Dones y milagros entre los Padres de la Iglesia

Hay una lectura que los cesacionistas (aquellos que niegan la continuidad y operatividad de los dones) generalmente evitan hacer, porque le es claramente contraria, y es aquella que podríamos llamar «la receptividad de la época». ¿Cómo se recibía en las distintas épocas las noticias de milagros y manifestaciones sobrenaturales, con escepticismo o con total normalidad? Eso nos dice mucho más de lo que imaginamos. Por ejemplo, cuando uno lee las actas de martirio de aquellos cristianos que entregaron su vida bajo la persecución del imperio romano, puede constatar que en la inmensa mayoría de ellas hay relatos de milagros y hechos sobrenaturales. Mas allá de que lamentablemente esas actas fueron reelaboradas con el paso del tiempo (sobre todo en época medieval), exagerando algunos sucesos hasta convertirlos en casi narraciones fantásticas, que ni el pentecostal más ferviente hoy las creería; sin embargo eso no oculta que aquellos relatos (donde se narraban sucesos milagrosos) fueron bien recibidos por la Iglesia; no se tomaron como algo imposible de suceder. Es decir que la mentalidad de la iglesia no era escéptica, no limitaba los sucesos milagrosos para la época apostólica exclusivamente, sino que consideraba que en cualquier momento podían volver a experimentarse. 

Vamos a tomar un ejemplo claro. Todos conocen sobre el gran ‘campeón de la ortodoxia’: Atanasio de Alejandría; quien fue un obispo y teólogo que defendió con gran valentía la divinidad de Cristo (en una incansable lucha que duró desde el primer Concilio de Nicea, en el 325, hasta cerca del Concilio de Constantinopla en el 381; y le valió cinco destierros). Este santo y docto varón, además de sus obras teológicas, escribió la biografía de Antonio abad, un ermitaño a quien admiraba profundamente. El gran Atanasio les advierte a sus lectores:

Así, no desconfíen de los relatos que han recibido de otros de él, sino que estén seguro de que, al contrario, han oído muy poco todavía. En verdad, poco les han contado, cuando hay tanto que decir. Incluso yo mismo, con todo lo que les cuente por carta, les voy a transmitir sólo algunos de los recuerdos que tengo de él. … Por eso me apresuro a escribir lo que yo mismo ya sé -porque lo vi con frecuencia-, y lo que pude aprender del que fue su compañero. Del comienzo al fin he considerado escrupulosamente la verdad: no quiero que nadie rehuse creer porque lo que haya oído le parezca excesivo, ni que mire en menos a hombre tan santo porque lo que haya sabido no le parezca suficiente.     [Vita Antonii, Atanasio]

Atanasio les asegura que lo que narrará a continuación es una verdad atestiguada por él y por muchos otros. Que Dios…

Por él sanó a muchos de los presentes que tenían enfermedades corporales y liberó a otros de espíritus impuros.

«Cuando finalmente la persecución del emperador cesó [Emperador Maximino, 312 d .C] …. [Antonio] volvió a la soledad, determinó un período de tiempo durante el cual no saldría ni recibiría a nadie. Entonces un oficial militar, un cierto Martiniano, llegó a importunar a Antonio: tenía una hija a la que molestaba el demonio. Como persistía ante él, golpeado a la puerta y rogando que saliera y orara a Dios por su hija, Antonio no quiso salir sino que, usando una mirilla le dijo: «Hombre ¿por qué haces todo ese ruido conmigo? Soy un hombre tal como tú. Si crees en Cristo a quien yo sirvo, ándate y como eres creyente, ora a Dios y se te concederá». Ese hombre se fue creyendo e invocando a Cristo, y su hija fue librada del demonio. Muchas otras cosas hizo también el Señor a través de él, según la palabra: «Pidan y se les dará». Muchísima gente que sufría, dormía simplemente fuera de su celda, ya que él no quería abrirle la puerta, y eran sanados por su fe y su sincera oración.»    [Vita Antonii, Atanasio]

Atanasio nos relata esta enseñanza de Antonio:

