¿Para qué sirve un Papa?

«Ahora bien, someterse al Romano Pontífice, lo declaramos, lo decimos, definimos y pronunciamos como de toda necesidad de salvación, para toda criatura humana» [Papa Bonifacio VIII, Bula Unam sanctam, 18 de noviembre de 1302»

Mat 16:18-19 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»[1]

Ya sea que interpretemos que la piedra es Cristo, Pedro, o la confesión de Pedro, lo cierto es que aquí las llaves del Reino de los Cielos es entregada al apóstol; y con esas llaves abrirá las puertas de salvación a los judíos con su predicación en el día de Pentecostés, y a los gentiles con su predicación en la casa de Cornelio. El Señor nada dice de que esas «llaves» pasarían luego a manos de algún sucesor de Pedro, y si así fuera ¿a cuál sucesor deberían serle entregadas?, ¿a uno por sobre el resto, o a todos? Los católicos romanos aseguran que esas llaves le corresponden al obispo de Roma, ¿por qué?, porque es el sucesor de Pedro, ¿con qué fundamento el obispo de Roma es el sucesor exclusivo de Pedro?, ninguno. Pedro ejerció su apostolado en Jerusalén, en Samaria, en Cesarea, en Jope, en Antioquía, etc., ¿por qué no podrían reclamar, los obispos establecidos en esos lugares por el mismo apóstol, ser sus auténticos sucesores también? Los apologetas romanistas no tienen respuesta a esto; ellos siempre tratarán de centrar la discusión en que si Pedro es la roca de Mateo 16:18. Bien, concedámosles ese punto, afirmemos que el apóstol es la piedra sobre la cual Cristo edificaría su Iglesia, esto estaría en conformidad con:

Efesios 2:20  «edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo»[2]

¿Y cuál es ese cimiento?

1Corintios 3:11 «Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo[3]

Sea cual sea la interpretación que pretendas darle ella siempre nos llevará a Cristo, por lo tanto no perderemos tiempo discutiendo obviedades, nos centraremos en aquello que los apologistas católicos romanos no pueden responder: ¿por qué el obispo de Roma, y no otro, es el sucesor de Pedro? Veamos qué opina de esto la Iglesia Ortodoxa:

«Esos versículos demasiado conocidos del Evangelio son de suma importancia dogmática, puesto que en ellos Roma, que se considera heredera apostólica de Pedro, fundamenta lo que considera su superioridad jurídica, la de Pedro sobre los demás apóstoles, la de ella sobre la Iglesia universal, así como la constitución monárquica de la Iglesia cristiana. ¿Qué dicen los ortodoxos? Los padres griegos, los teólogos bizantinos, la liturgia oriental subrayan el primado de Pedro entre los apóstoles; pero los bizantinos señalan que el poder de las llaves fue confiado a todos los apóstoles, que Juan, Santiago, pero especialmente Pablo, son también corifeos; para ellos el primado de Pedro no es un poder, sino la expresión de una fe y de una vocación comunes. […] Pero ¿qué? ¿El Papa no será el sucesor de Pedro? Lo es, pero como obispo. Pedro es apóstol y el corifeo de los apóstoles, pero el Papa no es ni apóstol (los apóstoles no han ordenado otros apóstoles), ni muchos menos corifeo de los apóstoles. Pedro es el instructor del universo; en cuanto al Papa, es el obispo de Roma. Pedro pudo ordenar un obispo en Antioquía, otro en Alejandría, otro en otra parte, pero el obispo de Roma no lo hace […] Pedro ordena al obispo de Roma, mientras que el Papa no nombra a su sucesor»   [Meyer, Jean. La Gran Controversia. Las Iglesias Católica y Ortodoxa de los orígenes hasta nuestros días. Editorial TusQuets Editores, p.81-82]

El apóstol Pedro no nombró a ningún sucesor especial, a ninguno a quien dejarle «el poder de las llaves». ¿Tienen los apologetas romanistas algún texto bíblico que demuestre lo contrario? Todos los obispos fueron sucesores de los apóstoles en igual grado; y posteriormente se le concedió relevancia a los cinco patriarcados: Roma, Constantinopla, Antioquía, Alejandría y Jerusalén. De entre esta pentarquía los dos obispos principales eran el romano y el constantinopolitano, ¿por qué?

«Los patriarcas se apoyan sobre la práctica inaugurada a la hora de la conversión de Constantino: el rango de los obispados en la jerarquía corresponde al rango civil de su ciudad; al cambiar el rango civil lo hace el rango eclesiástico; por esa razón Constantinopla, como capital del Imperio de Oriente, como nueva Roma, es también sede de patriarcado. El mismo razonamiento explica la importancia de Roma y su carácter histórico, es decir, no eterno.» [Meyer, Jean. La Gran Controversia. Las Iglesias Católica y Ortodoxa de los orígenes hasta nuestros días. Editorial TusQuets Editores, p.85]

Uno se preguntaría ¿por qué Constantinopla tiene mayor importancia que sedes apostólicas más antiguas como Jerusalén o Antioquía?, simplemente porque por influencia de Constantino la jerarquía del obispo se corresponde con la jerarquía de la ciudad; y como Roma y Constantinopla eran capitales del imperio sus obispos gozaban de un estatus preferencial (en cuanto a honor no en lo relativo a autoridad). Recordemos que anteriormente, con la destrucción de Jerusalén en el año 70 (y hasta la fundación de Constantinopla) la iglesia de Roma se levantó como columna en la cristiandad, como custodia de la doctrina y apoyo para las demás iglesias, y todos le reconocieron esa preeminencia en el amor. Por ello el obispo de Roma será considerado por los demás obispos como primo inter pares (primero entre iguales):

«El concepto de la Iglesia como ícono de la Trinidad tiene muchas otras aplicaciones. ‘La unidad en diversidad’ – así como cada persona de la Trinidad es autónoma, la Iglesia está compuesta de unas cuantas Iglesias autocéfalas; así como las tres personas de la Trinidad son iguales, en la Iglesia ningún obispo puede pretender al poder absoluto sobre los demás; no obstante, así como en la Trinidad el Padre goza de preeminencia como fuente y manantial de la divinidad, en la Iglesia el Papa es ‘primero entre iguales’.» [Kallistos, Ware (Obispo). La Iglesia Ortodoxa. Ed. Ángela, p. 217]

Pero lamentablemente los obispos romanos no se conformaron con ser primeros entre iguales, quisieron ser únicos sobre todos, y esa pretensión infundada ha sido la causa de los grandes cismas de la Iglesia:

«Para los romanos, el principio unificador de la Iglesia es el Papa, cuya jurisdicción se extiende sobre todo el cuerpo; en cambio los ortodoxos no creen que ningún obispo disponga de semejante jurisdicción universal. En tal caso, ¿qué es lo que une a la Iglesia? Los ortodoxos responden, que el acto de la comunión en los sacramentos. La teología ortodoxa de la Iglesia es ante todo una teología de la comunión. Cada Iglesia local, como ya lo dijo Ignacio de Antioquía, es constituida por la congregación de los fieles, reunidos alrededor de su obispo y celebrando la Eucaristía; la Iglesia universal está constituida por la comunión mutua de los que dirigen las Iglesias locales, es decir los obispos. La unidad no se mantiene desde fuera por un Sumo Pontífice, sino que se alienta desde dentro en la celebración de la Eucaristía. La Iglesia no es una institución de estructura monárquica, centrada en un solo jerarca; es colegial, compuesta por la comunión recíproca de los numerosos jerarcas, y de cada jerarca con los miembros de su rebaño. El acto de comunión, por lo tanto, es el criterio de asociación a la Iglesia.»  [Kallistos, Ware (Obispo). La Iglesia Ortodoxa. Ed. Ángela, p. 222]

Los católicos romanos consideran a la Iglesia como una estructura monárquica, y quien no esté sujeto al Papa (cabeza visible de esa estructura piramidal y jerárquica) está fuera de la Iglesia. Los católicos ortodoxos rechazan esa pretensión y se niegan a someterse al absolutismo papal. Mientras tanto, los católicos evangélicos y protestantes también nos negamos a reconocer ese fantasioso sistema de gobierno que no tiene ningún sustento bíblico o histórico. Si los apologetas romanistas creen que nosotros somos herejes porque rechazamos el absolutismo papal, que miren hacia la iglesia Ortodoxa (de raíces apostólicas) y vean cómo ellos también consideran absurda la pretensión del obispo de Roma. No somos nosotros el problema, queridos apologistas, son ustedes con su insistente papolatría.

¿Qué dice la Biblia?

Gálatas 2:1, 9 «Luego, al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito… y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos»

Este solo texto ya desbarata toda pretensión de supremacía petrina, pues no dice que Cefas (Pedro) sea el principal o el obispo de obispos; ni siquiera es nombrado en primer lugar, simplemente era una de las columnas de la Iglesia. Pero desde Roma nos siguen insistiendo en que si Pedro era la roca sobre la cual Cristo edificó la Iglesia, el Papa también lo es. Y es que el obispo de Roma, cuando habla ex cathedra, puede proclamar nuevos dogmas de creencia obligatoria para todos los fieles. Por ejemplo, hay mucha presión de parte de los marianistas para que se proclame el dogma de María Corredentora; hasta ahora ha habido reticencia de parte de los papas para proclamar este absurdo dogma que de ser oficializado significaría la mariolatría en su máxima expresión, y lo peor de todo, cerraría definitivamente la puerta a un mayor acercamiento con ortodoxos y evangélicos. La Iglesia es bimilenaria, entonces, ¿después de dos mil años de edificación pretenden los romanistas seguir poniendo cimientos o fundamentos? 

Los Patriarcas Ortodoxos, en el año 1848, enviaron una carta al Papa Pío IX donde le decían: «En nuestra comunidad, ni los Patriarcas ni los Concilios jamás podrían introducir nuevas enseñanzas, ya que el guardián de la religión es el mismo cuerpo de la Iglesia, es decir, el mismo pueblo.» Pero el obispo de Roma insiste en que después de casi dos mil años se puede seguir colocando cimientos a la Iglesia. En el Concilio Vaticano I (año 1870) se declararon dos nuevos dogmas papistas: el Primado del romano pontífice sobre la iglesia universal y la Infalibilidad papal.

Leamos lo que decretó el Vaticano I:

«A nadie a la verdad es dudoso, antes bien, a todos los siglos es notorio que el santo y beatísimo Pedro, príncipe y cabeza de los Apóstoles, columna de la fe y fundamento de la Iglesia católica, recibió las llaves del reino de manos de nuestro Señor Jesucristo, Salvador y Redentor del género humano; y, hasta el tiempo presente y siempre, «sigue viviendo» y preside y «ejerce el juicio» en sus sucesores, los obispos de la santa Sede Romana, por él fundada y por su sangre consagrada. De donde se sigue que quienquiera sucede a Pedro en esta cátedra, ese, según la institución de Cristo mismo, obtiene el primado de Pedro sobre la Iglesia universal.»   [Concilio Vaticano I. Cuarta sesión, 18 de julio de 1870: Primera Constitución dogmática “Pastor aeternus” sobre la Iglesia de Cristo. Cap. II. Dezinger Hünermann 3056-3057]

Verdaderamente es un disparate afirmar «de donde se sigue que quienquiera sucede a Pedro en esta cátedra, ese, según la institución de Cristo mismo, obtiene el primado de Pedro sobre la Iglesia universal». Es obsceno y perverso afirmar que Cristo instituyó la supremacía papal, cuando la realidad es que surgió de la desmedida ambición de los obispos romanos, más preocupados por imponer su autoridad que su ejemplo de vida; y que además fue un dogma muy resistido tanto por los ortodoxos como por los conciliaristas.  Y como si esto no les bastase, tuvieron el descaro de maldecir a los que no acepten dicho dogma:

«Si alguno, pues, dijere que no es de institución de Cristo mismo, es decir, de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en el primado sobre la Iglesia universal; o que el Romano Pontífice no es sucesor del bienaventurado Pedro en el mismo primado, sea anatema.»  [Concilio Vaticano I. Cuarta sesión, 18 de julio de 1870: Primera Constitución dogmática “Pastor aeternus” sobre la Iglesia de Cristo. Cap. II. Dezinger Hünermann 3058]

Que nos muestren los apologistas católicos romanos en qué textos bíblicos sustentan el dogma de la primacía del obispo de Roma sobre la iglesia universal. Que nos enseñen mediante las Escrituras dónde Pedro dejó como su sucesor al obispo romano. Si son doctrinas tan importantes algún fundamento escritural deben tener. Si según ellos Cristo mismo instituyó que los sucesores de Pedro gobernasen desde Roma a toda la Iglesia ¿por qué la iglesia Ortodoxa, que tiene iguales raíces apostólicas, considera una aberración esa doctrina y no reconoce la supremacía del Papa? ¿Por qué los otros patriarcados y los Padres de la Iglesia reconocieron siempre al obispo de Roma como primero entre iguales y no como obispo de obispos? Los apologistas católicos responderán que no hay ningún texto bíblico que afirme o insinúe que el obispo de Roma es el único sucesor de Pedro, pero que en la patrística hay suficiente evidencia. La realidad es que no la hay (por eso la iglesia Ortodoxa no cree en dicho dogma), solamente manipulando textos aislados de los Padres de la Iglesia pueden pretender convencernos. En otro capítulo ampliaremos este tema.

¿Para qué sirve un Papa en Roma?

Tengo en mis manos un libro que me acaba de llegar, es del sacerdote católico de la diócesis primada de Toledo, Gabriel Calvo Zarraute, quien es Licenciado en Estudios Eclesiásticos, Diplomado en Magisterio, Licenciado en Teología Fundamental, Licenciado en Historia de la Iglesia, Licenciado en Derecho Canónico, y tiene un Grado en Filosofía. Y resume perfectamente el estado del papado en la actualidad:

«Bergoglio desafía todas las reglas del sentido común, y con su reiterado desprecio hacia Nuestro Señor Jesucristo cada día parece más difícil no considerarlo un títere en manos de la masonería globalista de la agenda 2030. Solo resta preguntarse si su actitud se debe: a) a su profunda indigencia mental; b) a una severa psicopatía; c) a un programa previamente establecido. Aunque las tres no sean excluyentes. Sin embargo, esa no es la fe católica. Según el catolicismo, el papa y los obispos se encuentran al servicio de la fe: son siervos de los siervos de Dios, y no monarcas absolutos capaces de edulcorar o descafeinar la fe, mutándola al servicio de un nuevo orden mundial, de una religión mundialista, globalista y ecléctica sin nuestro Señor Jesucristo. Como pastores abusan de su autoridad y potestad sagradas utilizándolas para el fin contrario al que nuestro Señor Jesucristo otorgó al instituir la sagrada jerarquía en la Iglesia. Corruptio optimi pessima, sentenciaban los romanos: la corrupción de los mejores es la peor de todas. Shakespeare, más poético, lo glosaría en sus sonetos: Pues se agrían ellas solas las cosas de mayor dulzor / peor que la mala hierba huele el lirio que se marchitó.» [De Roma a Berlín. La protestantización de la Iglesia Católica. Volúmen I. Ed. Homo Legens, p. 30-31]

Los evangélicos no nos sometemos al Papa por las siguientes razones:

  • Su oficio no tiene base bíblica
  • Su pretensión de gobierno universal nunca fue aceptado por la Iglesia en su conjunto
  • El obispo de Roma siempre fue considerado primo inter pares
  • Su obsesión por el poder siempre ha sido causa de cismas
  • No aceptamos la imposición de nuevos dogmas basados en su infalibilidad
  • El papado vive su peor momento ocupando la cathedra de Pedro el heterodoxo Francisco
  • El papado no tiene ninguna utilidad más allá de las luchas internas por el poder

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos y Diarios de la Iglesia 2023

[1] Biblia de Jerusalén 1976

[2] Ídem

[3] Ídem

La divinidad de Cristo en los Padres de la Iglesia

Quien niega la divinidad de Cristo ignora dos cosas fundamentales. La primera es el concepto integral, o la revelación completa, que las Escrituras nos dan acerca del Hijo de Dios, pues quien solo interpreta textos aislados de la Biblia termina cayendo en el fundamentalismo fanático, o en la herejía. Recordemos que herejía significa tomar, o seleccionar, solo una parte aislándola del resto. Las Escrituras en su totalidad nos dicen claramente que Jesucristo es Dios: perfecto Dios antes de su encarnación, perfecto Dios durante su encarnación, perfecto Dios después de su resurrección, perfecto hombre desde su encarnación, perfecto hombre después de su resurrección; en todo participante de la naturaleza del Padre, en todo participante de nuestra naturaleza.

Lo segundo que ignora quien niega la divinidad de Cristo es la Historia de la Iglesia (patrística, evolución del dogma, historia del culto, concilios de la Iglesia, tradición) que brindan un marco apropiado para interpretar correctamente las Escrituras, lo que se define como: lo que toda la Iglesia ha creído siempre, en todo tiempo y en todo lugar. Ignorar la Historia es creerse autosuficiente en la interpretación bíblica, lo cual nos convierte en candidatos idóneos para caer en las antiguas herejías. La Patrística, la Tradición y la Historia del dogma nos dejan en claro una cosa: Jesucristo fue adorado como Dios mucho antes de que las definiciones conciliares lo dejaran asentado por escrito.

Ignacio de Antioquía. Siglo II

“Porque nuestro Dios, Jesús el Cristo, fue concebido en la matriz de María según una dispensación “de la simiente de David”… A partir de entonces toda hechicería y todo encanto quedó disuelto, la ignorancia de la maldad se desvaneció, el reino antiguo fue derribado cuando Dios apareció en la semejanza de hombre en novedad de vida eterna.» [Carta a los Efesios 18,19]

«Espera en Aquel que está por encima de toda estación, el Eterno, el Invisible, que se hizo visible por amor a nosotros, el Impalpable, el Impasible, que sufrió por amor a nosotros, que sufrió en todas formas por amor a nosotros.”    [Carta a Policarpo 3]

II Epístola de Clemente, es en realidad un sermón registrado por escrito, el sermón más antiguo que se conserva de la iglesia primitiva. S. II

“Hermanos, tendríamos que pensar en Jesucristo como Dios y como “juez de los vivos y los muertos.”     [2ª de Clemente a los Corintios. 1. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, Clie]

CLEMENTE, de Alejandría, S. II

“Por consiguiente el Verbo, Cristo, es causa no sólo de que nosotros existamos desde antiguo (porque Él estaba en Dios), y de que seamos felices. Ahora este mismo Verbo se ha manifestado a los hombres, el único que es a la vez Dios y hombre, y causa de todos nuestros bienes. Aprendiendo de Él a vivir virtuosamente, somos conducidos a la vida eterna”.  [PROTRÉPTICO (EXHORTACIÓN) A LOS GRIEGOS, I.7.1]

Carta a Diogneto, obra apologética considerada una joya de la antigüedad cristiana. S. II o III

“Sino que, verdaderamente, el Creador todopoderoso del universo, el Dios invisible mismo de los cielos plantó entre los hombres la verdad y la santa enseñanza que sobrepasa la imaginación de los hombres, y la fijó firmemente en sus corazones, no como alguien podría pensar, enviando a la humanidad a un subalterno, o a un ángel, o un gobernante, o uno de los que dirigen los asuntos de la tierra, o uno de aquellos a los que están confiadas las dispensaciones del cielo, sino al mismo Artífice y Creador del universo, por quien Él hizo los cielos… A éste les envió Dios. ¿Creerás, como supondrá todo hombre, que fue enviado para establecer su soberanía, para inspirar temor y terror? En modo alguno. Sino en mansedumbre y humildad fue enviado. Como un rey podría enviar a su hijo que es rey; Él le envió como enviando a Dios; le envió como hombre a los hombres; le envió como Salvador, usando persuasión, no fuerza; porque la violencia no es atributo de Dios. Le envió para llamar, no para castigar; le envió para amar, no para juzgar. Es cierto que le enviará un día en juicio, y ¿quién podrá resistir entonces su presencia?” [Carta a Diogneto 7. Ropero, Alfonso. Lo Mejor de los Padres Apostólicos, Clie]

Orígenes. Siglo III

«Así como en los últimos días, el Verbo de Dios revestido de la carne de María, entró en este mundo; y otro ciertamente era el que se veía en Él, otro el que se comprendía, porque la vista de la carne en Él se ofrecía a todos, pero a pocos y elegidos se les daba el conocimiento de la divinidad. Así también, cuando por los profetas y el legislador, el Verbo de Dios se manifestó ante los hombres, no se manifestó sin las vestimentas apropiadas. En efecto, así como allí esta cubierto por el velo de la carne, aquí por el de la letra (cf. 2 Co 3,14); de modo que la letra es vista como la carne, pero late en el interior el sentido espiritual que se percibe como la divinidad. Por tanto, esto es lo que ahora encontraremos leyendo el libro del Levítico, en el cual se describen los ritos de las sacrificios, la diversidad de los víctimas y los ministerios de los sacerdotes. Pero todo esto según la letra, que es como la carne del Verbo y revestimiento de su divinidad, que acaso dignos e indignos consideran y oyen.»   [Dieciséis homilías sobre el Levítico, Homilía I,1]

LACTANCIO, S. III-IV

«Y, teniendo naturaleza divina y naturaleza humana, pudiera llevar esta débil y frágil naturaleza nuestra, como de la mano, hasta la inmortalidad. Engendrado Hijo de Dios en el espíritu, hijo del hombre por su carne; esto es, Dios y hombre. El poder de Dios se manifiesta en él por las obras que hizo; la fragilidad del hombre por la pasión que sufrió.” [Instituciones divinas, 4,13. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC]

Eusebio, obispo de Cesárea: Confesión de fe en su Carta a su diócesis, del año 325
Puesto que Eusebio afirma que él fue bautizado según esta fórmula, es posible que su confesión de fe se remonte casi a mediados del siglo III. El Concilio de Nicea, al que Eusebio presentó su confesión de fe para que este concilio la confirmara, tomó de ella algunas cosas para su propia confesión de fe.

Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, el creador de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un solo Señor, Jesucristo,la Palabra de Dios, Dios de Dios, luz de luz, vida de vida, Hijo unigénito, primogénito de toda la creación, engendrado antes de todos los siglos por el Padre, por medio del cual todo fue hecho, se encarnó por nuestra salvación…

HILARlO, obispo de POITIERS, Siglo IV

El Hijo procede de aquel Padre que tiene el ser, es unigénito que procede del inengendrado, descendencia del Padre, viviente del viviente. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, también se le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo. Perfecto que procede del perfecto, porque es todo entero de aquel que es todo entero. No hay división o separación, porque cada uno está en el otro y en el Hijo habita la plenitud de la divinidad. Es el incomprensible que procede del incomprensible; nadie les conoce, sino ellos entre sí. Es el invisible que procede del invisible, porque es la imagen del Dios invisible (Col 1,15) y porque el que ve al Hijo, ve también al Padre (Gn 14,9). Uno procede del otro, porque son Padre e Hijo. Pero la naturaleza de la divinidad no es distinta en uno y otro, porque los dos son una misma cosa: Dios que procede de Dios. El Dios unigénito del único Dios inengendrado. No son dos dioses, sino uno que procede de uno. No dos inengendrados, porque el que ha nacido procede del que no ha nacido. En nada se diferencian el uno del otro, porque la vida del viviente está en el que vive. Estas cosas hemos alcanzado acerca de la naturaleza de la divinidad, sin entender lo más elevado, pero dándonos cuenta de que son incomprensibles las cosas de que hablamos. Podrás decir: De nada sirve la fe si nada puede ser comprendido. Al revés, el servicio que la fe proporciona es el de saber que aquello por lo que se pregunta es incomprensible para ella”   [La Trinidad, 2,11. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia BAC]

Atanasio, obispo de Alejandría, S. IV

“[…] el Logos no estaba en el cuerpo como uno cualquiera de los seres creados ni tampoco como una criatura dentro de otra, sino que era Dios en la carne, artífice y preparador en lo que ha sido preparado por Él.  Y los hombres están recubiertos de carne para existir y sostenerse, mientras que el Logos de Dios se ha hecho hombre para santificar la carne, y existió en la forma de siervo, aunque era Señor, pues toda la creación que ha sido creada y hecha por Él es sierva del Logos.”   [Discurso contra los arrianos, II, 10. Ed. Ciudad Nueva, p. 142]

«Para que se pueda conocer con más exactitud la impasibilidad de la naturaleza del Logos y aquellas debilidades que se le atribuyen en razón de la carne, es bueno escuchar al bienaventurado Pedro, pues él podría ser un testigo digno de crédito en lo que respecta al Salvador. Escribe en una carta, diciendo: Cristo, por tanto, sufrió por nosotros en la carne. Así pues, cuando se diga que tiene hambre y sed, que se cansaba, no sabía, dormía, lloraba, preguntaba, huía, era engendrado, pedía que se apartara el cáliz y en general todas aquellas cosas que son propias de la carne, habría que añadir lógicamente a cada una de ellas: «Cristo, por tanto, tuvo hambre y sed por nosotros en la carne»; «decía que no sabía, era apaleado y se cansaba por nosotros en la carne» ; «fue exaltado, engendrado, crecía, tenía miedo y se escondía en la carne»; «decía: Si es posible aparta de mí este cáliz, era golpeado y apresado por nosotros en la carne»; y en general todas las cosas semejantes que hizo por nosotros en la carne. No hay duda de que por esta razón el Apóstol mismo no dijo: «Cristo, por tanto, sufrió por nosotros en la divinidad», sino por nosotros en la carne, para que no se llegase a pensar que los padecimientos son propios del Logos mismo conforme a su naturaleza, sino propios de la carne por naturaleza. Por lo tanto, que nadie se escandalice a causa de los padecimientos humanos, sino más bien que sepa que el Logos mismo permanece impasible en lo que respecta a su naturaleza y que, no obstante, a causa de la carne de la que se revistió, se le atribuyen estas cosas, puesto que son propias de la carne y se trataba del cuerpo mismo del Salvador. Él permanece como es, impasible en lo que respecta a su naturaleza, sin ser dañado por ellas, sino más bien haciéndolas desaparecer y destruyéndolas.”   [Discurso contra los arrianos, III, 34. Ed. Ciudad Nueva, p. 306-307]

CIRILO DE ALEJANDRÍA, finales del siglo IV y principios del V, Patriarca de Alejandría

“El Unigénito, que era Dios y Señor de todas las cosas, según las Escrituras, se ha manifestado a nosotros; ha sido visto en la tierra, ha iluminado a los que estaban en tinieblas, haciéndose hombre … Él es el Verbo de Dios, viviente, subsistente y eterno con Dios Padre, tomando forma de esclavo. Como es completo en su divinidad, es completo en su humanidad; constituido en un solo Cristo, Señor e Hijo […]. En efecto, el Hijo, coeterno a aquel que lo había engendrado y anterior a todos los siglos, cuando tomó la naturaleza humana sin dejar su cualidad de Dios, sino integrando el elemento humano, pudo legítimamente ser concebido como nacido de la estirpe de David y teniendo un nacimiento humano reciente. Porque no hay sino un solo Hijo y un solo Señor Jesucristo, antes que asumiera la carne y después que se ha manifestado como hombre”  [Sobre la encarnación del Unigénito. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia BAC]

Epifanio, obispo de Salamina: Confesión de fe en su Ancoratus, en el año 374

«Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de cielo y tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, es decir, de la esencia del Padre, luz de luz, Dios verdadero de Dios Verdadero, engendrado no creado, de la misma esencia del Padre, por medio del cual todo fue hecho, las cosas en los cielos y las de la tierra…»

Credo Niceno (Primer gran Concilio de toda la cristiandad), 19 de junio del 325

«Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de todas las cosas visibles y de las invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no hecho, de una sola sustancia con el Padre (lo que en griego se llama homousion), por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra…»

Artículo y recopilación de fuentes patrísticas de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos Diarios de la Iglesia –  2020

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Los extraños acontecimientos de la destrucción de Jerusalén en el año 70

La situación de Jerusalén empeoraba cada día, pues los rebeldes se excitaban aún más a causa de las desgracias, y el hambre hacía presa también en ellos después de haberlo hecho en el pueblo. El número de cadáveres que se amontonaban a lo largo de la ciudad presentaba una horrible visión y desprendía un olor pestilente que impedía las incursiones de los combatientes. Pues, en efecto, era preciso que ellos, que avanzaban por un campo de batalla lleno de innumerables muertos, pisotearan sus cuerpos. Sin embargo, pasaban por encima de ellos sin miedo, sin compadecerse y sin tener como un mal augurio para sí mismos el ultraje hecho a los muertos. Con sus manos llenas de sangre de compatriotas salían a luchar contra gente extranjera y, según me parece, echaban en cara a Dios su lentitud en castigar a sus enemigos, pues ahora la guerra no cobraba fuerza por la expectativa de una victoria, sino por la desesperación de salvarse. Por su parte los romanos levantaron los terraplenes en veintiún días.  Talaron todo el territorio que rodea la ciudad en una extensión de noventa estadios. La visión de esta zona era digna de lástima, ya que los terrenos que antes estaban embellecidos con árboles y jardines se hallaban ahora abandonados y sin vegetación en ningún sitio. Ningún extranjero que hubiera visto la Judea de antaño y los hermosísimos arrabales de la ciudad, al contemplar entonces su desolación, podría estar sin lamentarse y sin llorar por el cambio tan grande que en ella se había producido. La guerra había acabado con todas las señales de la belleza de antes y, si uno de los que conocía el lugar regresara de pronto, no lo reconocería, sino que buscaría la ciudad, a pesar de estar al lado de ella.

Cayó un gran número de los que en la ciudad estaban siendo víctimas del hambre; las desgracias que pasaron son indescriptibles. En efecto, en cada casa, si aparecía aunque fuera una sombra de comida, surgía una lucha y los que tanto se querían llegaban a las manos y se quitaban unos a otros las míseras provisiones que tenían para vivir. Ni siquiera se fiaban de que los muertos no tuvieran ningún alimento, sino que los bandidos registraban incluso a los que estaban falleciendo, por si alguno fingía que se moría, mientras se guardaba algo de comida entre los plieges de su ropa. Estos individuos, con la boca abierta por el hambre, igual que perros rabiosos, iban dando tumbos de un sitio para otro. Cuando pasaban por delante, se daban contra las puertas, como borrachos, y, al no poder hacer otra cosa, entraban dos o tres veces en las mismas casas en una hora.
La necesidad les hacía llevar de todo a sus dientes; recogían y se conformaban con comer lo que ni siquiera se daba a los más inmundos y mostrencos animales. Al final no se abstuvieron ni de cinturones ni de sandalias, sino que arrancaron la piel de sus escudos y la masticaron. Algunos también llegaron a comer pequeñas porciones de heno viejo y ciertos individuos vendían una mínima cantidad de estas migajas por cuatro dracmas áticos. ¿Qué necesidad hay de hablar de la desvergüenza del hambre que lleva a comer productos no comestibles?

Una mujer de las que habitaban al otro lado del Jordán, llamada María, hija de Eleazar, de la aldea de Betezuba, ilustre por nacimiento y por sus riquezas, se refugió en Jerusalén con el resto de la población y allí sufrió el asedio. Los rebeldes quitaron a esta mujer los bienes que ella había traído desde la Perea y había introducido en la ciudad, y los esbirros de aquéllos, en sus incursiones diarias, le arrebataron el resto de los objetos preciados que le quedaban y algo de alimento que se había procurado. Una tremenda indignación se apoderó de la pobre mujer, y con insultos y maldiciones provocaba muchas veces contra sí misma a los ladrones. Pero como ninguno de ellos ni por cólera ni por piedad la mataba, y ella estaba cansada de buscar algo de comer para los demás y era imposible hallarlo ya en ningún sitio, y como el hambre se iba adueñando de sus vísceras y de su médula y su furor ardía más que el hambre, entonces tomó por consejera a la ira, además de a la necesidad, y cometió un acto contrario a la naturaleza. Cogió a su hijo, que aún era un niño de pecho, y dijo: «Desgraciada criatura, ¿para qué te mantengo vivo en medio de la guerra, del hambre y de la sedición? Si vivimos para entonces, los romanos nos esclavizarán, pero el hambre llega antes que la esclavitud y los rebeldes son peor que lo uno y lo otro. Vamos, sé tú mi alimento, un espíritu vengador para los sediciosos y una leyenda para la humanidad, la única que faltaba entre las desgracias judías». Mientras decía esto mató a su hijo, luego lo asó, se comió la mitad y el resto lo guardó escondido.

Mientras ardía el Templo, tuvo lugar por parte de los romanos el saqueo de todo lo que se encontraban y una incontable matanza de todo aquel con quien se topaban, pues no hubo compasión por la edad ni respeto por la dignidad, sino que fueron degollados, sin distinción, niños, ancianos, laicos y sacerdotes. La guerra arrastraba a todo tipo de gente, tanto a los que suplicaban como a los que luchaban. Las llamas, que se extendían con intensidad, producían un fragor que se unía con los gemidos de los que caían.

Los soldados llegaron al pórtico que quedaba del Templo exterior. En el se habían refugiado mujeres, niños y una masa de seis mil personas de todo tipo de gente del pueblo. Antes de que César tomase alguna decisión sobre ellos o diese alguna orden a sus oficiales al respecto, los soldados, arrastrados por su furor, hicieron arder el pórtico por debajo. De esta forma sucedió que perecieron tanto los judíos que se arrojaron para librarse de las llamas, como los que ardieron en ellas. No se salvó ninguno de ellos. El culpable de su destrucción fue un falso profeta que aquel día había proclamado públicamente a la gente de la ciudad que Dios les mandaba subir al Templo para recibir allí las señales de su salvación.
En aquel momento muchos profetas habían sido sobornados por parte de los rebeldes para que instaran al pueblo a esperar la ayuda de Dios, pues así serían menos las deserciones y aumentarían las esperanzas de individuos que habían superado ya el miedo y las precauciones. Porque, en efecto, un hombre enseguida se deja convencer en las adversidades. Cuando un falso profeta le promete el final de sus desdichas, entonces el que las sufre se entrega todo él a la esperanza.

Falsos profetas

En aquel entonces engañaron al pueblo personajes embusteros y que falsamente te decían hablar en nombre de Dios. No prestaron atención ni creyeron en las señales evidentes que anunciaban la futura destrucción, sino que no entendían las advertencias de Dios, como si hubiera caído un rayo sobre ellos y carecieran de ojos y de espíritu. Fue entonces cuando sobre la ciudad apareció un astro, muy parecido a una espada, y un cometa que permaneció allí durante un año. Esto también había tenido lugar antes de la revuelta y de que se iniciaran las actividades bélicas, cuando, reunido el pueblo para la fiesta de los Ácimos, el día ocho del mes de Jántico, en la hora nona de la noche brilló durante media hora una luz en el altar y en el Templo con tanta intensidad que parecía un día claro. Para los no entendidos esto era una buena señal, mientras que los escribas sagrados lo interpretaron de acuerdo con los acontecimientos inmediatamente posteriores.

Por otra parte, en la misma fiesta, una vaca, que era llevada al sacrificio, parió un cordero en medio del Templo. A la sexta hora de la noche se abrió ella sola la puerta oriental del Templo exterior, que era de bronce y tan pesada que por la tarde a duras penas podían cerrarla veinte hombres.  De nuevo a los ignorantes esta señal les pareció muy favorable, pues para ellos era Dios el que les había abierto la puerta de los bienes. Sin embargo, los entendidos pensaron que la seguridad del Templo se había venido abajo por sí misma y que la puerta se abría como un regalo para los enemigos, y así entre ellos interpretaron la señal como un indicio evidente de destrucción.

Después de la fiesta, no muchos días más tarde, el veintiuno del mes de Artemisio, se vio una aparición sobrenatural mayor de lo que se podría creer. Creo que lo que voy a narrar parecería una fábula, si no lo contaran los que lo han visto con sus ojos y no estuvieran en consonancia con estas señales las desgracias que acaecieron después. Antes de la puesta de sol se vieron por los aires de todo el país carros y escuadrones de soldados armados que corrían por las nubes y rodeaban las ciudades. Además, en la fiesta llamada de Pentecostés los sacerdotes entraron por la noche en el Templo interior, como tienen por costumbre para celebrar el culto, y dijeron haber sentido en primer lugar una sacudida y un ruido, y luego la voz de una muchedumbre que decía: «Marchémonos de aquí».

Pero más terrible aún que esto fue lo siguiente: un tal Jesús, hijo de Ananías, un campesino de clase humilde, cuatro años antes de la guerra, cuando la ciudad se hallaba en una paz y prosperidad importante, vino a la fiesta, en la que todos acostumbran a levantar tiendas en honor de Dios, y de pronto se puso a gritar en el Templo: «Voz de Oriente, voz de Occidente, voz de los cuatro vientos, voz que va contra Jerusalén y contra el Templo, voz contra los recién casados y contra las recién casadas, voz contra todo el pueblo». Iba por todas las calles vociferando estas palabras de día y de noche. Algunos ciudadanos notables se irritaron ante estos malos augurios, apresaron a Jesús y le dieron en castigo muchos golpes. Pero él, sin decir nada en su propio favor y sin hacer ninguna petición en privado a los que le atormentaban, seguía dando los mismos gritos que antes. Las autoridades judías, al pensar que la actuación de este hombre tenía un origen sobrenatural, lo que realmente así era, lo condujeron ante el gobernador romano. Allí, despellejado a latigazos hasta los huesos, no hizo ninguna súplica ni lloró, sino que a cada golpe respondía con la voz más luctuosa que podía: «¡Ay de ti Jerusalén!». Cuando Albino, que era el gobernador, le preguntó quién era, de dónde venía y por qué gritaba aquellas palabras, el individuo no dio ningún tipo de respuesta, sino que no dejó de emitir su lamento sobre la ciudad, hasta que Albino juzgó que estaba loco y lo dejó libre. Antes de llegar el momento de la guerra Jesús no se acercó a ninguno de los ciudadanos ni se le vio hablar con nadie, sino que cada día, como si practicara una oración, emitía su queja: «¡Ay de ti Jerusalén!». No maldecía a los que le golpeaban diariamente ni bendecía a los que le daban de comer: a todos les daba en respuesta el funesto presagio. Gritaba en especial durante las fiestas. Después de repetir esto durante siete años y cinco meses, no perdió su voz ni se cansó. Finalmente, cuando la ciudad fue sitiada, vio el cumplimiento de su augurio y cesó en sus lamentos. Pues, cuando se hallaba haciendo un recorrido por la muralla, gritó con una voz penetrante: «¡Ay de ti, de nuevo, ciudad, pueblo y Templo!». Y para acabar añadió: «¡Ay también de mí!», en el momento en que una piedra, lanzada por una balista, le golpeó y al punto lo mató. Así entregó su alma, mientras aún emitía aquellos presagios.
Si uno reflexiona sobre estos hechos, se dará cuenta de que Dios se preocupa de los hombres y de que él anuncia a su raza de todas las formas posibles los medios de salvación, y que, sin embargo, ellos perecen por su demencia y por la elección personal de sus propias desgracias.

Algunos de los signos los interpretaron a su gusto y a otros no les hicieron caso, hasta que con la conquista de su patria y con su propia destrucción se dieron cuenta de su insensatez.

Todos los textos pertenecen a La Guerra de los judíosFlavio Josefo, Libro VI, Biblioteca Clásica Gredos

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El Papa Alejandro VI – sexo, dinero y poder en la Iglesia del Renacimiento

Historia del papado - Diarios de Avivamientos

«El Renacimiento supone el rechazo a lo divino en nombre de lo humano, una reacción contra el misticismo medieval, una vuelta al paganismo; es el período durante el cual la humanidad, debido a una súbita inspiración, consigue su perfección que dura un instante y ya no volverá»[1]Aunque lo justo sería reconocer que el Renacimiento no fue una ruptura con el Medioevo, sino una continuidad que dio lugar a diversidades: la diversidad dentro de la continuidad. En la Edad Media hay un fuerte empuje hacia la fuga del mundo, la renuncia a los valores terrenos. Existe en ella «la tendencia a subordinar directa o indirectamente a la religión todas las actividades humanas como si éstas no tuviesen otro fin inmediato que el de favorecer la difusión y el desarrollo del cristianismo. Historia, arte, filosofía, política… aparecen normalmente concebidas y apoyadas sólo en función de la Iglesia… Y aun así, también en el Medievo se dieron algunas posturas equilibradas que trataron, y hasta lo consiguieron, equilibrar lo humano y lo divino. Por ejemplo, santo Tomás reconoce la bondad intrínseca de todo ser, la verdadera causalidad propia de cada ente, la absoluta dignidad de la persona humana… El Renacimiento reacciona contra las dos primeras tendencias: la fuga del mundo y la subordinación directa de todo a la religión; se afirma en la tercera posición reconociendo la necesidad de una autonomía real de las actividades humanas con su racionalidad específica intrínseca, pero termina por extremar esta autonomía y tiende a convertirla en independencia y separación… tiende, a la vez, a desechar cualquier elemento sobrenatural, cualquier causa trascendente»[2].

Por otra parte, en el Renacimiento, «El Estado no sólo ratifica su propia soberanía independientemente de cualquier investidura pontificia, sino que se siente libre de cualquier norma moral trascendente, es «obra de arte», es decir, creación exclusivamente humana, inspirada en normas humanas, dirigida a objetivos terrenales (cf. Maquiavelo, El Principe[3]. Y el hombre, a su vez, quiere afirmar su personalidad, desea emanciparse de todo lo que le condicione exteriormente, ya no se guiará exclusivamente por lo que es o no pecado. «Al igual que Dios, quiere el hombre estar en todas partes, mide el cielo y la tierra y escruta la sombría profundidad del Tártaro. No le parece demasiado alto el cielo ni harto profundo el centro de la tierra…, no hay límite que le parezca suficiente» (Marsilio Ficino).

«En resumidas cuentas, que tanto el Renacimiento como su aspecto literario (Humanismo) no pueden ser considerados como intrínsecamente paganos, naturalistas, inmanentistas, como se ha dicho a menudo… No se elimina lo sobrenatural, pero sí que pasa a segundo plano; no se niega la autoridad de la Iglesia, pero la acentuación del espíritu crítico empuja a la desconfianza hacia ella; la polémica antieclesiástica contra la Curia, el clero secular y regular, disminuye el prestigio de la Iglesia. En este sentido y dentro de estos límites, el espíritu del Renacimiento, le prepara el terreno, por lo menos en Italia, y le facilita el camino a la Reforma Protestante»[4].

 

La Iglesia y el Renacimiento.

La Iglesia no siempre logra mantener el equilibrio entre involucrarse entre los intereses comunes de la sociedad pero sin ser arrastrada por ellos. «En la Edad Media desarrolla la Iglesia una función moderadora, defiende la paz mediante diversas instituciones, trata de encauzar hacia fines honestos la tendencia entonces tan corriente hacia la violencia; pero la Iglesia se implica, a la vez, en el sistema feudal y acaba por claudicar ante los intereses temporales. En el Renacimiento pretende el papado, y con éxito, convertirse en guía del floreciente movimiento artístico, atraer al servicio de la religión la pasión por la belleza que constituye el ideal de la época. Pero tampoco en esta ocasión consigue la jerarquía mantener el equilibrio, no se opone a los aspectos negativos del Humanismo y del Renacimiento, tolera dentro de la misma Curia abusos peligrosos y, absorbida por las preocupaciones artísticas y literarias, olvida la reformatio in capite et in membris (reforma en la cabeza y en los miembros) tan ardientemente reclamada por los fieles por lo menos a partir del concilio de Constanza. Y lo que es peor, la misma moralidad de la Curia romana deja a menudo mucho que desear. Por eso la época del Renacimiento, al menos después de la muerte de Pablo II en 1471, y a pesar de sus apariencias espléndidas, constituye uno de los períodos más oscuros del papado: al brillo cultural y civil se contrapone la falta de un auténtico espíritu religioso en el vértice de la jerarquía eclesiástica»[5].

Mientras tanto la Curia vivía en medio de un lujo fastuoso: cada cardenal tenía su corte suntuosa con villas y palacios dentro y fuera de Roma. Este tenor de vida exigía fuertes gastos que se pagaban recurriendo a soluciones diversas: acumulación de beneficios (los cardenales ostentaban el gobierno a veces de varias diócesis, de las que habitualmente estaban ausentes); venta de cargos, que llegó al colmo en tiempos de Inocencio VIII; aumento de tasas; concesión de indulgencias con ánimo de lucro.  En Roma se decía sarcásticamente: «El Señor no quiere la muerte del pecador, sino que viva y pague».

