¿La iglesia Católica Romana nos dio la Biblia?

«¿Crees que la Biblia es Palabra de Dios?»

«Sí, lo creo.»

«¿Y cómo sabes que es Palabra de Dios?»

«¿…?»

Algunos apologetas romanistas nos quieren hacer creer que nuestra fe no tiene fundamento razonable pues no podemos demostrar, por medio de la razón, en qué nos basamos para asegurar que la Biblia es Palabra de Dios. ¿Y cómo sabes que la Biblia es Palabra de Dios? Según ellos, nosotros no tenemos respuesta a esa pregunta porque la única forma posible de afirmar que la Biblia es Palabra de Dios sería diciendo que lo creemos porque así lo afirma la Iglesia Católica, pues ella es quien nos dio esa Biblia; y como nosotros no creemos en la Iglesia Católica no tenemos lógica en lo que afirmamos. En este punto quiero recordarles hermanos que los apologistas romanistas muy difícilmente puedan afirmar algo sin manipular (distorsionar) las Escrituras, a los Padres de la Iglesia y a toda la Historia de la Iglesia; por eso este planteamiento que nos hacen es falaz desde su origen.

La falacia en este argumento romanista consiste precisamente en hacernos creer que fue la iglesia Católica Romana la que nos dio la Biblia, que fue un papa quien recopiló los escritos sagrados y le dijo a la cristiandad: «¡He aquí la Palabra de Dios!». Nada más lejos de la realidad, eso es pura fantasía. La verdad es que fue toda la Iglesia la que durante varios siglos participó en la labor de recopilación, validación, selección y aprobación de los textos canónicos, y en donde el obispo de Roma fue solo uno más entre los muchísimos obispos que con autoridad apostólica recopilaron esos textos sagrados.

Un poco de historia:

«Los criterios de canonicidad invocados para el establecimiento del canon neotestamentario fueron básicamente tres: el origen apostólico del escrito en cuestión, el uso tradicional del mismo en la liturgia desde tiempos inmemoriales y el carácter ortodoxo de la doctrina expuesta.»    [TREBOLLE BARRERA, Julio. La Biblia judía y la Biblia cristiana. Introducción a la historia de la Biblia. Edit. Trotta, p. 166]

Algunos apologetas romanistas suelen decir que la lista del canon de las Sagradas Escrituras fue entregada a la Iglesia por primera vez por el papa Dámaso, en lo que se conoce como Decretum Damasi; en realidad no es así, y no lo digo yo, lo dice el Dezinger[1]: «Aunque el texto no sea autentico, se piensa no obstante que sus enunciados fundamentales son damasianos.» «Se trata de documentos de época diferente, que fueron recopilados al principio del siglo VI por un clérigo, en el Norte de Italia o en el Sur de Francia.» [Dezinger-Hünermann, introducción a *178 y *350].  Básicamente el texto no es auténtico y es muy posterior, y no se puede utilizar como prueba. Lo que sí es cierto es que en el Sínodo III de Cartago, 28 de agosto del 397, ya se menciona una lista de libros canónicos (que incluía los deuterocanónicos):

«[Se estableció]… que en la Iglesia, fuera de las Escrituras canónicas, nada sea bajo el nombre de «Escrituras divinas». Ahora bien, las Escrituras canónicas son…» [Dezinger-Hünermann *186]

Por un lado los romanistas dirán que fue la iglesia Católica Romana quien entregó a la Iglesia las Escrituras, por otro lado los ortodoxos dirán que fue la iglesia Católica Ortodoxa la que nos dio las Escrituras. Y ambas tienen una parte de razón, pero no toda la razón, pues ambas iglesias son una parte y no la totalidad de la Iglesia. No fue un papa (llámese Dámaso o quien sea), ni un obispo o patriarca el que compiló el canon bíblico y lo puso a disposición de la Iglesia; fueron todos los obispos, especialmente los que poseían sede apostólica y los que conformaron la pentarquía, quienes con el correr de los años fueron haciendo de filtro para probar qué escritos tenían autoridad canónica, y cuales no la tenían. Ningún obispo romano hizo el trabajo solo, allí estuvieron también los obispos jerosolimitanos, constantinopolitanos, antioquenos, alejandrinos, es decir, la pentarquía recopilando información a su vez de los demás obispos de ciudades más pequeñas. La Biblia nos fue dada por la Iglesia, no por una iglesia en particular.

