristo, se le llama en ocasiones «patripasianismo». Sus más antiguos maestros de que tenemos noticias son Noeto de Esmirna y Práxeas, personaje oscuro que algunos han identificado con el Papa Calixto. Aunque desde muy temprano los escritores eclesiásticos atacaron y refutaron este tipo de monarquianismo, no lograron destruirlo, sino que continuó desarrollándose hasta llegar a su culminación a principios del siglo tercero en la persona de Sabelio. Sabelio difundió y perfeccionó las doctrinas modalistas a tal punto que desde entonces el modalismo recibe el nombre de «sabelianismo». Según él, Dios es uno solo, sin distinción alguna. Dios es «hijo-padre», de tal modo que las llamadas «personas» no son más que fases de la revelación de Dios.”  [GONZALEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Tomo I, p. 142]

“Es poco lo que sabemos acerca de Práxeas. Al parecer, era oriundo de Asia Menor, donde había conocido tanto el monarquianismo como el montanismo, y había rechazado éste y aceptado aquél. Al llegar a Roma, se le recibió con gran honra, y Práxeas contribuyó a combatir el montanismo y a propagar el monarquianismo en esa ciudad. Es por ello que Tertuliano afirma que Práxeas «sirvió al Diablo en Roma de dos modos: echando la profecía e introduciendo la herejía; echando al Paracleto y crucificando al Padre» (Adv. Prax. I). Práxeas -como todos los monarquianos modalistas- pretendía defender la unidad divina subrayando la identidad entre el Padre y el Hijo, y de este modo ponía en peligro la distinción entre ambos. De aquí que los de su partido recibiesen el nombre de «patripasianos», pues su posición parecía implicar que el Padre fue crucificado. Es contra esta posición de Práxeas que Tertuliano escribió la obra que estamos discutiendo, y cuyas expresiones son tan felices que en más de una ocasión parecen adelantarse a su época en más de dos siglos. En efecto, en esta obra se encuentran fórmulas que se anticipan a las soluciones que más tarde se daría a las controversias trinitarias y cristológicas. […] Al continuar leyendo a Tertuliano, resulta cada vez más claro que nuestro escritor tiende a subrayar la distinción entre las personas de la Trinidad, y esto en perjuicio de su unidad esencial. En efecto, en el capítulo nueve de Contra Práxeas encontramos que «el Padre es toda la substancia, y el Hijo es una derivación y porción del todo». Y en Contra Hermógenes se afirma que hubo un tiempo cuando el Hijo no existió. Ambas aserciones establecen entre el Padre y el Hijo una distinción que más tarde será declarada heterodoxa. Esto es lo que se ha dado en llamar el «subordinacionismo» de Tertuliano. Y es cierto que hay en Tertuliano cierta tendencia subordinacionista. Pero es necesario recordar que el propósito mismo de la obra Contra Práxeas lleva a Tertuliano a subrayar la distinción entre el Padre y el Hijo más que su unidad. Además, sería injusto esperar de Tertuliano una precisión que no aparece en la historia del pensamiento cristiano sino tras largas controversias. Por estas razones, sus innegables tendencias subordinacionistas no han de eclipsar el genio de Tertuliano, que creó y aplicó el vocabulario y la fórmula básica que el occidente habría de emplear por muchos siglos para expresar el carácter trino de Dios” [GONZALEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Tomo I, p. 175-176,178]