Inocencio VIII: «Fue el primero entre los papas en lucir en público sus hijos e hijas, el primero en concertar sus bodas, el primero en celebrar domésticos himeneos. Y ¡ojalá que, así como no había tenido en ello predecesores, no hubiese tenido tampoco imitadores»[6].

«El nepotismo no sólo rebajó el prestigio religioso del Papa, sino que dañó incluso políticamente su autoridad al serles confiados a hombres incapaces cargos de primordial importancia y al posponer los intereses del Estado a los de una familia. Suele aducirse como atenuante la necesidad en que se encontraban los pontífices de rodearse de personas de fidelidad probada, cosa que sólo encontraban entre sus parientes más cercanos, ya que no existía en el Estado pontificio una tradición dinástica y con frecuencia desconocían el ambiente que les rodeaba, del que la mayoría de las veces habían permanecido ajenos. Se aduce también la edad avanzada de muchos de los papas, el fuerte poder de los cardenales y de los curiales, las luchas entre las poderosas familias romanas. Todo esto podría ser un atenuante, pero nunca una justificación del sistema, ni siquiera desde un punto de vista meramente histórico: en pocas palabras, el nepotismo tal y como fue cultivado no aumentó, sino que debilitó la autoridad de los papas»[7].

Papa Alejando VI

«Alejandro vende llaves, altares, y a Cristo;

Es su derecho vender lo que ha comprado antes»

 

«Elegante en sus comportamientos, versado en el derecho, y hábil en los negocios políticos y en la administración de la curia, fue víctima de una gran sensualidad y del excesivo amor por los hijos que tuvo de diferentes mujeres. En los años 1462-1471 nacieron Pedro Luis (nombrado duque de Gandía por Fernando el Católico), Jerónima e Isabel de madre desconocida. De Vannozza de Catanci tuvo los cuatro más célebres: César, Juan, Jofre y Lucrecia; siendo papa tuvo a Juan Borja, duque de Camerino, y a Rodrigo, de madre desconocida. Durante algunos años de su pontificado mantuvo relaciones con Julia Farnese, aunque no tuvieron hijos. Sin embargo, no se debe olvidar que sus contemporáneos daban escasa importancia a los comportamientos inmorales de los altos eclesiásticos y al hecho de que tuvieran hijos.[8]»

«El 11 de agosto de 1492 Rodrigo Borgia [o Borja] obtuvo finalmente la tiara papal. Eso sí, tras previo pago de los más de 80.000 ducados que tuvo que desembolsar para comprar los votos que le otorgarían el poder absoluto. Tomó el nombre de Alejandro VI, en recuerdo a su admirado Alejandro Magno. Al día siguiente a su coronación celebró una lujosa ceremonia digna del más poderoso emperador romano, y aquello era simplemente una muestra de lo que era capaz de realizar.»[9]

«La elección de 1492 fue con toda probabilidad simoníaca, como lo prueban numerosos informes diplomáticos y la ley promulgada por el sucesor de Alejandro, Julio II, que invalidaba tal género de elecciones. Una vez más la falta de certeza absoluta sobre este punto no varía el juicio sobre la venalidad que por aquel entonces reinaba en la Curia y en el colegio cardenalicio»[10].

«Se discute y se discutirá todavía en torno a este singular pontífice. Quede bien claro, no obstante, que las polémicas versan sobre aspectos marginales de su personalidad, ya que cuanto se sabe con certeza es más que suficiente para poder pronunciar sobre él el más severo juicio negativo y para echar una sombra dolorosa sobre el colegio cardenalicio que le eligió en agosto de 1492, los mismos días en que Colón zarpaba del puerto de Palos… Es cosa cierta que Rodrigo Borja, sacerdote y cardenal, tuvo de Vannozza de Cattaneis cuatro hijos (César, llamado más tarde el Valenciano; Juan, duque de Gandía; Jofré y Lucrecia) y otros tres de mujeres ignoradas. Después de ser Papa tuvo otros dos hijos, Juan y Rodrigo, el último de los cuales nació en los postreros días de su vida o, incluso, después de su muerte. La paternidad borgiana de los nueve está atestiguada por documentos contemporáneos indiscutibles, bien conocidos y citados por los especialistas[11]. El Papa, lejos de ocultar sus hazañas, les dio amplia notoriedad favoreciendo a su familia con un nepotismo desenfrenado. Su hijo César fue nombrado cardenal ¡a los dieciséis años! En la Curia se respiraba una atmósfera completamente mundana entre fiestas, bailes y banquetes, que degeneraban a veces  en verdaderas orgías[12]. En el Vaticano se denominaba a los hijos del Papa con un expresivo circunloquio: “sobrinos de un hermano del Papa”»[13].

«Los historiadores poseen una inmejorable fuente de información sobre éste y la vida de la época gracias al diario que, entre 1483 y 1508, escribió Juan Burchard, maestro de ceremonias de la casa del pontífice. Gracias a sus páginas se ha hecho célebre un episodio que ha ayudado en buena medida a alimentar la nefasta leyenda de Alejandro VI y los Borgia en general. En el diario de Burchard se lee que, durante la noche del 31 de octubre de 1501, se celebró una impresionante orgía en la que participaron el Papa, sus hijos Lucrecia y Cesar, y otros familiares. Imagínese el lector la increíble escena: cincuenta prostitutas, procedentes de los mejores burdeles romanos, bailaban desnudas para regocijo de todos los presentes. Se celebraron «concursos» que premiaban la potencia sexual de los participantes, que competían por ver quién lograba satisfacer a más meretrices. Estas también competían, según el relato de Burchard, en una singular pugna que consistía en coger castañas del suelo sin usar las manos ni la boca y estando, por supuesto, totalmente desnudas»[14].

Siendo Pontífice, Alejandro tuvo una famosa amante, Julia Farnese «la bella», a la que algunos no dudaron en llamar sarcásticamente la “esposa de Cristo”. Un hermano de la amante, Alejandro Farnese, fue premiado por el Papa con el cargo de cardenal, y posteriormente llegaría a ser Papa con el nombre de Pablo III.

«En la noche del 14 al 15 de junio de 1497, Juan Borja duque de Gandía y capitán general de la Iglesia, probablemente el hijo predilecto de Alejando VI, fue asesinado y arrojado al Tíber. El papa quedó conmocionado y pareció por un momento que estaba dispuesto a cambiar de vida. En el consistorio del día 19, ante cardenales y embajadores, Alejandro expresó su dolor de forma patética, señalando que era consciente de haber irritado al cielo por su mala reputación y la de su familia, y declaró que quería pedir perdón y corregir su conducta procediendo a la reforma de la Iglesia. Esto mismo anunció a los príncipes de la cristiandad: iba a reformar con prontitud y sinceridad la Iglesia y el Vaticano. La comisión de reforma, compuesta por seis cardenales y presidida por el papa, después de consultar los proyectos de reforma de los papas precedentes elaboró una bula que reorganizaba la liturgia, reprimía la simonía y la alienación de los bienes eclesiásticos y reglamentaba la colación de los obispados. Ningún cardenal debería poseer más de un obispado, ni beneficios que reportasen más de 6.000 ducados. Se les prohibía participar en las diversiones mundanas, tales como el teatro, los torneos y los juegos del carnaval. No debían emplear a muchachos jóvenes ni adolescentes como ayudas de cámara. Debían residir en la Curia y ser austeros en sus gastos, incluidos los propios de la sepultura. No mantendrían concubinas. La bula señalaba que se reprimirían con severidad los abusos más comunes, muchos de los cuales se describen. Por desgracia, esta bula no vio la luz del día, y Alejandro volvió al poco tiempo a su modo de vida habitual. Su sensualidad, hedonismo y frivolidad se impusieron al convencimiento de que no actuaba de acuerdo a las exigencias de su cargo. ¿Influyó en este cambio la duda, o la certidumbre, de que su otro hijo César estaba detrás de la muerte de Juan?»[15].

«El papa acosado por el dolor, por la reflexión y por las invectivas de Savonarola (1452-1498) contra los desórdenes del pontificado romano, planeó una reforma de la Iglesia que de haberse puesto en práctica hubiera podido impedir peligros futuros a la Iglesia. Pero la bula de reforma no llegó a publicarse»[16].

«Estos escandalosos favoritismos no escaparon a la crítica. En 1494, el cardenal Giuliano della Rovere tuvo que pedir asilo y ayuda en la corte de Carlos VIII, rey de Francia, tras haber encabezado una oposición contra Alejandro VI por este motivo. Aquel fue el comienzo de una alianza entre Della Rovere, Ludovico Sforza -regente de Milán- y el monarca francés en un intento de derrocar al papa Borgia. Sus intenciones pasaban, además, por atacar Nápoles y recuperar así el trono perdido por los Anjou. El monarca francés, que según todas las crónicas no contaba con muchas luces, accedió encantado. Pero no contaban con la inteligencia de Alejandro VI. Viéndose en peligro y tras comprobar que ninguna monarquía cristiana pensaba acudir en su ayuda, el Papa pidió ayuda al sultán Bayaceto, quien irónicamente era su enemigo. Parecía una idea descabellada, pero el Borgia contaba con una baza importante: todavía custodiaba a Djem, el hermano de Bayaceto prisionero de varios papas a cambio de dinero, y que suponía un peligro para el poder del sultán. Así que Alejandro tramó una enorme -pero efectiva- mentira. Explicó al sultán que el ejército dirigido por el rey francés tenía como objetivo final liberar a Djem y alzarlo en el trono. El Papa le pidió que convocara a las tropas de sus amigos venecianos y, de paso, que le enviara los 40.000 ducados que le debía. Pero Alejandro no esperaba la respuesta que le llegó a través del emisario del sultán: le pagaría 300.000 ducados -y no 40.000-, pero era más cómodo matar a Djem y dejarse de guerras inútiles. La tragedia parecía inevitable, mientras las tropas francesas avanzaban hacia la Ciudad Eterna. Finalmente las tropas enemigas entraron en Roma el último día del año 1494. El papa se refugió en la fortaleza de Sant’ Angelo -ya habitual en este tipo de situaciones-, llevándose con él a Djem. Y dieron comienzo las negociaciones… Aunque parezca increíble, Alejandro VI salió bien parado. Carlos se conformó con exigir un puesto de cardenal para uno de sus colaboradores, la custodia de Djem y la entrega de César Borgia como muestra de buena voluntad. Al final el papa Borgia tuvo tanta suerte que el rey francés tuvo que contentarse con llevarse a César. Bueno, en realidad ni siquiera eso… Cuando acababa de salir de Roma, el hijo del Papa se escapó y no pudieron atraparle. En cuanto a Djem, el pobre perdió la vida en extrañas circunstancias. Según el maestro de ceremonias papal, John Burchard, “de algo que comió a pesar suyo”»[17].

Jerónimo Savonarola

«El dominico Savonarola, fraile que con sus palabras de fuego era capaz de enardecer a las masas florentinas, atacó repetidamente la vida y la figura de Inocencio VIII y, después, del papa Borgia. Pretendía este fraile, prior del convento de San Marcos, purificar las costumbres y la experiencia religiosa de los creyentes, y juzgaba que la Curia Romana en su conjunto constituía la fuente de todos los males que sufría la Iglesia. Alejandro no sólo rechazaba con desdén los ataques personales de Savonarola, sino que consideraba que su exaltación del rey francés Carlos VIII, al que el dominico consideraba el nuevo Ciro capaz de regenerar Florencia y a la misma iglesia, representaba el mayor obstáculo para su política contra el rey francés, por lo que le prohibió predicar. Savonarola obedeció en un principio, pero subió de nuevo al púlpito y lanzó violentas soflamas contra los vicios de «Babilonia», es decir, Roma. El despotismo de Piero de Medici había alienado a los ciudadanos de Florencia, y ahora las incendiarias prédicas del dominico habían sumido al pueblo de Florencia en un clamor de reforma. «Señor, ¿por qué duermes? Levántate y ven a librar a la Iglesia de las manos de los diablos, de las manos de los tiranos, de las manos de los malos prelados», gemía el dominico… El papa lo excomulgó, pero el fraile no lo tuvo en cuenta, argumentando que había que obedecer antes a Dios que a una excomunión inválida, fundada en motivos falsos. Alejandro exigió a la Señoría la prisión de Savonarola, amenazando con el interdicto si no lo hacía. Fray Jerónimo pidió a las naciones católicas la convocatoria de un concilio en el que se debería deponer al pontífice simoníaco, hereje e infiel, pero tras un periodo de gloria y fervor popular, Savonarola fue abandonado por los poderosos y por el pueblo que tanto le había admirado. En el proceso contra el dominico, fruto también de sus peligrosas incursiones políticas, pero que fue conducido con métodos escandalosos, tomaron parte en el último momento dos comisarios papales, quienes pretendieron no sólo condenarle a muerte, sino también privarle de la vida eterna. «De la militante solamente. La otra no es de tu jurisdicción», le corrigió Savonarola con dulzura. Condenado a muerte, el fraile fue degradado, colgado y quemado. La historia ha confrontado con frecuencia el estilo de vida y la experiencia cristiana de ambos adversarios, con innegable simpatía por el dominico»[18].

«El papa Borja hubo de afrontar un duro conflicto para doblegar la resistencia de Jerónimo Savonarola, que desde el pulpito de San Marcos, de Florencia, lanzaba sus invectivas contra el pontífice y apelaba a un concilio. La lucha terminó con la excomunión de Savonarola, su proceso, ejecución y cremación de su cadáver en la hoguera. El dominico, aunque distinguía entre la persona de Alejandro y su dignidad, obró sin el menor equilibrio, tanto en su facilidad para pronunciar profecías de origen muy dudoso, o en su sentido rigorista al promover la reforma en Florencia, animando a los hijos para que denunciasen a sus padres, o por haber confundida religión y política, terminando por imponer en la ciudad un régimen teocrático parecido al que más tarde instauraría Calvino en Ginebra. Fueron precisamente estos excesos los que debilitaron la eficacia de su acción reformadora, comprometida, por otra parte, por la abierta desobediencia al Papa, que contribuyó a desacreditar aún más a la sede de Roma»[19].

 

El Pontificado de Alejando VI, política y arte.

Alejandro VI – El Papa Borgia

 

«La actividad religiosa del Papa fue realmente tenue y los problemas de la Reforma fueron examinados alguna vez que otra, pero quedó todo en el papel. Los comienzos de la expansión misionera en América hay que atribuirlos más al celo de los Reyes Católicos que a la iniciativa del Papa, que intervino en este asunto más que nada para dividir los nuevos descubrimientos entre España y Portugal (tratado de Tordesillas de 1494, de cuyo fundamento jurídico se discute todavía). El jubileo de 1500 tuvo fines no exclusivamente espirituales, y la creación de cardenales fue objeto de vergonzosos tratos económicos… Al mismo tiempo, el hijo del Papa, César, emprendía una lucha despiadada contra los pocos feudatarios que aún quedaban, deshaciéndose de sus enemigos con frecuentes asesinatos políticos. Iba a nacer así en el centro de la península un fuerte Estado centralizado, pero ¿se trataba de un Estado de la Iglesia o de un Estado de los Borja? En otras palabras, ¿se servía Alejandro VI de la habilidad y de la crueldad de su hijo para impulsar aquel proceso político, típico del comienzo de la Edad Moderna, al que antes hemos aludido, reforzando la estructura del Estado de la Iglesia, o entregaba a su familia no ya ciudades o pequeños feudos, como Sixto IV e Inocencio VIII, sino casi todo el Estado, poniendo a sus sucesores ante el dilema de ser súbditos de los Borja o de combatir contra ellos hasta aniquilarlos para poder ser dueños de su propia casa? La segunda hipótesis parece más verosímil. En cualquier caso, César, que por lo demás dependía sustancialmente del Rey de Francia, vio hundirse súbitamente todos sus afanes a la muerte de su padre, ocurrida antes de que él consiguiese consolidar sus conquistas. Tras haber vuelto a España, murió cinco años después en una escaramuza en Navarra»[20].

«Tampoco le temblaba la mano al pontífice a la hora de encarcelar, torturar e incluso asesinar a cualquier cardenal o noble que se interpusiese en su camino y que, sobre todo, tuviera algo que él quisiese poseer. Como es lógico, no tardó en surgir un sentimiento de odio y desprecio hacia toda la familia, y se produjeron levantamientos populares en su contra. Incluso los Orsini y los Colonna, dos clanes de la nobleza romana que habían sido tradicionalmente enemigos, pactaron con el fin de acabar con el poder de la terrible familia. Como forma de protección, el papa Borgia decidió que lo mejor era fortalecer el poder de la familia emparentando a sus hijos. Así, invalidó el matrimonio de Lucrecia con Sforza y la casó de nuevo con un hijo del rey de Nápoles, Alfonso II. También hizo que su hijo César renunciase a su puesto cardenalicio para casarse con Carlota de Albret, hermana del rey de Navarra. De este modo se ganó también el apoyo de la monarquía francesa. Llenas las arcas pontificias con las indulgencias vendidas a los peregrinos que acudieron en masa al jubileo romano de 1500, y con la venta de los puestos cardenalicios, César -convertido en gonfalonero, capitán general de las tropas pontificias- y su padre organizaron un poderoso ejército. Paralelamente, el vástago aventajado de los Borgia asesinó al marido de su hermana Lucrecia, dejándole el camino libre para casarse de nuevo. Con ayuda de las tropas francesas, el ejército comandado por Alejandro VI y su hijo César derrotó a los hombres de la familia Colonna. Más tarde la hija del Papa se casaría con Alfonso d’Este, enojando a la otra familia en conflicto con los Borgia, el clan de los Orsini, quienes comenzaron a urdir una nueva trama para acabar con Alejandro VI. Sin embargo nada de esto sirvió. El papa Borgia encarceló al cardenal Orsini, se quedó con todas sus posesiones y ordenó que le ejecutaran»[21].

«De las obras realizadas en Roma por encargo suyo recordamos las estancias Borgia, que él eligió como su habitación en el Vaticano y que Pinturicchio, su pintor favorito, decoró entre 1492 y 1495 con espléndidos artesonados y pinturas que representan episodios de la vida de Cristo, de la Virgen y de los santos. En todas partes está representado el toro, escudo de los Borja, y los miembros de su familia. En los frescos, varios santos y mártires y diversas figuras históricas aparecen con los rostros de distintos miembros de la familia Borja: Lucrecia, en el cuerpo de una rubia y esbelta santa Catalina; César, como un emperador sobre trueno dorado; y Jofre como un querubín. En otras salas Pinturicchio pintó un sereno retrato de la Virgen, la figura favorita de Alejandro, usando a Julia Farnese (su amante) como modelo. En el Salón de la Fe, de mil metros cuadrados de superficie, los techos abovedados albergaban magníficos frescos de los evangelistas con el rostro de Alejandro, de César, de Juan y de Jofre. En la basílica liberiana mandó construir el magnífico artesonado, dorado con el primer oro llegado de América»[22].

 

El final de Alejandro VI

El Papa Alejandro VI «Murió el 18 de agosto de 1503. Sepultado provisionalmente en Santa María delle Febri, junto al Vaticano, no llegó a tener el mausoleo que Paulo III [Alejandro Farnese –el hermano de la amante del Papa] deseaba se le erigiese en Roma. En 1610 sus restos y los de su tío Calixto III fueron trasladados a Santa María de Montserrat, iglesia de la corona de Aragón en Roma, pero sólo en 1889 se les erigió una tumba en ella»[23]

«La historia oficial de la Iglesia asegura que el Sumo Pontífice, Alejandro VI, murió el 18 de agosto de 1503 a consecuencia de unas fortísimas fiebres producidas por la malaria. Sin embargo, son muchas las fuentes que, por el contrario, defienden que su muerte se produjo por envenenamiento. El hecho de que su hijo César enfermara al mismo tiempo y el estado que presentaba el cadáver poco después de su muerte parecen dar la razón a los que defienden la teoría del asesinato. Si fue así, Borgia podría haber muerto víctima de la caníarella, el célebre veneno que su familia y él mismo pusieron de moda»[24].

«Cuando José Joaquín Puig de la Bellacasa, probablemente el mejor embajador español ante la Santa Sede en la época contemporánea, presentó las cartas credenciales al papa Juan Pablo II, le comentó que era el primer papa extranjero después de dos papas relacionados con España: Adriano VI y Alejandro VI. Al citarle a este último, Juan Pablo II le comentó: “No fue muy edificante”… No fue edificante, en verdad, este papa, aunque todavía hoy resulte difícil distinguir entre los datos objetivos y la feroz leyenda negra que le persiguió a él y a sus hijos, pero no cabe duda de que ha quedado en la historia no sólo por sus deslices morales, sino también porque representa como pocos los vicios, la falta de valores y las características del Renacimiento»[25].

Recopilación: Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos 2020

[1] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 74

[2] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 75-77

[3] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 77

[4] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 78-79

[5] Ídem, p. 80

[6] Gil de Viterbo, de su obra Historia viginti saeculorum

[7] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 83-84

[8] PAREDES, Javier. Diccionario de los Papas y Concilios.  Autorizado por la Conferencia Episcopal Española con la firma de Antonio María Rouco Várela, Cardenal-arzobispo de Madrid, 25 de marzo de 1998. Edit. Ariel

[9] GARCÍA BLANCO, Javier. Historia oculta de los papas. Edit. Akal Clásico

[10] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 88-89

[11] Se trata de bulas pontificias con las que se legitima a Rodrigo, Juan y otros hijos o que se refieren a ellos en cuestiones de herencia: en ellas aparecen expresiones como éstas: de Romano Pontífice genitus et soluta.

No parece conforme a la sana crítica poner en duda la autenticidad o el valor de estas bulas incluso preguntándose (¿en serio o por prejuicios?) en qué testimonios pudiera fundarse León X para afirmar la paternidad borgiana de Rodrigo (BAC, III, p. 429). El epígrafe sepulcral de Vannozza de Cattaneis se conserva en el pórtico de la basílica de San Marcos, en Roma.

[12] Burckard (Joannis Burckardi, Líber Notarum, editado por E. Celani, Rerum Italicarum Scriptores, XXXII (Cittá di Castello 1906-1942, II, p. 303; cf. también p. 304) describe con detalles y frialdad deliberada una de estas cincuenta orgías que tuvo lugar en el Vaticano el 31-10-1501 en presencia de unas cortesanas que aquella misma noche fueron premiadas por el Papa por su comportamiento para con los participantes en la fiesta al margen de cualquier freno moral. Esta narración es digna de crédito según muchos historiadores. El que ocurriesen episodios parecidos a éste en otras cortes del Renacimiento no resta gravedad en absoluto al hecho.