La iglesia Católica Romana no proclamó un canon definitivo hasta el Concilio de Trento, en el siglo XVI; la iglesia Ortodoxa y demás iglesias orientales nunca establecieron definitivamente un canon inspirado; mientras tanto los protestantes, aunque consideran cerrado el canon bíblico, ante la ausencia de un concilio universal propio no han hecho una proclamación oficial. Es por ello que el mismo Lutero no consideraba a todos los libros del N.T. con la misma autoridad, y yo no me espanto cuando leo que Lutero pretendió quitar algunos libros del N.T. Y es que para su época el canon sagrado no había sido aún cerrado definitivamente y autoritativamente por medio de un concilio en la iglesia Católica Romana, esto recién sucedió en el Concilio de Trento. Algunos apologetas romanistas exclaman excitados ¡Lutero quiso sacar libros de la Biblia! Tranquilos muchachos, no griten gol antes de que empiece el partido: ¡ustedes también quisieron sacar libros de la Biblia! Leamos lo que dice Dezinger-Hünermann en su introducción a la Sesión Cuarta del Concilio de Trento:

« Decreto sobre la aceptación de los sagrados libros y tradiciones: En el tiempo del concilio se puso en duda repetidas veces la canonicidad de los siguientes libros de la Sagrada Escritura: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, libros I y II de Macabeos, Carta a los Hebreos, Carta II de Pedro, Carta de Santiago, Cartas II y III de Juan, Carta de Judas, Apocalipsis y determinadas partes del libro de Daniel.»    [Dezinger-Hünermann. Concilio de Trento. Sesión cuarta, 8 de abril de 1546. Introducción a *1501]

Hermanos, esto que acabamos de leer es muy importante porque demuestra dos cosas relevantes, la primera es que no fue solamente Lutero quien dudó de la canonicidad de algunos libros de la Biblia, sino que «en el tiempo del concilio se puso en duda repetidas veces la canonicidad…» por parte de los mismos católicos romanos, mucho después de Lutero; y en segundo término esto nos demuestra que la iglesia Católica Romana no puede jactarse de haber sido ella quien nos dio la Biblia pues recién se puso de acuerdo y fijó su canon en el año 1546.

«Cuando Lutero publicó una traducción al alemán del NT en 1522, él incluyó los 27 Libros del canon tradicional a pesar de que dejó plasmadas algunas notas de desaprobación sobre los Libros disputados. En la tabla de contenidos, él los enumeró por separado de los Libros de autoridad innegable. Al parecer, para Lutero los Libros del NT se dividían en cánones de primera y segunda clase. Los 27 Libros en su totalidad procedían de Dios, pero él no creía que Hebreos, Santiago, Judas y Apocalipsis estuvieran a la altura de los demás.»   [Howard, Jeremy Royal. Guía esencial de la Biblia. Origen, Transmisión y Canonización de los Libros del N.T. B&H Publishing Group]

«El debate fue especialmente agudo en el siglo XVI, durante la Reforma. La traducción de Lutero agrupaba los deuterocanónicos al final como «libros que no se igualan con la sagrada Escritura, pero cuya lectura es útil y buena». Igual hacen la Biblia de Zurich, publicada por Zwinglio y otros, y la Olivetana, con prólogo de Calvino. El concilio de Trento impuso el canon «amplio», basándose en el uso constante de esos libros dentro de la Iglesia. Entre las Iglesias orientales separadas, admiten el canon amplio la siria, copta, armenia y etíope. La rusa rechaza los deuterocanónicos a partir del siglo XVIII. La griega lo deja como cuestión libre.»    [Introducción al Antiguo Testamento. SICRE, José Luis. Ed. Verbo Divino, p. 53-55]

Tres razones por la que creo que la Biblia es Palabra de Dios (enfocándome principalmente en el N.T.)

