¿Dios quiere que todos sean salvos?

Cuando Dios dice algo en su Palabra, y ese algo está lo bastante claro, no tenemos razones para tratar de diluir o poner bajo sospecha tal afirmación. Leamos el siguiente versículo bíblico, tratando de entenderlo a la luz de la simple interpretación que surge de su lectura natural:

1Timoteo 2:3-4  Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.

No creo que haya que buscar, debajo de esa voluntad revelada, otra voluntad oculta. La interpretación básica, sencilla, a simple vista del texto es que Dios quiere que todos los hombres se salven; y no tenemos por qué jugar a las escondidas para descubrir si debajo de donde se dice «quiere que todos» en realidad significa que «no quiere que todos».

Alguno, muy preocupado por la soberanía de Dios, puede afirmar: «si Dios quiere salvar a todos, y no puede salvarlos a todos, entonces no es un Dios omnipotente». Yo le respondería, en primer lugar, que Dios sería verdaderamente impotente si hubiese querido dejar por escrito en la Biblia que «no quiere que todos los hombres sean salvos», pero solo pudo poner «quiere que todos los hombres sean salvos». Pero si Dios quiso afirmar tal cosa en las Escrituras, y así lo hizo, no tengo por qué dudar de la capacidad de comunicación de Dios. En segundo lugar respondería que si Dios quisiera mover una piedra pero no pudiese, entonces dudaría de su omnipotencia; pero aquí no estamos hablando de mover objetos, sino de su relación interpersonal con seres vivos que Él creó a su imagen y semejanza. Aquí no estamos hablando de un dios caprichoso que quiere y no puede, sino de un Dios soberano que interactúa con sus criaturas; y es tan tremendamente soberano que es capaz de otorgarle a cada criatura un margen de libertad de acción (cosa que un dios no soberano tendría miedo de hacer).

El problema surge cuando hacemos a Dios a nuestra imagen y semejanza, y tratamos de entenderlo desde concepciones humanas. Yo quiero muchas cosas, pero no puedo tenerlas o hacerlas como me gustaría; pero cuando Dios dice que quiere que «todos los hombres sean salvos» no está suspirando por algo que «le gustaría» tener o hacer pero no puede. Simplemente está poniendo de manifiesto «su disposición» absoluta de salvar a todo aquel que se rinda a su llamado. Este texto bíblico está manifestando la «disposición» de Dios no su «capacidad» para salvar.

El rey ha sitiado la ciudad, tiene todo el poder absoluto para dar la orden y destruirla por completo, la vida y la muerte de todos los habitantes están en sus manos; sin embargo, es un rey compasivo y no quiere destruirlos a todos; no es que no pueda sino que no quiere. Por ello hace un edicto real, por escrito, perdonando la vida de todo aquel que se rinda incondicionalmente; el que no se rinda será condenado, destruido. Y para evitar malos entendidos, el rey envía a su representante para explicar los alcances del edicto a cada habitante de la ciudad. Después de haber entendido las exigencias del edicto, una parte de los habitantes se rinde y otra se niega a rendirse; los primeros son perdonados y los segundos condenados a muerte. ¿Alguien se atrevería a acusar a tal rey de falta de soberanía, o de ser débil y pusilánime?, por el contrario, alabarían su misericordia al extender a todos la oferta de perdón, y acusarían de necios a los que rechazaron un edicto tan benevolente.

De la misma manera, nuestro Dios tiene en sus manos la vida y la muerte de cada ser humano. La humanidad está justamente destinada a la destrucción, pero el Señor Jesús, antes de ejecutar tal sentencia, ha decidido extender una oferta de perdón para todo aquel que se rinda incondicionalmente. Ha dejado tal edicto por escrito (el Evangelio) y ha enviado a su Paráclito (el Espíritu Santo) para que ilumine la mente de cada  persona y le haga comprender los requisitos y alcances del perdón divino. Una parte de la humanidad se rinde y otra parte, neciamente, rechaza tal ofrecimiento misericordioso. ¿Habrá alguno que piense que Dios es pusilánime por ofrecer a todos el perdón, aunque al final no todos se acogerán a él? Pienso, por el contrario, que todos alabarán la misericordia tan grande de este Dios, y acusarán de necios a todos aquellos que rehusaron tal ofrecimiento.

Entonces, ¿por qué se nos acusa a los no calvinistas de menoscabar la soberanía de Dios cuando proclamamos la omnibenevolencia divina? Si Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y ese querer significa que Él dispone a favor del hombre todo lo necesario para que se acoja a su misericordia; si Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y ese querer significa que pone al alcance de toda criatura su Evangelio, y por medio de su Espíritu opera individualmente en la mente de los hombres para que entiendan lo que demanda ese Evangelio; y si Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y ese querer significa que les concede a los hombres la capacidad de responder a su llamado, ya sea obedeciendo o rehusando su benevolencia, ¿dejará nuestro Dios, por esto, de ser un Dios soberano y omnipotente?

Lo analicemos desde otro punto de vista. Dios pone delante de mí dos caminos con dos finales, como lo puso delante del pueblo de Israel:

Deuteronomio 30:19  «A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia»

Puedo escoger el camino de la vida, el de la obediencia, cuyo final es la vida eterna, o puedo escoger el camino de la muerte, el de la desobediencia, cuyo final es la condenación eterna. Pero como yo soy incapaz de discernir, Él me indica cuál de los dos caminos es el mejor: «escoge, pues, la vida, para que vivas». Bien, tenemos dos caminos con dos finales, y ambos están predeterminados por Dios, es decir, no puedo elegir un camino malo que me lleve a un final bueno, ni puedo escoger un camino bueno que me lleve a un final malo. Mi albedrío no puede cambiar nada, solo hay dos caminos para elegir, y los dos son determinados soberanamente por Dios; y como si esto fuera poco hasta soy iluminado para entender cuál es el camino correcto. Si yo, haciendo uso de la libertad limitada que Dios me concede (solo puedo elegir entre dos caminos y no puedo modificar los finales) rehúso obedecer a Dios y elijo el camino malo, ¿eso es una afrenta a la soberanía de Dios? En absoluto.

¿Cuándo estaría en peligro la soberanía de Dios? Si yo pudiese escoger una tercera vía. Supongamos que yo me parase ante los dos caminos que pone ante mí Dios, pero con mi libre albedrío pudiese elegir un camino malo que me lleve a un final bendecido, es decir, pudiera crear un atajo o modificar los resultados; entonces allí tendríamos un claro ejemplo de que Dios no sería soberano, porque yo podría engañarlo como hacían los héroes a los dioses del Olimpo, en la mitología griega. Menoscabar la soberanía de Dios significaría que yo pudiera rechazar lo determinado por Dios (solo dos caminos, solo dos finales), y pudiese crear otras opciones que Él no me ofreció. Seríamos, entonces, merecedores de las acusaciones que nos hacen los calvinistas de pretender, con nuestro libre albedrío, alterar los planes de Dios.

Pero repasemos el caso: Dios predeterminó solo dos caminos con sus correspondientes finales, primeramente, no puedo modificar nada de ello; y además, como soy incapaz para discernir, Dios, mediante su gracia, me ilumina el entendimiento y comprendo lo que tengo delante, y cuál es la opción que me lleva a la vida. No puedo crear atajos ni una tercera vía, solo puedo, haciendo uso de mi albedrío (¡que me lo concedió también el mismo Dios!), elegir un camino. Pero como si esto fuera poco, aunque yo escogiera el camino de muerte que lleva a la condenación eterna no estaría saliéndome de la soberanía de Dios, porque los dos caminos le pertenecen a ÉL; y al final de cada camino estará Dios para dar el premio o el castigo. Es decir, si yo rehúso obedecer a Dios en seguir el camino que Él me recomienda, no por eso estoy haciendo a un lado a Dios, ¡porque ambos caminos están en su mano! Aunque yo eligiera el camino malo ese camino está bajo el señorío de Dios. Nadie puede elegir fuera de Dios, escojas lo que escojas siempre estarás eligiendo a Dios; ya sea eligiendo Su premio, o eligiendo Su castigo, todo es Suyo. El camino, el final, el premio, el castigo, la iluminación, el albedrío, todo, absolutamente todo es de Dios y nadie puede salirse de los marcos establecidos. Por ello me parece realmente absurda la acusación que nos hacen de menospreciar la soberanía de Dios. Por el contrario, esta doctrina hace de Dios un Rey soberano y misericordioso, que por un lado lo predetermina todo, pero siempre deja un margen para la libertad de aquel ser humano que Él creó a su imagen y semejanza. Sin embargo, otras doctrinas hacen de Dios un déspota de misericordia limitada, que tiene miedo de conferirle a su criatura un espacio de libertad, que debería ser consecuente con el castigo o premio prometido.

Según nuestra doctrina, si una persona pudiese preguntarle a Dios «¿Señor, tú quieres que yo sea salvo?» La respuesta sería indefectiblemente «Sí, te estoy dando todas las oportunidades para que lo seas». Según otras doctrinas tendrías un 50% de posibilidades de que sí, y otro 50% de que no; y muy probablemente te encontrarías con esta respuesta: «No, no quiero que seas salvo, quiero que seas condenado; porque aunque mi voluntad rebelada dice que quiero «que todos los hombres sean salvos», sin embargo, tengo una voluntad oculta que dice que no quiero eso».

El libre albedrío (más correctamente: libre albedrío liberado) no consiste en que yo pueda elegir lo que se me da la gana, sino que entre varias opciones predeterminadas por Dios se me permita elegir una. Y esa opción (o causa) que yo elija libremente conlleva una consecuencia que no puedo modificar; por ejemplo, si elijo libremente el camino malo no puedo elegir libremente cambiar su consecuencia o final, que siempre será: la condenación. El libre albedrío glorifica a Dios porque, en primer lugar, es un regalo de ese mismo Dios para el hombre hecho a Su imagen y semejanza, y en segundo lugar, porque el libre albedrío nunca puede elegir algo fuera de los marcos predeterminados por Dios.

El texto en su contexto

1Timoteo 2:1-5 «Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.»

Noten la fuerza inclusiva de este texto: se nos manda a que oremos «por todos los hombres» y «todos los que están en eminencia» (no deja afuera a nadie), para que nuestra vida sea un testimonio de «toda piedad y honestidad», y ese testimonio, que agrada a Dios, sea utilizado para que todos los hombres vengan al conocimiento de la verdad y puedan ser salvos, porque esa es la voluntad de Dios (no una voluntad que decreta la salvación de todos, eso sería universalismo, sino que decreta que el acceso a la salvación está abierto a todos con la condición de que crean en el Hijo). Pero nótese también que se afirma «porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres», no entre Dios y algunos hombres, sino en un marco que incluye a todos, esto está más que claro en el contexto. Y por si quedara alguna duda remata diciendo: «Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos», no está hablando en un contexto de «elegidos» como para que podamos especular que se refiere solo a un grupo específico; el contexto del pasaje es extremadamente claro: «todos» es «todos los hombres»; no algo vago como una etnia o una nación, sino algo muy concreto: aquellas personas específicas que nos rodean, y aquellas personas específicas que nos gobiernan, por las cuales se nos manda orar en el versículo 1, que es la clave del texto.

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos 2023.©

¿La iglesia Católica Romana nos dio la Biblia?

«¿Crees que la Biblia es Palabra de Dios?»

«Sí, lo creo.»

«¿Y cómo sabes que es Palabra de Dios?»

«¿…?»

Algunos apologetas romanistas nos quieren hacer creer que nuestra fe no tiene fundamento razonable pues no podemos demostrar, por medio de la razón, en qué nos basamos para asegurar que la Biblia es Palabra de Dios. ¿Y cómo sabes que la Biblia es Palabra de Dios? Según ellos, nosotros no tenemos respuesta a esa pregunta porque la única forma posible de afirmar que la Biblia es Palabra de Dios sería diciendo que lo creemos porque así lo afirma la Iglesia Católica, pues ella es quien nos dio esa Biblia; y como nosotros no creemos en la Iglesia Católica no tenemos lógica en lo que afirmamos. En este punto quiero recordarles hermanos que los apologistas romanistas muy difícilmente puedan afirmar algo sin manipular (distorsionar) las Escrituras, a los Padres de la Iglesia y a toda la Historia de la Iglesia; por eso este planteamiento que nos hacen es falaz desde su origen.

La falacia en este argumento romanista consiste precisamente en hacernos creer que fue la iglesia Católica Romana la que nos dio la Biblia, que fue un papa quien recopiló los escritos sagrados y le dijo a la cristiandad: «¡He aquí la Palabra de Dios!». Nada más lejos de la realidad, eso es pura fantasía. La verdad es que fue toda la Iglesia la que durante varios siglos participó en la labor de recopilación, validación, selección y aprobación de los textos canónicos, y en donde el obispo de Roma fue solo uno más entre los muchísimos obispos que con autoridad apostólica recopilaron esos textos sagrados.

Un poco de historia:

«Los criterios de canonicidad invocados para el establecimiento del canon neotestamentario fueron básicamente tres: el origen apostólico del escrito en cuestión, el uso tradicional del mismo en la liturgia desde tiempos inmemoriales y el carácter ortodoxo de la doctrina expuesta.»    [TREBOLLE BARRERA, Julio. La Biblia judía y la Biblia cristiana. Introducción a la historia de la Biblia. Edit. Trotta, p. 166]

Algunos apologetas romanistas suelen decir que la lista del canon de las Sagradas Escrituras fue entregada a la Iglesia por primera vez por el papa Dámaso, en lo que se conoce como Decretum Damasi; en realidad no es así, y no lo digo yo, lo dice el Dezinger[1]: «Aunque el texto no sea autentico, se piensa no obstante que sus enunciados fundamentales son damasianos.» «Se trata de documentos de época diferente, que fueron recopilados al principio del siglo VI por un clérigo, en el Norte de Italia o en el Sur de Francia.» [Dezinger-Hünermann, introducción a *178 y *350].  Básicamente el texto no es auténtico y es muy posterior, y no se puede utilizar como prueba. Lo que sí es cierto es que en el Sínodo III de Cartago, 28 de agosto del 397, ya se menciona una lista de libros canónicos (que incluía los deuterocanónicos):

«[Se estableció]… que en la Iglesia, fuera de las Escrituras canónicas, nada sea bajo el nombre de «Escrituras divinas». Ahora bien, las Escrituras canónicas son…» [Dezinger-Hünermann *186]

Por un lado los romanistas dirán que fue la iglesia Católica Romana quien entregó a la Iglesia las Escrituras, por otro lado los ortodoxos dirán que fue la iglesia Católica Ortodoxa la que nos dio las Escrituras. Y ambas tienen una parte de razón, pero no toda la razón, pues ambas iglesias son una parte y no la totalidad de la Iglesia. No fue un papa (llámese Dámaso o quien sea), ni un obispo o patriarca el que compiló el canon bíblico y lo puso a disposición de la Iglesia; fueron todos los obispos, especialmente los que poseían sede apostólica y los que conformaron la pentarquía, quienes con el correr de los años fueron haciendo de filtro para probar qué escritos tenían autoridad canónica, y cuales no la tenían. Ningún obispo romano hizo el trabajo solo, allí estuvieron también los obispos jerosolimitanos, constantinopolitanos, antioquenos, alejandrinos, es decir, la pentarquía recopilando información a su vez de los demás obispos de ciudades más pequeñas. La Biblia nos fue dada por la Iglesia, no por una iglesia en particular.

La iglesia Católica Romana no proclamó un canon definitivo hasta el Concilio de Trento, en el siglo XVI; la iglesia Ortodoxa y demás iglesias orientales nunca establecieron definitivamente un canon inspirado; mientras tanto los protestantes, aunque consideran cerrado el canon bíblico, ante la ausencia de un concilio universal propio no han hecho una proclamación oficial. Es por ello que el mismo Lutero no consideraba a todos los libros del N.T. con la misma autoridad, y yo no me espanto cuando leo que Lutero pretendió quitar algunos libros del N.T. Y es que para su época el canon sagrado no había sido aún cerrado definitivamente y autoritativamente por medio de un concilio en la iglesia Católica Romana, esto recién sucedió en el Concilio de Trento. Algunos apologetas romanistas exclaman excitados ¡Lutero quiso sacar libros de la Biblia! Tranquilos muchachos, no griten gol antes de que empiece el partido: ¡ustedes también quisieron sacar libros de la Biblia! Leamos lo que dice Dezinger-Hünermann en su introducción a la Sesión Cuarta del Concilio de Trento:

« Decreto sobre la aceptación de los sagrados libros y tradiciones: En el tiempo del concilio se puso en duda repetidas veces la canonicidad de los siguientes libros de la Sagrada Escritura: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, libros I y II de Macabeos, Carta a los Hebreos, Carta II de Pedro, Carta de Santiago, Cartas II y III de Juan, Carta de Judas, Apocalipsis y determinadas partes del libro de Daniel.»    [Dezinger-Hünermann. Concilio de Trento. Sesión cuarta, 8 de abril de 1546. Introducción a *1501]

Hermanos, esto que acabamos de leer es muy importante porque demuestra dos cosas relevantes, la primera es que no fue solamente Lutero quien dudó de la canonicidad de algunos libros de la Biblia, sino que «en el tiempo del concilio se puso en duda repetidas veces la canonicidad…» por parte de los mismos católicos romanos, mucho después de Lutero; y en segundo término esto nos demuestra que la iglesia Católica Romana no puede jactarse de haber sido ella quien nos dio la Biblia pues recién se puso de acuerdo y fijó su canon en el año 1546.

«Cuando Lutero publicó una traducción al alemán del NT en 1522, él incluyó los 27 Libros del canon tradicional a pesar de que dejó plasmadas algunas notas de desaprobación sobre los Libros disputados. En la tabla de contenidos, él los enumeró por separado de los Libros de autoridad innegable. Al parecer, para Lutero los Libros del NT se dividían en cánones de primera y segunda clase. Los 27 Libros en su totalidad procedían de Dios, pero él no creía que Hebreos, Santiago, Judas y Apocalipsis estuvieran a la altura de los demás.»   [Howard, Jeremy Royal. Guía esencial de la Biblia. Origen, Transmisión y Canonización de los Libros del N.T. B&H Publishing Group]

«El debate fue especialmente agudo en el siglo XVI, durante la Reforma. La traducción de Lutero agrupaba los deuterocanónicos al final como «libros que no se igualan con la sagrada Escritura, pero cuya lectura es útil y buena». Igual hacen la Biblia de Zurich, publicada por Zwinglio y otros, y la Olivetana, con prólogo de Calvino. El concilio de Trento impuso el canon «amplio», basándose en el uso constante de esos libros dentro de la Iglesia. Entre las Iglesias orientales separadas, admiten el canon amplio la siria, copta, armenia y etíope. La rusa rechaza los deuterocanónicos a partir del siglo XVIII. La griega lo deja como cuestión libre.»    [Introducción al Antiguo Testamento. SICRE, José Luis. Ed. Verbo Divino, p. 53-55]

Tres razones por la que creo que la Biblia es Palabra de Dios (enfocándome principalmente en el N.T.)

1ª  Razón: Porque es razonable que el Señor nos dejara su Palabra por escrito.

Creo que así como el Señor le entregó al pueblo de Israel unos escritos sagrados, mediante autores a los que el Señor impulsó a dejar en letras lo revelado; así también es lógico creer que el Señor dejase a su Iglesia un cuerpo de escritos sagrados para guiarla. Cuando el Señor estaba preparando a sus discípulos para lo que habría de venir no les dijo «y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre: la Biblia». No, no dijo eso, dijo que «el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14:26), esto es verdad, pero también es lógico pensar que una de las mejores formas para recordar «todo lo que yo os he dicho» es la acción del Espíritu Santo inspirando a hombres para dejar por escrito lo que vieron y oyeron. Esta primera razón me lleva a preguntarme ¿y quién me entregó de manera confiable estos escritos?

2ª Razón: Porque la Iglesia nos entregó con su autoridad esas Escrituras Sagradas

Si le creemos al apóstol Pablo, deberíamos creer lo que nos dice en 1 Timoteo 3:15 «es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad». Si la Iglesia es columna y baluarte de la verdad, y si el Señor prometió a sus apóstoles que el Espíritu Santo los guiaría a toda verdad, por consiguiente debo creer que la Iglesia (sucesora de los apóstoles), guiada por el Espíritu Santo, no ha errado en dejarnos esa verdad por escrito. Claro, aquí es donde surge la falacia romanista en todo su esplendor: «la iglesia Católica te dio la Biblia, por lo tanto debes creer en la autoridad de la iglesia Católica». Respondo a esto: sí y no. Sí porque afirmo lo mismo que san Agustín:

“Mas, aunque la razón fuera incapaz de comprender y la palabra impotente para expresar una realidad, sería necesario considerar verdadero lo que desde toda la antigüedad cree y predica la verdadera fe católica en toda la Iglesia”. [Agustín. Réplica a Juliano. Libro VI.V.11. Escritos Antipelagianos 3. BAC]

Yo, en verdad, no creería en el Evangelio si no me impulsase a ello la autoridad de la Iglesia católica. […] Si te agarras al Evangelio, yo me agarraré a aquellos por cuyo mandato creí al Evangelio, y por cuya orden en ningún modo te creeré a ti. Porque si, casualmente, pudieras hallar algo claro en el Evangelio sobre la condición de apóstol de Manes, tendrás que quitar peso ante mí a la autoridad de los católicos que me ordenan que no te crea; pero disminuida esa autoridad ya no podré creer ni en el Evangelio, puesto que había creído en él amparándome en la autoridad de ellos. Y de esa manera, ningún valor tendrá para mí lo que saques de él. Por tanto, si en el Evangelio no se habla nada claro sobre la condición de apóstol de Manés, creeré a los católicos antes que a ti. […] En los Hechos de los Apóstoles leemos quién ocupó el lugar del que entregó a Cristo. Si creo en el Evangelio, necesariamente he de creer en ese libro porque la autoridad católica me encarece igualmente uno y otro escrito. En el mismo libro leemos también el relato conocidísimo de la vocación y apostolado de Pablo. Léeme ya, si puedes, un texto del Evangelio donde se nombre a Manés como apóstol, o de cualquier otro libro en el que confiese haber creído ya.» [Agustín. Réplica a la carta de Manés 5.]