[13] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 85-87

[14] GARCÍA BLANCO, Javier. Historia oculta de los papas. Edit. Akal Clásico

[15] LABOA-GALLEGO, Juan María. Historia de los Papas. Entre el reino de Dios y las pasiones terrenales. Edit. La Esfera de los Libros.

[16] PAREDES, Javier. Diccionario de los Papas y Concilios.  Autorizado por la Conferencia Episcopal Española con la firma de Antonio María Rouco Várela, Cardenal-arzobispo de Madrid, 25 de marzo de 1998. Edit. Ariel

[17] GARCÍA BLANCO, Javier. Historia oculta de los papas. Edit. Akal Clásico

[18] LABOA-GALLEGO, Juan María. Historia de los Papas. Entre el reino de Dios y las pasiones terrenales. Edit. La Esfera de los Libros.

[19] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 90-91.

 

[20] MARTINA, Giacomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 1. Época de la Reforma. Ediciones Cristiandad, p. 89-90.

[21] GARCÍA BLANCO, Javier. Historia oculta de los papas. Edit. Akal Clásico

[22] LABOA-GALLEGO, Juan María. Historia de los Papas. Entre el reino de Dios y las pasiones terrenales. Edit. La Esfera de los Libros.

[23] PAREDES, Javier. Diccionario de los Papas y Concilios.  Autorizado por la Conferencia Episcopal Española con la firma de Antonio María Rouco Várela, Cardenal-arzobispo de Madrid, 25 de marzo de 1998. Edit. Ariel

[24] GARCÍA BLANCO, Javier. Historia oculta de los papas. Edit. Akal Clásico

[25] LABOA-GALLEGO, Juan María. Historia de los Papas. Entre el reino de Dios y las pasiones terrenales. Edit. La Esfera de los Libros.

Cómo respondieron los pentecostales a la pandemia de «influenza española» de 1918

Lecciones de la historia de las Asambleas de Dios

Artículo de DANIEL D. ISGRIGGEL, publicado en Influence Magazine - traducido por Diarios de Avivamientos

«El mundo entero está sintiendo los efectos de la pandemia de COVID-19. Parece que todas las instituciones de nuestra sociedad están cerrando para proteger a las personas de la propagación de este virus. Muchos han comentado la respuesta de la Iglesia a esta crisis desde diferentes ángulos. ¿Cómo deben manejar esta crisis las personas de fe y que creen en la sanidad divina? ¿Deberíamos cerrar las iglesias? ¿Deberíamos detener el ministerio en medio de una pandemia?

Como historiador, lo que es interesante para mí sobre la pandemia actual es que se está produciendo un poco más de un siglo después de la devastadora pandemia de influenza de 1918 , la llamada «gripe española». De 1918 a 1919, se estima que 500 millones de personas en todo el mundo contrajeron lo que ahora conocemos como el virus H1N1, y 50 millones murieron como resultado; 675,000 solo en los Estados Unidos. Sabiendo que esta pandemia ocurrió en los primeros días de la historia pentecostal, decidí investigar cómo respondieron los creyentes llenos del Espíritu en las Asambleas de Dios (AD). Resulta que tenían mucho que decir.

A partir de 1918, las noticias de la «Influenza española» llenaron las páginas de The Christian Evangel, el documento oficial de las AD, más tarde conocido como el Pentecostal Evangel . En Springfield, Missouri, donde la AD se mudó recientemente, se produjo un gran brote. El periódico registraba que todas las iglesias de las AD estaban cerradas.

Aquí en Springfield, todas las iglesias, las misiones, etc., incluidas las Asambleas de Dios, están cerradas por el azote de la gripe española que hace estragos en la ciudad. El camino al corazón de nuestro amado Padre, y el camino a su oído, todavía están abiertos; y nos parece una espléndida oportunidad para dedicar tiempo adicional a la oración por nuestros misioneros, y por los soldados, y por la lluvia en todo el mundo, en esta época de la Lluvia Tardía. Donde las Asambleas están cerradas, dejemos que los santos dediquen el tiempo, que dedicarían a reunirse, a la Palabra y a la oración. Aquel cuyos oídos están siempre abiertos a las oraciones del lugar secreto, pronto traerá la recompensa completa.

Las iglesias y los ministros cumplieron con los mandatos del Departamento de Salud, de cerrar sus reuniones y poner en cuarentena a los enfermos. Reconocieron que necesitaban proteger a las personas en las ciudades en las que vivían. En varias ocasiones, los ministros cancelaron las reuniones de avivamiento porque la influenza se estaba extendiendo por toda la ciudad. Algunos vieron la epidemia como resistencia a la gran obra que Dios estaba haciendo. Aun así, vieron la dolorosa realidad de la mortalidad humana como un mayor impulso para alcanzar a los perdidos.

 

Los miembros dispersos regresaban y nuestras reuniones se llenaban una vez más, cuando la orden de cierre fue emitida por el Departamento de Salud a causa de la Influenza Española. Así que no hemos celebrado ninguna reunión durante el último mes, pero nuestro tiempo se ha dedicado más que nunca a visitar a los cristianos y a los que buscan la salvación, así como a orar con los enfermos. Es una bendición ver cómo Dios responde a la oración despertando y salvando a los parientes, amigos y vecinos de aquellos por quienes su Espíritu ha guiado a orar. Sólo una nos ha sido arrebatada por la muerte: una chica con tendencia a la tuberculosis, que falleció de forma muy repentina cuando fue atacada por la gripe. Sus últimas palabras fueron: «La sangre de Jesús me cubre», y nos alegramos de saber que está a salvo con Él, lavada en esa preciosa sangre. La dejamos descansar ayer «con la esperanza segura y certera de una gloriosa resurrección» – ¡Aleluya! Muchos otros han estado y están enfermos, pero nuestro Gran Médico los está sanando a todos en respuesta a la oración.  [Alice Luce «Obra mexicana en California«, Christian Evangel (14 de diciembre de 1918), pág. 14)]

The Christian Evangel publicó muchos de esos relatos de ministros. Sin embargo, también incluyó una lista de solicitudes de oración en la última página del documento, muchas de las cuales eran personas que pedían oración por ellos mismos o por sus hijos debido a la gripe. Lamentablemente, podemos suponer que muchas de esas personas murieron.

Sin embargo, el periódico también publicó historias del triunfo de los santos pentecostales que lo lograron. Un testimonio particularmente importante fue el de la esposa de E. N. Bell, quien contrajo el virus de la influenza pero fue sanada. Ella testificó: «El Espíritu mismo intercedió por mí», y lo hizo.

En otra ocasión, Robert Craig, un notable líder pentecostal pionero de San Francisco, compartió este testimonio de que aunque muchos murieron en la ciudad, ninguno en su misión murió de influenza.

 

Mi esposa y yo, junto con muchos de los nuestros, tuvimos la gripe española, pero el Señor nos ha liberado a todos, sin que ninguno haya muerto. Más de 2000 perecieron sólo en esta ciudad. Dios está trabajando con gracia en ambas misiones ahora. Sentimos de alguna manera que estamos en la última vuelta de la carrera, y nos estamos esforzando por terminar el trabajo que Dios nos ha encomendado. Ora por nosotros para que podamos tener la mirada puesta arriba. -R J. Craig [Christian Evangel (28 de diciembre de 1918), pág. 1)]

Algunas de las áreas más afectadas por la pandemia fueron fuera de los Estados Unidos, particularmente la India. Los relatos de la trágica pérdida de vidas allí llenaron el periódico, una persona podía morir en tan solo tres días. Lamentablemente, muchos misioneros también murieron a causa de la pandemia. Una en particular, Nellie Andrews Norton, murió a causa de su ministerio con personas infectadas con el virus H1N1. El homenaje a Norton publicado en The Christian Evangel dice: «Cuando la gripe llegó en medio nuestro, el mes pasado, ella no se escatimó, sino que trabajó día y noche cuidando a los enfermos hasta que ella misma contrajo la enfermedad». Pero testimonios como estos siempre reconocieron que para el creyente, la muerte era un «impulso» hacia cielo al sacrificar su vida aquí en la tierra.

Lecciones de la historia

A medida que los creyentes empoderados por el Espíritu consideran cómo responder a la crisis actual, hay dos cosas que destacar de este ejemplo histórico:

Primero, los pentecostales pioneros sufrieron la peor pandemia de gripe hasta ese momento de la historia. Aunque creían en la sanidad divina, no afirmaban que su fe en Dios los haría inmunes a la enfermedad. Muchos contrajeron la gripe; algunos murieron. Sin embargo, los primeros pentecostales continuaron proclamando que Dios era sanador, y muchos fueron preservados a través de la gripe o curados de ella. En cualquier caso, testificaron que su fe en Dios y la oración los ayudaron a superar la crisis.

Segundo, la adoración y el ministerio de los primeros pentecostales fueron interrumpidos por la crisis. Las misiones estaban cerradas. Las reuniones de avivamientos fueron canceladas. Incluso la publicación de The Christian Evangel se retrasó. Sin embargo, los primeros pentecostales siguieron las pautas de la ciudad, o del departamento de salud, y cerraron sus iglesias y misiones cuando se les indicó. No fueron descuidados con la vida de las personas durante la pandemia. Estaban dispuestos a quedarse en casa y orar, sabiendo que eso era muy valioso en la crisis.

No sé cuánto tiempo estarán cerradas las iglesias, o las personas sufrirán durante la pandemia de coronavirus. Sin embargo, sé que las personas de fe han perseverado en el pasado y lo han logrado. Nuestras comunidades pueden experimentar pérdidas trágicas, pero también podemos escuchar testimonios dramáticos de sanidad divina. Necesitamos orar el uno por el otro. Necesitamos animarnos unos a otros. Necesitamos cuidarnos unos a otros, especialmente a los más vulnerables. Pero, sobre todo, nuestras iglesias deben seguir el ejemplo de quienes nos precedieron, para mantenerse a salvo personalmente y obedecer las pautas que mantienen a otros a salvo. Si podemos hacer esto, lo lograremos.

Artículo de DANIEL D. ISGRIGGEL, publicado en Influence Magazine – Traducido por Diarios de Avivamientos – 2020

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La formación del canon bíblico según judíos, católicos y protestantes

Por Jean-Louis Ska, profesor de Antiguo Testamento en el Instituto Bíblico de Roma. Estudioso de la historia de la redacción del Pentateuco, es uno de los más reconocidos especialistas francófonos en el análisis narrativo de los relatos bíblicos.

«Lamentablemente, existe una cierta confusión en los debates sobre el canon bíblico. La palabra «canon» puede tener, en efecto, al menos dos significados diferentes:
   1) «Canon» significa «regla», «principio», «ley», «cuerpo de leyes» promulgado por una autoridad competente y aceptado como vinculante.
   2) En un segundo sentido, «canon» designa una lista oficial de libros reconocidos como autoridad fundamental para definir la identidad de la comunidad que los utiliza. Esta lista cerrada y definitiva constituye la Biblia auténtica para toda comunidad que reconoce en ella una autoridad vinculante en materia de doctrina y de comportamiento.

Cuando hablo del «canon» de la Biblia, uso el término en esta segunda acepción. El número de los libros que forman parte de la Biblia es fijo, como en todo canon literario. Además, este canon no es susceptible de cambio, porque se ha fijado de una vez para siempre. Alguien podría pensar que esta fue la situación del canon bíblico desde el comienzo, o casi, pero no es en modo alguno así. En el mundo cristiano, especialmente en el católico romano, el canon definitivo de la Escritura se fijó solamente en el Concilio de Trento (año 1546). Si bien es cierto que La primera lista oficial y completa de los libros que forman parte del canon que ha llegado hasta nosotros es la del Concilio de Cartago del año 397.

1. Los diversos cánones

Cada comunidad tiene su canon. El canon hebreo contiene, obviamente, solo aquello que para los cristianos se llama «Antiguo Testamento» y que los judíos llaman Tanak, un acrónimo formado por las primeras tres sílabas de tres palabras hebreas que designan las tres partes de la Biblia: Torá («Ley), Nebî’îm («Profetas») y Ketūbîm («Escritos»), 39 libros, todos escritos en hebreo o parcialmente en arameo.

El canon de los protestantes es más breve que el canon católico, porque contiene solamente treinta y nueve libros. En un empeño típico del Renacimiento, los protestantes quisieron regresar a la veritas hebraica, y, por esta razón, excluyeron del canon algunos libros del Antiguo Testamento que existen solamente en versión griega. En este aspecto, el Antiguo Testamento de los protestantes es idéntico al de los judíos. Solo divergen en el orden de los libros.

Los siete libros excluidos por los judíos y los protestantes son llamados deuterocanónicos [Palabra griega que significa «pertenecientes a un segundo canon»] por los católicos y apócrifos [«Apócrifo» significa en griego: «oculto», «secreto». Posteriormente, la palabra llegó a significar «inauténtico», «espurio», «falso»] por los protestantes. Se trata de los siguientes libros: Tobías, Judit, Sabiduría, Sirácida (Eclesiástico o Sirac), Baruc (más la Carta de Jeremías), 1 y 2 Macabeos, y las partes de Ester y de Daniel escritas en griego y presentes en la traducción griega de la Biblia llamada Setenta (LXX – Septuaginta) [El nombre «Setenta» procede de la llamada Carta de Aristeas. Esta carta contiene un relato legendario sobre el origen de la traducción griega de la Biblia en Alejandría, Egipto. El rey Tolomeo pidió traducir la Biblia para su biblioteca. Setenta traductores tradujeron toda la Biblia en setenta días, cada uno independientemente, pero, al acabar el trabajo, para asombro general, las setenta traducciones coincidían hasta en los detalles más pequeños].

El canon católico es más largo, con cuarenta y seis libros. El canon ortodoxo plantea un problema particular, porque ha fluctuado durante mucho tiempo. Después de la Reforma protestante, se produjo una tendencia a adoptar el canon breve del Antiguo Testamento, que es el de la Biblia hebrea. Por otra parte, los ortodoxos han seguido usando en su liturgia algunos libros excluidos del canon católico, como, por ejemplo, 2 Esdras o 3 Macabeos, a menudo llamados pseudoepigráficos. Aunque el hecho parezca curioso, las Iglesias ortodoxas no han tomado aún formalmente una decisión definitiva al respecto

2. El canon del Antiguo Testamento

Continúa siendo algo muy difícil determinar cuáles son los libros o los escritos más antiguos de la Biblia hebrea. Los especialistas debaten mucho sobre la datación porque no existen criterios seguros al respecto. En general, se recurre a criterios lingüísticos, al tipo de argumento tratado, a las ideas particulares y típicas de ciertas épocas a indicaciones internas como referencias a acontecimientos contemporáneos. Por cuanto concierne a este último criterio, se cita a menudo un texto del profeta Amós que menciona un «terremoto» (Am 1,1). Las profecías de Amós habrían sido pronunciadas «dos años antes del terremoto», que se produjo, según los especialistas, en torno al 760 a.C. (cf. Am 9,1; Zac 14,5). Por otra parte, el problema de la datación se complica mucho para la gran mayoría de los libros bíblicos porque fueron reelaborados varias veces en diversas épocas. Raramente tenemos a disposición el texto original y con mayor frecuencia poseemos sucesivas ediciones revisadas en las que se han combinado diversas fuentes y a menudo se encuentran interpoladas adiciones más tardías. Actualmente se piensa que las partes más antiguas de la Biblia hebrea difícilmente puedan remontarse a una época anterior al siglo VIII a.C. o, quizá, a la segunda parte del siglo IX. Solo en esta época existían en Israel las condiciones económicas y culturales necesarias para desarrollar una cultura de la escritura. No tenemos testimonios seguros de la existencia de una clase de escribas en las cortes reales de épocas anteriores ni contamos con materiales epigráficos.

El Segundo libro de los Macabeos (2 Mac 2,13), escrito hacia el 160 a.C., dice: «Además de estas cosas, en los documentos y en las memorias de Nehemías se narraba también cómo él, fundada una biblioteca, reunió los libros relativos a los reyes y los profetas, los escritos de David y las cartas de los reyes con respecto a las oblaciones votivas». Según este texto, Nehemías, que reconstruyó las murallas de Jerusalén después del exilio, hacia el 445 a.C., habría fundado también una biblioteca que contenía dos tipos de libros: crónicas sobre los reyes y los profetas, y textos legislativos de los reyes sobre el culto, en particular sobre ciertos tipos de oblaciones que había que ofrecer en el templo. Extrañamente, no se menciona de forma explícita la Ley de Moisés.

La Biblia hebrea existía antes de los manuscritos de Qumrán, redactados como mucho entre el 150 a.C., fecha de la fundación de la comunidad, y el 68 d.C., año de su destrucción. En Qumrán se han encontrado fragmentos más o menos importantes, en algunos casos rollos prácticamente enteros, de casi todos los libros del canon hebreo de la Biblia, excepto Ester. Este libro, en su versión hebrea más breve, es una obra completamente profana que no cita nunca el nombre de Dios. Además, el libro sirve, en la tradición judía, para legitimar una fiesta llamada en hebreo Purîm, que se corresponde con nuestro carnaval (cf. Est 9,20-32). Es probable que la rigurosa secta de los esenios no estuviera muy interesada en esta celebración. Por último, la biblioteca de Qumrán contenía copias de un cierto número de libros no canónicos, como los de los Jubileos y Henoc, como también diversos escritos de la misma secta. No hay indicios que permitan decir que los esenios de Qumrán hicieran diferencias esenciales entre estos escritos. Regía ciertamente un principio de selección, pero no puede hablarse de un canon cerrado en el sentido estricto de la palabra.

Las alusiones a la Escritura en los evangelios y en el resto del Nuevo Testamento son numerosas, pero remiten casi siempre a las primeras dos partes de la Biblia, es decir, a la ley y los profetas. En un solo texto del evangelio encontramos una expresión que alude a una posible división tripartita de la Biblia. Se trata de Lucas 24,44, donde Cristo resucitado explica a los discípulos reunidos «todo aquello que está escrito [sobre él] en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos».

El Nuevo Testamento, por tanto, conoce ciertamente una «Biblia» que contiene la Ley de Moisés (el Pentateuco) y una serie de libros proféticos, pero también el libro de los Salmos y otros diversos libros, una parte importante de los Escritos. No se sabe, sin embargo, con exactitud qué libros pertenecen a estas tres categorías. El Nuevo Testamento cita numerosos libros «canónicos» del futuro canon hebreo, pero también libros deuterocanónicos como Sirácida (Eclesiástico o Sirac), Sabiduría, 1-2 Macabeos, Tobías, e incluso escritos no canónicos, escritos probablemente populares en aquel tiempo y considerados como «autorizados» o «clásicos», como los Salmos de Salomón, 1-2 Esdras, 4 Macabeos, la Asunción de Moisés y Henoc. Es evidente que el canon de las Escrituras no se había fijado aún en la época de la redacción del Nuevo Testamento. Existen una serie de libros conocidos, cuya autoridad no se discute, pero las fronteras entre libros «canónicos» y libros «no canónicos» son todavía flexibles.

En los tratados del comentario jurídico de la Biblia hecho por los judíos en Babilonia y en Israel en el siglo IV d.C., (el Talmud) hay algunas menciones de los «Escritos». Otros tratados critican el libro del profeta Ezequiel, porque contiene instrucciones no conformes con las leyes del Pentateuco. Ya en esta época, por tanto, los rabinos confrontaban las diversas partes de la Biblia de las que disponían, en particular la ley y los profetas, dando precedencia a la ley.
Sin embargo, el canon no estaba aún establecido. El orden de los libros era todavía flexible y seguía discutiéndose la oportunidad de integrar algunos libros, como Proverbios, Eclesiastés, Ester y el Cantar de los Cantares. Ester y el Cantar no hablan casi nunca de Dios. El Cantar contiene cantos de amor profano y el libro de Eclesiastés es una larga meditación sobre la vanidad de las cosas que parece de vez en cuando impío e insolente. Los especialistas distinguen, sin embargo, entre las discusiones «doctas», que se desarrollan en los círculos restringidos de las escuelas rabínicas, y la recepción de los libros bíblicos en las comunidades de los fieles. Los debates atestiguan, según ellos, que los libros estaban en realidad ampliamente difundidos y aceptados en el mundo judío. De no ser así, los rabinos no habrían discutido sobre su «canonicidad», o, para ser más precisos, su carácter «sagrado» o «inspirado».

Los judíos hablan largo y tendido sobre los libros que deben admitirse en el canon, pero durante mucho tiempo no dicen nada, o casi nada, sobre los libros que deberían excluirse. De ahí que los especialistas afirmen que el canon no estaba aún totalmente cerrado en la época del Nuevo Testamento y que hay que esperar a comienzos del siglo III d.C. para llegar a decisiones claras al respecto. Tenemos una confirmación de este hecho en el Talmud, redactado a partir del siglo IV d.C. El cristianismo, por consiguiente, no recibió del judaísmo un «canon» ya fijado.

4. Canon breve y canon largo

Hemos visto hasta ahora que las discusiones sobre el canon se prolongan por mucho tiempo dentro del judaísmo, al menos hasta el siglo III, y tal vez incluso hasta el IV. Lo mismo cabe decir con respecto al cristianismo. En efecto, algunos personajes autoritativos preferían el canon breve (hebreo) al más largo que encontramos en los manuscritos de la traducción griega de los LXX. Entre los partidarios del canon breve (hebreo) encontramos algunos nombres famosos, como Melitón de Sardes, Orígenes, Cirilo de Jerusalén, Atanasio, Gregorio Nazianceno, Gregorio de Nisa, Epifanio, Rufino de Aquilea, Jerónimo, Gregorio Magno, Juan Damasceno, etc.

5. La formación del canon hebreo «breve»

Cuando se habla de la formación del canon hebreo de la Biblia es inevitable hablar de la academia de Yamnia o incluso del denominado «concilio de Yamnia». Las teorías al respecto son, no obstante, bastante divergentes. ¿De qué se trata? Yamnia es una pequeña localidad costera cercana al actual Tel Aviv, donde el famoso rabino Yohanan ben Zakkai decidió fundar una academia después de la destrucción de Jerusalén por el ejército romano en el 70 d.C. En aquel momento, Israel perdió por segunda vez el templo, uno de los símbolos más importantes de su identidad religiosa y nacional. Jerusalén misma había sido también destruida una segunda vez. Los judíos decidieron entonces que el único modo de sobrevivir a las crueles vicisitudes de la historia era la fidelidad a la Torá (Ley). El «libro» asumió, por consiguiente, el lugar del templo.

