Contra el calvinismo – Roger Olson

Contra el calvinismo, Capítulo 4 primera parte, traducido al español por Gabriel Edgardo Llugdar

Fui a oír aun famoso oficial del gobierno, que también era un conocido cristiano evangélico, hablando en la capilla de nuestra universidad. Esperaba que se ocupara de los peligros de fumar cigarrillos -porque precisamente por eso era conocido, era un guerrero contra el tabaco. Pero ese no es el tema que trató en su discurso en la capilla. En cambio, durante una hora, habló del siguiente tema: «Dios mató a mi hijo». No me sorprendió del todo, porque sabía que era miembro de una gran e influyente iglesia reformada. Sin embargo, nunca había oído a ningún calvinista presentar un tema tan directo. El doctor habló elocuentemente y conmovedoramente sobre la trágica muerte de su hijo, un joven adulto, en un accidente de alpinismo; y en varios momentos se detuvo, miró intencionadamente al joven público y dijo: «Dios mató a mi hijo».

El orador dejó muy claro lo que quería decir. No quiso decir que Dios permitió que su hijo muriera o que simplemente permitiera que sucediera. Más bien, quiso decir que Dios planeó la muerte y la hizo realidad. No dijo que Dios causó la muerte, pero su más que frecuente repetición del título de la conferencia ciertamente implicaba esto: «Dios mató a mi hijo».

También dejó muy claro que el evento no era un suceso inusual de la intervención de Dios; lo que quería decir era que toda muerte, como todo evento, es planeada y gobernada por Dios de tal manera que hace el evento inevitable. (Estoy seguro de que diría, si se le preguntase, que Dios usa causas secundarias como el clima y la humedad y el equipo defectuoso, pero eso no era pertinente para él. Todo lo que le importaba era que Dios había matado a su hijo). En otras palabras, este estadista cristiano estaba declarando públicamente que Dios es absolutamente soberano hasta en los más pequeños detalles, y que Dios planea cada evento, incluyendo las tragedias, y las hace realidad.

Lo que fue especialmente significativo de esta presentación de la visión calvinista de la soberanía divina en la providencia (el gobierno de Dios de la historia y de las vidas), fue la razón del orador para que creyera en ella con tanta pasión. Por supuesto, creía en este tipo de soberanía porque pensaba que era bíblica. Pero también dejó claro que creía en ello porque era lo único que le daba consuelo y esperanza ante una tragedia tan devastadora. Si la muerte de su hijo fue simplemente un accidente y no era parte del plan de Dios, dijo, no podía vivir con su total aleatoriedad y falta de propósito. Sólo podía encontrar consuelo en la muerte de su hijo si este era un acto de Dios, y de ninguna manera un accidente.

Mientras escuchaba, imaginaba en lo que diría este gran estadista si la muerte de su hijo no fuera, como él decía, una muerte rápida e indolora, sino más bien una muerte lenta, agonizante y dolorosa, por ejemplo, de cáncer. Tales muertes suelen ocurrir ¡y a veces con niños y jóvenes! Recuerdo que un día visité a la amiga adolescente de mi hija en el hospital, y escuché a una criatura gritando en agonía ininterrumpidamente durante los treinta minutos que estuve allí. Eran gritos escalofriantes de tormenta absoluta, que resonaban en los pasillos del hospital. Nunca escuché nada como eso, y me estremeció. ¿Y si los padres de esa criatura le preguntaran al orador: «¿Cree que nuestro pequeño está siendo muerto de esta manera por Dios?» ¿Qué diría él? Si fuera coherente consigo mismo y con su teología, tendría que decir que sí.

Estaba trabajando en mi oficina un día cuando sonó el teléfono. Era un pastor que había leído en el periódico estudiantil sobre mi rechazo al calvinismo. Exigió saber: «¿Cómo no puedes creer en la soberanía de Dios?» Le pregunté qué quería decir con la soberanía de Dios y me contestó, «Quiero decir, el hecho de que Dios controla todo lo que acontece.»

Le respondí con una pregunta: «¿Esa soberanía incluye el pecado y el mal?»

Hizo una pausa, «No».

Entonces pregunté: «¿Realmente crees en la soberanía de Dios?».  Se disculpó y colgó el teléfono.

Lo que quería decirle al pastor era que realmente creo en la soberanía de Dios -con todo mi corazón, alma y mente. Creo, como la Biblia enseña y todos los cristianos deben creer, que nada puede suceder sin el permiso de Dios. Esto es lo que algunos llaman una «visión débil» de la soberanía de Dios (aunque no tiene nada que ver con ninguna «debilidad» de Dios), donde el calvinismo suele afirmar una «visión fuerte» de la soberanía de Dios. Vamos a examinar la doctrina calvinista de la providencia divina, la doctrina de la soberanía de Dios sobre la naturaleza y la historia.

LA DOCTRINA CALVINISTA DE LA PROVIDENCIA DE DIOS

Ulrico Zwinglio y Juan Calvino

Muchos estudiosos consideran que el verdadero fundador de la tradición reformada es Ulrico Zwinglio, quien escribió un extenso ensayo titulado De la Providencia. Este ensayo influyó en Calvino y, a través de él, a toda la tradición reformada (aunque muchos reformados, especialmente los que se llaman a sí mismos «revisionistas», han llegado a rechazar gran parte de este ensayo). Zwinglio definió la providencia como «el dominio y la dirección de Dios de todas las cosas en el universo. Porque si algo se guiara por su propio poder o perspicacia, también la sabiduría y el poder de nuestra Deidad serían muy deficientes»[1]. Zwinglio continuó su exposición negando que nada en este mundo es «contingente, fortuito o accidental», ya que sólo Dios es la «única causa» de todo, por lo que las otras llamadas causas son simplemente «instrumentos del obrar divino»[2].

Zwinglio basó gran parte de su fuerte doctrina de la soberanía en la filosofía; comenzó con una idea preconcebida de Dios como la realidad todo-determinante, y sacó de ella la conclusión de que todo debe ser una manifestación del poder de Dios, o de lo contrario Dios no sería Dios. Por supuesto, Zwinglio también apeló a las Escrituras, como todos los defensores de la fuerte doctrina de la soberanía de Dios. Será útil analizar algunos pasajes de la Biblia supuestamente de apoyo, antes de profundizar en el análisis de la doctrina de Calvino, y de las interpretaciones de la providencia de los calvinistas posteriores.

En el capítulo 3, vimos que los calvinistas apelan a las historias de José y la crucifixión de Jesús para apoyar la visión de la soberanía providencial de Dios como detallada y meticulosa, incluyendo el mal. Por supuesto, no todos los eruditos bíblicos o intérpretes deducen esta doctrina de estas historias y eventos. Por ejemplo, ¿no es posible que Dios dijera «lo tornó en bien» en el sentido de que podría haber impedido los acontecimientos, pero eligió permitirlos? La mayoría de los calvinistas argumentarán aquí que hay poca diferencia, si es que la hay, entre esa opinión y la que ellos defienden, pero yo argumentaré que la diferencia es grande.

Los calvinistas apelan a las afirmaciones de los profetas del Antiguo Testamento, como el pasaje de Amós 3.6 ¿Se tocará la trompeta en la ciudad, y no se alborotará el pueblo? ¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho? Pero hay otros pasajes, como Proverbios 16:33 La suerte se echa en el regazo; Mas de Jehová es la decisión de ella; Isaías 14:27 Porque Jehová de los ejércitos lo ha determinado, ¿y quién lo impedirá? Y su mano extendida, ¿quién la hará retroceder?; 43,13 Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ¿quién lo estorbará?; 45.7 que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto. Todos estos pasajes indican la autoridad supervisora y el dominio de Dios hasta los detalles. Por ejemplo, Proverbios 16.33: «La suerte está en el regazo, pero la decisión viene del Señor», mientras que Isaías 45.7 dice: «Formo la luz y creo oscuridad, promuevo la paz y causo la desgracia; Yo, el Señor, hago todas estas cosas». Casi no hay necesidad de más citas; estos dos pasajes por sí solos parecen proporcionar una prueba de la fuerte visión de la providencia de Dios. Más adelante en este capítulo, por supuesto, argumentaré que hay interpretaciones alternativas que mejor expresan la soberanía de Dios, y que no hacen de Dios el autor del mal.