«[…] te falta tiempo para afirmar que no es de Mateo el relato que toda la Iglesia, desde las sedes apostólicas hasta los obispos actuales en sucesión garantizada, dice que es de Mateo. […] creed vosotros también que es de Mateo este libro que la Iglesia trajo, sin solución temporal, desde la época en que el mismo Mateo vivía en carne hasta nuestros días, a través de una sucesión asegurada por la unidad. […] Quizá me presentes algún otro libro que lleve el nombre de algún apóstol, que consta que fue elegido por Cristo, en el que se lea que Cristo no nació de María. Como necesariamente uno de los dos libros ha de ser mendaz, ¿a cuál de ellos piensas que debemos dar credibilidad? ¿A aquel al que la iglesia, que tomó comienzo del mismo Cristo, llevada adelante por los apóstoles mediante una serie garantizada de sucesiones hasta el momento presente y extendida por todo el orbe de la tierra, reconoce y aprueba como trasmitido y conservado desde el inicio, o a aquel otro al que la misma iglesia desaprueba por ser desconocido…?»    [Agustín. Réplica a Fausto. Libro XXVIII. 2. Traducción: Pío de Luis, OSA]

En este punto los apologistas romanistas están tan contentos que aplauden con las orejas, comienzan a levitar y a gritar extasiados «¡allí dice la Iglesia Católica, está hablando de nosotros, sí, de nosotros!» Pues no, lamento aguarles la fiesta pero allí no habla de ustedes. Como les he advertido desde el principio, los romanistas se han apoderado del término “católico” y lo han convertido en sinónimo de «romano», pero como les he demostrado en los capítulos anteriores, cuando los padres de la Iglesia hablan de Iglesia Católica no se están refiriendo a la iglesia de Roma sino a la Iglesia Universal, se refieren al todo y no a una parte. Leamos a Agustín y que él nos diga a qué se refiere por Católica:

“En cuanto a las Escrituras canónicas, siga la autoridad de la mayoría de las Iglesias católicas, entre las cuales sin duda se cuentan las que merecieron tener sillas apostólicas y recibir cartas de los apóstoles. El método que ha de observarse en el discernimiento de las Escrituras canónicas es el siguiente: Aquellas que se admiten por todas las Iglesias católicas, se antepongan a las que no se acepten en algunas; entre las que algunas Iglesias no admiten, se prefieren las que son aceptadas por las más y más graves Iglesias, a las que únicamente lo son por las menos y de menor autoridad. Si se hallare que unas son recibidas por muchas Iglesias y otras por las más autorizadas, aunque esto es difícil, opino que ambas se tengan por de igual autoridad”. [De la Doctrina Cristiana. Libro II.VIII.12. Traducción: Balbino Martín Pérez, OSA]

Punto importantísmo: habla en plural. Agustín nos aclara aquí cómo usar el término «Iglesia Católica» o «autoridad católica»: «las que merecieron tener sillas apostólicas y recibir cartas de los apóstoles», ¿Cuáles son esas iglesias? Podríamos mencionar a Jerusalén, Antioquía, Corinto, Éfeso, Filipos, Roma, Esmirna, y otras varias más de las que o fueron fundadas por los apóstoles o recibieron supervisión apostólica; todas ellas son la Iglesia Católica, o como dice en el texto penúltimo que leímos: la Iglesia «extendida por todo el orbe de la tierra».

Que quede muy claro, cuando la iglesia primitiva o los Padres de la Iglesia (en este caso Agustín) hablan de «Iglesia Católica» no se refieren a la iglesia sujeta al obispo de Roma, como insisten los apologistas romanistas; sino a toda la Iglesia representada fundamentalmente por aquellas iglesias locales que fueron fundadas o supervisadas por algún apóstol. Con el paso del tiempo la autoridad Católica se concentró en la pentarquía: Roma, Constantinopla, Antioquía, Alejandría y Jerusalén. Después del gran cisma del año 1054 la Iglesia Católica quedó dividida básicamente en dos: la iglesia Católica de occidente, presidida por Roma y conocida como iglesia Católica Romana; y la iglesia Católica de oriente que abarcaba los patriarcados de Constantinopla, Antioquía, Alejandría y Jerusalén, conocida como la iglesia Católica Ortodoxa.

Que nos digan ahora los apologistas católicos romanos ¿por qué le atribuyen a Roma la autoridad sobre toda la iglesia universal cuando en la práctica nunca la tuvo?, ¿por qué nos quieren hacer creer que el Nuevo Testamento nos fue dado por un obispo o papa de Roma, cuando en realidad fue fruto de todas las iglesias del orbe?, ¿por qué hablan como si nunca hubiesen existido otras sedes apostólicas y la pentarquía, entre las cuales el Papa de Roma no era más que el primero entre iguales, y no la cabeza de la Iglesia? Los apologistas romanistas repiten sin investigar lo que otros les han enseñado si haber investigado tampoco; y a fuerza de repetir que Iglesia Católica es sinónimo de Iglesia de Roma lo han impuesto como dogma verdadero, cuando en realidad es una gran mentira, con pátina de antigüedad, sí, pero mentira al fin.

«Ni la costumbre que se había introducido entre algunos ha de impedir que la verdad se imponga y triunfe. Pues una costumbre sin verdad no es más que el envejecimiento de un error.»  [Carta 74, Cipriano a Pompeyo.  Biblioteca Clásica Gredos 255, san Cipriano de Cartago]

3ª Razón: Porque produce el fruto prometido y esperado

Esta es una razón muy subjetiva, lo sé, pero lo empírico también es testimonio del obrar del Espíritu. Creo verdaderamente que el Nuevo Testamento es Palabra de Dios porque produce lo expresado, por ejemplo, en el salmo 119. «¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!  Más que la miel a mi boca.» (Sal. 119:103). Si yo leyese la Biblia y fuese para mí como un periódico viejo, que nada tiene para ofrecerme hoy y que no tiene sentido volver a leer, podría dudar de su origen divino; pero si ella hace en mí lo que promete hacer, y mientras más la leo más la deseo, entonces se cumple lo dicho por el Señor: «las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida». El Nuevo Testamento cumple con lo que se esperaría que cumpla una escritura sagrada, es viva, eficaz, penetrante, siempre nueva, poderosa, consoladora y restauradora.

Hebreos 4:12  «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.»

Conclusión:

Exponen argumentos falaces algunos apologistas católicos romanos cuando afirman que los protestantes y evangélicos no somos lógicos o razonables en nuestra fe. Mienten esos apologistas cuando nos dicen que debemos creer en la autoridad de la iglesia Católica Romana porque ella nos dio las Escrituras. Mienten cuando afirman que nosotros no tenemos respuestas razonables a la pregunta «¿cómo sé que la Biblia es Palabra de Dios?». Yo he dado tres respuestas: 1) Porque es razonable que el Señor nos dejara su Palabra por escrito. 2) Porque la Iglesia Universal, y no la Romana en particular, nos entregó con su autoridad apostólica esas Escrituras Sagradas, me baso pues en el testimonio universal de la Iglesia 3) Porque la Biblia produce el fruto prometido y esperado. Sé que muchos de ustedes podrán agregar más razones, pero para este estudio me basta con estas.

Tengan cuidado, hermanos, de aquellos vendedores de humo que enseñan con autoridad lo que desconocen y se apresuran a enseñar lo que nunca han aprendido.

«La actividad sobre las Escrituras es la que cada uno, indiscriminadamente, reivindica para sí… La vieja charlatana, el viejo decrépito, el sofista hablador, todos se apoderan de ella, se la apropian y la enseñan antes de aprenderla.» [Jerónimo. Ep 53,7. Cit. en Vida y pensamiento de los Padres, Introducción a la patrología III. Editorial Lumen, p.17]

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos y Diarios de la Iglesia 2023

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[1] Dezinger-Hünermann. Enchiridion Symbolorum. Biblioteca Herder

¿Para qué sirve un Papa?

«Ahora bien, someterse al Romano Pontífice, lo declaramos, lo decimos, definimos y pronunciamos como de toda necesidad de salvación, para toda criatura humana» [Papa Bonifacio VIII, Bula Unam sanctam, 18 de noviembre de 1302»

Mat 16:18-19 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»[1]

Ya sea que interpretemos que la piedra es Cristo, Pedro, o la confesión de Pedro, lo cierto es que aquí las llaves del Reino de los Cielos es entregada al apóstol; y con esas llaves abrirá las puertas de salvación a los judíos con su predicación en el día de Pentecostés, y a los gentiles con su predicación en la casa de Cornelio. El Señor nada dice de que esas «llaves» pasarían luego a manos de algún sucesor de Pedro, y si así fuera ¿a cuál sucesor deberían serle entregadas?, ¿a uno por sobre el resto, o a todos? Los católicos romanos aseguran que esas llaves le corresponden al obispo de Roma, ¿por qué?, porque es el sucesor de Pedro, ¿con qué fundamento el obispo de Roma es el sucesor exclusivo de Pedro?, ninguno. Pedro ejerció su apostolado en Jerusalén, en Samaria, en Cesarea, en Jope, en Antioquía, etc., ¿por qué no podrían reclamar, los obispos establecidos en esos lugares por el mismo apóstol, ser sus auténticos sucesores también? Los apologetas romanistas no tienen respuesta a esto; ellos siempre tratarán de centrar la discusión en que si Pedro es la roca de Mateo 16:18. Bien, concedámosles ese punto, afirmemos que el apóstol es la piedra sobre la cual Cristo edificaría su Iglesia, esto estaría en conformidad con:

Efesios 2:20  «edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo»[2]

¿Y cuál es ese cimiento?

1Corintios 3:11 «Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo[3]

Sea cual sea la interpretación que pretendas darle ella siempre nos llevará a Cristo, por lo tanto no perderemos tiempo discutiendo obviedades, nos centraremos en aquello que los apologistas católicos romanos no pueden responder: ¿por qué el obispo de Roma, y no otro, es el sucesor de Pedro? Veamos qué opina de esto la Iglesia Ortodoxa:

«Esos versículos demasiado conocidos del Evangelio son de suma importancia dogmática, puesto que en ellos Roma, que se considera heredera apostólica de Pedro, fundamenta lo que considera su superioridad jurídica, la de Pedro sobre los demás apóstoles, la de ella sobre la Iglesia universal, así como la constitución monárquica de la Iglesia cristiana. ¿Qué dicen los ortodoxos? Los padres griegos, los teólogos bizantinos, la liturgia oriental subrayan el primado de Pedro entre los apóstoles; pero los bizantinos señalan que el poder de las llaves fue confiado a todos los apóstoles, que Juan, Santiago, pero especialmente Pablo, son también corifeos; para ellos el primado de Pedro no es un poder, sino la expresión de una fe y de una vocación comunes. […] Pero ¿qué? ¿El Papa no será el sucesor de Pedro? Lo es, pero como obispo. Pedro es apóstol y el corifeo de los apóstoles, pero el Papa no es ni apóstol (los apóstoles no han ordenado otros apóstoles), ni muchos menos corifeo de los apóstoles. Pedro es el instructor del universo; en cuanto al Papa, es el obispo de Roma. Pedro pudo ordenar un obispo en Antioquía, otro en Alejandría, otro en otra parte, pero el obispo de Roma no lo hace […] Pedro ordena al obispo de Roma, mientras que el Papa no nombra a su sucesor»   [Meyer, Jean. La Gran Controversia. Las Iglesias Católica y Ortodoxa de los orígenes hasta nuestros días. Editorial TusQuets Editores, p.81-82]

El apóstol Pedro no nombró a ningún sucesor especial, a ninguno a quien dejarle «el poder de las llaves». ¿Tienen los apologetas romanistas algún texto bíblico que demuestre lo contrario? Todos los obispos fueron sucesores de los apóstoles en igual grado; y posteriormente se le concedió relevancia a los cinco patriarcados: Roma, Constantinopla, Antioquía, Alejandría y Jerusalén. De entre esta pentarquía los dos obispos principales eran el romano y el constantinopolitano, ¿por qué?

«Los patriarcas se apoyan sobre la práctica inaugurada a la hora de la conversión de Constantino: el rango de los obispados en la jerarquía corresponde al rango civil de su ciudad; al cambiar el rango civil lo hace el rango eclesiástico; por esa razón Constantinopla, como capital del Imperio de Oriente, como nueva Roma, es también sede de patriarcado. El mismo razonamiento explica la importancia de Roma y su carácter histórico, es decir, no eterno.» [Meyer, Jean. La Gran Controversia. Las Iglesias Católica y Ortodoxa de los orígenes hasta nuestros días. Editorial TusQuets Editores, p.85]

Uno se preguntaría ¿por qué Constantinopla tiene mayor importancia que sedes apostólicas más antiguas como Jerusalén o Antioquía?, simplemente porque por influencia de Constantino la jerarquía del obispo se corresponde con la jerarquía de la ciudad; y como Roma y Constantinopla eran capitales del imperio sus obispos gozaban de un estatus preferencial (en cuanto a honor no en lo relativo a autoridad). Recordemos que anteriormente, con la destrucción de Jerusalén en el año 70 (y hasta la fundación de Constantinopla) la iglesia de Roma se levantó como columna en la cristiandad, como custodia de la doctrina y apoyo para las demás iglesias, y todos le reconocieron esa preeminencia en el amor. Por ello el obispo de Roma será considerado por los demás obispos como primo inter pares (primero entre iguales):

«El concepto de la Iglesia como ícono de la Trinidad tiene muchas otras aplicaciones. ‘La unidad en diversidad’ – así como cada persona de la Trinidad es autónoma, la Iglesia está compuesta de unas cuantas Iglesias autocéfalas; así como las tres personas de la Trinidad son iguales, en la Iglesia ningún obispo puede pretender al poder absoluto sobre los demás; no obstante, así como en la Trinidad el Padre goza de preeminencia como fuente y manantial de la divinidad, en la Iglesia el Papa es ‘primero entre iguales’.» [Kallistos, Ware (Obispo). La Iglesia Ortodoxa. Ed. Ángela, p. 217]

Pero lamentablemente los obispos romanos no se conformaron con ser primeros entre iguales, quisieron ser únicos sobre todos, y esa pretensión infundada ha sido la causa de los grandes cismas de la Iglesia:

«Para los romanos, el principio unificador de la Iglesia es el Papa, cuya jurisdicción se extiende sobre todo el cuerpo; en cambio los ortodoxos no creen que ningún obispo disponga de semejante jurisdicción universal. En tal caso, ¿qué es lo que une a la Iglesia? Los ortodoxos responden, que el acto de la comunión en los sacramentos. La teología ortodoxa de la Iglesia es ante todo una teología de la comunión. Cada Iglesia local, como ya lo dijo Ignacio de Antioquía, es constituida por la congregación de los fieles, reunidos alrededor de su obispo y celebrando la Eucaristía; la Iglesia universal está constituida por la comunión mutua de los que dirigen las Iglesias locales, es decir los obispos. La unidad no se mantiene desde fuera por un Sumo Pontífice, sino que se alienta desde dentro en la celebración de la Eucaristía. La Iglesia no es una institución de estructura monárquica, centrada en un solo jerarca; es colegial, compuesta por la comunión recíproca de los numerosos jerarcas, y de cada jerarca con los miembros de su rebaño. El acto de comunión, por lo tanto, es el criterio de asociación a la Iglesia.»  [Kallistos, Ware (Obispo). La Iglesia Ortodoxa. Ed. Ángela, p. 222]

Los católicos romanos consideran a la Iglesia como una estructura monárquica, y quien no esté sujeto al Papa (cabeza visible de esa estructura piramidal y jerárquica) está fuera de la Iglesia. Los católicos ortodoxos rechazan esa pretensión y se niegan a someterse al absolutismo papal. Mientras tanto, los católicos evangélicos y protestantes también nos negamos a reconocer ese fantasioso sistema de gobierno que no tiene ningún sustento bíblico o histórico. Si los apologetas romanistas creen que nosotros somos herejes porque rechazamos el absolutismo papal, que miren hacia la iglesia Ortodoxa (de raíces apostólicas) y vean cómo ellos también consideran absurda la pretensión del obispo de Roma. No somos nosotros el problema, queridos apologistas, son ustedes con su insistente papolatría.

¿Qué dice la Biblia?

Gálatas 2:1, 9 «Luego, al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito… y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos»

Este solo texto ya desbarata toda pretensión de supremacía petrina, pues no dice que Cefas (Pedro) sea el principal o el obispo de obispos; ni siquiera es nombrado en primer lugar, simplemente era una de las columnas de la Iglesia. Pero desde Roma nos siguen insistiendo en que si Pedro era la roca sobre la cual Cristo edificó la Iglesia, el Papa también lo es. Y es que el obispo de Roma, cuando habla ex cathedra, puede proclamar nuevos dogmas de creencia obligatoria para todos los fieles. Por ejemplo, hay mucha presión de parte de los marianistas para que se proclame el dogma de María Corredentora; hasta ahora ha habido reticencia de parte de los papas para proclamar este absurdo dogma que de ser oficializado significaría la mariolatría en su máxima expresión, y lo peor de todo, cerraría definitivamente la puerta a un mayor acercamiento con ortodoxos y evangélicos. La Iglesia es bimilenaria, entonces, ¿después de dos mil años de edificación pretenden los romanistas seguir poniendo cimientos o fundamentos? 

Los Patriarcas Ortodoxos, en el año 1848, enviaron una carta al Papa Pío IX donde le decían: «En nuestra comunidad, ni los Patriarcas ni los Concilios jamás podrían introducir nuevas enseñanzas, ya que el guardián de la religión es el mismo cuerpo de la Iglesia, es decir, el mismo pueblo.» Pero el obispo de Roma insiste en que después de casi dos mil años se puede seguir colocando cimientos a la Iglesia. En el Concilio Vaticano I (año 1870) se declararon dos nuevos dogmas papistas: el Primado del romano pontífice sobre la iglesia universal y la Infalibilidad papal.

Leamos lo que decretó el Vaticano I:

«A nadie a la verdad es dudoso, antes bien, a todos los siglos es notorio que el santo y beatísimo Pedro, príncipe y cabeza de los Apóstoles, columna de la fe y fundamento de la Iglesia católica, recibió las llaves del reino de manos de nuestro Señor Jesucristo, Salvador y Redentor del género humano; y, hasta el tiempo presente y siempre, «sigue viviendo» y preside y «ejerce el juicio» en sus sucesores, los obispos de la santa Sede Romana, por él fundada y por su sangre consagrada. De donde se sigue que quienquiera sucede a Pedro en esta cátedra, ese, según la institución de Cristo mismo, obtiene el primado de Pedro sobre la Iglesia universal.»   [Concilio Vaticano I. Cuarta sesión, 18 de julio de 1870: Primera Constitución dogmática “Pastor aeternus” sobre la Iglesia de Cristo. Cap. II. Dezinger Hünermann 3056-3057]

Verdaderamente es un disparate afirmar «de donde se sigue que quienquiera sucede a Pedro en esta cátedra, ese, según la institución de Cristo mismo, obtiene el primado de Pedro sobre la Iglesia universal». Es obsceno y perverso afirmar que Cristo instituyó la supremacía papal, cuando la realidad es que surgió de la desmedida ambición de los obispos romanos, más preocupados por imponer su autoridad que su ejemplo de vida; y que además fue un dogma muy resistido tanto por los ortodoxos como por los conciliaristas.  Y como si esto no les bastase, tuvieron el descaro de maldecir a los que no acepten dicho dogma:

«Si alguno, pues, dijere que no es de institución de Cristo mismo, es decir, de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en el primado sobre la Iglesia universal; o que el Romano Pontífice no es sucesor del bienaventurado Pedro en el mismo primado, sea anatema.»  [Concilio Vaticano I. Cuarta sesión, 18 de julio de 1870: Primera Constitución dogmática “Pastor aeternus” sobre la Iglesia de Cristo. Cap. II. Dezinger Hünermann 3058]

Que nos muestren los apologistas católicos romanos en qué textos bíblicos sustentan el dogma de la primacía del obispo de Roma sobre la iglesia universal. Que nos enseñen mediante las Escrituras dónde Pedro dejó como su sucesor al obispo romano. Si son doctrinas tan importantes algún fundamento escritural deben tener. Si según ellos Cristo mismo instituyó que los sucesores de Pedro gobernasen desde Roma a toda la Iglesia ¿por qué la iglesia Ortodoxa, que tiene iguales raíces apostólicas, considera una aberración esa doctrina y no reconoce la supremacía del Papa? ¿Por qué los otros patriarcados y los Padres de la Iglesia reconocieron siempre al obispo de Roma como primero entre iguales y no como obispo de obispos? Los apologistas católicos responderán que no hay ningún texto bíblico que afirme o insinúe que el obispo de Roma es el único sucesor de Pedro, pero que en la patrística hay suficiente evidencia. La realidad es que no la hay (por eso la iglesia Ortodoxa no cree en dicho dogma), solamente manipulando textos aislados de los Padres de la Iglesia pueden pretender convencernos. En otro capítulo ampliaremos este tema.

¿Para qué sirve un Papa en Roma?

Tengo en mis manos un libro que me acaba de llegar, es del sacerdote católico de la diócesis primada de Toledo, Gabriel Calvo Zarraute, quien es Licenciado en Estudios Eclesiásticos, Diplomado en Magisterio, Licenciado en Teología Fundamental, Licenciado en Historia de la Iglesia, Licenciado en Derecho Canónico, y tiene un Grado en Filosofía. Y resume perfectamente el estado del papado en la actualidad:

«Bergoglio desafía todas las reglas del sentido común, y con su reiterado desprecio hacia Nuestro Señor Jesucristo cada día parece más difícil no considerarlo un títere en manos de la masonería globalista de la agenda 2030. Solo resta preguntarse si su actitud se debe: a) a su profunda indigencia mental; b) a una severa psicopatía; c) a un programa previamente establecido. Aunque las tres no sean excluyentes. Sin embargo, esa no es la fe católica. Según el catolicismo, el papa y los obispos se encuentran al servicio de la fe: son siervos de los siervos de Dios, y no monarcas absolutos capaces de edulcorar o descafeinar la fe, mutándola al servicio de un nuevo orden mundial, de una religión mundialista, globalista y ecléctica sin nuestro Señor Jesucristo. Como pastores abusan de su autoridad y potestad sagradas utilizándolas para el fin contrario al que nuestro Señor Jesucristo otorgó al instituir la sagrada jerarquía en la Iglesia. Corruptio optimi pessima, sentenciaban los romanos: la corrupción de los mejores es la peor de todas. Shakespeare, más poético, lo glosaría en sus sonetos: Pues se agrían ellas solas las cosas de mayor dulzor / peor que la mala hierba huele el lirio que se marchitó.» [De Roma a Berlín. La protestantización de la Iglesia Católica. Volúmen I. Ed. Homo Legens, p. 30-31]

Los evangélicos no nos sometemos al Papa por las siguientes razones:

  • Su oficio no tiene base bíblica
  • Su pretensión de gobierno universal nunca fue aceptado por la Iglesia en su conjunto
  • El obispo de Roma siempre fue considerado primo inter pares
  • Su obsesión por el poder siempre ha sido causa de cismas
  • No aceptamos la imposición de nuevos dogmas basados en su infalibilidad
  • El papado vive su peor momento ocupando la cathedra de Pedro el heterodoxo Francisco
  • El papado no tiene ninguna utilidad más allá de las luchas internas por el poder

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos y Diarios de la Iglesia 2023

[1] Biblia de Jerusalén 1976

[2] Ídem

[3] Ídem

La Iglesia verdadera

Últimamente he estado escuchando a algunos apologetas católicos y quisiera, más que responderles a ellos, aclarar cualquier duda sembrada por ellos. Vamos a desarrollar un poco más este tema que ya toqué brevemente en el libro 10 Razones para No ser Evangélico Vs Diez Razones para No ser Católico, el cual pueden descargar gratuitamente en el link. 