IRENEO DE LYON

“Al parecer, nació en Asia Menor -probablemente en Esmirna- alrededor del año 135. Allí escuchó a Policarpo de Esmima, aunque debe haber sido aún bastante joven cuando el anciano obispo coronó su vida con el martirio. Más tarde -probablemente alrededor del año 170 -pasó a las Galias y se estableció en la ciudad de Lyón, donde existía una comunidad cristiana compuesta en parte al menos por inmigrantes del Asia Menor. Allí era presbítero en el año 177, cuando fue enviado a Roma a llevar una carta al obispo de esa ciudad. Al regresar de su misión, descubrió que el obispo de Lyón, Potino, había sufrido el martirio, y que él debía ser su sucesor. Como obispo de Lyón, Ireneo se dedicó, no sólo a dirigir la vida de la iglesia en esa ciudad, sino también a evangelizar a los celtas que habitaban la comarca, a defender el rebaño cristiano contra los embates de las herejías, y a mantener la paz de la iglesia… Pero fue su interés en combatir las herejías de su tiempo y en fortalecer la fe de los cristianos lo que le llevó a escribir las dos obras que le han valido un sitial entre los más grandes teólogos de todos los tiempos. En cuanto a su muerte, se afirma que murió como mártir, aunque nada sabemos en cuanto a los detalles de su martirio. Lo más probable es que haya muerto en el año 202, cuando hubo una matanza de cristianos en Lyón.” [GONZALEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Tomo I, p. 155-156]

Ireneo, obispo de Lyon, fue un gran defensor de la ortodoxia cristiana y un celoso guardián de la tradición que se remontaba a los apóstoles. Leamos cómo se bautizaba a los creyentes según la enseñanza que él había aprendido y que se remontaba a los apóstoles mismos:

“Ahora bien, puesto que la fe sostiene nuestra salvación, es necesario prestarle mucha atención para lograr una auténtica inteligencia de la realidad. La fe es la que nos procura todo eso como nos han transmitido los presbíteros, discípulos de los apóstoles. En primer lugar la fe nos invita insistentemente a rememorar que hemos recibido el bautismo para el perdón de los pecados en el nombre de Dios Padre y en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado, y en el Espíritu Santo de Dios.” [IRENEO. Demostración de la Predicación Apostólica 3]

Afirmar, pues, como lo hacen los unicitarios, que el bautismo en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo consiste en  un invento católico es ignorar, o manipular voluntariamente, los testimonios más antiguos de la Iglesia cristiana.

“6. He aquí la Regla de nuestra fe, el fundamento del edificio y la base de nuestra conducta: Dios Padre, increado, ilimitado, invisible, único Dios, creador del universo. Éste es el primer y principal artículo. El segundo es: el Verbo de Dios, Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, que se ha aparecido a los profetas según el designio de su profecía y según la economía dispuesta por el Padre; por medio de Él ha sido creado el universo. Además al fin de los tiempos para recapitular todas las cosas se hizo hombre entre los hombres, visible y tangible, para destruir la muerte, para manifestar la vida y restablecer la comunión entre Dios y el hombre. Y como tercer artículo: el Espíritu Santo por cuyo poder los profetas han profetizado y los padres han sido instruidos en lo que concierne a Dios, y los justos han sido guiados por el camino de la justicia, y que al fin de los tiempos ha sido difundido de un modo nuevo sobre la humanidad, por toda la tierra, renovando al hombre para Dios. 7 . Por eso el bautismo, nuestro nuevo nacimiento, tiene lugar por estos tres artículos, y nos concede renacer a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, esto es, al Hijo, que es quien los acoge y los presenta al Padre, y el Padre les regala la incorruptibilidad. Sin el Espíritu Santo es pues imposible ver el Verbo de Dios y sin el Hijo nadie puede acercarse al Padre, porque el Hijo es el conocimiento del Padre y el conocimiento del Hijo se obtiene por medio del Espíritu Santo. Pero el Hijo, según la bondad del Padre, dispensa como ministro al Espíritu Santo a quien quiere y como el Padre quiere.” [IRENEO. Demostración de la Predicación Apostólica 6 y 7]