En primer lugar, démonos cuenta de esto: los demonios no fueron creados como demonios, tal como entendemos este término, porque Dios no hizo nada malo. También ellos fueron creados limpios, pero se desviaron de la sabiduría celestial. Desde entonces andan vagando por la tierra. Por una parte, engañaron a los griegos con vanas fantasías, y, envidiosos de nosotros los cristianos, no han omitido nada para impedirnos entrar en cielo: no quieren que subamos al lugar de donde ellos cayeron. Por eso se necesita mucha oración y disciplina ascética para que uno pueda recibir del Espíritu Santo el don del discernimiento de espíritus y ser capaz de conocerlos: cuál de ellos es menos malo, cuál de ellos más; que interés especial persigue cada uno y cómo han de ser rechazados y echados fuera.    [Vita Antonii, Atanasio]

Por lo visto, el don de discernimiento de espíritu, y la liberación o expulsión de demonios, estaban vigente y operativos en la época patrística. Continúa Atanasio su relato:

En cuanto a sus visitantes, con frecuencia predecía su venida, días y a veces un mes antes, indicando la razón de su visita. Algunos venían sólo a verlo, otros a causa de sus enfermedades, y otros, atormentados por los demonios. Y nadie consideraba el viaje demasiado molesto o que fuera tiempo perdido; cada uno volvía sintiendo que había recibido ayuda. Aunque Antonio tenía estos poderes de palabra y visión, sin embargo suplicaba que nadie lo admirara por esta razón, sino mas bien admirara al Señor, porque El nos escucha a nosotros, que sólo somos hombres, a fin de conocerlo lo mejor que podamos.

Son numerosas las historias, por lo demás todas concordes, que los monjes han trasmitido sobre muchas otras cosas semejantes que él obró. Y ellas, sin embargo, no parecen tan maravillosas como otras aún más maravillosas. Una vez, por ejemplo, a la hora nona, cuando se puso de pie para orar antes de comer, se sintió transportado en espíritu y, extraño es decirlo, se vio a sí mismo y se hallaba fuera de sí mismo y como si otros seres lo llevaran en los aires. Entonces vio también otros seres terribles y abominables en el aire, que le impedían el paso. Como sus guías ofrecieron resistencia, los otros preguntaron con qué pretexto quería evadir su responsabilidad ante ellos. Y cuando comenzaron ellos mismos a tomarle cuentas desde su nacimiento, intervinieron los guías de Antonio: «Todo lo que date desde su nacimiento, el Señor lo borró; pueden pedirle cuentas desde cuando se consagró a Dios. Entonces comenzaron a presentar acusaciones falsas y como no pudieron probarlas, tuvieron que dejarle libre el paso. Inmediatamente se vio así mismo acercándose -a lo menos, así le pareció- y juntándose consigo mismo, y así volvió Antonio a la realidad.    [Vita Antonii, Atanasio]

Palabra de ciencia, don de sanidades, visiones y éxtasis… no estamos enfatizando que estas cosas eran normales para Antonio abad, sino que ¡resultaban de lo más normal y creíbles para el gran teólogo Atanasio! Y no solo para él sino para los lectores de esa biografía que fueron conmovidos y alentados por esas experiencias.

¿Quieren saber quien fue uno de los profundamente afectados al escuchar esta biografía? Sí, acertaron, mi querido san Agustín. 

“Un día -no recuerdo el motivo de la ausencia de Nebridio-vino a nuestra casa a vernos, a Alipio y a mí, un cierto Ponticiano, africano y compatriota nuestro, que ocupaba en la corte un alto cargo; no sé qué deseaba de nosotros. Nos sentamos para hablar […] nuestra conversación, por iniciativa suya, cayó sobre un tal Antonio, monje de Egipto, cuyo nombre brillaba con el más claro resplandor entre tus siervos, y hasta aquel momento nos era completamente desconocido. Y cuando él se dio cuenta de nuestra ignorancia, se detuvo en aquella conversación, revelando poco a poco aquel hombre a nuestra ignorancia. Nosotros quedábamos atónitos oyendo tus maravillas, perfectamente documentadas, realizadas en la verdadera fe, en la Iglesia católica y tan cerca de nuestros días, que su memoria era fresca. Los tres quedábamos maravillados: yo y Alipio, de tan grandes maravillas, y Ponticiano de lo asombroso de nuestra ignorancia.”    [AGUSTÍN, Las Confesiones, Libro VIII. 14]