Calvino continuó con su doctrina de la soberanía de Dios sobre la historia, y de la meticulosa providencia de Dios, a partir de donde se detuvo Zwinglio, aunque no lo defendió desde la filosofía, sino principalmente de las Escrituras (lo cual no quiere decir que él no fue influenciado por la filosofía). En una vívida ilustración, escribió:

Para poner un ejemplo, supongamos que un mercader, entrando en un bosque con buena escolta, se extravía y cae en manos de salteadores y le cortan el cuello. Su muerte no solamente hubiera sido prevista por Dios, sino también determinada par su voluntad. Pues no se dice solamente que Dios ha visto de antemano cuanto ha de durar la vida de cada cual, sino también que “ha puesto límites de los cuales no pasara” (Job 14,5). Sin embargo, en cuanto la capacidad de nuestro entendimiento puede comprenderlo, todo cuanto aparece en la muerte del ejemplo parece fortuito. ¿Que ha de pensar en tal caso un cristiano? Evidentemente, que todo cuanto aconteció en esta muerte era casual por su naturaleza; sin embargo, no dudará por ello de que la providencia de Dios ha presidido para guiar la fortuna a su fin.[3]

Calvino resume toda la doctrina de la providencia de Dios de esta manera: «jamás se levanta viento alguno sin especial mandato de Dios»[4]. En otro lugar, él argumenta que el gobierno providencial de Dios sobre la historia no puede ser expresado por medio de un permiso; Dios no permite simplemente cualquier cosa, sino que ordena y más que ciertamente las ejecuta. Para Calvino, esto se ve más claramente en la caída de Adán, que fue predeterminada por Dios. En caso de que haya alguna duda sobre la fuerza de la doctrina de la providencia para Calvino, citaré este pasaje de sus Institutos:

Resumiendo, pues: cuando decimos que la voluntad de Dios es la causa de todas las cosas, se establece su providencia para presidir todos los consejos de los hombres, de suerte que, no solamente muestra su eficacia en los elegidos, que son conducidos por el Espíritu Santo, sino que también fuerza a los réprobos a hacer lo que desea[5].

¿Cómo Calvino podría posicionarse en una forma más directa y más fuerte que esta? Dios forzó al réprobo, al malvado, para que obedezcan su voluntad. En otras palabras, incluso el mal hecho por los malvados es pre-ordenado y hecho realidad por Dios. Calvinistas posteriores, como Sproul, afirmarán que el calvinismo no dice que Dios obliga a los malvados a hacer obras malvadas. Calvino parecía pensar así, incluso argumentó que Dios permanece inmaculado por la maldad de tales personas, ya que sus motivos son buenos mientras que los motivos de estos malvados son malos. (Por supuesto, ¡esto simplemente plantea la cuestión de si el mal se originó en los motivos del hombre, o en los de Dios que lo determinó!).

Jonathan Edwards

Las visiones de los calvinistas posteriores sobre la providencia de Dios son en gran medida consistentes con las de Zwinglio y Calvino. En otras palabras, en general, el rígido calvinismo de Zwinglio a Calvino, de Calvino a Edwards, de Edwards a Boettner, de Boettner a Sproul, y de Sproul a Piper, constituye el determinismo divino, a pesar de las fuertes objeciones de algunos calvinistas a esta terminología. Empezamos con Jonathan Edwards.

Edwards enseñó la doctrina más fuerte posible del dominio de Dios. Para él, Dios no sólo es la realidad totalmente determinante; crea todo el mundo ex nihilo (de la nada) en todo momento y no trabaja por medio de causas secundarias[6]. Todo, sin excepción, es directa e inmediatamente causado por Dios, incluido el mal. Edwards insistió en que todas las cosas, incluyendo el pecado y el mal, se derivan de «una fijación previa e infalible del evento futuro [es decir, de todos los eventos]», de modo que todo sucede de acuerdo con una «providencia universal determinante» que impone «algún tipo de necesidad de todos los eventos»[7]. Edwards cierra el tema:

Dios, en su providencia, ordena verdadera y decisivamente todas las voluntades de los agentes morales, ya sea por influencia positiva o por permiso; y siendo permitido universalmente, que lo que Dios hace en materia de voluntades virtuosas del hombre, ya sea más o menos, es por alguna influencia positiva, y no por mero permiso, como en materia de voluntades pecaminosas[8].

Los lectores no deben confundirse con el uso que Edwards hace del término «permiso», ya que esto debe entenderse en el contexto de sus declaraciones anteriores sobre la «providencia determinante» y la «necesidad de todos los eventos». Claramente, por «permiso» Edwards simplemente quiere decir que en el caso del mal, Dios no obliga o coacciona a la gente a pecar, pero Él hace que suceda. Alguien puede preguntarse ¿por qué Edwards (y otros calvinistas) se echa atrás y hace uso del «permiso» cuando su explicación general de la providencia de Dios requiere algo más específico y directo?

De hecho, Edwards no sólo afirmó la soberanía determinante y absoluta de Dios sobre todos los eventos del mundo, sino que también afirmó la necesidad de las propias decisiones de Dios. Esto hace que su creencia sea lo que yo llamo determinismo divino. Para él, todo lo que sucede, incluso en la propia mente y voluntad de Dios, es necesario. Para aquellos que dudan de esto, consideren que Edwards afirmaba «la necesidad de los actos de la voluntad de Dios[9].

Por supuesto, Edwards no quiso decir que alguna fuerza fuera de Dios, o incluso dentro de Dios, obligue a Dios a decidir y actuar como lo hace. Más bien, «la determinación necesaria de la voluntad de Dios en todas las cosas [es] para lo que él considera ser lo mejor y más apropiado[10]. En otras palabras, «La voluntad de Dios es determinada por su propia sabiduría infinita y totalmente suficiente en todo»[11]. El resultado inexorable de esto debe ser que la creación del mundo, por Dios, es necesaria y no contingente. En otras palabras, ella no es libre.

Algunos defensores de Edwards pueden objetar que el teólogo puritano reivindicaba que las acciones de Dios son libres. De hecho, él reivindicaba eso. ¿Pero cómo él reconciliaba estas cosas? Edwards argumentó que el libre albedrío sólo significa hacer lo que está de acuerdo con un motivo o disposición más fuerte. Para él, como para la mayoría de los calvinistas que desean abrazar un cierto sentido del libre albedrío tanto en Dios como en las criaturas, el libre albedrío no es ser capaz de hacer lo contrario de lo que uno hace (el poder de la elección contraria), que es el sentido libertario del libre albedrío; sino sólo hacer lo que uno quiere hacer aunque esa persona no pueda hacer lo contrario.

Según Edwards, incluso los deseos de alguien siempre están determinados por algo. El corazón, la sede de las disposiciones, determina los actos de la voluntad humana tan seguramente como la sabiduría divina determina sus decisiones y acciones. Esto es lo que los filósofos han llegado a llamar de «compatibilismo» -la  creencia de que el libre albedrío es compatible con el determinismo. Esto probablemente no es lo que la mayoría de la gente quiere decir por libre albedrío, la capacidad de hacer lo contrario de lo que alguien, de hecho, hace. Pero según el compatibilismo, el único momento en que alguien no es libre es cuando la persona está siendo forzada a hacer algo que ella no quiere hacer. En este sentido, entonces, la creación del mundo por parte de Dios es «libre» porque es lo que Dios quería hacer. Pero eso no quiere decir que Dios pudiera haber hecho lo contrario.

Alguien tiene que cuestionar la visión ortodoxa de Edwards. Toda la cuestión de la ortodoxia cristiana tradicionalmente afirmando la libertad de la creación, es para garantizar que está dentro de la esfera de la gracia, no de la necesidad. Todo lo que es necesario no puede ser gracioso. Además, si la creación del mundo por parte de Dios era necesaria, entonces el mundo es, en cierto sentido, parte de Dios -un aspecto de la existencia misma de Dios. Esto se conoce como panenteísmo: la creencia de que Dios y el mundo son realidades interdependientes [Doctrina filosófica y teológica del siglo XIX, que defendía que el mundo está en Dios y es Dios, pero no constituye la totalidad de Dios]. La mayoría de los cristianos ortodoxos siempre han considerado el panenteísmo como una herejía[12].

En realidad no estoy acusando a Edwards de herejía; más bien, lo estoy acusando de inconsistencia, porque claramente no tenía intención de hacer que Dios, de ninguna manera, dependiera del mundo. El punto es que sus reflexiones especulativas sobre la soberanía de Dios lo llevaron a conclusiones con las cuales él probablemente no se sentía cómodo, y probablemente no se mantuvo de la misma manera en todo momento. Sin embargo, a pesar de las intenciones de Edwards, su fuerte doctrina de soberanía -determinismo divino-  es un terreno resbaladizo que conduce al panenteísmo.

Otro tema con el que Edwards tiene que lidiar es la relación de Dios con el pecado y el mal. ¿Su fuerte doctrina de la providencia no lleva inevitablemente a Dios a ser el autor del pecado y del mal? Edwards estaba claramente incómodo con esto, pero al mismo tiempo admitió esto en cierto sentido. En primer lugar, su explicación de cómo Dios hizo efectiva la caída de Adán es que Dios retiró de Adán «aquellas influencias sin las cuales la naturaleza será corrupta», pero esto no hace a Dios el autor del pecado[13].  Para hacer el punto más claro, Edwards declaró que «la primera llegada o existencia de esa disposición maligna en el corazón de Adán fue por el permiso de Dios; que él podría haberla impedido, si así lo hubiese querido, proveyendo tales influencias de su Espíritu que hubieran sido absolutamente efectivas para prevenir la disposición maligna, que en verdad, de hecho, él retuvo (o retiró de Adán)»[14].  Aunque Dios se aseguró la primera disposición que dio lugar a todas las demás, Edwards argumenta que Dios no es culpable. A pesar de que Dios haya hecho efectiva la primera disposición que dio lugar a todas las demás, Edwards argumenta que Dios no es culpable. Sólo Adán fue culpable porque sus intenciones eran malvadas. Las intenciones de Dios al determinar el pecado y el mal eran buenas. «Al desear el mal, Dios no hace el mal»[15].