“El Padre sostiene al mismo tiempo toda su creación y a su Verbo; y el Verbo que el Padre sostiene, concede a todos el Espíritu, según la voluntad del Padre: a unos en la creación misma les da el (espíritu) de la creación, que es creado; a otros el de adopción, esto es, el que proviene del Padre, que es obra de su generación. Así se revela como único el Dios y Padre, que está sobre todo, a través de todas y en todas las cosas. El Padre está sobre todos los seres, y es la cabeza de Cristo (1 Cor 11,3); por medio de todas las cosas obra el Verbo, que es Cabeza de la Iglesia; y en todas las cosas, porque el Espíritu está en nosotros, el cual es el agua viva (Jn 7,38-39) que Dios otorga a quienes creen rectamente en él y lo aman, y saben que «uno sólo es el Padre, que está sobre todas las cosas, por todas y en todas» (Ef 4,6). De estas cosas da testimonio Juan, el discípulo del Señor, cuando dice en el Evangelio: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba ante Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio ante Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada ha sido hecho» (Jn 1,1-2). Y luego dice acerca del Verbo: «En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, pero el mundo no lo conoció. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios, que son los que creen en su nombre» (Jn 1,10-11). Y adelante, hablando de la Economía según su humanidad, dice: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Y añade: «Y hemos visto su gloria, gloria del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). Abiertamente muestra a quienes quieran escuchar, esto es, a quienes tengan oídos, que uno es Dios Padre que está sobre todo, y uno su Verbo que actúa por medio de todas las cosas, pues todas las cosas por él fueron hechas; y que el mundo es suyo porque él lo hizo según la voluntad del Padre.” [Ireneo de Lyon. Contra los Herejes V.18.2,3]

Otros testimonios patrísticos:

Novaciano (210-258)

“No obstante la precisa afirmación de que las tres personas, por tener una misma naturaleza constituían un solo Dios, a muchos espíritus menos lúcidos y más temerosos el fantasma del triteísmo les originaba una inquietud invencible. Surgió así muy pronto el modalismo que resolvió el dilema trinidad-unidad suprimiendo simplemente el primer término detrás de la frágil pantalla de apariencias mudables intermitentes de la única persona. Era una burda racionalización del misterio, un rechazo categórico de innumerables afirmaciones de Jesús y un golpe al corazón de la fe cristiana. La reacción fue, por consiguiente, vigorosísima. Novaciano, en el De Trinitate, hacia el 250, desmanteló estas desfiguraciones con un estilo claro, seguro, incisivo. El párrafo que sigue (cap. 27, 1-5) es un comentario agudo y sutil de un pasaje evangélico que los sabelianos utilizaban en defensa de sus tesis. La refutación evidencia seguridad de ideas y desenvoltura dialéctica:

«Pero porque a menudo nos hieren con aquel pasaje famoso en que está dicho: «El Padre y yo somos una sola cosa», también en esto les venceremos con la misma facilidad. Si de hecho, como creen los herejes, Cristo hubiese sido » el Padre, habría sido necesario decir: «Yo, el Padre, soy uno solo.» Pero cuando dice «yo» y luego introduce «el Padre» diciendo «yo y el Padre», separa y distingue la individualidad de su persona, esto es, del Hijo, de la esencia generadora del Padre, y no solamente tomando en consideración la pronunciación del nombre, sino también teniendo en cuenta el modo como coloca los grandes personajes que anteceden, porque podría haber dicho «yo el Padre», si hubiera tenido la idea de decir que era el Padre. Y puesto que dijo «una sola cosa», los herejes perciben que no dijo «uno solo». De hecho, «una sola cosa», en neutro, indica la concordia de la conexión, no la unidad de la persona. Se dice realmente que es «una sola cosa» y no «uno solo», porque no viene referido al número sino que se anuncia en relación a la conexión con el otro. Por último añade la palabra «somos», no «soy», para mostrar mediante el hecho de que dijo «somos» y «Padre», que las personas son dos. Decir luego «una sola cosa» concierne a la concordia y a la identidad de parecer y se refiere justamente a la conexión que da el amor, de modo que, mediante la concordia, el amor y el afecto, el Padre y el Hijo resultan con plena razón una sola cosa. Y porque procede del Padre, sea lo que fuere lo que esta expresión quiera decir, es Hijo, salvando con todo la distinción por la que el Padre no es el Hijo, porque tampoco el Hijo es lo mismo que el Padre. Y no habría añadido «somos», si hubiera pensado ser desde el origen un Padre-Hijo único y solo.» (NOVACIANO: De Trinitate 27:1-5)  [TRISOGLIO, Francesco. Cristo en los Padres de la Iglesia. Editorial Herder, p. 67-68]