1ª  Razón: Porque es razonable que el Señor nos dejara su Palabra por escrito.

Creo que así como el Señor le entregó al pueblo de Israel unos escritos sagrados, mediante autores a los que el Señor impulsó a dejar en letras lo revelado; así también es lógico creer que el Señor dejase a su Iglesia un cuerpo de escritos sagrados para guiarla. Cuando el Señor estaba preparando a sus discípulos para lo que habría de venir no les dijo «y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre: la Biblia». No, no dijo eso, dijo que «el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14:26), esto es verdad, pero también es lógico pensar que una de las mejores formas para recordar «todo lo que yo os he dicho» es la acción del Espíritu Santo inspirando a hombres para dejar por escrito lo que vieron y oyeron. Esta primera razón me lleva a preguntarme ¿y quién me entregó de manera confiable estos escritos?

2ª Razón: Porque la Iglesia nos entregó con su autoridad esas Escrituras Sagradas

Si le creemos al apóstol Pablo, deberíamos creer lo que nos dice en 1 Timoteo 3:15 «es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad». Si la Iglesia es columna y baluarte de la verdad, y si el Señor prometió a sus apóstoles que el Espíritu Santo los guiaría a toda verdad, por consiguiente debo creer que la Iglesia (sucesora de los apóstoles), guiada por el Espíritu Santo, no ha errado en dejarnos esa verdad por escrito. Claro, aquí es donde surge la falacia romanista en todo su esplendor: «la iglesia Católica te dio la Biblia, por lo tanto debes creer en la autoridad de la iglesia Católica». Respondo a esto: sí y no. Sí porque afirmo lo mismo que san Agustín:

“Mas, aunque la razón fuera incapaz de comprender y la palabra impotente para expresar una realidad, sería necesario considerar verdadero lo que desde toda la antigüedad cree y predica la verdadera fe católica en toda la Iglesia”. [Agustín. Réplica a Juliano. Libro VI.V.11. Escritos Antipelagianos 3. BAC]

Yo, en verdad, no creería en el Evangelio si no me impulsase a ello la autoridad de la Iglesia católica. […] Si te agarras al Evangelio, yo me agarraré a aquellos por cuyo mandato creí al Evangelio, y por cuya orden en ningún modo te creeré a ti. Porque si, casualmente, pudieras hallar algo claro en el Evangelio sobre la condición de apóstol de Manes, tendrás que quitar peso ante mí a la autoridad de los católicos que me ordenan que no te crea; pero disminuida esa autoridad ya no podré creer ni en el Evangelio, puesto que había creído en él amparándome en la autoridad de ellos. Y de esa manera, ningún valor tendrá para mí lo que saques de él. Por tanto, si en el Evangelio no se habla nada claro sobre la condición de apóstol de Manés, creeré a los católicos antes que a ti. […] En los Hechos de los Apóstoles leemos quién ocupó el lugar del que entregó a Cristo. Si creo en el Evangelio, necesariamente he de creer en ese libro porque la autoridad católica me encarece igualmente uno y otro escrito. En el mismo libro leemos también el relato conocidísimo de la vocación y apostolado de Pablo. Léeme ya, si puedes, un texto del Evangelio donde se nombre a Manés como apóstol, o de cualquier otro libro en el que confiese haber creído ya.» [Agustín. Réplica a la carta de Manés 5.]