Extra ecclesiam nulla salus Fuera de la Iglesia no hay salvación

Un poco de historia:                  

Orígenes de Alejandría († 253) afirmaba:

«Nadie se haga ilusión, nadie se engañe: fuera de esta casa, es decir, fuera de la Iglesia, nadie se salva. Aquí está el signo de la sangre, porque aquí está la purificación que se hace por la sangre» [ORÍGENES, Homilías sobre Josué, 3,9. Cit. La Predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC]

Por su parte san Cipriano de Cartago († 258) sostenía que:

«Y como el nacimiento de los cristianos está en el bautismo, y como la generación y santificación por el bautismo sólo está en la única esposa de Cristo, que es la que puede engendrar y dar a luz espiritualmente hijos para Dios, ¿dónde, de qué madre y para qué padre ha nacido el que no es hijo de la Iglesia? ¡Para tener a Dios por padre es preciso tener antes a la Iglesia por madre!»   [Carta 74, Cipriano a Pompeyo. Biblioteca Clásica Gredos 255, Cipriano de Cartago.]

¿Católica o Católica Romana?

El Señor Jesucristo fundó una sola Iglesia, y una cabeza no puede tener más de un cuerpo, así que todos estamos de acuerdo en que la iglesia como Cuerpo solo puede ser una. ¿Dónde fundó Cristo su Iglesia? Podemos afirmar que la Iglesia comienza a existir y a funcionar plenamente desde el día de Pentecostés en Jerusalén, cuando el apóstol Pedro usando las llaves del reino de los cielos abrió la puerta primeramente a los judíos.

¿Cómo denominamos a esa iglesia?

Hechos 2:5 Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo.[1]

Desde su inicio la iglesia manifiesta su universalidad (de todas las naciones que hay debajo del cielo), su catolicidad (que abarca o está conforme al todo) y su ecumenicidad (oikoumene = toda la tierra habitada). Una palabra griega que conforma la raíz del término katholikós es holos (todo), y podemos hacernos una idea mayor con otra palabra derivada de esta raíz: holograma, que es una vista tridimensional de un objeto que se puede contemplar de todos los ángulos. La Iglesia no se puede contemplar, abarcar o entender solo desde un punto de vista estático o plano; ni tomando una parte sino el todo, el conjunto con sus generalidades y particularidades.

El término Iglesia católica fue usado por primera vez por el obispo Ignacio de Antioquía († 107):

«Allí donde aparezca el obispo, debe estar la comunidad; tal como allí donde está Jesús, está la Iglesia católica.»   [Ignacio, de Antioquía. Carta a los Esmirnenses 8]

Los apologistas católicos suelen entrar en éxtasis cuando leen esto y comienzan a exclamar «¡¿Lo veis?, ¿lo veis?, allí estaba nuestra iglesia católica, y los Padres de la Iglesia son nuestros, nuestros!» Bien, queridos apologistas católicos, mientras os tomáis una infusión de tila os lo explico. Ignacio dice aquí algo maravilloso «allí donde está Jesús, está la Iglesia católica», es decir que en cualquier lugar de la oikoumene (tierra habitada) donde esté Jesús (Jesús está en donde dos o tres estén congregados en su nombre) allí está la Iglesia Católica, universal, el todo. No dice Ignacio que donde está la iglesia Católica Romana está Jesús (aunque ellos pretendan tener los derechos de imagen) sino que donde quiera que Jesús esté presente en medio de los que le invocan ellos forman parte de la Iglesia Católica. El apóstol Pablo lo expresa mejor:

1 Corintios 1:2  «a la Iglesia de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos»[2]

Pablo habla de la Iglesia de Dios que está en Corinto, pero no solo allí está la Iglesia sino en cualquier lugar donde invocan el nombre de Cristo, que no solo es Señor nuestro sino de ellos. Un católico romano no hubiera escrito lo mismo, hubiera dicho: «con cuantos en cualquier lugar se someten al Obispo de Roma, y si no hacen esto el Señor no es de ellos». Pero veamos ahora lo que el apóstol Pablo le escribe a la misma iglesia de Roma:

Romanos 1:5-6 «por quien recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles, entre los cuales os contáis también vosotros, llamados de Jesucristo»[3]

Nótese que el apóstol no dice que la iglesia de Roma está por sobre los cuales, es decir, los gentiles que han obedecido a la fe, sino entre los cuales. La iglesia de Roma es una parte y no el todo.

Vemos entonces que la Iglesia es católica, universal, porque Cristo está allí en cualquier lugar del mundo donde se le invoque; y donde está Cristo allí está la Iglesia que es su Cuerpo. Pero los apologetas católicos son muy hábiles manipulando las palabras, y donde los Padres de la Iglesia hablan de «católica» ellos hacen creer que se refieren a la «romana», pero lejos de los Padres tal idea.

Como dijimos al principio, podemos hablar del nacimiento de la Iglesia en el día de Pentecostés en Jerusalén, allí había judíos de toda la oikoumene:

Hechos 2:10 «Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos»[4]

No se sabe a ciencia cierta quién o quienes fundaron la iglesia en Roma, es muy probable que esos forasteros romanos que estaban allí se convirtieran con la predicación de Pedro, y luego regresaran a su tierra y establecieran la iglesia allí. Cuando los apóstoles van a Roma se encuentran con una iglesia que ya gozaba de cierto prestigio.

Los católicos romanos nos dicen «nuestra iglesia la fundó Cristo, la de ustedes los hombres», bien, hasta donde sé Jesucristo fundó su Iglesia en Jerusalén, no en Roma (que fue fundada por hombres que salieron de Jerusalén); y también hasta donde sé los evangélicos no salimos de un huevo kínder. La Iglesia se expandió desde Jerusalén hacia el mundo, y las iglesias (con minúsculas) que se fundaron forman parte del todo que es la Iglesia (con mayúscula) católica, universal. En los primeros siglos del cristianismo la Iglesia estaba liderada por una pentarquía, cinco grandes patriarcados que más de una vez peleaban entre sí por el predominio: Jerusalén, Antioquía, Roma, Constantinopla y Alejandría. Con el paso de los siglos solo quedaron dos grandes centros de poder: Roma y Constantinopla, cuyos obispos o patriarcas mantuvieron una lucha encarnizada, el primero para mantener el poder absoluto, el segundo para mantener la independencia.

« Total que ya estaba instalado el sistema que más tarde se designaría entre los ortodoxos con el nombre de la Pentarquía. Según ese sistema, a cinco de las principales sedes episcopales se les atribuiría un prestigio especial, y se establecería entre las cinco una orden fija de honor, empezando por Roma, pasando por Constantinopla, Alejandría y Antioquía, y acabando en Jerusalén. Las cinco tenían origen apostólico. Las primeras cuatro eran las ciudades más importantes del Imperio Romano; y la quinta fue añadida porque ahí era donde Cristo había sufrido en la Cruz y resucitado de los muertos. Al obispo de cada ciudad se le concedía el título de Patriarca. Los cinco Patriarcados dividieron entre sus cinco jurisdicciones el mundo entero conocido, los ortodoxos creen que, de los cinco Patriarcas, al Papa se le debe atribuir un prestigio particular. La Iglesia Ortodoxa se niega a aceptar la doctrina de autoridad papal propuesta en los decretos del Concilio Vaticano de 1870 y promulgada hoy en la Iglesia Católica Romana; al mismo tiempo, la Ortodoxia no pretende negarle a la Santa y Apostólica Sede de Roma la primacía de honor, junto con el derecho (en determinadas circunstancias) de recibir apelaciones de cualquier territorio de la cristiandad. Que conste que hemos empleado la palabra primacía y no supremacía. Los Ortodoxos consideran al Papa como el obispo “que preside en el amor”, adaptando una frase de las de San Ignacio: el error de Roma, según los ortodoxos, consiste en el haber convertido esta primacía o “presidencia de amor” en una supremacía de poder y de jurisdicción externos. […] Lo que se dijo antes de los Patriarcas también se debe decir del Papa: la primacía que se concede a Roma no perjudica la igualdad esencial de todos los obispos. El Papa es el primer obispo dentro de la Iglesia – pero es primero entre iguales (primus inter pares).»    [Kallistos, Ware. La Iglesia Ortodoxa. Editorial Angela, p. 24 ss]

Esta obstinación por el poder y la hegemonía condujo al gran cisma de oriente en el año 1054; y la que hasta entonces había sido una Iglesia quedaba ahora dividida en dos grandes bloques que se desconocerán mutuamente.

«En varias ocasiones, a partir de finales del siglo VI, hay patriarcas de Constantinopla que usan el título de «patriarca ecuménico», superior a los otros patriarcas orientales; cada vez Roma protesta, como lo habían hecho en su tiempo Pelagio II y Gregorio el Grande. Los patriarcas se apoyan sobre la práctica inaugurada a la hora de la conversión de Constantino: el rango de los obispados en la jerarquía corresponde al rango civil de su ciudad; al cambiar el rango civil lo hace el rango eclesiástico; por esa razón Constantinopla, como capital del Imperio de Oriente, como nueva Roma, es también sede de patriarcado. El mismo razonamiento explica la importancia de Roma y su carácter histórico, es decir, no eterno. En el Concilio de Calcedonia, el papa León I había rechazado expresamente y con éxito los cánones ahí presentados que afirman la igualdad de prerrogativas entre Constantinopla y Roma y la tesis según la cual la sede de la antigua Roma recibió el primado «de los padres», «en consideración de su rango de capital del Imperio». Se ve inmediatamente cuál es el envite: la posición de Roma no tiene nada que ver con el «Tú eres Pedro…» de Cristo, sino que lo debe todo a los hombres. Conclusión: eso puede cambiar… Retomada en el concilio «in trullo» de 692, la misma argumentación vuelve a ser rechazada por el papa Sergio, pero para esa fecha el contencioso ha crecido entre los dos mundos. A las tesis del Canon 28 les está destinado un largo porvenir y son válidas todavía en el siglo XXI, cuando se trata de rechazar el primado de derecho divino del obispo de Roma diciendo que éste, sea honorífico o jurisdiccional, sólo tiene origen eclesiástico, es decir: humano.»   [Meyer, Jean. La gran controversia. Las iglesias católica y ortodoxa de los orígenes a nuestros días. Ed. Tusquets, p.85]

Desde Constantinopla se argumentaba que el rango de la iglesia de Roma dependía de su condición política, y al haber dejado de ser capital del imperio (tras la caída del 476) ya no ostentaba dicho poder; es decir, no se trataba de un derecho divino sino eclesiástico, algo que los hombres podían concederlo o quitarlo según la condición política imperante.

La iglesia Católica Romana afirma que los orientales se separaron de ellos, sin embargo los orientales afirman que son los católicos romanos los que se apartaron de la verdadera Iglesia:

« “Rechazamos de nosotros a los latinos, por ninguna otra razón, sino justamente porque son los heréticos” (San Marcos de Éfeso). “Nuestra Iglesia Ortodoxa considera a los católicos romanos: los heréticos” (Venerable Starets Macario de Óptina). “La Iglesia de Roma hace mucho se desvió hacia las herejías e innovaciones… y, de ningún modo, pertenece a la Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia” (Venerable Starets Ambrosio de Óptina). “La herejía de los latinos es la peor de todas las herejías… porque ella lleva al hombre en lugar de a Cristo a otro hombre, le enseña que en lugar de Cristo crea en un hombre: en el Papa” (Hieromártir Andrónico Nikolski). La Epístola patriarcal y sinodal (del año 1895) dice directamente que, para alcanzar la salvación, los católicos romanos necesitan llegar a la Ortodoxia: “La Iglesia del Occidente, desde el siglo X hasta ahora ha incluido en sí misma, a través del papismo, varias enseñanzas e innovaciones ajenas y heréticas, y de esa manera se cortó y se alejó de la Iglesia Oriental Ortodoxa; para adquirir en Cristo la salvación tanto deseada, es muy necesario para ustedes que regresen y acepten las enseñanzas de la Iglesia, antiguas e invioladas” […] Con respecto a San Teófano el Recluso – él claramente enseñaba que sólo la Iglesia Ortodoxa es la Iglesia Verdadera, que fuera de Ella no hay Cristo, no hay verdad, no hay salvación: “No es necesario vaguear con la mirada acá y allá para que se vea dónde está la verdad… Fuera de la Iglesia Ortodoxa no hay verdad. Ella es el único guardián fiel de todo lo que el Señor mandó a través de los Santos Apóstoles, y por eso Ella es la verdadera Iglesia Apostólica.»   [Maximov, Jorge. Fuera de la Iglesia no hay salvación. Ed. Simeón]

Raramente escucharás hablar a los apologistas católicos sobre esta opinión que de ellos tienen los ortodoxos, para quienes los cismáticos que salieron de la verdadera Iglesia son los católicos romanos.

Después del cisma, la iglesia católica romana no aprendió la lección y siguió adjudicándose la suprema autoridad universal:

«Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni remisión de los pecados»  [Papa Bonifacio VIII, Unam sanctam, 18 de noviembre de 1302, ex cathedra]

Los apologetas romanistas te dirán que la única Iglesia es la de ellos, que fuera de «la católica» puede haber «asambleas eclesiásticas» pero no verdaderamente iglesias; y que tu salvación corre peligro si persistes en alejarte de Roma. Usan para ello la Constitución Dogmática sobre la Iglesia LUMEN GENTIUM:

«El sagrado Concilio fija su atención en primer lugar en los fieles católicos. Y enseña, fundado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación… Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella. A esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los Obispos…»   [Concilio Vaticano II. Lumen Gentium, 14]

Con respecto a lo expresado en primer lugar: la Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, le concedemos toda la razón; pues fuera de la Iglesia, que es Cuerpo de Cristo, no hay salvación. Afirmar lo contrario sería reconocer que Cristo no es el único camino al Padre, o que cualquier religión que se practique sinceramente puede conceder la salvación. Es en la Iglesia donde las almas nacen a la vida eterna por medio de la predicación del Evangelio, así lo instituyó Cristo y así lo proclamamos. El problema surge con el segundo enunciado: Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella.Aquí es donde se evidencia el astuto intercambio de significados y la manipulación del término «Iglesia».

El catolicismo romano primeramente utiliza los pasajes de los Padres de la Iglesia, en donde se habla de «Iglesia Católica», para afirmar que esos textos se refieren a ellos. Ya hemos visto que esto es mera manipulación, pues los Padres no se referían al romanismo (iglesia latina u occidental) sino a la Iglesia universal (tanto de occidente como oriente, que hasta el cisma del 1054 estaban unidas). Una vez que han logrado imponer la idea de que Roma era el centro de la cristiandad (haciendo desaparecer del mapa a los demás patriarcados) pasan al siguiente paso, hacer creer que quien se niega a entrar en la iglesia Católica Romana no puede salvarse, y allí no le daremos la razón.

Es perverso el manipular de esta manera los términos «Iglesia Católica» e «Iglesia Católica Romana» haciéndolos parecer sinónimos, cuando esta última es solo una parte y no el todo. Ya hemos visto que las iglesias ortodoxas (al igual que otras orientales) consideran herética a la iglesia romana. Por ello debemos usar la terminología correcta, cuando nos referimos a la iglesia sujeta al papado debemos llamarla iglesia católica romana, y no solamente iglesia católica pues este último término se refiere a toda la Iglesia, y es así como se denomina en la patrística a la Iglesia unida de Occidente y Oriente antes del cisma.

Para concluir este capítulo diremos en primer lugar que no aceptamos las calificaciones despectivas de los apologistas católicos, como si los evangélicos no fuésemos parte de la única Iglesia de Cristo y meramente nos califiquen como «asambleas eclesiásticas» o «hermanos separados» cuya salvación corre peligro si no nos sometemos al Papa. Y en segundo lugar confesamos que:

  1. La Iglesia es Católica, universal, y abarca el todo del Cuerpo de Cristo, y fuera de esa Iglesia no hay salvación pues las demás religiones no conducen al Padre.
  2. Cuando los Padres de la Iglesia hablan de la Iglesia Católica no se refieren a Roma sino a todo el cristianismo (iglesias de occidente y de oriente)
  3. La Iglesia Católica Romana es una parte del todo, no el todo.
  4. Las iglesias ortodoxas y orientales son tan antiguas y apostólicas como la de Roma, y sus obispos pueden reclamar lo mismo que reclaman los obispos romanistas.
  5. La iglesia Católica Romana no tiene el monopolio de la salvación, podrá amedrentar a sus fieles amenazándolos con caer en la condenación si salen de ella, pero no puede amenazarnos a nosotros por negarnos a entrar.

Los ortodoxos afirman que fuera de la iglesia Ortodoxa no hay salvación, los romanistas afirman que fuera de la iglesia Católica Romana no hay salvación, pero los evangélicos confesamos que fuera de la Iglesia no hay salvación. Y a esa «Iglesia» no le adosamos «nuestra denominación» para apropiarnos en exclusiva del todo, pues reconocemos que somos una parte; y en cada parte, allí donde nos congregamos en el nombre de Cristo, está el todo: la Iglesia, Católica, Universal, Apostólica, y que resplandece en toda la oikoumene.

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar


[1] Biblia de Jerusalén 1976

[2] Biblia de Jerusalén 1976

[3] Ídem

[4] Ídem

La locura anabaptista de Münster

«En la víspera de la Epifanía de 1534 aparecieron en la ciudad de Münster dos de los apóstoles ordenados por el anabaptista Juan Mathijs. Lo primero que hicieron fue rebautizar a Rothmann. En un lapso de sólo ocho días, Rothmann y sus ayudantes bautizaron a su vez a mil cuatrocientos ciudadanos, no en las iglesias, sino en casas particulares. De los Países Bajos siguieron llegando más anabaptistas, entre ellos el propio Juan Mathijs, estaban furiosos por la persecución de que eran objeto sus seguidores en todas las provincias de los Países Bajos, y los dos comenzaban a hablar del derecho de los auténticos creyentes a destruir a quienes se negaban a aceptar el mensaje de renacimiento y restitución. Mathijs le hizo saber a Rothmann que había sonado la hora de romper por completo con el viejo orden. Sin hacer mucho ruido, católicos y luteranos comenzaron a abandonar la ciudad que no estaba ya gobernada por su ayuntamiento, sino por Juan Mathijs. No contento con expulsar a los burgueses conservadores, Mathijs anunció el 25 de febrero de 1534 su intención de dar muerte a todos los «sin Dios», o sea a todos cuantos se negaran a abrazar la alianza del re-bautismo. Cuando se cumplió el plazo de amenaza, ya todos los luteranos y católicos habían salido de Münster. Un herrero, Huberto Ruescher, que tuvo la osadía de llamar embustero a Mathijs, fue muerto en el acto por la mano del propio profeta. La expulsión de los no anabaptistas hizo que el obispo intensificara sus preparativos para poner sitio a la ciudad y pidiera ayuda de Hesse, Colonia y Cleves. El 25 de febrero los münsteritas comenzaron a actuar para impedir el cerco que los amenazaba, y destruyeron algunas construcciones exteriores que hubieran podido servir a un ejército sitiador, pero tres días después los soldados del príncipe-obispo habían comenzado ya a levantar terraplenes alrededor de la ciudad, dejándola incomunicada. Los habitantes se dedicaron valerosamente a robustecer las construcciones defensivas de la ciudad, que estaba ya bien fortificada. Todos, hasta las mujeres, pusieron manos a la obra. Los hombres de edad militar quedaron divididos en dos cuerpos de ejército, y a los muchachos se les enseñó a manejar las armas de fuego.

Aunque Mathijs no tuvo en sus manos el gobierno de Münster sino durante seis semanas, pudo llevar a cabo muchas cosas, entre ellas la introducción del comunismo. Los monasterios ya habían sido saqueados. Para impedir que ocurriera lo mismo en las casas de los fugitivos, anunció la confiscación de sus bienes y prohibió toda posesión personal de monedas, ordenando que se colectase todo el dinero. Los víveres fueron declarados propiedad pública, si bien las casas particulares no se dividieron ni se consolidaron. Los bienes raíces fueron declarados asimismo propiedad común, aunque a los moradores se les permitió seguir sirviéndose de lo que había sido suyo. Una prueba del cambio fue la orden que se dio de mantener abiertas día y noche las puertas de las casas; lo único que se permitió fue un pequeño enrejado para encerrar los cerdos y las aves de corral. En el comunismo de Münster, políticamente supervisado, puede verse una consecuencia de las exigencias militares, pero también hay que decir que vino a satisfacer el deseo -inherente al anabaptismo en todas partes- de restaurar la vida comunal de la iglesia primitiva, documentada en los Hechos de los Apóstoles.

Haciendo ostentación de su arrojo, los hombres de la ciudad salieron varias veces de las murallas para trabar pequeños combates con los sitiadores. En una de esas salidas, el domingo de Pascua, 4 de abril de 1534, Juan Mathijs perdió la vida. Parece haber alguna indicación de que creyó que Dios lo ayudaría a derrotar, casi sin apoyo, a las tropas episcopales, y también parece que Juan Beukels lo alentó en tan fatua pretensión.

Inmediatamente después de la muerte de Mathijs tomó Juan Beukels en sus manos las riendas del gobierno. Lo primero que hizo fue disolver el ayuntamiento constituido en febrero, argumentando que había sido elegido por hombres. Él, como la voz del Señor, escogió a doce hombres a quienes llamó los Ancianos o Jueces de las Tribus de Israel, para que se hicieran cargo de todos los asuntos, públicos y privados, terrenales y espirituales. Los doce publicaron un nuevo código de moral, que imponía un comunismo aún más estricto de los bienes, exigía a ciertos trabajadores manuales, empleados anteriormente mediante salario, continuar en sus oficios sin paga alguna como servidores de la comunidad, y dictaba normas para una organización militar estricta. A diferencia de los anabaptistas de Suiza y de la Alemania del Sur, para los cuales fue necesaria la separación entre la iglesia y el estado, los münsteritas vieron ahora en la iglesia, el estado y la comunidad conceptos absolutamente intercambiables. Como en la iglesia regenerada no podían tener cabida más que los justos, los doce jueces nombrados por Beukels consideraron con enorme severidad cualquier pecado cometido después del (re)bautismo. Esto significaba que todos los ciudadanos tenían que someterse a leyes sumamente estrictas.