¿Esto, de hecho, absuelve a Dios, por así decirlo, de ser el autor del pecado y del mal? Edwards, por fin, concluyó:

Si por “autor del pecado” queremos decir el que permite o no imposibilita el pecado; y, al mismo tiempo, un organizador del estado de los acontecimientos, de tal manera que, para fines y propósitos sabios, santos y más que excelentes, aquel pecado, ya sea permitido o no impedido, más que cierta e infaliblemente acontecerá: yo digo, si esto es todo lo que se entiende por autor del mal, no niego que Dios es el autor del mal.[16]

Supongo que la mayoría de la gente consideraría esto como siendo el autor del mal. Pero muchos calvinistas, al darse cuenta de que para la mayoría de la gente «autor del mal» significa que Dios obligó a Adán a pecar contra su voluntad, rechazan este lenguaje mientras que al mismo tiempo están de acuerdo con Edwards. Ni Edwards ni ningún calvinista cree que Dios obligó a Adán a pecar contra su voluntad, pero el lenguaje llano dicta que alguien es el «autor» de algo simplemente por hacerlo que suceda, o hacerlo efectivo. Por lo tanto, sostengo que el calvinismo, de hecho, hace a Dios el autor del mal en el sentido de que, de acuerdo con su descripción de la soberanía de Dios, Dios determinó e hizo que sucediese el pecado de Adán.

Mi punto aquí es simplemente este: cuando los calvinistas niegan que su doctrina hace a Dios el «autor del pecado», lo que usualmente quieren decir es que Dios no obligó a Adán (o a nadie) a pecar contra su voluntad. Sin embargo, deben admitir, junto con Edwards, que su doctrina en realidad hace a Dios el «autor del pecado» en el sentido de que Dios tornó cierto [determinó y ejecutó] el que Adán (y toda su posteridad) pecara.

R. C. Sproul

Al igual que Edwards, Sproul rechaza la etiqueta de «determinismo» para su fuerte visión de la soberanía divina, porque él entiende que «determinismo» quiere decir «fuerza externa»[17]. Admite, junto con Edwards y todos los demás calvinistas estrictos, que Dios determina todas las cosas, pero prefiere no llamar a esta «determinación» divina «determinismo»[18].  Uno sólo puede preguntarse qué diferencia esto hace realmente. Seguiré llamando determinismo divino a este punto de vista, siguiendo la definición simple de «determinismo» (tal como figura en varios diccionarios y enciclopedias), que «todo evento se torna necesario por los acontecimientos y las condiciones previas».  «En el contexto de la religión, el determinismo afirma que las acciones de las personas son determinadas por la voluntad de Dios. La gente, en definitiva, no podría actuar de acuerdo al libre albedrío, sino que estaría sometida a la predestinación»[19]. Este es ciertamente el caso de la creencia de Edwards y Sproul, y la mayoría de los otros calvinistas sobre la soberanía de Dios.

Pasemos ahora a la descripción de Sproul de la soberanía providencial de Dios. Sproul es bien conocido por hacer declaraciones un tanto enfáticas y extremas sobre la doctrina calvinista. Por ejemplo, en God’s Elects, escribe que cualquiera que no esté de acuerdo con su creencia (conforme se expresa en la Confesión de Fe de Westminster) sobre la predestinación, debe ser un «ateo convencido»[20]. Para Sproul (y muchos otros calvinistas) la predestinación es más que un concepto acerca de la soberanía de Dios de decidir quién se salvará y quién no; es también un concepto acerca de la «soberanía total» de Dios en todas las cosas. En el capítulo 3 cité la declaración de Sproul de que no puede haber una sola molécula en el universo que no esté bajo el control de Dios. Él es famoso por preguntar al público si creen en la soberanía total de Dios, en el sentido que aquí llamo determinismo divino. Entonces les pregunta ¿cuántos son ateos? A las personas que no han levantado la mano en respuesta a su primera pregunta, les dice que deberían levantar la mano en la segunda pregunta. Su conclusión, por supuesto, es que «si Dios no es soberano, entonces no es Dios. Pertenece a Dios como Dios ser soberano»[21].

Lo extraño de esto es que en su libro Elegidos por Dios, Sproul dice que «eruditos y líderes cristianos» pueden estar en desacuerdo con esta doctrina, pero luego dice que cualquiera que no esté de acuerdo con él debe ser un ateo convencido. ¡No debería sorprenderse si algunos «eruditos y líderes cristianos» se ofenden por esa sugerencia![22] Muchos cristianos coinciden con él en que la soberanía de Dios es una parte esencial de la naturaleza de Dios, pero sin estar de acuerdo con su interpretación de esa soberanía.

Entonces, ¿cuál es la verdadera doctrina de Sproul acerca de la predestinación/providencia? Obtenemos un claro indicio en su definición de la predestinación: «Incluye todo lo que viene a acontecer en el tiempo y el espacio»[23]. En otras palabras, la predestinación, en su sentido más amplio, es simplemente otra palabra para la determinación de Dios de todos los eventos: providencia meticulosa.  Él afirma que todo lo que sucede es la voluntad de Dios[24]. Para concluir esto, escribe:

El movimiento de cada molécula, las acciones de cada planta, la caída de cada estrella, las elecciones de cada criatura volitiva, todos estos están sujetos a su voluntad soberana. No hay moléculas indisciplinadas sueltas en el universo más allá del control del Creador. Si tal molécula existiera, podría ser la mosca crítica en el aceite eterno. [25]

En otras palabras, «una molécula indisciplinada podría destruir todas las promesas que Dios ha hecho acerca del resultado de la historia»[26]. Sproul continúa haciendo una distinción entre los dos sentidos de la voluntad de Dios: la voluntad decretiva de Dios y la voluntad permisiva de Dios[27]. Tal distinción puede aliviar cierta ansiedad acerca del papel de Dios en el mal, pero luego quita con una mano lo que ha dado con la otra: «lo que Dios permite, él decreta permitirlo»[28]. En otras palabras, el permiso de Dios es voluntario e incluso determinante, sólo refleja y promulga los eternos decretos de Dios. Así, incluso el pecado se encuentra tanto en la voluntad decretiva de Dios como en la voluntad permisiva de Dios. La última no determina a la primera de ninguna manera, o de lo contrario, Dios no sería soberano. Lo que Dios permite, él decretó permitirlo, incluyendo el pecado. La forma en que Sproul explica la relación entre la voluntad decretiva de Dios y la voluntad permisiva de Dios tiende a derrumbar las dos juntas. El espectro de un Dios que desea el pecado y el mal aún se cierne sobre él.

Para obtener una comprensión más completa de la doctrina de Sproul acerca de la soberanía providencial de Dios, es útil mirar su visión del libre albedrío. Por un lado, a diferencia de algunos calvinistas, Sproul afirma que Adán y Eva cayeron por su propia voluntad: «El calvinismo ve a Adán pecando por su propio libre albedrío, y no por la coacción divina»[29].  Además, sobre la Caída, dice:

«Adán se lanzó en el pozo [de la depravación y la muerte espiritual]. En Adán, todos nos arrojamos al pozo. Dios no nos arrojó dentro del pozo»[30].

Algunos de los lectores de Sproul son falsamente consolados por esto –como si aliviara el problema de la elección soberana de Dios de que Adán pecara. Pero esto no está nada claro de ningún modo. Es importante mirar más de cerca lo que Sproul quiere decir con «libre albedrío». Allí se vuelve al compatibilismo de Edwards, en el que el «libre albedrío» es simplemente hacer lo que quieres hacer aunque no puedas hacer lo contrario. Al igual que Edwards (en muchos sentidos el mentor de Sproul), Sproul argumenta que «siempre elegimos de acuerdo con la inclinación que es más fuerte en el momento»[31]. Esto también sería cierto para Adan, ya que tanto Edwards como Sproul están simplemente explicando lo que el «libre albedrío» significa siempre. Sproul explica aún más: «Hay una razón para cada elección que hacemos. En un sentido limitado, cada elección que hacemos está determinada»[32]. ¿Determinada por qué? Por nuestras inclinaciones y motivos internos.