Yohanan ben Zakkai era un fariseo, y, por tanto, aceptaba entre los libros inspirados no solo la Torá, sino también los profetas anteriores y posteriores, y una serie de «escritos». Los fariseos, en contra de lo que se piensa, eran «progresistas» que procedían, en general, de las clases menos acomodadas de la población. Estaban más volcados hacia el futuro que hacia el pasado; eran también más abiertos que otros grupos, como el de los saduceos, miembros de las grandes familias sacerdotales de Jerusalén, a pesar de que la imagen un tanto caricaturesca que trazan los evangelios dé a menudo una impresión diversa. Por cuanto concierne al «canon», los fariseos afirmaban la existencia de una «ley oral» junto a la «Ley escrita», ley oral que se remontaba al mismo Moisés y que permitía adaptar la ley escrita a las circunstancias nuevas. Con toda probabilidad, ubicaban el origen de esta tradición oral en los libros proféticos y en los Escritos, y, por esta razón, los consideraban «inspirados». Además, el interés por cumplir la ley que, para los fariseos, era más importante que el culto, estaba confirmado por varios textos proféticos y por algunos textos sapienciales (cf., por ejemplo, Sal 1 y 119). 

La academia de Yamnia, por regresar a nuestro tema, se preocupó mucho del futuro de la comunidad judía. A menudo se habla al respecto de un «concilio de Yamnia», que tuvo lugar, quizá, hacia el 90 d.C. Las noticias sobre este supuesto «concilio», sin embargo, son escasas. Sería incluso mejor evitar hablar de un «concilio», porque las decisiones tomadas no tuvieron, en modo alguno, la fuerza de los decretos de un concilio similar a los organizados por las Iglesias cristianas.
La academia se estableció a continuación en Galilea, primero en Séforis, cerca de Nazaret, y luego en Tiberíades, después de la segunda revuelta de los judíos en el 131-135 d.C. y la segunda captura de Jerusalén por los romanos durante el reinado del emperador Adriano. Los judíos, en este período dramático, insisten mucho en la importancia de la ley y tienden a omitir un gran número de libros apocalípticos porque se habían convertido en peligrosos, especialmente después de las fallidas revueltas del 66-70 y del 131-135 d.C. Por otro lado, puede observarse una tendencia a no tomar en consideración los libros escritos después de Esdras o tras la reforma atribuida a él. Muchos de los escritos aceptados por los cristianos son, en cambio, posteriores a la presunta reforma de Esdras (entre el 450 y el 400 a.C.). No obstante, la fecha exacta importa poco. Resulta bastante claro que los judíos ven en los libros de Esdras y Nehemías una anticipación y una legitimación de su propia actividad.

El único libro posterior a Esdras que entró en el canon hebreo fue el de Daniel. Se escribió, probablemente, en arameo en una composición breve y posteriormente fue completado con una introducción y algunos capítulos conclusivos en hebreo. La razón de su inclusión no es totalmente clara. No obstante, parece que el libro, que describe sobre todo las condiciones de los judíos durante el exilio, fue considerado como una obra perteneciente a este período. Además, el libro contiene muchos relatos que no podían sino alentar a los judíos a permanecer fieles a la fe de sus antepasados, como, por ejemplo, el famoso episodio de los tres jóvenes arrojados al horno porque se oponían a adorar la escultura de oro de una divinidad pagana y que fueron salvados milagrosamente (Dn 3). Se trata, por consiguiente, de un libro particularmente adecuado para la situación de los judíos dispersados tras la caída de Jerusalén en el 70 d.C.

Debemos añadir, no obstante, que es necesario ser cautos en cuanto concierne a la formación del canon hebreo. Las comunidades judías y sus responsables incluían libros y excluían otros, por lo que carecemos de elementos seguros para poder decir que el canon breve de la Biblia hebrea hubiera sido fijado antes del siglo IV d.C.

7. Origen del canon largo de los cristianos

Una de las razones principales por las que los cristianos eligieron el canon más largo debe buscarse en la voluntad de mostrar el vínculo estrecho entre lo que rápidamente se convirtió para ellos en el Antiguo Testamento y los escritos del Nuevo Testamento. El vínculo estrecho entre Antiguo y Nuevo Testamento se traduce, en parte, en la voluntad de prolongar la historia de Israel hasta el nacimiento del cristianismo. Este motivo permite explicar, por ejemplo, la presencia, en el canon cristiano (de la iglesia primitiva) de libros como Tobías, Judit, 1-2 Macabeos, que crean un «puente» narrativo entre la reconstrucción del templo y la reforma de Esdras, por una parte, y el nacimiento de Jesucristo, por otra. Los libros sapienciales, como los del Sirácida ( Sirac) o de la Sabiduría, son de composición reciente. Integrarlos en el canon equivalía a afirmar que la inspiración no se había detenido con la reforma de Esdras, como aseveraban los judíos. Finalmente, debe recordarse que la Biblia usada por los cristianos fue, en la mayoría de las comunidades de la diáspora, la versión griega de los LXX (que contenía los deuterocanónicos). En las discusiones sobre el mesianismo y sobre el cumplimiento de las Escrituras en la persona y en la misión de Jesucristo, los cristianos partían del Antiguo Testamento a su disposición. Los judíos, en cambio, argumentaban a partir del texto hebreo y afirmaban vehementemente el valor superior de este sobre la traducción griega. Aceptar en el canon libros escritos en griego habría parecido una traición a la fe de los antepasados hebreos y una apertura indebida al mundo helenístico y pagano, aun cuando los judíos de aquella época no hablaran ya en hebreo, sino en arameo. Las polémicas entre judíos y cristianos durante los dos primeros siglos podrían explicar bastante bien algunas elecciones «tácticas» por una parte y por otra con respecto al canon. Dicho brevemente, los judíos preferían un canon no abierto hacia una futuro «cristiano», sino centrado en la fidelidad a un ideal de práctica de la ley que se remontaba a la reforma de Esdras.

8. El canon «breve» de las Iglesias protestantes

El canon más breve de las Iglesias protestantes se corresponde, por cuanto concierne a los libros del Antiguo Testamento, con el canon «breve» de la Biblia hebrea. Por consiguiente, se excluyen los libros deuterocanónicos, llamados «apócrifos» por los protestantes, libros escritos en griego o transmitido solo en la versión griega. Los motivos de esta exclusión son varios. Uno de ellos, no obstante, está claramente vinculado al espíritu del tiempo, es decir, al espíritu del Renacimiento. El humanismo renacentista quería ser, en gran medida, un retorno a los «orígenes», y, sobre todo, a la Antigüedad, previa a la Edad Media. Por esta razón, los humanistas quisieron encontrar la Biblia en su texto original y no más en las traducciones latinas, en particular la llamada Vulgata, obra de san Jerónimo, y excluyeron de su canon los libros no «originales», porque no estaban escritos en hebreo, sino en griego.
La razón de la exclusión es, por consiguiente, de tipo «literario» más bien que «doctrinal». Para los protestantes se trataba de recuperar la «Biblia auténtica» y «original», y abandonar la latina favorecida por toda la «tradición» medieval. De este modo, el lema de las Iglesias protestantes sola scriptura llegó a significar, por cuanto concierne al Antiguo Testamento, sola scriptura hebraica. En pocos casos añadieron los protestantes otros argumentos para justificar su elección. Por ejemplo, los libros de Judit y el Segundo libro de los Macabeos fueron criticados porque no eran «históricos». Actualmente se admite que muchos otros libros del canon no son «históricos», en el sentido actual de la palabra. Además, los católicos se apoyaban en 2 Mac 12,44-45 para justificar su doctrina del purgatorio. Hoy día se reconoce la dificultad de encontrar una justificación bíblica convincente de esta doctrina.

Diferencias entre la Tanak hebrea y el A.T. católico y protestante

 

9. De un Testamento al otro

Las Biblias cristianas eligieron organizar los libros en un orden diverso del de las Biblias hebreas.

La Biblia cristiana trata de resaltar, en lo posible, el vínculo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. También el modo de organizar los libros históricos, especialmente en la Biblias católicas, tiene como finalidad unir Antiguo y Nuevo Testamento en una historia en la que el Nuevo Testamento es el «cumplimiento» de lo que fue prometido y prefigurado en el Antiguo.

El canon más breve de las Iglesias protestantes podría tener como motivo adicional hacer más clara la separación entre Antiguo y Nuevo Testamento, porque el primero contiene ante todo la «Ley», mientras que el segundo proclama el evangelio que libera de esta Ley. La voluntad de oposición predomina sobre la idea de continuidad.

La versión griega de los LXX se distingue de las ediciones comunes de la Biblia porque coloca al final del Antiguo Testamento los doce profetas menores y después los cuatro mayores, es decir, Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. El último de los profetas es Daniel, con toda probabilidad porque contiene la famosa profecía del Hijo del hombre (Dn 7), aplicada a Jesucristo en el Nuevo Testamento.

Resumiendo. La organización y el orden de los libros en las diversas Biblias tienen un significado bien claro. En el mundo judío, la Biblia (Tanak) se centra en la Torá (Ley) y en el retorno a la ciudad de Jerusalén. En el mundo cristiano, en cambio, el Antiguo Testamento es más bien considerado como preparación de un evento, el que será descrito y explicado en el Nuevo.

Todos los textos anteriores han sido extraídos del libro:

Milenarismo o Amilenarismo – Por qué la iglesia cambió de opinión

Tanto en la literatura apocalíptica judía (apócrifos del A. T.) como en la mentalidad judía al comienzo de la era cristiana, se encontraba la idea o esperanza de un reino terrenal del Mesías; donde la paz, la justicia y la prosperidad reinasen desde Jerusalén sobre todas las naciones.

10.17 Entonces serán humildes todos los justos, vivirán hasta engendrar a mil hijos y cumplirán en paz todos los días de su mocedad y vejez. 18 En esos días, toda la tierra será labrada con justicia; toda ella quedará cuajada de árboles y será llena de bendición. 19. Plantarán en ella toda clase de árboles amenos y vides, y la parra que se plante en ella dará fruto en abundancia. De cuanta semilla sea plantada en ella una medida producirá mil, y cada medida de aceitunas producirá diez tinajas de aceite.  20. Purifica tú la tierra de toda injusticia, de toda iniquidad, pecado, impiedad y de toda impureza que se comete sobre ella: extírpalos de ella; 21 que sean todos los hijos de los hombres justos, y que todos los pueblos me adoren y bendigan, prosternándose ante mí. 22. Sea pura la tierra de toda corrupción y pecado, de toda plaga y dolor, y yo no volveré a enviar contra ella un diluvio por todas las generaciones hasta la eternidad. 11.1. En esos días abriré los tesoros de bendiciones que hay en el cielo para hacerlos descender a la tierra sobre las obras y el esfuerzo de los hijos de los hombres. siempre, en todas las generaciones.»   [1 Henoch (S. II a. C.) . Apócrifos del A. T. Volúmen IV. Diez Macho. Ed. Cristiandad]

«La esperanza del judaísmo popular se centraba en un reino terreno, en el que el Mesías, hijo de David, tenía un papel preponderante; así aparece en diversos escritos… la esperanza mesiánica terrena pesaba mucho en la conciencia del judaísmo y no era posible prescindir totalmente de ella. Por eso los apocalípticos se vieron forzados a señalar en «este mundo» un lugar al reino terreno del Mesías. Y así, algunos escritores apocalípticos adoptaron la siguiente secuencia de los eventos: mundo presente – reino temporal del Mesías – resurrección de los muertos y juicio – mundo futuro o asiento definitivo del reino celeste de Dios sobre la entera creación: ángeles, hombres y cosmos.»     [Apócrifos del A. T. Volúmen I. Diez Macho. Ed. Cristiandad, p. 377]

«La tierra dará también su fruto, diez mil por uno: en una vid habrá mil pámpanos, un pámpano producirá mil racimos, un racimo dará mil uvas y una uva producirá una medida de vino. Los que desfallecían se regocijarán y también verán prodigios todos los días. Desde mi presencia saldrán vientos que traerán cada mañana un aroma de frutos deliciosos, y al final del día nubes que destilarán un rocío saludable. En aquel tiempo ocurrirá que descenderá de nuevo desde el cielo el tesoro del maná y comerán de él durante esos años, pues ellos son los que llegaron al final de los tiempos. Tras esto sucederá que se cumplirá el tiempo de la llegada del Mesías, que volverá gloriosamente. Entonces, todos los que durmieron con la esperanza resucitarán. En aquel tiempo sucederá que se abrirán los depósitos en los que se guardaba la multitud de las almas de los justos, y saldrán: podrá contemplarse la multitud de las almas unida en una asamblea unánime; las primeras se alegrarán y las últimas no se entristecerán. Sabrán, pues, que ha llegado el momento del cual se dijo que sería el fin de los tiempos. Mucho se consumirán las almas de los malvados al ver todo esto. Sabrán que ha llegado su suplicio y que su perdición ha venido.»     [Primer Apocalipsis de Baruc (siríaco, escrito judío-fariseo del S. I). 45 textos apocalípticos. Antonio Piñero. Ed. Edaf, p. 115]

«Muy relacionado con la teología judía mesiánica florece en los siglos II y III el pensamiento milenarista, también denominado técnicamente quiliasmo (del griego quilioi «mil»). El milenarismo es la doctrina que enseña que la vida en el mundo tendrá como fin el reinado de los justos con Cristo el Mesías, un reinado que durará mil años; luego vendrá el juicio final y el cielo definitivo. […] Esta concepción tan esplendorosa del fin del mundo tiene raigambre judía y sus primeros trazos comienzan con el profeta Ezequiel 37. En estos capítulos, tras la guerra final del pueblo elegido contra los reyes míticos Gog y Magog, que capitanean a todos los malvados de la tierra, sigue el reino mesiánico, lleno de todos los bienes imaginables: la tierra produce frutos innumerables; los seres humanos viven largos años y hay una fiesta y banquete perpetuos en la tierra de Israel. El milenarismo no es más que la expresión concreta de las ideas judías acerca del reino piadoso del Mesías sobre la tierra, junto con la promesa de que esta tierra será fructífera y producirá «ríos de leche y miel». Buena parte de los cristianos del siglo II —tanto los mayoritarios como los más tarde declarados heterodoxos, por ejemplo los montanistas con Tertuliano albergaban esperanzas milenaristas. Son testimonio de ello, por ejemplo, el autor de la Epístola de Bernabé, escrito que a punto estuvo de entrar en el canon de Escrituras, y el venerable Papías de Hierápolis.»    [Piñero, Antonio. Los cristianismo derrotados, ¿cual fue el pensamiento de los primeros cristianos heréticos y heterodoxos? Ed. Edaf. Cap. 3]

«Observad, hijos, lo que significa esto: Terminó en seis días. Quiere decir esto, que en seis mil años el Señor dará fin a todas las cosas; porque para Él un día significa mil años; y de esto Él mismo da testimonio, diciendo: “He aquí el día del Señor será como mil años” (Sal. 90:4; 2ª P. 2:8). Por tanto, hijos, en seis días, esto es, dentro de seis mil años, todo tendrá fin. Y reposó el séptimo día. Esto significa: cuando su Hijo venga, y ponga fin al período del Inicuo, y juzgue a los impíos, y cambie el sol y la luna y las estrellas, entonces Él reposará verdaderamente el séptimo día.»   [Epístola de Bernabé 15 (Siglo I). Lo Mejor de los Padres Apostólicos. Alfonso Ropero. Ed. Clie]

Otro de los Padres Apostólicos, Justino Mártir, también creía en el milenio literal, lo encontramos en su Diálogo con Trifón:

80. [1] Trifón replicó: -Ya te he dicho, amigo, que te esfuerzas por ser persuasivo, permaneciendo adherido a las Escrituras; pero dime ahora: ¿Realmente confiesan ustedes que ha de restablecerse ese lugar de Jerusalén? ¿Y esperan que allí ha de reunirse su pueblo y alegrarse en compañía de Cristo, con los patriarcas, los profetas y los de nuestra raza, los que se hicieron prosélitos antes de la venida de su Cristo? [2] A lo que yo dije: – Ya antes te he declarado que yo y otros muchos compartimos estos puntos de vista, de suerte que sabemos perfectamente que así ha de suceder; pero también te he indicado (cf. 35,1-6) que hay muchos cristianos de doctrina pura y piadosa, que no admiten esas ideas. [5] Yo, por mi parte, como todos los cristianos perfectamente ortodoxos, no sólo admitimos la futura resurrección de la carne, sino también mil años en Jerusalén reconstruida, adornada y engrandecida como lo prometen Ezequiel, Isaías y los otros profetas. 81. [4] Además hubo entre nosotros un varón por nombre Juan, uno de los Apóstoles de Cristo, el cual, en el “Apocalipsis” que le fue hecho, profetizó que los que hubieren creído a nuestro Señor, pasarían mil años en Jerusalén (cf. Ap 20,5-6); y que después de esto vendría la resurrección universal y, para decirlo brevemente, eterna (cf. Hb 6,2), unánime, de todo el conjunto de los hombres, así como también el juicio. [Justino Mártir, Diálogo con el judío Trifón. Obras escogidas, Alfonso Ropero. Clie]

El gran Tertuliano también lo creía así…

“«Confesamos que nos ha sido prometido un reino aquí abajo aun antes de ir al cielo, pero en otra condición de cosas. Este reino no vendrá sino después de la resurrección, y durará mil años en la ciudad de Jerusalén que ha de ser construida por Dios. Afirmamos que Dios la destina a recibir a los santos después de la resurrección, para darles un descanso con abundancia de todos los bienes espirituales, en compensación de los bienes que hayamos menospreciado o perdido aquí abajo. Porque realmente es digno de Él, y conforme a su justicia, que sus servidores encuentren la misma felicidad en los mismos lugares en los que sufrieron antes por su nombre. He aquí el proceso del reino celestial: después de mil años, durante los cuales se terminará la resurrección de los santos, que tendrá lugar con mayor o menor rapidez según hayan sido pocos o muchos sus méritos, seguirá la destrucción del mundo y la conflagración de todas las cosas. Entonces vendrá el juicio, y cambiados en un abrir y cerrar de ojos en sustancia angélica, es decir, revistiéndonos de un manto de incorruptibilidad, seremos transportados al reino celestial»”.     [Tertuliano. Adv. Marc., 3, 24 (Adversus Marcionem). Cit. RAMOS-LISSON, D. Patrología, p. 190. Ed. EUNSA]

“Papías, discípulo de Juan, fue obispo de Hierápolis, en Asia. Escribió solamente cinco volúmenes que tituló «Amplificación de los discursos del Señor.» En la introducción afirma que no prestará su confianza a las diversas opiniones, sino que se ajustará a las palabras de los Apóstoles y las seguirá… el cual habría recuperado la tradición judía relativa a los mil años. Ireneo, Apolinar y los que dicen que el Señor reinará con los santos, con su cuerpo, lo han seguido. También Tertuliano en su libro «Sobre la Esperanza de los Fieles» lo ha seguido, juntamente con Petabion y Lactancio.”      [San Jerónimo, De Viris Illustribus (Sobre los Hombres ilustres) 18 – Edit. Apostolado Mariano]

Otro gran campeón de la ortodoxia, Ireneo de Lyon, sostenía la doctrina del milenio literal:

«En la antigüedad, Papías fue un escritor bastante discutido debido a su milenarismo. Para atacar esa doctrina le cita casi siempre el historiador Eusebio, que no siente por él simpatía alguna, mientras que Ireneo apela a él en defensa de la misma doctrina.»     [González, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano I, p. 82]

«Conviene mencionar aquí un elemento de la teología de Ireneo que contribuyó a su descrédito en tiempos posteriores. Se trata en concreto de su milenarismo, es decir, de su convicción de que, como parte del proceso de salvación, habría un reino de Dios sobre la tierra, «que es el comienzo de la incorrupción, pues mediante ese reino los que son merecedores se acostumbrarán gradualmente a participar de la naturaleza divina.» Parte de ese adiestramiento es un cambio radical en el orden de poderes presente, «de modo que en la creación en que sufrieron esclavitud, en ella reinen. … Conviene por tanto que la creación misma, tras su restauración a su condición original, esté completamente bajo el dominio de los justos.» Estas ideas eran compartidas por muchos en el Asia Menor, entre ellos el autor del Apocalipsis. Como veremos más adelante, fue posteriormente, después de Constantino, que esas ideas sufrieron descrédito.»   [González Justo L. Retorno a la Historia del Pensamiento Cristiano. Ed. Kairos, p. 90]

Leamos cómo Eusebio critica a los milenaristas…

«7 Ahora bien, Papías, de quien estamos hablando, confiesa que las palabras de los apóstoles las ha recibido de los discípulos de éstos, mientras que de Aristión y de Juan el Presbítero dice haber sido él mismo oyente directo. Efectivamente, los menciona por su nombre muchas veces en sus escritos y recoge sus tradiciones. […] 11 El mismo Papías cuenta además otras cosas como llegadas hasta él por tradición no escrita, algunas extrañas parábolas del Salvador y de su doctrina, y algunas otras cosas todavía más fabulosas. 12 Entre ellas dice que, después de la resurrección de entre los muertos, habrá un milenio, y que el reino de Cristo se establecerá corporalmente sobre esta tierra. Yo creo que Papías supone todo esto por haber tergiversado las explicaciones de los apóstoles, no percatándose de que éstos lo habían dicho figuradamente y de modo simbólico. 13 Y es que aparece como hombre de muy escasa inteligencia, según puede conjeturarse por sus libros. Sin embargo, él ha sido el culpable de que tantos escritores eclesiásticos después de él hayan abrazado la misma opinión que él, apoyándose en la antigüedad de tal varón, como efectivamente lo hace Ireneo y cualquier otro que manifieste profesar ideas parecidas.»    [Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl., III.39.  Biblioteca de Autores Cristianos] 