Oponerse a Juan Beukels significaba oponerse al orden divino. Entre los pecados que podían castigarse con pena de muerte se contaban la blasfemia, el lenguaje sedicioso, el levantarles la voz a los padres, el desobedecer las órdenes del amo en una casa, el adulterio, la conducta licenciosa, la murmuración, el difundir el escándalo y hasta el proferir quejas (!). Se trataba, evidentemente, de un código de ley marcial para el ejército del Señor asediado por el enemigo, donde la menor quiebra de la disciplina podía originar el desastre. A los ciudadanos de la Alianza se les llama en esta alianza se les llamaba «los Israelitas». Juan Beukels publicó asimismo una confesión de fe que fue enviada a Felipe de Hesse. También se llevó a cabo por todas partes una activa propaganda anabaptista. Los escritos de Rothmann y de otros eran arrojados desde las murallas o disparados, dentro de cilindros, hasta el campamento enemigo.

La innovación más controvertida de los münsteritas fue la poligamia. La poligamia se introdujo en parte por el deseo de emular a los patriarcas del Antiguo Testamento, y en parte a causa de las mermas continuas que sufría la población masculina. Según parece, Juan Beukels es el único responsable de haber instituido semejante práctica. Eligió un momento psicológico adecuado para esta decisión radical. Fue inmediatamente después de que un intento en gran escala para apoderarse de la ciudad había sido rechazado, con fuertes pérdidas para los atacantes (25 de mayo de 1534), y cuando los sentimientos de triunfo y la seguridad de ser el pueblo elegido de Dios se hallaban en su punto más alto. Casi todos los predicadores de Münster estaban en contra de la poligamia, pero Juan la estableció por su propia autoridad, y anunció que todos cuantos se resistieran a ella serían considerados réprobos (y se expondrían, en consecuencia, a ser ejecutados). Rothmann, persuadido de esa manera, predicó sobre la poligamia durante tres días en la plaza del mercado, tratando de demostrar que el matrimonio plural había sido dispuesto por Dios para el Nuevo Israel que él mismo había restaurado en Münster. A todas las personas núbiles se les impuso la obligación de contraer matrimonio, y a las mujeres solteras, la de aceptar por marido al primer hombre que lo solicitara. Se originó un desorden tremendo, pues muchos compitieron para ganar a los demás en número de mujeres, y el reglamento acabó por moderarse, permitiendo a las damas rechazar a solicitantes indeseables. La institución de la poligamia provocó una intensa resistencia, caso único entre todas las medidas tomadas por Beukels. Viendo que las quejas de nada servían, un grupo de ciudadanos, encabezado por Enrique Mollenhecke, sorprendió y encarceló a Juan el 29 de julio, para forzarlo a renunciar a su idea. Juan se negó. Ellos, entonces, declararon melancólicamente que su Nuevo Israel había caído en cautiverio, y empezaron a hacer planes para devolver la ciudad al obispo. Mientras deliberaban, la gente del pueblo, fiel a su caudillo, acudió a liberarlo y echó mano de sus captores. Mollenhecke y otros cuarenta y ocho hombres fueron muertos con gran crueldad. Hubo, después de ésta, algunas ejecuciones más, de suerte que muy pronto no quedó quien se atreviera a llevarle la contra a Juan en este punto ni en ningún otro. Bernardo Rothmann siguió el ejemplo poligámico de Juan, y llegó a hacerse de nueve mujeres.

Fortalecido por su nueva victoria, Juan Beukels decidió a comienzos de septiembre hacerse ungir y coronar como «rey de justicia sobre todos» por Juan Dusentschuer, llamado «el profeta cojo». Lo primero que se hizo fue pedirles a los doce ancianos nombrados por Juan la espada que antes habían recibido como insignia de autoridad. Una vez devuelta la espada a Juan, éste fue ungido por Dusentschuer con las siguientes palabras: «Por decreto del Padre, yo te unjo para que seas Rey del pueblo de Dios en el Nuevo Templo, y en presencia de todo el pueblo te proclamo caudillo de la nueva Sión». El antiguo sastre de Leiden hizo que le transformaran en vestiduras regias algunos ornamentos sacerdotales y se sentó en un trono llevando en la mano una manzana de oro, símbolo de imperio universal. El rey Juan se dejaba ver tres veces por semana en la plaza del mercado ante cortesanos y súbditos que se inclinaban y se postraban a su paso.

En esos lamentables momentos del frenético reinado de Juan, «rey de los anabaptistas de Münster», Bernardo Rothmann terminaba de escribir su Restitución, publicada en octubre de 1534. En ella Rothmann defendió la poligamia como una más de las restituciones sancionadas por la ley de Dios. Como la única finalidad legítima del matrimonio era fructificar y multiplicarse y henchir la tierra, ningún marido podía verse impedido de fructificar por la esterilidad o la preñez o la indisposición de una mujer. Además, cuando un hombre depende sexualmente de una sola mujer, ésta lo lleva de un lado a otro «como oso tirado de una cuerda». Ya era tiempo de que las mujeres, «que en todas partes han estado llevando la ventaja», se sometieran a los hombres tal como el hombre está sometido a Cristo, y Cristo a Dios. La institución de la pluralidad de mujeres, que consta en el Viejo Testamento, nunca había sido abolida ni suspendida por Dios. El hecho mismo de que los apóstoles aconsejaran que el obispo fuera marido de una sola mujer (I Timoteo, 3:2) era prueba de que en la iglesia primitiva lo general para el resto de los cristianos, era la práctica de la poligamia (!).

Los münsteritas creían que el vidente anabaptista Melchor Hofmann no era otro sino Elías, que había regresado a la tierra.

En cuanto a la seguridad de Rothmann de que Münster era el lugar en que se llevaría a cabo la Restauración, se basaba también en argumentos: por una parte, en Münster se había recuperado plenamente el significado de la Escritura; por otra parte, el Imperio Romano, bajo el dominio de Carlos V, era ciertamente la última etapa del cuarto Imperio universal, y el barro de que estaban hechos en parte los pies de la tambaleante estatua (Daniel, cap. 2) eran las temporalidades espirituales, cuyo ejemplo se veía de manera patente en el obispado principesco de Münster, mientras que la cuarta de las bestias, la de los tres cuernos (Daniel, cap. 7), era el Papado con su tiara de tres coronas y a la vez el Wittenberg insuficientemente reformado, donde Lutero, después de unos comienzos prometedores, «se ha quedado echado en su cama de orgullo e inmundicia».

Dentro de la ciudad asediada, Juan, para evitar sorpresas y defecciones, instituyó en mayo doce «duques» encargados de guardar las puertas, y. para que no hubiera reyertas entre ellos después del resultado victorioso de la batalla, tuvo el cuidado de asignarles el futuro territorio de sus ducados, una vez que el reino se ensanchara. Juan mantuvo la disciplina recurriendo a las medidas más severas. Con su mezcla de indecisión y de crueldad, de fanatismo religioso y de maldad maniática, dio a sus súbditos, así como a sus esposas, una existencia miserable. Una de ellas, la más enérgica, fue decapitada por él en la plaza del mercado por haber criticado abiertamente su gobierno, y pisoteó su cadáver mientras las demás mujeres del harem contemplaban el espectáculo. El rey se esforzó en mantener la moral de su pueblo mediante bailes y espectáculos. Pero ninguno de estos recursos sirvió de nada. El hambre se sentía de manera cada vez más cruel, por lo cual mandó Juan fuera de la ciudad, en junio de 1535, a las mujeres, los niños y los ancianos. Muchos de estos fugitivos sufrieron la muerte a manos de los sitiadores, entre grandes atrocidades. Y a pesar de todo lo que hizo Juan, el sitio implacable y el hambre acabaron por socavar la moral. Entre los sitiadores estaba cundiendo también poco a poco el desaliento a causa de la terquedad de los sitiados, y melancólicamente se estaban preparando para una larga espera, cuando un acontecimiento insospechado vino a resolver todo el problema. Dos hombres, Juan Eck y Enrique Gresbeck,(865) desertaron y abrieron traicioneramente una de las puertas de la ciudad a los hombres del obispo. Tras una batalla espantosa, la ciudad fue tomada el 25 de junio, y casi todos sus pobladores pasados a cuchillo.

Bernardo Rothmann, según parece, murió durante la batalla; el rey Juan Beukels, Bernardo Knipperdolling y Bernardo Krechting, hermano del canciller, fueron capturados y exhibidos por todas las regiones de la Alemania septentrional. Knipperdolling y Krechter se mantuvieron leales a sus creencias anabaptistas, mientras que Juan Beukels pronunció una abjuración parcial antes de ser ejecutado, e incluso llegó a ofrecerse, si se le perdonaba la vida, a persuadir a los anabaptistas supervivientes de la necesidad de renunciar a todas las ideas de violencia y ser fieles al nuevo gobierno. Los tres caudillos presos fueron sentenciados y torturados con tenazas calentadas al rojo vivo el 22 de enero de 1536 en Münster, sobre un estrado, para que todo el mundo presenciara el suplicio. Sus cadáveres, chamuscados, fueron puestos en jaulas de hierro y colgados de la torre de la iglesia de San Lamberto.

La bibliocracia anabaptista de Münster fue aplastada en junio de 1535, y el rey de la “Nueva Jerusalén” Juan Beukels fue ejecutado en enero de 1536.»

Todos los textos anteriores han sido extraídos del libro La Reforma Radical de George H Williams

El sermón que todo calvinista prefiere ignorar

Juan Crisóstomo (344-407). Nació y creció en Antioquía. En el 398 fue proclamado obispo de Constantinopla, fue conocido posteriormente como Crisóstomo “boca de oro” por su fama de extraordinario predicador. Fue un gran teólogo, de los más influyentes en la iglesia de habla griega, por su celo reformador sufrió persecución, murió camino al exilio. Después de su muerte su fama creció en todo el mundo cristiano, siendo uno de los Padres de la Iglesia más admirado por su ortodoxia. Sus sermones son fuente de doctrina segura y consuelo pastoral para todo creyente.

Sermones sobre el Evangelio de san Juan, Sermón X

Juan 1:11  A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.

«Hermanos queridísimos: siendo Dios generoso y benéfico, hace todo y recurre a cualquier medio para que en nosotros brille la virtud. Y, aunque desea que entremos a formar parte de la jerarquía de los elegidos, a nadie constriñe por fuerza, sino que mediante la persuasión y los beneficios, invita y atrae hasta sí a todos voluntariamente. Por esta razón, cuando habitó entre nosotros, algunos lo acogieron y lo rechazaron otros.

Él no quiso tener servidores a su pesar o movidos por la necesidad. Quiere que cada cual acuda a Él libremente y por una libre elección y que le esté agradecido y reconocido por el honor de estar a su servicio. Cuando los hombres tienen necesidad de servirse de sus esclavos, les obligan, contra su voluntad, a someterse a la dura ley de la esclavitud. Dios, sin embargo, no teniendo necesidad de nadie por no estar sometido a ninguna de las necesidades a las que se ven los hombres expuestos, todo lo obra atendiendo exclusivamente a nuestra salvación, si bien quiere que ésta, en último término, dependa de nuestra libre voluntad. Por eso no ejerce violencia o presión contra quienes lo rechazan. Su única mira es favorecernos. Y Él no considera que nos beneficie ser forzados a hacer lo que no queremos.

Entonces -dirá tal vez alguno-, ¿por qué castiga a quienes no quieren servirlo y amenaza con el infierno a los que no cumplen sus mandamientos? Porque, siendo bueno como es, constantemente se preocupa de nosotros, aun de quienes no lo obedecen. Por más que le rechacemos o huyamos de Él, Él nunca se aparta de nosotros. Y cuando no queremos seguir el primer camino que nos traza, el del bien, y nos resistimos a su persuasión y a sus beneficios, pone ante nuestros ojos el camino del tormento y los suplicios, camino ciertamente durísimo, pero necesario. A quien desprecia aquel primer camino, se le hace considerar este segundo.

Permaneced atentos ahora: Vino a su casa, no movido por alguna necesidad, pues Dios, como ya he dicho, nada necesita, sino para derramar sobre nosotros sus beneficios. Mas ni aun así, a pesar de que fue a su casa para ventaja de la misma, quisieron los suyos acogerlo, sino que lo rechazaron de malas maneras. Y no bastándoles con ello, llegaron hasta arrastrarlo fuera de la viña y a asesinarlo. Y, sin embargo, aun habiendo padecido todo eso, a quienes cometieron tan enorme delito -con tal de que estuvieran dispuestos-, les dio la posibilidad de arrepentirse y de purificar su pecado mediante la fe en El, dejando que se equipararan a quienes no habían cometido ningún pecado parecido y ofreciéndoles, además, la posibilidad de llegar a ser amigos suyos. En verdad, los pecados de quienes se habían hecho culpables eran lo suficientemente graves como para no merecer perdón.

Pero no fue ése el único daño que éstos se acarrearon, sino también el de no conseguir las ventajas que, por el contrario, alcanzaron quienes lo recibieron. ¿Cuáles fueron esas ventajas? Escuchad: A quienes lo recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.

Fueran esclavos o libres, griegos, bárbaros o escitas, sabios o ignorantes, hombres o mujeres, muchachos o ancianos, nobles o de humilde cuna, ricos o pobres, príncipes o ciudadanos privados, todos por igual, se dice, llegaron a ser dignos del mismo honor. La fe y la gracia del Espíritu borran cualquier diferencia entre las diversas condiciones humanas, reducen a todos a una misma forma y sobre todos imprimen el mismo sello real.

Y ¿por qué el evangelista no dice: «les hizo hijos de Dios», sino: les dio poder de llegar a ser hijos de Dios? Habla así para prevenirnos de que debemos aplicarnos con gran diligencia para conservar siempre inmaculada e íntegra en nosotros la imagen de la adopción recibida en el bautismo. Y para subrayar, al mismo tiempo, que ese poder nadie nos lo podrá quitar, si nosotros mismos no nos privamos de él. Mas, a la par, quiere recordarnos que la gracia del Señor a nadie se concede por casualidad, sino sólo a quienes poseen firmeza de propósitos y sienten un vivo deseo de ella. Sólo esos alcanzan el poder de llegar a ser hijos de Dios. El don de la gracia no desciende ni obra su efecto sobre quienes desde un primer momento se desentienden por completo de Él.

En todo caso, dejando de lado cualquier forma de violencia, nos enseña que dependemos de nuestra libertad y de nuestras propias decisiones. De eso precisamente está hablando también ahora. En la vida sobrenatural depende de Dios dar la gracia, pero está en nuestras manos el acogerla con fe viva. Y es, además, menester una gran diligencia. Para custodiar la pureza del alma no basta con bautizarse y creer, sino que, si queremos gozar siempre de la alegría que proviene de la inocencia, es necesario que, por nuestra parte, nos esforcemos en vivir de manera digna del don que hemos recibido. Merced al bautismo se produce en nosotros un místico renacimiento y el perdón de todos los pecados previamente cometidos. Pero desde entonces en adelante, queda en nuestras manos y encomendado a nuestra diligencia el permanecer puros y evitar mancharnos con otras culpas.

Si manchamos tan bello manto, debemos sentir temor no pequeño a que, por nuestra pereza espiritual y por nuestros pecados, seamos también nosotros expulsados fuera de la sala del banquete nupcial, como les sucedió a las cinco vírgenes necias, como ocurrió también con aquel que no llevaba el traje de boda. Este debía sentarse entre los comensales: había recibido la invitación, pero, como después de haber recibido esa invitación, ofendió a quien lo había invitado, escuchad cómo fue castigado y con qué severo y terrible castigo. Habiendo sido admitido a participar en un banquete tan suntuosamente dispuesto, no es que fuera sólo expulsado de la sala del convite, sino que, además, atado de pies y manos, fue expulsado a las tinieblas exteriores, donde hay un perpetuo llanto y rechinar de dientes.

Hermanos queridísimos: no creamos que la sola fe basta para nuestra salvación. Si no llevamos una vida intachable y nos presentamos con vestidos indecorosos a una invitación tan prometedora y alegre, no podremos escapar a la misma pena que padeció aquel desgraciado. Qué absurdo es que mientras quien es Dios y rey no se avergüenza de invitar a hombres ineptos y despreciables, sino que los hace venir desde las encrucijadas de los caminos para hacerles participar de su banquete, nosotros seamos tan perezosos que nada hagamos para mejorar después de haber recibido el honor de esa invitación.

Si no queremos hacernos dignos de esa invitación, no debemos culpar a quien nos ha honrado tanto, sino a nosotros mismos. No es Él quien nos expulsa de la admirable congregación de los convidados: nosotros mismos somos quienes nos excluimos de ella. El, por su parte, ha hecho cuanto debía hacer: ha dispuesto las nupcias, ha preparado el banquete, ha mandado a sus siervos a llamar a los invitados, ha recibido a quienes se han presentado, haciendo a todos los honores de la casa. Y nosotros, ofendiéndole a Él y a los invitados y a las nupcias con nuestros sucios vestidos, o sea, con nuestras malas acciones, hemos merecido de sobra que, a la postre, acaben por echarnos fuera. Quiera Dios que nadie, ni de nosotros ni de los demás, tenga que probar el desdén de quien le invitó al banquete.

Quiera el cielo que a todos nosotros nos cumpla esa felicidad, por la gracia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual y con el cual sean dados gloria, honor y victoria al Padre, junto con el Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.»

Juan Crisóstomo, Sermones sobre el Evangelio de san Juan, Biblioteca Patrística, Editorial Ciudad Nueva

Fascinados por los lobos

No es extraño el hecho de que un lobo siga a una oveja hasta tener la oportunidad de abalanzarse sobre ella y devorarla; lo extraño sería que la oveja siga al lobo y se entregue alegremente a sus fauces. Este último hecho, tan antinatural y extraño, sucede con frecuencia en la Iglesia: las ovejas siguen fielmente a los lobos, se entregan incondicionalmente a ellos y hasta los defienden con uñas y dientes.

El apóstol Pablo censura a los gálatas preguntándoles «¡insensatos! ¿quién os fascinó…?» Alguien les estaba exponiendo una falsa representación de Cristo, una imagen distorsionada; mágicamente la cruz desaparecía y el mensaje del evangelio presentaba a un Jesús que no era el fin sino un medio. Verdaderamente un lobo puede hechizar a una oveja; con la Biblia en mano puede sutilmente distorsionar la realidad y hacerle ver lo que no existe, o crear una ilusión óptica sobre aquello que existe y alterar la percepción de las cosas. En la Iglesia el lobo, el falso maestro, el falso pastor, el falso ungido puede ser un gran ilusionista, un hechicero, un mago que saca de la galera (su Biblia) las cosas más increíbles y absurdas y cautivar con ello a su audiencia, fascinarlos para que no vean la realidad sino una falsa representación de ella.

«No es fácil descubrir el error por sí mismo, pues no lo presentan desnudo, ya que entonces se comprendería, sino adornado con una máscara engañosa y persuasiva; a tal punto que, aun cuando sea ridículo decirlo, hacen parecer su discurso más verdadero que la verdad. De este modo con una apariencia externa engañan a los más rudos. Como decía acerca de ellos una persona más docta que nosotros, ellos mediante sus artes verbales hacen que una pieza de vidrio parezca idéntica a una preciosa esmeralda, hasta que se encuentra alguno que pueda probarlo y delatar que se trata de un artificio fabricado con fraude. Cuando se mezcla bronce con la plata, ¿quién entre la gente sencilla puede probar el engaño? Ahora bien, temo que por nuestro descuido haya quienes como lobos con piel de oveja desvíen las ovejas, engañadas por la piel que ellos se han echado encima, y de los cuales el Señor dice que debemos cuidarnos (pues dicen palabras semejantes a las nuestras, pero con sentidos opuestos).» [Ireneo de Lyon – Contra los Herejes Pr.1, 2)

No me asombra tanto la cantidad de lobos rapaces que han aparecido últimamente en las iglesias evangélicas, sino la cantidad de creyentes, de ovejas, que siguen a los lobos con tal devoción que son capaces de destrozar a todo aquel que toque a ese “ungido”. Una oveja fascinada, hechizada, puede llegar a ser más violenta que el mismo lobo, porque está viendo la realidad distorsionada, actúa de forma enajenada; en cambio el lobo, el ilusionista, ve la realidad tal cual es mientras se la presenta a la oveja tal cual no es. El lobo puede jugar con la realidad mientras que la oveja fascinada solo puede ver lo que el mago le hace creer.

Pastores, maestros, predicadores sorprendidos en adulterio, en fornicación, en pornografía, cometiendo sistemáticamente contra los miembros de la Iglesia abuso emocional, abuso financiero, abuso físico y sexual… pero las ovejas están dispuestas a no ver esa realidad y atacar a todo aquel que viéndola se atreva a denunciarla. Un lobo no es únicamente aquel que tiene falsa doctrina, también hay lobos de sana doctrina.

“no es de provecho alguno la fe sana cuando la vida es mala.”   [Juan Crisóstomo, Sobre el Sacerdocio, Libro IV.9. Ropero, Alfonso. Obras escogidas de Juan Crisóstomo, Ed. Clie, p.173]

¿De qué sirve la sana doctrina en la boca de alguien que tiene una vida enferma?

“Cuando hables la palabra de Dios, que no salga de labios inmundos”. [Carta de Bernabé, 17.  Ropero, Alfonso Lo Mejor de los Padres Apostólicos] 

Los fariseos no tenían mala doctrina pero el Señor los reprendió porque tenían una doble vida; por fuera eran blancos y por dentro llenos de corrupción, como sepulcros blanqueados, predicaban en público lo que había que hacer pero ellos en lo secreto hacían lo contrario.

Mateo 23:27  Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. 28  Así también vosotros, por fuera a la verdad, os mostráis justos a los hombres; pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.

“Es mejor guardar silencio y ser, que hablar y no ser. Es bueno enseñar, si el que habla lo practica.”      [Ignacio de Antioquía – Carta a los Efesios 15 – Alfonso Ropero Lo Mejor de los Padres Apostólicos]

Sí, tenemos lobos de sana doctrina que predican bien pero viven mal; tenemos lobos de excelente exégesis pero que lideran sus congregaciones con mano de hierro, siendo despóticos e intolerantes con aquellos que no comparten sus opiniones. Tenemos predicadores fieles en los púlpitos pero adúlteros en sus hogares, codiciosos, avaros, prepotentes, sensuales, ególatras, manipuladores… porque lobo es todo aquel que se alimenta de las ovejas, es decir, que satisface sus deseos personales mediante sus ovejas.

«Porque en los últimos días se multiplicarán los falsos profetas y los corruptores, y las ovejas se volverán lobos, y el amor se cambiará en aborrecimiento».   [Didaché XVI. 3. Ropero, Alfonso. L.M.P.A.]

Un pastor o predicador es descubierto en adulterio (o cualquier otro pecado), inmediatamente se sacude un poco el polvo, sube a sus redes sociales un vídeo donde afirma que ya se arrepintió, que lloró ante el Señor y fue perdonado, que también consultó con otros colegas de ministerio y le animaron a seguir predicando porque la iglesia lo necesita; y que si Dios perdonó al rey David nadie puede negarle a él la restauración total. En pocas palabras, actúa como un lobo cuando es descubierto, no le preocupa la oveja que se comió sino el garrotazo que puede recibir; no se duele del pecado que cometió sino que se asusta de las consecuencias que le acarreará el ser descubierto. El que verdaderamente se arrepiente estará dispuesto a someterse a la disciplina que restaura, aunque sea dura y humillante;  pero el que solo le preocupa no perder el estatus que tenía antes de ser descubierto menospreciará la disciplina, dirá que ya fue perdonado y restaurado, así nomas, mágicamente, de un día para el otro.