Todo lo que se necesita hacer para ver que esto realmente no resuelve el problema de Dios y el mal, es volver a pensar en el primer pecado de Adán y el motivo que lo controló y, que en verdad, lo causó. En otras palabras, lo que Sproul está diciendo es que el pecado de Adán estaba predeterminado por su disposición interior a pecar. Adán no podría haber hecho nada diferente de lo que hizo. Sproul dice que esto no es determinismo, porque él define el determinismo como «coacción por fuerzas externas», lo que de hecho no tiene nada que ver con ello, como ya hemos observado. Él parece estar inventando esta definición arbitrariamente para simplemente evitar su visión determinista de la historia, incluyendo la caída.

La pregunta para Sproul, y para todos los calvinistas que usan este enfoque, es esta: ¿de dónde vino la mala inclinación de Adán? Para ellos, no puede venir del libre albedrío porque el libre albedrío es simplemente actuar sobre las inclinaciones de alguien. Más adelante en este capítulo exploraré más a fondo este dilema del calvinismo. Aquí simplemente quiero plantear el problema para las explicaciones típicas de Sproul, y de otros calvinistas, acerca de la caída de la humanidad al pecado y al mal, y la participación de Dios en ello. Un indicio de lo que está por venir: parece lógicamente necesario, por esta descripción del libre albedrío y la soberanía de Dios, trazar la primera inclinación del mal hacia Dios como su fuente, lo que por supuesto ¡ningún calvinista quiere hacer!

Loraine Boettner

Ahora dejo a Sproul y me dirijo a Boettner. ¿Qué dijo sobre la providencia soberana de Dios?  Según Boettner, la visión reformada de la providencia de Dios es que Dios «muy obviamente predeterminó cada evento que sucedería… Incluso los actos pecaminosos de los hombres están incluidos en ese plan»[33]. Pero, así como Sproul, Boettner quiere decir que Dios sólo permite los actos pecaminosos de la gente; no los causa. Sin embargo, como Sproul, quita con una mano lo que dio con la otra al decir esto:

Incluso las acciones pecaminosas de los hombres [incluyendo el primer pecado de Adán] sólo pueden ocurrir con su permiso [de Dios]. Y una vez que Él permite, no a regañadientes sino deseosamente [voluntariamente], todo lo que pasa –incluyendo las acciones y el destino último de los hombres– tales cosas deben ser, en cierto sentido, de acuerdo con lo que Él deseó y planeó.[34]

En otras palabras, incluso el primer acto pecaminoso (y, por lo tanto, la primera inclinación para pecar) fue deseosamente planeado y pretendido por Dios, ya que él lo deseó. Boettner insiste, sin embargo, en que Dios nunca peca o incluso hace que la gente peque. Sin embargo, a fin de realizar su propósito y plan, tornó cierto [aseguró] el primer pecado. ¿Cómo?

Todo lo que necesitamos saber es que Dios gobierna a sus criaturas, que su control sobre ellas es tal que ninguna violencia es hecha a sus naturalezas, y que su control es consistente con Su propia pureza y excelencia. Dios presenta de tal manera los estímulos externos que el hombre actúa de acuerdo a su propia naturaleza, pero hace exactamente lo que Dios planea que haga[35].

Más adelante en este capítulo exploraré esto más a fondo, y preguntaré si esto realmente exime a Dios de ser el autor del pecado y el mal. Esto es en realidad diferente a decir que Dios determina el pecado y el mal y que activamente los hace efectivos. ¿Es la terminología del mero permiso realmente apropiada para esta descripción del papel de Dios en el pecado y el mal? Si Dios introduce a la gente «estímulos externos» garantizados para resultar en sus pecados, ¿no hace eso a Dios el autor de sus pecados? Si es así, ¿cómo es que ellos son responsables y Dios no?

Paul Helm

Ahora analizaremos a Paul Helm, otro testimonio calvinista de la fuerte doctrina de la providencia, que creo que pone al calvinismo en problemas al llevar inexorablemente a la «consecuencia lógica y necesaria» de que Dios es el autor del pecado y del mal, e incluso de todo el sufrimiento inocente. La obra de Helm, La Providencia de Dios, es ampliamente considerada un clásico contemporáneo del pensamiento calvinista. Vea aquí cómo expresa la soberanía de Dios en la providencia: «No sólo cada átomo y molécula, cada pensamiento y deseo, es mantenido en existencia por Dios, sino que cada curva y cada giro de todo ello está bajo el control directo de Dios»[36]. Así que «la providencia de Dios es ‘refinada’, se extiende a la ocurrencia de acciones individuales y a cada aspecto de cada acción»[37]. Por supuesto, Helm reconoce que para muchos de sus lectores esta fuerte visión de la soberanía de Dios promoverá aún más el debate del problema del mal. ¿Es Dios, entonces, el autor del pecado y del mal? ¿Y dónde queda la bondad de Dios?

Este problema de la maldad, y el papel de Dios en ella, se torna aún más problemático cuando Helm se vuelve para describir cómo Dios gobierna el mal en el mundo:

Pues de acuerdo con la visión ‘exenta de riesgos’ [la visión de Helm de la providencia de Dios en la cual Dios no se arriesga], Dios controla todos los eventos y también da mandamientos morales que son desobedecidos en algunos de los muchos eventos que él controla. Por ejemplo, él ordena a los hombres y mujeres que amen a su prójimo, mientras que al mismo tiempo controla acciones que son maliciosas y odiosas.[38]

Según Helm, Dios tiene dos voluntades: «la que acontece» (la cual él decreta y torna cierta) y «la que debe acontecer» (que él ordena y que a menudo va en contra de lo que él decreta). Algunos calvinistas se refieren a estas voluntades como «voluntad decretiva» y «voluntad preceptiva» de Dios. En otras palabras, de acuerdo con esta visión de la providencia de Dios, Dios ordenó a Adán y Eva que no comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal (voluntad preceptiva) mientras que al mismo tiempo (o desde la eternidad) decretó que ellos comieran del árbol. La pregunta crucial que se plantea es ¿cómo puede Dios ser bueno y no estar en conflicto consigo mismo? Dios garantiza que sus ordenanzas morales serán desobedecidas. ¿Cómo puede Dios hacer esto sin obligar a la gente a pecar? ¿Y cómo puede hacer esto sin ser responsable del pecado?

En este punto, Helm, como muchos calvinistas, se vuelve hacia la retención de la influencia divina por parte de Dios, de modo que la gente peca naturalmente sin que Dios la haga pecar: «Lo que determina la acción [por ejemplo, la Caída] en la medida en que ella es maligna, es la negación divina. Dios retiene su bondad o gracia, y entonces el agente forma una motivación o razón moralmente deficiente y actúa de acuerdo con ella»[39].

En otras palabras, Dios hace que el mal se realice sin hacer el mal él mismo. El mal, después de todo, reside en el motivo con el cual la acción predestinada [pre-ordenada] es realizada por la criatura. El motivo del pecador es el mal, mientras que el motivo de Dios para pre-ordenar y tornar cierto el mal es el bien. El pecador está pecando porque, a partir de un motivo malo (por ejemplo, el egoísmo) él desobedece la voluntad preceptiva de Dios, aunque él no pueda hacer lo contrario porque Dios retiene [o le niega] la provisión necesaria para no pecar.

Esto plantea muchas preguntas acerca de la bondad de Dios, la responsabilidad humana y la fuente del primer motivo maligno. Helm afirma que a pesar de la participación de Dios en tornar cierto el mal, es un Dios perfectamente bueno, de modo que «la bondad de Dios debe tener alguna relación positiva con los tipos de acciones humanas que consideramos buenas». Si no, ¿por qué atribuir  bondad a Dios?»[40]. Trataré los problemas inherentes a este relato de la providencia de Dios más adelante en este capítulo. Por ahora nos basta con decir que, en el mejor de los casos, tal relato es incoherente.

John Piper

¿Y el influyente John Piper –probablemente  el mentor más importante del nuevo calvinismo entre la generación de jóvenes, incansables y reformados? ¿Qué dice sobre la soberanía y la providencia de Dios, incluyendo el mal? Él sigue a Edwards y se parece mucho a Helm. Como se explicó anteriormente, Piper cree que todo, sin excepción, está sucediendo de acuerdo con el plan y el propósito pre-ordenado de Dios, y que Dios torna todo esto cierto (hace que ocurra) sin participar él mismo en el mal: «De alguna manera (que nosotros no podemos entender completamente) Dios es capaz, sin ser culpable de ‘tentar’, de asegurar que una persona haga lo que Dios le ordena que haga, incluso si esto implica maldad»[41].

Como Helm, Piper afirma dos voluntades en Dios: «Dios decreta un estado de cosas [incluyendo el mal] mientras que también desea y enseña que un estado de cosas diferentes deba acontecer»[42]. Piper niega, en su relato de la providencia, que Dios sea el autor del pecado y del mal, aunque él de hecho se asegure de que las cosas que son contrarias a los mandamientos de Dios se hagan realidad.