Aquí tenemos al mismísimo Agustín, impactado por los milagros y dones operados en y a través de Antonio. Si, como algunos «especialistas en agustinianismo» afirman (sin haber nunca leído sus escritos), que Agustín era cesacionista, lo más normal hubiese sido que rechazara estos relatos, pero nos narra en sus Confesiones que «Nosotros quedábamos atónitos oyendo tus maravillas, perfectamente documentadas». No en vano afirma en uno de sus escritos:

«De dónde nacen las visiones “Procede del espíritu cuando, estando completamente sano y fuerte el cuerpo, los hombres son arrebatados en éxtasis, ya sea que al mismo tiempo vean los cuerpos por medio de los sentidos corporales y por el espíritu ciertas semejanzas de los cuerpos que no se distinguen de los cuerpos, o ya pierdan por completo el sentido corporal y, sin percibir por él absolutamente nada, se encuentren transportados por aquella visión espiritual en el mundo de las semejanzas de los cuerpos. Mas cuando el espíritu maligno arrebata al espíritu del hombre en estas visiones, engendra demoníacos o posesos, o falsos profetas. Si, por el contrario, obra en esto el ángel bueno, los fieles hablan ocultos misterios, y si además les comunica inteligencia, hace de ellos verdaderos profetas; o si, por algún tiempo, les manifiesta lo que conviene que ellos digan, los hace expositores y videntes.”    [Agustín. Del Génesis a la letra. Libro XII. 19.41]

Lo que hemos denominado «la receptividad de la época» nos atestigua que tanto Atanasio de Alejandría como Agustín de Hipona (y la Iglesia que ellos representaban) recibían las narraciones acerca de dones y manifestaciones del Espíritu como algo normal y totalmente factible para aquel momento o época.

Para terminar permítanme compartirles esta porción tomada de la primera biografía de Agustín, escrita por quien fue su discípulo, amigo e incansable colaborador por 40 años: el obispo Posidio. Esto nos dejó narrado sobre los últimos días de Agustín

Me consta también que él, sacerdote y obispo, fue suplicado para que orase por unos energúmenos [endemoniados], y con llanto rogó al Señor, y quedaron libres del demonio. En otra ocasión, un hombre se acercó a su lecho con un enfermo rogándole le impusiera las manos para curarlo. Le respondió que si tuviera el don de las curaciones, primeramente lo emplearía en su provecho. El hombre añadió que había tenido una visión en sueños y le habían dicho: Vete al Obispo Agustín para que te imponga las manos y serás sano. Al informarse de esto, luego cumplió su deseo, e hizo el Señor que aquel enfermo al punto partiese de allí ya sano.   [Posidio. Vida de Agustín, Cap. XXIX. Obras de san Agustín, Tomo I, BAC]

No solo Agustín, sino su círculo íntimo y la iglesia de aquel entonces aceptaban los sucesos y manifestaciones extraordinarias como algo lógico y vigente.  Es lo que hemos llamado «la receptividad de la época», la que nos demuestra que los dones del Espíritu no se consideraban como algo caduco, extraño, sospechoso, o limitado únicamente a la era de los apóstoles. 

Recopilación de textos en las fuentes primarias y redacción: Gabriel Edgardo Llugdar, para Diarios de Avivamientos 2019

Atanasio y la Expiación Ilimitada

“Atanasio de Alejandría (295-373), llamado también «el grande», es la gran figura de la Iglesia del siglo IV. Por su defensa de la fe de Nicea, en la divinidad del Verbo encarnado, se le ha llamado el «Padre de la ortodoxia» y la «columna de la Iglesia». Su influencia en la historia de la teología y en la vida de la Iglesia fue decisiva. Constituye el honor más preclaro de la sede patriarcal de Alejandría. Fue el tipo del verdadero «hombre de Iglesia», sin más intereses que los de Jesucristo y los de su plan de salvación sobre los hombres.» [ATANASIO, La Encarnación del Verbo. Ed. Ciudad Nueva, Introducción, p. 5]

 

Extractos de la obra de Atanasio La Encarnación del Verbo 

 

I. 7. Puesto que es el Verbo del Padre y está por encima de todos, consecuentemente solo él era capaz de recrear el universo y sólo él era apropiado para padecer por todos y ser mensajero de todos ante el Padre.