En la Iglesia primitiva existía el concepto de pecados veniales (pecados que no producían la pérdida de la salvación) y pecados mortales (aquellos por los cuales el cristiano cometía apostasía y caía de la gracia).

1 Juan 5:16  Si alguno ve a su hermano cometer pecado no de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; digo a los que pecan no de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. 17  Toda maldad es pecado; mas hay pecado no de muerte.

Aunque algunos pretendan interpretar este texto diciendo que por muerte se refiere a la pena de muerte que imponían las leyes del Imperio, esa interpretación es fantasiosa, basta leer los escritos cristianos de los primeros siglos para comprender que pecado de muerte comprendía el adulterio, la fornicación, la ofrenda a la imagen del emperador, la negación de Cristo en un tribunal civil, etc., y quienes cometían estos pecados eran considerados apóstatas de la fe, caídos de la gracia, excluidos de la Iglesia. El gran padre de la Iglesia Cipriano, obispo de Cartago y mártir, en su libro De Lapsis (los caídos) aboga para que la Iglesia les dé una oportunidad a los que han cometido estos pecados: los laicos o miembros simples después de un largo período de prueba y disciplina serán admitidos a la comunión plena; pero los pastores o ministros que hayan incurrido en esos pecados, serán igualmente disciplinados, pero ya no podrán regresar al ministerio, quedarán excluidos de él; han deshonrado el sacerdocio de la Iglesia y ya no podrán ejercerlo.

La Iglesia en general adoptó esta forma de disciplina y así enfrentó con fortaleza y dignidad las duras persecuciones. Pero hoy son suficientes unas cuantas lágrimas delante de una cámara, una palmadita en la espalda de algún ministro amigo, y la adulación incondicional de unas ovejas que están dispuestas a seguir a su pastor como si no hubiese pasado nada, porque “¿quién somos nosotros para juzgar?” Al parecer la poderosa iglesia primitiva sí se atrevía a juzgar y producía a los mejores líderes, mientras nosotros abrazamos con amor al lobo aunque haya dejado tras él un rebaño de ovejas muertas.

Sin disciplina no hay restauración, y la disciplina no dura un ratito; no se puede borrar en una sola noche de lágrimas las muchas noches de adulterio. No se puede borrar en una simple confesión desde el púlpito todas las mentiras que se dijeron en ese mismo púlpito cuando se predicaba lo que no se vivía. ¿Qué clase de pastor quieres para tu vida? Dime que clase de pastor tienes y te diré que clase de oveja eres

“Lo que hacen es seguir enseñando el mal a almas inocentes, no sabiendo que tendrán una condenación doble, la suya y la de los que los escuchan.”    [2ª  Clemente de Roma. 10. Ropero, Alfonso. L.M.P.A.]

Si poco te importa el adulterio, la fornicación, la mentira o el engaño de tu líder, y mirando hacia otro lado dices “yo no soy quien para juzgar”, eso me está demostrando una cosa, que se cumple en ti la advertencia hecha por el apóstol:

2 Tim 4:3  Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina; antes, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias,

Si toleras a un líder adúltero es porque en realidad buscas justificar tu propio adulterio (el que cometes o piensas que algún día puedes cometer), si toleras a un predicador avaricioso es porque tú también lo eres, si aceptas ser ministrado por un maestro sensual es porque eso le hace bien a tu sensualidad; estás amontonando maestros conforme a tus propias concupiscencias. Si sigues a los lobos no te sorprendas que termines actuando como uno de ellos; o que cuando quieras huir ya sea demasiado tarde porque te tendrán en sus fauces.

Hermano, no entregues tu vida al lobo, ni la vida de tu hermano, ni calles cuando veas que las fauces se abren para devorar a la oveja, si callas te harás cómplice. Recuerda que si un ciego guía a otro ciego los dos caerán en el pozo, si la persona que debe guiar tu vida es un adúltero, un manipulador, un avaro, un déspota, un ególatra, terminarás en el abismo junto a él. No te dejes fascinar por la buena retórica, por la buena homilética, por las muchas palabras; porque si el corazón está corrupto lo que sale de la boca también. Mantente vigilante entre el rebaño, no seas como el perro mudo incapaz de advertir del peligro que se avecina.

«¿Qué diré de los perros, a los que la naturaleza concede la solicitud de mantener atención vigilante por la salud de sus dueños? Por eso, la Escritura clama contra los que se olvidan de los beneficios y son abandonados o perezosos. Todos ellos son perros mudos, incapaces de ladrar (Isaías 56,10). Debían saber ladrar por sus dueños y defender sus hogares. Por eso, aprende tú a alzar tu voz por causa de Cristo cuando lobos rapaces atacan el rebano de la Iglesia. Aprende a mantener la palabra en tu boca, para que no seas perro mudo que con el silencio de la prevaricación abandones la custodia que se te encomendó.»  [S. AMBROSIO de Milán, El Hexameron, 6,4,16-17. Cit. La predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC]

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de la Iglesia y Diarios de Avivamientos 2022

La predestinación calvinista, condenada por la Iglesia

Según la predestinación calvinista no todos los hombres son creados para el mismo fin:

«Dios predestina a algunos para destrucción desde que son creados» [Calvino, De la Predestinación, capítulo 5].

«Llamamos predestinación al decreto eterno de Dios por el cual determinó lo que quiere hacer de cada uno de los hombres. Porque Él no los crea con la misma condición, sino antes ordena a unos para la vida eterna, y a otros para la condenación perpetua. Por lo tanto, según el fin para el cual el hombre es creado, decimos que está predestinado a la vida o a la muerte.»  [CALVINO. Institución de la Religión Cristiana. Tomo 2. São Paulo: Unesp, 2009, p. 380]

Según el predeterminismo calvinista el pecado y la caída de Adán no solo fue permitido por Dios, sino ordenado [planificado y llevado a cabo] por Dios:

“Dios previó la Caída de Adán, e indudablemente permitirle caer no fue algo contrario a Su voluntad, sino conforme a ella. […] Y también que, puesto que todos están perdidos en Adán, los que perecen, perecen por el justo juicio de Dios; pero al mismo tiempo testifico como mi solemne confesión que lo que le sucedió, o le sobrevino, a Adán, estaba ordenado por Dios.” [CALVINO, Juan. De la Predestinación y la Providencia de Dios. Capítulo 6]

Agustín dice acerca de su propia autoridad: «Yo desearía que cada uno aceptara mis opiniones de tal modo que me siguiese únicamente en aquello de lo que le consta que yo no me he equivocado. Pues yo escribo libros en los que me encargo de refundir mis propias obras, para mostrar que ni siquiera yo me he seguido a mí mismo en todas las cosas». Lamentablemente, a lo largo de la historia del dogma algunos tomaron las especulaciones filosóficas-teológicas de Agustín sobre la “predestinación” y las convirtieron en “dogmas de fe”, sin tener en cuenta las advertencias del mismo Agustín. Mucho antes de la Reforma Protestante la Iglesia se encargó de condenar repetidamente la herejía del predestinacionismo, hasta llegar al siglo XVII con el obispo Cornelio Jansenio y el jansenismo (la versión católica de Calvino y el calvinismo).

«La confrontación con la herejía pelagiana resulta larga y agotadora y, al caer toda esperanza de hacer entrar en razón al adversario, asume tonos cada vez más duros y ásperos, sobre todo en la polémica contra el discípulo de Pelagio, Juliano de Eclana; en este caso Agustín llega casi a rozar la exasperación polémica, la cual, si no la situamos en el contexto más amplio del debate, podría hacer caer sobre él la acusación de predestinacionismo.»   [OROZ RETA, J. y GALINDO RODRIGO, J. A. El Pensamiento de San Agustín para el hombre de hoy Tomo I, La Filosofía Agustiniana. Ed. EDICEP, p. 119]

«Las tesis agustiniana sobre la relación entre libertad y gracia, maduradas en el contexto de una polémica encendida con los pelagianos, están en el centro de las disputas que dan trabajo a la teología moderna, mientras con la Reforma protestante se asiste a la formación de un verdadero y propio agustinismo heterodoxo. Un grave malentendido se producirá con Bayo y Jansenio; en el primero viene a perderse el carácter de gratuidad radical de la gracia, con resultado más pelagiano que agustiniano, mientras en el segundo la gracia viene a transformarse en fuerza invasora e invencible de la que poquísimos elegidos podrían beneficiarse. Luteranismo y jansenismo, aun apelando ambos a la doctrina agustiniana, en realidad «son un malentendido radical de ella». Agustín efectivamente no sólo no opone gracia y libertad, sino que ve en la primera la elevación y el perfeccionamiento de la segunda.» [OROZ RETA, J. y GALINDO RODRIGO, J. A. El Pensamiento de San Agustín para el hombre de hoy Tomo I, La Filosofía Agustiniana. Ed. EDICEP, p. 171]

A continuación demostraré por medio de los cánones y capítulos de los sínodos y concilios cómo la Iglesia (en todo lugar y en todo tiempo) condenó la predestinación tal como la enseña actualmente el calvinismo.

Controversia en la teología medieval:

Sínodo de Arlés, año 473: Carta de sumisión del presbítero Lúcido. Sobre la doctrina de la predestinación del presbítero Lúcido trataron dos sínodos: el Sínodo de Arlés del año 473 y poco después el Sínodo de Lyon. La refutación escrita fue redactada por el obispo Fausto de Reji y enviada a los treinta obispos sinodales de la Galia. Lúcido tuvo que suscribirla.

«Vuestra corrección es pública salvación y vuestra sentencia medicina. De ahí que también yo tengo por sumo remedio, excusar los pasados errores acusándolos, y por saludable confesión purificarme. Por tanto, de acuerdo con los recientes decretos del Concilio venerable, condeno juntamente con vosotros aquella sentencia

  • que dice que no ha de juntarse a la gracia divina el trabajo de la obediencia humana; que dice que después de la caída del primer hombre, quedó totalmente extinguido el albedrío de la voluntad;
  • que dice que Cristo Señor y Salvador nuestro no sufrió la muerte por la salvación de todos;
  • que dice que la presciencia de Dios empuja violentamente al hombre a la muerte, o que por voluntad de Dios perecen los que perecen;
  • que dice que después de recibido legítimamente el bautismo, muere en Adán cualquiera que peca;
  • que dice que unos están destinados a la muerte y otros predestinados a la vida;
  • que dice que desde Adán hasta Cristo nadie de entre los gentiles se salvó con miras al advenimiento de Cristo por medio de la gracia de Dios, es decir, por la ley de la naturaleza, y que perdieron el libre albedrío en el primer padre;
  • que dice que los patriarcas y profetas y los más grandes santos, vivieron dentro del paraíso aun antes del tiempo de la redención;
  • que dice que no hay fuego ni infierno.

Todo esto lo condeno como impío y lleno de sacrilegios. De tal modo, empero, afirmo la gracia de Dios que siempre añado a la gracia el esfuerzo y empeño del hombre, y proclamo que la libertad de la voluntad humana no está extinguida, sino atenuada y debilitada, que está en peligro quien se ha salvado, y que el que se ha perdido, hubiera podido salvarse.

También Cristo, Dios y Salvador, por lo que toca a las riquezas de su bondad, ofreció por todos el precio de su muerte y no quiere que nadie se pierda, Él, que es salvador de todos, sobre todos de los fieles, rico para con todos los que le invocan [Rom 10, 12], Y dado que sobre realidades tan importantes se debe dar satisfacción a la conciencia, recuerdo haber dicho antes que Cristo vino sólo para aquellos de los cuales tenia presciencia que habrían creído [apelando a Mt 20,28; 26,28; Heb 9,27]. Ahora, empero, por la autoridad de los sagrados testimonios que copiosamente se hallan en las divinas Escrituras, por la doctrina de los antiguos, puesta de manifiesto por la razón, de buena gana confieso que Cristo vino también por los hombres perdidos que contra la voluntad de Él se han perdido. No es lícito, en efecto, limitar las riquezas de su bondad inmensa y los beneficios divinos a solos aquellos que al parecer se han salvado. Porque si decimos que Cristo sólo trajo remedios para los que han sido redimidos, parecerá que absolvemos a los no redimidos, los que consta han de ser castigados por haber despreciado la redención.

Afirmo también que se han salvado, según la razón y el orden de los siglos, unos por la ley de la gracia, otros por la ley de Moisés, otros por la ley de la naturaleza, que Dios escribió en los corazones de todos [cf. Rom 2, 15], en la esperanza del advenimiento de Cristo; sin embargo, desde el principio del mundo no se vieron libres de la atadura original, sino por intercesión de la sagrada sangre.

Profeso también que los fuegos eternos y las llamas infernales están preparadas para las acciones capitales, porque con razón sigue la divina sentencia a las culpas humanas persistentes; sentencia en que incurren quienes no creyeren de todo corazón estas cosas. ¡Orad por mí, señores santos y padres apostólicos! – Yo. Lúcido, presbítero, firmé por mi propia mano esta mi carta, y lo que en ella se afirma, lo afirmo, y lo que se condena, condeno.»  

Sínodo II de ORANGE, comenzado el 3 de julio del 529. Conclusión, redactada por el obispo Cesáreo de Arlés

«Según la fe católica también creemos que, después de recibida por el bautismo la gracia, todos los bautizados pueden y deben, con el auxilio y cooperación de Cristo, con tal que quieran fielmente trabajar, cumplir lo que pertenece a la salud del alma. Que algunos, empero, hayan sido predestinados por el poder divino para el mal, no sólo no lo creemos, sino que si hubiere quienes tamaño mal se atreven a creer, con toda detestación pronunciamos anatema contra ellos.”

Sobre la predestinación y diversos abusos de los españoles [De la Carta Institutio universalis, a los obispos de España, del año 785 por el obispo Adriano I]

«Acerca de lo que algunos de ellos dicen que la predestinación a la vida o a la muerte está en el poder de Dios y no en el nuestro, éstos replican: «¿A qué esforzarnos en vivir, si ello está en el poder de Dios?; y los otros, a su vez: «¿Por qué rogar a Dios que no seamos vencidos en la tentación, si ello está en nuestro poder, como por la libertad del albedrío?». Porque, en realidad, ninguna razón son capaces de dar ni de recibir, ignorando la sentencia del bienaventurado Fulgencio al presbítero Eugipio contra las opiniones de un pelagiano…: «Luego Dios preparó las obras de misericordia y de justicia en la eternidad de su inconmutabilidad… preparó, pues los merecimientos para los hombres que habían de ser justificados; preparó también los premios para la glorificación de los mismos; pero a los malos, no les preparó voluntades malas u obras malas, sino que les preparó justos y eternos suplicios. Esta es la eterna predestinación de las futuras obras de Dios y como sabemos que nos fue siempre inculcada por la doctrina apostólica, así también confiadamente la predicamos…».

Reaparece la controversia predestinacionista en el S. IX

“La controversia predestinacionista tuvo su origen en una lectura descontextualizada de ciertos pasajes de San Agustín. Este, en polémica con los pelagianos, había predicado con gran energía la voluntad salvífica universal de Dios, pero, al mismo tiempo, y quizá llevado por la pasión de la polémica, parecía haber afirmado, en concreto, que los que se salvan, se salvan porque Dios los predestinó a la salvación, mientras que los que se condenan, se condenan porque Dios los abandonó a su suerte. San Agustín estaría viendo el problema desde la perspectiva —siempre compleja— de las relaciones entre la libertad y la gracia. En tal perspectiva, previstas las respuestas que el hombre habría de dar en el futuro y las gracias que Dios habría de concederle, a unos los predestina a la salvación y a otros parece abandonarlos a su condenación eterna. El análisis agustiniano es muy complejo y difícil, y por esta razón puede haber sido la causa de que el problema quedase momentáneamente acallado, pero no resuelto, y volviese a brotar con gran virulencia a mediados del siglo IX. El protagonista de la controversia predestinacionista fue el benedictino Gothescalco, en alemán Gottschalk. Este monje, acercándose a la lectura de los textos agustinianos, concluyó, hacia el año 848, que había dos predestinaciones similiter omnino, absolutamente equivalentes. Una predestinación de los buenos a la vida eterna, y otra de los malos a la muerte eterna. Negó, por tanto, la voluntad salvífíca universal de Dios e incluso la misma libertad humana en respuesta a la gracia. Su obispo, que era Rábano Mauro, al comprobar que Gothescalco era de origen francés, lo remitió a su diócesis de origen, que era Reims, donde presidía Hincmaro. Este, a la vista de las doctrinas sostenidas por Gothescalco, convocó un sínodo en la ciudad de Quierzy-sur-Oise, que tuvo lugar el año 849. Posteriormente se celebró otro sínodo en la misma ciudad de Quierzy, en el año 853. Ambos condenaron la doble predestinación sostenida por Gothescalco y afirmaron una única predestinación: Dios destina de antemano —es decir: predestina— a todos los hombres a la salvación eterna, aunque unos acogen la gracia de Dios y se salvan, y otros la rechazan y se condenan.”  [HISTORIA DE LA TEOLOGÍA, SAPIENTIA FIDEI, Serie de Manuales de Teología. Biblioteca de Autores Cristianos, p. 11-12]

Sínodo de QUIERCY, mayo del 853

«El sínodo se celebró bajo la presidencia del arzobispo Hincmaro dc Reims, en Quiercy (Oise). Va dirigido contra la doctrina dc Godescalco (Gottschalk), monje dc Orbais, que enseñaba la doble predestinación. Godescalco había sidocondenado ya en el año 848 por un Sínodo de Maguncia y en el año 849 en Quiercy.

Cap. 1, Dios omnipotente creó recto al hombre, sin pecado con libre albedrío y lo puso en el paraíso, y quiso que permaneciera en la santidad de la justicia. El hombre, usando mal de su libre albedrío, pecó y cayó, y se convirtió en «masa de perdición» de todo el género humano. Pero Dios, bueno y justo, eligió, según su presciencia, de la misma masa de perdición a los que por su gracia predestinó a la vida [Rom 8,29s; Ef 1,11] y predestinó para ellos la vida eterna, a los demás, empero, que por juicio de justicia dejó en la masa de perdición, supo por su presciencia que habían de perecer, pero no los predestinó a que perecieran; pero, por ser justo, les predestinó una pena eterna. Y por eso decimos que sólo hay una predestinación de Dios, que pertenece o al don de la gracia o a la retribución de la justicia.

Cap. 2. La libertad del albedrío, la perdimos en el primer hombre, y la recuperamos por Cristo Señor nuestro; y tenemos libre albedrío para el bien, prevenido y ayudado de la gracia; y tenemos libre albedrío para el mal, abandonado de la gracia. Pero tenemos libre albedrío, porque fue liberado por la gracia, y por la gracia fue sanado de la corrupción.

Cap. 3. Dios omnipotente quiere que «todos los hombres» sin excepción «se salven» [1 Tim 2,4], aunque no todos se salvan. Ahora bien, que algunos se salven, es don del que salva; pero que algunos se pierdan, es merecimiento de los que se pierden.

Cap. 4. Como no hay, hubo o habrá hombre alguno cuya naturaleza no fuera asumida en él; así no hay, hubo o habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo Jesús Señor nuestro, aunque no todos sean redimidos por el misterio de su pasión. Ahora bien, que no todos sean redimidos por el misterio de su pasión, no mira a la magnitud y copiosidad del precio, sino a la parte de los infieles y de los que no creen con aquella fe «que obra por la caridad» [Gal 5,6] porque la bebida de la humana salud, que está compuesta de nuestra flaqueza y de la virtud divina, tiene, ciertamente, en sí misma, virtud para aprovechar a todos, pero si no se bebe, no cura.»  

Sínodo de VALENCE, 8 de enero del 855 

«La ocasión para este concilio la dieron las controversias acerca de la doctrina de la predestinación. La predestinación únicamente para la vida bienaventurada la defendieron los Padres sinodales del Sínodo de Quiercy bajo el liderazgo de Hincmaro (621-624). La doble predestinación en el sentido de un Agustinismo rígido, la propugnaban, entre otros, Floro de Lyon, Prudencio de Troyes y el obispo Remigio de Lyon. Prudencio de Troyes reprobaba, sí, la concepción errónea de Juan Escoto Erigena (cf. su obra De praedestinatione, escrita en el año 851), pero contrapuso a los capítulos del Sínodo de Quiercy sus propios “anti-capítulos”. El obispo Remigio de Lyon ocupó la presidencia del Sínodo de Valence que combatió de manera parecida al Sínodo de Quiercy. Después de disiparse las diferencias con respecto a la terminología, y de quedar eliminado el error de los adversarios de Hincmaro acerca de la terminología empleada por éste, los participantes en el Sínodo de Valence, reunidos posteriormente en el Sínodo de Langres (año 859) suprimieron del canon 4 de Valence aquellas palabras [*entre corchetes] que iban dirigidas contra el Sínodo de Quiercy. Luego las dos facciones se reconciliaron en el año 860 en el Sínodo de Toul y aceptaron la carta sinodal de Hincmaro y los capítulos tanto de Quiercy como de Valence.

Can. 1 …evitamos con todo empeño las novedades de las palabras y las presuntuosas charlatanerías por las que más bien puede fomentarse entre los hermanos las contiendas y los escándalos que no crecer edificación alguna de temor de Dios. En cambio, sin vacilación alguna prestamos reverentemente oído y sometemos obedientemente nuestro entendimiento a los doctores que piadosa y rectamente trataron las palabras de la piedad y que juntamente fueron expositores luminosísimos de la Sagrada Escritura, esto es, a Cipriano, Hilario, Ambrosio, Jerónimo, Agustín y a los demás que descansan en la piedad católica, y abrazamos según nuestras fuerzas lo que para nuestra salvación escribieron. Porque sobre la presciencia de Dios y sobre la predestinación y las otras cuestiones que se ve han escandalizado no poco los espíritus de los hermanos, creemos que sólo ha de tenerse con toda firmeza lo que nos gozamos de haber sacado de las maternas entrañas de la Iglesia.

Can. 2. Fielmente mantenemos que «Dios sabe de antemano y eternamente supo tanto los bienes que los buenos habían de hacer como los males que los malos habían de cometer», pues tenemos la palabra de la Escritura que dice: Dios eterno, que eres conocedor de lo escondido y todo lo sabes antes de que suceda [Dan. 13,42]; y nos place mantener que «supo absolutamente de antemano que los buenos habían de ser buenos por su gracia y que por la misma gracia habían de recibir los premios eternos; y previó que los malos habían de ser malos por su propia malicia y había de condenarlos con eterno castigo por su justicia», como según el Salmista: Porque de Dios es el poder y del Señor la misericordia para dar a cada uno según sus obras [Sal 61,12 s], y como enseña la doctrina del Apóstol: Vida eterna a aquellos que según la paciencia de la buena obra, buscan la gloria, el honor y la incorrupción; ira e indignación a los que son, empero, de espíritu de contienda y no aceptan la verdad, sino que creen la iniquidad; tribulación y angustia sobre toda alma de hombre que obra el mal [Rom. 2,7 ss].