Cada uno de los autores citados hasta ahora, en esta sección, dice que todo lo que Dios predetermina [pre-ordena] y torna cierto, incluyendo el pecado y el mal, glorifica a Dios. Boettner es el que dice más sucintamente: «Dios tiene un propósito definido en la permisión [!] de cada pecado individual, habiéndolo ordenado [!] ‘para su propia gloria’»[43]. ¡Incluso las obras de Satanás son pre-ordenadas y controladas por Dios para su gloria![44]

Resumamos la típica visión del calvinismo rígido de la soberanía de Dios. Si bien puede haber matices de diferencia en cada relato, se puede decir con seguridad que hay características comunes compartidas muy ampliamente, de manera que una descripción general puede ser ofrecida. En el calvinismo rígido, la soberanía de Dios en su providencia significa que todo, hasta los más pequeños detalles de la historia y las vidas individuales, incluyendo los pensamientos y acciones de las personas, son pre-ordenados [predeterminados] y asegurados [tornados ciertos] por Dios. Incluso las acciones malas y los pensamientos malvados son planeados y llevados a cabo, de manera que Dios «garantiza» que ellos sucedan para cumplir así su voluntad. Nada, no importa qué, sea lo que sea, está fuera del plan y destino predestinador de Dios.

Con todo, Dios no es manchado por el mal que las criaturas hacen, aunque él haga que suceda, porque sus motivos son siempre buenos, incluso en hacer efectivo el mal que él prohíbe. Y el plan final de Dios es bueno de tal suerte que el mal sirve a su propósito. «Dios desea correctamente estas cosas que los hombres hacen impíamente»[45].  Sin embargo, las criaturas son las únicas responsables del mal que cometen[46].   Dios hace que el pecado y el mal sean cometidos, no obligando o forzando a la gente a cometerlos, sino quitando o reteniendo esa influencia divina que ellos necesitarían para no pecar y no hacer el mal. Todo lo que acontece, incluyendo el pecado, es ordenado por Dios para su propia gloria.

EL PROBLEMA DE LA REPUTACIÓN DE DIOS

Sproul afirma que «cualquier distorsión del carácter de Dios envenena el resto de nuestra teología»[47]. De hecho, los cristianos no calvinistas están completamente de acuerdo con eso, pero ellos consideran que el relato típico del calvinismo rígido, acerca de la soberanía de Dios, conduce inexorablemente a una distorsión del carácter de Dios. Por supuesto, ningún calvinista lo admite, pero ese no es el punto. Los calvinistas a menudo acusan a los arminianos, y a otros no calvinistas, de no llegar al final de las «consecuencias lógicas y necesarias» de sus creencias, por lo que es justo que los arminianos hagan lo mismo con los calvinistas. Hablando en términos generales, con algunas excepciones, los calvinistas afirman la perfecta bondad y el amor de Dios, pero la creencia calvinista en la providencia meticulosa, y en la soberanía totalmente determinante y absoluta (determinismo) minimiza lo ellos que dicen. Parece que quieren mantener el pastel intacto y comerlo al mismo tiempo.

Antes de sumergirnos en mi crítica al relato calvinista de la soberanía de Dios, quiero afirmar clara e inequívocamente que todos los cristianos conservadores, incluidos los no calvinistas, tales como los arminianos, también afirman la soberanía de Dios. A veces los calvinistas insertan ilegalmente su propia definición de soberanía, en el sentido que le dan a esa palabra, de modo que todos los que no están de acuerdo con su determinismo divino no puedan creer en la soberanía divina[48].

Ya he demostrado que los arminianos creen en la soberanía de Dios, y una vez más señalo a los lectores el libro Teología Arminiana: Mitos y Realidades. Los no calvinistas toman la voluntad permisiva de Dios más seriamente que los calvinistas y explican las historias bíblicas, como la de José y sus hermanos (Gen. 50) y la crucifixión de Jesús de esta manera –Dios previó y permitió a las personas pecadoras hacer tales cosas, ya que vio el bien que podía realizar a través de tales males[49]. Pero Dios de ninguna manera las pre-ordenó [predeterminó minuciosamente] o se encargó de hacer que sucedan.

Uno podría preguntarse cómo Dios puede estar seguro de que tales cosas sucederán. Dios conoce los corazones de las personas, y puede prever que, dadas ciertas circunstancias previsibles, harán cosas pecaminosas. Dios no necesita manipular las cosas; él simplemente puede preverlas infaliblemente. Los calvinistas se burlarán de esto, pero la forma en que los calvinistas tratan la participación de Dios plantea mayores problemas de los que ellos necesitarían enfrentar si dejasen la pregunta sin responder.

En resumen, el relato calvinista de la soberanía de Dios, presentado en este capítulo, hace inevitablemente que Dios sea el autor del pecado, del mal y del sufrimiento inocente (como los de los niños de los genocidios) y por lo tanto impugna la integridad del carácter de Dios como bondadoso y amoroso. El Dios de este calvinismo (en oposición, digamos, a la teología reformada revisionista) es, en el mejor de los casos, moralmente ambiguo y, en el peor, un monstruo moral que apenas se distingue del diablo. Recuerda, según este relato calvinista de la soberanía y la providencia de Dios, incluso el diablo sólo está haciendo las obras que Dios le ha dado que haga. Esto también, como todo lo demás, fue pre-ordenado, determinado, planeado, deseado por Dios y asegurado por Dios para que así ocurriese; y todo esto para su gloria. Sólo puedo concordar de todo corazón con el filósofo evangélico Jerry Walls que dice, «El calvinista debe sacrificar una clara noción de la bondad de Dios para mantener su visión de los decretos soberanos de Dios»[50]. En cuanto a la afirmación calvinista de que incluso el mal es deseado y asegurado para que ocurra por Dios, Walls dice con razón, «En este punto la idea de la bondad, tal como la conocemos, simplemente se deforma»[51].

Permítanme ser extremadamente claro que cualesquiera que sean las objeciones que Sproul y otros puedan plantear, el relato calvinista de la soberanía de Dios es determinismo divino. Ninguna cantidad de cavilaciones puede resolver el problema.

Afirmar que todo lo que sucede, hasta los más mínimos detalles, incluyendo incluso los propios pensamientos y acciones de Dios, están determinados, es por definición, afirmar el determinismo. Incluso si Sproul no siguió a Edwards en el argumento de que los propios pensamientos y acciones de Dios son determinados (que, dada la concordancia con la idea compatibilista de Edwards sobre el libre albedrío, él parece tener), él afirma enfáticamente que todo en el mundo es determinado por Dios.

Todos los calvinistas citados anteriormente a veces se echan atrás, y usan el lenguaje del permiso cuando hablan de la soberanía de Dios sobre el pecado y el mal, pero un análisis riguroso de lo que quieren decir revela que su idea de la permisión de Dios es diferente a un simple permiso. Es permisión deseosa [voluntaria] e incluso determinante. Recuerde que Dios permite la caída de Adán, pero también se encarga de que suceda, porque la caída está en su voluntad y propósito al retener, o quitar, el poder moral que haría que Adán no hubiese caído en pecado.

De hecho, esta permisión es extraña. ¿Quién creería que un profesor, que retiene la información necesaria para que los estudiantes sean aprobados en un curso, simplemente él les permitiría ser reprobados? ¿Y si este profesor, cuando fuese convocado por los padres y los funcionarios de la escuela, dijese: «Yo no los forcé a reprobar. Ellos mismos reprobaron». ¿Alguien aceptaría esa explicación, o acusaría al profesor de simplemente permitir que los estudiantes fuesen reprobados y, al mismo tiempo, también de haber causado la reprobación? ¿Y si el profesor argumentase que él planeó e hizo efectiva la reprobación de sus estudiantes por un buen motivo –para mantener los estándares académicos, y mostrar lo buen profesor que él es al demostrar cuan necesaria es su información para que los estudiantes pasen? ¿No profundizarían estas admisiones la convicción de que este profesor está moral y profesionalmente equivocado?

Muchos críticos del calvinismo, tal vez la mayoría, quedan extremadamente atónitos por el determinismo divino calvinista. Hay muchas razones, pero la primera y más importante es que hace ser a Dios moralmente impuro, si no repugnante.

Un día, al final de una clase sobre la doctrina calvinista de la soberanía de Dios, un estudiante me hizo una pregunta que yo había postergado su consideración. Preguntó: «Si se le revelara de manera que no pudiera cuestionar, o negar, que el verdadero Dios, de hecho, es tal cual lo que describe el calvinismo, y que domina como lo afirma el calvinismo, aun así ¿usted lo adoraría?» Yo sabía la única respuesta posible, sin parpadear, aunque también sabía que sorprendería a mucha gente. Dije que no, que no adoraría, porque no podría hacerlo. Un Dios así sería un monstruo moral. Por supuesto, me doy cuenta de que los calvinistas no piensan que su visión de la soberanía de Dios lo convierte en un monstruo moral, pero sólo puedo concluir que no llevarán al calvinismo hasta su conclusión lógica; ni siquiera pensarán con suficiente seriedad en las cosas que dicen sobre Dios y el mal, y el sufrimiento inocente en el mundo.