II. 8. Por esta razón el incorpóreo e incorruptible e inmaterial Verbo de Dios aparece en nuestra tierra; no es que antes hubiera estado alejado, pues ninguna parte de la creación estaba vacía de él, ya que él llena todos los seres operando en todos en unión con su Padre. Pero en su benevolencia hacia nosotros condescendió en venir y hacerse manifiesto. Pues vio el género racional destruido y que la muerte reinaba entre ellos con su corrupción; y vio también que la amenaza de la transgresión hacía prevalecer la corrupción sobre nosotros y que era absurdo abrogar la ley antes de cumplirla; y vio también qué impropio era lo que había ocurrido, porque lo que él mismo había creado, era lo que perecía; y vio también la excesiva maldad de los hombres, porque ellos poco a poco la habían acrecentado contra sí hasta hacerla intolerable; y vio también la dependencia de todos los hombres ante la muerte, se compadeció de nuestra raza y lamentó nuestra debilidad y, sometiéndose a nuestra corrupción, no toleró el dominio de la muerte, sino que, para que lo creado no se destruyera ni la obra del Padre entre los hombres resultara en vano, tomó para sí un cuerpo y éste no diferente del nuestro.

Y así, tomando un cuerpo semejante a los nuestros, puesto que todos estamos sujetos a la corrupción de la muerte, lo entregó por todos a la muerte, lo ofreció al Padre, y lo hizo de una manera benevolente, para que muriendo todos en él se aboliera la ley humana que hace referencia a la corrupción (porque se centraría su poder en el cuerpo del Señor y ya no tendría lugar en el cuerpo semejante de los hombres), para que, como los hombres habían vuelto de nuevo a la corrupción, él los retornara a la incorruptibilidad y pudiera darles vida en vez de muerte, por la apropiación de su cuerpo, haciendo desaparecer la muerte de ellos, como una caña en el fuego, por la gracia de la resurrección.

9. Convenciéndose, pues, el Verbo de que la corrupción de los hombres no se suprimiría de otra manera que con una muerte universal, y dado que no era posible que el Verbo muriera, siendo inmortal e Hijo del Padre, tomó por esta razón para sí un cuerpo que pudiera morir, para que éste, participando del Verbo que está sobre todos, llegara a ser apropiado para morir por todos y permaneciera incorruptible gracias a que el Verbo lo habitaba, y así se apartase la corrupción de todos los hombres por la gracia de la resurrección. En consecuencia, como ofrenda y sacrificio libre de toda impureza, condujo a la muerte el cuerpo que había tomado para sí, e inmediatamente desapareció de todos los semejantes la muerte por la ofrenda de uno semejante. Puesto que el Verbo de Dios está sobre todos, consecuentemente, ofreciendo su propio templo y el instrumento corporal como sustituto por todos, pagaba la deuda con su muerte; y como el incorruptible Hijo de Dios estaba unido a todos los hombres a través de un cuerpo semejante a los de todos, revistió en consecuencia a todos los hombres de incorruptibilidad por la promesa referente a su resurrección. 

10.  En verdad, era especialmente conveniente a la bondad de Dios esta gran obra. Pues si un rey ha construido una casa o una ciudad y los ladrones la atacan por la negligencia de sus habitantes, él no la abandona en absoluto, sino que como obra propia la defiende y la salva, no preocupándose de la negligencia de sus habitantes, sino de su propio honor. Con mucha más razón Dios, el Verbo del Padre absolutamente bueno, no descuidó la estirpe de los hombres que él había creado y que se encaminaba a la corrupción, sino que con la ofrenda de su propio cuerpo borró la muerte que les había afectado y corrigió su negligencia con su enseñanza y reformó toda la condición humana con su poder. Pueden ratificar esto también los teólogos que hablan del propio Salvador, si se leen sus escritos donde dicen: Pues el amor de Cristo nos fuerza, cuando juzgamos esto, a pensar que si uno murió por todos, entonces todos murieron; y murió por todos, para que nosotros ya no vivamos por nosotros mismos, sino por él, que murió y resucitó por nosotros de entre los muertos, nuestro Señor Jesucristo [2 Cor 5:14-15]. Y de nuevo: Vemos al que fue hecho un poco inferior a los ángeles, Jesús, coronado de honor y gloria por la pasión de su muerte, para que, por la gracia de Dios, degustara la muerte por todos [Heb 2:9].  