Y en el mismo sentido en otro lugar: En la revelación de nuestro Señor Jesucristo desde el cielo con los ángeles de su poder, en el fuego de llama que tomará venganza de los que no conocen a Dios ni obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que sufrirán penas eternas para su ruina… cuando viniere a ser glorificado en sus santos y mostrarse admirable en todos los que creyeron [2 Tes. 1,7 ss].

Ni ha de creerse que la presciencia de Dios impusiera en absoluto a ningún malo la necesidad de que no pudiera ser otra cosa, sino que él había de ser por su propia voluntad lo que Dios, que lo sabe todo antes de que suceda, previó por su omnipotente e inconmutable majestad. «Y no creemos que nadie sea condenado por juicio previo, sino por merecimiento de su propia iniquidad», «ni que los mismos malos se perdieron porque no pudieron ser buenos, sino porque no quisieron ser buenos y por su culpa permanecieron en la masa de condenación por la culpa original o también por la actual» (Floro de Lyon, Sermo de praedestinatione).

Can 3. Mas también sobre la predestinación de Dios plugo y fielmente place, según la autoridad apostólica que dice: ¿Es que no tiene poder el alfarero del barro para hacer de la misma masa un vaso para honor y otro para ignominia? [Rom. 9, 21], pasaje en que añade inmediatamente: Y si queriendo Dios manifestar su ira y dar a conocer su poder soportó con mucha paciencia los vasos de ira adaptados o preparados para la ruina, para manifestar las riquezas de su gracia sobre los vasos de misericordia que preparó para la gloria [Rom. 9, 22 s]: confiadamente confesamos la predestinación de los elegidos para la vida, y la predestinación de los impíos para la muerte; sin embargo, en la elección de los que han de salvarse, la misericordia de Dios precede al buen merecimiento; en la condenación, empero, de los que han de perecer, el merecimiento malo precede al justo juicio de Dios. «Mas por la predestinación, Dios sólo estableció lo que El mismo había de hacer o por gratuita misericordia o por justo juicio» (Floro de Lyon, Sermo de praedestinatione) según la Escritura que dice: El que hizo cuanto había de ser [Is. 45,11; versión de los LXX]; en los malos, empero, supo de antemano su malicia, porque de ellos viene, pero no la predestinó, porque no viene de Él. La pena que sigue al mal merecimiento, como Dios que todo lo prevé, ésa sí la supo y predestinó, porque justo es Aquel en quien, como dice San Agustín ( cf. Agustin, De praedestinatione  sanctorum 17,34 (PL 44,986), tan fija está la sentencia sobre todas las cosas, como cierta su presciencia. Aquí viene bien ciertamente el dicho del sabio: Preparados están para los petulantes los juicios y los martillos que golpean a los cuerpos de los necios [Prov. 19,29]. Sobre esta inmovilidad de la presciencia de la predestinación de Dios, por la que en Él lo futuro ya es un hecho, también se entiende bien lo que se dice en el Eclesiastés: Conocí que todas las obras que hizo Dios perseveran para siempre. No podemos añadir ni quitar a lo que hizo Dios para ser temido [Eclo. 3,14]. «Pero que hayan sido algunos predestinados al mal por el poder divino», es decir, como si no pudieran ser otra cosa, «no sólo no lo creemos, sino que si hay algunos que quieran creer tamaño mal, contra ellos», como el Sínodo de Orange, «decimos anatema con toda detestación».

Can. 4. [En este canon se pone de manifiesto la interpretación errónea que hicieron del capítulo 4 del Sínodo de Quiercy, sobre la expiación ilimitada en relación a los impíos que murieron antes de la venida de Cristo; posteriormente en el Sínodo de Toul se entendieron las partes y se convalidó lo proclamado en el Sínodo de Quiercy] Igualmente sobre la redención por la sangre de Cristo, en razón del excesivo error que acerca de esta materia ha surgido, hasta el punto de que algunos, como sus escritos lo indican, definen haber sido derramada aun por aquellos impíos que desde el principio del mundo hasta la pasión del Señor han muerto en su impiedad y han sido castigados con condenación eterna, contra el dicho del profeta: Seré muerte tuya, oh muerte; tu mordedura seré, oh infierno [Os. 13, 14]; nos place que debe sencilla y fielmente mantenerse y enseñarse, según la verdad evangélica y apostólica, que por aquéllos fue dado este precio, de quienes nuestro Señor mismo dice: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es menester que sea levantado el Hijo del Hombre, a fin de que todo el que crea en El, no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito, a fin de que todo el que crea en Él, no perezca, sino que tenga vida eterna» [Juan 3,14-16]; y el Apóstol: «Cristo se ha ofrecido una sola vez para cargar con los pecados de muchos» [Hebr. 9, 28]. Ahora bien, los capítulos [cuatro, que un Concilio de hermanos nuestros aceptó con menos consideración, por su inutilidad, o, más bien, perjudicialidad, o por su error contrario a la verdad, y otros también] concluidos muy ineptamente por diecinueve silogismos y que, por más que se jacten, no brillan por ciencia secular alguna, en los que se ve más bien una invención del diablo que no argumento alguno de la fe, los rechazamos completamente del piadoso oído de los fieles y con autoridad del Espíritu Santo mandamos que se eviten de todo punto tales y semejantes doctrinas; también determinamos que los introductores de novedades, han de ser amonestados, a fin de que no sean heridos con más rigor.

Can. 5 Igualmente creemos ha de mantenerse firmísimamente que toda la muchedumbre de los fieles, «regenerada por el agua y el Espíritu Santo» [Juan 3, 5] y por esto incorporada verdaderamente a la Iglesia y, conforme a la doctrina evangélica, bautizada en la muerte de Cristo [Rom. 6, 3], fue lavada de sus pecados en la sangre del mismo; porque tampoco en ellos hubiera podido haber verdadera regeneración, si no hubiera también verdadera redención, como quiera que en los sacramentos de la Iglesia, no hay nada vano, nada que sea cosa de juego, sino que todo es absolutamente verdadero y estriba en su misma verdad y sinceridad. Mas de la misma muchedumbre de los fieles y redimidos, unos se salvan con eterna salvación, pues por la gracia de Dios permanecen fielmente en su redención, llevando en el corazón la palabra de su Señor mismo: «El que perseverara hasta el fin, ése se salvará» [Mt. 10,22; 24,13]; otros, por no querer permanecer en la salud de la fe que al principio recibieron, y preferir anular por su mala doctrina o vida la gracia de la redención que no guardarla, no llegan en modo alguno a la plenitud de la salud y a la percepción de la bienaventuranza eterna. A la verdad, en uno y otro punto tenemos la doctrina del piadoso Doctor: «Cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, en su muerte hemos sido bautizados» [Rom. 6, 3]; y: «Todos los que en Cristo habéis sido bautizados, de Cristo os vestisteis» [Gal. 3, 27]; y otra vez: «Acerquémonos con corazón verdadero en plenitud de fe, lavados por aspersión nuestros corazones de toda conciencia mala y bañado nuestro cuerpo con agua limpia, mantengamos indeclinable la confesión de nuestra esperanza» [Hebr. 10, 22 s]; y otra vez: «Si, voluntariamente… pecamos después de recibida noticia de la verdad, ya no nos queda víctima por nuestros pecados» [Hebr. 10, 26]; y otra vez: «El que hace nula la ley de Moisés, sin compasión ninguna muere ante la deposición de dos o tres testigos. ¿Cuánto más pensáis merece peores suplicios el que conculcare al Hijo de Dios y profanara la sangre del Testamento, en que fue santificado, e hiciere injuria al Espíritu de la gracia?» [Hebr. 10, 28 s].

Can. 6. Igualmente sobre la gracia, por la que se salvan los creyentes y sin la cual la criatura racional jamás vivió bienaventuradamente; y sobre el libre albedrío, debilitado por el pecado en el primer hombre, pero reintegrado y sanado por la gracia del Señor Jesús en sus fieles, confesamos con toda constancia y fe plena lo mismo que, para que lo mantuviéramos, nos dejaron los Santísimos Padres por autoridad de las Sagradas Escrituras, lo que profesaron el Sínodo africano [Sínodo de Cartago, año 418] y el de Orange [año 529], lo mismo que con fe católica mantuvieron los beatísimos pontífices de la Sede Apostólica [Capítulos pseudo-celestinos o Indículus]; y tampoco presumimos inclinarnos a otro lado en las cuestiones sobre la naturaleza y la gracia.

En cambio, de todo en todo rechazamos las ineptas cuestioncillas y los cuentos poco menos que de viejas [1 Tim. 4, 7] y los guisados de los discípulos de Escoto que causan náuseas a la pureza de la fe, todo lo cual ha venido a ser el colmo de nuestros trabajos en unos tiempos peligrosísimos y gravísimos, creciendo tan miserable como lamentablemente hasta la escisión de la caridad; y las rechazamos plenamente a fin de que no, se corrompan por ahí las almas cristianas y caigan de la sencillez y pureza de la fe que es en Cristo Jesús [2 Cor. 11, 3]; y por amor de Cristo Señor avisamos que la caridad de los hermanos castigue su oído evitando tales doctrinas. Recuerde la fraternidad que se ve agobiada por los males gravísimos del mundo, que está durísimamente sofocada por la excesiva cosecha de inicuos y por la paja de los hombres ligeros. Ejerza su fervor en vencer estas cosas, trabaje en corregirlas y no cargue con otras superfluas la congregación de los que piadosamente lloran y gimen; antes bien, con cierta y verdadera fe, abrace lo que acerca de estas y semejantes cuestiones ha sido suficientemente tratado por los Santos Padres…

León IX, obispo de Roma, Carta Congratulamur vehementer, a Pedro, patriarca de Antioquía, del 13 de abril de 1053. Pedro de Antioquía había pedido a León IX una confesión de fe, al mismo tiempo que le enviaba la suya propia. Una colección semejante de artículos de fe se conserva en los Statuta Ecclesiae Antiqua que eran interrogaciones que solían hacerse a los obispos que habían de ser consagrados.

«Creo también que el Dios y Señor omnipotente es el único autor del Nuevo y del Antiguo Testamento, de la Ley y de los Profetas y de los Apóstoles; que Dios predestinó solo los bienes, aunque previó los bienes y los males; creo y profeso que la gracia de Dios previene y sigue al hombre, de tal modo, sin embargo, que no niego el libre albedrío a la criatura racional.»

Alejandro II, obispo de Roma, carta “Licet ex” al príncipe Landulfo de Benevento, año 1065

«Nuestro Señor Jesucristo, en efecto, como se lee, no forzó a nadie a servirle, sino que, dejada a cada cual la libertad del propio albedrío, todos los que ha predestinado a la vida eterna no los ha llamado del error juzgándolos, sino derramando su propia sangre.»

Jan Hus, que hizo suyas muchas de las enseñanzas de John Wyclif, hizo resurgir el predestinacionismo, que ya había sido condenado universalmente por la Iglesia, y que influyó posteriormente en la Reforma Protestante. A continuación algunas de las enseñanzas de Hus:

 –  Única es la santa Iglesia universal, que es la totalidad de los predestinados. Y después prosigue: la santa Iglesia universal es única como sólo uno es el número de todos los predestinados.

 –   Pablo no fue nunca miembro del diablo, aunque realizó algunos actos semejantes a la Iglesia de los malignos.

–   Los reprobados no forman parte de la Iglesia, como quiera que, al final, ninguna parte suya ha de caer de ella, pues la caridad de predestinación que la liga, nunca caerá.

–   El reprobado, aun cuando alguna vez esté en gracia según la presente justicia, nunca, sin embargo, es parte de la Santa Iglesia, y el predestinado siempre permanece miembro de la Iglesia, aun cuando alguna vez caiga de la gracia adventicia, pero no de la gracia de predestinación.

–  Tomando a la Iglesia por la congregación de los predestinados, estuvieren o no en gracia, según la presente justicia, de este modo la Iglesia es artículo de fe.

–  La gracia de la predestinación es el vínculo con que el cuerpo de la Iglesia y cualquiera de sus miembros se une indisolublemente con Cristo, su cabeza.

Las enseñanzas de Jan Hus fueron condenadas en el Concilio de Constanza (1414-1418).

Cuando en el Concilio de Trento (1545-1563) La Iglesia Católica Romana afirma en el canon 17 (cánones sobre la Justificación) lo siguiente:

«Si alguno dijere que la gracia de la justificación no se da sino en los predestinados a la vida, y todos los demás que son llamados, son ciertamente llamados, pero no reciben la gracia, como predestinados que están al mal por el poder divino: sea anatema.»

en realidad no es un invento de la Iglesia de Roma, sino que es una enseñanza que toda la Iglesia creyó en todo lugar y en todo tiempo, y si alguna vez se levantaron voces predestinacionistas, o predeterministas, fueron condenadas desde la ortodoxia y la sana enseñanza. Recordemos también que todos los sínodos y concilios que acabamos de leer pertenecieron a la Iglesia latina; ya que en la Iglesia griega jamás aceptaron algo parecido al predestinacionismo. Es por lo tanto el calvinismo el último intento del predestinacionismo por resurgir dentro de la Iglesia, pero como hemos visto en los decretos de los distintos sínodos y concilios de la Iglesia a través de los siglos, se debe rechazar como lo que es: una herejía anatemizada unánimemente.

Los textos de los concilios han sido extraídos del ENCHIRIDION SYMBOLORUM – El Magisterio de la Iglesia, de DEZINGER y HÜNEMANN. Editorial Herder.

Redacción y recopilación de textos Gabriel Edgardo Llugdar, para Diarios de la Iglesia, 2022

Contra el calvinismo – Roger Olson – Capítulo 6

Contra el calvinismo – Capítulo 6 – Por Roger Olson

Traducido al español por Gabriel Edgardo Llugdar

SÍ a la expiación, NO a la expiación limitada/redención particular

Durante una de mis sesiones de clase con oradores calvinistas, un líder de la Fraternidad de la Universidad Reformada local (RUF) preguntó a mis alumnos: «¿Cuántos de ustedes creen que Cristo murió por todos?» Yo sabía que él quería decir «por todos del mismo modo – para sufrir el castigo por sus pecados». La mano de cada estudiante se levantó. «Entonces ustedes tienen que creer que todos serán salvos; ustedes tienen que ser universalistas. ¿Cuántos de ustedes son universalistas?» Todas las manos se bajaron excepto una o dos. «Ya ven», dijo el orador, «si Cristo ya sufrió el castigo de todos por los pecados, incluido el pecado de incredulidad, entonces nadie puede ir al infierno porque sería injusto que Dios castigara el mismo pecado dos veces».

El orador estaba mencionando uno de los «ganchos» favoritos del calvinismo rígido para hacer que los jóvenes consideren incluir en su soteriología la «L» del TULIP: la Expiación Limitada. Y si alguien acepta la «L», argumentan los calvinistas, tienen que aceptar el resto del sistema. A fin de cuentas, si no todas las personas van a ser salvas, entonces Cristo murió solo por algunos –aquellos a quienes vino a salvar. ¿Quiénes serían estas personas? Los elegidos incondicionalmente por Dios. ¿Por qué ellas serían elegidas incondicionalmente por Dios? Porque son totalmente depravadas y no tienen otra esperanza más allá de la elección de Dios y la muerte de Cristo por ellas. ¿Y cómo Dios atraerá a esas personas por las cuales Cristo murió para que ellas se beneficien de su muerte? Atrayéndolas irresistiblemente hacia sí mismo. ¿Cómo podría alguien, elegido y atraído por Dios, cuyos pecados ya están pagados, perderse? Es imposible.

Inteligente planteamiento. ¿Pero eso funciona? ¿La expiación limitada, que la mayoría de los calvinistas prefieren llamar «redención particular», es bíblica? ¿Es consistente con el amor de Dios, mostrado en Jesucristo, y expresado en el Nuevo Testamento muchas veces y de muchas maneras (por ejemplo, Juan 3:16)? ¿Calvino creía en la expiación limitada? ¿Alguna persona en la historia cristiana, antes de los seguidores escolásticos de Calvino, creía en ella? ¿Es quizás más una deducción hecha a partir de la T, la U, la I y la P que una verdadera revelación? ¿Los calvinistas rígidos realmente la abrazan porque es bíblica, o la abrazan porque la lógica exige la creencia en ella y piensan que las Escrituras permiten la expiación limitada? ¿El rechazo de la expiación limitada implica que el universalismo sea una «consecuencia lógica y necesaria», como afirmó ese orador? Estas y otras preguntas serán consideradas aquí con cierto detalle.

Mi conclusión será que la expiación limitada es otro de los talones de Aquiles del calvinismo rígido. No puede ser apoyado por las Escrituras o la Gran Tradición de la fe cristiana (fuera del calvinismo escolástico después de Calvino). Ella contradice el amor de Dios, haciendo a Dios no solo parcial sino también odioso (hacia los no elegidos). Su rechazo no implica lógicamente el universalismo, y los que la defienden así lo hacen porque (piensan que) la lógica lo requiere y las Escrituras lo permiten; y no porque algún pasaje bíblico de manera clara la enseñe.

Otra de las conclusiones será que la T, la U, la I, la P del TULIP realmente exigen la L, y que los calvinistas que dicen ser de “cuatro puntos” y que rechazan la L están siendo inconsistentes. ¡Irónicamente, en esta cuestión estoy de acuerdo con todos los calvinistas rígidos de la variedad TULIP! También argumentaré que la creencia en una expiación limitada –una redención particular, imposibilita, de manera sensata,  hacer una oferta sincera del evangelio de salvación para todos indiscriminadamente. ¡Irónicamente, allí también estoy de acuerdo con los hipercalvinistas!

Finalmente, el orador calvinista de mi clase dirigió su último argumento calvinista típico, a mí y a aquellos alumnos que están de acuerdo en que la expiación no puede ser limitada: «Puede que no lo sepan, pero ustedes también limitan la expiación. De hecho, la limitan más de lo que los calvinistas lo hacen. En realidad, son ustedes los arminianos quienes creen en la expiación limitada». ¡Eso atrajo la atención de los estudiantes! Yo ya había escuchado ese argumento antes y sabía a dónde quería llegar con eso. «Limitan la expiación al robarle a ella el poder para salvar, de hecho, a alguien; para ustedes, la muerte de Cristo en la cruz solo brindó una oportunidad para que las personas sean salvas. Nosotros los calvinistas creemos que la expiación, en verdad, garantizó la salvación para los elegidos».

Aquí, como antes, objetaré a este intento y utilizaré el hechizo contra el hechicero. No estoy de acuerdo en que los no calvinistas limiten la expiación. Esta queja, frecuentemente oída, simplemente no se sustenta porque incluso Calvino no creía que la expiación salvase a alguien hasta que ciertas condiciones fuesen cumplidas, a saber, el arrepentimiento y la fe. Aunque estos sean dones de Dios para los elegidos, el resultado es que  la expiación no “salvó” más personas de lo que los arminianos (y otros no calvinistas) creen.

La doctrina calvinista de la Expiación

Hasta donde he podido comprobar, todos los verdaderos calvinistas (a diferencia de algunos teólogos reformados revisionistas) adoptan la llamada «teoría de la sustitución penal» de la expiación. Por supuesto, no creen que sea “solo una teoría”. Como muchos no calvinistas (tal como Wesley), lo consideran como la enseñanza bíblica acerca de la muerte salvífica de Cristo en la cruz. De acuerdo con esta doctrina, la muerte de Jesús fue principalmente un sacrificio substitutivo ofrecido a Dios por Jesús (es decir, para el Padre por el Hijo) como la «propiciación» por los pecados. «Propiciación» significa apaciguamiento [conciliación]. En este punto de vista, el acontecimiento de la Cruz es visto como el apaciguamiento por Cristo de la ira de Dios. Él sufrió el castigo por los pecados de aquellos a quienes Dios quiso salvar de su merecida condena al infierno. Calvino lo pone en pocas palabras:

«Esta es nuestra absolución: que la culpa que nos tenía sujetos a castigo ha sido transferida a la cabeza del Hijo de Dios (Isaías 53:12). Pues se debe tener en mente, por encima de todo, esta sustitución, para que no temamos y permanezcamos ansiosos durante toda la vida, como si aún pendiese sobre nosotros la justa venganza de Dios, la cual el Hijo de Dios ha transferido para sí.»  [1]

Calvino, y la mayoría de los calvinistas, creían que la muerte de Cristo logró más (por ejemplo, la «transmutación de la naturaleza de las cosas» o transformación de nuestra naturaleza pecaminosa[2] y el cumplimiento de la ley de Dios en nuestro lugar)[3] , pero el logro crucial de Cristo en la cruz fue el sufrimiento de nuestro castigo.

Otras teorías de la expiación surgirán en la historia cristiana, y algunas de ellas encontrarán eco en la teología de Calvino. Por ejemplo, la visión de la muerte salvífica de Cristo llamada «Christus Victor» es popular especialmente desde la publicación del clásico libro sobre la expiación, Christus Victor [4], del teólogo sueco Gustaf Aulén.  Calvino asiente con esta imagen de la muerte expiatoria de Cristo que dominó a satanás y liberó a los pecadores de la esclavitud[5],  pero su enfoque principal está en la satisfacción de Cristo de la justicia de Dios al sufrir el castigo merecido por los pecadores, de tal manera que Dios puede, de manera justa, perdonarlos. Contrariamente a muchos críticos de esta teoría de la sustitución penal, ella no se basa en una visión de Dios como sediento de sangre o como un torturador de niños. Calvino correctamente resalta el amor como el motivo de Dios al enviar a su Hijo a morir por los pecadores  [6].

Casi sin excepción, los calvinistas rígidos desde Calvino defienden firmemente esta visión de la expiación y su logro en nombre de Dios y los pecadores. No rechazan otras dimensiones de la expiación, pero esta es fundamental y crucial para toda la soteriología calvinista. Muchos no calvinistas están de acuerdo. Pero el problema que está en juego aquí es si Cristo murió de esta manera para todas las personas o meramente para algunos: los elegidos. Ningún calvinista niega la suficiencia de la muerte de Cristo en términos de valor para salvar a toda la raza humana. Lo que algunos han venido a negar es que Cristo realmente sufrió el merecido castigo por todas las personas, algo que claramente enseñaron los padres de la iglesia y la mayoría de los teólogos medievales, e incluso Lutero.