Tal vez nadie tenga una postura más firme contra la doctrina calvinista de la providencia de Dios que el teólogo David Bentley Hart, que examinó el papel de Dios en el sufrimiento inocente en The Doors of the Sea: Where Was God in the Tsunami?[52] En esta obra llama al punto de vista adoptado por los calvinistas rígidos como «fatalismo teológico» y dice que las personas que mantienen este punto de vista «calumnian el amor y la bondad de Dios debido a una servil y enfermiza fascinación por su ‘espantosa soberanía’»[53]. En el libro, dice:

Si, de hecho, hubiera un Dios cuya verdadera naturaleza –cuya justicia o soberanía– se revelara en la muerte de un niño, o en el abandono de un alma o en un infierno predestinado, entonces no sería una gran transgresión pensar en él como una especie de demiurgo malévolo o despreciable, y odiarlo, y negarle la adoración, y buscar un Dios mejor que él[54].

Encuentro útil citar a Hart hasta cierto punto, ya que expresa mis sentimientos y los de la mayoría de los no calvinistas sobre el determinismo divino del calvinismo, incluyendo el pecado, el mal y el sufrimiento inocente, de forma tan clara y valiente:

Alguien tiene que considerar el precio por el cual este consuelo [a saber, el del orador calvinista que predicaba ‘Dios mató a mi hijo’] fue comprado: exige que creamos y amemos a un Dios cuyos fines bondadosos se cumplirán no sólo a pesar de –sino totalmente mediante de– cada crueldad, cada miseria fortuita, cada catástrofe, cada traición, cada pecado que el mundo haya conocido. Exige que creamos en la eterna necesidad espiritual de un niño experimentando la agonizante muerte por la difteria, una joven madre devastada por el cáncer, decenas de miles de asiáticos tragados en un instante por el mar, millones de personas asesinadas en campos de exterminio y campos de trabajos forzados [gulags] y hambre forzada (y así sucesivamente). Es realmente una cosa extraña buscar la paz en un universo hecho moralmente inteligible a costa de un Dios tornado moralmente repugnante[55].

Con gran reticencia, porque sé que esto puede ofender profundamente a algunos calvinistas, sólo puedo decir ¡amén!

Sin duda, algunos calvinistas objetarán y dirán que Dios sólo permite el pecado, y el mal y el sufrimiento inocente: que él, de hecho, no los causa; y que los permite sin culpa, sin participar del pecado y del mismo mal. La respuesta a esta objeción de la crítica devastadora de Hart debería ser obvia, a partir de las citas calvinistas proporcionadas anteriormente. Los pensadores evangélicos Jerry Walls y Joseph Dongell enfatizan correctamente en Por Qué No Soy Calvinista que el lenguaje, frecuentemente utilizado, de permisión «no va bien con el calvinismo serio»[56] , aunque algunos calvinistas, como Sproul y Helm, retroceden y hacen uso de él para evitar cualquier implicación de que Dios es la causa del pecado, el mal o el sufrimiento inocente.

Walls y Dongell correctamente subrayan que el propio Calvino rechazó este lenguaje de permisión de Dios como inapropiado para la soberanía de Dios[57]. Es cierto que algunos calvinistas utilizan este lenguaje, pero «si Dios sólo permite ciertas cosas sin causarlas específicamente, es difícil ver cómo esto encajaría esto con la afirmación calvinista del determinismo que todo lo abarca[58]. El filósofo Walls define el determinismo como «el punto de vista de que todo evento debe ocurrir exactamente como ocurre en razón a las condiciones previas»[59]. Según Walls y Dungell, y muchos otros críticos meticulosos del calvinismo, una profunda incoherencia se encuentra en el corazón de la afirmación calvinista de la soberanía divina exhaustiva, determinismo divino, y mera permisión del mal: «Para un determinista –y esta es una cuestión cruda– ningún evento puede ser visto en forma aislada a partir de los eventos que lo causan. Cuando tenemos esto en mente, es difícil ver cómo los calvinistas pueden hablar de cualquier evento o elección como siendo permitidos»[60]. Ellos toman la afirmación de Sproul de que el mal se origina en el carácter maligno hecho de disposiciones malignas. Este es el intento de Sproul (y otros calvinistas) de evitar que Dios sea el autor del mal, porque se dice que Dios pre-ordena y garantiza el cumplimiento de ciertas acciones, mientras que la maldad de ellas fluye de los deseos pecaminosos de los actores finitos. El motivo de Dios para pre-ordenar y tornar cierto el pecado es moralmente puro, y él no obliga a nadie a pecar. Así, se dice que Dios meramente permite el pecado y la acción maligna, mientras que al mismo tiempo Él se encarga de que suceda.

Walls y Dungell cuestionan correctamente la inconsistencia de este relato del papel de Dios en el mal, ya que inevitablemente surge la pregunta: ¿De dónde provienen la mala disposición y los malos deseos de la criatura? He aquí uno de los talones de Aquiles del calvinismo al hacer uso del Faraón como un caso de estudio (ya que Sproul culpa a las malas acciones del Faraón como resultado de su carácter malvado, y no en Dios que las pre-ordenó). Walls y Dungell enfatizan que «el Faraón no se convirtió en la persona que era en vano. Más bien, su carácter estaba formado por una larga serie de eventos y elecciones, eventos y elecciones que todas ellas fueron determinadas por Dios (según el calvinismo)[61]». En otras palabras, para ser consistentes, el calvinismo debe decir que incluso el carácter malvado del faraón proviene en última instancia de Dios. (Imagina un universo donde sólo existe Dios y la primera criatura. ¿De dónde viene el primer impulso maligno, si no es del libre albedrío de la criatura –que el calvinismo niega excepto en el sentido compatibilista– o de Dios?

Walls y Dongell se preguntan entonces, «¿Cuál es el sentido, entonces, de decir que Dios permitió las acciones del Faraón, dado este escenario» del papel de Dios de hacer que todo ocurra, sin excepción?[62] Ellos señalan que «la noción de permiso pierde todo significado importante en una estructura calvinista. Por lo tanto, no es sorprendente que el mismo Calvino estuviese dudoso de la idea y advirtiera en contra de usarla»[63].  Finalmente, Walls y Dungel resumen todo el problema de una manera concisa y vigorosa: «El calvinismo enfrenta problemas para describir el pecado y el mal de una manera que sea moralmente plausible. Porque si Dios determina todo lo que sucede, entonces es difícil entender por qué hay tanto pecado y maldad en el mundo, y por qué Dios no es responsable de ello»[64].

Apelar, entonces, a la permisión de Dios en cuanto al pecado y el mal no encaja con la fuerte doctrina del calvinismo rígido sobre la soberanía de Dios.

Es cierto que muchos calvinistas, de hecho, apelan a la permisión divina, pero esto no mejora las otras cosas que dicen sobre el plan, y la acción totalmente determinante de Dios para hacer que todo, sin excepción, se ejecute.

Algunos calvinistas defienden la bondad de Dios basándose en lo que se llama, en la teodicea, el «bien mayor». (La teodicea es cualquier intento teológico o filosófico de justificar las acciones de Dios frente al mal.) De hecho, hasta donde puedo decir, todos los calvinistas incorporan algunas versiones de defensa del bien mayor de la bondad de Dios, de cara al pecado y al mal, en sus doctrinas de la providencia. Walls y Dungell se refieren específicamente a Paul Helm. El problema, ellos enfatizan (y yo diría que otro talón de Aquiles del calvinismo), es la creencia en la decisión de Dios de reprobar a muchas personas hacia el infierno, al  «ignorarlos» soberanamente, mientras elige salvar a otras. ¿En qué sentido se puede decir que el infierno sirve a un bien mayor? ¿Cuál es el bien mayor? Hablaré más de esto en el capítulo 5, que trata de la elección incondicional.

Me gustaría hacer una pausa aquí, y dejar algo claro. Si el estricto calvinismo dice algo diferente en su doctrina de la providencia, es que Dios intencionalmente planea, y hace que todo acontezca, y controla todo sin excepción. Hablar de Dios como si sólo permitiera el pecado, y el mal y el sufrimiento inocente, contrasta con su fuerte doctrina de la providencia. Si fuese lógico para los calvinistas decir que Dios permite o concede el mal, ellos sólo pueden querer decir esto en un sentido muy atenuado e inusual de «permitir» y «conceder», un sentido que está fuera de la categoría del lenguaje de la mayoría de las personas. Para decirlo directamente, pero claramente, según el estricto calvinismo, Dios quiere que el pecado, el mal y el sufrimiento inocente ocurran incluso si, como algunos calvinistas como John Piper afirman, eso lastima a Dios. Y él quiere que estas cosas sucedan de manera causal; él hace que se lleven a cabo.