11. Dios, que posee el dominio sobre todas las cosas, cuando creó la estirpe de los hombres a través de su propio Verbo, observó la debilidad de su naturaleza, que no era capaz de conocer por sí misma a su creador ni de hacerse en absoluto una idea de Dios. De hecho Dios es increado, mientras que las cosas han sido creadas de la nada, y es incorpóreo, mientras que los hombres han sido modelados aquí abajo en un cuerpo; así pues vio que era total el abandono de las criaturas hacia la compresión y el conocimiento del hacedor. Se compadeció de nuevo del género humano, porque era bueno, y no los dejó vacíos de su conocimiento, para que no tuvieran una existencia inútil. Pues, ¿qué provecho habría para las criaturas, si ellas no conocían a su propio creador? ¿Cómo serían racionales, si no conocían al Verbo del Padre, en el que además habían nacido? Pues nada podría distinguirlos de los animales irracionales, si no conocían nada más que las cosas terrenales. Y además, ¿por qué Dios los había creado, si no quería ser reconocido por ellos?

13. Dado que los hombres se comportaban de una manera tan irracional y que el error demoníaco arrojaba por todas partes su sombra y ocultaba el conocimiento del verdadero Dios, ¿qué debía hacer Dios?; ¿callar ante cosas tales y abandonar a los hombres, para que fueran engañados por los demonios no conocieran a Dios? Pero entonces, ¿qué necesidad habría habido de que el hombre naciera desde un principio a imagen de Dios? O bien debía haber nacido simplemente como un ser irracional, o una vez nacido racional, no vivir la vida de los seres irracionales. ¿Qué necesidad había en absoluto de que él alcanzara el conocimiento de Dios desde un principio? Pues si ahora no es digno de alcanzarlo, no era preciso que se le hubiera dado en el principio.

15. Los hombres volvieron la espalda a la contemplación de Dios y, como hundidos en un abismo, tenían sus ojos dirigidos hacia abajo, buscaban a Dios en la creación y en las cosas sensibles, colocando a hombres mortales y a demonios como dioses para sí. A causa de esto, el benevolente y común Salvador de todos, el Verbo de Dios, tomó para sí un cuerpo, vivió como un hombre entre los hombres y sometió los sentidos de todos los hombres, para que los que piensan que Dios está en las cosas corporales, comprendan la verdad mediante las obras que el Señor realiza a través de las acciones de su cuerpo, y a través del él tomen conocimiento del Padre.

16. Pues el Verbo se despliega en todas partes, arriba y abajo, en la profundidad y en la superficie; arriba, en la creación; abajo, en la encarnación; en la profundidad, en el infierno; en la superficie, en el mundo. Todo está lleno del conocimiento de Dios; por esta razón no realizó, inmediatamente después de su venida el sacrificio por todos entregando su cuerpo a la muerte, y haciéndolo resucitar para hacerse por ello invisible, sino que se hizo visible a través de éste, permaneciendo en él y realizando tales obras y dando tales señales que lo hacían conocer ya no como hombre, sino como el propio Dios Verbo.

V.20.  Pero quedaba todavía por pagar la deuda de todos, pues, como he dicho anteriormente, todos debían morir y ésa fue la causa principal de su venida entre nosotros. Después de haber mostrado su divinidad con sus obras, le faltaba ofrecer el sacrificio por todos entregando a la muerte el templo de su cuerpo, a fin de hacer a todos independientes y libres de la antigua transgresión; allí se revelaría superior a la muerte, mostrando en su propio cuerpo incorruptible las primicias de la resurrección universal. […] La muerte era necesaria y debía ocurrir por todos, para pagar la deuda de todos. Por esto, como he dicho ya, dado que el Verbo no podía morir (pues era inmortal), tomó para sí un cuerpo que pudiera morir, a fin de ofrecerlo por todos como su bien propio y, sufriendo por todos los hombres en este cuerpo en el que había venido, reducir a la nada al que detenta el poder de la muerte, es decir, al diablo y librar así a los que, por temor a la muerte, estaban durante toda su vida sometidos la esclavitud [Heb 2:14-15]. 