El calvinismo rígido cree y enseña que Dios solo planeó que la cruz fuera la propiciación para algunas personas y no para otras; Cristo no sufrió por todos (al menos no de la misma manera, como a John Piper le gusta especificar) sino solo por aquellos a quienes Dios ha escogido salvar. Esta es la doctrina de la «expiación limitada», o lo que algunos calvinistas prefieren llamar expiación «definida» o «particular» o «eficiente». Boettner expresa bien la doctrina: «Si bien el valor de la expiación fue suficiente para salvar a toda la humanidad, ella fue eficaz para salvar únicamente a los elegidos» [7]. Para que nadie lo malinterprete y piense que Dios  planeó la expiación para todos, pero que ella solo efectúa la salvación de aquellos que la reciben con fe (la visión de la mayoría de los evangélicos no calvinistas), Boettner dice que los no elegidos fueron excluidos de su obra por Dios: «No fue, por lo tanto, un amor general e indiscriminado del cual todos los hombres son igualmente participantes [que envió a Jesús a la cruz], sino un amor particular, misterioso e infinito para los elegidos, que hizo que Dios enviara a Su Hijo al mundo para sufrir y morir, y él murió solamente por ellos» [8].  Al igual que muchos calvinistas, Boettner alega que «ciertos beneficios» de la cruz se extienden a todas las personas en general, pero estos beneficios son simplemente «bendiciones temporales» y no alguna cosa salvífica[9].

Los no calvinistas miran afirmaciones como éstas y tiemblan. Este sería, de hecho, un «amor excéntrico» que excluye a algunas de las mismas criaturas que Dios hizo a su imagen y semejanza, de cualquier esperanza de salvación. Por otra parte, estas «bendiciones temporales», que supuestamente fluyen hacia los no elegidos desde la cruz, apenas valen la pena mencionarlas. Como señalé en el capítulo anterior, tales bendiciones, para los no elegidos,  ¡equivalen a recibir un poquito de cielo ahora para más adelante ser arrojados al infierno! Steele y Thomas, autores de  The Five Points of Calvinism, definen y describen la expiación limitada, que ellos prefieren llamar “redención particular”, de esta manera:

«El calvinismo histórico o principal ha sostenido, de manera consistente,  que la obra redentora de Cristo fue definitiva en diseño y realización –que ella tuvo por intención ejecutar plena satisfacción para ciertos pecadores específicos y que ella verdaderamente garantizó la salvación para estos individuos y para nadie más. La salvación que Cristo ganó para Su pueblo incluye todo lo que implica llevarlos a una relación correcta con Dios, incluidos los dones de la fe y el arrepentimiento.»[10]

Al igual que Boettner, estos teólogos afirman que la expiación de Cristo no fue limitada en valor sino solo en su plan [intención]. Y ellos alegan que los arminianos (y otros no calvinistas) también limitan la expiación en la forma mencionada anteriormente.[11]

Steele y Thomas reclaman apoyo para la expiación limitada en pasajes bíblicos como Juan 10:11, 14–18 y Romanos 5:12, 17–19. Sin embargo, incluso una rápida mirada a estos pasajes revela que no limitan la expiación, sino que únicamente afirman que es aplicada al pueblo de Dios. No niegan que sea para otros también [precisamente Romanos 5:18  dice Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida].

¿Qué pasa con los pasajes bíblicos que mencionan «todos» y «mundo» como 1 Juan 2:2 Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo? Steele y Thomas explican esto así:

«Una razón para el uso de estas expresiones fue para corregir la falsa noción de que la salvación era solo para los judíos… Estas expresiones pretenden mostrar que Cristo murió por todos los hombres sin distinción (es decir, murió por judíos y gentiles por igual), pero no pretende indicar que Cristo murió por todos los hombres sin excepción (es decir, Él no murió con el propósito de salvar hasta el último de los pecadores)»[12].

Una pregunta crucial que surge en respuesta a estas afirmaciones es la distinción entre el valor de la muerte expiatoria de Cristo y su plan y propósito. Aparentemente, Boettner, Steele y Thomas (y otros calvinistas que citaré) creen que la muerte de Cristo en la cruz fue un sacrificio suficiente por los pecados de todo el mundo. Entonces, ¿qué quieren decir ellos con que Cristo no murió por todas las personas? Si fue un sacrificio suficiente por los pecados de todo el mundo, incluidas todas las personas, y fue lo suficientemente valioso para todos, ¿cómo no es una contradicción decir que Cristo no murió por todos?

Al parecer, lo que al menos algunos calvinistas quieren decir es que la muerte de Cristo fue lo suficientemente grande en alcance y en valor como para que Dios perdonase a todos a causa de ella, pero Dios no la planeó para todas las personas, sino solamente para los elegidos. Pero, ¿por qué Dios causó que Jesús sufriera un castigo suficiente para todos los pecados que Dios no planeó perdonar? Y si su muerte fue un castigo suficiente para todos, ¿no implica eso que soportó el castigo de todos? Y si eso es así, entonces aunque Dios haya planeado su muerte solo para los elegidos, la acusación de que la expiación universal requeriría que todos sean salvos (porque los pecados no pueden ser castigados dos veces) retorna para asombrar a los propios calvinistas [Los calvinistas dicen que afirmar que Cristo murió por todos implicaría universalismo, sin embargo ellos afirman que la muerte de Cristo es suficiente para todos, y eso también podría implicar universalismo]. Hay algo terriblemente confuso en el corazón de las típicas afirmaciones calvinistas sobre esta doctrina.

Esta confusión se vuelve especialmente intensa cuando el teólogo y pastor calvinista Edwin Palmer ridiculiza el punto de vista de la expiación universal: «Para ellos [él tiene en mente específicamente a los arminianos, pero esto podría aplicarse a otros no calvinistas] la expiación es como un kit de supervivencia universal: hay un kit para todos, pero solo algunos agarrarán un kit… algo de su sangre [de Cristo] se desperdició: cayó al suelo». [13]

¿Pero no sería esto cierto de cualquier doctrina de la expiación que diga que fue un “sacrificio suficiente” para todo el mundo y que su valor es infinito? Parece que los defensores de la expiación limitada deberían decir que la muerte de Cristo no fue suficiente para todo el mundo y que no tiene un valor infinito por si van a acusar a los creyentes de la expiación universal de creer que parte de la sangre de Cristo fue desperdiciada (porque no todos se benefician de ella). ¿Esa afirmación, por parte de los calvinistas, de la suficiencia y valor para todos,  no equivale a lo mismo aunque digan que Dios la planeó y la destinó solo para los elegidos? Así parece.

Palmer adopta el mismo enfoque que Steele y Thomas con respecto a los pasajes universales, incluido Juan 3:16–17: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. Según Palmer “en este pasaje, ‘mundo’ no significa cada persona… sino… personas de todas las tribus y naciones.»[14] Sobre los pasajes que dicen que Cristo murió por «todos», él dice «Todos no son todos».[15]

Palmer afirma que el hecho de que Cristo haya muerto solo por los elegidos y, sin embargo, Dios «ofrece libre y sinceramente la salvación a todos» es un «misterio fundamental».[16] Sin embargo, como mostraré, los críticos de la visión calvinista sostienen que esto no es un misterio sino una contradicción –una distinción que R. C. Sproul describe (y él rechaza las contradicciones en teología). ¿Cómo puede un calvinista, predicador del evangelio, y mucho menos Dios, decir a cualquier congregación u otra asamblea: «Dios te ama y Jesús murió por ti para que puedas ser salvo, si te arrepientes y crees en el Señor Jesucristo», sin agregar la advertencia «pero únicamente si eres uno de los elegidos de Dios»? El predicador calvinista no puede hacerlo con la conciencia tranquila.

Sproul, un calvinista particularmente convencido de la expiación limitada, llama a la doctrina «la expiación intencional de Cristo»[17]. Esto es, por supuesto, un poco falso en la medida en que se pretende expresar lo que es distinto en la visión calvinista, porque, por supuesto, todos los cristianos creen que la expiación de Cristo fue «intencional». Justo al frente, al comienzo de su exposición de esta doctrina, Sproul tergiversa e incluso caricaturiza los puntos de vista no calvinistas. Para apoyar su creencia en la expiación limitada, Sproul cita al teólogo evangélico calvinista J. I. Packer, quien escribió: «La diferencia entre ellos [puntos de vista calvinista y arminiano de la expiación] no es principalmente de énfasis, sino de contenido. Uno proclama a un Dios que salva; el otro habla de un Dios que capacita al hombre para salvarse a sí mismo».[18]

Esta es quizás la calumnia más perversa contra los no calvinistas. Ningún arminiano u otro cristiano evangélico informado cree en la auto-salvación. Sproul explica la acusación de Packer diciendo que para el calvinista, Cristo es un «verdadero salvador», mientras que para el arminiano, Cristo es solo un «potencial salvador». He demostrado la falsedad de esta interpretación de la teología arminiana en mi Teología Arminiana, Mitos y Realidades. A continuación explicaré la razón de por qué esta interpretación está equivocada.

Sproul continúa lanzando otra vieja y desgastada acusación contra la teología arminiana y cualquier teología de la expiación universal (por ejemplo, luterana). «Si Cristo realmente satisface objetivamente las demandas de la justicia de Dios para todos,entonces todos serán salvos»[19]. Aquí Sproul se basa en gran medida en la teología del teólogo puritano John Owen (1616-1683), quien fue uno de los primeros defensores dela novedad teológica de la expiación limitada [La Expiación Limitada es una novedad teológica porque nunca fue enseñada por los Padres de la Iglesia, ni siquiera por Agustín]. De acuerdo con Owen y Sproul, la expiación universal, la creencia de que Cristo soportó el castigo de todas las personas,necesariamente conduce al universalismo de la salvación. Después de todo, argumentó Owen, y Sproul le hace eco, ¿cómo puede el mismo pecado, incluida la incredulidad, ser castigado dos veces por un Dios justo?

Uno tiene que preguntarse si Sproul nunca ha escuchado la respuesta obvia a esta pregunta, o si simplemente está optando por ignorarla (vea mi respuesta más adelante en este capítulo). Basta por ahora decir simplemente que este argumento es tan fácil de desechar que hace que uno se pregunte por qué alguien lo toma en serio. Luego está el problema que mencioné anteriormente: si la muerte de Cristo fue una satisfacción suficiente para los pecados de todo el mundo, ¿cómo es que esto sea diferente de que Cristo haya verdaderamente sufrido el castigo por todos? No hay, de hecho, diferencia alguna; ¡lo primero incluye lo segundo!

Sproul lidia con el texto clásico de expiación universal (2 Pedro 3:9 El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento) pero ignora los pasajes universales igualmente importantes, 1 Timoteo 2: 5–6 (Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo); y 1 Juan 2:2 (Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo). Según él, y muchos otros que se adhieren a la expiación limitada, 2 Pedro 3:9 debe interpretarse como una referencia a la «voluntad de disposición», que es diferente de su “voluntad decretiva”[20]. En otras palabras, este versículo no expresa lo que Dios decreta ser el caso, sino lo que Dios desea que fuese el caso [Dios desea que todos sean salvos – su voluntad manifiesta- pero a la vez no quiere que todos sean salvos –su voluntad oculta-]. Si bien esa podría ser una posible interpretación de 2 Pedro 3:9 (aunque lo dudo), uno no puede interpretar 1 Timoteo 2:5–6 de esta manera, ni muchos otros pasajes universales donde se dice que Cristo da su vida por «todos» o “el mundo” o “todo el mundo”.  Sproul también sugiere que en 2 Pedro 3:9 (El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento) ese “ninguno” se refiere a los elegidos de Dios[21].  Nuevamente, por más forzada que sea esta interpretación se le puede conceder una posibilidad, sin embargo, ella no es posible como una interpretación válida para los otros textos que incluyen la palabra «todos», incluido 1 Timoteo 2:5–6 (Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo).

El estadista evangélico Vernon Grounds (1914–2010), presidente por muchos años del Seminario de Denver y autor de muchos libros de teología, menciona los siguientes pasajes universales sobre la expiación de Cristo: Juan 1:29 (El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo); Romanos 5:17-21 (…Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida…); Romanos 11:32 (Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos); 1 Timoteo 2:6 (el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo); Hebreos 2:9 (Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos) ;  1 Juan 2: 2, además, por supuesto, de 2 Pedro 3:9. Luego dice acerca de la visión defendida por Sproul y otros calvinistas de cinco puntos: «Se necesita una ingenuidad exegética, que es sino un virtuosismo aprendido para vaciar estos textos de sus significados obvios; se necesita un ingenio exegético rozando el sofisma para negar la universalidad explícita de estos textos»[22].

Esta observación es quizás la razón por la cual calvinistas como John Piper han enfatizado tanto la idea de que Cristo murió por todos, pero no de la misma manera. Dudo que eso satisfaga a Grounds o a cualquier otro crítico de la expiación limitada. Solo genera más dudas sobre el amor, la sinceridad y la bondad de Dios, así como sobre el valor delas «bendiciones temporales» que proporciona la expiación para los no elegidos, cuando en realidad ellos estarían mejor si nunca hubieran nacido.

John Piper defiende arduamente la expiación limitada y al mismo tiempo argumenta que también hay una cierta universalidad en la expiación. Este es su modo, al parecer, de resolver el dilema planteado por los pasajes que presentan la palabra «todos» ante la creencia en una redención particular, y de resolver el problema de cómo la persona que cree en la expiación limitada puede predicar a su audiencia que Cristo murió por todos. La doctrina de Piper sobre el propósito de la expiación es interesante porque ella va más allá de la habitual teoría de la sustitución penal y se adentra en algo como la teoría gubernamental. Se suele pensar que la teoría gubernamental es la típica doctrina arminiana de la expiación, aunque ni Arminio ni Wesley la enseñaron.

Según el punto de vista de la teoría gubernamental, Cristo no sufrió el castigo exacto que merecía todo ser humano, sino un castigo equivalente a ese. Esto fue formulado por el antiguo pensador arminiano Hugo Grotius (1583–1645) para resolver el problema de cómo la expiación podría ser universal y, sin embargo, no todos serían salvos. (Al igual que muchos arminianos, pienso que hay una respuesta más fácil a ese problema que desarrollar una nueva teoría de cómo la muerte de Cristo satisfizo la ira de Dios). Según Grotius, y otros que sostienen este punto de vista, el propósito principal de la expiación era defender el gobierno moral de Dios del universo frente a dos realidades: (1) nuestra pecaminosidad, y (2) el perdón de Dios de nuestra pecaminosidad. ¿Cómo puede Dios ser justo, gobernador moral del universo, y fingir no ver el pecado al perdonar a los pecadores? Él no puede serlo. Entonces Dios resuelve este dilema interno al enviar a Cristo para sufrir un castigo, exactamente como el que los pecadores merecen –pero no el castigo de ellos (que Grotius creía sería injusto y daría lugar a que todos se salvasen). Tal visión defiende la justicia de Dios cuando él perdona a los pecadores.

Piper no rechaza el punto de vista de la sustitución penal en favor de la teoría del gobierno moral, pero él realmente enfatiza el motivo del gobierno moral. Él pregunta: «¿Por qué Dios hirió [es decir, mató] a su Hijo y lo hizo sufrir?» Y luego responde: «para salvar a los pecadores, y al mismo tiempo para magnificar el valor de su gloria»[23].  Al colocar «nuestro pecado sobre Jesús y abandonarlo a la vergüenza y al tormento de la cruz», Dios «desvió su propia ira»[24]. Piper también deja en claro que la cruz es principalmente una vindicación de la Justicia de Dios para perdonar a los pecadores. Muchos de los arminianos y otros cristianos evangélicos no calvinistas, sino la mayoría, pueden dar un fuerte amén a eso. Los únicos problemas son (1) cuando Piper continúa diciendo, como lo hace ocasionalmente en los sermones, que Jesús murió “para Dios”, y (2) que el beneficio salvador de su muerte fue intencionado solamente para los elegidos. Romanos 5:8 afirma clara e inequívocamente que Cristo murió “por los pecadores”, y muchos versos ya citados, incluyendo especialmente 1 Juan 2:2, dicen que su muerte fue un sacrificio expiatorio por los pecados de todo el mundo.

Piper predica que Cristo murió tal muerte solo para algunos, los elegidos. Para ellos, y solamente a ellos, la muerte garantizó la justificación de Dios. Ella no solo la hizo posible, en verdad la logró. Es por eso, él argumenta, si Cristo murió por todos, todos serían justificados y no habría infierno. Pero entonces, ¿cómo explica Piper versos como 1 Juan 2:2 (Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo?, él lo resuelve diciendo «La expresión ‘todo el mundo’ se refiere a los hijos de Dios esparcidos por todo el mundo»[25]. Pero él también reivindica que «nosotros no negamos que todos los hombres son, en cierto sentido, los beneficiarios intencionados de la cruz»[26], y que Cristo murió por toda persona, pero no de la misma manera. «Hay muchos pasajes bíblicos que dicen que la muerte de Cristo fue diseñada para la salvación del pueblo de Dios, no para cada individuo»[27].  Luego él cita a Juan 10:15; 17:6, 9, 19; 11:51–52; y Apocalipsis 5: 9.

Es cierto que estos versículos mencionan la muerte de Cristo por «sus ovejas» y «por aquellos a quienes el Padre atrae al Hijo». Sin embargo, ni un solo versículo limita explícitamente su muerte a estas personas. Que Cristo murió por ellos [es decir las ovejas] de ninguna manera requiere que él haya muerto solo por ellos. El crítico David Allen señala acertadamente que «el hecho de que muchos versículos hablan de la muerte de Cristo por sus ‘ovejas’, ‘su iglesia’ o ‘sus amigos’ no prueba que Él no muriera por otros que no están incluidos en esas categorías».[28]  Decir que Él murió por otros de una manera diferente, no sufriendo el castigo por ellos, sino solamente proporcionando algunas vagas bendiciones temporales, difícilmente sea una explicación satisfactoria. ¿Cuál es la ventaja de estas bendiciones temporales a menos que Cristo también haya abierto la posibilidad de salvación para tales personas?

En general, la doctrina calvinista de la expiación limitada es confusa en el mejor de los casos, y descaradamente auto contradictoria y sin base bíblica en el peor de los casos.

Problemas con la Expiación Limitada / Redención Particular

Antes de que profundicemos en las innumerables y fuertes objeciones a la expiación limitada, es al menos interesante observar que el propio Juan Calvino no creía en esta doctrina. En 1979, el investigador R.T. Kendall (n. 1935) publicó un robusto argumento de que Calvino no creía en la expiación limitada: Calvino y el calvinismo inglés hasta 1649.[29]  También Kevin Kennedy utiliza la mayoría de sus argumentos, junto con otros, en un artículo titulado Was Calvin a ‘Calvinist’? John Calvin on the Extent of the Atonement (¿Calvino era un ‘calvinista’? Juan Calvino sobre el alcance de la Expiación). Siguiendo a Kendall, Kennedy admite que Calvino en ninguna parte aborda explícitamente el problema; al parecer, ni siquiera lo consideraba un problema o se hubiera alineado audazmente de un lado o del otro (¡algo que Calvino era famoso por hacer!). Pero nadie puede encontrar en los escritos de Calvino una declaración tal como «Cristo padeció el castigo por cada persona», un hecho de que los calvinistas que afirman que él creía en en la redención particular usan en su beneficio.

Sin embargo, como Kennedy entusiastamente resalta, Calvino realmente dice cosas que ninguno que creyese en la expiación limitada diría:

«Por ejemplo, si Calvino realmente profesase la expiación limitada, uno no esperaría encontrarlo intencionalmente universalizando pasajes de las Escrituras que los teólogos de la tradición reformada posterior alegan que están, a partir de una simple lectura del texto, claramente enseñando que Cristo murió solo por los elegidos. Además, si Calvino realmente creyera que Cristo murió solo por los elegidos, entonces uno no esperaría encontrar a Calvino afirmando que los incrédulos que rechazan el evangelio están rechazando una provisión real que Cristo hizo para ellos en la cruz. Ni uno esperaría que Calvino, si él es un partidario de la expiación limitada, dejase de refutar las fuertes afirmaciones de que Cristo murió por toda la humanidad cuando estaba involucrado en discusiones polémicas con los católicos romanos y otros. Sin embargo, la verdad es que Calvino hace todo esto y más.»[30]

Pero Kennedy no precisa inferir la creencia de Calvino en la expiación universal a partir de lo de lo que él no dice; proporciona muchas citas de Calvino, especialmente de sus comentarios, que son declaraciones universales irrestrictas con respecto a la expiación. Dos citas deben ser suficientes aquí. En su comentario sobre Gálatas Calvino escribió con respecto a 1:14: «[Pablo] dice que esta redención fue obtenida por la sangre de Cristo, pues por el sacrificio de su muerte todos los pecados del mundo han sido expiados.»[31]  En su comentario sobre Isaías Calvino escribió de Cristo que «sobre él fue puesta la culpa de todo el mundo»[32].  Otra vez, Calvino escribió en un sermón sobre la deidad de Cristo:

«Él [Cristo] debe ser el redentor del mundo. Él debe ser condenado, de hecho, no por haber predicado el Evangelio, sino que por nosotros él debe ser oprimido,por así decirlo, a las profundidades más bajas ysostener nuestra causa, ya que él estuvo allí, por así decirlo, en la persona de todos los malditos y de todoslos transgresores, y de aquellos que merecían la muerte eterna. Una vez que Jesucristo tiene ese oficio y lleva las cargas de todos aquellos que ofendieron a Dios mortalmente, es por eso que él se mantiene en silencio.»[33]

Después de citar numerosos pasajes de los escritos de Calvino, Kennedy concluye: «Estos pasajes proporcionan solo una muestra de los muchos lugares donde Calvino usa un lenguaje universal para describir la expiación».[34] Kennedy continúa examinando el único pasaje de Calvino que los partidarios de la expiación limitada tienden a señalar que parece probar su creencia en la doctrina: sus comentarios sobre el pasaje de cuño universal 1 Juan 2:2 en su comentario sobre esta carta. Kennedy argumenta que allí Calvino simplemente estaba tratando de evitar cualquier interpretación del versículo como enseñando que todos serán salvos al final.[35] Además, él señala acertadamente que un único pasaje, dentro de los muchos pasajes que tratan sobre el alcance de la expiación, difícilmente debería interpretarse para contradecir al resto.

¿Realmente importa si Calvino creía en la expiación universal o en la expiación limitada? No. Nadie duda que Calvino estaría firmemente a favor de los otros cuatro puntos del TULIP. Si hubiera vivido más tiempo, ¿habría encontrado su camino a la «L»? Tal vez. Ciertamente algunos de sus sucesores inmediatos lo hicieron. Sin embargo, el hecho de que Calvino aparentemente novio la expiación limitada explícitamente enseñada en las Escrituras minimiza las reivindicaciones de los calvinistas rígidos, que dicen que ella es claramente enseñada en la Biblia.