Vamos a examinar el estudio de un caso que la mayoría de los calvinistas son reacios a tratar. Veo que la mayoría de sus casos de estudio, sobre la soberanía de Dios, son sobre el permiso misericordioso de Dios de sufrimientos en las vidas de los cristianos, para hacerlos más fuertes. Véase, por ejemplo, el libro de Piper La sonrisa escondida de Dios[65], en el que explica cómo la intensa aflicción ha ayudado a fortalecer la vida espiritual de los héroes cristianos John Bunyan, William Cowper y David Brainerd. Pero qué sucede si nos alejamos de este tipo de aflicción disciplinaria que Pablo, en el Nuevo Testamento, dice claramente que Dios realmente trae a la vida de los cristianos, para el bien de ellos  y para su gloria; y nos dirigimos a otros dos tipos de aflicción: el intenso sufrimiento de un niño que muere de cáncer y el secuestro, la violación y la muerte de un niño.

Si el calvinismo estricto es correcto, no tenemos otra opción que atribuir estas terribles aflicciones a Dios tanto como atribuimos las aflicciones de Bunyan, Cowper y Brainerd a Dios. No hay escapatoria de esto, dado lo que los calvinistas dicen sobre la soberanía que es el «control preciso y meticuloso» de Dios, que controla cada curva y cada giro de cada átomo y pensamiento. Según los calvinistas, los sufrimientos de un niño no están exentos [de ser atribuidos a Dios], aunque rara vez ellos toquen el tema.

Así que vuelva conmigo al incidente mencionado anteriormente, donde dije que visité a la amiga de mi hija en el hospital. En el pasillo, no muy lejos, podía oír a un niño pequeño, tal vez de dos o tres años, gritando en agonía entre toses horribles y arcadas de vómitos. La pobre criatura estaba siendo sostenida por alguien que le hablaba calmada y suavemente, mientras ella tosía incontrolablemente y luego gritaba un poco más. No fue de ninguna manera una rabieta infantil normal o acostumbrada, o un llanto de incomodidad. Jamás escuché nada como eso antes, y ni después aquel evento, incluso ni en la televisión. Mi pensamiento constante era: «¿Por qué no hace alguien algo para aliviar el sufrimiento de ese niño?» Quería correr por el pasillo y ver si podía ayudar, pero había mucha gente alrededor del niño en esa habitación. Lo que escuché me persigue hasta hoy. Parece que esa criatura estaba posiblemente muriendo una muerte agonizante.

Si el calvinismo es cierto, Dios no sólo planeó y ordenó, sino que también se aseguró de que ocurriese el horrible sufrimiento de ese niño. No sólo planeó y ordenó, y ejecutó la enfermedad del niño, sino también la agonía resultante. No funcionará responder que Dios sufre con ello, como dice Piper. En The Pleasures of God (Los Deleites de Dios) Piper ofrece su propio estudio de caso de la soberanía de Dios en la tragedia. Cuenta, con ciertos detalles, la muerte de su madre en un terrible accidente de coche. (Explica el hecho de que ella sufrió poco, pero, ¿y si hubiera sufrido como esa criatura que escuché en el hospital?) Piper usa la muerte de su madre para ilustrar cómo todo lo que sucede le agrada a Dios, incluso si eso lo entristece[66]. Dios, asegura él, planeó y se aseguró que el accidente de coche de su madre, y su muerte, ocurrirían para su gloria. Pero, ¿cómo este evento torna menos monstruoso a Dios diciendo que Dios planea, ordena, y ejecuta la agonía de un niño moribundo, aunque él se entristece? Piper dice que todo en la creación, incluyendo el pecado, el mal y el sufrimiento, es una expresión de la gloria de Dios[67]. Él dice que Dios «ama ser reconocido en todo el mundo»[68]; y que hace todo lo posible para dar a conocer su poderoso poder[69].

En The Doors of the Sea, el teólogo Hart habla de un hombre de Sri Lanka, de enorme fuerza física, cuyos cinco hijos murieron a causa del tsunami asiático de 2004. El hombre apareció en un artículo en el New York Times. No pudo evitar que sus hijos perecieran y, según relataba sus inútiles intentos, él estaba «completamente abrumado por su propio llanto»[70]. Por eso Hart escribe: «Sólo un cretino moral… habría intentado aliviar su angustia asegurándole que sus hijos murieron como resultado del eterno, inescrutable y justo consejo de Dios y que, de hecho, sus muertes habían servido misteriosamente a los propósitos de Dios en la historia»[71]. Por supuesto, la mayoría de los calvinistas aconsejan a sus seguidores no decir tales cosas, en tales momentos, a tales personas. Sin embargo, Hart reflexiona que «si consideramos vergonzosamente tonto y cruel decir tales cosas en el momento cuando la tristeza de uno es más real, e irresistiblemente dolorosa, entonces no deberíamos decir tales cosas jamás»[72].

Sigan conmigo ahora para el estudio del segundo caso imaginario (pero a menudo verdadero) de sufrimiento inocente. Este involucra el mal moral. Imagine que una niña pequeña es secuestrada por un vil maníaco sexual, el cual la mete en su coche y la lleva desde el vecindario a un bosque aislado a orillas de un lago. A pesar del llanto y la protesta de la niña, la lleva a la orilla del río donde la viola, la estrangula y tira su cuerpo al río. (Esto no es simplemente imaginario; está basado en una historia real).  Calvino nos ofrece el caso de un comerciante que tontamente se aleja de sus compañeros, y accidentalmente llega a una guarida de ladrones, y es robado y asesinado. Como se mencionó anteriormente, dice que este evento, como todos los eventos, no sólo fue previsto y permitido por Dios, sino que en realidad fue causado y gobernado por el plan secreto de Dios. En ninguna parte sugiere o permite que esto sea una excepción a la soberanía de Dios; más bien, deja claro que es una ilustración de cómo Dios trabaja todas las cosas que siempre están «dirigidas por la mano siempre presente de Dios»[73].

Leemos sobre este tonto comerciante, o un evento similar hoy, y asentimos con la cabeza y decimos: «Sí, puedo ver a Dios predestinando eso. Qué hombre tan tonto. Y Dios podría fácilmente tener una buena razón para causar este evento». Pero si Calvino tiene razón (y si los calvinistas estrictos como los que citamos anteriormente tienen razón), no es sólo la muerte del comerciante insensato la que es causada por Dios; es también el secuestro, la violación y el asesinato de la niña, todo esto fue «dirigido por la siempre presente mano de Dios». Tenga en cuenta que este evento no fue un desastre excéntrico de la naturaleza, o el resultado de la estupidez de alguien. Fue puramente malvado. Pero si podemos tomar la ilustración de Calvino del mercader asesinado, o la muy real de la niña, según la visión calvinista de la soberanía de Dios, ambas son idénticas en el sentido de que Dios las planeó, ordenó, gobernó y las condujo hasta su ejecución final. Hart está seguro de que esto hace inexorablemente a Dios «el arquitecto secreto del mal»[74]. Pero aún peor, según Piper, esto hace que Dios, detrás de cada «ceño fruncido de la providencia», esconda «un rostro sonriente». En La sonrisa oculta de Dios, cita el himno «Dios trabaja de forma misteriosa», escrito por un compositor calvinista del siglo XVIII, William Cowper, con aprobación: «No juzgues al Señor con un entendimiento débil, sino confía en él por su gracia; detrás de una providencia que frunce el ceño, Dios esconde un rostro sonriente»[75]. Todo eso suena muy bien cuando se habla de las aflicciones que Dios trae a las vidas de sus héroes, para hacerlos cristianos más fuertes. ¿Pero qué pasa cuando eso se aplica igualmente, como debería ser si Piper está en lo cierto sobre la providencia de Dios, a la escena de un maníaco sexual violando a una niña pequeña, luego estrangulándola y tirándola a un río? No escapará a la dificultad diciendo que en tales casos Dios sólo permite el pecado y el mal y el sufrimiento inocente. Si el calvinismo tiene razón, Dios también aprueba la acción del maníaco sexual [al fin y al cabo Dios planificó y pre-ordenó tal suceso], y hace que la acción sea llevada a cabo hasta sus últimas consecuencias, incluso si se entristece por ello. ¿Qué clase de Dios es ese?

Piper y otros calvinistas hablan mucho del gran renombre y reputación de Dios. Lo que muchos de sus oyentes y seguidores no se dan cuenta, es que la descripción de la soberanía de Dios por parte de los calvinistas hace que la reputación de Dios sea dudosa en el mejor de los casos; a menos, por supuesto, que todo lo que alguien quiera decir por reputación de Dios sea «poder». ¿Pero es eso lo que realmente queremos decir con reputación de Dios? ¿No se trata más bien de una cuestión de su carácter como bueno? Como observamos anteriormente, Helm dice que la bondad de Dios no puede ser tan diferente de nuestras más altas y buenas ideas acerca de la bondad, de lo contrario, el sentido de la bondad se perdería totalmente. ¿Pero no es eso lo que pasó aquí –con las ideas de Piper e ideas semejantes de otros calvinistas, acerca del papel de Dios en el mal y el sufrimiento inocente? Creo que sí.