«[…] te falta tiempo para afirmar que no es de Mateo el relato que toda la Iglesia, desde las sedes apostólicas hasta los obispos actuales en sucesión garantizada, dice que es de Mateo. […] creed vosotros también que es de Mateo este libro que la Iglesia trajo, sin solución temporal, desde la época en que el mismo Mateo vivía en carne hasta nuestros días, a través de una sucesión asegurada por la unidad. […] Quizá me presentes algún otro libro que lleve el nombre de algún apóstol, que consta que fue elegido por Cristo, en el que se lea que Cristo no nació de María. Como necesariamente uno de los dos libros ha de ser mendaz, ¿a cuál de ellos piensas que debemos dar credibilidad? ¿A aquel al que la iglesia, que tomó comienzo del mismo Cristo, llevada adelante por los apóstoles mediante una serie garantizada de sucesiones hasta el momento presente y extendida por todo el orbe de la tierra, reconoce y aprueba como trasmitido y conservado desde el inicio, o a aquel otro al que la misma iglesia desaprueba por ser desconocido…?»    [Agustín. Réplica a Fausto. Libro XXVIII. 2. Traducción: Pío de Luis, OSA]

En este punto los apologistas romanistas están tan contentos que aplauden con las orejas, comienzan a levitar y a gritar extasiados «¡allí dice la Iglesia Católica, está hablando de nosotros, sí, de nosotros!» Pues no, lamento aguarles la fiesta pero allí no habla de ustedes. Como les he advertido desde el principio, los romanistas se han apoderado del término “católico” y lo han convertido en sinónimo de «romano», pero como les he demostrado en los capítulos anteriores, cuando los padres de la Iglesia hablan de Iglesia Católica no se están refiriendo a la iglesia de Roma sino a la Iglesia Universal, se refieren al todo y no a una parte. Leamos a Agustín y que él nos diga a qué se refiere por Católica:

“En cuanto a las Escrituras canónicas, siga la autoridad de la mayoría de las Iglesias católicas, entre las cuales sin duda se cuentan las que merecieron tener sillas apostólicas y recibir cartas de los apóstoles. El método que ha de observarse en el discernimiento de las Escrituras canónicas es el siguiente: Aquellas que se admiten por todas las Iglesias católicas, se antepongan a las que no se acepten en algunas; entre las que algunas Iglesias no admiten, se prefieren las que son aceptadas por las más y más graves Iglesias, a las que únicamente lo son por las menos y de menor autoridad. Si se hallare que unas son recibidas por muchas Iglesias y otras por las más autorizadas, aunque esto es difícil, opino que ambas se tengan por de igual autoridad”. [De la Doctrina Cristiana. Libro II.VIII.12. Traducción: Balbino Martín Pérez, OSA]

Punto importantísmo: habla en plural. Agustín nos aclara aquí cómo usar el término «Iglesia Católica» o «autoridad católica»: «las que merecieron tener sillas apostólicas y recibir cartas de los apóstoles», ¿Cuáles son esas iglesias? Podríamos mencionar a Jerusalén, Antioquía, Corinto, Éfeso, Filipos, Roma, Esmirna, y otras varias más de las que o fueron fundadas por los apóstoles o recibieron supervisión apostólica; todas ellas son la Iglesia Católica, o como dice en el texto penúltimo que leímos: la Iglesia «extendida por todo el orbe de la tierra».

Que quede muy claro, cuando la iglesia primitiva o los Padres de la Iglesia (en este caso Agustín) hablan de «Iglesia Católica» no se refieren a la iglesia sujeta al obispo de Roma, como insisten los apologistas romanistas; sino a toda la Iglesia representada fundamentalmente por aquellas iglesias locales que fueron fundadas o supervisadas por algún apóstol. Con el paso del tiempo la autoridad Católica se concentró en la pentarquía: Roma, Constantinopla, Antioquía, Alejandría y Jerusalén. Después del gran cisma del año 1054 la Iglesia Católica quedó dividida básicamente en dos: la iglesia Católica de occidente, presidida por Roma y conocida como iglesia Católica Romana; y la iglesia Católica de oriente que abarcaba los patriarcados de Constantinopla, Antioquía, Alejandría y Jerusalén, conocida como la iglesia Católica Ortodoxa.