Leamos ahora las enseñanzas del mismo Ireneo de Lyon…

«33,3. […] en el tiempo del Reino, cuando reinarán los justos que resucitarán de entre los muertos, el día en que toda la creación renovada y liberada producirá todo tipo de manjares, el rocío del cielo y la fertilidad de la tierra.
Esto es lo que recuerdan haber oído de Juan, el discípulo de Jesús, los presbíteros que lo conocieron, acerca de cómo el Señor les había instruido sobre aquellos tiempos: «Llegarán días en los cuales cada viña tendrá diez mil cepas, cada cepa diez mil ramas, cada rama diez mil racimos, cada racimo diez mil uvas, y cada uva exprimida producirá 25 medidas de vino. Y cuando uno de los santos corte un racimo, otro racimo le gritará: ¡Yo soy mejor racimo, cómeme y bendice por mí al Señor! De igual modo un grano de trigo producirá diez mil espigas, cada espiga a su vez diez mil granos y cada grano cinco libras de harina pura. Lo mismo sucederá con cada fruto, hierba y semilla, guardando cada uno la misma proporción. Y todos los animales que coman los alimentos de esta tierra, se harán mansos y vivirán en paz entre sí, enteramente sujetos al hombre».
33,4. El anciano Papías, que también escuchó a Juan como compañero de Policarpo, ofrece el testimonio siguiente en el cuarto de sus cinco libros, añadiendo: «Cuantos tienen fe aceptarán lo anterior. Y como Judas el traidor no creyese y le preguntase: ¿Cómo podrá el Señor producir tales frutos?, el Señor le respondió: Lo verán quienes irán a esa tierra».
Esto es lo que profetizó Isaías: «Pacerán juntos el lobo y el cordero, la pantera jugará con el cabrito, el becerro y el toro pacerán con el león y un niño pequeño los conducirá. El buey y el oso pacerán juntos, sus crías andarán juntas y el león comerá paja con el buey. El niño meterá la mano en el agujero de la serpiente y en el nido de sus vástagos, y no le harán daño ni se podrá perder ninguno en mi monte santo» (Is 11,6-9). Y más adelante lo resume: «Entonces el lobo y el cordero pacerán juntos, tanto el buey como el león se alimentarán de paja, el pan de la serpiente será el polvo, y ninguno de ellos causará algún mal ni harán daño en mi monte santo. Palabra del Señor» (Is 65,25).
No se me escapa que algunos tratan de aplicar estas cosas a los hombres salvajes de diversos pueblos que se han convertido a la fe y viven en paz con los justos. Mas, aunque esto sucede a muchos seres humanos que de varias naciones paganas se acercan a la única fe, sin embargo esto tendrá cumplimiento en todos los seres vivientes después de la resurrección de los justos, como hemos expuesto. Porque Dios es rico en todas las cosas, y es necesario que, una vez restaurada la creación según el plan original, todos los animales estén sujetos al hombre, que vuelvan a comer el alimento que el Señor les dio al principio, como cuando, antes de la desobediencia, estaban sujetos a Adán (Gén 1,26-28) y comían los frutos de la tierra (Gén 1,30). 34,4. Construirán casas y ellos mismos habitarán en ellas; plantarán viñas y ellos mismos comerán sus frutos y beberán su vino. No construirán para que otros habiten, ni plantarán para que otros coman. La vida de mi pueblo se prolongará como la de un árbol, y durarán hasta envejecer las obras de sus manos» (Is 65,18-22). 35,1. Si algunos pretenden entender estas frases sólo en alegoría, no podrán siquiera ponerse de acuerdo entre sí. […]  Todo esto se refiere sin duda a la resurrección de los justos, la cual acaecerá después de la venida del Anticristo. […] Aquellos a quienes el Señor, al venir de los cielos, encuentre esperándolo en la carne tras haber sufrido la tribulación y haber escapado de las manos del impío, son aquéllos de los cuales dijo el profeta: «Y los que queden se multiplicarán sobre la tierra» (Is 6,12). Quienes queden en la tierra para multiplicarse son aquellos de entre los gentiles, a quienes el Señor hubiere preparado. Vivirán bajo el reinado de los santos y servirán en Jerusalén.»     [Ireneo de Lyon, Contra los herejes Libro V. 33-35]

En el excelente libro ‘Retorno a la Historia del Pensamiento Cristiano‘, el profesor González nos da la pauta de po rqué el milenarismo fue rechazado por la iglesia a partir del siglo IV:

«A principios del siglo cuarto, tuvo lugar un gran cambio en la vida de la iglesia. Casi inmediatamente después de la más cruenta de las persecuciones, el emperador Constantino comenzó a darles a los cristianos muestras de su favor. Esas señales del favor imperial continuaron hasta tal punto que cincuenta años más tarde el cristianismo fue declarado la religión oficial del Imperio Romano, y se tomaban medidas para erradicar las viejas religiones del Imperio. Desde la perspectiva de los cristianos a quienes tocó vivir en aquella época, esos acontecimientos eran totalmente inesperados, y muchos vieron en ellos una intervención de lo Alto. […]  Pero desde sus perspectivas sociales y económicas los poderosos buscaban una versión del evangelio que fuese compatible con sus privilegios y con su poder. Aun entre quienes no eran poderosos hubo una fuerte tendencia a regocijarse porque el Imperio estaba ahora dispuesto a aceptar lo que hasta poco antes había sido la fe de una minoría débil y perseguida —aun cuando esa aceptación requiriese cierta reinterpretación y adaptación de la fe cristiana.
Un ejemplo claro de tal actitud es Eusebio de Cesárea. Frecuentemente se ha acusado a este gran historiador —comúnmente llamado «padre de la historia eclesiástica»— de ser poco más que un adulador de Constantino. Pero su propia biografía muestra que la realidad es mucho más compleja. […]  Eusebio parece haber sido sincero en su admiración hacia Constantino, y en ello parece haber reflejado la actitud de los muchos cristianos que, tras siglos de amenaza de persecución, se veían ahora por fin libres de tal amenaza, y para quienes por lo tanto la conversión de Constantino no era menos que un milagro de la Providencia divina. Luego, parte de la importancia de Eusebio está precisamente en que es un fiel reflejo del ambiente que dominaba en las iglesias de su tiempo.
En sus posturas teológicas y filosóficas, Eusebio era seguidor de Orígenes. Por lo tanto Eusebio, origenista convencido, creía que el cristianismo era una serie de verdades eternas e inmutables reveladas en Jesucristo, pero perfectamente compatibles con lo que los filósofos habían descubierto antes. Comentando sobre esto, se ha dicho que Eusebio era un historiador que no creía en la historia —o al menos, no en la historia como un proceso continuo [como sí lo creía Ireneo]. No veía ni aceptaba la posibilidad de que la doctrina cristiana hubiese pasado por un proceso de desarrollo. Parte de su propósito era mostrar que los cristianos de su tiempo creían exactamente lo mismo que los de épocas anteriores. Hoy sabemos que esto es errado; pero el hecho de que Eusebio, con tales presuposiciones, es la principal fuente para nuestro conocimiento de buena parte del cristianismo antiguo complica la tarea de los historiadores.
En su gran Historia eclesiástica, así como en todos sus escritos, Eusebio se propuso demostrar, entre otras cosas, que el Imperio Romano era parte del plan de Dios para la propagación del Evangelio, y que era por tanto perfectamente compatible con la fe cristiana. […] El origenismo de Eusebio, junto a su postura política, le llevaron a devaluar la teología de Ireneo, particularmente en lo que a la escatología se refiere. Puesto que el Apocalipsis era una de las principales fuentes de la expectativa escatológica, Eusebio trató de minar su autoridad [Eusebio ponía en duda la inspiración del Apocalipsis]. A Papías lo trata bastante mal, citándolo únicamente para probar que Juan, el maestro de Policarpo y de Papías, no fue el apóstol, sino otro. Luego comenta sobre la visión del Reino según Papías y dice que era persona «de escaso entendimiento». Aunque no podía desentenderse por completo de Ireneo, Eusebio descuenta su escatología, y dice bien poco acerca del resto de su teología. Todo esto podría achacársele al origenismo de Eusebio, con su desinterés hacia y menosprecio de la realidad física. Pero es interesante notar que Eusebio no muestra el mismo desinterés y menosprecio cuando alaba las riquezas con las que Constantino ha adornado a las iglesias. Una vez más, las perspectivas e intereses políticos y sociales se revisten de posturas teológicas y filosóficas. Eusebio sencillamente se ha vuelto parte de una larga tradición que ha interpretado la fe cristiana desde la perspectiva de los poderosos, o al menos de modo que les sea de agrado y de provecho. Constantino y sus sucesores le ofrecieron a la fe cristiana el poder y prestigio del estado, y a cambio de ello buena parte de la iglesia suavizó su mensaje para que no les resultase demasiado ofensivo a los poderosos.»  [González Justo L. Retorno a la Historia del Pensamiento Cristiano. Ed. Kairos, p. 132-138]

¿Qué es lo que nos está diciendo J. L. González? Que para Eusebio, el Imperio Romano era parte visible del Reino de Dios; no hacía falta un Milenio con un gobierno de paz y de justicia, ¡eso ya lo tenían con Constantino! ¿Cómo decirle a un emperador y a sus poderosos que pronto vendría Cristo y destruiría a todos los imperios, quitaría a todos los poderosos, y gobernaría Él  sobre toda la tierra?, esa era una doctrina peligrosa, que bien la podría predicar Ireneo porque no tenía compromisos con los poderosos; pero para Eusebio y la iglesia oficializada de su tiempo era una enseñanza que convenía callar.

Es verdad también, que personajes como Cerinto (hereje gnóstico) predicaban un milenarismo donde el disfrute de la carne no tendría limites, o al menos eso es lo que afirma Eusebio; que como ya hemos visto no se caracterizaba por ser imparcial sobre el tema:

«2. «Sin embargo, también Cerinto, por medio de revelaciones que dice estar escritas por un gran apóstol, introduce milagrerías con el engaño de que le han sido mostradas por ministerio de los ángeles, y dice que, después de la resurrección, el reino de Cristo será terrestre y que de nuevo la carne, que habitará en Jerusalén, será esclava de pasiones y placeres. Como enemigo de las Escrituras de Dios y queriendo hacer errar, dice que habrá un número de mil años de fiesta nupcial». 3 Y además Dionisio, que en nuestro tiempo obtuvo el episcopado de la iglesia de Alejandría, al decir en el libro II de sus Promesas algunas cosas acerca del Apocalipsis de Juan como recibidas de una antigua tradición, hace mención del mismo Cerinto con estas palabras: 4 «Y Cerinto, el mismo que instituyó la herejía que de él toma nombre, la cerintiana, y que quiso acreditar su propia invención con un nombre digno de fe. Este es, efectivamente, el tema de la doctrina que enseña: que el reino de Cristo será terreno. 5 »Y como él era un amador de su cuerpo y enteramente carnal, soñaba que consistiría en lo mismo que él deseaba: hartazgos del vientre y de lo que está debajo del vientre, es decir: en comidas, en bebidas, en uniones carnales y en todo aquello con que le parecía que se procuraría estas cosas de una manera más biensonante: fiestas, sacrificios e inmolación de víctimas sagradas».» [Eusebio, «Hist. Eccl.», III, 28 – Biblioteca de Autores Cristianos]

También en el siglo IV, aparecería un personaje muy influyente en occidente, que inclinaría la balanza definitivamente hacia el amilenarismo, estamos hablando de Agustín:

«Agustín había tenido dificultades en aceptar la doctrina cristiana de Dios hasta que el neoplatonicismo le hizo posible concebir una substancia incorpórea. Por ello, buena parte de su doctrina de Dios es tomada, no de las Escrituras o de la tradición cristiana, sino de sus lecturas de los platónicos. Según él, Dios no es en sentido estricto una substancia, sino únicamente una esencia. Dios es absolutamente inefable. En Dios no hay tiempo ni espacio, sino que el pasado y el futuro son tan reales como el presente. Por ello, aunque se ha hablado y escrito mucho sobre la visión agustiniana de la historia, especialmente tal como se ve en La ciudad de Dios, lo cierto es que Agustín no estaba interesado en el curso histórico de los acontecimientos, sino únicamente en la vida de la ciudad espiritual de Dios, cuya verdad, dada de una vez por todas, se encuentra allende la historia, y cuya meta trasciende la historia. En última instancia, todo el proceso histórico ha de quedar en nada, y Agustín rechaza toda perspectiva escatológica que de algún modo incluya la historia presente del mundo, o le dé importancia eterna al curso de los acontecimientos históricos.»  [González Justo L. Retorno a la Historia del Pensamiento Cristiano. Ed. Kairos, p. 142]

Agustín, en un principio, creyó también en el milenarismo; pero como le pasó con otras doctrinas importantes, su neoplatonismo (y duro ascetismo) le obligó a reinterpretarlo todo a la luz de Platón y Plotino; de tal manera que terminó creyendo en un milenio figurativo y no literal. Le era difícil aceptar a Agustín que las relaciones sexuales (a las cuales consideraba pecado aún dentro del matrimonio) seguirían vigentes en un reinado literal de Cristo. Y es que aunque Agustín mencione a los santos resucitados, en realidad los ortodoxos no enseñaban esto, se referían sí a los que todavía tendrían un cuerpo de carne y se reproducirían en el milenio; pero está claro que a un asceta como Agustín el tema del sexo y la comida le traía mal pesar. Leamos a continuación al mismo Agustín… 

«Ante estas palabras ha habido quienes han sospechado que la primera resurrección será corporal. Pero, sobre todo, han quedado impresionados por el número de los mil años, como si los santos debieran tener, según eso, una especie de descanso sabático de tamaña duración, o sea, un santo reposo después de trabajar durante seis mil años, desde la creación del hombre, su expulsión de la felicidad del Paraíso y la caída en las calamidades de esta vida mortal en castigo de aquel gran pecado. De suerte que -según aquel pasaje: Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día pasados seis mil años como si fueran seis días, seguirá como día séptimo el sábado, significado en los últimos mil años: y para celebrar, en fin, este sábado resucitarán los santos. Esta opinión sería de algún modo tolerable si admitiera que los santos durante ese tal sábado disfrutan, por la presencia del Señor, de unas ciertas delicias espirituales. Incluso hubo un tiempo en que nosotros fuimos de la misma opinión. Pero desde el momento en que afirman que los santos resucitados en ese período se entregarán a los más inmoderados festines de la carne, con tal abundancia de manjares y bebidas, que, lejos de toda moderación, sobrepasarán la medida de lo increíble, una tal hipótesis sólo puede ser sostenida por hombres totalmente dominados por los bajos instintos. Sin embargo, hay algunos, guiados por el espíritu, que sostienen esta misma creencia y se les denomina con el término griego quiliasta, nombre que podríamos traducirlo por «milenaristas».

Los mil años pueden ser interpretados, según mi modo de ver, de dos maneras: o bien que todo esto está teniendo lugar en los últimos mil años, a saber, en el milenio sexto, como si fuera el día sexto, cuyos últimos períodos están transcurriendo ahora; vendría luego un sábado sin atardecer, el descanso de los santos, que no tendrá fin. Pero su intención al hablar de mil años habría sido la de nuestro modo de hablar cuando designamos el todo por la parte, y este milenio sería como la parte última del día que restaba hasta la terminación del mundo. […] La otra modalidad -la más probable- de interpretar los mil años sería el tomar esta cifra por los años totales de este mundo, citando con un número perfecto la plenitud del tiempo.»  [Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios. Libro XX. 8]

Dos son los factores, que en el S. IV, contribuyeron a dejar la doctrina del milenio literal en el olvido. El primero fue la visión Iglesia-Poder-Estado, de Eusebio de Cesarea; la visión de un estado-teocrático que en el S. XVI se repetiría en los Reformadores protestantes. El segundo factor fue la influencia neoplatónica sobre el pensamiento de Agustín, de la cual nunca pudo (ni quiso) librarse totalmente.

La literatura sobre el tema es abundantísima, tanto en la apocalíptica judía, en la patrística, en los libros de Historia eclesiástica, como en aquellos sobre la Evolución de los dogmas. Lamentablemente el espacio no permite extenderse mucho, y tampoco es mi intención agobiar a los lectores.  En las citas que he usado podrán encontrar las fuentes, y los títulos de los libros en los cuales he investigado, para aquellos que deseen indagar más. Deseando que hayan disfrutado del estudio, me despido hasta la próxima, bendiciones.

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar, para Diarios de Avivamientos 2020.©

Los evangelios apócrifos y el nacimiento de Jesús

¿De dónde surgen enseñanzas o costumbres tales como que José era anciano cuando desposó a la virgen María, y que ya tenía hijos; o que Jesús nació en una cueva; o la del buey y el asno en el pesebre; o los nombres de los padres de María; o la perpetua virginidad de María?

«Los evangelios apócrifos constituyen una parte importante de la tradición de los hechos del cristianismo. El calificativo de «apócrifos» influyó, sin embargo, en la falta de aprecio de los estudiosos y los cristianos de a pie. Al lado de los evangelios canónicos, los apócrifos aparecen como los que refieren leyendas y mitos frente a los que hablan de hechos. Esto no siempre es verdad, pues a veces —aunque ciertamente pocas— transmiten ciertas noticias y dichos de Jesús que puede acercarse al Jesús histórico.

El término «apócrifos» significa etimológicamente «ocultos», «escondidos». De alguna forma, la denominación primitiva alude a una reserva intencionada, pues tanto para ciertos eclesiásticos como para algunos herejes, se trataría de obras solamente conocidas y utilizadas por un grupo privilegiado de iniciados. La etiqueta les era particularmente útil, por cuanto los escritos apócrifos recibieron frecuentemente las críticas de la mayoría de los escritores ortodoxos, que los señalaban como peligrosos o desviados de la doctrina verdadera.

El significado actual de «apócrifo» ha variado de esta acepción primigenia y significa «falso, rechazado» por la ortodoxia, por lo que está dedicado especialmente a las obras que imitan los géneros literarios bíblicos pero no han sido admitidas por la Iglesia en el canon de los libros inspirados. 

Los escritos apócrifos han tenido un influjo efectivo en la tradición cristiana y en el desarrollo de sus doctrinas. Dogmas importantes están basados en tradiciones, cuyo testimonio escrito se encuentra básicamente en estos textos. Así, la asunción de la Virgen es el núcleo de los apócrifos asuncionistas. La virginidad perpetua de María está expresada plásticamente en los Evangelios de la Natividad. La misma divinidad de Jesús aparece en los evangelios apócrifos de una forma más rotunda incluso que en los canónicos.»  [Antonio Piñero. Todos los evangelios – Traducción íntegra de las lenguas originales de todos los textos evangélicos conocidos]

 

1. Protoevangelio de Santiago

Autor: Desconocido.
Fecha probable de composición: Quizá de mediados del siglo II. En cualquier caso, anterior al siglo IV.
Lugar de composición: Desconocido.
Lengua original: Griego.
Fuentes: Unos 20 manuscritos medievales, del siglo XII en adelante.

Este apócrifo es uno de los más antiguos y origen de una tradición legendaria recogida por otros apócrifos de la infancia de Jesús. Su presunto autor según el texto sería Santiago, el «hermano del Señor», que lo habría escrito en el desierto, pero la noticia es inverosímil.  La repercusión de este apócrifo en las leyendas populares cristianas e incluso en la teología fue enorme.

En este apócrifo podemos encontrar entre otras cosas que:

… los padres de María, llamados Ana y Joaquín, no podían tener hijos hasta que un ángel les anunció el milagro…

4:1 He aquí que un ángel del Señor se le presentó y le dijo: «Ana, Ana, el Señor ha escuchado tu plegaria. Concebirás y darás a luz, y se hablará de tu descendencia en toda la tierra». Dijo Ana: «Vive el Señor, mi Dios, si engendro varón o hembra lo presentaré como ofrenda al Señor mi Dios, y estará prestándole servicio todos los días de su vida». 2 Llegaron dos mensajeros diciéndole: «Joaquín, tu marido, viene con sus rebaños». Pues un ángel del Señor bajó hasta él y le dijo: «Joaquín, Joaquín, el Señor Dios ha escuchado tu plegaria. Baja de aquí, pues he aquí que Ana, tu mujer, va a concebir en su vientre».

… José era ya anciano, viudo, y tenía hijos antes de casarse con María.

9:2 Respondió José: «Tengo hijos y soy anciano, mientras ella es una jovencita; no vaya a convertirme en motivo de risa ante los hijos de Israel».

… que Jesús nació en una cueva:

18:1 Encontró allí una cueva y la introdujo en ella. Dejó junto a María a sus hijos, y él salió a buscar una comadrona hebrea por la región de Belén.

 

2. Evangelio del Pseudo Mateo

Autor: Desconocido.
Fecha probable de composición: Base del relato anterior al 200. Texto actual del siglo VI.
Lugar de composición: Desconocido.
Lengua original: Griego.
Fuentes: Traducción latina, probablemente del siglo VI, conservada en un manuscrito del siglo XIV.

Las leyendas de este evangelio tuvieron gran influencia en la tradición cristiana. Obras de literatura, el arte en sus aspectos de la pintura y la escultura, libros de devoción y hasta las reflexiones de grandes místicos fueron sensibles a ellas.

En este escrito apócrifo encontramos una exaltación fantasiosa de la santidad y pureza de María (más propia de la Edad Media)…

6:2 …Así progresaba más y más en la alabanza de Dios. Finalmente, en compañía de las vírgenes mayores se instruía en la alabanza de Dios, de tal manera que no había ninguna más presta que ella en la vigilancia, ninguna más erudita en el conocimiento de la ley de Dios, ninguna más sumisa en la humildad, ninguna más elegante en el canto de los salmos de David, ni más generosa en la caridad, ni más pura en la castidad, ni más perfecta en toda clase de virtud. Pues era constante, inconmovible, inmutable, y cada día progresaba hacia lo mejor. 3 Nadie la vio nunca airada, ni la oyó decir una mala palabra. Su lenguaje estaba tan lleno de gracia que se conocía que Dios estaba en su lengua. Permanecía continuamente en la oración y en el estudio de la Ley. Se preocupaba de que ninguna de sus compañeras pecara de palabra, ni se dejara llevar de una risa desacompasada, ni se comportara con sus semejantes con injurias o soberbia… Frecuentemente se la veía en conversación con los ángeles, quienes la trataban como si fueran íntimos amigos. Si alguno de los enfermos la tocaba, regresaba al instante sano a su casa.

… el autor pone en boca de María una exaltación de la virginidad, aquí se ve el evidente interés de exaltar el celibato como la condición ideal de un siervo de Dios (sacerdotes, monjes y monjas); y de considerar el acto sexual (aún dentro del matrimonio) como una mancha en la carne….