Contra el Calvinismo – Roger Olson – Capítulo 4 – Traducido al español por Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de la Iglesia 2020

Contra el Calvinismo

[1] Ulrich Zwingli, On Providence and Other Essays, eds. Samuel Jackson and William John Hinke (Durham, NC: Labyrinth, 1983), 137.

[2] Ibíd., 157

[3] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Tomo I, Libro I – Capítulo XVI,9

[4] Ibíd., XVI,7

[5] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Tomo I, Libro I – Capítulo XVIII,2

[6] Jonathan Edwards, The Great Christian Doctrine of Original Sin, ed. Clyde A. Holbrook (New Haven, CT: Yale Univ. Press, 1970), 402.

[7] Jonathan Edwards, Freedom of the Will, in The Works of Jonathan Edwards (New Haven, CT: Yale Univ. Press, 1957), 1:431.

[8] Ibíd., 434.

[9] Ibíd., 395.

[10] Ibíd., 377.

[11] Ibíd., 380.

[12] Véase John W. Cooper, Panentheism: The Other God of the Philosophers (Panenteísmo: El Otro Dios de los Filósofos) (Grand Rapids: Baker, 2006). Cooper explica por qué el Panenteísmo es considerado herético por las normas doctrinales ortodoxas y sostiene que el punto de vista de Edwards sobre la relación entre Dios y el mundo es Panenteísta (77).

[13] Edwards, Original Sin, 384.

[14] Ibíd., 393.

[15] Edwards, Freedom of the Will, 411-12.

[16] Ibíd., 399.

[17] SPROUL, R.C. Eleitos de Deus, Editora Cultura Cristã, 2002, p. 39-40.

[18] SPROUL, R. C. O que é teologia reformada? São Paulo: Cultura Cristã, 2009, p.163.

[19] https://definicion.de/determinismo/

[20] SPROUL, R.C. Eleitos de Deus, Editora Cultura Cristã, 2002, p. 16. El pasaje de la Confesión de Fe de Westminster al que Sproul se refirió como la necesidad de un acuerdo para no ser un «ateo convencido», es que, «Desde toda la eternidad, Dios, por el muy sabio y santo consejo de su propia voluntad, ha ordenado libre e inalterablemente todo cuanto sucede».

[21] SPROUL, R. C. O que é teologia reformada? São Paulo: Cultura Cristã, 2009, p. 22.

[22] SPROUL, R.C. Eleitos de Deus, Editora Cultura Cristã, 2002, p. 9-10,16.

[23] SPROUL, R. C. O que é teologia reformada? São Paulo: Cultura Cristã, 2009, p. 121

[24] Ibíd., 147.

[25] Ibíd.

[26] Ibíd.

[27] Ibíd.

[28] Ibíd.

[29] SPROUL, R.C. Eleitos de Deus, Editora Cultura Cristã, 2002. p. 71

[30] Ibíd., 72.

[31] SPROUL, R. C. O que é teologia reformada? São Paulo: Cultura Cristã, 2009. p. 113.

[32] Ibíd.

[33] Boettner, The Reformed Doctrine of Predestination, 24.

[34] Ibíd., 30.

[35] Ibíd., 38.

[36] HELM, Paul. A providência de Deus. São Paulo: Cultura Cristã, 2007. p. 19.

[37] Ibíd., 91.

[38] Ibíd., 117.

[39] Ibíd., 152.

[40] Ibíd., 149

[41] John Piper, “Are There Two Wills in God,” in Still Sovereign: Contemporary Perspectives on Election. Foreknowledge, and Grace, eds., Thomas R. Schreiner and Bruce Ware (Grand Rapids: Baker, 2000), 123.

[42] Ibíd., 109.

[43] Boettner, The Reformed Doctrine of Predestination, 251.

[44] Ibíd., 243.

[45] Ibíd., 229.

[46] Craig R. Brown, The Five Dilemmas of Calvinism (Orlando, FL: Ligonier, 2007), 45 – 58.

[47] SPROUL, R. C. O que é teologia reformada? São Paulo: Cultura Cristã, 2009, p.33.

[48] Ver, por ejemplo, Brown, The Five Dilemmas of Calvinism, 43 – 44.

[49] Esta frase no pretende ser una explicación exhaustiva de la existencia del pecado y el mal en el mundo de Dios; aquí estoy simplemente tratando con dos historias bíblicas que los calvinistas usan muy a menudo para probar su punto de vista de la soberanía de Dios incluso en los actos de la gente pecadora. Afirmo, junto con la mayoría de los no calvinistas, que Dios también simplemente permite el pecado para preservar el libre albedrío de las personas, ya que Dios no quiere tener autómatas, sino agentes moralmente libres que pueden elegir libremente amar a Dios o no amarlo;  servir a Dios o no servirlo.

[50] Jerry Walls, “The Free Will Defense, Calvinism, Wesley, and the Goodness of God,” Christian Scholar’s Review 13/1 (1983): 29.

[51] Ibíd., 32.

[52] David Bentley Hart, The Doors of the Sea: Where Was God in the Tsunami? (Grand Rapids: Eerdmans, 2005).

[53] Ibíd., 89.

[54] Ibíd., 91.

[55] Ibíd., 99.

[56] Jerry Walls and Joseph Dongell, Why I Am Not a Calvinist (Downers Grove, IL; InterVarsity Press, 2004), 125.

[57] Ibíd., 126.

[58] Ibíd.

[59] Ibíd., 98 – 99.

[60] Ibíd., 129.

[61] Ibíd., 130.

[62] Ibíd., 131.

[63] Ibíd., 132.

[64] Ibíd., 133.

[65] PIPER, John. La Sonrisa Escondida de Dios, este material se encuentra en español.

[66] John Piper, The Pleasures of Cod (Portland, OR: Multnomah, 1991), 67 – 69.

[67] Ibíd., 89.

[68] Ibíd., 102.

[69] Ibíd., 108.

[70] Hart, The Doors of the Sea, 99.

[71] Ibíd., 100.

[72] Ibíd.

[73] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Tomo I, Libro I – Capítulo XVI,9

[74] Hart, The Doors of the Sea, 101.

[75] PIPER, John. O Sorriso Escondido de Deus. Traduzido por Augustus Nicodemus. São Paulo: Shedd Publicações, 2002, p.25.

3 comentarios sobre “Contra el calvinismo – Roger Olson

  1. Esperaba más erudición de una publicación como esta. Y honestidad en la manera de juzgar el pensamiento ajeno. Este no es el modo de discurrir sobre teología y doctrina. Es muy fácil y conveniente tomar una declaración e interpretarla al gusto personal para una audiencia que no entiende muy bien el floreo de lenguaje. Pero cuando le quitamos todo el ropaje, se pueden ver claramente los errores lógicos en el discurso del autor. Si una persona quiere demostrar que está en lo correcto teológicamente, debe usar teología. Si doctrinalmente, debe usar las Escrituras. El resto es falacia. Tratar de hacer al otro decir lo que no ha dicho no es muy honesto. Así no se ganan las discusiones.

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    1. Estimado, usted dice «Esperaba más erudición de una publicación como esta. Y honestidad en la manera de juzgar el pensamiento ajeno», y a continuación afirma «para una audiencia que no entiende muy bien el floreo de lenguaje». Eso es exactamente juzgar deshonestamente el pensamiento ajeno, creer que los demás no tienen capacidad de entendimiento. Me suele pasar que cuando converso con un calvinista siempre termina diciéndome lo mismo «es que tú no entiendes» y así gana la discusión.

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      1. A mi no se me ocurriría un argumento tan pobre como «es que tú no entiendes» y claramente no se puede ganar un debate con semejante cosa. Pero, por otro lado, es muy fácil ganar una discusión cuando uno se mete con un perro chico así que uno se puede llevar la impresión de que ganó cuando en realidad las condiciones no fueron justas. En lo que respecta a esta publicación yo no creo que Olson «no entienda»; lo que creo firmemente es que él presenta lo que él quiere como siendo el pensamiento calvinista. Obviamente, así le dejará a su audiencia arminiana la sensación de que es lógico repudiar estas «aberraciones». El gran problema es que él está enseñando su visión personal del pensamiento calvinista. No está yendo a, ni mostrando, las fuentes. Cuando yo leo las fuentes arminianas, por ejemplo, me doy cuenta de que han habido injusticias con relación a su pensamiento. Es honesto reconocerlo. Y cuando estoy en desacuerdo lo hago con base en un análisis objetivo de las fuentes, no afirmando que dicen algo que no dicen sólo para convencer a mi público.

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