21. Por esta razón murió por la redención de todos, pero no conoció la corrupción», pues resucitó intacto, porque el cuerpo no era de ningún otro, sino de la vida misma.

22. El Señor se cuidaba especialmente de la resurrección que iba a operar en su cuerpo; mostrarla a todos era el trofeo de su victoria sobre la muerte y era obra suya convencer a todos de que la corrupción había cesado y de que se había reconquistado la incorruptibilidad de los cuerpos, de la cual ofrecía a todos, como prueba y muestra de que la futura resurrección sería universal, la incorruptibilidad de su propio cuerpo.

25. Además, si la muerte del Señor es una redención para todos y esta muerte abate el muro de separación y llama a los gentiles, ¿cómo nos habría llamado, si no hubiera sido crucificado? Pues únicamente es en la cruz donde se muere con las manos extendidas. Era, además, conveniente que el Señor sufriese esa muerte y extendiese las manos: con una atraería al pueblo antiguo, con la otra a los gentiles y reuniría a ambos en sí. El mismo lo ha dicho al indicar qué muerte utilizaría para redimir a los hombres: Cuando sea elevado, atraeré a todos hacia mí [Jn 12:32]… Pues el Verbo mismo no tenía necesidad de que se le abriesen las puertas, puesto que es el Señor de todo; ninguna de las criaturas estaba cerrada a su creador; pero éramos nosotros quienes teníamos necesidad de él y él nos ha elevado por medio de su propio cuerpo. Para todos lo ha ofrecido a la muerte y por él nos ha franqueado el camino que sube a los cielos.

VI.32. Por tanto, puesto que los demonios lo reconocen y sus obras dan testimonio de él cada día, debería ser evidente (y nadie debería resistir impúdicamente a la verdad) que el Salvador ha resucitado su propio cuerpo y que es el verdadero Hijo de Dios, del cual procede como el propio Verbo nacido del Padre, su Sabiduría y su Poder, quien en estos últimos tiempos ha tomado un cuerpo para la salvación de todos, ha enseñado a toda la tierra el conocimiento de su Padre, ha reducido la muerte a la nada, ha otorgado a todos la gracia de la inmortalidad por la promesa de la resurrección, resucitando su cuerpo como primicia de ésta y mostrando en el signo de la cruz el trofeo de su victoria sobre la muerte y sobre su corrupción.

VII.36. ¿Cuál es, pues, aquel de entre los santos profetas o los antiguos patriarcas que ha muerto en la cruz para la salvación de todos? ¿Quién ha sido herido y llevado a la muerte para la curación de todos?

37. ¿Quién entre aquellos de los que da testimonio la Escritura ha tenido las manos y los pies clavados, ha sido colgado del madero y ha muerto en la cruz para salvación de todos?… Pero aquel del que las Escrituras anuncian que sufre por todos, no es simplemente un hombre, sino que se dice que es la vida de todos, aunque sea por naturaleza semejante a los hombres… No se encuentra en las Escrituras ningún otro más que el común Salvador de todos, el Dios Verbo, nuestro Señor Jesucristo… Su muerte ha ofrecido la salvación a todos y la creación entera ha sido redimida. El es la vida de todos y él es quien, igual que una oveja, entregó su cuerpo a la muerte, como víctima por la salvación de todos, aunque los judíos no quieran creerlo.

40. Pero si, como vemos, no tienen ya ni rey, ni profeta, ni Jerusalén, ni sacrificio, ni visión, sino que toda la tierra está llena del conocimiento de Dios, y los gentiles abandonan su impiedad para creer en el Dios de Abraham mediante el Verbo, nuestro Señor Jesucristo, debería ser evidente, incluso para los más impúdicos, que Cristo ha venido, que ha iluminado absolutamente a todos los hombres con su luz y que ha impartido la verdadera y divina enseñanza acerca de su Padre.

VIII. 43.¿ Qué hay, pues, de extraño para nosotros en decir que, vagando la humanidad a la deriva, ha venido el Verbo a asentarse en ella y ha aparecido como un hombre, para salvarla de la tempestad con su guía y su bondad?

Recopilación de textos y publicación: Gabriel Edgardo Llugdar, para Diarios de Avivamientos 2019