7:1 … María les respondió diciendo: «Dios es honrado sobre todo con la castidad, como se puede comprobar:
2» Porque antes de Abel no hubo justo alguno entre los hombres. Él agradó a Dios por sus ofrendas y fue asesinado despiadadamente por el que le desagradó. No obstante, recibió una doble corona, por sus ofrendas y por su virginidad, porque nunca aceptó una mancha en su carne. Finalmente, también Elías fue llevado en carne al cielo, porque conservó virgen su carne. Esto es lo que aprendí en el templo de Dios desde mi infancia, que una virgen puede ser amada de Dios. Por eso, tomé en mi corazón la decisión de no conocer varón jamás».

12:4 … Entonces, María, viendo la sospecha del pueblo y puesto que no estaba del todo justificada, dijo con voz clara cuando todos la oían: «Vive Adonay, el Señor de los ejércitos, en cuya presencia me encuentro, que nunca he conocido varón ni pienso conocerlo, porque desde mi niñez tengo tomada esta decisión. Y este es el voto que hice a Dios desde mi infancia: permanecer íntegra para aquel que me creó. En tal integridad confío que viviré para él solo, y mientras viva permaneceré para él solo libre de toda impureza».

Este evangelio apócrifo también menciona que José era anciano y tenía hijos antes de desposarse con María…

8:4 Entonces todo el pueblo felicitaba al anciano diciendo: «Has logrado la felicidad en tu ancianidad, porque Dios ha manifestado que eres el idóneo para recibir a María». Pues los sacerdotes le decían: «Recíbela, porque de toda la tribu de Judá tú eres el único elegido por Dios». Entonces José, postrándose con humildad, comenzó a rogarles diciendo con vergüenza: «Soy anciano y ya tengo hijos, ¿por qué me confiáis esta jovencita?».

… también afirma que María dio a luz en una cueva, entre prodigios y señales…

13:1 Sucedió que, pasado algún tiempo, un edicto publicado del César Augusto ordenaba que todo el mundo fuera a empadronarse a su propia patria. Este empadronamiento fue ejecutado por el gobernador de Siria Cirino. Se vio, pues, José en la necesidad de trasladarse a Belén con María, porque procedía de allí, y María era
de la tribu de Judá y de la casa y de la patria de David. Cuando José y María iban por el camino que lleva a Belén, dijo María a José: «Veo a dos pueblos ante mí, a uno que llora y a otro que se alegra». José le respondió: «Estate sentada, sujétate bien en el jumento y no digas palabras inútiles». Entonces apareció ante ellos un joven hermoso, vestido con espléndidas vestiduras, que dijo a José: «¿Por qué has dicho que son superfluas las
palabras sobre los dos pueblos de que ha hablado María? Pues ha visto al pueblo judío que lloraba, porque se ha apartado de su Dios, y ha visto al pueblo de los gentiles alegrarse porque se ha acercado y se ha colocado cerca del Señor. Es lo que prometió a nuestros padres Abrahán, Isaac y Jacob. Porque ha llegado el tiempo en que por la descendencia de Abrahán serán benditas todas las gentes». 2 Dicho esto, el ángel mandó detenerse al jumento porque había llegado el momento del parto. Y ordenó a María que bajara de la cabalgadura y entrara en una cueva subterránea en la que nunca había habido luz, sino siempre tinieblas, porque no entraba en absoluto la luz del día. Pero, al entrar María, empezó toda la cueva a llenarse de resplandor, y como si dentro estuviese el sol, toda mostraba un fulgor luminoso. Como si allí fuera el mediodía, una luz divina iluminaba la cueva. Y ni de día ni de noche faltó la luz divina mientras estuvo dentro María. Fue allí donde dio a luz un niño, a quien rodearon los ángeles en el momento de nacer, y una vez nacido lo adoraron diciendo: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres del beneplácito divino».

… hay un evidente interés en destacar la Perpetua Virginidad de María…

13:3 Ya hacía rato que José había ido a buscar comadronas. Y cuando regresó a la cueva, María ya había dado a luz al niño. José dijo a María: «Yo te he traído a las comadronas Zelomí y Salomé, pero están fuera delante de la cueva y no se atreven a entrar acá por el excesivo resplandor»… Entonces mandó que una de ellas entrara con él. Entró Zelomí, y dijo a María: «Permíteme que te toque». Cuando María le permitió que la tocara, exclamó a grandes voces la comadrona diciendo: «¡Señor, gran Señor, ten misericordia! Nunca se ha oído ni siquiera sospechado que los pechos estén llenos de leche, y el niño que ha nacido haya dejado virgen a su madre. Ninguna mancha de sangre hay en el recién nacido, ningún dolor en la parturienta. Una virgen concibió, virgen dio a luz, virgen permaneció».

… Jesús en el establo, el buey y el asno…

14:1 A los tres días del nacimiento del Señor, salió María de la cueva y entró en un establo. Colocó al niño en un pesebre, y un buey y un asno lo adoraron. Entonces se cumplió lo anunciado en la profecía de Isaías: «Conoció el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su señor» (Is 1, 3). Y es que los mismos animales, situados a su lado, lo adoraban sin cesar. Así se cumplió lo dicho en la profecía de Habacuc: «En medio de dos animales te darás a conocer». En aquel mismo lugar permanecieron José y María con el niño durante tres días.

… los magos de oriente, después de dos años…

16:1 Pasados dos años, llegaron a Jerusalén unos magos de Oriente portando grandes regalos. Preguntaron insistentemente a los judíos diciendo: «¿Dónde está el rey que os ha nacido? Pues hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo».

16:2 Cuando los magos iban de camino, se les apareció la estrella, y como si les hiciera de guía, así les precedía hasta que llegaron al lugar donde estaba el niño. Los magos, al ver la estrella, se alegraron con un grandísimo gozo. Entraron en la casa y hallaron al niño Jesús sentado en el regazo de su madre. Entonces abrieron sus tesoros y obsequiaron a María y a José con grandes regalos. Luego cada uno ofreció al Niño una moneda de oro. A continuación uno le ofreció oro, otro incienso y el otro mirra. Y como estaban dispuestos a volver al rey Herodes, recibieron en sueños un aviso de un ángel para que no lo hicieran. Pero ellos, después de adorar gozosamente al niño, regresaron a su tierra por otro camino.

 

3. Libro sobre la natividad de María

Autor: Desconocido.
Fecha probable de composición: Siglo IX.
Lugar de composición: Desconocido.
Lengua original: Griego.
Fuentes: Traducción latina conservada en manuscritos medievales posteriores al siglo X.
El apócrifo sobre la natividad de la Virgen María es un resumen del Pseudo Mateo, atribuido durante mucho tiempo a san Jerónimo. La Patrología Latina de Migne lo sigue incluyendo entre las obras de este. La carta presuntamente dirigida por san Jerónimo a los obispos Cromacio y Heliodoro, que figura como prefacio del Pseudo Mateo, explica la insistencia de esta atribución. La época probable de su composición, el siglo IX, es muy ajena en contenido y forma a la de san Jerónimo.

Aunque este escrito se esfuerza por exaltar a María…

1:1 La bienaventurada y gloriosa siempre virgen María, descendiente de estirpe regia y de la familia de David, nació en la ciudad de Nazaret y fue educada en Jerusalén, en el templo del Señor. Su padre se llamaba Joaquín, y su madre, Ana. Su familia paterna era de Galilea, de la ciudad de Nazaret, pero su linaje materno era de Belén.

… curiosamente echa por tierra el dogma de la «Inmaculada Concepción de María» pues afirma que solo Cristo nació inmaculado…

9:4 La Virgen, no por desconfiar de las palabras del ángel, sino por el deseo de conocer cómo sucederían las cosas, respondió: «¿Cómo puede ocurrir esto? Pues siendo así que yo, según mi voto, nunca conozco varón, ¿cómo podré dar a luz sin semilla masculina?». Sobre esto, le dijo el ángel: «No pienses, María, que vas a concebir al modo humano. Porque, sin relación alguna con varón, siendo virgen darás a luz, siendo virgen amamantarás. Pues el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra contra todos los ardores de la concupiscencia. Por eso, el que nacerá de ti será el único santo, porque es el único concebido y nacido sin pecado, que será llamado Hijo de Dios». Entonces María, extendiendo las manos y levantando los ojos al cielo, dijo: «He aquí la esclava del Señor, pues no soy digna del nombre de señora, hágase en mí según tu palabra».

 

4. Libro sobre la infancia del Salvador

Autor: Desconocido.
Fecha probable de composición: Hacia el siglo IX.
Lugar de composición: Desconocido.
Lengua original: Latín, sobre materiales en lengua griega.
Fuentes: Manuscritos de los siglos XIII y XIV.

La notable semejanza entre este apócrifo y el Pseudo Mateo ha hecho surgir la disputa sobre su relación y eventual prioridad, cuestión aún no resuelta. El estilo dista mucho del ingenuo y simple de los evangelios apócrifos más antiguos. El autor recoge los datos ya conocidos, los amplía y los reelabora hasta darles un carácter elegante y distinguido. La presentación del nacimiento de Jesús ofrece detalles nuevos que, en opinión de M. R. James, dependían del antiquísimo Evangelio de Pedro, del siglo II. A este evangelio deben atribuirse, según algunos autores, ciertas expresiones de carácter doceta [el docetismo negaba que Cristo tuviese un cuerpo de carne, afirmaba que el cuerpo del Señor era una apariencia, pero no carne real], como el hecho de que el recién nacido no tenía peso ninguno y de que el niño fuera una especie de condensación de la luz. El autor refleja la reacción de la piedad popular frente a la creencia en la divinidad del Jesús recién nacido. Todo lo material es ajeno a la trascendencia de un ser de naturaleza divina. Esta realidad impone un desarrollo de los hechos totalmente alejado de las costumbres humanas. Todo queda más allá de la capacidad y la comprensión de la mente humana.

62. José se adelantó para llegar a la ciudad. Dejó a María con su hijo Simeón [hijo de José], porque estaba encinta y caminaba más despacio… 63. Haciendo un recorrido, vio un establo solitario y se dijo: «Debo detenerme en este lugar, porque me parece albergue de peregrinos. Y aquí no tengo ni hospedaje ni posada donde podamos descansar». E inspeccionándolo, dijo: «La habitación es pequeña, pero idónea para unos pobres, especialmente porque está apartada del griterío de la gente, como para no poder molestar a una mujer en trance de parto. Por lo tanto, es necesario que descanse en este lugar con todos los míos».

65. Dijo entonces José a María: «Hijita mía, has sufrido muchas molestias por mi causa. Entra, pues, y ocúpate de ti. Y tú, Simeón, trae agua y lava sus pies, dale comida, y si tiene necesidad de alguna otra cosa, haz lo que su alma desea». Simeón hizo lo que su padre le había mandado y la condujo a la gruta, que con la entrada de María comenzó a tener luz solar, y se iluminó como si fuera mediodía.

Aquí comienza el relato de la comadrona (partera), y la influencia doceta en el relato.

73. » Cuando se acercó la hora, apareció abiertamente el poder de Dios. La doncella estaba mirando fijamente al cielo convertida en viña, pues ya estaba para cumplirse el término de los bienes. Y en cuanto apareció la luz, adoró al que vio que había alumbrado. El niño despedía resplandores a la manera del sol. Estaba totalmente limpio, y era agradabilísimo de ver, pues solo él apareció como la paz que apacigua el mundo entero. En la misma hora en que nació, se oyó la voz de muchos seres invisibles que decían a la vez: “Amén”. La luz que había nacido se multiplicó, y con la claridad de su resplandor oscureció la luz del sol. Aquella cueva quedó repleta de una luz clara y de un perfume suavísimo. Ahora bien, esta luz nació lo mismo que el rocío que desciende del cielo a la tierra. Pues su perfume supera el de todos los ungüentos.
74. » Yo quedé estupefacta y llena de admiración; y el temor se apoderó de mí. Pues tenía la mirada fija en el gran resplandor de la luz que había nacido. Pero aquella luz fue poco a poco condensándose en sí misma y tomó la forma de un niño. Y enseguida se hizo un niño como suelen ser los niños al nacer. Cobré valor, me incliné, lo toqué y lo levanté en mis manos con gran temor. Me quedé aterrada porque no tenía el peso propio de un recién nacido. Lo examiné y comprobé que no había en él la más mínima mancha, sino que estaba totalmente limpio en su cuerpo como ocurre con el rocío del Dios Altísimo. Era ligero de llevar y espléndido de ver. Mientras estaba grandemente admirada porque no lloraba como suelen llorar los recién nacidos, y mientras lo tenía en brazos con la mirada fija en su rostro, me dedicó una gratísima sonrisa. Abrió los ojos y
los fijó en mí delicadamente. Al momento salió de sus ojos una gran luz como un gran relámpago».

Textos extraídos del libro Todos los evangelios. Traducción íntegra de las lenguas originales de todos los textos evangélicos conocidos. Edición de Antonio Piñero.

 

Diarios de Avivamientos 2019

John Wesley responde a la pregunta ¿Qué es un arminiano?

John Wesley - que es un arminiano

La pregunta «¿Que es un arminiano?»
contestada por un amante de la gracia,

John Wesley

1. Si alguien dice «Ese hombre es arminiano», el efecto que producen estas palabras en quienes lo escuchan es el mismo que si se les hubiera dicho «Ese perro está rabioso». Sienten pánico y huyen de él a toda velocidad, y no se detendrán a menos que sea para arrojarle piedras al temible y peligroso animal.

2. Cuanto más incomprensible resulta la palabra, mejor. Las personas que reciben el apodo no saben qué hacer: como no saben lo que quiere decir, no están en condiciones de defenderse o de demostrar que son inocentes de los cargos en su contra. No es fácil acabar con prejuicios arraigados en personas que no saben otra cosa excepto que se trata de «algo muy malo» o de algo que representa «todo lo malo».

3. Por lo tanto, aclarar el significado de esta terminología ambigua puede ser de utilidad para muchos. A los que con demasiada facilidad aplican el término a otros, o para impedir que utilicen términos cuyo significado desconocen; a quienes escuchan, para que no resulten engañados por personas que no saben lo que dicen; y a quienes reciben el apodo de «arminianos», para que sepan cómo defenderse.

4. En primer lugar, creo necesario aclarar que muchos confunden «arminiano» con «arriano». Pero se trata de algo completamente diferente; no existe ninguna semejanza entre uno y otro. Un arriano es alguien que niega la divinidad de Cristo. Creo que no hace falta aclarar que nos referimos a su filiación con el supremo, eterno Dios, ya que no hay otro Dios fuera de él (a menos que decidamos hacer dos dioses: uno grande y uno pequeño). Ahora bien, nadie jamás ha creído con mayor firmeza, o afirmado con mayor convicción, la divinidad de Cristo, que muchos de los así llamados arminianos, y así lo siguen haciendo hasta el día de hoy. Por lo tanto, el arminianismo (sea lo que fuere) es completamente diferente del arrianismo.

5. El origen de la palabra se remonta a Jacobo Harmens, en latín, Jacobus Arminius, que fuera ministro ordenado en Amsterdam y, más tarde, profesor de Teología en Leyden. Habiendo estudiado en Ginebra, en 1591 comenzó a dudar de los principios que le habían inculcado hasta ese momento. Cada vez más convencido de lo errado de los mismos, cuando fue nombrado profesor, comenzó a enseñar y a hacer público lo que él consideraba que era la verdad, hasta que falleció en paz en el año 1609. Pocos años después de la muerte de Arminio, algunos fanáticos, liderados por el Príncipe de Orange, atacaron con furor a todos los que sostenían lo que ellos consideraban sus ideas. Habiendo logrado que este modo de pensar fuera formalmente condenado en el famoso Sínodo de Dort (menos numeroso y erudito que el Concilio o Sínodo de Trento, pero tan imparcial como aquél, ver La Verdadera historia del Sínodo de Dort), algunas de estas personas fueron muertas, otras exiliadas, algunas condenadas a cadena perpetua; todos ellos perdieron sus puestos de trabajo y quedaron inhibidos de ocupar cualquier cargo público o eclesiástico.

6. Los cargos que los opositores presentaban en contra de estas personas (comúnmente llamados arminianos) eran cinco: (1) negar el pecado original; (2) negar la justificación por fe; (3) negar la predestinación absoluta; (4) negar que la gracia de Dios es irresistible, y (5) afirmar que es posible que un creyente se aparte de la gracia.
Con respecto a las dos primeras acusaciones se declaran inocentes. Los cargos son falsos. Ninguna persona, ni el propio Juan Calvino, afirmó la idea del pecado original o de la justificación por fe de manera más decisiva, más clara y explícita que Arminio. Estos dos puntos están, por tanto, fuera de discusión; hay acuerdo entre ambas partes. No existe al respecto la más mínima diferencia entre el Sr. Wesley y el Sr. Whitefield.

7. Existe, sin embargo, una clara diferencia entre los calvinistas y los arminianos con respecto a los otros tres puntos. Aquí las opiniones se dividen, los primeros creen en una predestinación absoluta y los últimos sólo en una predestinación condicional. Los calvinistas sostienen que: (1) Dios decretó con carácter absoluto, desde toda eternidad, que ciertas personas se salvarían y otras no, y que Cristo murió por ellas y por nadie más. Los arminianos sostienen que Dios decretó, desde toda eternidad, respecto de todos los que poseen su Palabra escrita, que el que crea, será salvo; pero el que no crea, será condenado. Para dar cumplimiento a esto, Cristo por todos murió (2 Co. 5:15) por todos los que estaban muertos en sus delitos y pecados, es decir, por todos y cada uno de los hijos de Adán, ya que en Adán todos murieron.

8. En segundo lugar, los calvinistas sostienen que la gracia de Dios que obra para salvación es absolutamente irresistible; que ninguna persona puede resistirla así como no se puede resistir la descarga de un rayo. Los arminianos sostienen que si bien hay momentos en que la gracia de Dios actúa de manera irresistible, sin embargo, en general, cualquier persona puede oponer resistencia (y así perderse para siempre) a la gracia mediante la cual Dios deseaba otorgarle salvación eterna.

9. En tercer lugar, los calvinistas sostienen que un verdadero creyente en Cristo no puede apartarse de la gracia. Los arminianos, en cambio, sostienen que un verdadero creyente puede naufragar en cuanto a la fe y a la buena conciencia (Ver 1 Timoteo 1:19) Creen que el creyente no sólo puede caer nuevamente en la corrupción, sino que esa caída puede ser definitiva, de modo que se pierda eternamente.

10. Estos dos últimos puntos, la gracia irresistible y la infalibilidad de la perseverancia, son, sin duda, la consecuencia natural del punto anterior, la predestinación incondicional. Si Dios decretó con carácter absoluto, desde la eternidad, que sólo se salvarían determinadas personas, esto significa que tales personas no pueden oponerse a su gracia salvífica (porque de otro modo perderían la salvación), y que así como no pueden oponer resistencia, tampoco pueden apartarse de esa gracia. De modo que, finalmente, las tres preguntas quedan reducidas a una: ¿La predestinación es absoluta o condicional? Los arminianos creen que es condicional; los calvinistas, que es absoluta.

11. ¡Acabemos, entonces, con toda esta ambigüedad! ¡Acabemos con las expresiones que sólo sirven para crear confusión! Que las personas sinceras digan lo que sientan, y que no jueguen con palabras difíciles cuyo significado desconocen. ¿Cómo es posible que alguien que no ha leído una sola página escrita por Arminio sepa cuáles eran sus ideas? Que nadie levante la voz en contra de los arminianos antes de saber lo que esta palabra significa, recién entonces sabrá que los arminianos y los calvinistas están en el mismo nivel. Los arminianos tienen tanto derecho a estar enojados con los calvinistas como los calvinistas con los arminianos. Juan Calvino era un hombre estudioso, piadoso y sensato, al igual que Jacobo Arminio. Muchos calvinistas son personas estudiosas, piadosas y sensatas, igual que muchos arminianos. La única diferencia es que los primeros sostienen la doctrina de la predestinación absoluta, y los últimos, la predestinación condicional.

12. Una última palabra: ¿No es deber de todo predicador arminiano, primeramente, no utilizar nunca, en público o en privado, la palabra calvinista en términos de reproche, teniendo en cuenta que esto equivaldría a poner apodos o calificativos? Tal práctica no es compatible con el cristianismo ni con el buen criterio o los buenos modales. En segundo lugar, ¿no debería hacer todo cuanto esté a su alcance para impedir que lo hagan quienes lo escuchan, demostrándoles que constituye a la vez un pecado y una tontería? ¿No es, asimismo, deber de todo predicador calvinista, primeramente, no utilizar nunca, en público o en privado, durante la predicación o en sus conversaciones, la palabra arminiano en términos de reproche? Y en segundo lugar, ¿no debería hacer todo cuanto esté a su alcance para impedir que lo hagan quienes lo escuchan, demostrándoles que se trata de un pecado y una tontería al mismo tiempo? En caso de que ya estuvieran habituados a hacerlo, mayor empeño y esfuerzo deberá ponerse para erradicar esta conducta que, quizás, ¡fue alentada por el propio ejemplo del predicador!

¿Qué es un arminiano?, Obras de John Wesley, Tomo VIII, Tratados teológicos, Edición auspiciada por Wesley Heritage Foundation.

John Wesley - que es un arminiano

Dios ama a la humanidad y ofrece su salvación a todos – Clemente de Alejandría

En su obra Protréptico (Exhortación) a los Griegos, Clemente de Alejandría (150-215 d.C), erudito teólogo y director de una de las escuelas teológicas más famosas de la antigüedad, hace una invitación a todos los paganos a que abandonen los ídolos y vengan a Cristo. En esta obra apologética de la fe cristiana encontraremos algunas de las doctrinas fundamentales de los Padres de la Iglesia: Dios ama a todos los hombres (Omnibenevolencia), y a todos extiende la invitación a la salvación (Expiación Ilimitada y Gracia Preveniente); el hombre puede elegir entre rechazar la gracia divina y ser condenado o creer en Cristo y recibir la vida eterna (Gracia Resistible – Libre Albedrío – Elección Condicional). En esta obra podremos contemplar claramente el pensamiento sinergista que predominaba universalmente en la Iglesia primitiva.