Hilario de Poitiers (315-368) Obispo y Doctor de la Iglesia:

«El Hijo procede de aquel Padre que tiene el ser, es unigénito que procede del inengendrado, descendencia del Padre, viviente del viviente. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, también se le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo. Perfecto que procede del perfecto, porque es todo entero de aquel que es todo entero. No hay división o separación, porque cada uno está en el otro y en el Hijo habita la plenitud de la divinidad. Es el incomprensible que procede del incomprensible; nadie les conoce, sino ellos entre sí. Es el invisible que procede del invisible, porque es la imagen del Dios invisible (Col 1,15) y porque el que ve al Hijo, ve también al Padre (Jn 14,9). Uno procede del otro, porque son Padre e Hijo. Pero la naturaleza de la divinidad no es distinta en uno y otro, porque los dos son una misma cosa: Dios que procede de Dios. El Dios unigénito del único Dios inengendrado. No son dos dioses, sino uno que procede de uno. No dos inengendrados, porque el que ha nacido procede del que no ha nacido. En nada se diferencian el uno del otro, porque la vida del viviente está en el que vive. Estas cosas hemos alcanzado acerca de la naturaleza de la divinidad, sin entender lo más elevado, pero dándonos cuenta de que son incomprensibles las cosas de que hablamos. Podrás decir: De nada sirve la fe si nada puede ser comprendido. Al revés, el servicio que la fe proporciona es el de saber que aquello por lo que se pregunta es incomprensible para ella.”  [HILARIO DE POITIERS, La Trinidad, 2,11. Cit. en La Predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC, p. 24]

Si bien el modalismo (o sabelianismo) es completamente distinto al arrianismo, en las refutaciones a este último podemos encontrar conceptos válidos para nuestro estudio:

Gregorio de Elvira

“Gregorio de Elvira es el mejor escritor hispano del siglo IV por la amplitud y contenido de sus obras… Con Gregorio de Elvira estuvo presente la Iglesia de España en la controversia arriana. De esta obra, con tanta precisión teológica, tomamos los textos siguientes. Gregorio de Elvira muere después del 392. Es autor de una riquísima espiritualidad.

«Creemos en un Dios, padre omnipotente, hacedor de todo lo visible e invisible, y en un Señor nuestro Jesucristo, Hijo de Dios, único nacido del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no hecho, de una sustancia con el Padre, que es lo que los griegos dicen «omoousion» por el cual fueron hechas todas las cosas tanto del cielo como de la cierra, que descendió por nosotros y por nuestra salvación, se encarnó y se hizo hombre, padeció, resucitó al tercer día, subió a los cielos y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y en el Espíritu Santo. La Iglesia católica y apostólica anatematiza a aquellos que dicen que «era cuando no era», y «que antes de nacer no era», y que afirman, además, que el Hijo de Dios es mudable y transformable. Amén.» (Gregorio de Elvira. De la fe ortodoxa contra los arrianos, 1)