Que nos digan ahora los apologistas católicos romanos ¿por qué le atribuyen a Roma la autoridad sobre toda la iglesia universal cuando en la práctica nunca la tuvo?, ¿por qué nos quieren hacer creer que el Nuevo Testamento nos fue dado por un obispo o papa de Roma, cuando en realidad fue fruto de todas las iglesias del orbe?, ¿por qué hablan como si nunca hubiesen existido otras sedes apostólicas y la pentarquía, entre las cuales el Papa de Roma no era más que el primero entre iguales, y no la cabeza de la Iglesia? Los apologistas romanistas repiten sin investigar lo que otros les han enseñado si haber investigado tampoco; y a fuerza de repetir que Iglesia Católica es sinónimo de Iglesia de Roma lo han impuesto como dogma verdadero, cuando en realidad es una gran mentira, con pátina de antigüedad, sí, pero mentira al fin.

«Ni la costumbre que se había introducido entre algunos ha de impedir que la verdad se imponga y triunfe. Pues una costumbre sin verdad no es más que el envejecimiento de un error.»  [Carta 74, Cipriano a Pompeyo.  Biblioteca Clásica Gredos 255, san Cipriano de Cartago]

3ª Razón: Porque produce el fruto prometido y esperado

Esta es una razón muy subjetiva, lo sé, pero lo empírico también es testimonio del obrar del Espíritu. Creo verdaderamente que el Nuevo Testamento es Palabra de Dios porque produce lo expresado, por ejemplo, en el salmo 119. «¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!  Más que la miel a mi boca.» (Sal. 119:103). Si yo leyese la Biblia y fuese para mí como un periódico viejo, que nada tiene para ofrecerme hoy y que no tiene sentido volver a leer, podría dudar de su origen divino; pero si ella hace en mí lo que promete hacer, y mientras más la leo más la deseo, entonces se cumple lo dicho por el Señor: «las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida». El Nuevo Testamento cumple con lo que se esperaría que cumpla una escritura sagrada, es viva, eficaz, penetrante, siempre nueva, poderosa, consoladora y restauradora.

Hebreos 4:12  «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.»

Conclusión:

Exponen argumentos falaces algunos apologistas católicos romanos cuando afirman que los protestantes y evangélicos no somos lógicos o razonables en nuestra fe. Mienten esos apologistas cuando nos dicen que debemos creer en la autoridad de la iglesia Católica Romana porque ella nos dio las Escrituras. Mienten cuando afirman que nosotros no tenemos respuestas razonables a la pregunta «¿cómo sé que la Biblia es Palabra de Dios?». Yo he dado tres respuestas: 1) Porque es razonable que el Señor nos dejara su Palabra por escrito. 2) Porque la Iglesia Universal, y no la Romana en particular, nos entregó con su autoridad apostólica esas Escrituras Sagradas, me baso pues en el testimonio universal de la Iglesia 3) Porque la Biblia produce el fruto prometido y esperado. Sé que muchos de ustedes podrán agregar más razones, pero para este estudio me basta con estas.

Tengan cuidado, hermanos, de aquellos vendedores de humo que enseñan con autoridad lo que desconocen y se apresuran a enseñar lo que nunca han aprendido.

«La actividad sobre las Escrituras es la que cada uno, indiscriminadamente, reivindica para sí… La vieja charlatana, el viejo decrépito, el sofista hablador, todos se apoderan de ella, se la apropian y la enseñan antes de aprenderla.» [Jerónimo. Ep 53,7. Cit. en Vida y pensamiento de los Padres, Introducción a la patrología III. Editorial Lumen, p.17]

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos y Diarios de la Iglesia 2023

Si estos artículos te han resultado útiles no olvides de compartirlos en tus redes sociales, y para los que puedan ayudarnos económicamente, pueden hacerlo por PayPal. Gracias!


[1] Dezinger-Hünermann. Enchiridion Symbolorum. Biblioteca Herder

Un comentario sobre “¿La iglesia Católica Romana nos dio la Biblia?

Deja un comentario