Protréptico (Exhortación) a los Griegos

(extractos)

Capítulo I. 4.3. Por otra parte, [Jesús] también en otro lugar llamó “raza de víboras” (Mt 3,7; Lc 3,7) a algunos que escupían veneno y a los astutos hipócritas que ponían impedimentos a la justicia; no obstante, si una de estas víboras cambia voluntariamente y sigue al Verbo, se convierte en hombre de Dios. 6.1. ¿Qué desea el instrumento, el Verbo de Dios, el Señor y el canto nuevo? Abrir los ojos de los ciegos, destapar los oídos de los sordos, conducir hacia la justicia a los lisiados y a los extraviados, mostrar a Dios a los hombres insensatos, detener la corrupción, vencer a la muerte y reconciliar con el Padre a los hijos desobedientes. 6.2. El instrumento de Dios ama a los hombres: el Señor se apiada, educa, estimula, advierte, salva, protege y como recompensa añadida de nuestro aprendizaje promete el reino de los cielos, aprovechándose de nosotros únicamente en eso, en que seamos salvados. En efecto, el mal apacienta la corrupción de los hombres; pero lo mismo que la abeja no maltrata nada de lo existente, la verdad se felicita únicamente de la salvación de los hombres8.3. El Salvador es elocuente e ingenioso respecto a la salvación de los hombres: rechazando advierte, amonestando duramente convierte, lamentándose se compadece, salmodiando invita, habla por medio de la zarza (aquellos [hombres] tenían necesidad de señales y prodigios), y con el fuego asusta a los hombres, encendiendo la llama de una columna, ejemplo de gracia y temor a la vez: si obedeces, [tendrás] la luz, si desobedeces, el fuego. 8.4. Pero tú, en cambio, si no crees en los profetas y consideras una fábula tanto a esos hombres como al fuego, el mismo Señor te dirá que, “existiendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a la cual aferrarse, sino que se anonadó a sí mismo”, Él, que es Dios compasivo y desea ardientemente salvar al hombre. 9.1. ¿Acaso no es absurdo, amigos, que Dios nos estimule siempre a la virtud, y que nosotros evitemos la ayuda y aplacemos la salvación?

Capítulo VIII.77.1. […] Las divinas Escrituras, además de un género de vida prudente, son caminos cortos de salvación; desnudas de adorno, sonido agradable, originalidad y de adulación, levantan al hombre vencido por la maldad y refuerzan lo resbaladizo que hay en la vida; con una única y la misma palabra ofrecen muchos servicios: nos apartan del error funesto y nos empujan con claridad hacia la salvación manifiesta. 77.3. Comparando mediante gran inspiración divina el error con la tiniebla, el conocimiento de Dios con el sol y la luz, y cotejando ambas cosas con sensatez, nos enseña [cuál debe ser] la elección. Ciertamente, el engaño no se disipa por comparación con la verdad; se destierra forzándolo con la práctica de la verdad. 80.2. “¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño?” (Proverbios 6,9). “Si fueras diligente, te llegaría tu cosecha como una fuente” (Proverbios 6,11), que es el Verbo del Padre, la buena lámpara, el Señor que trae la luz, la fe y la salvación para todos. 80.3. “El Señor que hizo la tierra con su poder -como dice Jeremías-, cimentó el universo con su sabiduría” (Jr 10,12). En verdad, habiendo caído nosotros en los ídolos, la Sabiduría, que es su Verbo, nos encamina hacia la verdad. 81.1. Ahora el Señor, compadeciéndose, nos entrega el canto salvador, semejante a un paso de marcha: “Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo serán ultrajadores? ¿Por qué aman la vanidad y buscan el engaño?” (Sal 4,3). ¿Cuál es la vanidad y cuál el engaño? 81.2. El santo Apóstol del Señor, acusando a los griegos, te lo explicará: “Porque conociendo a Dios no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que fueron insensatos en sus razonamientos (Rm 1,21), y cambiaron la gloria de Dios en la representación de una imagen del hombre corruptible (Rm 1,23), y sirvieron a la criatura en lugar del Creador” (Rm 1,25). 81.3. Ciertamente Dios es el mismo, el que al principio hizo el cielo y la tierra (Gn 1,1); pero tú no piensas en Dios, sino que adoras el cielo, y ¿cómo no vas a ser impío?

Capítulo IX.82.1. También podría citarte innumerables textos de los que ni siquiera pasará un solo trazo, que no llegue a cumplirse. Porque la boca del Señor -el Espíritu Santo- lo ha dicho. “Por tanto, hijo mío, no desdeñes -dice [la Escritura]- las lecciones del Señor, ni te enfades al ser corregido por Él” (Proverbios 3,11). 82.2. ¡Cuan grande es el amor [que tiene] a los hombres! No se comporta como el maestro con los alumnos, ni como el señor con los siervos, ni como un dios con los hombres, sino como un tierno padre que amonesta a los hijos. 82.3. Así, Moisés reconoce que estaba aterrorizado y  temblando (Hb 12,1), al oír hablar sobre el Verbo; en cambio, tú ¿no temes cuando oyes hablar del Verbo de Dios? ¿No te turbas? ¿No tomas precauciones a la vez y te apresuras en conocer, es decir, te apresuras hacia la salvación, temiendo la cólera, deseando la gracia y buscando con ardor la esperanza, para evitar el juicio? 82.4. Vengan, vengan, mi grupo de jóvenes: “Porque si no se hacen de nuevo como niños y vuelven a nacer” (Mt 18,3), según dice la Escritura, no recibirán al que es en realidad Padre, ni tampoco entrarán nunca en el reino de los cielos (Mt 18,3). ¿Cómo, en verdad, va a permitir entrar a uno extraño? 82.5. Sin embargo, cuando sea inscrito, nombrado ciudadano y reciba al Padre, entonces me parece que estará en las cosas del Padre (Lc 2,49), entonces será considerado digno de heredar y entonces participará con el Hijo legítimo, el amado, del reino paterno. 83.1. No obstante, ahora hay algunos tanto más ateos cuanto más amigo de los hombres es Dios; ciertamente Él quiere que de esclavos nosotros lleguemos a ser hijos, pero ellos incluso han despreciado con orgullo llegar a ser hijos. ¡Qué gran necedad! ¡Se avergüenzan del Señor! 83.2. Él anuncia la libertad, pero ustedes huyen hacia la esclavitud. Regala la salvación, pero ustedes se rebajan a la mera condición humana. Les concede eternidad, pero ustedes esperan pacientemente el castigo, y toman precauciones contra el fuego que el Señor preparó para el diablo y sus ángeles (Mt 25,41). 84.1. Cuando un testimonio como ese demuestra la necedad de los hombres y proclama a Dios, ¿qué otra cosa falta a los incrédulos, si no juicio y castigo? Ahora bien, el Señor no se cansa de aconsejar, amedrentar, incitar, fomentar y recordar; ciertamente despierta y levanta de la tiniebla misma a los extraviados. 84.2. “Despierta -dice- tú que duermes, álzate de entre los muertos, y Cristo, el Señor, te iluminará” (Ef 5,14); es el sol de la resurrección, el engendrado antes de la aurora (Sal 110 [109],3), el que regaló la vida con sus propios rayos luminosos. 84.3. Así entonces, que nadie desprecie al Verbo, para que no se sorprenda aniquilándose a sí mismo. En efecto, la Escritura dice en alguna parte: “Si hoy escuchan su voz, no endurezcan su corazón como sucedió en la rebelión, el día de la tentación en el desierto, cuando sus padres me pusieron a prueba”. 84.5. Miren la amenaza; miren la exhortación; miren el castigo; además, ¿por qué vamos a cambiar también la gracia en cólera y por qué no recibimos al Verbo con los oídos abiertos y no aceptamos a Dios como huésped en nuestras almas puras? En efecto, grande es la gracia de su promesa, si escuchamos hoy su voz; pero el hoy se extiende a cada día, mientras pueda nombrarse el hoy. 85.1. Con razón entonces la gracia es sobreabundante para los que han creído y han obedecido (cf. 1 Tm 1,14), pero para los que han desobedecido y han sido engañados en su corazón, ni han conocido los caminos del Señor, a los que Juan [Bautista] ordenó hacer rectos los caminos y prepararse, con ésos, en verdad, se enojó Dios y les amenaza.
85.2. También los antiguos hebreos errantes recibieron de manera simbólica el cumplimiento de la amenaza; en efecto, se dice que por la incredulidad no entraron en el descanso, antes de conocer ellos mismos que debían someterse al sucesor de Moisés, y de haber aprendido por experiencia, aunque tarde, que no podrían salvarse de otro modo, si no creyendo como afirmó Jesús. 85.3. Pero amando el Señor a todos los hombres, a quienes envía al Paráclito, les invita al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,4). ¿Cuál es ese conocimiento? La piedad. “La piedad es útil para todo, según Pablo, porque tiene promesa de la vida presente y de la futura” (1 Tm 4,8). 85.4. Confiesen de alguna manera, hombres, si se vendiese una salvación eterna, ¿por cuánto la adquirirían? Aunque uno vendiera todo el Pactolo, el mítico río de oro, no pagaría un precio equivalente a la salvación. 86.1. Por consiguiente, no se desanimen; si quieren, tienen la posibilidad de comprar la salvación más cara con un tesoro conveniente, la caridad y la fe, que son un digno precio de la vida. Dios recibe con agrado ese precio. “Porque tenemos puesta la esperanza en Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, sobre todo de los que creen” (1 Tm 4,10). 86.2. En cambio, los otros, apegados al mundo como determinadas algas a las rocas del mar, estiman poco la inmortalidad y, como el anciano de Itaca (cf. Homero, Odisea, I,57-59), no están deseosos de la verdad ni de la patria del cielo, ni tampoco de la única luz verdadera, sino del humo. 87.3. Si nadie debe rechazar las exhortaciones de los demás santos [de las Escrituras], tampoco al mismo Señor que ama a los hombres, puesto que [Cristo] sólo se ocupa de que el hombre se salve. Él mismo, apremiándonos a la salvación, grita: “El reino de los cielos se acerca” (Mt 4,17); convierte a los hombres que se acercan a Él, infundiéndoles el temor. 87.4. Por eso también el Apóstol del Señor, advirtiendo a los macedonios, se hace intérprete de la divina voz, diciendo: “El Señor se ha acercado (Flp 4,5); cuídense de no ser sorprendidos con las manos vacías” (cf. Mt 25,28-29; Lc 19,24-26; 1 Co 15,58). Pero ustedes están tan sin temor; mejor, son tan incrédulos que no obedecen ni al Señor mismo ni a Pablo, que también soporta eso en nombre de Cristo (cf. Flp 1,7). 88.1. “Gusten y vean qué bueno es el Señor” (Sal 34 [33],9). La fe los conducirá, la experiencia les enseñará, la Escritura los educará, al decir: “Vengan, hijos, escúchenme, les enseñaré el temor del Señor” (Sal 34 [33],12). A continuación añade brevemente a los que han creído: “¿Quién es el hombre que desea vida, que anhela los días para ver el bien?” (Sal 34 [33],12). Somos nosotros, diremos, los que adoramos el Bien, los que estamos ansiosos de las cosas buenas. 88.2. Escuchen, entonces, los que están lejos, escuchen los que están cerca (Is 57,19; Ef 2,17). El Verbo no se oculta a nadie, es una luz común, brilla para todos los hombres. No existe ningún cimerio (cf. Homero, Odisea, XI,13-19) en el Verbo; corramos hacia la salvación, hacia la regeneración; apresurémonos la mayoría para reunirnos en el único amor conforme a la unidad de la única sustancia. 

Capítulo X.89.3. Esto es precisamente lo más hermoso de lo que se argumenta: mostrarles cómo la religión ha sido odiada por demencia y por esa desgraciadísima costumbre. En efecto, no hubiera sido odiada nunca o no se hubiera prohibido tan gran bien –el mejor de cuantos han sido concedidos por Dios al género humano-, si no hubieran estado cautivos por la costumbre, porque sin duda han taponado los oídos ante nosotros, como caballos rebeldes que se sublevan; mordiendo los frenos, han rechazado los discursos, deseando derribarnos a nosotros, los aurigas de la vida de ustedes, y llevados por la locura a los precipicios de la perdición, piensan que es execrable el sagrado Verbo de Dios. 90.1. Por lo tanto, consecuentemente tienen el premio de su elección, según [dice] Sófocles: “Una mente disipada, oídos inútiles, preocupaciones frivolas” (Sófocles, Fragmentos, 863), y no saben lo más verdadero de todo: los buenos y piadosos se beneficiarán de la buena recompensa por haber honrado lo que es bueno, pero los que por el contrario son malvados tendrán el castigo correspondiente, y una sanción está prevista para el príncipe del mal. 90.2. El profeta Zacarías le amenaza: “Que te reprenda el que eligió a Jerusalén. Mira, ¿no es éste un tizón sacado del fuego?” (Za 3,3). ¿Qué antojo de muerte voluntaria persigue aún a los hombres? ¿Por qué se precipitan con ese tizón mortal, con el que han de consumirse, pudiendo vivir bien según Dios y no según la costumbre? 90.3. Dios regala la vida, pero una costumbre malvada, tras la partida de aquí abajo, junto con un castigo inflige un arrepentimiento inútil; también al sufrir el necio aprende (Hesíodo, Opera et dies, 218) que la superstición mata y la piedad salva. 91.3. Ciertamente Dios, por su gran amor al hombre, se detiene ante el hombre, al igual que la madre de un polluelo sobrevuela por encima del recién nacido que se ha caído del nido (cf. Mt 23,37); y también cuando una serpiente está dispuesta a comer al recién nacido, “la madre revolotea alrededor, deplorando a los amados hijos” (Homero, Ilíada, II,315). También Dios Padre busca a su criatura, cura a la caída, persigue a la serpiente y recoge de nuevo al recién nacido, animándole a volar hasta el nido. 92.2. Deseo preguntarles si no les parece absurdo que ustedes los hombres, siendo criaturas de Dios, recibiendo de Él el alma y siendo totalmente de Dios, sirvan a otro dueño y además honren al tirano en vez de al Rey, al malvado a cambio del Bueno. 92.3. Así, en aras de la verdad, ¿qué hombre sensato se une al mal, abandonando el bien? ¿Quién hay que huyendo de Dios conviva con los demonios? ¿Quién, pudiendo ser hijo de Dios, se complace en ser esclavo? ¿O quién, pudiendo ser ciudadano del cielo, desea el infierno, pudiendo habitar el paraíso (cf. Gn 2,15), recorrer el cielo, participar de la fuente vivificadora y pura, caminando por el aire sobre aquella huella de la nube resplandeciente, como Elías, contemplando la continua lluvia salvadora? (cf. 1 R 18,44-45). 93.1. Arrepintámonos, entonces, y pasemos de la ignorancia a la ciencia, de la demencia a la prudencia, de la incontinencia a la templanza, de la injusticia a la justicia, de la impiedad a Dios. 93.2. Es hermoso el riesgo de pasarse a Dios. De muchos otros bienes pueden también disfrutar los que aman la justicia, los que perseguimos la salvación eterna. 94.1. La alianza eterna de Dios pone en nuestras manos esa herencia, que provee el regalo eterno. Este Padre nuestro es cariñoso, verdaderamente Padre; no cesa de exhortar, amonestar, educar y amar. En efecto, no cesa de salvar y aconseja lo mejor: “Sean justos, dice el Señor; los que tienen sed vengan a las aguas, y los que no tienen dinero acérquense, compren y beban sin dinero” (Is 54,17–55,1). 94.2. Exhorta al bautismo (baño), a la salvación, a la iluminación casi gritando y diciendo: “Te entrego, hijo, tierra, mar y cielo, y te regalo todos los animales que hay en ellos; únicamente ten sed de tu Padre, hijo, y Dios se te mostrará gratuitamente”. La verdad no es negociable; te concede también las aves, los peces y lo que hay sobre la tierra (cf. Gn 1,28); estas cosas las ha creado el Padre para tus agradables deleites. 94.3. El hijo ilegítimo las comprará con dinero, porque es hijo de perdición (cf. Jn 17,12; 2 Ts 2,3), porque ha preferido servir a las riquezas. 95.1. Ustedes, hombres, tienen la divina promesa de la gracia; también han oído la otra amenaza del castigo; por ambas cosas salva el Señor, ya que educa al hombre con temor y gracia. ¿Por dónde empezar? ¿Por qué no evitamos el castigo? ¿Por qué no admitimos el regalo? ¿Por qué no elegimos lo mejor, a Dios en lugar del malvado, y preferimos sabiduría en vez de idolatría, recibiendo vida a cambio de muerte? 95.2. Dice [el Señor]: “Mira, he puesto delante de ustedes la muerte y la vida” (Dt 30,15). El Señor intenta que tú escojas la vida (cf. Dt 30,19), te aconseja como Padre a obedecer a Dios. Dice: “Si me escuchan y quieren, comerán lo mejor de la tierra” (Is 1,19; cf. 33,11); es la gracia de la obediencia. “Pero, si no me escuchan ni quieren, espada y fuego los devorarán” (Is 1,20); es el juicio de la desobediencia. “En efecto, ha hablado la boca del Señor?” (Is 1,20); ley de verdad es el Verbo del Señor. 99.3. Acepten, por tanto, el agua racional, lávense los que se han manchado, rocíense a ustedes mismos según la costumbre con gotas auténticas; conviene subir limpios a los cielos. Si eres hombre, que es lo más universal, busca al que te creó; si eres hijo, que es lo más particular, reconoce al Padre. 99.4. Pero, ¿todavía permaneces en los pecados, consumido en placeres? ¿A quién va a decir el Señor: “De ustedes es el reino de los de los cielos” (Mt 5,3. 10; Lc 6,20). Si quieren, es de ustedes, de todos los que hayan hecho la elección por Dios; de ustedes, si únicamente han preferido tener fe y siguen el camino breve de la predicación, por la que los ninivitas, al obedecerla con un noble arrepentimiento, recibieron la auténtica salvación en vez de la temida destrucción (Jon 3,3-10). 104.3. En efecto, no creen en Dios ni reconocen su poder. Pero [Dios] tiene un amor indecible al hombre y es ilimitado su odio a la maldad. Su cólera alimenta el castigo por el pecado, pero su amor al hombre obra lo bueno para el arrepentimiento. Lo peor es estar privado del auxilio de Dios. 105.1. Ustedes, estando mutilados respecto a la verdad, ciegos de inteligencia y embotados mentalmente, no sufren ni se indignan, no desean ver el cielo ni al Autor del mismo, no procuran escuchar ni conocer al Creador y Padre de todo, uniendo su voluntad a la salvación. 106.4. Hombre, ten fe en el que es hombre y Dios; cree, hombre, en el que sufrió y ahora es adorado; los que son esclavos crean en el Dios muerto que vive. 106.5. Hombres todos, tengan fe en el único Dios de todos los hombres; crean y recibirán como recompensa la salvación. “Busquen a Dios y vivirá su alma” (Sal 68 [69],33). El que busca a Dios prepara su propia salvación; si encontraste a Dios, posees la vida. 107.1. Por consiguiente, busquemos para que también vivamos. La recompensa de la búsqueda es la vida junto a Dios. “Que se regocijen y se alegren en ti los que te buscan y digan sin cesar que Dios es grande” (Sal 69 [70],5). 110.1. Ciertamente, con una rapidez insuperable y con una benevolencia accesible, el poder divino llenó el universo de una semilla salvadora, iluminando la tierra. En verdad, el Señor no hubiera terminado así en tan poco tiempo una obra tan grande sin una solicitud divina, porque fue despreciado por su apariencia y adorado por su obra; Él es el Purificador, el Salvador, el Pacificador, el Verbo divino, el que ha aparecido como Dios verdadero, el que es semejante al Dueño del universo, porque era su Hijo y el Verbo estaba en Dios (Jn 1,1). 110.2. El que fue creído cuando fue preanunciado por primera vez, cuando tomó rostro humano y se revistió de carne para cumplir el drama salvador de la humanidad, pero no fue reconocido. 110.3. En efecto, era auténtico competidor y defensor del hombre; entregándose rápidamente a todos los hombres más deprisa que el sol, y saliendo de la misma voluntad del Padre, nos iluminó con toda facilidad; y así nos enseñó y nos mostró a Dios, de donde procedía y era Él mismo, poniéndose a nuestra disposición como el heraldo de la paz, el conciliador, nuestro Verbo salvador, fuente que trae la vida, fuente pacificadora que se difunde por toda la faz de la tierra; gracias a Él, por así decir, todo ha llegado a ser ya un mar de bienes.

Capítulo XI.116.1. Dios está siempre dispuesto a salvar a la multitud de los hombres (cf. Jn 10,11; Sal 22 [23],1; Is 40,11). Por eso también el buen Dios envió al buen Pastor; y el Verbo, al desplegar la verdad, mostró a los hombres la cima de la salvación, para que, una vez arrepentidos, se salvaran o para que fueran juzgados, si no obedecían. Esta predicación de la justicia es una buena noticia para los que obedecen y un tribunal para los que desoyen. 117.2. El amor realmente celestial y divino se une así a los hombres, cuando la verdadera belleza puede brillar alguna vez en el alma misma, una vez purificada por el Verbo divino; y lo mejor es que junto al auténtico querer camina la salvación, porque están bajo el mismo yugo, por así decir, la libre elección y la vida. 117.3. Por eso, esta única exhortación de la verdad es comparada a los más fieles amigos, porque permanece hasta el último suspiro, y es una buena escolta para los que van al cielo en el último y definitivo aliento del alma. ¿A qué te exhorto? Te apremio para que seas salvado. Esto es lo que quiere Cristo: te regala la vida con una única palabra. 117.4. ¿Y cuál es esa palabra? Apréndela brevemente: Verbo de la verdad, Verbo de incorruptibilidad, el que regenera al hombre, porque lo eleva a la verdad; el aguijón de la salvación, el que expulsa la corrupción, el que expulsa la muerte; el que ha construido un templo en los hombres, para establecer a Dios en los hombres.

Capítulo XII.123.2. Me parece que ya basta de palabras; si incluso he ido más lejos por amor al hombre, al exponer la participación que he recibido de Dios, ha sido para exhortar a ir hacia el mejor de los bienes, la salvación. Respecto de la vida que nunca tiene fin, ni las palabras pueden dejar alguna vez de explicar los misterios sagrados. A ustedes les queda todavía el conquistar finalmente lo más provechoso: el juicio o la gracia. Al menos yo pienso que no es legítimo dudar sobre cuál de esas cosas es mejor; ni tampoco es lícito comparar la vida con la perdición.

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Recopilación de textos y edición: Gabriel Edgardo LLugdar – Diarios de Avivamientos 2019 – Textos extraídos de primera fuente. Traducción perteneciente a la colección del Monasterio Benedictino de los Toldos.