«¿Quién de los católicos desconoce que el Padre es verdaderamente Padre, el Hijo verdaderamente Hijo, y el Espíritu Santo verdaderamente el Espíritu Santo? Es lo que dijo el mismo Señor a sus apóstoles: Id y bautizad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo  (Mt 28, 19). Esta es la perfecta Trinidad que consiste en la unidad y que confesamos ser de única sustancia. Nosotros no establecemos en Dios una división según la condición de los cuerpos, sino según el poder de la naturaleza divina, en la que no hay materia; creemos asimismo que consta verdaderamente de personas y testificamos la unidad de la divinidad. No decimos que el Hijo de Dios sea la extensión de alguna parte del Padre, como algunos han pensado, ni tomamos al Verbo como un sonido de voz sin contenido, sino que creemos que los tres nombres y las tres personas son de una única esencia, de una única majestad y poder. Por eso confesamos un solo Dios, porque la unidad de majestad nos prohíbe hablar de varios dioses. Por fin, llamamos católicamente al Padre y al Hijo, pero no podemos ni debemos decir dos dioses, ni tampoco podemos admitir que el Hijo de Dios no sea Dios; no, es verdadero Dios de Dios verdadero, porque no conocemos al Hijo de Dios de ninguna otra parte más que del mismo único Padre, por eso decimos un solo Dios. Esto es lo que nos han enseñado los profetas, los apóstoles, y esto fue lo que enseñó el mismo Señor, cuando dice: Yo y el Padre somos una sola cosa (Jn 10,30). El apóstol también dice: no hay más que un Dios Padre, de quien todo procede y para quien somos nosotros, y un solo Señor Jesucristo para quien son todas las cosas y nosotros también. Pero no todos saben esto (I Cor 8, 6-7).» (Gregorio de Elvira. De la fe ortodoxa contra los arrianos, 10-12) [Citado en DOMÍNGUEZ del VAL, Ursicino. Leandro de Sevilla y la lucha contra el arrianismo, Editora Nacional Madrid, p. 325-328]

Martín de Braga (515 – 580)

“El sumergir tres veces al bautizando en el nombre de la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, es una tradición antigua y apostólica” [Carta del obispo Martín al obispo Bonifacio. Citado en DOMÍNGUEZ del VAL, Ursicino. Leandro de Sevilla y la lucha contra el arrianismo, Editora Nacional Madrid, p. 353]

Sobre el Concilio III de Toledo, 589

“… que confesemos que el Padre es quien engendró de su sustancia al Hijo, igual a Sí y coeterno y no que Él sea a un mismo tiempo nacido y engendrador, sino que una es la persona del Padre que engendró, otra la del Hijo que fue engendrado, y que sin embargo uno y otro subsisten por la divinidad de una sola sustancia. El Padre, del que procede el Hijo, pero Él mismo no procede de ningún otro. El Hijo es el que procede del Padre, pero sin principio y sin disminución subsiste en aquella Divinidad, en que es igual y coeterno al Padre. Del mismo modo debemos confesar y predicar que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, y con el Padre y el Hijo es de una misma sustancia; que hay en la Trinidad una tercera persona, que es el Espíritu Santo, la cual, sin embargo, tiene una común esencia divina con el Padre y el Hijo. Esta santa Trinidad, es un solo Dios: Padre, e Hijo y Espíritu Santo… Pero del mismo modo, como es señal de la verdadera salvación creer que la Trinidad está en la Unidad, y la Unidad en la Trinidad, así se dará una prueba de verdadera justicia si confesamos una misma fe dentro de la universal Iglesia, y guardamos los preceptos apostólicos, apoyados en también apostólico fundamento. […]

  • II. Cualquiera que negare que el Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, ha sido engendrado sin principio de la sustancia del Padre y que no es igual al Padre y consustancial, sea anatema.
  • III. Cualquiera que no crea en el Espíritu Santo, y no creyere que procede del Padre y del Hijo, y no le confesare como coeterno y coesencial al Padre y al Hijo, sea anatema.
  • IV. Cualquiera que no distinga en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo las personas, y no reconozca la sustancia de una sola divinidad, sea anatema.”  [Citado en DOMÍNGUEZ del VAL, Ursicino. Leandro de Sevilla y la lucha contra el arrianismo, Editora Nacional Madrid, p. 372, 386]

Como el tema y los testimonios patrísticos son muy extensos, continuaremos con este estudio en un próximo capítulo.

Redacción y recopilación de textos: Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de la Iglesia, Diarios de Avivamientos y Consensus Patrum – 2022

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