Más importante que si Calvino creía en la expiación limitada es si Pablo lo creía. ¿Hay algún versículo en las cartas de Pablo que contradiga clara e inequívocamente la doctrina de la redención particular? Yo creo lo que hay. En todas mis lecturas de literatura calvinista y anticalvinista no he encontrado ninguna mención de 1 Corintios 8:11, aunque este único versículo parezca contradecir la expiación limitada. En este pasaje, Pablo escribe al cristiano que insiste en hacer alarde de su libertad de comer carne en un templo pagano, incluso a la vista de los cristianos que tienen una conciencia más débil y que podrían «tropezar». «Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió». Claramente, Pablo está emitiendo una advertencia grave a aquellos de “fe fuerte” para que eviten ofender a las conciencias de sus hermanos más débiles. Su advertencia es que al ejercer la libertad cristiana públicamente, por sobre el legalismo, un “cristiano fuerte” puede, en verdad, hacer que una persona amada por Dios, por quien Cristo murió, sea “destruida”, se “pierda”.[36]

Ahora, si la expiación limitada fuese verdadera, la advertencia de Pablo es una amenaza vacía porque no puede suceder. Una persona por quien Cristo murió no puede ser destruida, perdida. Cristo murió solo por los elegidos, y los elegidos son atraídos irresistiblemente hacia Dios (el tema del siguiente capítulo) y serán preservados por Dios (la «P» en TULIP) sin importar lo que suceda.

Los creyentes en la expiación limitada plantean dos objeciones. Primero, lo que significa «destruido» [la RV60, y otras, traducen perder]; ¿la palabra no podría significar solamente «dañado» o «herido»? La palabra griega traducida como «destruido» es apollytai, que significa «destruir, perecer, morir». Es poco probable, si no imposible, que la palabra pueda significar cualquier otra cosa, especialmente en este contexto. Segundo, he escuchado a algunos calvinistas insistir en que solo significa «damnificar» o «herir». Pero, ¿por qué la advertencia de Pablo sería tan terrible en este caso? «Por quién murió Cristo» suena como si Pablo estuviera diciendo que esta ofensa es un asunto serio. La conjunción de «por quien Cristo murió» con «herir» simplemente no tiene mucho peso.

El sentido obvio del texto es que Pablo está advirtiendo a los cristianos, que poseen una conciencia más fuerte, que tengan cuidado de causar la completa ruina y la destrucción, en términos espirituales, de un cristiano más débil, o al menos de alguien por quien Cristo murió. Si eso es así, y estoy firmemente convencido de que ninguna otra exégesis es razonable, este versículo destruye la doctrina de la expiación limitada al demostrar que Pablo no creía en ella.

Antes de pasar a otras objeciones a la expiación limitada, quiero eliminar el argumento de que la expiación universal implica necesariamente universalismo. ¡No es así! Primero, incluso Calvino sabía que hay una diferencia entre la muerte expiatoria de Cristo en lugar de alguien, y los beneficios de esta expiación siendo aplicados en la vida de la persona para el perdón. El perdón, para Calvino, es claramente condicional; el perdón exige fe y arrepentimiento.[37] Es decir, la persona elegida no es salva en el momento en que Cristo murió por ella; esa salvación personal es una obra del Espíritu Santo a través de la Palabra cuando Dios da los dones de fe y arrepentimiento para el perdón. Incluso la regeneración ocurre simultáneamente con el arrepentimiento y no, por supuesto, cuando Cristo murió por la persona elegida.[38] Prácticamente todos los calvinistas que conozco creen que la «salvación» es la experiencia de una persona solo cuando los beneficios de la muerte de Cristo son aplicados en la vida de ella; las personas aún no están salvas en el momento en que Cristo murió por ellas.

Siendo así, el argumento de que la expiación universal implica necesariamente la salvación universal no tiene en cuenta la brecha, por así decirlo, entre la muerte de Cristo por alguien y la aplicación de sus beneficios a la vida de esa persona. Todos por quienes Cristo murió no fueron ya salvos cuando él murió. Incluso en el calvinismo de cinco puntos, la muerte de Cristo no «realiza» la salvación de las personas, sino que la «garantiza», como dicen Piper y otros. Pero incluso Piper y otros defensores de la expiación limitada están de acuerdo en que las personas por quienes Cristo murió, en el sentido de sufrir su castigo, deben tener fe para que sean salvas por la muerte de Cristo.

Creo, al igual que todos los arminianos y otros protestantes no calvinistas, que Cristo murió por cada persona humana de tal manera que garantice la salvación de ellas (Cristo garantiza que todo el que cree será salvo) sin que por ello se exija que sí o sí sean salvas (Cristo dice que el que rehúsa creer no será salvo). La apropiación subjetiva es una condición para que dicha salvación garantizada sea posesión de uno. ¿Significa eso que se desperdició algo de la sangre de Cristo? Quizás. Y eso es lo que hace que la muerte espiritual y el infierno sean tan trágicos: ellos son absolutamente innecesarios. Pero Dios, en su amor, prefería desperdiciar algo de la sangre de Cristo, por así decirlo, en lugar de ser egoísta con ella. Una analogía ilustrará mi punto aquí. Justo un día después de su toma de posesión, el presidente Jimmy Carter cumplió su promesa de campaña y garantizó un perdón total para todos los que resistieron el reclutamiento durante la guerra de Vietnam huyendo de los Estados Unidos a Canadá u otros países. En el momento en que firmó esa orden ejecutiva, cada exiliado estaba libre para regresar a casa con la garantía legal de que no sería procesado. «Todos están perdonados; regresen a casa», fue el mensaje para cada uno de ellos.

Esto le costó caro al presidente Carter; algunos creen que la ley fue tan controvertida, especialmente entre los veteranos, que ella contribuyó a su derrota ante Ronald Reagan en las próximas elecciones. Sin embargo, aunque hubo una amnistía general y un indulto, muchos exiliados eligieron quedarse en Canadá o en otros países a los que habían huido. Algunos murieron sin siquiera hacer uso de la oportunidad de volver a estar en casa con familiares y amigos. El costoso perdón no les hizo bien algún, pues él precisaba ser apropiado subjetivamente a fin de ser usufructuado objetivamente. Dicho de otra manera, aunque el perdón era objetivamente de ellos, para que pudiesen beneficiarse de él, ellos precisaban haberlo aceptarlo subjetivamente. Muchos no lo hicieron.

La afirmación de que la expiación objetiva necesariamente incluye o exige una salvación subjetiva y personal es errónea. El argumento, tan frecuentemente utilizado, al menos desde la obra de John Owen The Death of Death in the Death of Christ (La Muerte de la Muerte en la Muerte de Cristo) [39], de que Cristo o murió por todos y por lo tanto todos son salvos, o que él murió por algunos y por lo tanto algunos se salvan, es lógicamente absurdo. Simplemente ignora la posibilidad real de que Cristo sufrió el castigo por muchas personas que nunca usufructuarán de esta liberación del castigo. ¿Por qué sufriría Cristo el castigo por las personas que nunca disfrutarían de sus beneficios? Por causa del amor de Dios para todos (omnibenevolencia divina).

Aún hay otra cuestión en el argumento de Owen (y de la mayoría de los calvinistas rígidos) de que el mismo pecado no puede ser castigado dos veces. Una vez más, eso es simplemente falso. Imagine a una persona que recibe una multa de $ 1,000 por un mal comportamiento y otra persona interviene y paga la multa. ¿Qué sucede si la persona multada se niega a aceptar ese pago e insiste en pagar la multa él mismo? ¿La corte reembolsará automáticamente los primeros $ 1,000? Probablemente no. Es el riesgo que la primera persona corre al pagar la multa de su amigo por él. En una situación como esa, el mismo castigo se pagaría dos veces. No es que Dios cobre el mismo castigo dos veces; es el pecador el que rechazó la oferta gratuita de salvación, sometiéndose a sí mismo al castigo que ya fue sufrido por él. Y, como se señaló anteriormente, eso es lo que hace al infierno tan terriblemente trágico.

Entonces, hay una diferencia entre la provisión del perdón de pecados y la aplicación del perdón de los pecados. Calvino lo sabía. Sospecho que la mayoría de los calvinistas lo saben, pero tal conocimiento asume una posición secundaria ante el deseo de ellos de esgrimir el argumento de que la expiación universal exigiría la salvación universal. El teólogo arminiano Robert Picirilli (n. 1932) tiene razón cuando dice en relación con 1 Timoteo 4:10 (Que por esto también trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente, el cual es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen), él dice «Que Él [Jesús] es el salvador de todos los hombres habla de provisión; que Él es el salvador especialmente de los que creen, habla de aplicación.»[40]

Muchos calvinistas han argumentado que la creencia en la expiación universal conduce al universalismo (que todas las personas serán salvas indefectiblemente). Señalan a ciertos arminianos de los siglos XVIII y XIX que formaron la base del movimiento Universalista (que más tarde se unió a la iglesia unitaria). Sin embargo, mi opinión es que el calvinismo, con su doctrina de la expiación como garantizando la salvación de manera necesaria, de suerte que todos aquellos por quienes Cristo murió deben ser salvos, conduce al universalismo. La razón es que para alguien que toma absolutamente en serio el claro testimonio bíblico del amor universal de Dios para todas las personas, y cree que la expiación necesariamente asegura la salvación, el universalismo está a solo un paso. La única forma de apartarse del universalismo es negando el amor de Dios en su sentido más pleno y verdadero o negando que la expiación necesariamente implique la salvación de la persona expiada.

Un estudio de caso en esta trayectoria desde el calvinismo al universalismo es Karl Barth, quien, estoy convencido, llegó a creer en la doctrina de la apokatastasis: que todos son o serán salvos al final. Lo hizo sin sacrificar la T, la U, la I y la P de TULIP. Él retuvo la noción calvinista errónea de que la sustitución penal necesariamente asegura la salvación subjetiva personal [41]. Una vez que llegó a creer que Cristo murió por todos sin excepción, porque Dios es «el que ama en libertad», el universalismo fue lo que, lógicamente, vino después.

Me parece, y a muchos otros no calvinistas, que cualquier persona que tenga una comprensión profunda del testimonio bíblico de Dios como revelado especialmente en Jesucristo, pero también en versículos como Juan 3:16 y 1 Juan 4: 8, deberá desistir de la redención particular y, para evitar el universalismo, de cualquier conexión necesaria entre la redención realizada y la redención aplicada. Los calvinistas de cuatro puntos, que intentan negar «L» pero se aferran al resto de TULIP, tienen que explicar por qué Cristo sufriría el castigo por los réprobos: los pecadores a los que Dios, intencionalmente, les niega la posibilidad de salvación.

La mayoría de los calvinistas rígidos, incluidos Boettner, Steele y Thomas, Sproul y Piper, creen apasionadamente en el evangelismo universal; ellos rechazan el hipercalvinismo que dice que una oferta de salvación bien intencionada no puede hacerse a todos ni por Dios ni por los predicadores. Sin embargo, como ya se indicó, existe tensión, e incluso conflicto, entre la expiación particular y el evangelismo indiscriminado. Entre otros críticos de la expiación limitada, Gary Schultz ha argumentado convincentemente que no hay sinceridad en una predicación indiscriminada del evangelio y la invitación al arrepentimiento, creer y ser salvo, si la expiación limitada fuese verdadera. «El quid de la cuestión», señala con razón:

«¿Cómo el evangelio puede ser genuinamente ofrecido a los no elegidos, si Dios no hizo ningún pago por sus pecados?… Si Cristo no pagó por los pecados de los no elegidos, entonces es imposible ofrecer genuinamente la salvación a los no elegidos, ya que no hay salvación disponible para ofrecerles. En cierto sentido, cuando el evangelio es ofrecido, los no elegidos estarían recibiendo una oferta de algo que nunca existió para que ellos, para iniciar la conversión, pudieran recibir.»[42]

Entonces Schultz deja la cuestión extremadamente clara y fácil de entenderse: «Si la expiación fue solamente para los elegidos, predicar este mensaje a los no elegidos sería, en el mejor de los casos, darles una falsa esperanza y, en el peor, una falsedad en sí mismo».[43]

Algunos calvinistas pueden responder que un predicador nunca sabe con certeza quiénes en su audiencia son los elegidos y quiénes no son elegidos, por lo que debe ofrecer la salvación a todos mientras piensa en su propia mente que solo los elegidos responderán. Pero dos cosas bloquean esa objeción. Primero, la mayoría de los calvinistas, no hipercalvinistas, creen que no solo el predicador, sino también el mismo Dios ofrece salvación a todos como una «oferta bien intencionada» (como se mencionó anteriormente como parte de una declaración de la Iglesia Reformada contra el hipercalvinismo). Ciertamente Dios sabe quiénes son los elegidos y los no electos. Entonces, ¿por qué Dios, teniendo ese conocimiento, ofrecería la salvación de manera bien intencionada a aquellos a los cuales Él no tiene ninguna intención de salvar, y por los cuales Cristo no murió? En segundo lugar, si el predicador supiera quienes son electos y quienes no lo son, ¿realmente creería que está haciendo una oferta bien intencionada al ofrecer a todos, indiscriminadamente, el evangelio de salvación?

¿Cuál es la aplicación práctica aquí? Es simplemente esto: si crees que puede haber algunos en tu audiencia que no pueden ser salvos, porque Cristo no hizo ninguna provisión para su salvación, no puedes de manera totalmente honesta predicar que todos pueden venir a Cristo a través del arrepentimiento y la fe en razón de que Cristo murió por ellos, no puedes hacer una oferta bien intencionada.  El calvinista, si es honesto, tiene que adaptar su oferta e invitación para que ella se adapte a su teología, y decir algo como esto: «Si eres uno de los elegidos de Dios, y si Cristo murió por ti, puedes ser salvo respondiendo con arrepentimiento y fe». No puedes decir indiscriminadamente: «Cristo murió por ti para que puedas ser salvo; arrepiéntete y cree para que Dios perdone tus pecados y te acepte como su hijo». Pero parece que el calvinismo está diciendo que Dios daría una oferta e invitación de segunda, por lo que el predicador también puede hacerlo [Dios estaría ofreciendo salvación inexistente a los no elegidos, y el predicador hace lo mismo y le llama “oferta bien intencionada]. Pero eso sería insincero para Dios y el predicador. El punto es que, en la medida en que el predicador cree en la expiación limitada, debe unirse a los hipercalvinistas, y no ofrecer el evangelio de salvación a todos indiscriminadamente. Además, ¿cómo la creencia en la expiación limitada puede no  limitar el evangelismo?

La alternativa a la Expiación Limitada o Redención Particular

Afortunadamente, la expiación limitada/particular no es la única opción para los cristianos que consideran lo que Cristo logró en la cruz. Una persona puede afirmar la sustitución penal, incluyendo la creencia de que Cristo cumplió la ley para todos y sufrió el castigo de todos, y también creer que las personas deben apropiarse subjetivamente de esos beneficios por fe para ser salvos. Esta fue, por ejemplo, la doctrina de John Wesley. También es la doctrina de muchos bautistas y otros que a veces aceptan ciertos puntos del calvinismo, pero no la expiación limitada (por muy inconsistente que eso pueda ser).

La gran mayoría de los cristianos a lo largo de los siglos, incluidos todos los Padres de la Iglesia (incluyendo también a Agustín) creían en la expiación universal. El gran padre de la iglesia Atanasio, muy apreciado por todos los cristianos, incluyendo ortodoxos orientales, católicos romanos y protestantes,insistió firmemente en que, con su muerte, Cristo trajo la salvación a todos sin excepción:

«Convenciéndose, pues, el Verbo de que la corrupción de los hombres no se suprimiría de otra manera que con una muerte universal, y dado que no era posible que el Verbo muriera, siendo inmortal e Hijo del Padre, tomó por esta razón para sí un cuerpo que pudiera morir, para que éste, participando del Verbo que está sobre todos, llegara a ser apropiado para morir por todos y permaneciera incorruptible gracias a que el Verbo lo habitaba, y así se apartase la corrupción de todos los hombres por la gracia de la resurrección. En consecuencia, como ofrenda y sacrificio libre de toda impureza, condujo a la muerte el cuerpo que había tomado para sí, e inmediatamente desapareció de todos los semejantes la muerte por la ofrenda de uno semejante. Puesto que el Verbo de Dios está sobre todos, consecuentemente, ofreciendo su propio templo y el instrumento corporal como sustituto por todos, pagaba la deuda con su muerte; y como el incorruptible Hijo de Dios estaba unido a todos los hombres a través de un cuerpo semejante a los de todos, revistió en consecuencia a todos los hombres de incorruptibilidad por la promesa referente a su resurrección.»[44]

Claramente Atanasio (junto con todos los Padres de la Iglesia griega y latina, como también Martín Lutero, Juan Wesley y muchos otros grandes hombres y mujeres conservadores en la historia cristiana) creía que Cristo murió por todos sin excepción, incluso sufriendo la pena por los pecados de todos. Claramente también Atanasio no creyó (como algunos pocos padres de la iglesia griega lo hicieron o especularon sobre ello siguiendo a Orígenes) en el universalismo. Él declaró claramente, para que no se malinterprete, que la salvación completa en el sentido de la vida eterna llega finalmente solo a aquellos que se arrepienten y creen, y que muchas almas se perderán para siempre porque rechazan a Cristo.

Lo que los padres griegos y casi todos los cristianos de renombre creían sobre el alcance y extensión de la expiación (hasta los seguidores escolásticos de Calvino) era que Cristo era el sustituto de todos sin excepción, de tal manera que todo obstáculo para el perdón de Dios para cada persona era removido por Su muerte. También creían que los beneficios de ese sacrificio solo se aplicarían a las personas que creen, ya sea que fuesen elegidos (Lutero y Calvino) o que elijan libremente recibir la gracia de Dios (Atanasio [y el consenso unánime de los Padres de la Iglesia], Tomás de Aquino [y la doctrina Católica], la Iglesia Ortodoxa Griega y la Copta, los anabaptistas, Wesley, etc.).

Esta ha sido la enseñanza ortodoxa de la Iglesia en todo tiempo; mientras que la expiación limitada/particular es una enseñanza anómala en la iglesia [una novedad teológica del S. XVI]. El hecho de que esta enseñanza haya existido entre los calvinistas durante mucho tiempo (¡pero solo después de Calvino!) no la hace menos anómala. Incluso algunos de los clérigos reformados que se reunieron en el Sínodo Calvinista de Dort rechazaron este punto del llamado posteriormente TULIP, al igual que lo rechazaron los Remonstrantes (arminianos). Luego, cincuenta años después, muchos puritanos de la Asamblea de Westminster que escribieron la Confesión de Fe de Westminster se opusieron a esta doctrina.[45] ¿Qué pasó? Evidentemente, que las voces más fuertes e insistentes ganaron la batalla a pesar de no tener la verdad de su lado. Hasta el día de hoy, muchos calvinistas no pueden soportar este elemento del sistema TULIP, y lo apartan y rechazan, incluso si eso los pone en conflicto con el resto de lo que creen y con sus compañeros reformados calvinistas [Como le sucedió a Spurgeon].

Roger Olson, Contra el Calvinismo. Traducido al español por Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de la Iglesia – 2022


[1] Calvin, Institutos 2.16.5

[2] Ibid., 2.16.6

[3] Ibid., 2.16.5

[4] Gustaf Aulén, Christus Victor: Un estudio histórico de los tres tipos principales

de la idea de expiación (Nueva York: Macmillan, 1969).

[5] Calvin, Institutos 2.16.7

[6] Ibid., 2.16.4

[7] Boettner, La Doctrina Reformada de la Predestinación , 152.

[8] Ibid., 157.

[9] Ibíd., 160

[10] Steele y Thomas, Los cinco puntos del calvinismo, 39.

[11] Ibíd.

[12] Ibíd., 46.

[13] Palmer, Los Cinco Puntos del Calvinismo

[14] Ibíd.

[15] Ibíd.

[16] Ibíd.

[17] Sproul, ¿Qué es la teología reformada?

[18] Ibíd., 163.

[19] Ibíd., 166

[20] Ibíd., 169

[21] Ibíd., 171.

[22] Vernon C. Grounds, «La gracia salvífica universal de Dios», en Grace Unlimited , ed. Clark H. Pinnock (Minneapolis: Bethany, 1975), 27.

[23] Piper, The Pleasures of God, 165.

[24] Ibíd., 165, 167.

[25] Piper, “For Whom Did Christ Die?»

[26] Ibíd.

[27] Ibíd.

[28] David L. Allen, “The Atonement: Limited or Universal?” in Whosever Will, 93.

[29] R. T. Kendall, Calvin and English Calvinism to 1649 (Oxford: Oxford Univ. Press, 1979).

[30] Kevin Kennedy, “Was Calvin a ‘Calvinist’? John Calvin on the extent of the atonement,” em Whosoever Will: A Biblical-Theological Critique of Five-Point Calvinism, ed. David L. Allen and Steven W. Lemke (Nashville, TN: Broadman & Holman, 2010), 195.

[31] Ibíd., 198

[32] ibíd.

[33] Ibíd., 199 – 200

[34] Ibíd., 200

[35] Ibíd., 211

[36] Algunos lectores pueden preguntarse acerca de la relevancia de este pasaje para lo que a veces se denomina «seguridad eterna», la perseverancia incondicional de los santos. Me parece posible interpretarlo de ambas maneras, como refiriéndose a alguien que ya es creyente y podría perder su salvación debido a la ofensa del hermano más fuerte, ocomo haciendo referencia a una persona que aún no es cristiana (pero por quien Cristo murió) que puede ser apartado o alejado por la ofensa.

[37] Calvino, Institutos 3.3.19

[38] Ibíd., 3.3.9

[39] Muchas ediciones de este libro de John Owen (1616–1683) están disponibles, como: La muerte de la muerte en la muerte de Cristo , ed. J.I. Packer (Londres: Banner of Truth Trust, 1963).

[40] Picirilli, Grace, Faith, Free Will, 136. [En español: Picirilli, Gracia, Fe & Libre albedrío].

[41] Para un análisis detallado y minucioso del movimiento de Barth del calvinismo de cinco puntos al universalismo, ver g. C. Berkouwer, The Triumph of Grace in the Theology of Karl Barth (El triunfo de la gracia en la teología de Karl Barth) (Grand Rapids: Eerdmans, 1956). Si bien Berkouwer no acusa a Barth de un descarado universalismo, sí indica que la salvación universal está implícita en la doctrina de la elección de Barth. Estoy de acuerdo con esa evaluación.

[42] Gary L. Schultz, Jr., “Why a Genuine Universal Gospel Call Requires an Atonement That Paid for the Sins of All People,” (Por qué un llamado universal genuino al Evangelio require una expiación que paga por los pecados de todas las personas) Evangelical Quarterly 82:2 (2010): 122.

[43] Ibíd., 115

[44] Atanasio de Alejandría, La Encarnación del Verbo II.9.  Editorial Ciudad Nueva, p. 55-56

[45] Para estos hechos históricos, vea Allen, “The Atonement: Limited or Universal?” 67 – 77.